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Capilla del Ducado de Covent Garden

El duque se encontraba nervioso y expectante, en tan solo poco tiempo contraería matrimonio con Elizabeth y no podía calmar sus nervios. Solo quería que la ceremonia finalizara cuanto antes y tranquilizarse. Su padre se acercó a él para darle ánimos e intentar calmarlo.

―¿Nervioso?

―Lo estoy, demasiado ―admitió con un suspiro―. Siento que me aprieta todo ―declaró intentando aflojarse el cuello de su camisa.

Su progenitor rio ante su comentario.

―Es normal, cuando la veas se te pasará todo, incluso creo que ni sabrás en qué momento darás la vuelta hacia la salida, ya casado con ella. Te lo aseguro, me pasó lo mismo cuando me casé con tu madre.

―¿Y si no quiere casarse? ¿Y si todo esto la termina asustando y decide no casarse conmigo? ―reflexionó con temor en su voz.

―Esa muchacha no es ninguna cobarde, estoy más que seguro que en poco tiempo aparecerá en la entrada de la capilla y tú quedarás calmado ―expresó poniendo una mano en el hombro en señal de apoyo.

―Anoche la encontré tranquila, pero hoy no sé cómo estará.

―Tranquilo, hijo... no pasa nada, ya sabes que las novias suelen tardar unos minutos para llegar, no debes afligirte.

―No puedo creer que tengamos que esperar tanto tiempo a la vulgar futura duquesa ―dijo con fastidio Isabella―. Me agobia ―escupió sin ánimos.

―Si te callas podrás pasar rápido este trago amargo ―sugirió su madre.

―Rabia me da tener que presenciar esto ―emitió sujetando con fuerza entre sus manos el abanico cerrado―. Es de mal gusto todo, empezando por la vulgar que eligió mi primo ―confesó con furia contenida.

Los padres del duque, el mismo duque, Prince y Andrew escucharon cada palabra que salía de la viperina boca de Isabella y fue Patrick quien se acercó a ella con paso firme.

―Vas a tener que cerrar esa boca de arpía que tienes durante la ceremonia y todo lo que dure el banquete nupcial, porque si escucho de tu voz de nuevo tan solo el nombre de la futura duquesa o su título, te echo junto a tu madre de aquí frente a los invitados. Y ganas me sobran ―emitió tajante y serio.

Alexandre que estaba en la entrada de la capilla, entró corriendo para avisarle a su cuñado que su hermana se estaba acercando.

―¡Ya viene! ¡Ya viene! ―gritó eufórico y emocionado.

―¿Cómo la ves? ―preguntó sonriente.

―Hermosa y muy blanca ―admitió contento.

Patrick mató con la mirada a su prima y volvió a ubicarse en el altar para esperar a su futura esposa. Suspiró tratando de calmarse pero los nervios se le instalaron en la boca de su estómago a medida que los minutos pasaban.

En todo momento ella mantuvo el velo cubriendo su rostro y sujeta del brazo de su padre, mientras que él miraba al frente, lo único que le daba la certeza de que se estaba aproximando a él eran el movimiento de la tela del vestido y el inconfundible aroma de su esencia de rosas. Agachó la cabeza y cerró los ojos para abrirlos de inmediato tratando de apaciguar los nervios que sentía en todo su cuerpo.

Cuando Phillip la dejó al lado del duque, se ubicó en donde le correspondía. Patrick enseguida buscó la mano femenina solo para comprobar que era real y la sostuvo entre sus manos.

―Buenas tardes, milord ―susurró con alegría para que solo él escuchara.

―Creí que no vendrías ―admitió por lo bajo y mirándola de reojo.

―Aquí estoy, nerviosa y con un sinfín de sensaciones pero estoy a tu lado ―sonrió observándolo de reojo también.

―Anne ha hecho un gran trabajo con tu vestido, te ves preciosa.

―Gracias pero ni siquiera me viste hoy ―rio de manera inaudible pero sí sintiendo él la voz alegre de ella.

―Sé que te debes ver hermosa.

Con el transcurso de los minutos, ni siquiera ellos se dieron cuenta que el sacerdote había llegado a la parte en donde debían dar el sí. Patrick escuchó las últimas palabras y fue cuando notó que debía responder. Lo hizo con seguridad y felicidad, y en pocos segundos fue el turno de Elizabeth quien contestó lo mismo pero con algo de calma en su voz. Pronto los declaró unidos en matrimonio y el cura le dio el permiso para que besara a la novia.

El duque tomó en sus manos el final del velo por delante, y lo echó hacia atrás con delicadeza y lentitud, se la quedó mirando por un buen rato y ambos se sonrieron. Lemacks no podía con tanta felicidad, y tomándola de las mejillas la besó en los labios para que supiera cuánto la había esperado y cuánto la quería.

Apenas se separó de su rostro, respondió:

―Preciosa...

Las mejillas de la joven se volvieron más rosadas de las que siempre tenía y él le ofreció su brazo para caminar a la par hacia la salida de la capilla.

Cuando Miranda observó con detalle la diadema que la muchacha llevaba en su cabello quedó de piedra, porque era la principal de la colección de joyas de la familia Lemacks y por consiguiente era una falta de respeto que una mujer como ella, la portara en su boda.

Los familiares se saludaron entre ellos, menos Isabella. Ella no saludó a ninguno de los dos, y su madre lo hizo por cortesía. Mientras los demás se alejaban de ellos y entraban al palacio ducal, para dejar a solas por unos minutos a los recién casados en la entrada de la capilla, fue Miranda quien dio su desubicado comentario.

―Estaba creída que solo las damas solteras con títulos nobiliarios de la familia podían usar esa diadema para ocasiones especiales y si se casaban con un noble de tu apellido también, y no que la use tu estrenada esposa ―comentó con ironía en su voz.

―Querida tía, a ti no te la ofrecieron porque primero la diadema no pertenece a la colección de joyas de tu marido y segundo, creo que tampoco te la habrían querido ofrecer para usar con lo odiosa que eras y que sigues siendo ―la sonrisa de sarcasmo en Patrick se le borró de inmediato y la mujer quedó incómoda―. Y si nos disculpas, tenemos que asistir a nuestro banquete nupcial.

Sin decirle más nada, se dirigió hacia el palacio ducal junto a Elizabeth que no se había soltado de su brazo en ningún momento de aquel encuentro, al contrario, sintió que las manos de la joven apretaban más su antebrazo cuando escuchó las palabras de Miranda.

―No pensé que por no tener un título debía elegir otra clase de diadema y menos creí que iba a causarle tanto disgusto verla puesta en mi cabello ―expresó con pesadumbre.

―A Miranda siempre le gustó esa diadema, sobre todo, estaba creída que algún día la vería sobre el cabello de su hija. Esa es la realidad.

―Entiendo... No la elegí por saber que es la principal de la colección de joyas, me gustó por lo sencilla y delicada que es, nada más.

―No me tienes que dar explicaciones, Elizabeth. Te gustó, punto. La quisiste usar para hoy, y me alegro, hace mucho tiempo que estaba guardada y te estaba esperando para que la lucieras en ti... pero, hay algo más que también es principal junto a esa diadema.

―¿Qué es? ―preguntó curiosa.

―Un collar, un collar de esmeraldas que hace juego con la diadema que llevas puesta. Las esmeraldas del collar representan las hojas que tienen las rosas.

―Es... muy bonito lo que representa el collar ―confesó.

―Me alegro de que te guste su significado ―sonrió.

Del brazo entraron al palacio ducal y los invitados aplaudieron su llegada.


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Comedor

Ambos se sentaron a la cabecera de la larga mesa y junto a ellos los hermanos menores de Elizabeth y Sophie al lado de su hermana, en la mesa les siguieron los padres de ambos, los familiares y el resto de los invitados. Miranda por supuesto, quedó horrorizada una vez más cuando vio en la misma mesa a los hermanos de la nueva duquesa. Patrick le clavó la vista de tal manera que ni siquiera durante todo el transcurso del banquete objetó algo.


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Salón de té

En el horario de la merienda, y ya habiendo pocas personas y solo los familiares de ambas partes, y a pesar de la tradición de tomar el té por separados, lo hicieron juntos, tanto hombres como mujeres debido a la ocasión especial mientras que los niños se encontraban en el jardín trasero. Para sorpresa de Elizabeth, Patrick había enviado a llamar para ese día al fotógrafo oficial para que aquel acontecimiento perdurara en el tiempo. Dichas fotos ya las tenía pensadas el duque de antes, iban a ser muy pocas, tan solo ellos, sus padres y su primo, Sophie y sus cuñados.

Cuando el hombre se presentó frente a los demás, Lemacks lo recibió con un apretón de manos. Miranda e Isabella lo miraron con atención y se sorprendieron al saber que era el fotógrafo, puesto que ambas estaban creídas que ellas irían a ser fotografiadas también.

El hombre clavó la mirada azul en su esposa y le habló:

―Necesito que vengas conmigo ―terminó de decir y ella se puso de pie.

―Por supuesto.

El duque tomó la mano de la joven entrelazándola con la suya y se dirigieron con el fotógrafo a la sala principal, donde se encontraba una bonita silla estilo francés y un jarrón antiguo con centenares de lirios del valle de color blanco.


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Salón principal

―Siéntate, duquesita ―ofreció el asiento con su mano y ella quedó sorprendida.

―Te corresponde a ti, eres el que lleva el título nobiliario ―manifestó algo incómoda.

―Pero yo deseo que tú te sientes, si crees que soy un caballero contigo, aceptarás lo que te pido ―sonrió y ella se derritió.

Así pues se sentó en la silla, acomodándose mejor la falda de su precioso vestido de novia y él quedó a su lado de pie. El fotógrafo comenzó con su trabajo mientras que un par de ojos curiosos y envidiosos los observaban dentro del salón contiguo al de té.

―Deberías ubicarte en lo que dices y en cómo actúas, se supone que eres una señorita y no una arpía que observa a escondidas ―habló por detrás Kate y la joven dio un saltito de susto.

―Tía... me has dado un buen susto ―admitió con una sonrisa.

―Debería darte vergüenza lo que haces, dices que eres una señorita y que vienes de buena cuna, pero tu actitud dista de algo ejemplar. Te comportas como una vulgar y sin modales ―emitió y continuó sin dejar que la muchacha le dijera algo en su defensa―, insultas con esa especie de amabilidad fingida que tienes a los demás, a la esposa de mi hijo ―lo recalcó―, cuando las únicas sin modales y desfachatadas son tu madre y tú.

―Por algo será que nos comportamos así, ¿no crees? ―La desafió manteniendo la frente en alto.

―No más hay que ver cómo es su madre para saber cómo de asquerosa es su hija también ―escupió―, ¿te vino mal la boda? Te hubieras quedado en tu casa, querida ―respondió con sarcasmo―. Ya sabes bien que nunca tu madre y yo nos hemos llevado del todo bien, no sería algo raro que no me lleve bien contigo.

―He intentado agradarte ―expresó intentando ser amable con ella.

―De manera fingida, solo para comprarme con tus encantos de jovencita refinada y culta. Creyendo que alguna vez, iríamos a ser más que sobrina y tía.

Isabella tragó saliva con nervios.

―No te comprendo, tía.

―Tú me entiendes bien, sobrina... Siempre creíste que el hombre que recién se casó, o sea, mi hijo, iba a pedir tu mano para cortejarte. ¿En qué cabeza cabría algo así? Solo en la tuya y en la de tu madre, que las tienen bien podridas ―manifestó con desagrado.

―No es lo que piensas.

―A mí no me engañas, Isabella.

La joven quedó furiosa y la enfrentó.

―Pues sí, es lo que estaba esperando desde hace dos años atrás, pero tu hijo, el muy sinvergüenza jamás se dignó a mirarme. Hasta que apareció de la nada la muy simplona y vulgar de su ahora esposa, insulsa como pocas, y más que segura que una pobretona venida a menos ―dijo fúrica.

Kate le dobló la cara de un sopapo.

―Te la merecías desde que comenzaste a ser una asquerosa conmigo ―confesó seria―. Si te sientes incómoda, pues puedes irte al cuarto, si piensas quedarte, mantén la boca cerrada o habla cuando sea necesario y de manera decente.

―¿Me has golpeado? ―preguntó asombrada.

―¿Acaso pretendías que me quedara quieta mientras salía de esa sucia boca cualquier barbaridad? Querida, alguien más debía ponerte a raya.

La madre de Patrick giró en sus talones y caminó hacia el salón de té dejando a solas a Isabella para que calmara la furia que tenía encima.

El duque mandó a llamar por James a sus padres y a los padres de Elizabeth también. Ante la sorpresa de los progenitores de la muchacha quedaron nervios pero aceptaron fotografiarse junto a los demás. Y así le siguieron Prince y Sophie, y por último salieron al jardín trasero para sacarse una foto con los tres varones, de forma informal, y sentados en el pasto.

La sesión de fotos culminó y el mayordomo le ofreció té y dulces de la tarde del banquete nupcial antes de retirarse. Quedaron a solas en medio del jardín, viendo como los niños jugaban y él volvió a sujetarle la mano para conducirla al invernadero. Sabía que allí podían estar un momento a solas y sin nadie que pudiera verlos.


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Jardín de invierno

La duquesita quedó nerviosa cuando escuchó las puertas de doble hojas y vidrios repartidos cerrarse. El duque se acercó a ella con lentitud.

―No puedo besarte en público, así que lo hago aquí. Solo un beso te di en el altar y nada más, pero quiero besarte un poco más, si me lo permites.

―¿Por qué me pides permiso? Se supone que una vez casados, el marido no le pide permisos a la mujer.

―No creas todo lo que viste u oíste, Elizabeth. No todos somos iguales.

―Entiendo. En ese caso, te permito que me beses ―anunció casi inaudible de nervios.

La sujetó de las manos y se inclinó para posar sus labios en los femeninos. La respiración y el pulso de la muchacha se aceleraron y sintió sofocarse en el mar de besos que él le estaba entregando. Patrick posó sus manos a los costados de su cintura, y él se dio cuenta que era curvilínea y que no llevaba corsé. La duquesita enredó sus brazos en el cuello masculino y se dejó llevar por la pasión que se estaba manifestando entre ellos. Estaba aterrorizada, por los sentimientos que sentía agolparse en su interior y quiso frenar pero le fue imposible con lo que él le producía.

Golpecitos se escucharon contra una de las puertas de vidrio. Patrick miró de reojo para saber quién los había molestado. Era Sophie y fue a abrirle.

―Lo siento ―dijo incómoda―, me ofrecí a avisarles que James ha traído el pastel de bodas.

―Ahora mismo iremos. Gracias, Sophie.

―De acuerdo y disculpen, no era mi intención importunarlos.

―No te preocupes, ya iremos ―esta vez fue su hermana quien se acercó a la puerta y le sonrió.


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Interior del palacio ducal

Pronto los tres caminaron hacia el castillo donde los esperaba el pastel nupcial para ser cortado. Los invitados que eran pocos, y sus familiares presenciaron el corte y el duque tomó la porción en una de sus manos para acercarla a la boca de Elizabeth. Esta quedó sorprendida y nerviosa pero le dio un mordiscón frente a los demás. Degustó el manjar con deleite y luego él mordió también un pedazo que ella le ofrecía de su mano. Así continuaron con las siguientes porciones para los reunidos allí y fue el mayordomo junto con la servidumbre que ofrecieron porciones de pastel y bebidas.

Pocos momentos después, bailaron el vals y se intercambiaron las parejas, quedando enfrentados Sophie y Prince. Y aunque la joven le dio miedo aceptar la invitación de baile, lo hizo para no ser descortés con él. La duquesita con su título recién estrenado y su suegra quedaron en un rincón una al lado de la otra.

―¿Cómo te sientes? ―quiso saber la señora.

―Muy bien y contenta ―sonrió sin mostrar sus dientes.

―Me alegro mucho por ti y por mi hijo. Se casó con una joven que lo merece ―habló en tercera persona refiriéndose a ella.

―Te lo agradezco mucho, Kate ―expresó sorprendida mirándola.

―No me lo agradezcas, estoy muy feliz de saber que mi hijo se ha casado con alguien como tú. Esperaba que algún día conociera una joven que lo mereciera, y te encontró a ti.

―Nuestras vidas no se encontraron de manera normal o tradicional.

―No, eso es verdad pero veo el bien que le haces a mi hijo y por tal motivo no me importa de qué forma se conocieron.

―Tus palabras son un halago para mí, Kate.

―Recuérdalas porque son verdad ―sonrió y Patrick se acercó a ellas.

―Madre, si me disculpas, te quitaré por un rato a esta belleza para que vuelva a bailar conmigo.

―Por supuesto, es toda tuya ―dijo con alegría en su voz.

Cuando la sostuvo de la mano, él la miró con fijeza a sus ojos y le comentó el tipo de baile que danzarían.

Bransle ―susurró al oído de la joven.

―Ni se te ocurra ―lo observó con pavor.

―Lo haremos, no me importa, y sabes bien que me tienen sin cuidado las habladurías ―comentó por lo bajo al tiempo que la miraba a los ojos―. La orquesta ya está avisada.

―Esto que piensas bailar, te dejará en ridículo.

―¿Crees que me importa? Piensas demasiado y yo solo quiero bailar contigo, duquesita.

La dejó sin palabras y fueron al ritmo de la música. A Patrick aún le costaba seguir los pasos pero viendo los movimientos de Elizabeth suponía que sus pies iban acorde al ritmo de la melodía. Prince quedó con ganas de bailar y le preguntó a Sophie si lo sabía bailar.

―¿Quiere bailar esto? ―cuestionó perpleja.

―Sí, ¿usted lo sabe bailar?

―Pues... sí pero...

―Enséñeme, por favor. Parece divertido.

―No es la clase de baile que ustedes acostumbran ―trató de evadirlo con aquella respuesta.

―No es algo que me importe. Quiero aprender también ―sonrió y Sophie quedó prendada de aquella masculina sonrisa―. Entonces, ¿baila conmigo? ―Le ofreció la mano.

Con timidez y nervios, puso su mano sobre la palma del hombre ante la mirada atenta de todos. Los cuatros bailaron al ritmo de la música entre risas. Hubo dos canciones Bransle que bailaron y luego la orquesta finalizó con un baile inglés. De a poco los invitados que habían quedado, se retiraron y solo permanecieron las personas que estaban hospedadas en el palacio ducal. Siendo el horario de la cena, comieron algo ligero y a medida que los minutos pasaban los padres de ambos se retiraron a dormir, así como también los tíos de Patrick y sus primos. Antes que la hermana de Elizabeth subiera las escaleras, esta última la retuvo en el inicio de las mismas.

―Necesito pedirte un favor ―la miró con atención.

―Dime ―su hermana la observó atenta también.

―¿Te acuerdas del líquido rojo que una vez hicimos para los niños?

―¿El líquido con el que les pintamos las caras y las ropas como disfraz? ―cuestionó uniendo las cejas.

―Sí, ese mismo. Preciso que lo preparemos de nuevo.

―¿Por qué? ―quiso saber y ella no respondió, Sophie abrió más los ojos dándose cuenta de la situación―, te vas a meter en un gran lío, Eli ―comentó muy preocupada.

―No quiero acostarme con él ―sus palabras en susurro no fueron tan convincentes.

―¿Por qué no? ―Frunció el ceño intrigada y curiosa―. Es tu marido ya. El duque te come con su mirada y por lo nula que soy respecto a las relaciones, pienso que no será malo contigo.

―Estamos en las mismas, hermana... No tengo experiencia tampoco yo. Pero lo que sé es que no quiero compartir la cama con él, por lo menos no por el momento ―tragó saliva con dificultad.

―Elizabeth... me parece que te vas llevar una buena bronca con él si descubre que lo engañaste, incluso puedes comentarle que ahora no quieres tener relaciones con él y te comprenderá, de la manera en cómo es contigo, sé que no te enojará si se lo confiesas ―trató de hacerle cambiar de opinión al respecto.

―Intentaré dormirlo ―admitió dejando de lado lo que Sophie le había dicho.

―¿Con qué? ―interrogó intrigada y uniendo las cejas.

―Con una infusión, el invernadero está lleno de flores de todas las especies, he visto la flor de la pasión. Así que haré un té con esa flor.

―Pensé que ibas a buscar cicuta.

―¿Estás loca? ―Abrió más los ojos ante el comentario de su hermana―. Es venenosa.

―No lo sabía ―negó con la cabeza también―, lo siento.

―Sí, lo es. Por tal motivo no existe aquí, pero sí está la pasionaria y con ella prepararé el té. Tú conoces bien la flor y podrías ir hasta el invernadero mientras yo te espero en la cocina.

―Lo que pretendes hacer es una locura, si nos descubre, estaremos perdidas.

―Corre antes que yo no tenga tiempo en hacer algo ―habló con apremio y la instó a comenzar a caminar hacia el jardín trasero.

―De acuerdo.

Pronto salió Sophie del castillo dirigiéndose al invernadero para conseguir la flor, mientras que en la cocina se encontraba Elizabeth preparando todo para el té.


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Cocina

Debía poner todo como si la misma infusión iba a ser bebida por ambos, por lo que sobre una bandeja de plata, puso dos platos con dos tazas y dos cucharas. Su hermana llegó tiempo después con la flor en la mano. De inmediato la francesita quitó los pétalos poniéndolos dentro de un cazón sobre la lumbre para que hirviera.

―Ayúdame a preparar lo otro ―dijo.

―¿El líquido rojo?

―Sí.

A pesar de que no compartía lo que iría a realizar su hermana, la ayudó.

―¿No crees que sería mejor decirle que no quieres acostarte con él? No es un mal hombre, tampoco creo que se enoje por negarte a estar con él. Más creo que si descubre esto se pondrá furioso ―insistió una vez más ya que la primera vez no le había hecho caso.

―Más vale que no descubra nada de esto, de lo contrario se pondrá como una bestia.

―Por eso lo digo ―emitió aprensiva.

Entre las dos hermanas prepararon el líquido rojo y la infusión con la flor de la pasión para él y un té común para ella. Sophie respiró con normalidad cuando terminó de realizar lo que su hermana mayor le pidió hacer y fue a dormir dándole un beso en la mejilla.

―Espero que todo salga bien.

―Eso espero yo también ―admitió Elizabeth.

Para no equivocarse, la duquesita puso una de las dos cucharas de la bandeja sobre el platito, sabiendo que ese era para ella. Antes de tomar la charola en sus manos, apareció el duque en la entrada de la cocina.

―Me ha dicho tu hermana que estabas aquí, ¿preparaste té?

―Sí, ¿quieres beberlo aquí o en el dormitorio?

―En la alcoba estaría bien.

―El tuyo es el que no tiene la cuchara sobre el platito, no tiene azúcar, sé que no bebes el té endulzado.

―Gracias ―sonrió encantado con el gesto.

Minutos posteriores subieron las escaleras llevando Patrick la bandeja mientras que ella levantaba el ruedo y la cola del vestido, y el velo. Entre sus pechos se encontraba el pequeño frasco con el líquido rojo. Lemacks probó la infusión y frunció el ceño. Sabía rara.

―¿Sabes preparar el té?

―Claro, ¿por qué? ―Lo miró de reojo intentando no ponerse nerviosa.

―Lo acabo de probar, tiene un gusto extraño. Como si estaría bebiendo flores.

―Pues solo preparé el que Bertha suele tener dentro del tarro, son las hebras que siempre bebemos. Yo también lo encontré algo raro cuando lo probé, supongo que ella compró hebras con nuevo sabor.

Trató de sonar lo más tranquila posible.


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Alcoba de Patrick

Cuando llegaron a la puerta y entraron a la recámara del duque, haciendo pasar primero a la joven, él dejó la bandeja sobre la mesa redonda de madera de roble y lustrosa, y se quitó la chaqueta.

―Me sentí apretado todo el día ―rio cuando lo dijo solo para calmar a la muchacha.

―Seguramente la chaqueta tiene una talla menos que la tuya.

―Quise que la confeccionaran así ―comentó y se quitó los zapatos, y luego lo demás.

―Ya veo... ―replicó y sus ojos no perdieron ningún detalle del cuerpo atlético que tenía el hombre.

Casi arde de vergüenza cuando vio que Patrick comenzaba a desabotonarse la camisa blanca.

―¿Puedo ayudarte a quitar el velo y la diadema?

―Sí ―dijo al tiempo que asentía con la cabeza.

Lemacks intentó ser lo más delicado posible con las horquillas que tenía puestas en el cabello mientras se las quitaba.

―¿Duele?

―Para nada.

Cuando vio que Patrick ponía los accesorios sobre la mesa, ella llevó las manos al pelo para masajearse la cabeza.

―¿Te lo dejas suelto o te haces una trenza?

―Por hoy me lo dejaré suelto.

―De acuerdo ―respondió dándole un beso en el cuello.

El duque bebió todo el té y los ojos de Elizabeth se abrieron más de la cuenta pero no dijo nada.

―¿Puedes desabotonarme el vestido? Están en la espalda ―preguntó poniendo a un lado su cabello dejando la espalda al descubierto.

Patrick quitó de a un botón de su ojal. Sus movimientos comenzaban a ser lentos y ella supo que la infusión estaba haciendo efecto. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos. Solo quería que aquella noche terminara.

―Me siento cansado.

―Es normal, has estado despierto desde muy temprano, y todo este día fue abrumador ―se giró en sus talones para mirarlo de frente.

Era terriblemente apuesto y le dio un beso para que no sospechara nada en lo absoluto.

―Lo sé, pero jamás me sentí como si se me aflojara todo el cuerpo.

―Es posible que los nervios que tuviste durante todo el día, ahora se hayan ido y tu cuerpo comienza a relajarse ―lo abrazó por el cuello manteniéndose en puntas de pie y acariciándole la nuca.

―No hagas eso, Elizabeth... no tienes idea de lo que haces.

―Soy inexperta, ¿sabías? No sé nada de los juegos de seducción ―arqueó una ceja.

Patrick sonrió de lado.

―Esa fruta carnosa, roja y jugosa que tienes en tu rostro, fue probada solo por mí ―expresó refiriéndose a su boca.

En aquel instante la joven no sabía si aquella infusión le había hecho el efecto contrario por su confesión seductora.

―¿Por qué no me esperas en la cama? ―sugirió y él la miró.

La muchacha lo observó con atención, estaba creída que no estaba viendo del todo bien por el efecto que le estaba haciendo el té de la flor de la pasión.

―Está bien, te espero dentro del lecho.

Se separó de ella, y caminó hacia la cama, la desarmó y se quitó la camisa quedándose con la ropa interior. Elizabeth no dejó de mirarlo a pesar de la vergüenza que sentía. Con aquellas ropas no parecía tan fornido ni tan ancho de hombros, pero desnudo era otra cosa. Algo que ni siquiera ella podía describir con palabras. No la dejaba pensar con claridad.

Cuando la duquesita se dio cuenta que se había quedado dormido por completo, suspiró de alivio y aprovechó el esparcir el líquido sobre la sábana blanca. Para el instante en que se percató de lo que había hecho, ya era demasiado tarde, ya que había volcado demasiado líquido rojo.

Se desvistió quedándose con la enagua y fue hacia su dormitorio para ponerse el camisón y el salto de cama. Teniendo algo del líquido dentro del frasquito, se lo pasó por entre medio de sus piernas y dejó el mismo sobre la mesa de noche de su cuarto.

Solo esperaba que con eso Patrick no la tocara por mucho tiempo.

Volvió a la alcoba y se acostó a su lado, tratando de dormir.

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