🌹 30 🌹
Dormitorio del duque
Elizabeth amaneció en los brazos de Patrick y abrió los ojos, dándose cuenta que él la estaba observando con atención.
—Buenos días.
—Hola, ¿hace cuánto que estás despierto?
—Bastante, ¿cómo te encuentras?
—Creo que un poco mejor.
—Me alegro... hoy en la tarde me gustaría darte una sorpresa.
—De acuerdo —sonrió—. Será mejor levantarnos.
—Podemos quedarnos un rato más en la cama. Es muy temprano todavía, son las siete recién.
—Me encantaría —le regaló otra sonrisa.
Él le besó la sien y la abrazó contra su cálido cuerpo. Volvieron a quedarse dormidos.
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Invernadero del ducado
Durante el almuerzo dentro del jardín de invierno y envueltos en los aromas de las rosas y otras flores, Patrick y Elizabeth se reían por una tontería que él había contado hasta que su semblante se puso serio y la miró directamente a los ojos.
—Me disculparás pero tengo que vendarte los ojos para darte la sorpresa.
—¿Es muy necesario? —preguntó un poco incómoda.
—Sí, por favor —le mostró el pañuelo.
—De acuerdo —asintió con la cabeza.
El duque se levantó de su silla de jardín y se puso detrás de ella para cubrir los ojos de la duquesita con la tela, Elizabeth quedó abrazada por el perfume que desprendía el pañuelo de Patrick y suspiró de deleite. Entreabrió los labios y quedó a la espera de la sorpresa.
Escuchó pasos que se alejaban, luego otros que se acercaban, una caja o algo que se cerraba con un sonido hueco y un pulgar acariciar su labio inferior lo que le produjo un jadeo ahogado. El hombre se acercó a esa boca carnosa y rosada, y le plantó un beso. La duquesita lo sujetó de las mejillas.
—¿Lista para la sorpresa? —cuestionó en susurros.
—Sí —afirmó.
Una vez más se puso detrás de ella. La muchacha esperaba con incertidumbre.
El frío de algo metálico se instaló alrededor de su cuello y un escalofrío le recorrió la espalda. No se lo esperaba.
Otro poco sintió su trenza francesa hacia a un lado y él terminando de cerrar la traba de la joya. Patrick se inclinó para depositarle un beso en su nuca y Elizabeth apretó sus manos en los reposabrazos sintiéndose de repente nerviosa y satisfecha con las muestras de cariño que su esposo le entregaba.
—¿Puedo quitarme el pañuelo? —formuló con curiosidad.
—Todavía no. —Se acercó más a ella y se sentó de nuevo—, ¿qué crees que es? —interpeló y la joven llevó su mano al cuello.
—Claramente un collar... —comentó y se sorprendió—, ¿es uno nuevo?
—No, otro más bonito y con un sentimiento más profundo —sonrió.
—No puedo saberlo... no recuerdo toda la colección de joyas que tiene tu familia —rio por lo bajo con algo de vergüenza.
—Es de color verde.
La francesita abrió un poco más la boca y quedó sorprendida.
—¿El collar de esmeraldas? —Su voz sonó asombrada.
—Así es. Supongo que más o menos sabes lo que representa, ¿verdad?
—Tiene valor sentimental porque pertenece a tu familia.
—Sí pero también te lo regalé para que supieras siempre que te amo, que te comencé a anhelar y a amar desde el día en que me llegó tu fotografía —confesó estando arrodillado frente a ella.
Elizabeth se quitó el pañuelo de los ojos y enfocó la visión para observarlo mejor.
—¿Cómo podías saber que era mejor que la anterior?
—No lo sabía pero tampoco me resigné.
—Patricien... eres lo que toda jovencita querría tener de marido —admitió con emoción sosteniéndole las mejillas.
—Pero soy tuyo.
—Eres todo lo opuesto a lo que pensaba de los de tu alcurnia —respondió con honestidad y lo abrazó por el cuello aferrándose a él al tiempo que bajaba a su altura.
La duquesita le dio un beso en los labios y él la sujetó de la cintura y la nuca para profundizar el beso. El momento íntimo estuvo a punto de ser interrumpido por James para buscar la vajilla pero en cuanto los vio besarse dio media vuelta y regresó al castillo.
Dentro del invernadero, Patrick ardía de deseo y de igual manera se encontraba Elizabeth.
—Vamos más al fondo.
—¿De aquí? —preguntó con los ojos más abiertos de lo normal.
—Sí, ¿o acaso no quieres? —Sonrió de lado de forma seductora y mordiéndole la barbilla con suavidad.
—Nunca lo hemos hecho aquí.
—Hoy podría ser...
Antes que ella dijera algo, él se puso de pie y la ayudó a ponerse de pie también. Sujetándola de la mano caminaron hacia el fondo quedando escondidos detrás de las plantas con rosas, claveles y lirio de los valles.
El duque le dio un beso en el cuello quedándose detrás de ella mientras comenzaba a abrirle el vestido por los botones de la espalda. Su boca ascendió a la parte trasera de la oreja al tiempo que olía su perfume a rosas.
—Ahora que tienes el mando del ducado también... puedes...
—¿El mando? —Frunció el ceño y se dio vuelta para enfrentarlo.
—Teniendo en tu poder el collar eres libre de opinar de todo, incluso hasta de mis negocios si quieres estar en las reuniones.
—Nunca se me ocurriría estar en una reunión tuya, aquella vez fue la excepción, no quiero eso. Solo te quiero y te amo a ti, Patricien.
—Lo sé, siempre me tuviste y me tienes —apoyó su frente contra la femenina sin dejar de mirarla penetrantemente a los ojos.
—Aunque yo creía que eso ya lo podía hacer sin tener el collar —dijo con ironía mientras se le asomaba una sonrisa—, además... eso creo que te incluye a ti, ¿o no?
—¿Qué cosa? —se burló.
—Mandarte a ti también.
—Eso no se discute. Me llevas de las narices, pimpollito rojo.
La llevó hasta la mesa que estaba contra la pared y la sentó levantándola de la cintura.
—¿Y eso para ti es un problema, señor duque? —Arqueó una ceja pasando su dedo índice por la camisa del hombre.
—Para nada —se inclinó para besarla nuevamente.
Elizabeth lo aceptó de buena gana y enredó sus brazos alrededor de su cuello.
De a poco comenzaron a despojarse de sus ropas y antes de que la muchacha volviera a sentarse sobre la mesa, él puso la camisa sobre el mueble y la ayudó a subirse.
—¿No crees que será algo raro que te vean después sin camisa? —cuestionó preocupada.
—Si a mí no me importa, a ti menos debería de hacerlo —casi se rio—, y duquesita... —le levantó un muslo para abrazarlo y así ubicarse mejor—, ya que tienes el collar, después de esto tendrás el mando para ser la amazona de mi cuerpo —respondió abrazándola por el cuello y dándole un beso.
—¿De qué hablas? —formuló sin entenderlo y sintió cómo entraba en su interior de a poco.
Emitió un leve gemido aferrándose esta vez del hombro, pasando un brazo por debajo de la axila y el otro alrededor de su cuello.
—De estar arriba de mí, ¿o no te interesa la idea? —replicó contra su boca y con la respiración entrecortada.
—No he tenido el agrado... —emitió entre jadeos sintiéndolo todo en su interior.
—Pronto lo pondrás en práctica —la besó de nuevo.
Las manos del duque terminaron por posarse sobre la cintura y la nuca de su esposa y Elizabeth enredó sus piernas en la cintura del hombre.
La levantó de la mesa sujetándola de los muslos para acostarse sobre las ropas que estaban en el piso.
—Me tenderé y tú vendrás encima.
Aunque no quiso, tuvo que separarse de ella y se acostó boca arriba sobre las prendas. La joven fue a su encuentro para tomar las riendas de la situación. De a poco fue acostumbrándose a él de nuevo y Patrick con sus manos la guiaba también.
—Esto es demasiado intenso.
—Desde este lado te ves perfecta —acarició su panza, ascendiendo hacia sus pechos para acariciarlos.
El duque necesitaba el contacto con su piel y se sentó frente a ella, ralentizando los movimientos pero sin detenerse.
—Creo que no podré resistirlo más —admitió ella entre jadeos.
—Este fuego de ambos nos consumirá vivos —habló jadeante al tiempo que sonreía y mordisqueaba su barbilla y cuello.
—Es lo que tú me provocas, Patricien... —hundió sus dedos en su cabello despeinándolo.
Continuaron amándose sin dejar de besarse y acariciarse hasta que los dos llegaron juntos al orgasmo ahogando los gemidos en sus bocas. Calmaron sus respiraciones mientras se besaban y ella suspiró acurrucándose contra su cuerpo y apoyando su cabeza sobre su hombro.
Patrick le dio un beso en la frente y le acarició la mejilla.
—Tendremos que vestirnos —admitió dándole un pequeño beso en el puente de su nariz.
—Sí —dijo y suspiró reconfortada.
De a poco se levantaron y se ayudaron a vestirse, él quedó con la camisa con los primeros botones sueltos y la chaqueta, y Elizabeth estaba vestida por completo pero su trenza presentaba signos de haberse aflojado.
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Residencia ducal
Salieron tomados de la mano y caminaron hacia la entrada trasera del castillo. Iban de camino a las escaleras cuando escucharon la voz de James a las espaldas de ellos.
—¿Puedo retirar la vajilla del invernadero, milord?
—Por supuesto.
—Antes que suban... Acaba de llegar una carta para usted, milord.
—¿Quién la envía? —Lo miró girando su cabeza.
—Me temo que no tiene remitente, la entregó un joven hace media hora atrás.
—De acuerdo, ahora mismo iré a revisarla. ¿Dónde la has dejado?
—En el despacho.
—Bien.
—Con su permiso —dijo dándoles una reverencia y se retiró.
—¿Y si es Roseanne de nuevo? ¿O su esposo y quiere otro duelo, o hacerte algún otro daño? —preguntó muy preocupada la duquesita.
—No te preocupes. De ella ya se encargará la policía, más teniendo datos de la servidumbre de aquí que intentó asesinarte, no le será tan fácil salir de la cárcel, ni siquiera Charles la podrá ayudar ésta vez —le acarició las mejillas para tranquilizarla.
—De acuerdo, aunque no me encuentro del todo calmada.
—Confía en mí, ni ella y tampoco su marido nos molestarán —le dio un beso y luego otro más.
—Está bien, lo haré —se puso en puntas de pie para besarlo.
—Iré a ver esa carta.
—Y yo creo que me echaré una siesta.
—En unos minutos subo, duerme en mi alcoba —se puso por detrás abrazándola por la cintura y besando su cabello.
—Muy bien, milord —emitió contenta.
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Oficina del duque
Patrick leyó no una sino tres veces la misiva que le habían enviado de un nuevo negocio y cliente, un negocio que implicaba la venta de sus navíos para expandirlo hacia otros países. El hombre interesado, quería una reunión para dentro de dos días en su ducado, donde el duque fijaría el horario.
Lemacks redactó otra carta avisándole la hora que le parecía conveniente y luego le pidió a Sam que se la entregara al cartero oficial del ducado para enviárselo al señor con el que debía reunirse. Lo que le había llamado mucho la atención había sido su nombre y apellido, estaba seguro que lo había escuchado de alguna parte pero todavía no tenía claro de dónde.
Sin pensar mucho más, se dirigió a las escaleras para subirlas y entrar a su dormitorio.
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Recámara ducal
Se quitó la camisa y las botas y echó a un lado la cortina y las sábanas. La vio de espalda él, dormida y desnuda por completo. Sonrió y se metió dentro, la abrazó por la cintura y se apretó contra su cálido cuerpo para dormir junto a ella también.
El duque la amaba tanto que se aseguraría de protegerla y darle el bienestar que se merecía.
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