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Londres, Inglaterra, Reino Unido
Galería Nacional de Arte de Londres
Elizabeth y Patrick se encontraban mirando las diferentes obras de arte que estaban siendo vendidas y que el encargado de la visita les estaba mostrando, hasta que dieron de frente con un precioso cuadro.
―Qué bonito ―emitió la duquesita.
―Tiene buen gusto, milady ―comentó con una amable sonrisa―, la obra se titula Duques Amantes, y tiene una historia de amor tan bonita como inusual.
―¿Por qué? ―quiso saber.
―Cuenta la historia de amor entre un duque y una joven de campo.
La cara de Eliza quedó de piedra al escuchar aquellas palabras pero a Patrick no le importó mucho, porque no le parecía rara la historia de aquella pareja ya que él se había casado con una muchacha de campo también, y eso era algo que lo tenía sin cuidado, puesto que no le importaban las habladurías. Solo se limitó a escuchar con atención al señor.
―Aún cuando la pareja contrajo matrimonio, el duque no era muy amable y amoroso con ella, por lo tanto, para darle una lección, la joven decidió volver a su lugar de origen, hasta que él se dio cuenta cuánto la amaba, así decidió recuperarla y declararle su amor, desde aquel día quedaron juntos y amándose, y el duque terminó por ser un hombre cariñoso con ella, ya que estaba claro que aquella muchacha lo había cambiado para bien.
―Es la historia más cursi que escuché ―dijo alguien ubicada en el medio de los que estaban presentes―, jamás un hombre de buena posición se fijaría en alguien como esa joven y si de verdad existe alguien así, es un idiota y ella está más que claro que es una busca fortunas ―declaró y algunos rieron ante su ofensivo comentario.
―Señora, creo que no tiene derecho a opinar de personas con una historia de amor como la del cuadro. Cada pareja sabe lo que debe de hacer. Estamos en épocas de evoluciones y sería un tanto raro escuchar lo que está diciendo, mucha gente se casa por muchos motivos, nadie debería juzgarla, ni siquiera usted ―respondió el encargado.
―Esa es mi opinión y no la cambiaré ―refutó―, incluso han corrido rumores de que una historia parecida a la del cuadro existe en verdad aquí, en Londres.
―No ha llegado nada así a mis oídos, y señora tampoco me interesa saber la vida de los demás ―dijo el hombre algo molesto con la actitud de la mujer.
―En esta ocasión, se dice que fue un pago.
Las mejillas de Elizabeth terminaron por ponerse blancas cuando la escuchó, abrió más los ojos y apretó más la mano de Patrick cuando intuyó que este quería girarse para comer viva a la mujer.
Como el encargado vio que la puesta en escena de aquella mujer iba para largo, terminó por dar un llamado de atención y pasaron a otro sector de la galería, ellos se mantuvieron un poco alejados de los demás.
―¿Te encuentras bien? ―Se preocupó mirando su rostro.
―Sí, estoy bien, no te preocupes ―le dio una sonrisa.
―Elizabeth, ¿no quieres regresar? Pensé que esta salida iba a ser linda para ti pero por lo visto no fue así.
―No pasa nada. Tarde o temprano los rumores serán ciertos y vamos a tener que dar la cara, ¿recién qué pretendías hacer? Vi la manera en cómo te pusiste cuando escuchaste las palabras de aquella mujer, no valía la pena que le dijeras algo. Iba a ser peor.
―Por lo menos la dejaba en ridículo y sabes que me gusta dejar en ridículo a la gente que no tolero ―admitió con sarcasmo.
―Lo sé ―rio por lo bajo―, pero es mejor dejar las cosas como están.
A medida que los minutos pasaban, y se dio por finalizada la visita guiada para que vieran las obras que estaban en venta, Patrick se excusó con ella dejándola a solas unos momentos. Momentos en los cuales alguien más se puso al lado de Elizabeth contemplando sin ver del todo el cuadro de flores.
―No te he visto nunca por aquí ―comentó mirando al frente y luego a ella―. Pero sé quien eres ―arqueó una ceja con altanería.
―¿Perdón? No la conozco, señora.
―Señorita, y claro que no me conoces porque tú no eres de aquí ―la miró de arriba abajo y clavó los ojos en la muchacha.
A Elizabeth le dio miedo aquella mujer.
―Eres la del rumor que se comenta en la ciudad ―admitió―, la del pago ―casi se rio ante el comentario―. Y tu maridito el ignorante.
―Me parece que usted está teniendo la lengua bastante ofensiva y no le voy a permitir que hable así de mi esposo ―la fulminó con la mirada.
―Creo que no te conviene armar un escándalo, sé cosas de ti y el rumor que la mayoría conoce se podría afirmar más.
El duque miró la escena desde una distancia prudencial, entrecerró los ojos al comprobar quien era la mujer con la que estaba hablando su esposa, era la amante de Roseanne, una de las tantas que aparecían en la lista de amantes de ambos sexos que la arpía frecuentaba.
Se acercó a ambas con paso firme y decidido a interrumpir la conversación. Un diálogo que estaba más que seguro que no era nada simpático.
―Claire, ¿qué te trae por aquí? ―cuestionó mirándola con atención.
―Acabo de conocer a tu esposa... una muchacha... hermosa ―su tono de voz sonó algo hostil.
―Sé cuán encantada debes estar al conocerla, ¿verdad? ―la voz de Patrick era gélida y le dedicó una falsa sonrisa sin mostrarle los blancos dientes―. Te aconsejo que sigas tu camino ―la mató con la mirada alzando una negra ceja.
―Yo solo he querido ser amable.
―Te conozco bien yo también ―sus ojos la observaron sin titubeos―. Y más te vale que desaparezcas de nuestra vista.
Elizabeth quedó horrorizada ante la manera en cómo se lo había dicho el duque pero Claire con una sonrisa forzada caminó en dirección a la salida.
―¿Quién es la mujer? ―quiso saber la joven.
―A quien acabas de conocer es a la amante de Roseanne ―comentó y la miró.
―¿La amante de Roseanne? ―interpeló y luego abrió más los ojos al comprobar lo que su marido le estaba diciendo―. ¿Le gustan las mujeres también?
―Sí ―afirmó―, no es muy raro saberlo y escucharlo entre la aristocracia. Te sorprenderías de muchas cosas, aunque siendo tú tan floja de lengua no te tendría que asombrar.
―Pues me ha sorprendido... ¿Tú cómo sabes que es la amante?
―Lo descubrí en el tiempo que la frecuentaba también ―contestó pero no le dijo que guardaba una lista de amantes.
Un papel que si debía usarlo para manchar y hundir más a Roseanne lo haría.
―Ya veo... ―acotó con voz apagada.
―¿Quieres quedarte un rato más o prefieres regresar al ducado? ―formuló.
―Si no debes hacer más nada, me gustaría regresar.
―De acuerdo ―asintió con la cabeza.
Patrick le ofreció el brazo y Elizabeth se asió a él. Caminando hacia la salida, la joven giró la cabeza para mirar hacia el sector de las obras de arte y quedó sorprendida cuando no vio más el que le había parecido bonito.
―Oh... ya no está más el cuadro de esa historia de amor.
―¿Cuál? ¿La de los Duques Amantes? ―inquirió con intriga.
―Sí, ese mismo. Seguro que quien lo compró, se le verá precioso en algún rincón de su casa ―sonrió con entusiasmo a pesar de no ser ella la afortunada.
―Estoy seguro que sí ―le regaló una sonrisa.
Al salir y subir ella primero a la calesa, se ubicó con comodidad y pronto fue el turno de Lemacks en hacer lo mismo, él cerró la portezuela y golpeó el techo para avisarle al cochero que emprendiera el viaje al palacio ducal.
―¿La has pasado bien hoy? ―preguntó algo preocupado.
―Sí, estuvo muy linda la salida, te lo agradezco ―admitió con una nueva sonrisa―. Los cuadros eran muy pintorescos.
―Lo que arruinó un poco la salida fue la mujer.
―Fue algo inevitable, algunos se han reído y otros no le han hecho caso. Esto será imposible de contener, en algún momento se sabrá, Patrick ―declaró angustiada.
―Sabremos lidiar con ellos, si se debe saber, pues que así sea ―manifestó sin dudas.
El duque para sacarle una sonrisa quitó el cojín de seda que ocultaba el regalo que tenía para ella. Estaba al lado del asiento que él ocupaba. Elizabeth le llamó mucho la atención de su accionar y después lo miró a los ojos.
―No pensé que comprarías un cuadro, ¿lo pondrás en tu oficina? ―interrogó con curiosidad.
―Me parece que quedará mejor en tu dormitorio ―confesó y le entregó el cuadro en sus manos.
La joven quedó más que sorprendida por aquel detalle por su parte y al tiempo que lo sostuvo en sus manos, comenzó a quitarle el envoltorio. Quedó petrificada cuando vio el retrato frente a sus ojos.
―El cuadro... Patrick... ―habló casi inaudible por la sensación de incredulidad que le produjo verlo―, no esperaba algo así ―lo observó.
―Sé que no pero quise regalártelo porque vi en tus ojos cuánto te agradaba.
―No tenías que hacerlo, en serio, ha sido un regalo demasiado ostentoso.
―Quiero hacerte feliz en la medida que pueda.
―Lo estás haciendo, soy feliz pero no tienes porqué obsequiarme esta clase de presentes.
―¿Te gusta? ―habló con curiosidad.
―Sí, es bellísimo el cuadro.
―Pues entonces, disfrútalo. Es lo único que quiero de ti, que lo disfrutes.
―¿No quieres recibir un beso de mi parte? ―cuestionó con suficiencia y alzando una ceja.
―En el castillo sería ideal ―respondió.
―Estaba creída que no lo pretendías ―dijo mientras se le asomaba una sonrisa.
―Lo hago y lo espero también.
Se relajó sobre el respaldo del asiento acolchonado y estiró un brazo sobre el borde del mismo. Elizabeth ubicó el cuadro a su lado y sonrió de alegría.
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Palacio Ducal de Covent Garden
Una media hora posterior, el carruaje llegó a la entrada del palacio ducal y fue Patrick quien salió primero, ya que no habían llevado escolta en aquel paseo. Él ayudó a bajar a su esposa mientras que sostenía debajo de su brazo el cuadro y en la mano el pequeño bolso de paseos. Pronto entraron a la residencia cuando James les abrió la puerta principal.
―¿Cómo ha sido la galería de arte, milady? ―formuló intrigado y queriendo saber lo que le contestaría.
―Muy hermosa ―sonrió encantada―, un mundo lleno de cuadros.
Patrick y James se rieron de buena manera al escucharla hablar.
El duque quedó prendado de su entusiasmo y alegría, le encantaba verla sonreír y hablar de aquella forma tan apasionada. La muchacha se excusó y subió las escaleras para entrar a su recámara y colocar el precioso cuadro sobre la mesa redonda al lado del hogar a leña y lo apoyó contra la pared. Al lado se encontraba un jarrón con rosas rojas.
La duquesita enseguida bajó a la sala y se dirigió al despacho porque creía que allí lo encontraría.
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Oficina del duque
Y efectivamente estaba sentado detrás del escritorio.
―¿Vienes a entregarme el premio que merezco? ―La miró, se apoyó contra el respaldo con comodidad, cerró los ojos y levantando un poco la cabeza, estiró su boca para que ella lo besara.
A Elizabeth le causó un poco de gracia cómo puso la boca. Se acercó a él y le apretó con los dedos la boca sin hacerle presión mientras reía.
―¿Y mi beso? ―Quedó desconcertado abriendo los ojos.
―Te pareces a Brendan, cuando me pone la boca así para darme un beso en la mejilla, yo termino haciéndole eso ―respondió entre risitas.
―¿No me darás el beso o tendré que robártelo yo? ―insinuó levantándose de la silla y poniéndose a su lado.
La tomó de la barbilla con sus dedos haciendo que lo mirara a los ojos, él se inclinó a su rostro, la observó una vez más y posó sus labios sobre los de la fémina. La duquesita quedó deleitada por el suave toque de su boca. El beso tomó otro color cuando ella se ubicó mejor frente a él y enredó los brazos en el cuello masculino. Patrick la tomó por la cintura atrayéndola más contra su cuerpo.
Para Elizabeth, el duque le desequilibraba todo su tranquilo mundo cuando estaba cerca, cuando la besaba y cuando la tocaba. Sentía que lo respiraba.
―No me habría molestado que tú iniciaras el beso, a veces está bien eso. Es una demostración de afecto de la esposa hacia su marido, aparte estamos solos y no tienes porqué avergonzarte.
―Entiendo. ―Lo miró y pasó sus manos por su amplio pecho―. ¿Conforme con el beso de agradecimiento?
―Sí ―afirmó―, ¿dónde ubicaste el cuadro?
―En la mesa redonda al lado del hogar a leña.
―Es un buen lugar ―confirmó besando su frente y el olor de la esencia de rosas le inundó la nariz haciendo que cerrara por un momento los ojos para deleitarse de placer.
Patrick no pensaba con claridad cuando estaba a su lado, el perfume lo envolvía y solo le hizo pensar una cosa. Que si de aquella manera olía, también quería probarla, y estaba seguro que se volvería loco con el sabor.
―¿Qué te parece si mañana desayunamos en el invernadero? ―sugirió él separándose un poco de ella y sosteniéndola de los brazos.
―¿Quieres ver el amanecer? ―formuló sin darse cuenta del todo, solo por hacerlo.
―Podríamos si tú quieres.
―Sería demasiada molestia para los demás.
―No sería ningún problema. Ellos están dispuestos a hacer lo que tú les digas, te tienen mucho aprecio.
―Aún así, es sacarlos de sus camas muy calentitos dos horas antes de lo habitual. Y no me parece justo para ellos.
―¿Entonces? ―Levantó una ceja sin dejar de mirarla.
―Se me ocurrió una idea. ―Sonrió sin mostrar los dientes y poniendo el índice sobre la barbilla y observándolo con atención.
Lemacks la miró con mucha incertidumbre.
―Habla.
―Prepararemos nuestro desayuno.
―¿Tú?
―Y tú también. Vas a aprender ―esta vez la sonrisa fue amplia.
―Oh no ―dijo negando con la cabeza también.
―Oh sí, señor ―rectificó asintiendo con la cabeza―, sí milord, usted también pondrá las manos en actividad para preparar su desayuno, nadie lo verá, si eso le asusta ―respondió con ironía y risas.
―No me preocupa eso, me preocupa que no sé hacer nada ―se rascó la frente.
―¿Y para qué estoy yo? ―Levantó la barbilla y lo desafió.
―Estás para volverme loco ―apoyó sus manos en el escritorio teniendo a su esposa entre medio de los brazos.
Ella se rio con sutileza.
―Si pretendes que te ayude con el desayuno, yo quiero algo a cambio ―sus ojos azules la observaron con atención.
―¿Qué desea milord?
―No hagas que te lo diga... ―su voz sonó susurrante―. Por el momento, quiero que aceptes un paseo a caballo después de la merienda.
―De acuerdo. Etérea dará un lindo paseo mañana.
―Lo daremos con Misterio, tu yegua se quedará a descansar.
―¿Acaso quieres pasear en un solo caballo? ―cuestionó casi con asombro.
―Acertaste. ―Sonrió con picardía.
―Bueno... está bien.
Patrick se acercó a sus labios de nuevo y ella lo sujetó de las mejillas para besarlo antes que él lo hiciera. El hombre quedó muy conforme ante el gesto.
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Cocina del castillo
A las cinco de la madrugada, la pareja estaba metida en la cocina y mientras Elizabeth preparaba los ingredientes para hacer panecillos, él estaba apoyado sobre un estante y bostezando.
―Si quieres despabilarte, vas a tener que ayudarme a amasar.
―Tengo un poquito de sueño.
―Va a ser mejor que te despiertes, no vaya a ser cosa que te diga que no en el paseo de hoy por la tarde ―notificó mientras integraba todo con una mano.
Lemacks se cacheteó para despertarse y ella no pudo evitar reírse.
―No estás acostumbrado a levantarte temprano, aunque... el otro día lo hiciste, el día cuando apareció la ligerita aquí.
―Tienes razón pero anoche me quedé hasta tarde leyendo.
―Pensé que leeríamos juntos.
―Ésta noche lo haremos.
―Con el sueño que tienes ahora, dudo que te quedes en pie hasta después del horario de la cena.
―Me echaré una siesta antes del paseo y así estaré como nuevo posterior a la cena. Estaré muy despierto para ti ―respondió entre susurros.
La duquesita trató de no prestarle tanta atención a sus seductoras palabras.
―Procura estar despierto ahora y presta atención ―le dijo con seriedad.
―¿Qué quieres de mí? ―inquirió con un tono más sugestivo.
―Que hagas bollitos. Te mostraré cómo tienes que hacerlos ―contestó.
La muchacha amasó un pequeño pedazo de masa y fue redondeándolo hasta formar con ambas manos un casi bollito perfecto.
―Así debes hacer los demás.
―¿Toda la masa? ―Abrió más los ojos y sin darse cuenta se manchó de harina la frente.
Elizabeth se rio cuando lo vio.
―Me parece que sigues dormido, pero no tu lengua, porque no frenó un segundo para insinuar cosas.
Patrick se había terminado por despabilar del todo y metió sus manos en el saco de harina que estaba sobre la mesa cuadrada, se acercó a ella con sigiló pero la duquesita comenzó a rodear la mesa.
―¿Por qué te escapas? No tengo intenciones de hacerte nada ―rio por lo bajo y alzando una ceja mientras la miraba con picardía.
―No estoy escapándome.
Cuando ella marchó hacia la salida, la interceptó y la arrinconó contra la encimera, y él aprovechó en pasar sus manos con harina por su rostro y luego, le dio tiempo para sujetarla de las mejillas y besarla. Las risitas de ambos resonaron contra los besos que se daban, hasta que alguien carraspeó detrás del duque. Era Bertha, la cocinera.
―Buenos días ―acotó con una apretada sonrisa.
La cocinera estaba un poco incómoda al encontrarlos así.
―Buen día Bertha, ¿cómo amaneciste?
―Muy bien milady, ¿y ustedes?
―Madrugadores ―respondió el duque―, Elizabeth decidió que aprendiera a hacer panecillos ―sonrió con una voz cantarina.
―Vamos a ver cómo le salen ―dijo la joven y se separó de él para poner la masa sobre una bandeja y llevarla al horno―. Hemos decidido desayunar en el invernadero.
―¿Quieres que ponga la vajilla en el carrito y lleve todo allí? ―preguntó la señora.
―Lo hacemos juntas.
―Lo haré yo, soy más práctico con eso que para hornear.
―De acuerdo ―habló la duquesita.
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Jardín de invierno
Para las seis pasadas de la mañana los dos estaban desayunando dentro del invernadero, en el sector donde se encontraban las rosas y frente al gran ventanal que daba al horizonte donde despuntaba el sol.
―Maravilloso, ¿verdad? ―cuestionó él acerca del amanecer.
―Sí, pero me quedo con el atardecer, tiene algo romántico que lo hace único.
―Te gustan los colores, ¿no es así pimpollo rojo?
Su pregunta no fue para nada seductora sin embargo para Elizabeth la sintió tan así que le recorrió un escalofrío de placer y su piel se erizó.
―Sí ―admitió con una encantadora sonrisa y en sus manos sostenía la taza de té para luego beber de ella―. Es como la luna, es romántica también.
―Así es.
―Te han salido muy bien los panecillos, el sabor es muy rico ―respondió con una enorme sonrisa.
Patrick tomó la mano de su esposa que tenía al alcance y besó el dorso mientras la miraba.
―Gracias.
―Creo que gracias a ti por haber aceptado amasar, supongo que otro en tu lugar ni le prestaría atención a las ocurrencias de su esposa.
―¿Lo dices porque es muy poco común que un hombre como yo haga eso?
―Claro.
―Estamos en el territorio ducal, podemos hacer lo que queramos.
―¿Cómo haber bailado Bransle el día de nuestra boda? ―Abrió más los ojos sorprendida de aquel día.
―Exacto ―dijo con firmeza y volvió a besar su mano―. Hablando un poco de eso pero no refiriéndome a algo sino a algunos, ¿has estado hablando con tus padres vía telefónica? ―quiso saber poniendo la mano femenina en su mejilla.
―No siempre, había acordado ciertos días pero dejé de llamar.
―¿Por qué? ―formuló asombrado.
―No he querido sumarte un gasto más.
―Que llames a tu familia yo no lo veo como un gasto de más. Me extraña que me digas eso, estaba creído que los llamabas. Elizabeth sabes que puedes llamarlos cuantas veces quieras.
―Lo sé.
―¿Entonces? De todos esos días que me ausenté, ¿cuántas veces los has llamado?
―Ninguna vez. Estaba muy angustiada como para llamar y no quería preocuparlos por si me escuchaban rara.
―Entiendo ―asintió con la cabeza también.
De a poco fueron terminando el desayuno y regresaron al interior del palacio.
―Debo dejarte unos momentos, tengo trabajo ―replicó besando su frente.
―Ve tranquilo, nos veremos luego ―sonrió.
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Interior del castillo
Posterior al almuerzo y antes de que Patrick decidiera echarse una siesta para luego ir a pasear con la duquesita y Misterio, una carta le fue entregada a él por James.
―¿Quién la envía?
―No lo sé, la han dejado, solo tiene sus iniciales milord.
El duque la tomó en las manos y la abrió. Sus ojos se agrandaron un poco más.
―Pronto jugaremos sucio ―apostilló con firmeza mientras doblaba la nota y la guardaba en el sobre.
―¿De qué habla milord? ―preguntó intrigado el mayordomo.
―¿Recuerdas a Claire? ―interpeló y él asintió con la cabeza―, me está amenazando, estoy muy seguro que la ha mandado Roseanne, porque ella no sería capaz de algo así, la está manipulando muy bien y a su antojo, si quiere jugar, lo haremos pero a mi modo ―sus palabras resonaron con seriedad absoluta.
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Planta alta
Se giró en sus talones y llevando consigo la carta, subió las escaleras para entrar a su recámara e intentar dormir, pero cuando se quitó el calzado, el saco y el chaleco, y se recostó en la cama, lo único que pudo hacer fue pensar en lo que decía la misiva y en lo que estaba decidido a hacer.
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