🌹 17 🌹

Despacho del duque

Durante lo que restaba de la noche continuaron jugando, hasta que él hizo trampa en el medio de la partida final. Ella quedó petrificada ante aquel cambio de estrategia.

―¿Acaso vieron mal mis ojos o me has hecho trampa en mis narices? ―cuestionó indignada.

―No... para nada, es más que seguro que tu vista no esté tan nítida con lo que bebiste ―comentó intentando ser serio.

―Si serás embustero ―replicó enojada―, tan solo un sorbo bebí y no estoy borracha. Aquí, tú eres el aficionado a las bebidas... ―contestó dejando en el aire el comentario.

―Directa ―levantó una ceja mientras la miraba a los ojos―, tan directa que... me dejas sin palabras ―se acercó un poco más a ella―, tan directa que... más me siento atraído hacia ti, Elizabeth ―confesó sin dejar de observarla.

La joven tragó saliva de nervios que sentía, sobre todo en la boca de su estómago.

―Seductor, milord ―dijo entre risitas y él aprovechó para abrazarla por la cintura y darle un beso detrás de la oreja.

Elizabeth suspiró de deleite y se lo quedó mirando de reojo.

―Esos ojos que tienes me debilitan, Eliza ―expresó con honestidad en su voz.

La duquesita volvió a quedarse falta de palabras.

―Creo que mientras me decías lindas palabritas, tú aprovechabas en hacerme trampa ―remarcó con ironía al tiempo que levantaba las cejas tratando de concentrarse en la siguiente jugada del tablero―. Me dejaste sin saber qué hacer ―puso los ojos en blanco.

―¿De qué hablas? ―casi se rio con la pregunta.

―No te hagas... hablo de la partida, me dejaste sin poder hacer algún movimiento, y si lo hago, terminaré perdiendo.

―¿Y creías que te iba a dejar ganar? ―cuestionó con sarcasmo―, ni lo sueñes, duquesita. Me gusta que pierdas para ver cómo refunfuñas, las expresiones de tu rostro son un regocijo para mí.

―Qué considerado de su parte, milord ―contestó sintiéndose falsamente ofendida.

No pudo evitar soltar una carcajada cuando este la miró sorprendido y desconcertado. Trató de volver a acercarse más a su esposa sin que esta se diera cuenta, pero Elizabeth intuía todos sus movimientos.

―¿Qué intentas hacer? ―Levantó una ceja.

―Besarte.

―Si serás un cretino ―rio por lo bajo mientras lo empujaba con su hombro para que dejara de acercarse a ella.

―¿Por qué te resistes? ―formuló intrigado.

―No me resisto, me pones nerviosa ―confesó sin poder evitarlo.

―¿Te pongo nerviosa? ―Abrió más los ojos―. ¿De qué tienes miedo? ―quiso saber sujetando con firmeza pero con suavidad su brazo más cercano para que lo mirara.

―De nada ―tragó saliva con dificultad.

―Si no sería de nada, como tú dices, ¿entonces por qué tiemblas? ―Clavó la mirada en ella.

―Me pones nerviosa porque... siento que me sofocas, me dejas sin aliento y no quiero sentirme así, me siento una débil cuando estoy cerca de ti ―admitió con resignación.

―¿Y eso es malo para ti? ―interrogó sorprendido.

―No sé si lo es pero no me gusta sentirme así, cada vez que te acercas pienso que me consumirás y no hablo de algo más íntimo como tener relaciones ―miró en un punto fijo sin poder mirarlo a la cara por vergüenza.

―Me miras, Elizabeth ―tomó su barbilla entre sus dedos y giró la cabeza para que lo observara―. ¿Qué pasa por tu cabeza? ¿En qué piensas? ―la instó a decírselo.

―No pienso en nada, no insistas por favor, ya te he dicho demasiado y no quiero seguir.

―¿Es por la situación que me has contado de lo que intentó hacerte ese hombre? ―formuló con interés―. Estaba creído que era por eso cuando aclaramos la discusión anterior.

Patrick necesitaba que la joven confiara en él, y estaba dispuesto a dejarle saber y ver que no era ese hombre.

―¿Quién es? ―preguntó con énfasis.

―Ya no tiene importancia.

―Pero para mí sí la tiene. Porque me disgusta que te pongas así cuando me acerco a ti, a mí tampoco me gusta que me tengas miedo, que te sientas confundida, que siempre me esquives, lo encuentro incómodo yo también ―replicó diciéndole la verdad.

―Siento que me presionas.

―No te estoy pidiendo que consumemos el matrimonio, me quedó claro esa noche, lo que te pido es que me permitas que me acerque más a ti, por el momento no pido nada más y sé que me costará demasiado llegar a ti porque sé qué tan confundida o cuán nerviosa te pones ―dijo con resignación.

―Lo siento... me gustaría no sentirme así pero termino reaccionando así.

―Piensas demasiado, eso sucede.

―Sí, es posible que sea eso y por consiguiente termino con todos esos pensamientos estructurados.

―Es bueno que lo reconozcas ―admitió el duque mirándola con suma atención.

Su masculina voz sonó directa y seria, y la francesita creyó sentirse devastada. Ante aquellas palabras, prefirió levantarse e irse a dormir. Estaba segura que era lo mejor.

―Creo que será mejor que me vaya a dormir.

―¿Acaso escapas como una cobarde? ―su tono de voz fue molesto.

Elizabeth quedó estupefacta ante su pregunta, no se la esperaba porque era verdad lo que le había inquirido.

―Prefiero refugiarme en la alcoba antes que seguir mirándote.

―¿Te doy asco? ―preguntó indignado.

―No y no preguntes de nuevo lo mismo ―dijo enseguida y lo observó a los ojos―, la palabra asco está muy lejos de lo que siento cuando te miro.

―Necesito saber qué sientes cuando me miras, por favor ―la animó a confesárselo.

―Me... abrasas, es como fuego.

El duque quedó sorprendido y satisfecho con lo que ella le había confesado, pero no dijo nada, no quería asustarla más y ni tampoco incomodarla de nuevo. Pero no pudo evitar responderle con su voz masculina y atrayente, aquella que Elizabeth sentía que la envolvía en su encanto y en un halo de misterio, atracción, y seducción.

―¿Y por qué no dejas quemarte? ―cuestionó acercando su boca a la suya manteniendo su mano sobre la mejilla femenina―. Y yo tampoco me estoy refiriendo al sexo, duquesita ―clavó la mirada azul en el color verde de ella―. Entendí bien que no quieres consumar el matrimonio por el momento, pero... podemos consumar nuestra relación de otra manera ―confesó rozando sus labios contra los de la muchacha―. Y ahora que estamos casados, lo podemos hacer más seguido y cuando queramos.

―¿Cómo? ―preguntó más que asombrada y abriendo más los ojos.

―Así...

La devoró... la sintió y la degustó con total libertad. Como quiso, despacio e intenso, aspirándola, envolviéndose ambos en el perfume de rosas de la duquesita. Patrick la sujetó con suavidad de la mandíbula para tener más acceso a su boca, la mano fue hacia la nuca y ella creyó derretirse en sus brazos, la joven por su parte enredó los brazos y saboreó el dejo de brandy en el interior del duque. La joven sentía que toda su piel vibraba. El cuerpo de los dos por un instante se debilitó y antes de caer sobre la cara alfombra, él tomó el cojín del sillón individual y lo ubicó en la cabeza de la joven para que estuviera más cómoda. La francesita quedó con los nervios a flor de piel, lo miró con fijeza, impregnándose de su mirada penetrante, aquellos ojos que la observaban con anhelo, y devoción.

El duque vio la manera en cómo ella respiraba, su pecho bajaba y subía con algo de rapidez, y trató de calmarla.

―No voy a hacerte nada, debes estar tranquila. Si habría sido que tenía intenciones de intentar hacerte algo que no querías, te lo habría exigido pero no soy así. Y tú serás la que decida estar conmigo ―confesó con sinceridad.

De a poco fue acercándose a su rostro, y lo quiso hacer con lentitud para no espantarla, porque ya de por sí, estaba intranquila. Cuando solo apoyó su boca contra la de ella, Elizabeth que había optado por cerrar los ojos, decidió abrirlos en ese instante. Quedó petrificada al verlo a él con los ojos abiertos también mientras la besaba, la perforaba con aquel azul profundo por el fuego del hogar a leña, un azul oscuro que parecía no tener pupilas, y la joven quiso mantener la mirada también. Y aunque lo intentó, no pudo resistirlo más, tuvo que volver a cerrarlos por vergüenza, por miedo, por dudas, por todo. No quería sentirse como se sentía con él. No quería ser débil por amor. Había vivido un encuentro muy desagradable con otro hombre de la misma nacionalidad que la del duque, y saber que su esposo la estaba tocando y besando como lo hacía era difícil de creer. Era diferente y no había comparación alguna, pero tan solo pensar que compartían país de origen y títulos nobiliarios, ponía en duda los pensamientos de la joven. No podía concebir que la clase de hombre que era Patrick, podría llegar a amarla, y ni siquiera se daba cuenta que ponía en peligro todo lo que tenía.

Y a pesar de los obtusos pensamientos que ella tenía, su corazón anhelaba otra cosa, algo verdadero, algo por amor.

―¿Aceptas que continúe besándote? ―preguntó observándola, ella solo asintió con la cabeza.

El duque la miró atentamente a los ojos y estos le dijeron en silencio cuánto le estaba gustando, pero también cuán asustada, nerviosa e intranquila se sentía en aquella situación bajo su enorme y macizo cuerpo. Le besó la punta de la nariz, los párpados cerrados, la frente y por último la boca otra vez, el gesto que tuvo, dejó a Elizabeth pasmada y anhelando más cosas junto a él. Quería ser amada, respetada y sobre todo, quería que le fuera fiel.

Lemacks estaba tan a gusto junto a ella que de a poco fue besando su barbilla, la garganta y el cuello, hasta besar con lentitud el hombro semidesnudo, y parte de su pecho. La duquesita quedó en blanco, y bajó la vista para mirarlo con atención, Patrick la estaba observando también una vez más, mientras ella sentía cómo pasaba su labio inferior por el borde del escote del vestido, rozándole la piel, una ola de calor en su estómago se instaló y descendió entre sus piernas. Estaba aterrada y no quería sentirse de aquella manera.

Patricien... ―susurró con algo de desesperación en su voz.

―Lo sé, duquesita ―dijo él, ascendiendo con un reguero de besos hasta terminar en sus labios.

―Quiero salir de aquí... por favor ―el hombre ante aquellas palabras, no pudo obligarla a que se quedara junto a él, se ubicó a un lado, y dejó que se acomodara mejor cuando estuviera sentada.

―Elizabeth... ―la nombró pero luego calló―. Ve a dormir, será lo mejor, buenas noches y descansa.

Sabía que diciéndole algo, iba a ser todo en vano y por tal motivo prefirió callarse.

Ella como pudo se levantó y salió casi corriendo de allí, su actitud lo dejó con un sabor amargo en la boca, y se mordió el nudillo del dedo índice de rabia. Se acostó con la espalda contra la alfombra y la cabeza sobre el cojín, y pensando se quedó dormido. La noche fue larga y pesada, y James lo encontró durmiendo allí la siguiente mañana.

―Buen día, milord ―respondió el mayordomo ante la mirada confusa que le dedicaba su patrón.

―James... buenos días ―bostezó y se estiró.

―¿Ha dormido aquí? ―preguntó sorprendido.

―Sí, me quedé dormido, ¿qué hora es? ―Se restregó los ojos.

―Las siete, estaba a punto de correr las cortinas, pero veo que ni eso debo hacer hoy ―abrió más los ojos estupefacto.

―Ya ves que no ―se levantó del piso―. Me duele todo, sobre todo la espalda.

―Muy normal, no es un colchón el piso, milord.

―Acertado tu comentario, James ―dijo irónico―, no sé si iré a dormir unas horas más ―se rascó la nuca.

―Entonces aproveche, ¿hoy no tiene ningún asunto?

―No, recién por la tarde, creo que ni siquiera desayunaré, hasta luego.

―Descanse, milord. Nos veremos más tarde.


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Corredor de la planta alta

El encuentro que tuvieron en el pasillo de la planta alta, fue sorpresivo porque ninguno de los dos esperaba verse. Ella quedó de piedra al verlo, se lo veía incómodo y ojeroso.

―Buen día, ¿te encuentras bien? ―quiso saber.

―Buenos días, Elizabeth. Sí, aunque un poco cansado y con dolor de espalda ―afirmó―. ¿Y tú? ―preguntó mirando su rostro cansado también y con unas ojeras imperceptibles.

―Bien también pero no pude dormir bien yo tampoco ―admitió con incomodidad.

―Vuelve a dormir un rato más, yo lo haré.

―Ve tú... no te preocupes por mí.

Él solo asintió con la cabeza y se dirigió a su dormitorio.


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Ducado de Covent Garden

Durante todo el día, la joven quedó haciendo bordado algunas veces para no aburrirse, leyó un buen rato, y comió las dos comidas, desayuno y almuerzo. Cuando decidió caminar por los alrededores del castillo para no aburrirse otra vez, Mary, una de las empleadas que se encargaba del cubertero, se acercó a ella para entregarle sobre una charola de plata, una misiva.

―Disculpe, milady, acaba de llegar. No tiene remitente ―explicó y ella la tomó en sus manos con curiosidad.

―¿Es para mí? ―interrogó asombrada.

―Sí, el joven que la entregó dijo expresamente que debía ser entregada en sus manos.

―Gracias ―respondió, ya con miedo de leer lo que había dentro.

―Con su permiso, milady ―hizo una reverencia.

―Mary, no quiero reverencias ni que me hables con formalidad, ya te lo he dicho, por favor.

―Perdóname, Elizabeth... es la costumbre ―sonrió con sutileza y se retiró de allí.

La muchacha abrió la carta y comenzó a leer.


El nuevo y estrenado título nobiliario le queda demasiado grande a una insulsa y venida a menos como tú. El duque jamás podría llegar a amarte, menos a una mugrienta que ahora se cree la perfecta dama refinada y pulcra.

Si hubiera puesto las iniciales, nunca habrías abierto la carta, y si no quieres que continúe enviándote estas misivas, será mejor que me respondas para un nuevo encuentro entre las dos.

RS.


Elizabeth casi se desmaya cuando terminó de leer la carta, no podía creer que la examante de su marido le estuviera enviando una inmunda carta porque quería reunirse con ella otra vez. Si quería pelea, se la iba a dar.

Se encaminó hacia la entrada trasera del palacio, y se dirigió al despacho de Patrick para escribirle una respuesta a la ligera de Roseanne.


🌹🌹🌹


Oficina del duque

Acomodó todo y se dedicó a redactar la carta. Las palabras fueron muy directas y mínimas.


No tengo nada de qué hablar contigo. Es más, ya tuvimos un altercado en el ducado cuando te presentaste sin ser invitada, y ya viste que no terminó bien... Puedes continuar enviándome cuantas cartas quieras, pero no tengo intenciones de reunirme de nuevo contigo. No tenemos nada en común, salvo... el desliz de mi ahora marido, cuando te frecuentó.

EL.


Cuando terminó, la selló y le pidió a Zack, el leñador, que le hiciera un favor.

―Es posible que lo encuentres extraño, pero sé que a ti, James no te ve tan seguido como a los demás, ¿podrías enviar esta carta a la residencia de los Smith? Tiene que ser entregada en las manos de Roseanne.

Milady ―ella lo miró atenta―, disculpe, Elizabeth... haría lo que fuera por ti pero no me pidas que haga esto, si James se entera...

―No se enterará, nadie dirá nada, ni yo... la carta que me envió no tiene remitente, así que...―dejó las palabras suspendidas.

―De acuerdo ―asintió con la cabeza también.

Ninguno de los dos, supo que el mayordomo estaba viéndolos por la ventana del hall y enseguida se encaminó hacia la oficina de milord. Sabía que algo raro estaba pasando frente a sus narices y debía averiguar qué era. La duquesita era una joven extraordinaria, y no quería que se enfrentara a la arpía de Roseanne una segunda vez, no merecía ser humillada, porque sospechaba que la carta que ella le había entregado a Zack, tenía un remitente anterior. Y cuando miró el escritorio, vio la misiva abierta y las iniciales de la mujer. La tomó en las manos y la leyó, apretó los labios en una línea recta ante las palabras hirientes de la examante de su milord.

En esa misma tarde, las dos mujeres se enviaron cinco cartas en total, dos de Elizabeth y tres de Roseanne, dejando con una respuesta en el aire a esta última.


Vaya... la cerda refinada tiene una escritura perfecta y rica en vocabulario. ¿Acaso te enseñó todo eso el duque antes de casarse contigo? No me lo creo... Nunca podrás estar a la altura de una dama de buena cuna, como yo.

RS.


Si ser una dama de buena cuna como tú, implica acostarse con hombres ajenos... pues, prefiero ser quien soy. Tengo la consciencia muy limpia... algo que estoy más que segura que tú no tienes.

EL.


Te conviene tener nuevamente una reunión de mujer a mujer... no sea cosa de que... por esas casualidades comience a ventilar ciertas cosas que sé y que te implican...

No tienes respaldo masculino y el duque no es de los hombres que ceden sus cosas sin obtener algo a cambio.

No seas tan ingenua en creerte las cosas que te dice. El duque de Covent Garden es frío y canalla, es hombre... es un hombre inglés con todas las letras, jamás cambiará y ni mucho menos por alguien como tú, una cerda asquerosa que ahora se cree la dueña y señora del ducado, ahora que estás con finas ropas y más limpia que el agua de río, crees que eres importante, pero solamente eres una pobretona. Siempre le darás asco. Siempre le darás lástima. Y jamás te respetará. Jamás te amará.

RS.


En aquel momento, apareció James dentro del despacho.

Milady, ¿te encuentras bien? ―cuestionó intrigado.

―¡James! ―gritó sorprendida y escondiendo la carta por detrás―. No te oí entrar, ¿necesitas algo? ―su voz sonó desequilibrada.

―No, nada... ―contestó observándola nerviosa―, ¿segura que te encuentras bien?

―Sí, sí. No te preocupes por mí.

―Tú, sabes que puedes decirme lo que quieras, ¿verdad? Y aunque decidiste que nos dirigiéramos a ti de manera informal, te respetamos y hacemos lo que nos pidas ―ella asintió con la cabeza―, entonces, ¿qué sucede? Desde la hora de la siesta te noto intranquila y vienes, y vas del despacho a la entrada del castillo. Necesito saber qué sucede contigo.

―No me pasa nada, James... por favor, quisiera resolver este asunto yo sola, si no te molesta.

―¿Tú confías en mí? ―preguntó y ella asintió con la cabeza―. Pues entonces, deberías contármelo.

La duquesita entre el temor de que era posible que se enterara Patrick, y el querer dejarle saber de la carta, optó por la segunda opción. Dejárselo saber al mayordomo también.

―He decidido no volver a responderle ―comentó incómoda.

―No le respondas nada más. Será lo mejor, ella solo quiere disturbarte y que le sigas el juego, no caigas Elizabeth, por favor y tampoco te reúnas con ella ―casi se lo imploró―. El día que irrumpió aquí, fue terrible.

―Varias veces pensé en acordar un encuentro con ella, solo para terminar lo que empezó.

―Lo sé pero eso sería dejárselo todo más fácil y Roseanne no es una mujer de fiar. Todo lo que hace, lo hace por interés y para sacar provecho de la situación.

―Eso está más que claro.

―Entonces, si lo sabes, no le vuelvas a responder y mucho menos conciertes una reunión con ella ―confesó mirándola a los ojos.

―De acuerdo. No responder. No reunión ―replicó con voz firme.

―¿Crees las cosas que dice del duque en esta carta? ―La miró atentamente.

―Si las hubiera creído, supongo que no habría aceptado casarme con él, aún cuando era posible que corriéramos el riesgo de perder el techo donde vivíamos.

―Te suplico que no le creas nada. Estas palabras son...

―De una mala mujer, se nota que está rabiosa.

―Entonces... no le hagas caso.

James le entregó la carta y ella al doblarla, se la guardó.

―Recomiendo que la termines quemando —expresó el valet.

Patrick quien bajaba las escaleras, escuchó las últimas palabras de su mayordomo.

―¿Qué debe quemar, Elizabeth? ―preguntó con curiosidad.

―Nada, una tela que se me terminó rompiendo y no tiene arreglo ―habló con ligereza en sus palabras.

―Pídele a Anne que te haga lo mismo pero no la quemes ―la expresión en el rostro de la joven, le indicó a Patrick que no se trataba de una tela como bien se lo había comentado―. Me estás mintiendo ―tanto el mayordomo como Elizabeth quedaron sorprendidos―, vayamos a la oficina.

―No ―negó incluso con la cabeza.

―Si te lo estoy pidiendo es porque en verdad quiero hablar a solas contigo, si no me lo vas a decir, se lo preguntaré a James ―dijo y este puso más recta la espalda mientras abría más los ojos.

―¿Por qué?

―Porque quiero saberlo todo, hasta cuando vuela una mosca.

―Eso es controlar.

―Eso es también prevenir y si no me lo dices, se lo sacaré a James, él sabe todo, incluso debo informarte que es mi mano derecha.

―¿Terminarías diciéndoselo si yo no se lo digo? ―se dirigió al hombre entre ellos.

―Me comprometes, milady... Te respeto mucho, pero si milord necesita saberlo, pues... se lo diré.

El duque arqueó una ceja al tiempo que la miraba satisfecho. Enojada como estaba, sacó detrás de la cintura de la falda la asquerosa carta y se la aprisionó con rabia sobre las manos a Patrick.

―Fíjate lo que harás con tu examante... puedo ser lo que escribe en esa carta pero no merezco tanto odio ―respondió.

Antes de que el hombre abriera la carta, fue James quien se la sacó de las manos.

―Usted disculpe, milord, pero me parece que lo más conveniente será quemar la carta ―sugirió.

―Estoy de acuerdo con él ―admitió Elizabeth.

―Tarde o temprano vas a decirme todo, duquesita.

Lo cierto de todo era que la joven no quería estar a solas con él, en ningún sitio porque sabía cuán débil se ponía bajo los encantos del duque sin siquiera él seducirla, tan solo mirarlo y estar cerca la hacían la mujer más blanda del mundo. El duque de Covent Garden era atractivo en estado puro.

Elizabeth salió frente a los ojos de ambos, dirigiéndose a la parte trasera del palacio para encaminarse hacia el invernadero. Cuando su mayordomo y él quedaron solos, se miraron.

―¿Me lo vas a decir tú?

―Lo único que le puedo decir, milord es que... tenga cuidado con Roseanne ―le advirtió.

―Tiene que ver con la carta, ¿verdad? ―afirmó el duque y James asintió con la cabeza―. Me va a obligar a ventilar la lista de hombres y de mujeres que tiene también.

―Usted está en esa lista también, milord. Me parece que se va a poner en una situación comprometedora y a Elizabeth la dejará expuesta.

―Prefiero que sepan quién es antes que la furcia la siga molestando, no tiene derecho alguno... debo proteger lo que quiero y a quien quiero es a la duquesita.

James solo asintió y estuvo tentado a sonreír ante las palabras de su amo, pero se contuvo, estaba contento por dentro al escucharle decir aquellas sinceras palabras.

El duque sin decirle algo más, se giró en sus talones y caminó derecho hacia el invernadero.


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Invernadero del ducado

El interior del lugar se encontraba en silencio, y con unos hermosos colores que reflejaba la luz del sol al atardecer. Divisó el cuerpo de la joven de espaldas a él y se acercó con cautela.

Cuando se acercó más, se sorprendió de escucharla llorar con angustia y tristeza, y aunque sabía que posiblemente ella lo evitaría, la abrazó por detrás rodeando todo su cuerpo y brazos entre los brazos masculinos y posó su barbilla en la cabeza de la joven. Era tan alto que la abrumaba.

―¿Vas a contarme sobre la carta? ―formuló y sintió el cuerpo de la muchacha tensarse de nervios entre sus brazos.

Ella negó con la cabeza.

―Elizabeth... ―se puso frente a ella―. Vas a tener que decirme las cosas, deberás confiar en mí en algún momento para solucionar las cosas... pero veo que todavía no estás dispuesta a depositar tu confianza en mí ―la observó sujetándola de las mejillas y besando su frente.

―Odio sentirme así.

―¿Cómo?

―Una débil cuando estoy cerca tuyo...

Patrick sonrió en su pelo al tiempo que volvía a abrazarla.

―No tiene nada de malo que te sientas así... Escúchame ―volvió a sostenerla de las mejillas para que lo observara―, hoy no podré, pero mañana si tú quieres podríamos ir a la muestra de arte que se realiza en la ciudad... En media hora debo reunirme con un par de nuevos negociantes y por el horario, llegaremos tarde, así que podríamos ir mañana. ¿Qué te parece? ―sugirió sonriéndole.

―De acuerdo ―asintió con la cabeza también.

Lemacks intentó darle un beso pero ella se apartó de él. Se dedicó a regar un poco las flores que estaban a su alrededor y olerlas también. El duque quedó confundido y decepcionado al mismo tiempo.

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