🌹 16 🌹

Recámara de la duquesita

La mañana del siguiente día, Clarissa abrió las cortinas del cuarto de la muchacha y ella se dio vuelta para continuar durmiendo. La noche anterior había quedado despierta hasta cuando la luna quedó por la mitad en el cielo.

―Buenos días, duquesita ―habló con cariño su doncella.

―Buen día, Clarissa... ¿qué hora es?

―El reloj del salón marcaba las ocho de la mañana cuando estaba subiendo las escaleras ―comunicó mientras vertía agua dentro de la palangana―. Te ayudaré a vestirte. ¿Has podido comer algo anoche? Ahora que ha vuelto, ¿pudieron hablar?

―He comido algo y sí, pudimos hablar pero no me perdona aún. Y tengo miedo que jamás lo haga ―dijo con pesar.

―Ya verás que pronto se ablandará ―contestó con una sonrisa para reconfortarla.

―¿Y el duque? ―Su lengua pudo más que su mente.

―Desde muy temprano se ha ido ―la miró con atención a los ojos.

―¿Sabes por qué? ¿Ha dicho algo? ―Quiso saber con interés.

―Lo siento, duquesita. Esas cosas deberías preguntárselas a James ―respondió.

Enseguida salió de la cama y con ayuda de Clarissa, la joven terminó por vestirse en tan solo veinte minutos.


🌹🌹🌹


Planta baja del ducado

Cuando bajó a la sala, le dieron los buenos días la servidumbre y James.

―¿Sabes dónde se encuentra milord? ―cuestionó ella.

―Me temo que no lo sé, lo único que sé es que ha salido desde muy temprano y desayunó algo muy ligero.

―A ti todo te lo cuenta, ¿cómo es posible que no lo sepas? ―casi preguntó con histeria, pero se contuvo, incluso impuso la informalidad―. ¿Te molesta que me dirija a ti de manera informal?

―Para nada, duquesita.

Al mayordomo le pareció lo más gracioso que había visto la manera en cómo la joven preguntaba por milord y las expresiones de su cara lo decían todo. Estaba tan encantada con él, que ni ella misma se daba cuenta.

―Y te pido mis disculpas, milady pero cuando yo desperté, él ya se había retirado del ducado ―confesó y luego de una reverencia continuó con sus labores.

Durante todo el día estuvo intrigada dónde habría ido su marido, y su mente no podía dejar de pensar en la noche anterior, tenía miedo que Patrick terminara yendo al burdel.


🌹🌹🌹


Salón de té del ducado

Dentro del saloncito de color lila y mientras ella estaba bordando un pequeño lino para coserlo sobre un almohadón de raso de su recámara, una de las sirvientas se presentó allí.

―Duquesita, hay alguien que quiere verla.

―¿A mí? ¿Quién? ―interrogó levantándose del sillón y dejando el bordado a un lado.

―Lady Roseanne.

―Dile que no me encuentro ―anunció―, por favor Mary, dile eso.

―Muy bien, milady. Con su permiso ―dando una inclinación de cabeza se giró en sus talones.

―Como sabía bien que no me ibas a recibir, les ahorré el trabajo a la servidumbre ―sonrió con falsedad.

―¿Qué quieres? No eres bienvenida aquí ―la enfrentó.

―Ya veo cómo un título nobiliario cambia a las personas, sobre todo a una campesina ―manifestó y la joven quedó de piedra―, averigüé de ti y me llevé una gran sorpresa cuando supe que eras la hija del encargado de los campos de Patrick ―estalló en risas―, nunca hubiera creído que el semental del duque caería tan bajo en elegir a una insípida como tú para que sea su esposa ―el desprecio por ella se notaba en la voz de aquella mujer.

―Estás ardida solo porque a ti no te tuvo en cuenta y claro está... Dejó de frecuentarte ―trató de mantenerse firme.

James quedó escuchando con atención detrás de la puerta.

―Piensa un poquito, si es que eres muy inteligente... ―se burló de ella―. Si yo estoy aquí, ¿no te parece que él se encuentra en alguna de mis casas y aproveché la ocasión en visitarte porque... duerme en mi cama? ―Hizo mucho hincapié en las últimas palabras de forma deliberada.

―Confío en mi marido.

―No sería el único hombre que después de casado siga teniendo una o varias amantes, mientras la tonta de su esposa queda en la casa bordando ―volvió a carcajearse―. Pensar que todo esto habría sido mío, el ducado, las propiedades, y él ―se acercó a la joven con peligrosidad―, y no me gusta que me hayan quitado lo que me pertenece, si pudiera... te arrancaría esos bellos ojos que tienes para que jamás lo vuelvas a ver ―apretó los dientes de la furia que intentaba controlar.

―A mí no me amenazas, Roseanne... ―habló con seriedad y con fijeza a los ojos―. Podré ser la campesina que dices, pero no me conoces en verdad. No sabes nada de mí ―dijo tajante.

―Oh sí ―rectificó con ironía―, hay muchos rumores entorno a ti, y coincido con uno solamente, porque amante no creo que hayas sido, no te da la actitud para serlo, y jovencita rica y de buena cuna no eres tampoco, eso está a la vista de todos, eras una muerta de hambre que ahora se la da de señora a costillas ajenas ―la miró desde los pies hasta el pelo y clavó los ojos en los suyos con total desprecio―, así que como bien te he dicho, averigüé de ti y me sorprendió que yo misma haya dado con la verdad, tienes una hermana y tres hermanos más pequeños, y padres, trabajan desde hace años para el duque y por problemas de producción, hicieron una especie de trueque. Eso eres en realidad, un pago para cubrir otra cosa ―sonrió con cinismo―, y jamás podrás tener su amor, nunca será completamente tuyo, y él nunca llegará a amar a alguien como tú ―sus palabras eran tan llenas de odio que Elizabeth casi pierde la compostura.

―He escuchado suficiente, te vas de mi casa ―afirmó con severidad.

―Tú no me vas a echar ―replicó con sorna―, tú no eres nadie, ¿me has oído? ―La apuntó con el dedo índice con autoritarismo―. Nadie para echarme o enfrentarme ―sus ojos destilaban asco por la joven y punteó el dedo contra la frente de la muchacha dándole toquecitos―. Eres una mugrienta vestida con sedas, una cerda refinada ―la voz de asco retumbó en el salón―. Y no tienes autoridad para echarme de aquí ―gritó con rabia.

―Pero yo sí te echo ―la voz grave y molesta que se escuchó detrás de la mujer fue de frialdad absoluta.

La duquesita se alejó de ella manteniéndose en un rincón, y Roseanne se giró para mirarlo.

―Patrick... qué bueno encontrarte ―su cambio en la voz fue sorprendente pero al duque ni un pelo se le movió.

―Para ti soy duque de Covent Garden, o milord Lemacks ―dijo tajante―. Ya me escuchaste, te vas de aquí ―contestó con sequedad.

Sin hablar, la muchacha avanzó para salir del salón pero él se lo impidió.

―Tú te quedas aquí ―la miró sin decirle algo más―. No vuelvas a pisar este castillo ―se refirió a la mujer―, los revolcones que tuvimos fueron hace mucho tiempo atrás, no volveré a estar contigo ―admitió―, y te lo digo delante de mi esposa porque no soy ningún cobarde, no quiero que me entregues cartas, no insistas porque no obtendrás nada de mí, y lo principal respetarás a la señora fuera de esta residencia, porque aquí dentro no te quiero nunca más ―anunció sin vueltas y con decisión―. No voy a tolerar tus desprecios y mucho menos las amenazas que le has dicho. Vuelve a tu casa con tu marido, no hagas que le cuente a él la aventura que tuvimos porque estoy más que seguro que yo no fui el único ―emitió con sorna y seriedad.

―Yo no veo ninguna señora de la residencia ―mencionó con sarcasmo.

―Insistes ―sonrió de lado―, ¡James! ―gritó abriendo la puerta.

―¿Me llamaba, milord? ―preguntó apenas llegó.

―Acompaña a la señora Smith a la salida.

Roseanne quedó furiosa con la actitud del duque, y sobre todo se sintió derrotada. Caminó con pasos ligeros y con la frente en alto como toda una dama aristocrática. El mayordomo cerró la puerta dejando a la pareja a solas.

―¿¡Puedo preguntar dónde te habías metido!? ―casi se lo cuestionó a los gritos.

―Estuve en el burdel ―apretó más la yaga para irritarla más.

―Eres de poca monta ―respondió indignada y él rio a carcajadas―. Estuve preocupada por ti durante todo el día, incluso toda la semana pasada lo he estado, ¿y solo me respondes eso? ―cuestionó indignada.

―¿No sabía que la arpía tenía sentimientos y se preocupaba por su marido? ―formuló con burla en su voz.

Ella no le dijo nada, sintió la barbilla temblarle de nuevo, tomó el bordado y caminó hacia la puerta para salir de allí. Patrick la detuvo por los hombros.

―Duquesita, me vuelves loco ―su manera de confesárselo, dejó sorprendida a Elizabeth―. He ido a reunirme con gente que quiere hacer nuevos negocios, por eso debí salir muy temprano del castillo, el viaje fue algo largo ―expresó y ella quedó con los ojos llenos de lágrimas.

―No tengo porqué saber tus cosas ―parpadeó y agachó el rostro.

No quería que la viera llorar de nuevo.

―Pues te lo he dicho solo para que no pensaras cosas raras.

―Te ausentaste todo el día y llegas casi de noche, en algún momento pudiste haber tenido un rato de ocio ―se irritó al decir lo último y levantó la cabeza para enfrentarlo.

―Mis dos ratos de ocio fueron desde que me monté al caballo para ir, y después para volver aquí ―confesó―, ah... y un puro porque tuvimos un descanso de quince minutos, en los cuáles recordé lo que sucedió anoche dentro de mi alcoba ―la picó más.

Ella ni siquiera se atrevió a preguntarle cuál de todos los momentos.

―¿Cenas o ya lo has hecho? ―interpeló.

―Cenaré con mi esposa ―le clavó la mirada―, y luego... comeré el postre ―sus palabras fueron seductoras y Elizabeth quedó nerviosa pero no se acobardó.

―Si yo te dejo, comerás ―su tonito fue con un tintineo de ironía y levantó la barbilla―. Me catalogas de arpía y no me perdonas, sabiendo bien tú que te lo he pedido muchas veces, y sin embargo, quieres besarme y otras cosas más. Me confundes.

Patrick volvió a reírse a carcajadas mostrando sus perfectos y blancos dientes, la duquesita quedó más embelesada que antes al verlo de aquel modo.

―Cómo me gustas cuando te me enojas, esa lengua afilada que tienes me encanta ―admitió con algo de perversidad en su voz y caminó con sigilo hacia ella.

La muchacha al ver su actitud, volteó para mirar la puerta y dio pasos ligeros para salir de allí. El duque la siguió con una sonrisa que denotaba cuánto le gustaba el juego de la seducción con ella.

La joven avisó a James para que prepararan la vajilla y la comida. El servicio de cocina, con eficacia disponía todo sobre la mesa.


🌹🌹🌹


Comedor del ducado

Cuando estaban por la mitad de la cena, él la observó con atención.

―¿Cómo apareció aquí? ―preguntó sin nombrarla.

La duquesita abrió más los ojos y levantó las cejas. Estaba creída que si le decía la verdad él iba a estallar en cólera pero prefirió hacerlo antes que continuar con una mentira.

―No quise recibirla ―se removió en su silla con incomodidad―, le pedí a Mary que le comunicara que no me encontraba, pero irrumpió en el saloncito y no tuve otra opción ―lo miró directa.

―No tenías porqué recibirla sino querías, lamentablemente entró creyendo ser la dueña del lugar ―manifestó con un suspiro.

―Supongo que es muy normal en ella y todo lo que hace... ―suspiró también―, es extravagante ―confirmó al recordarla.

―Luego de cenar podemos jugar damas, ¿te apetece? ―La animó para que dejara de pensar en aquella mujer y sobre todo intentar limar las asperezas entre ambos.

―Posiblemente.

La muchacha terminó de comer lo que restaba en su plato de postre y cuando vio que él finalizaba también, se levantó para quitarle el plato y llevar ambos a la cocina. El duque quedó desconcertado ante su accionar pero prefirió callarse porque sabía que era factible que estaba molesta con lo que había sucedido poco más de una hora atrás.

Apenas ella salió de la cocina, no lo encontró allí. Se encaminó hacia su despacho donde estaba más que segura que lo vería ahí.


🌹🌹🌹


Oficina del duque

Lo observó servirse un dedo de brandy en la copa y miró que se había desatado el pelo también. Una sensación de nervios en la boca de su estómago se apoderó de ella al verlo de aquella manera, estaba condenada al darse cuenta que aquel hombre la estaba afectando y se le había metido debajo de su piel.

Él la miró porque presentía que alguien lo estaba mirando con fijeza, y a medio camino de su boca dejó la copa para clavarle la mirada.

―¿Qué sucede? ―preguntó y el fuego hizo cosas lindas en el color de sus ojos.

Elizabeth estaba sintiéndose más afectada e incómoda que antes.

Patricien... ―se acercó más a él una vez que cerró la puerta.

―¿Te dignas a llamarme así ahora? ―preguntó con ironía en su voz―, porque hace una semana atrás ni siquiera me llamaste así, pues claro... estabas muy concentrada en dormirme y engañarme. La arpía de mi esposa cometió su crimen ―la voz del hombre ni por arrimo sonaba cruel y enojada, sino más bien sarcástica.

Elizabeth continuó tratando de no escucharlo.

―¿Sería... sería posible que me perdonaras? ―reafirmó la pregunta con remilgos―. He actuado mal, muy mal y me arrepiento mucho. No tenía que haberte hecho eso ―dijo compungida―. Lo peor fueron las manchas rojas en el colchón, y sé que me comporté mal contigo ―admitió sintiendo la barbilla temblorosa.

Estaba que no podía más de los nervios y la vergüenza.

―¿He sido o soy un mal hombre contigo? ―interrogó mirándola al fin.

―No ―negó abriendo más los ojos sin poder observarlo por la pena que sentía―, pero... no quería consumar el matrimonio y por eso lo hice.

―Con decirme que no querías por ahora, era más que suficiente Elizabeth... cuando vi las manchas, creí lo peor, casi me descompongo.

―Lo siento, lo siento de verdad Patrick, actué mal y sé que no debí hacerte eso ―respondió con desconsuelo.

―No lo vuelvas a hacer, por favor.

―No... nunca más lo haré... pero... ¿me perdonas? ―insistió.

Lemacks quedó mudo por un buen rato y ella ya no sabía qué más hacer. Hasta que se le ocurrió la descabellada idea que era posible que él quería que se arrodillara para que aceptara su perdón. De ser así, más humillada iba a sentirse.

―Ni se te ocurra hacer lo que creo que estás pensando ―dijo mirándola de reojo.

―¿Qué crees que haré? ―Sus ojos se abrieron aún más.

―Arrodillarte, si lo haces, más miserable me harás sentir y no soy esa clase de hombre, Elizabeth ―replicó enojado.

―Pero tú no me perdonas y no veo otra manera para que me las aceptes ―se puso frente a él y sintiendo sus ojos llenos de lágrimas―. Por favor Patrick... no creí que te disgustarías de ese modo, me aguanté en verle la cara a tu examante aquí y por lo menos merezco que aceptes mi perdón. Ya sabes ahora porqué no quería estar contigo.

―Una cosa no tiene nada que ver con la otra ―contestó con algo de seriedad en su voz.

―Entiendo ―dijo y trató de recomponerse.

―Traeré el damero que está en la biblioteca ―contestó dejándola unos momentos a solas.

La joven casi estalla en llanto cuando quedó sola, mordía con nervios la yema del dedo pulgar y pestañeaba varias veces seguidas para no derramar ninguna lágrima. Jamás se hubiera imaginado que no la perdonaría. Se cubrió el rostro con las manos para llorar en silencio.

El hombre la abrazó por detrás con fuerza, estrechándola contra su fornido cuerpo.

―A pesar de haberme enojado contigo antes, comprendí en parte lo que debiste sentir en ese momento cuando se te ocurrió hacer eso, incluso pensé que no querías por lo que te sucedió en La Rochelle con ese hombre y sabiendo eso, acepto tus disculpas ―confesó contra su pelo.

Aún estando por detrás y abrazándola, olisqueó con deleite su cuello y depositó un beso entre el hombro y el cuello de la muchacha.

Elizabeth no había roto en llanto por ese gesto sino porque desde hacía días lloraba por las noches con tristeza. Extrañaba, esa era la verdad.

―Toma... bebe un poco de brandy, no te emborracharás pero te sentirás relajada ―le ofreció la copa de la que él estaba bebiendo.

Ella la tomó entre las manos con dudas y volvió a mirarlo. Que él le ofreciera beber de su misma copa lo sintió erótico. Apoyó el borde entre sus labios y empujó hacia atrás para que cayera un poco el líquido. Apretó los ojos y creyó que se ahogaba con el ardor que le bajó por la garganta.

―Respira hondo y relájate, el ardor pasará ―aseguró él.

―Pídeme lo que quieras y te lo daré, no quiero que estés enojado conmigo todavía ―habló en un acto casi desesperado.

―¿Por qué piensas que sigo enojado? Nunca lo he estado, Elizabeth. Solo esperé para que te dieras cuenta que lo que hiciste no estuvo bien, una cosa así es para un hombre que no tiene escrúpulos y es malvado con la mujer que tiene a su lado, no para alguien como yo ―dijo con seriedad―, te dejo ser libre porque quiero que mi esposa sea lo más feliz posible en una sociedad que se rige por fortunas y poder. No todas las mujeres del círculo al que pertenezco son libres, y a veces veo lo desdichadas que son, se conforman con poco y yo no quiero eso para ti ―declaró mirándola con atención.

―Sé que me estás dando la oportunidad de serlo y te lo agradezco, y estoy segura que por esa decisión se te cerraron muchas puertas ―respondió clavando sus ojos en los suyos también.

―De ser así, estoy seguro que no debían tener contacto conmigo, o el negocio no era para mí. Te preocupas demasiado, duquesita ―aseveró mientras ponía su mano sobre las suyas y tomó la copa en la mano para llevársela a la boca.

Por inercia la francesita miró la manera en cómo bebía lo último del brandy y quiso que la besara. Cuando terminó, colocó la copa vacía sobre la mesita de salón y la contempló también.

―Supongo que tienes razón ―articuló bajando la cabeza para mirar el precioso anillo de compromiso que Patrick le había entregado una semana antes de la boda.

―Si quieres sacarme una sonrisa, tengo en mente algo que podrías hacer.

―Lo que quieras.

―Un beso ―afirmó desvelándola.

La muchacha llevó una mano hacia su garganta, como señal de protección porque haber escuchado que él le pedía aquello era peor, se sentía demasiado penosa.

―¿Un beso?

―Sí, ¿acaso te parece raro?

Sin decirle algo más, Elizabeth se acercó un poquito más al duque y posando sus manos en los anchos hombros, y poniéndose en puntas de pie, alcanzó a llegar a su boca para depositarle un casto beso. Patrick rio contra sus labios y pasó un brazo por la cintura de la joven, la otra mano la ubicó en la nuca para sujetarla y sin que tenga intenciones de salir corriendo de su lado.

Ante lo que ella estaba experimentando enredó los brazos por el cuello de su marido y sin evitarlo, gimió en su boca cuando supo que él había profundizado el beso.

―Eres peor que el peligro, eres mortífero ―confesó separándose un poco de sus labios.

―¿Por qué lo dices? ―cuestionó rozando sus labios contra los de la joven sin dejar de sonreír.

―Porque eres escandaloso, tienes sentido del humor, tienes el rostro de un atractivo pirata, sumando a que tu mente es perversa, y que eres de buen corazón, y miles de veces me planteo que no eres nada parecido a los demás de tu alcurnia, y mis encasillados pensamientos se tambalean cuando pienso eso, mi mente exige algo que mi corazón no quiere hacer ―admitió con lágrimas en los ojos.

―Déjate llevar, Elizabeth... deja todo de lado ―habló contra sus labios y volviendo a besarla con ansias.

Era letal, embriagador; sabía a brandy y a caramelo.

―Juguemos a las damas antes de dormir.

―De acuerdo ―sostuvo y él le dio un beso en la frente―. ¿Dejarás de llamarme arpía? Me siento mal cuando me llamas así. No soy mala, solo intenté postergar lo que no quise hacer aquella noche.

―Tranquila, ya pasó ―recargó su cabeza sobre su pecho mientras le acariciaba el pelo―. Definitivamente hasta a mí me incomodó cuando te lo dije pero por la forma en cómo actuaste parecías una.

―Lo sé y sabes que me arrepiento.

―¿Te doy asco, Elizabeth?

―Sabes perfectamente que no, que jamás me diste asco, habiéndote dicho todo lo que dije hace pocos minutos atrás, ¿aún crees que te encuentro repugnante? ―preguntó mirándolo a los ojos.

―Supongo que no.

―Claro que no ―se puso frente a él de mejor manera y en puntas de pie para darle un beso en los labios―. Te he extrañado mucho, Patricien.

―Yo también, duquesita. ―La sostuvo de las mejillas para mirarla a los ojos―. ¿Vas a comer mejor ahora que estoy aquí y que arreglamos las cosas entre nosotros?

―Sí ―afirmó con una sonrisa.

Él la sujetó por la cintura y la levantó del suelo para dar una vuelta abrazados. Ella aún se sostenía de su cuello mientras daba grititos de alegría.

―Ahora sí, ¿jugamos un rato? ―sugirió él.

―Por supuesto.

Se sentaron en el piso alfombrado y frente al hogar a leña, Patrick dispuso el tablero y las fichas sobre el mismo para repartirlas. A medida que el juego entre ellos avanzaba, él no dejaba de mirar a Elizabeth y al anillo que le había otorgado la semana previa al casamiento, sonrió al recordarlo.

―¿Te sigue gustando tu anillo?

―Es precioso.

―Te lo he preguntado porque quizá te gustaría agregarle algún diamante más, o hacerle alguna modificación, se puede.

―No, así es perfecto.

―Es parte de la colección de joyas de la familia Lemacks.

―Estaba creída que era una joya fuera de la colección, es decir, sin ningún vínculo familiar.

―¿Por qué creíste eso? ―Frunció levemente el entrecejo cuando se lo preguntó.

―No pensé que aceptarías que lleve una joya de tus antepasados.

―Ya ves que no fue ese el pensamiento, de todas maneras, por tradición se debe realizar.

―¿No eres tú quien dice que no se rige por normas y protocolo? ―cuestionó con una sonrisa.

―La tradición es otra cosa, Elizabeth. Pertenece a mi familia y tú eres parte de ella, así como también tu familia lo es.

―Te lo agradezco.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top