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Alcoba de la futura duquesa de Covent Garden

Apenas aclaró dentro del dormitorio de Elizabeth, Clarissa entró para despertarla pero se encontró con que la joven ya estaba vestida y pronto para cepillarse el cabello.

―Buenos días, veo que te has levantado temprano.

―Buen día Clarissa, hace como una hora atrás volví a despertarme ―sonrió.

―¿Volviste a despertarte? ―Frunció el ceño sin comprenderla del todo.

―Sí, a las cinco y media de la madrugada me desperté y no pude dormir. Intenté dormir de nuevo hasta que lo pude hacer poco después ―omitió el encuentro con el duque―, pero terminé por desperezarme de nuevo una hora atrás.

―Bueno, es cuestión de adaptarse luego.

―Estoy acostumbrada a madrugar, esa es la verdad.

―Siéntate para que pueda arreglarte el cabello mientras te perfumas.

―De acuerdo.


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Comedor del ducado

A las siete y cuarto de la mañana, bajó para desayunar y se sorprendió de ver sentado a Patrick.

―Buenos días, milord. No creí que estaría levantado ya.

―Buen día para usted también, señorita. Desde hace una hora que estoy despierto.

―Y yo.

―Tal parece que nuestro gallito madrugador nos ha despertado al mismo tiempo ―rio con gracia.

―¿Siempre tiene buen humor? ―preguntó por curiosidad.

―Sí, ¿por qué no habría de tenerlo?

―Pues no lo sé. A veces yo no tengo buen humor.

―Por lo menos es sincera frente a mí.

El mayordomo se hizo presente en el comedor.

―Buen provecho ―dijo para ambos y luego se dirigió a la joven―, señorita Elizabeth, tiene una llamada de larga distancia que la puede tomar en el despacho.

―¿Una llamada? ¿Para mí? ―formuló tan sorprendida como nerviosa.

―Sí, la están esperando ―confirmó.

Ella se levantó de la silla y sin querer, la misma cayó hacia atrás del empujón tan entusiástico que había dado.

―Qué bruta, perdón ―se excusó con pena yendo a levantarla del suelo.

Patrick la ayudó también.

―Vaya a hablar, la están esperando.

―Sí, con su permiso, milord.

Apenas hizo una leve reverencia, se dio la vuelta y caminó hacia el despacho.


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Oficina ducal

Entornando la puerta y tomando el auricular del teléfono en una de sus manos, Elizabeth habló.

Cuando escuchó la voz de su madre, casi estalla en lágrimas.

―No puedo creer que te esté escuchando ―confesó con la voz trémula―. ¿Cómo están ustedes? ¿Cómo has dado con el número del ducado? No entiendo nada.

―Nos llegó una carta del duque hace un par de horas atrás, y hemos llegado al lugar que él nos dejó escrito para poder hablar contigo ―expresó su madre―. Todos nos encontramos bien.

―Es una gran alegría saber de ti, mamá. Me alegro mucho que todos estén bien.

―La carta del duque dice que has llegado ayer después del mediodía, ¿cómo te encuentras allí? ―preguntó.

―Muy bien... más de lo que debería de estar. Es todo tan... abrumador que es posible que jamás me adapte aquí ―anunció, admirando los colores del jardín del ducado que se dejaba ver a través del ventanal del despacho.

―Es muy pronto para que me digas esas cosas, cariño. Recién ayer te has instalado allí, sería incierto saberlo aún. Con el tiempo te sentirás cómoda ―respondió intentando tranquilizarla y dejar que pensara así―, ya verás que te acostumbrarás a las cosas que te ofrece el duque.

―Supongo que sí ―emitió suspirando de nostalgia―. Sé que ni un día entero pasó pero se los extraña mucho.

―Lo sé y nosotros también... Elizabeth, recuerda que las cosas pasan por algo.

―Tendré que recordarlo ―dijo―, debo colgar, no quiero que piense que abuso de su amabilidad.

―De acuerdo, espero que pronto podamos hablar de nuevo ―manifestó su madre con alegría en su voz.

―Lo espero yo también, madre ―sonrió cuando lo dijo―, te quiero. Mándales un beso a cada uno de mi parte.

―Lo haré, cariño. Hasta pronto.

―Hasta otra nueva llamada ―respondió y colgó el auricular en la base del teléfono.

Cuando salió de la oficina se dirigió hacia el comedor donde aún estaba desayunando con el duque.


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Comedor ducal

Él intentó levantarse de nuevo pero ella posó su mano en el hombro para detenerlo.

―No hace falta que se levante por mí, milord ―replicó y ambos quedaron atrapados en la mirada del otro―. Discúlpeme si lo he ofendido con haberlo tocado ―se excusó.

―No quiero que me pida perdón por algo así, no estoy ofendido ―habló directo y observándola―, solo quedé sorprendido con su gesto, no me lo esperaba. Por lo que, usted puede tocarme las veces que quiera ―los labios los puso de lado formando una sonrisa.

―Le agradezco que haya concretado la llamada, estaba creída que lo haría después yo pero este gesto fue sorpresivo por su parte.

―Luego podrá enviarles usted una carta con horarios y días, para que tengan encuentros en privado sin que nadie los moleste. Es una manera para que puedan estar un poco más cerca ―comentó pinchando con el tenedor un trozo de fruta y llevándosela a la boca―, anoche les avisé yo, para que fueran a la casa del hombre que tengo en mente para que ayude a su padre en las cosechas o lo que él necesite.

―Se ha puesto en un gasto innecesario.

―No lo ha sido, no se preocupe. El carruaje que envié es mío.

―Aún así, es un gasto que tuvo que realizar.

―Tal parece que es ahorrativa, señorita. A mí no me gusta escatimar, lo que hice fue mínimo, no se preocupe ―anunció bebiendo de su té.

―Pero lo hizo de todas maneras.

―No debe preocuparse ―rectificó y limpiándose los labios con la servilleta de tela blanca, se levantó de la silla. La muchacha trató de levantarse también pero él no quiso―. No se levante, ninguno de los dos lo deberá hacer entre nosotros y se lo pido como una orden ―replicó con seriedad.

―No lo veo ético. Usted es un duque.

―Y usted será mi duquesa ―expresó con dulzura―. Termine de desayunar tranquila, le espera un día emocionante.

Él caminó hacia el despacho para seguir con sus labores, y ella quedó mirando su taza con el té a medio terminar. Si para él lo que iba a experimentar era emocionante, estaba pensando en negarse a ir al centro de la ciudad para comprar su guardarropas. Prefería quedarse dentro del castillo y por los jardines del ducado. Lo encontraba más seguro.

Se levantó de la silla y tomó en ambas manos la taza con el plato y otro plato donde había migajas de bocadillos dulces. James la miró con atención por lo que estaba haciendo y se la encontró frente a él.

―Permítame llevar esto por usted.

―Se lo agradezco pero me gustaría llevarlas yo hasta la cocina ―respondió con amabilidad―. Por favor James.

―De acuerdo, acompáñeme entonces.


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Cocina del castillo

El mayordomo cuando abrió la puerta de la cocina donde todos estaban en sus quehaceres, dejó que ella pasara al interior.

―¡Buen día a todos! ―exclamó con alegría en su voz.

Los allí presentes quedaron desconcertados ante tanta efusividad por su parte, iba a ser la señora de la casa y verla ahí junto a ellos fue inesperado y extraño también.

―Buenos días ―comentaron los demás.

Milady, ¿qué hace aquí dentro? ―preguntó con dudas la cocinera.

―Vengo a traer la vajilla del desayuno ―sonrió.

―Esas cosas debe dejárselas a los demás, no puede ayudarnos, lo lamento ―contestó amable y sujetando los platos del otro extremo para sacárselos de sus manos―. Se lo agradezco pero no lo vuelva a hacer, por favor. Nos compromete.

―¿Acaso su milord es una bestia que los regañará? ―formuló perpleja.

―No, pero es más que nada por usted, no debería una señorita como usted hacer estas cosas ―volvió a hablar la cocinera.

―¿Cómo te llamas? ―Se interesó.

―Bertha, señorita.

―Ah, eres la madre de Clarissa ―dijo con una alegre sorpresa―. Bueno, Bertha... por traer las cosas hasta aquí no me afecta en nada, no lo veo raro ni mucho menos ―respondió―. Quiero hacerlo, quiero ayudarlos y poder pasar tiempo con ustedes, si me lo permiten ―habló con una sonrisa.

―Señorita, puede pasar el tiempo en otras cosas, no aquí dentro con nosotros, no está bien ―acotó un joven que se encargaba de cortar leña.

―Me gustaría saber sus nombres.

Cada uno de ellos se lo dijo y rato más tarde la joven salió de allí porque el mayordomo se lo había pedido con amabilidad.


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Despacho de Patrick

La joven antes de hacer otra cosa, decidió ir hacia el despacho de Patrick y hablar con él. Con dos golpecitos sobre la puerta, el hombre habló para que pasara.

―Perdón si lo he molestado, pero me gustaría comentarle algo ―unió sus manos por delante y quedó de pie frente al escritorio.

―Dígame, la escucho ―se reclinó sobre el sillón individual y la observó con fijeza.

―¿Habría algún problema que pase tiempo dentro de la cocina con los demás, todos los días?

―¿Por qué lo quiere hacer? ―Puso el codo sobre el reposabrazos y sus dedos caían en la boca, y el índice en la sien mientras continuaba mirándola sin perderle detalle―. Puede pasar el tiempo en otras cosas, puede leer, pasear, comprar lo que quiera.

―Quiero pasar tiempo con ellos, no lo que usted me sugiere.

―¿Por qué?

―Porque lo veo normal, para mí es normal hablar con los demás, que usted no hable con ellos, no quiere decir que yo deba seguir su misma costumbre ―admitió y él levantó una ceja.

―¿Qué le hace pensar que yo no les hablo? ―respondió con otra pregunta.

―Lo supongo, los de su clase hacen eso.

―Nadie tiene que saber lo que sucede desde el territorio del ducado para adentro. Hagamos una cosa, usted pasa momentos con ellos si me concede que irá a comprarse ropas, calzado y todo lo debido cada vez que lo necesite ―se levantó del sillón para acercarse a ella con lentitud.

―¿Es embaucador, milord? ―cuestionó sin moverse pero sí sus ojos viendo cómo él se movía alrededor de ella.

Touché.

―Me lo temía, argumenta algo para luego obtener otra cosa ―alzó una ceja y sonrió de lado con burla.

―Siempre ―expresó seductor y manteniéndose detrás de ella.

La muchacha sintió la respiración del duque contra su cabello y quedó inmóvil, solo mirando al ventanal. Entreabrió los labios expectante, y nerviosa.

―¿Me dejará pasar para irme? ―formuló levantando la vista para mirarlo de reojo.

―Puede salir cuando quiera ―le regaló una sonrisa que delataba todo lo contrario.

―Sé que no podré.

El duque tomó su mano izquierda y dándole una vuelta cuando levantó su brazo quedaron enfrentados.

―¿Podemos hacer ese trato? ¿Usted compra lo necesario a cambio de hablar con ellos?

―Querer hablar con la gente no se compra con lujos y comodidades, milord.

―Lo sé bien, señorita. Solo lo he dicho porque quiero que tenga lo que se merece ―confesó con amabilidad.

―Compraré lo que haga falta, nada más ―dijo con un suspiro.

―Perfecto ―declaró y miró el reloj―, todavía hay tiempo, ¿le gustaría conocer los alrededores?

―Su mayordomo ayer me comentó sobre un invernadero ―admitió.

―Iremos allí entonces ―sonrió ampliamente.

Patrick abrió la mano para invitarla a que depositara la suya y lo hizo, aún cuando se sentía incómoda por su contacto. Él guio y caminaron hacia la parte trasera del castillo. El exterior era algo increíble de ver, y Elizabeth trató de absorber todo a su alrededor. Los colores otoñales eran preciosos y quien la conducía hacia el invernadero era terriblemente atractivo.


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Invernadero del ducado

Pronto llegaron a las puertas de vidrio y él las abrió de par en par.

―Pase ―emitió invitándola al interior posando su mano en la zona baja de la espalda.

―Es inmenso ―abrió más los ojos y levantó la cabeza hacia el techo―. ¿Quién las cuida?

―El jardinero y un poco mi madre también pero solo cuando viene de visita o a quedarse unos días ―mencionó―. Y si usted quiere, las puede cuidar también.

―Me encantaría ―se dio la vuelta para mirarlo sorprendida y con una enorme sonrisa―. Se lo agradezco.

―Hay una extensa variedad de plantas y flores, estoy seguro que le encantarán ―manifestó mientras la miraba caminar entre las flores―. Hay un sector del invernadero lleno de rosas, y por los jardines del ducado también. Su perfume se mezcla con el de las rosas de aquí ―confesó honesto sin dejar de mirarla.

El tono sutil pero embriagador que había usado para decirle aquellas palabras hicieron estragos en el interior de la joven.

―¿Acaso me está diciendo que parezco una planta? ―interrogó con algo de gracia solo para dejar de pensar en el tono de voz que había implementado.

―No una planta ―rio muy por lo bajo y luego sonrió―, una rosa, una bella rosa roja, Elizabeth ―declaró encantado.

―Gracias, milord ―respondió tan ruborizada como la azucena rosa fuerte que tenía frente a ella.

Cascos de caballos y un carruaje se aproximaban hacia la entrada del ducado y Patrick miró a través de las puertas abiertas para ver cómo recorría el sendero hacia la entrada principal del palacio ducal. Aún se mantuvo dentro del lugar para estar con Elizabeth, porque sabía que si lo necesitaban, lo llamarían.

Mientras los dos hablaban y él le colocaba una pequeña flor sobre el cabello de la joven, quedando atrapados en la mirada del otro sin poder evitarlo, James se hizo presente y carraspeó para romper el momento entre ellos.

―Disculpe, milord pero debo interrumpirlos... Acaban de llegar sus padres ―emitió con formalidad.

―Enseguida iremos, James. Muchas gracias ―lo miró girando un poco la cabeza porque estaba de espaldas al hombre.

―Con su permiso, me retiro entonces ―con una inclinación salió de allí.

―Llegó el momento de conocerlos, Elizabeth.

―Prefiero quedarme aquí ―dijo asustada.

―Ellos saben de usted, no se preocupe ―respondió con una sonrisa para tranquilizarla.

―De acuerdo ―asintió con la cabeza.

Caminaron uno al lado del otro, mientras él la sujetaba de la mano por si en algún momento tropezaba por el pasto, o con algunas piedritas, o las hojas de otoño que aún permanecían en la extensa hectárea.


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Castillo ducal

Entrando al interior de la residencia, el duque abrazó con entusiasmo a su madre dándole una vuelta cuando la levantó del piso.

Elizabeth quedó sorprendida ante la actitud despreocupada y familiar de él, dejando de lado las formalidades. Sonrió ante la cariñosa escena.

―Ya bájame ―rio con alegría.

―Creí que llegaban la semana próxima ―dijo dándole dos besos en las mejillas ya dejándola con los pies en el suelo.

―Adelantamos el regreso para conocer a tu prometida y ayudarla en lo que pueda ―manifestó la mujer.

―Señor, ¿cómo le fue el viaje? ―preguntó estrechando su mano y dirigiéndose a él con respeto.

―Muy agradable, hijo.

―Me alegro entonces ―respondió con una sonrisa.

El hombre volteó a mirarla y le pidió que se acercara a ellos.

―Elizabeth, al fin te conozco ―admitió la señora con una genuina sonrisa.

―El gusto es mío, duquesa ―dijo con una reverencia.

―No, nada de esas cosas entre tú y yo, para ti soy Kate o Katherine, como quieras llamarme.

―Pe... pero... ―habló y miró a Patrick.

―Es así, y no le hará cambiar de opinión ―comentó divertido.

Su Gracia, encantada en conocerlo ―se dirigió al hombre que tenía frente a ella y se inclinó en señal de respeto.

―El gusto es mío, señorita ―ofreció su mano y ella con inseguridad la colocó sobre esta para que él le besara el dorso.

La muchacha quedó de piedra ante el gesto, tenía que haberlo sabido que cuando Patrick le había besado la mano, lo había heredado de su padre. El hombre era educado y correcto pero igualmente amable, característica que su hijo tenía también.

Varios hombres de la servidumbre y lacayos, fueron entrando baúles, en total eran cinco.

―Se quedan hasta poco después de la boda, ¿verdad?

―Sí, hijo ―afirmó su madre.

―En ese caso, podrías acompañar hoy a Elizabeth al centro de la ciudad para sus compras.

―No quisiera abusar de su tiempo, es probable que se encuentre cansada del viaje. Acaban de llegar ―replicó algo incómoda.

―Será un placer acompañarte ―emitió―, y por favor, me gustaría que nuestro trato sea informal.

A pesar de las dudas que tenía la joven y no haberse esperado jamás la amabilidad de aquella mujer, trató de complacerla.

―Está bien, si lo quieres, te llamaré por tu nombre y me dirigiré a ti con informalidad.

―¿Y a mí cuándo me tratará con informalidad? ―apostilló Patrick quejándose con diversión en su voz.

―Llegado el momento, se verá pero por ahora no.

―Luego de la boda, usted y yo podríamos dejar la formalidad. Me encuentro algo celoso por la preferencia que hace, señorita ―anunció con falsa indignación.

―¿Está celoso por su madre? ―cuestionó sorprendida―. Ella es mujer, al igual que yo, y es posible que por ese motivo la tutee, a pesar de habérmelo pedido.

―Dejemos que las dos se conozcan mejor ―acotó su padre riéndose y pasó un brazo por los hombros de su hijo―, vayamos a tu despacho.

Entre los ruidos de fondo que hacían los empleados, llevando los baúles a la planta alta para ubicarlos en la habitación principal de huéspedes, la madre del duque y la joven, entablaban una agradable conversación.

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