🌹 20 🌹
La Rochelle, Francia
Puerto
La mañana posterior en el puerto francés, fue como cualquier otra, gente que iba y venía, y la muchacha sonrió con nostalgia cuando se acordó de la última vez que había estado en ese lugar. Compró alimentos básicos y otros que sabía bien su familia no estaba acostumbrada a tener, aunque ella a escondidas de su marido les había hecho llegar un poco de dinero y sobre todo productos.
Era posible que si se enteraba, se molestaría con ella y no era para menos. Se lo hacía a sus espaldas y solo por miedo se había mantenido callada.
Se acercó a una diligencia para preguntar si la llevaba hacia los campos Lemacks y cuando le afirmó, ella subió los paquetes que acababa de comprar y la maleta, para luego subir ella y cerrar la puerta para emprender el viaje hacia la finca.
El trayecto fue pesado por inconvenientes con el camino de baches que había y tardó poco más de media hora en llegar.
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Campos Lemacks Estate
A lo lejos la vieron sus tres hermanos, que atravesaba la tranquera y se adentraba al campo, ellos corrieron hacia ella con una sonrisa al verla de nuevo. Se abrazaron los cuatro y caminaron a su lado mientras charlaban.
―¿Puedo llevarte un paquete? ―Se ofreció el mediano.
―Es muy pesado, cariño. Ya casi llegamos, no te preocupes ―dijo con una sonrisa.
El más pequeño, Val, abrió la puerta de la finca entrando primero y dejando pasar a Alexandre, a Brendan y a Elizabeth. Su madre se sorprendió demasiado al verla allí y se acercó para abrazarla por los hombros.
―Qué sorpresa, ¿qué sucedió, cariño? ―cuestionó asombrada mientras le acariciaba las mejillas.
―Vine a pasar unos días con ustedes ―respondió.
―¿Qué pasó, Elizabeth? ―interrogó preocupada.
―Nada, de verdad, no pasó nada, mamá ―se lo aseguró.
―De acuerdo.
Sabía que su madre aún cuando la dejara tranquila por el momento, no lo iría a hacer luego, sospechaba algo y cuando quedaran a solas estaba más que segura que se lo iba a preguntar de nuevo. Durante el resto del día, guardaron entre las dos todo lo que la joven había comprado para ellos. Y cuando la cena llegó, después de saludarse y abrazarse con su hermana menor y su padre, comieron con tranquilidad y media hora posterior, se retiraron todos a dormir, excepto su madre y ella.
―Bueno, yo me iré a dormir también, estoy cansada ―contestó acercándose a la mujer para darle un beso.
―Duquesa... usted no se irá a ninguna parte hasta que hablemos las dos ―el tono empleado por su madre, resultó como de autoridad.
―Sabía que ibas a decirme algo para retenerme aquí ―se mordió el labio inferior.
―Claro que sí, es cuando me dirás la verdad, Elizabeth. No me creí nada que hayas venido solo por antojo.
Con un suspiro, volvió a sentarse apoyando los codos sobre la mesa de madera y sus manos sostenían las mejillas.
―¿Qué quieres saber?
―Tú lo sabes bien ―se sentó a la cabecera.
―Los extrañaba y me dejó venir aquí, me dejó libre ―volvió a suspirar con nostalgia―, ¿hice mal?
―Sí, porque aunque nos extrañes, tienes responsabilidades, estás casada con el duque y por lo tanto tienes obligaciones.
―Pero no hago nada y a veces me aburro.
―Me estás mintiendo y sé cuando lo haces ―la joven se removió en la silla porque era verdad―. Más que aburrida, estás confundida. No puedes venir cuando te complace venir a visitarnos, debes estar con él. Es un lujo que podamos hablar tres veces a la semana, no cualquier hombre de la aristocracia y sobre todo con un título nobiliario, deja que su esposa tenga tantas libertades como te las está dando a ti ―confesó.
―Lo sé... ―se le llenaron los ojos de lágrimas.
―¿Qué es lo que arreglaste con él? ―cuestionó intrigada y arqueando una ceja.
―Nada, me dejó ir, solo me dijo que si en una semana yo no volvía, iba a entender que no quería estar a su lado.
―Te está dando todo, ¿y tú lo esquivas? ―Frunció el ceño con algo de molestia―. Elizabeth, no niegues lo que te pasa con él, la última vez que lo vi, en tu boda con él, ese hombre estaba encantado contigo.
―Puede que lo esté, pero no me ama.
―¿Cómo lo sabes? ¿Acaso te dijo que no te ama? Las muestras de cariño y atención que te dio durante su unión, fueron más que suficientes para que yo vea que ese hombre te ama de verdad.
Se tapó el rostro con sus manos para llorar en silencio y su madre la abrazó por los hombros.
―Estoy que no sé qué hacer...
―El tiempo te lo dirá, incluso es posible que mañana ya lo sepas, ve a descansar, mi amor ―habló acariciando su mejilla y le dio un beso en esta.
―Buenas noches.
La muchacha salió de la finca con un farol en la mano para que alumbrara el camino hacia el granero y prepararse para dormir. Se sentía melancólica y se abrazó a la otra almohada que tenía el colchón para reconfortarse. Quedó dormida con lágrimas en los ojos.
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Ducado de Covent Garden
Alcobas ducales
Dentro del dormitorio del duque, se encontraba él acostado y mirando el fuego, no podía conciliar el sueño y la desesperación lo estaba ahogando. La barbilla le tembló y no pudo evitar que algunas lágrimas se le asomaran, la extrañaba horrores, tan solo un día había pasado para darse cuenta cuánta falta le hacía la duquesita. Y aunque se encontrara intranquilo, esperaría dos días más.
Salió de la cama para dirigirse al dormitorio de su esposa a través de la puerta contigua, cuando giró la cabeza hacia la mesa de noche y miró la bolsa de terciopelo que yacía allí. La tomó en sus manos comprobando lo que sospechaba. Las libras que él le otorgaba. Frunció el ceño dándose cuenta que algo no estaba del todo bien, el peso de la bolsa casi coincidía con el sueldo completo. Caminó hacia el ropero y supo que todo estaba en su lugar y no había nada nuevo, y no entendía el porqué faltaban libras. Hasta que por una extraña razón pensó en la familia de Elizabeth y ahí comprendió todo. A pesar de que el perfume de las rosas de los floreros lo invitaba a quedarse, debió volver a su alcoba para despejarse la mente y tratar de dormir. Lo hizo minutos después.
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Oficina del duque
Al día siguiente, dentro del despacho, recogió dentro del cajón del escritorio las dos cartas de su examante que su mayordomo no había quemado aún y se acercó al leño para quemarlas.
James entró luego de golpear la puerta para avisarle que el desayuno ya estaba servido.
―No comeré. No tengo apetito.
―Veo que... la ausencia de su esposa lo tiene a mal traer ―dijo sin ningún tono de voz―. Debería comer algo, desde anoche que no come.
―Anoche no dormí bien ―se sentó en el sillón apoyando los brazos sobre los muslos y echándose hacia delante.
―Mal de amores, es normal. En vez de angustiarse como lo veo, milord, debería irse.
―Si me presento allí, ¿con qué excusa voy? ―Lo miró de reojo―, pensará que la persigo.
―Si no lo intenta, nunca lo sabrá, de todas maneras... si me lo permite usted, es posible que ella piense que la dejó irse sin contratiempos, por otra cosa más contundente, su examante. Puede que la duquesita piense que usted se encontrará con ella y por eso, cuando le planteó que se fuera, lo hizo sin ponerle reparos ―admitió.
―Es una locura si en verdad piensa eso ―negó con la cabeza al mismo momento que respondía aquello.
―Sabe que tuvo una amante y que siempre se cuestiona lo que hace un hombre inglés, Elizabeth puede que piense también que usted la ha dejado libre para encontrarse con su examante.
―Muchas veces le he dicho que no pasaba nada entre ella y yo ―se irritó.
―Pero se fue igual, milord ―acotó con seriedad y abriendo más los ojos.
―Ay... ―apretó los dientes gruñendo entre estos―. Sé que extrañaba a su familia.
―Le está dando muchas vueltas a algo que está más que claro, milord... y usted disculpe, pero jamás lo vi tan así, inseguro y que dé vueltas, y que todo este planteo ronde solo en una mujer.
―Comeré algo ―se levantó del sillón y caminó hacia él―, y me iré.
―¿Adónde milord? ―cuestionó con sarcasmo y levantando las cejas aún ya sabiendo la respuesta.
―A buscar a mi duquesita ―respondió directo.
―¿Le aviso a Sam que haga que preparen el carruaje?
―No, me iré con Misterio.
―¿Está seguro? ―lo miró perplejo.
―Completamente.
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Entrada del castillo
Tiempo posterior, cuando ya estaba ensillado el potro y esperando en la entrada de la residencia, James quiso saber hasta cuánto tiempo se quedaría allí su amo.
―No lo sé aún, te hago cargo del ducado hasta que regresemos... ―comentó y pensó lo último que había dicho―, espero que regrese conmigo ―replicó con nostalgia.
―Estoy seguro que volverá con la duquesita, milord.
―Tienes una seguridad en tu voz, que hasta yo me lo creo ―contestó y montó en su caballo―. Hasta pronto, James.
―Buen viaje, milord... mande saludos de nuestra parte a milady.
―Se los haré llegar.
Patrick galopó con vigor alejándose con gran velocidad del castillo y del territorio ducal, quería llegar cuanto antes a La Rochelle, solo para volver a verla.
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La Rochelle, Francia
Campos Lemacks Estate
Los tres niños corrían por el campo que estaba frente a la finca hasta que vieron aproximarse un caballo negro que había saltado la tranquera y se acercaba a la casa. Alexandre fue el que reconoció a Patrick y enseguida entró al hogar para avisarle a su madre.
La mujer salió de la casa para verlo acercarse, jamás se lo habría esperado allí. El hombre desmontó y la abrazó por los hombros para saludarla con una sonrisa. Beth quedó asombrada ante la actitud de su yerno y ni tiempo le dio para reaccionar.
―¿Cómo te encuentras, Beth? ―preguntó amable y contento de verla de nuevo.
―Muy bien, milord. ¿Y usted?
―Perfecto, ¿los demás cómo están?
―Ellos se encuentran bien también, milord ―quedó desconcertada de verlo frente a ella.
―Veo que no me esperaban, ¿verdad? ―dijo entre risas.
―Sinceramente no, mi hija por lo menos no lo esperaba, pero si le soy sincera, yo sí, estaba esperando el momento para que usted llegara ―admitió―, venga, pase, está en su casa ―comentó cerrando la puerta y entrando los cinco al interior.
―Beth, ¿otra vez con las formalidades? Creí que lo habíamos dejado arreglado el día que llegaron al ducado, somos familia ―comentó el duque.
―¿No cree que resultaría raro eso?
―Para nada, Elizabeth habla conmigo de manera informal.
―Pero es su esposa, milord.
―Y por consiguiente, ustedes son mi familia también ―expresó y la mujer abrió más los ojos sorprendida―. Ella hace tiempo que se dirige a mis padres por el nombre de cada uno y sin nombrar sus títulos.
―Bueno, en ese caso y si a usted no le molesta, lo llamaré por su nombre.
―Te he dicho de un principio que no me molestaba y me parece muy bien ―sonrió―, ¿y Elizabeth? ―Se interesó.
―En la oficina postal, ha ido a buscar un paquete que se ha pedido de unos crayones para los niños.
―En ese caso, iré a buscarla ―habló con interés.
―De acuerdo. Espero que mi hija se alegre al verte.
―¿Por qué lo dices?
―Porque está confundida. Y lo está desde que llegó aquí, se debate en estar o no aquí, quiere estar pero a la vez quiere volver y sé que no soy quien para decirte algo, pero si viniste aquí, convéncela para que se vaya contigo ―confesó la mujer―, aún tiene dudas y aunque se lo repita miles de veces, yo no podré convencerla para que se vaya de aquí.
―Tampoco puedo obligarla a que se quede conmigo, Beth.
―Anoche le hice entender que tiene obligaciones que debe cumplir con el título nobiliario que obtuvo gracias a ti, pero ni siquiera sé si lo pensó bien o no. Sé que no es una cuestión de deber lo que tiene Elizabeth en volver a Inglaterra, está convencida que no la amas y ella misma se está poniendo excusas.
―Entiendo... por el momento iré a buscarla, más adelante hablaré con ella, te agradezco que me cuentes esto.
―¿Te quedarás? ―formuló con intriga y abriendo más los ojos.
―Hasta que la termine convenciendo para que vuelva conmigo al ducado ―sonrió de lado―, antes que me vaya, necesito preguntarte algo.
―Dime ―dijo.
―¿Cerca de aquí vive alguien más?
―Sí... últimamente se construyeron varias casas alrededor de tus campos.
―¿De dónde es el dueño de la casa donde Elizabeth trabajó cuando las cosechas no daban buena producción?
―Vive aquí en La Rochelle desde hace varios años pero es inglés. ―Beth quedó incómoda ante la pregunta y lo que le tuvo que responder.
―Ahora comprendo varias cosas ―contestó pensativo y frotándose la barbilla con su dedo índice―. En fin, iré a la oficina postal.
Apenas salió de la casa, volvió a montarse sobre Misterio y galopó hacia el correo del pueblo, ya que era el único lugar que estaba cerca de sus campos.
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