🌹 23 🌹
La Rochelle, Francia
Campos Lemacks State
Granero
Por la mañana siguiente, los rayos de sol comenzaron a colarse por los resquicios del granero y fue en aquel momento cuando la joven se despertó, pestañeó un par de veces para enfocar la vista y miró por debajo de las mantas para comprobar que tanto él como ella estaban desnudos, se tapó hasta la nariz para darse cuenta de lo que había pasado la noche anterior en los brazos del duque y casi se arrepiente de lo sucedido. No porque no le habría gustado sino porque aún no podía concebir que un duque la amara de aquella manera, sin exigirle nada a cambio, solo entregándose a él con lo único que ella tenía, sus sentimientos.
Se sentó en el colchón tapándose los pechos y sintió su cuerpo cansado y dolorido, sobre todo la entrepierna. Suspiró y agachó la cabeza, y miró la pequeña mancha rojo oscuro sobre la sábana, enrojeció de la vergüenza y sin querer sonrió al recordar todo lo vivido la noche anterior junto a Patrick.
Giró la cabeza para contemplarlo dormir, su pelo negro y su piel bronceada contrastaban de tal manera sobre las sábanas blancas que a Elizabeth se le apretó la boca del estómago de nervios y anhelo. Cuando lo vio removerse, volteó la cabeza mirando al frente, no quería que la viera observándolo con encanto.
El duque se sentó en el colchón también y se acercó a ella por detrás para depositarle un beso en el hombro.
―Buenos días... ¿cómo te encuentras? ―quiso saber.
―Buen día, estoy bien aunque dolorida ―respondió y sintió ardor en sus mejillas, y orejas.
―¿Por qué no descansas un rato más?
―Debo preparar a mis hermanos para la escuela ―dijo―, por cómo se ven los rayos del sol, es más que seguro que sean las seis de la mañana.
―No, son las siete y cuarto.
―Los niños no van a llegar a tiempo a la escuela, y no queda tan cerca de aquí ―manifestó con intranquilidad.
―Por eso no te preocupes, podemos llevarlos a caballo o que me dejes llevarlos a mí hasta la escuela.
Elizabeth clavó sus ojos en él, a pesar de tener el pelo desprolijo lo veía tan atractivo que estaba tentada a darle un beso y pasar el resto del día en la cama, pero desechó el pensamiento en el mismo instante en que intentó levantarse del colchón.
―Las piernas... las siento débiles.
Patrick quiso burlarse un poquito de ella.
―¿Qué has estado haciendo anoche, Elizabeth? ―su tono socarrón fue lo que puso el rostro de la joven como una grana y no le respondió.
Como pudo trató de levantarse no sin antes ponerse el camisón de lino.
―Déjame ver tu entrepierna, has dicho que estabas dolorida ―dijo con seguridad.
Elizabeth lo miró con atención y solo asintió con la cabeza. Lemacks le destapó las piernas y comprobó lo que sospechaba, las caras internas de sus muslos estaban apenas con algunas manchitas de sangre. Enseguida se alejó de ella para tomar la toalla que estaba de su lado y mojarla en el agua de la palangana.
―¿Qué haces? ―cuestionó con los ojos más abiertos que antes.
―Acuéstate y deja que te limpie un poco. Te calmará un poco la zona también.
Avergonzada aún, decidió acostarse como se lo había sugerido y él dobló el ruedo del camisón hasta la cintura de la joven. Elizabeth quedó inmóvil e hizo lo que le pedía mientras le pasaba la toalla embebida en agua. La muchacha creyó que el gesto de Patrick era una ilusión que solo su mente pensaba, pero no era el caso, era tan real como las manos que la estaban tocando con delicadeza y tan condenadamente apuesto como el hombre que veía frente a ella.
―¿Un poco mejor ahora? ―La miró a los ojos.
Eliza asintió con la cabeza.
Pronto cada uno comenzó a asearse y luego a vestirse. Ella quiso quitar la funda del colchón pero él se lo impidió.
―Ve a la finca, a preparar a tus hermanos, y yo haré esto por ti.
Ella asintió con la cabeza y caminó con lentos pasos hacia el portón del granero. Dentro de ahí, Patrick aprovechó en sacar la funda, doblarla con empeño y meterla dentro de su morral, ese recuerdo de la noche que pasó junto a ella se iría con él a Inglaterra también.
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Finca
Dentro del hogar, la joven dio los buenos días a sus hermanos y madre, puesto que su padre desde muy temprano había comenzado a trabajar y Sophie estaba de camino a la escuela.
―Creí que habías pensado en no llevar a los niños a la escuela... es decir, está tu marido y...
―Y nada ―la frenó―, en cuanto terminen de desayunar los llevaré.
―Entretanto bebe una taza de leche caliente. ―Su madre le entregó la taza de aluminio y la miró con atención a los ojos―. Te has acostado con él ―dijo por lo bajo y con alegría.
Elizabeth bebió de la taza sin decirle nada, se sentía sofocada y peor fue cuando lo vio entrar a la cocina.
―Buen día a todos ―la voz risueña de él resonó en el interior de aquella finca.
―Buenos días, ¿café? ―preguntó su suegra.
―Por favor.
Cuando la mujer le entregó la taza, la joven y él se miraron.
―Gracias ―volvió a decir con una sonrisa.
Apenas lo probó supo que era el mismo buen café que él acostumbraba beber en los desayunos y meriendas, y ese producto se lo facilitaba Elizabeth.
―Qué rico, ¿dónde lo compraron? ―su voz no sonó con curiosidad.
―Elizabeth nos lo ha enviado desde Inglaterra en una de sus encomiendas que llegan a la finca. En una de sus cartas me comentó que era el que bebían en el ducado ―respondió con sinceridad.
Su hija la miró perpleja y la madre cayó en la cuenta de que el duque no sabía nada de aquello.
La muchacha quiso salir de aquel momento incómodo y les preguntó a los niños si habían terminado su desayuno. Alexandre, Brendan y Val se limpiaron las bocas, el pequeño con ayuda del más grande, mientras que el mediano lo hacía solo, pronto ella los ayudó a ponerse el abrigo y agarró el bolso de cada uno con útiles escolares para irse a clases.
―Yo los acompañaré ―les dijo mientras terminaba de comer un pancito dulce que le había ofrecido Beth.
Otro se lo entregó a Elizabeth para que lo comiera en el camino. Como Patrick sabía bien que su esposa no podía caminar como quisiera, intentó alzarla para subirla al caballo pero ella se negó.
―Caminaré, no te preocupes, sube a los niños.
Él hizo lo que le pidió y pronto emprendieron el camino hacia la escuela.
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La Rochelle
Pueblo
Una vez que dejaron a los niños, regresaron montados a caballo y fue allí cuando el duque sacó de nuevo la conversación del desayuno.
―Muy rico el café que bebí hace media hora atrás ―comentó.
―Me alegro ―fue lo único que acotó.
―Una cosa más que me ocultaste, ¿cuántas cosas más mantienes ocultas?
―Ninguna otra... ―dijo y volvió a callarse―, bueno... les estuve enviando encomiendas de productos a mi familia aparte de algunas libras que tú me dabas la semana que te ausentaste y compré varias cosas cuando llegué al puerto francés... sé que hice mal, en comprar a tus espaldas y en no decírtelo tampoco, pero...
―Pero no lo hiciste porque no confías en mí y tienes miedo que te diga algo desagradable o peor, que te golpee. ―Besó su sien―. Jamás podría hacerte algo así, Elizabeth. Nunca ―declaró observándola a los ojos.
―Intento no pensar en eso, pero sé que luego termino por sucumbir a mis pensamientos ―se encogió de hombros.
―Lo sé pero no puedo hacerte cambiar de opinión, solo tienes que hacer lo que dicte tu corazón.
―Me lo pones difícil, Patrick.
―No... solo tú lo haces difícil porque piensas demasiado.
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Casa de campo
Misterio los dejó en la entrada de la finca y el duque la ayudó a desmontar. Ella se sostuvo de sus hombros y quedaron mirándose. Elizabeth terminó por decirle algo que dejó devastado al duque.
―Es mejor que vuelvas al ducado...
―¿No volverás conmigo mañana o pasado mañana? ―preguntó estupefacto.
―No, lo siento... pero no puedo volver contigo ―se mordió el labio inferior―, prefiero quedarme con mi familia, acomodar un poco la finca, los campos... estar más tiempo con ellos.
―Dejé que el hombre de la casa más cercana a los campos ayudara a tu padre para aliviarle el trabajo ―acarició su mejilla―, todo marcha bien aquí... lo haces demasiado difícil.
―De verdad, te pido perdón... pero quiero que te vayas de aquí ―casi se le atoran las palabras en la garganta.
―Te esperaré en el ducado el tiempo que haga falta, hasta cuando decidas regresar a mi lado.
Besó su frente y luego bajó a sus labios. Ella no quiso corresponderle el beso porque sabía que iba a ser peor la despedida.
―Iré a buscar la capa y el morral que traje conmigo, y saludaré a tu madre.
La joven asintió con la cabeza y caminó para entrar a la finca.
―Había pensado que se quedarían paseando por el pueblito ―comentó Beth al mirarla.
―No, está recogiendo sus cosas para irse.
―¿Y tú qué haces que no empacas también? ―Frunció el ceño.
―Solo él volverá ―acotó sin nada más que decirle.
―Eres una tonta. Anoche consumaron su matrimonio, ¿y hoy lo echas? Porque no me creo nada que se va por voluntad propia. Esa has sido tú con tus dudas y tus porqués, a mí no me vas a mentir como a él ―admitió molesta.
―Es lo mejor, para él y para mí.
―Ni para él y mucho menos para ti es lo mejor... Después no te quejes si tu marido vuelve a verse con su examante ―anunció seria solo para que su hija comprendiera.
Sabía que estaba siendo muy cruel con ella, pero solo quería que reaccionara del error que estaba cometiendo y se fuera con él, porque allí era donde pertenecía. Junto al duque.
Patrick entró para despedirse de Beth con un beso en la mejilla.
―Disculpa a mi hija por ser tan difícil ―respondió con pena.
―Aunque puede que no me creas, la entiendo y no puedo obligarla, volverá cuando quiera, sabe bien que la esperaré... aunque con ello sea posible que jamás vuelva al ducado.
Elizabeth quedó devastada con su confesión y tragó saliva con dificultad.
―Eres un buen hombre Patrick y me habría encantado que te quedaras más tiempo aquí con ella, pero tal parece que la indecisa de mi hija te echó ―emitió mirándola con fijeza mientras la joven se mantenía callada.
―No pasa nada Beth, gracias por todo ―sonrió con pesar y volvió a besar su mejilla.
El duque se acercó a su esposa y volvió a darle un beso, esta vez en la comisura de los labios. Cuando se irguió de nuevo, se miraron y él caminó al exterior de la finca. La muchacha se giró en sus talones para abrir la puerta y salir a la entrada porque se había arrepentido, pero había sido demasiado tarde, Patrick y Misterio ya estaban cruzando la tranquera cerrada.
Regresó al interior de la casa y cerró la puerta recargando su espalda, quedó azorada y suspiró de tristeza.
―No puedo creer lo que le has hecho, Elizabeth. Creía que eras más inteligente y decidirías volver con él pero no fue el caso... ―contestó tajante―, te lo pondré más fácil, a los demás no les importas, no piensan en ti, solo tú te creas cosas en la mente que siempre piensas que la gente a tu alrededor opina de ti.
―Anoche te dije bien lo que dicen en la ciudad ―replicó con enojo en su voz.
―¿Y qué? ―remató molesta―, vives de prejuicios y es tiempo de cambiar eso, ¿te viene mal lo que dicen de ti? Pues que sigan diciendo cosas, a ti no te tendría que importar nada de eso, estás bien con él, que eso es lo que más te debe importar... Por favor, Elizabeth, te tocó un hombre con un título nobiliario que sale de los estándares del protocolo y las reglas, un hombre que no tiene reparos en hacer y deshacer las cosas, que no le importa nada de lo que digan de él mismo y no se preocupa tampoco por las habladurías, si a él no le molesta nada de eso, ¿por qué a ti sí? ―Unió las cejas preocupada.
―Él es un noble que puede hacer lo que se le plazca, yo soy una simple joven que le fue otorgado un título nobiliario por matrimonio pero no soy nada.
―Pues para Patrick eres todo y más. Te quiere, te respeta, te da la libertad que mereces, te trata como una reina, deja que opines, deja que hagas y deshagas las cosas de su residencia, acepta que hagas de todo sin ponerte un pero o cuestionándote el porqué lo haces... Tampoco le importa si sigues un protocolo o no, incluso no le importa si no sigues las reglas, ese hombre te ama y no todos los hombres hacen lo que te deja hacer tu marido ―afirmó―, te deja ser tú misma y un hombre así no se deja de lado, Elizabeth... En su círculo aristocrático hay muchos hombres represores y abusivos, que golpean y denigran a sus esposas, te comprendería si él fuese alguien así y tú no quieras volver con él... pero Patrick es...
―El marido ideal y soñado ―confesó la joven misma―. Y cualquier joven o mujer estaría dispuesta a casarse con él.
―Pero te eligió a ti entre miles de jóvenes.
―Si no le era de su agrado, jamás me iba a casar con él.
―Qué de vueltas das, Elizabeth ―revoleó los ojos exasperada―, ni un ovillo de lana tiene tantas vueltas como tú ―dijo bufando.
La muchacha rio por lo bajo y se sentó.
―Me quiero ir, me quiero quedar... Tengo muchas cosas en la cabeza, me quiero ir porque ya lo estoy extrañando y me gusta su compañía... y... siento las mariposas en el estómago, y me fue inevitable enamorarme de él... y me quiero quedar por ustedes, los extraño y quiero ayudarlos.
―Pones excusas, nosotros estamos muy bien, el hombre que ayuda a tu padre es muy bueno, y las cosas aquí marchan muy bien, si nos extrañas, tendremos llamadas como lo hacíamos antes, y si quieren los dos, podrán venir a visitarnos... Se te nota en la cara y en toda tú lo enamoradísima que estás de él, Eliza... No te sigas torturando... Si tanto me estás diciendo que te preocupa lo que los habitantes de la ciudad digan, ¿no te preocupa también que comenten por ahí que tú abandonaste al duque? ―La pinchó por ese lado.
La pregunta de su madre caló en su interior y abrió un poco más los ojos, porque se había dado cuenta que si decían aquello, la iban a comparar con la furcia de Roseanne y él sería una vez más la burla de todos por una mujer.
―Deja que me quede unos días y volveré con él.
―Me gustaría que volvieras ahora mismo pero sé que será en vano todo lo que te diga, mereces ser muy feliz, Elizabeth y esa felicidad la tienes junto a Patrick. Estás enfrascada en tu mundo de prejuicios cuando solo deberías pensar en ser feliz con el duque. Tu marido no es el hombre que intentó abusar de ti.
Con aquellas palabras la dejó sorprendida y callada. Era muy verdad lo que le había dicho y tenía toda la razón, incluso el propio Patrick se lo dijo en su momento pero ella, como siempre, no lo tomó en cuenta.
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