🌹 25 🌹
Ducado de Covent Garden
Interior del castillo
Al bajar del cuarto y dirigirse al comedor, donde sabía que encontraría a James, éste luego de darle los buenos días, le comentó el detalle de la reunión de la tarde que el duque había acordado con dos clientes para la compra de dos navíos, y por consiguiente, ante el inesperado resfrío del dueño del ducado, no pudieron cancelar dicha reunión.
―No se cancelará, si Patrick acordó que vinieran hoy a las cuatro de la tarde, los recibiré ―emitió con seriedad.
El mayordomo la miró entre sorprendido y perplejo. Pero no dijo nada, puesto que la idea le había gustado.
―¿Tienes conocimientos de negocios, milady?
―No pero tú me ayudarás, estarás conmigo, si no te molesta. ¿Sabes sobre sus negocios o quiénes vendrán hoy por la tarde o de qué crees que hablarán?
―Sí, milady. Conozco a los clientes y sé para qué vienen, por lo tanto, sé de todos los negocios de milord y con gusto me quedaré contigo en la reunión ―admitió con amabilidad.
―Entonces tenemos un trato ―extendió la mano y él se la aceptó.
Durante todo el día la duquesita fue y vino desde su dormitorio hacia la planta baja. Hasta que a las cuatro en punto llegaron los dos clientes que iban a reunirse con el supuesto duque de Covent Garden. Cuando el mayordomo los recibió y condujo hacia el despacho del duque, se encontraron con la duquesa, quien les dio la bienvenida con una amable sonrisa y un saludo con un beso en la mano cada uno de los hombres.
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Oficina del duque
―Estábamos creídos que nos recibiría el duque.
―Milord hoy no podrá atenderlos, y en su lugar lo haré yo.
Ambos hombres se miraron ya que no estaba bien visto que una mujer concretara una reunión ni aunque fuese de la nobleza. Estaba fuera de los parámetros comunes y era algo impensable que una mujer hablara de los negocios de su marido.
―James, ¿serías tan amable de disponer el té?
―Por supuesto, milady. Enseguida, con su permiso ―dio una reverencia y se retiró.
―Por favor, tomen asiento ―ofreció ella señalando dos sillones individuales.
Los dos se sentaron y ella frente a ambos.
―¿Hace mucho que conocen a mi marido? ―preguntó de curiosa.
―Hace cinco años ya ―comentó uno de ellos―, siempre le hemos comprado sus barcos, son muy seguros y rápidos.
―Eso es lo principal ―sonrió con orgullo―, ¿y agregarán dos más a su flota?
―Así es.
El mayordomo entró con una bandeja con tres tazas de té, masitas y bocadillos dulces.
―Muchas gracias, James.
El hombre quedó a las espaldas de ella y el más serio de los dos clientes lo observó con atención.
―¿El mayordomo se quedará con nosotros para escuchar la reunión, milady?
―Sí, es de confianza, así que podemos hablar con tranquilidad ―tomó una taza llena de infusión con su plato de a una a la vez para acercárselo a los hombres.
Cada uno de ellos se lo agradeció y luego se dispusieron a beber el té y a hablar de negocios los tres. A medida que la reunión avanzaba, James y Elizabeth hablaban entre ellos y con los dos también. Estaban por cerrar la venta de los navíos cuando el duque apareció en el umbral de su oficina, mirando atentamente todo. Clavó con fijeza la mirada en su esposa, en donde ambos se observaron, ella con nervios y él casi se la come viva.
―Milord, buenas tardes ―dijo uno de ellos y se levantó para estrechar las manos.
El segundo hizo lo mismo. La duquesita se levantó del sillón también ubicándose al lado del mayordomo.
―Estábamos cerrando el acuerdo y por irnos ―acotó el que se acercó a él más tarde.
―¿Sí? ―cuestionó asombrado levantando las cejas―, ¿y cómo ha ido todo? ―curioseó.
―Formidable ―contestó con entusiasmo el más desinhibido de los dos―. Hemos hecho una compra estupenda y todo gracias a la duquesa de Covent Garden.
―¿De verdad? ―preguntó el duque.
―Claro que sí, su manera de llevar la reunión y su espontaneidad, fueron la clave para terminar por comprar no dos, sino siete en total ―admitió el individuo más serio.
―Qué sorpresa ―abrió más los ojos.
―A usted, por tener una esposa tan fuera de los estándares ―dijo el primero y volvió a estrechar la mano con el duque―, nos veremos pronto, milord. Gusto de volver a verlo y ha sido un placer haber hecho este negocio con milady.
Ambos hombres besaron la mano de ella y luego Patrick los despidió con un apretón de manos, y James los acompañó a la salida.
Quedaron solos y ella se mantenía inmóvil por miedo a hablar o moverse y llevarse un regaño por él.
―Estaba creída que seguirías en la cama, haciendo reposo ―manifestó uniendo las manos por delante.
―Lo he hecho demasiado ya.
―¿Te sientes mejor?
―Sí ―asintió―, lo que has hecho pudo haber salido mal, y la compra se habría caído, fuiste bastante arriesgada ―expresó de manera seria y mirándola a los ojos.
―Lo sé pero lo he hecho para no cancelar la reunión, James esta mañana me dijo sobre lo que habías concretado para esta tarde, y cuando caíste en cama no hubo ni tiempo para avisarles a estos hombres que no podías atenderlos, por lo que le pedí que me acompañara en la reunión como un favor ―se justificó―, entiendo que pude haber hecho un desastre, porque no tengo idea de tus negocios o lo que arreglas con los demás hombres, pero si lo he hecho fue para que no vayan con otro vendedor ―confesó con apremio―. Tu mayordomo me ha ayudado mucho, improvisé preguntándoles si te conocían de hacía mucho tiempo...
―Tu improvisación pudo haberme costado una fortuna, Elizabeth ―respondió serio.
Si se estaba comportando así con ella, era por una razón justificada, su examante había intentado ser anfitriona de cinco hombres por un negocio de él, y todo había terminado mal. Era otro el lugar y había bebidas alcohólicas, y su ebriedad había espantado a los hombres, clientes potenciales para su negocio, y todo se había ido por la borda cuando la escucharon hablar y coquetear con ellos.
Los ojos de la joven se abrieron más de la cuenta y quedó de piedra cuando escuchó lo que le había dicho.
―Lo siento en verdad, no se repetirá... ―contestó sin tener manera de remediar la situación.
Levantó la bandeja de la mesa y salió del despacho sin mirarlo.
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Cocina
Entró allí para dejar la bandeja y se encontró con James.
―¿Milord ha quedado contento con el trato? ―preguntó con interés.
―Sí pero no...
―No te comprendo, milady ―unió las cejas con desconcierto.
―No le gustó nada que haya dirigido la reunión, he llegado a pensar que podía hacerlo, porque me deja hacer todo cuanto quiero aquí, pero cuando me dijo que pude haberle hecho perder una fortuna por mi improvisación, me quedé sorprendida ―anunció sin entenderlo del todo y compungida.
―Ah... ya veo... ―acotó el hombre, poniendo un dedo en su barbilla recordando aquel episodio tan vergonzoso gracias a milord que se lo había contado en su momento.
―¿En qué piensas, James? ―interrogó queriendo saber.
―En nada, milady. ―El mayordomo dejó las tazas en el fregadero―, gracias por traer la bandeja.
―No fue nada. Supongo que entre las seis-treinta y las siete, Patrick querrá cenar... De todos modos, se lo preguntaré.
―De acuerdo, milady.
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Oficina
Se dirigió hacia el despacho en donde golpeó con sutileza la puerta y él pidió que pasara.
―¿A qué hora quisieras cenar? ―preguntó sin decirle más nada.
―Entre las siete y las siete-treinta estará bien ―clavó la vista en ella desde el sillón del escritorio donde estaba sentado.
―Está bien, les avisaré a los demás. ―Estaba cerrando la puerta sin volver a mirarlo a la cara cuando le habló de nuevo.
―Elizabeth... ―la llamó.
―¿Sí? ―dijo en un intento por remediar la incomodidad que todavía sentía.
―Nada... no es nada, avísale a los demás ―negó con la cabeza.
La joven quedó devastada cuando escuchó solamente aquellas palabras.
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Comedor ducal
En la mitad de la cena, ninguno de los dos se dirigió la palabra, él porque aún estaba entre molesto e incrédulo por lo que había acontecido por la tarde y ella no quería enojarlo más de lo que ya se lo veía. Cuando terminaron de comer, la duquesita fue la primera en darle las buenas noches y retirarse a dormir. Intentó acercarse a él para darle un beso pero cuando le clavó la mirada azul tan fría en ella, supo que debía darse media vuelta y seguir su camino. Los ojos verdes de Elizabeth se volvieron a empañar.
―Yo... lo siento de verdad ―contestó por lo bajo tratando de que él la oyera también.
Solo quería estar en su cuarto para poder llorar. La forma en cómo se lo había dicho Patrick fue rara y desconcertante, no habría pensado jamás que le molestaría tanto que llevara las riendas de una reunión de negocios para él. Había creído que estaba haciendo bien las cosas pero resultaron todo lo contrario.
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Recámara de la duquesita
Cuando entró, caminó hacia el biombo para desvestirse mientras las lágrimas aún se le caían por las mejillas. Se las quitó y apenas salió detrás del bastidor con el camisón y la bata desabrochada, se encontró con el duque.
―Tenemos que hablar ―dijo y ella quedó de piedra.
―¿Podríamos dejarlo para mañana?
―No... esto no puede esperar ―negó con la cabeza también.
Su voz sonó seria y la muchacha tragó saliva con dificultad. Temía lo peor, y estaba asustada. Se acercó a la cama y él la sentó en el borde mientras que el hombre se puso a su lado.
―Cometí una sola vez un error... y lo pagué caro, dejé que quien iba a ser la duquesa sea anfitriona de una reunión de mis negocios, eran cinco hombres y había alcohol, terminó ebria y coqueteando con los demás. Perdí una gran fortuna, y esa fue una de las razones por las que terminé con ella. Tuve que trabajar y negociar durante meses para volver a recuperar lo que había perdido por su culpa ―expresó con tranquilidad.
―Lo comprendo, y...
―No he terminado aún... ―ella quedó callada de nuevo―, lo que hoy has hecho fue realmente arriesgado, por todo lo que implicó, pero fuiste valiente también. Me quedé sorprendido cuando te vi con los clientes y recordé ese trago amargo. Me molestó un poco pero cuando ambos se acercaron conformes y veía que tú te desenvolvías sin vergüenza pero siempre educada y amable, me di cuenta que no era nada igual a lo que sucedió la primera vez con otra mujer ―admitió con honestidad―. He actuado mal y te pido perdón.
―Yo... iba a decirte que no iba a pasar de ti y que no volvería a suceder ―dijo incómoda―, jamás pensé en acordar con James para tener la reunión con ellos por ventaja, o para perjudicarte. Todo sucedió hoy, no había tiempo para avisarles y tú estabas en cama, vi la manera más rápida para todos, reunirme con ellos en tu nombre ―replicó―. Acepto tu perdón, pero no tenías que habérmelo pedido.
―Necesitaba pedírtelo, porque también quería que supieras el porqué me comporté así contigo, ahora que lo sabes, me siento más tranquilo ―respondió―, vaya... siete barcos ―dijo asombrado―, ¿qué fue lo que los convenció para comprar más del doble de navíos?
―No lo sé yo tampoco, al principio quedaron sorprendidos por saber que yo los iba a atender, pero a medida que los minutos pasaban, se pusieron cómodos y charlamos bastante... Supongo que mi manera de ser los persuadió para terminar comprando siete barcos en total. Cuando me dijeron que iban a querer siete, suspiré de alivio... traté de estar lo más calmada posible y mostrarme tal cual era yo, pero James me ayudó mucho también. Y sí, era posible que saliera mal pero no fue el caso.
―Esto dará de qué hablar... ―sonrió al mirarla―, estoy muy orgulloso de ti ―manifestó con sinceridad sin dejar de observarla y ella quedó sorprendida ante aquellas palabras.
Se quebró en llanto y Patrick la sujetó por la cintura. Se acercó más a ella y la sostuvo en sus brazos para que pudiera llorar tranquila.
―¿De qué manera te sientes orgulloso de mí si era posible que el negocio lo habría tirado por la borda? ―cuestionó con congoja.
―Siendo tú misma, de eso me siento orgulloso, habiendo sido tú misma, agradaste a los demás, y eso vale para mí. Pudiste haber hecho perder el negocio, es verdad pero te arriesgaste y aceptaron escucharte, ¿quién se negaría a comprar algo o a no realizar negocios si tú estarías al mando? Nadie, ni yo, Elizabeth ―admitió separándose un poco de ella y volviendo a mirarla.
―Esta vez me salió bien, la próxima puede que no y no pretendo estar al frente de otra reunión de tus negocios.
―¿Por qué no? Te veías muy bien imponiendo la ley o manifestando tus opiniones ―arqueó una ceja al mirarla.
―Que lleve a cabo una reunión está mal visto todavía.
―Si tienes mi respaldo, nadie podrá atreverse a decir o hacer algo.
―Pero yo no quiero dirigir otra reunión, solo lo he hecho por un motivo, nada más.
―Lo sé y te lo agradezco ―acarició sus mejillas.
―¿Duermes aquí o prefieres tu cama, o dormir separados? ―formuló intrigada.
―En cualquier parte pero contigo ―la besó de lleno en sus labios.
Elizabeth emitió risitas contra la boca masculina y luego lo abrazó por el cuello. De a poco él mismo comenzó a desabotonarse el chaleco y ella se percató de eso.
―Aún estás débil, no puedes querer hacerlo ―declaró estupefacta.
―¿Quién dijo que tenía ganas? ―preguntó con disimulo.
―Lo hemos hecho una sola vez pero sé tus intenciones, y esta es una muy obvia. A pesar de lo cansado que debes estar, quieres... sinceramente, no lo entiendo ―articuló incrédula sin dejar de mirarlo y sacudiendo un poco la cabeza.
―¿Y tú no quieres? Me extraña que me digas eso, creo que es cuando ambos queramos, y no estar preguntando si tú quieres o yo quiero, ¿y si la otra persona no quiere en ese momento o ese día, o noche? ―Su argumento tenía validez.
―Sí, en eso tienes razón pero es que... creo yo que estás débil para hacerlo.
―Vayamos al grano... ¿quieres o no? ―dijo directo clavándole la vista en la suya.
―Te he soñado desde que te dejé ir ―confesó con nostalgia.
Patrick reanudó el beso mientras que la despojaba con lentitud de su bata, la joven se levantó de la cama poniéndose frente a él para ayudarlo a desabotonarse la ropa, él levantó el ruedo del camisón y bajó sus pantaletas, una vez que estuvo libre de dicha prenda, ella quedó a horcajadas sobre él, el hombre con desespero quiso hundirse en su interior y no esperó tanto, al mismo momento en que iba sintiéndose en su interior, la muchacha gimió a medida que iba entrando. Se sujetó por el cuello mientras se ubicaba mejor. Suspiró y lo nombró como solía hacerlo cuando estaban a solas, Patricien.
―Me vuelves loco, Elizabeth... creo que ni siquiera haciéndote el amor todas las noches, superaré lo que siento por ti ―la abrazó de cintura y espalda, y besó su cuello mientras olía su aroma a rosas.
―Pat... no sé ―admitió mirándolo a los ojos en la penumbra del dormitorio.
―No me importa... hazlo como te salga.
―Seré un desastre.
―No lo serás ―la sujetó de las mejillas y le echó la cabeza hacia atrás para tener acceso a su delicado cuello para besarlo.
La duquesita se dejó llenar de besos por todo el cuello y los labios del hombre cayeron en los suyos para besarse con más profundidad y pasión que antes. Ella lo detuvo cuando el duque intentaba descubrirle el hombro para besárselo.
―Me gusta mucho pero no quiero que recaigas, Patricien ―puso las manos en las mejillas masculinas para que la observara―. No estás del todo curado, es posible que por esto, puedas volver a tener fiebre, y no quiero que vuelvas a caer en cama ―respondió con preocupación en su voz.
―Si quieres que lo dejemos aquí, entonces tú aceptarás algo.
―¿Qué cosa? ―Lo miró perpleja viendo cómo la miraba con fijeza y con malicia.
―Aceptarás dormir desnudos.
La cara de la muchacha casi se le desencaja.
―No esperaba una sugerencia así ―tragó saliva con dificultad.
―Es lo que te toca, por evadir esto ―rio con picardía.
Él la ayudó a ponerse de pie, y sin ningún tipo de pudor, el hombre se desnudó por completo. Ella quedó casi con la boca abierta. No podía dejar de contemplarlo, y fue él quien se puso por detrás para subirle el ruedo del camisón de lino y quitárselo por la cabeza. La sujetó por la cintura y sin mediar palabras, bajó la vista para mirar las pantaletas en el suelo. La tomó en sus manos y la observó concienzudamente. Ella abrió los ojos con desmesura.
―Es horrible la ropa interior que usas, Elizabeth ―acotó mirando la prenda.
―Lo siento, es lo que tengo... ―se excusó.
―No, no compras porque no quieres gastar, ¿escuchaste sobre los ligueros y sus ligas? ―preguntó curioso.
―Lo usan las mujeres del burdel ―replicó indignada.
―No solamente las mujeres de allí los usan, están accesibles a todas, sobre todo para las damas ricas, otra cosa es que se consideren ropas íntimas para esa clase de mujeres, y no creas que son solo para ellas, me gustaría que consideres probarte algo así, nadie lo sabrá, a menos que tú lo vayas contando ―sonrió de lado con tono de suficiencia.
―No creo que sea lo adecuado...
―Yo seré el único hombre que te vea en la intimidad, ¿por qué sería inadecuado? Se te vería precioso, la cintura que tienes no se compara con las demás, no sigues la moda de tener el cuerpo que se considera en estos tiempos como el perfecto. Con o sin ropa te fantaseo, duquesita ―puso a un costado el cabello suelto y le besó el cuello.
―Solo quieres que me vista como una cortesana.
―Con pantaletas o no, me gustas igual, solo quiero que tengas la posibilidad de usar otra clase de ropa interior, no es por otra cosa, tienes un cuerpo que me acelera el pulso, y no es solo tu cuerpo, eres toda tú que me tiene hipnotizado ―expresó cerca de su oído y besándola debajo de su oreja.
Elizabeth quedó sorprendida y encantada a la misma vez con lo que le había confesado, y le sonrió mirándolo de reojo y con la cabeza levantada hacia un lado.
―Si durante los próximos días y entre tres a cinco veces al día te bebes una cucharada del frasco, posiblemente acepte tu propuesta con respecto a la ropa interior ―su tono de voz sonó firme y con decisión.
―Me lo acabaría ahora mismo con tal de vértelo puesto ―dijo directo y convencido.
Puso su mano en la mandíbula para acercar su boca a la suya y besarla con más intensidad, y profundidad que antes. La otra mano de él sujetó la de la joven para ubicarla en su zona íntima, hizo que abriera con lentitud los pliegues y rozara su clítoris, ella intentó soltarse pero él insistió, con su ayuda fue guiando el ritmo, hasta que fue la mano del hombre la cual se dedicó a darle placer a su esposa, gimió en la boca de Patrick, las palabras de él no dejaban de insistirle que acabara en su mano, quería sentir y palpar el néctar del refugio que por el momento dos veces probó con placer. Jamás había sentido algo así y sentir los dedos de su marido en aquel rincón fue extraño y perturbador, pero se sintió liberada cuando culminó gracias a su toque y gimió con algo de intensidad contra su boca por miedo a gritar. Sus piernas flaquearon y sintió desvanecerse, el duque la sostuvo y la levantó en sus brazos para depositarla en la cama, y él se acostó a su lado, deslizó las cortinas del dosel y se taparon.
―Fue... intenso ―dijo casi inaudible.
―Lo sé ―sonrió y la besó―. Duerme, duquesita. ―Besó su frente y volvió a darle un beso en sus labios.
Él la abrazó de lado por la cintura cerca suyo y pronto quedaron dormidos.
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