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Ducado de Covent Garden

Invernadero ducal

Una semana después...

La pareja se encontraba merendando con tranquilidad en el medio de las preciosas flores que Elizabeth cuidaba desde el día en que había contraído matrimonio con el duque y el perfume inundaba el ambiente haciéndolo casi mágico.

―Puede que te suene una locura pero me encantaría que alguna noche vengamos aquí ―comentó él.

―¿Para cenar? Me gusta la idea. Nunca lo hemos hecho ―sonrió entusiasmada.

―Podemos cenar y después dormir aquí.

La duquesita lo miró con atención, estaba muy segura que le estaba proponiendo otra cosa y no solo dormir. Alzó una ceja y le habló:

―Me encanta la idea pero la noche que decidamos quedarnos aquí vamos a tener que traer muchas mantas.

―Por supuesto, si quieres puedo avisar para que acondicionen un poco más el lugar, sería lo ideal, tanto para pasar esa noche como para que se mantenga mejor. ¿Qué opinas?

―Me parece muy bien.

James entró al invernadero con una disculpa ante ellos y le dejó una misiva al duque, él la sujetó en una mano y el perfume que desprendía el sobre llegó a la nariz de la joven.

―Qué horrendo, da náuseas ―arrugó la nariz.

El mayordomo esperó por una respuesta para dársela a la persona que la estaba esperando en la entrada del castillo. Fue Elizabeth quien tomó la carta por curiosidad llevándose una desagradable sorpresa.

―Vaya, vaya.


Te espero. Esta noche a las 11 p.m., en el prostíbulo Desireè. No voy a quedarme de brazos cruzados esperando que la bobalicona de tu esposita se quede con lo mejor siempre.


―¿Vamos? Así se lo dejamos más claro, ¿no te parece? ―Levantó ambas cejas y lo miró.

James quedó perplejo del asombro pero no pudo evitar esbozar una sonrisa. Esa jovencita tenía agallas.

―No permitiré que pises un lugar así.

―¿Y tú por qué lo pisabas antes de conocerme por foto?

―Era soltero y no le rendía cuentas a nadie. Una dama como tú no pisa esos lugares. Jamás ―dijo molesto.

―Algunas son livianas y no lo puedes negar. ―Sorbió de su taza de té con los ojos un poco más abiertos de lo normal.

―Me importan un cuerno lo que sean. Tú no irás ―expresó con enojo.

―Y tú tampoco, eso está muy claro, duquecito ―acotó con un rintintín en su voz―. Si vas, yo iré también, te lo aseguro.

―¿Por qué te empecinas en querer ir? Yo no tengo intenciones de darle el gusto en presentarme allí.

―¿Le aviso al chico que su respuesta es un no? ―cuestionó James.

―Espera un poco más ―lo miró al hombre y luego le clavó la mirada a ella.

―¿Me vas a contestar?

―Solo quiero ir para que se deje de molestarnos, porque parece que nada de lo que tú y yo le hemos dicho le sirvió de algo. Ni siquiera frenó cuando dejaste a su marido imposibilitado de ambas manos ―expresó muy molesta―, si esa puta quiere guerra, se la voy a dar ―escupió con asco y muy ardida.

―Iré a avisarle al muchacho que le diga que irá ―notificó el mayordomo a ambos y se giró en sus talones para salir de allí.

―Nunca pensé que de esa boca iba a salir una palabra soez.

―Me enervo cuando la escucho. Y ya que vamos, estoy pensando en conseguir o terminar confeccionando un antifaz.

―¿Para qué? ―Frunció el ceño.

―Porque iré primero yo y nadie tendría que reconocerme si cubro la mitad de mi rostro.

―Lo que quieres hacer es peligroso Elizabeth. Tu reputación podría quedar manchada si descubren quién eres.

―Más de las manchas que ella tiene no creo.

―Creí que el incorregible y peligroso era yo, te está afectando compartir los días conmigo ―negó con la cabeza con una sonrisa―, y encima de todo, James te hizo más caso a ti que a mí cuando le dije que esperara.

La duquesita se levantó de la silla y se acercó a él.

―¿Me dejas? ―preguntó con una sonrisa.

―Claro que sí ―respondió con una encantadora sonrisa para ella, mientras que la muchacha se sentaba en su regazo y él la abrazaba por la cintura.

―¿Te estoy convenciendo así? ―cuestionó con risitas.

―No tienes que convencerme, ya lo hiciste antes, si quieres que vayamos, iremos. Y si quieres quedarte un rato más así, está bien también. Elizabeth, me gusta mucho que seas cariñosa y espontánea conmigo ―le besó la mano.

―Lo sé, Patricien. Te amo.

―Te amo también duquesita roja ―volvió a besarle la mano―. Tenemos que planear bien lo de esta noche, no nos puede salir mal, Elizabeth. ¿Lo entendiste?

―Sí, lo sé. Solo espero que no arme un escándalo.

―Con Roseanne nada es fácil ―declaró Patrick.

―Solo la ligereza que tiene para atrapar a los hombres, sean casados o no.

―¿Celosa pimpollo rojo? ―Sonrió mientras se lo preguntaba y la abrazaba por la cintura.

―No voy a mentirte, lo estoy un poco.

―Pero no tienes que estarlo. Tengo ojos solo para ti.

―Lo sé ―sonrió abrazándolo por el cuello―, y soy dichosa.

Después de darse un beso en los labios, ella regresó a su silla y continuaron desayunando mientras conversaban.


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Interior del palacio ducal

Dormitorio de la duquesita

Durante el resto del día Patrick aprovechó en trabajar en la oficina y Elizabeth a confeccionarse el antifaz con el cual se cubriría la mitad de su rostro para ir al prostíbulo. Solo esperaba que todo saliera como lo habían planeado porque de no suceder aquello, podría generarse un escándalo de gran magnitud.

Dentro del cuarto de Elizabeth y ya de noche, Clarissa ayudaba a vestir a su duquesita.

―¿No crees que es muy arriesgado lo que harán?

―No me pongas más nerviosa de lo que ya estoy. Tengo una cosa en el estómago que tengo miedo que algo salga mal.

―No tienen obligación de ir ―manifestó su dama de compañía.

―Lo sabemos pero decidimos ir para que nos deje de molestar de una buena vez.

―Esa mujer jamás los dejará de molestar. De la única manera que podría dejarlos tranquilos es que tenga una humillación pública. Y estoy más que segura que si el duque se pone furioso con ella por algo que te haga a ti, realmente conocerá al verdadero duque de Covent Garden. Ella no sabe quien es en verdad ―sus palabras sonaban muy serias.

Un golpe sonó en la puerta contigua y la duquesita le pidió que pasara.

―¿Ya estás lista?

―Sí, me pondré el antifaz y nos podremos ir.

―Elizabeth no tienes que hacer esto si no estás segura.

―Es lo que le estuve diciendo ―contestó Clarissa.

―Lo quiero, así todo esto se termina.

―Espero que estés en lo cierto pero lo dudo ―dijo tajante él.

―Le dije lo mismo ―insistió de nuevo la dama de compañía.

―Clarissa tiene dos puntos a su favor, ¿quieres ir igual o no? ―cuestionó mirándola a los ojos.

―Sí ―afirmó.

―De acuerdo. Iremos entonces.

Cuando bajaron con las capas y ella con el antifaz también, se subieron a la calesa para llevarlos al lugar.


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Territorio del ducado

Interior del carruaje

Dentro del mismo, Patrick le hablaba.

―Irás tú primero, te darán una habitación, seguramente la que ella siempre ocupa y luego entraré yo.

―Está bien ―respondió suspirando de nervios.

El carruaje los dejó en la esquina del prostíbulo que se encontraba al final del centro de la ciudad. Apenas ella bajó se puso la capucha también y caminó con paso firme hacia el lugar.


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Burdel Desireè

Entró y fue directa a la madama que atendía dicho negocio.

―Roseanne ―fue lo único que le salió de la boca.

La mujer la miró con los ojos entrecerrados pero no le objetó nada. Le entregó la llave con el número de cuarto colgando y ella le dio las gracias. Enseguida subió las escaleras sin mirar a los costados y tratando de no llamar la atención de ninguno de los presentes.

Patrick se hizo presente pocos minutos después y la mujer solo le indicó en cuál número de habitación estaba la persona anterior. Él también le dio las gracias y se encaminó con ligereza para ir con ella y que no estuviera sola por tanto tiempo.

―¿Elizabeth?

―Sí.

―Pensé que esta mujer me había dado otro número. Terror tenía de que pasara algo así.

―Tranquilo, ya estamos, solo falta esperar ―expresó ella intentando calmarse.

Poco tiempo después, la puerta se abrió dejando ver a Roseanne y la dueña del prostíbulo.

―¿Qué es lo está pasando aquí? ―preguntó tajante y molesta la madama―. ¿Y quién es la mujer del antifaz? La encontré sospechosa apenas apareció en el lugar pero me callé la boca.

―Está claro que es la tercera en discordia ―dijo Roseanne sonriendo de lado y poniendo los brazos en jarra.

―¿Segura Roseanne? No vaya a ser cosa que te arrepientas ―escupió el hombre.

―No es nadie más que la bobalicona de su esposa, Madame Desireè ―respondió.

―¿Su esposa? ¿Qué hace aquí?

―Solo vine a terminar de decirle a la arpía que tengo frente a mí que deje de molestar a mi marido, no está para nada interesado en ti desde hace tiempo, por tal motivo me presenté aquí, así como también él sabía de todo esto.

Su voz sonó firme y con seriedad.

―No pueden presentarse aquí y armar un escándalo ―expresó la dueña.

―Si mantienes en secreto todo, te aseguro que no moveré un solo dedo para que tu prostíbulo sea cerrado, Madame Desireè pero solo si no te pones pesada lo haré ―comentó el duque.

―Por líos como estos cierran muchos burdeles, no será el mío ―admitió tenaz la mujer y les cerró la puerta para que se quedaran los tres a solas.

Roseanne quedó hecha una fiera ante semejante escena y la manera en cómo tuvo la dueña del lugar en echarle todo a ella.

―¿Vas a seguir molestando? Tienes dos opciones, o terminamos todo aquí, o comenzamos un pleito y uno muy grande, uno que ni siquiera te imaginas Roseanne ―contestó con frialdad en su voz.

―No te tengo miedo, te conozco bastante bien para saber que hablas porque se te antoja ―escupió con seriedad.

―Nunca me has conocido. Si quieres seguir con esto, pues entonces prepárate ―su contestación fue afilada como una navaja―. A Charles ya no se le va a ocurrir hacer más nada, ahora te toca a ti.

Patrick sujetó de los hombros a Elizabeth y con decisión caminaron hacia la puerta.

―Si sales ―apretó los dientes con rabia―, divulgaré que tu brillante y pulcra duquesa, estuvo aquí para trabajos turbios.

―Nadie te creerá y no creo que Desireè se atreva a abrir la boca porque si me entero de algo así, sabe bien que le hago cerrar su prostíbulo y a ti te irá peor. Te lo aseguro ―su voz sonó gélida y la mató con la mirada―. Te olvidas que manejo un ducado y más, y que tengo contactos. No me subestimes Roseanne.

Ambos salieron de allí y se dirigieron a la parte trasera del prostíbulo, Elizabeth desde que había salido del cuarto tenía el antifaz que nunca se lo quitó y la capucha puesta. La joven creyó desmayarse cuando por fin caminaron hacia la esquina donde el carruaje los esperaba aún. Patrick la alzó en sus brazos cuando supo que estaba asustada y nerviosa.

―Ya pasó todo. No tienes que preocuparte más ―le besó la frente mientras estaban llegando a la calesa―. ¿Puedes subir?

―Sí, gracias.


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Interior del carruaje

Una vez que él se metió dentro también, cerró la portezuela y golpeó el techo para que el cochero regresara al ducado. Patrick se sentó al lado de Elizabeth para abrazarla de nuevo.

―Debes estar tranquila, te aseguro que no será capaz de decir nada de ti y si lo hace con respecto a lo de esta noche, lo va a lamentar. Si intenta por otra manera, no voy a quedarme de brazos cruzados, Elizabeth.

―Tampoco quiero que te expongas demasiado.

―Esto es parte del título, duquesita.

―Lo sé Patricien pero me pone de punta saber que podrías llegar a quedar mal parado.

―Quede o no mal parado como dices, no puedo dejar pasar las cosas, ¿lo entiendes?

―Sí pero sabemos como de arpía es Roseanne.

―Es lo que ella busca, si quiere seguir con esto, se atendrá a las consecuencias, ella sola lo está provocando.

―Solo espero que nada grave suceda porque de pasar, yo misma le pido un duelo.

El duque sonrió ampliamente y casi se ríe.

―Aunque lo quisieras, no puedes. No existen duelos entre mujeres.

―Lo sé ―se quejó.


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Castillo

Pronto llegaron y una vez que bajaron, el cochero se alejó de allí para entrar la calesa al cobertizo y ambos quedaron en la entrada del castillo. Elizabeth se quitó el antifaz y caminaron al interior de la residencia.

―Qué frío hace afuera.

―Ya pronto estarás en la cama.

―¿En la tuya?

―O en la tuya pero juntos. ―Le besó los labios.


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Dormitorio de Patrick

Apenas llegaron a la alcoba del duque se desvistieron y se asearon antes de acostarse.

―¿Estás más caliente? ―cuestionó por detrás frotando sus brazos y dándole un beso en su pelo.

―Sí, gracias.

Patrick la tomó de la mano para ir a la cama y acostarse. Ninguno de los dos quiso hablar de lo que había sucedido anteriormente y prefirieron quedarse en silencio, abrazados y besándose.

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