🌹 24 🌹
Londres, Inglaterra
Ducado de Covent Garden
Despacho
Desde hacía dos días que el duque tenía un resfriado que lo estaba dejando maltrecho y su mayordomo le insistía para que se quedara descansando dentro de la cama. Él siempre se lo objetaba, no quería detenerse y pensar en Elizabeth.
―No quiero descansar, James. Si lo hago, pensaré en ella y no quiero.
―Comprendo, ¿y no quiere que le envíe una esquela para avisarle de su resfriado para que así vuelva? ―se lo sugirió con interés.
―Ni se te ocurra hacer eso ―lo miró amenazador―, vendría por lástima y no quiero, le daré el tiempo necesario para que esté con su familia y piense bien lo que en verdad quiere.
―Pero bien sabe ella que su familia es bienvenida en su casa, y que usted no tiene inconveniente en que pasen unos días juntos.
―Lo sabe, pero no lo acepta porque cree que estorbarán... Elizabeth está llena de prejuicios y ni siquiera parece que yo se los puedo quitar ―dijo y estornudó tapándose la mitad de la cara con el pañuelo de tela.
―Es una muchacha complicada, aún cuando usted le ofrece todo, no quiere estar aquí.
―Sus prejuicios y pensamientos son mucho más fuertes que ella ―admitió con un suspiro de tristeza y volvió a estornudar―, los prejuicios de Elizabeth y este resfrío van a acabar conmigo ―expresó con fastidio en su voz.
―Está resfriado por mal de amores ―rio por lo bajo.
―Te he escuchado, viejo metido.
―Es lo que pretendía, milord ―anunció con tono de suficiencia.
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Cocina
Para el cuarto día, Patrick ni siquiera pudo salir de la cama por la alta temperatura que tenía, su ayuda de cámara le avisó a James cuando lo fue a ver por la mañana.
―Milord arde de fiebre, aconsejo que salte el pedido del duque y le envíe una carta a milady. Debe saberlo ―notificó.
―Si se entera el duque...
―Vuela de fiebre, no pienses en esas cosas ahora James ―le ladró Bertha―. Todos sabemos que si ella vuelve, él se repondrá, es como un vínculo invisible que tienen, algo inquebrantable. Haz la misiva y envíala ahora mismo ―afirmó con énfasis.
―Este castillo no es el mismo desde que la duquesita se fue a La Rochelle ―dijo con tristeza Clarissa.
El mayordomo salió de la cocina y entró al despacho del duque, sin sentarse, se apresuró en tomar papel de carta, y los lacres para redactar en pocas palabras la presencia de ella en el ducado por un inconveniente con el duque, esperaba que con aquellas palabras, Elizabeth llegara pronto.
Apenas la selló, se la entregó a Sam y este salió del palacio para entregársela en persona al cartero oficial del ducado. Tenía estricta petición de dársela en las manos de milady y si ella decidía regresar, la esperaría el cartero junto con un carruaje.
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La Rochelle, Francia
Campos Lemacks Estate
Casa de campo
La misiva llegó en menos de veinticuatro horas a la finca y la recibió Elizabeth en las manos.
―Milady, tengo órdenes de esperar por su respuesta, si decide regresar al palacio, está el carruaje del ducado esperándola ahora mismo.
―¿Sabes lo que está sucediendo? ―cuestionó con preocupación en su voz.
―No, pero es probable que la carta se lo diga. La esperaré.
―De acuerdo.
La joven enseguida abrió la misiva y leyó con atención.
Milady, el duque desde hace cuatro días se encuentra mal y en cama. Por favor, con el respeto que usted se merece de mi parte, es preciso que vuelva.
James
Miró con preocupación al cartero y le habló;
―Regresaré contigo, solo espera unos momentos dentro, mientras se lo comunico a mi madre.
―Está bien, milady.
Mientras el cartero se sentó en el comedor y comía, y bebía algo caliente, madre e hija charlaban en la cocina.
―No tienes que darme explicaciones, Elizabeth. Tu marido te necesita y por favor, quédate allí ―sujetó sus manos entre las suyas―, vive feliz, y sabes bien que estaremos comunicados ―sonrió a su hija―, te quiero, cariño. ―Ambas se abrazaron y se dieron un beso en la mejilla.
Cuando vio con disimulo que el joven hombre había terminado su colación, la duquesita salió junto con el cartero para subirse a la calesa que la llevaría de nuevo al ducado.
El cochero a pesar de tener las precauciones correspondientes, aligeró el andar para llegar más pronto de lo debido al palacio ducal mientras que Elizabeth se mordía la yema del pulgar de los nervios. El cartero prefirió dormitar unas horas.
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Londres, Covent Garden, Inglaterra
Ducado de Covent Garden
Interior del castillo
Muchas horas después, la joven bajó del carruaje con desesperación y corrió hacia la entrada de la residencia donde la recibió James.
―¿Dónde se encuentra ahora? ―formuló con la voz quebrada y lágrimas en los ojos.
―En su recámara, con el doctor.
La duquesita subió enseguida las escaleras y sin quitarse la capa, golpeó la puerta para poder entrar cuando le hablaran, apenas escuchó la voz, abrió la puerta y entró.
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Alcoba del duque
―Milady, no sabía que vendría.
―Buenas tardes, señor Richard, ¿cómo se encuentra el duque? ―preguntó acercándose a la cama.
―Estable, milady... Tiene fiebre y es normal por la gripe que tiene, deben mantenerlo hidratado ―comunicó.
―De acuerdo, ¿le recetará algo? Estoy preocupada por él, acabo de llegar y no sabía que estaba en cama.
―Desde hace dos días que se encuentra en cama, es reciente todo... pero no se preocupe, él estará bien, es solo un resfrío con tos y es más que común en esta época del año, así que, debe estar calmada ―expresó con una amable sonrisa―. Le pediré que en la cocina preparen este remedio ―dijo entregándole un papel con la receta.
―Está bien, ahora mismo le avisaré a la cocinera mientras usted permanece aquí, enseguida vuelvo ―se giró en sus talones y salió de allí.
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Cocina
La muchacha apareció dentro de la cocina y se encontró con Bertha, ambas se abrazaron al volver a verse.
―¿Cómo se encuentra, milady? ―preguntó sujetando sus manos.
―Muy bien, Bertha. Necesito que prepares un remedio, ahora hagamos esto y luego cuando todo esté calmado podremos charlar.
―Sí, milady.
―¿Hay raíz de Angélica aquí? La he visto dentro del invernadero, todavía se conserva, ¿no? ―Quiso saber.
―Sí, Elizabeth, aún está la planta. Deja que vaya yo a traer un poco.
―De acuerdo, mientras lo haces, yo prepararé el resto.
Ambas mujeres se pusieron a realizar todo para el remedio del duque y al cabo de poco tiempo tenían el líquido espeso de color ambarino que habían puesto a la lumbre para cocinarlo de nuevo luego de haberlo colado antes dentro de un frasco para ser bebido de a cucharadas.
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Recámara de Patrick
La duquesita subió teniendo en sus manos el remedio casero y entró al cuarto.
―¿Cómo debe tomarlo? ―formuló preocupada.
―De tanto en tanto, es mejor si comienza desde ahora, así los síntomas del resfrío y tos disminuyen con el pasar de los días. Mañana volveré, con su permiso, me retiro, buenas tardes, milady ―hizo una reverencia y salió del cuarto dejándola a solas con él.
Elizabeth se sentó en el borde de la cama, y le tomó la mano entre las suyas, se la besó y se la llevó a la mejilla. Estalló en un llanto cuando comprobó que en verdad necesitaba tenerlo cerca, a su lado y que lo amaba con locura, a pesar de habérselo confesado la noche que pasaron juntos en La Rochelle, supo cuánto lo amaba y decidió no separarse más de él. Se secó las lágrimas y se puso de pie, se aproximó y se inclinó para darle un beso en los labios, solo para que por lo menos pudiera saber que ella estaba allí, junto a él. Caminó al otro extremo, se quitó el calzado y la capa, y se acostó del otro lado, lo abrazó por la cintura para acurrucarse contra su cuerpo.
Cayó la noche en el dormitorio cuando Patrick abrió los ojos. Desorientado por la poca fiebre que aún tenía, miró a su alrededor para comprobar que no estaba solo. Cerca de él se encontraba de lado Elizabeth, sujeta a su brazo y se le llenaron los ojos de lágrimas cuando supo que estaba allí junto a él.
Acarició su mejilla y ella se movió, de a poco fue abriendo los ojos también y se miraron.
―¿Te encuentras mejor? ―preguntó acariciando su mejilla.
―Sí, pasé un par de noches terribles pero me siento mejor ―admitió.
―Pero tienes que hacer reposo todavía, no debes salir de la cama, podrías recaer ―afirmó.
―¿Por qué viniste? Estaba creído que nos veríamos más adelante.
―James me avisó, vine apenas leí la carta.
―Ese viejo metido... ―suspiró apoyando la espalda de nuevo sobre el colchón.
―Si no era por él, tú no ibas a avisarme que no te estabas sintiendo bien ―le dijo y se bajó de la cama para ir de su lado y se sentó en el borde de la cama―. ¿O me equivoco, Patrick? ―Alzó la ceja al mirarlo de manera sarcástica.
―No, no te equivocas. Pero tampoco quise ponerte en un compromiso.
―Eres mi marido, me preocupo por ti y para mí no es un compromiso estar aquí, contigo.
―Cuando nos despedimos en La Rochelle, tuve la certeza de que no querías volver pronto, o bien no volver.
―Lo sé y lo reconozco ―dijo incómoda―. Pero si he vuelto es para quedarme aquí, la noche que pasamos en el granero fue...
―Perfecta ―terminó de decir.
―Sí, fue perfecta y a pesar de confesar mi amor por ti, me negué a aceptarlo estando con la mente clara.
―¿Solo me lo decías porque estabas extasiada? ―cuestionó sorprendido.
―No, siempre he querido decírtelo pero temía que tú no querrías saber de esas cosas, cuando escuché de tu propia boca lo que sentías por mí, me asusté.
―¿Por qué te asustaste? ―Intentó sentarse como pudo en la cama porque aún se sentía débil.
―Porque lo estás arriesgando todo ―confesó muy preocupada y con el cejo fruncido.
―Vales todo, Elizabeth. Vales la fortuna que tengo, vales el título nobiliario, vales todo en verdad y no arriesgo nada si eso te preocupa, aún si lo arriesgara todo, no me importaría nada, porque te amo ―confesó con firmeza en su voz.
―¿Por qué? ―Volvió a cuestionarle―, tengo miles de prejuicios, tengo pensamientos que no coinciden con lo que siente mi corazón por ti ―sus ojos se llenaron de lágrimas mientras lo miraba.
―Te lo he dicho en La Rochelle esa noche y te lo vuelvo a decir, deja todo de lado, Eliza... debes sentir, debes hacer lo que te dicte tu corazón y no tu mente, no soy ese inglés que intentó abusar de ti ―expresó y ella quedó de piedra al saber su nacionalidad―, lo supe por tu madre, porque le pregunté si aún habitaba las cercanías de mis campos, ella misma me dijo que era inglés también y ahí comprendí el porqué te cuestionabas todo, aunque todavía lo haces por saber que estoy perdidamente enamorado de ti y no lo quieres aceptar porque pertenezco a la nobleza.
La duquesita lloró en silencio sin mirarlo, se encontraba de perfil y él supo que lloraba, se incorporó como pudo para quedar cerca de ella y girar su cara hacia él con la mano apoyada con delicadeza en la mejilla femenina.
―Te amo, Patricien... y lamento que no haya aceptado volver contigo el día siguiente a la noche que pasamos juntos ―lo sujetó de las mejillas al tiempo que despejaba su rostro de los mechones que le caían frente a él.
Así como estaban, ella se acercó para depositarle un beso en los labios.
―Te contagiaré el resfrío.
―No me importa ―sonrió volviendo a acariciar sus mejillas―, ¿te duele la garganta?
―Sí ―afirmó.
―Con Bertha hemos hecho un remedio que te recetó el doctor ―señaló el frasco sobre la mesa de noche y él desvió la vista para verlo también.
―Ha de estar rico ―su rostro fue de aprehensión y ella rio.
―Debes tomarlo, por tu bien.
―Tú me haces bien, Elizabeth ―declaró y le pasó el brazo por los hombros.
La recostó de espaldas a su regazo y sobre su cuerpo para besarla con pasión, mientras ella no podía dejar de reír con sutileza por el acto que había hecho él, se relajó en sus brazos a medida que los besos se intensificaban. La joven se separó del hombre entre risitas, porque él quería seguir besándola, pero tuvo que frenarlo.
―Recomiendo que tomes la medicina, más la tomas y mejor te hará ―sujetó el frasco y la cuchara cuando se incorporó y lo destapó. El olor aromático penetró en las narices de ambos.
―¿Qué me darás a cambio de tomarme cucharadas de este remedio casero? ―insinuó seductor.
―¿Ni siquiera con resfrío, dolor de garganta y fiebre dejas de ser así? ―Quedó perpleja ante su indirecta pregunta.
―No ―rio abrazándola por la cintura.
Ella metió la cuchara dentro del frasco y extrajo una buena cantidad para darle a Patrick el remedio.
―Si abres la boca, te daré otro beso, aunque con ello es posible que me contagie también ―sonrió.
―Recién compartimos uno muy intenso.
Elizabeth enrojeció de la vergüenza y sin decirle nada, le acercó la cuchara a la boca.
―Parece miel por la consistencia ―admitió ella.
―Pero no lo es.
―Te apretaré un pezón si no abres la boca.
Antes de refunfuñar de nuevo, él abrió la boca y dejó que la duquesita le diera el remedio. Tragó para luego sacar la lengua en señal de asco.
―Me dan arcadas.
―Vaya, no creí que fueras un fastidio cuando tienes que tomar un remedio ―dijo con ironía―. Iré a la cocina para que te preparen un caldo.
―Aún cuando no tenga hambre sé que tendré que beberlo.
―Por supuesto ―rio y salió de allí.
El duque se recostó nuevamente tapándose hasta el abdomen. Se sentía feliz de saber que su esposa estaba con él. Media hora después, la joven entró con una bandeja de plata y dos cuencos para cenar con él, dejó la misma sobre la mesa redonda y se acercó para despertarlo, ya que se había quedado dormido.
―Come la sopa y te vuelves a dormir, ¿te parece? ―sugirió acariciando de nuevo su mejilla y viendo como se despertaba.
Él asintió con la cabeza mientras se sentaba en la cama. La muchacha le acomodó las almohadas detrás de su espalda para que estuviera más confortable. Llevó la bandeja al medio de la cama y le entregó un cuenco con caldo y una cuchara dentro del mismo. Cenaron casi en silencio y apenas terminaron, ella depositó todo dentro de la bandeja de nuevo para dejarla sobre la mesa.
―Me siento agotado.
―Es normal que lo estés ―se acercó para tocar su frente y luego debajo de su barbilla―, tengo la impresión de que estás levantando fiebre de nuevo.
―¿Duermes conmigo? ―Su pregunta la dejó asombrada.
―¿Me lo preguntas porque te sientes mal o porque quieres? ―formuló curiosa.
―Porque quiero, desde la noche en que hicimos el amor que quiero compartir la cama contigo, te lo respeté luego de habernos casado porque sabía que no ibas a estar cómoda, pero cuando nos amamos esa noche en La Rochelle, solo una vez, a partir de ahí quise dormir contigo, no solamente para tener relaciones, sino para estar abrazados, charlar, lo que sea dentro de la cama ―expresó.
Sus palabras fueron tan sinceras que Elizabeth no pudo decirle nada, porque ella también quería compartir la cama con él, no solo para mantener relaciones, sino para estar a su lado.
―En un rato vuelvo ―comentó la joven yendo a la puerta contigua para entrar a su dormitorio.
Él se acomodó mejor y se puso de lado con la cara al hogar a leña. La duquesita minutos después quedó con el camisón de lino y el salto de cama, suspiró para tranquilizarse y volvió a entrar al cuarto del duque. Estaba algo nerviosa, destapó el lado donde iba a acostarse y comprobó que él tenía pantalones blancos de algodón.
―Ropa interior ―replicó él sin abrir los ojos.
―Un alivio, por un momento estaba creída que iba a encontrarte desnudo bajo las sábanas.
―No habría estado nada mal ver tu cara cuando lo comprobaras ―rio por lo bajo.
La duquesita se quitó la bata dejándola a los pies de la cama.
―El camisón te trasluce el cuerpo estando así ―acotó mirando su cuerpo.
―Ya me meto a la cama ―dijo con vergüenza.
―Puedes estar así todavía, me gusta mirarte.
La joven se acostó tapándose hasta el cuello. Era la primera vez que compartían la cama después de la noche en La Rochelle y más rara se sintió al estar acostada en la cama del duque. Lo observó dándose cuenta que se había quedado de nuevo dormido y lo tapó un poco más.
Le dio la espalda porque estaba tentada para besarlo y no quería molestar su sueño, pronto ella también se quedó dormida. Alrededor de las dos de la madrugada la muchacha despertó por sentir el colchón húmedo, era su marido que hervía de fiebre. De inmediato salió de la cama y preparó la palangana con agua de la jarra y mojó la toalla para ponérsela en la frente, mientras que con otra empapada en agua se la pasaba por los brazos, el cuello, el pecho, y el abdomen. Necesitaba bajarle la fiebre. Durante tres horas se quedó a su lado para mojar y escurrir las telas, y pasarlas por su cuerpo. A las seis de la mañana, a Elizabeth la venció el sueño, quedándose dormida en la silla, ya que se había puesto al lado de la cama para tener más cercanía a él para refrescar su cuerpo y la frente.
Patrick despertó poco después mirándose el cuerpo con toallas y la frente por igual. Apenas se las quitó, observó a la duquesita dormida en la silla. Le acarició la mano apoyada en el regazo y ella se despertó.
―¿Hace cuanto que estás durmiendo así?
―Hace solo un rato, no pude aguantar más, y terminé quedándome dormida ―se restregó un ojo del cansancio que aún tenía―. Hervías de fiebre desde la madrugada.
―No recuerdo nada.
―Es normal, ¿cómo te sientes? ―preguntó preocupada.
―Mejor.
―¿No quieres dormir en mi recámara? El colchón está húmedo, has sudado durante toda la noche.
―¿Desde cuando estás despierta?
―A las dos de la madrugada me desperté y comprobé que estabas hirviendo de fiebre de nuevo. ―Tomó el frasco para darle el remedio―. Te lo bebes y sin protestar ―él hizo lo que le pidió―. Buen chico ―sonrió encantada―. Si tomas una cucharada cada dos o tres horas, el dolor de garganta se te irá pronto y la fiebre desaparecerá, y tú te repondrás.
―Te ha quedado como un versito ―rio y ella también.
―Incluso estando así eres un pillo ―dijo tentada de risa.
―Me gusta que te rías con las cosas que digo ―contestó con alegría en su voz―. ¿Me ayudas a caminar hasta tu cuarto?
―Sí ―afirmó.
Ella le ayudó a colocarse la bata cuando quedó de pie frente a la joven. Era tan alto y de espalda ancha que volvió a sentirse intimidada por él.
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Alcoba de Elizabeth
Con lentitud caminaron abrazados hacia el dormitorio de la duquesita, ella lo sujetaba de la cintura mientras que él de los hombros. Aún estaba en penumbras la habitación y la muchacha aprovechó hacer a un lado las cortinas del dosel y en desarmar la cama para que se acostara enseguida. Cuando él se metió dentro, deslizó las cortinas para ocultarlo y ella aprovechó en ir a buscar el frasco con la cuchara.
Clarissa golpeó la puerta y Elizabeth fue a abrir.
―¿Ya te levantaste? ―preguntó asombrada.
―Sí, pero creo que volveré a la cama, el duque no pasó buena noche.
―Entiendo, ¿ahora se encuentra mejor?
―Sí, por lo menos le bajó la fiebre.
―Eso es bueno, más tarde volveré por si necesitas algo.
―Gracias, Clarissa.
Apenas se quitó el salto de cama, entró al lecho y se acurrucó contra su cuerpo. El duque aún se encontraba algo afiebrado, pero no parecía que tanto, por lo que lo comprobó apoyando una mano en la frente y luego debajo de la barbilla.
El hombre sujetó la mano femenina y se la llevó a la boca para depositarle un beso en el medio de la palma y después la ubicó cerca de su corazón, aquel gesto fue tan cariñoso que no creyó que Patrick fuera así de dulce sin que en el medio haya un intento de relación sexual.
―Creí que dormías ―susurró.
―No, pero me siento cansado.
―Trata de dormir un poco más, lo necesitas.
La joven durmió solo una hora más y luego se dispuso a asearse con lentitud y sin hacer ruidos, y pronto se vistió detrás del biombo. Mientras lo hacía no pudo evitar pensar en el hombre que estaba durmiendo en su cama. Los nervios se instalaban en la boca de su estómago cada vez que pensaba en él.
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