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Ducado de Covent Garden
El martes, desde muy temprano, algunos empleados del mercado de flores, habían llegado para el armado de la arcada de la entrada de la capilla, así como también, se dispusieron a preparar todos los arreglos florales que iban a ser ubicados dentro del palacio, a sus alrededores y dentro de la capilla también.
Ese mismo día, antes del mediodía, el carruaje de la diligencia llegó a la residencia para dejar a los padres y a la hermana de Prince.
Las dos mujeres miraron con sumo detalle la fachada y se encaminaron a la entrada sin mirar a quien tenían detrás de ellas.
El mayordomo apretó la boca cuando las vio acercarse y estuvo más que tentado a trabarles la puerta con llave. Quitó el pensamiento de su mente de inmediato y les abrió la puerta.
―Tanto tiempo, James ―dijo la señora.
Su hija y ella se quitaron las capas, sombreros y guantes, y se lo echaron todo encima del hombre.
―Buenos días, milady Lemacks, milady Isabella, gusto en volver a verlas ―emitió sin ningún tono alegre en su voz.
A paso lento se acercaba Andrew, el padre de Prince. Los dos hombres se saludaron y fueron recibidos por Kate y Ernest. La joven, hacía todo cuanto podía para llamar la atención de la duquesa. Y esta última, no la soportaba tampoco.
―¿Y mi hijo? ―preguntó Miranda.
―En el jardín trasero con los demás ―comentó Kate.
―¿Quiénes son los demás? ―levantó las cejas con curiosidad.
―Patrick, su prometida, la hermana de ella y sus cuñados ―aclaró Ernest.
―Oh, es verdad, ya me lo olvidaba ―contestó la mujer.
Todos fueron hacia el exterior del palacio y a pesar del otoño, había un poco de viento fresco pero aquello no les impidió que pasaran un momento agradable antes del almuerzo.
La situación se complicó un poco cuando fue la presentación de cada uno e Isabella le clavó la mirada de repudio a Elizabeth. Tanto ella como su madre, la observaron al detalle, como si fuera una presa ante dos aves rapaces. La joven tragó saliva con dificultad y Kate quedó con un sabor amargo en su boca cuando recordó lo mismo que Miranda le había hecho muchos años atrás cuando ambas se habían conocido por primera vez.
―¿Acaso no llevas el pelo al estilo londinense? ―preguntó Isabella arqueando una ceja con altanería.
―No, Isabella, prefiero la trenza francesa ―respondió con amabilidad la joven.
―Soy milady Isabella ―dijo con énfasis―, y la trenza francesa es lo más vulgar que existe ―anunció con ironía.
―Bueno... no todas preferimos lo mismo ―comentó.
―Ya lo creo ―abrió más los ojos y la miró desde los pies hasta la cabeza.
―Patrick... qué joven tan... sencilla elegiste para desposar ―comunicó Miranda.
Las palabras sonaron mal, y la francesita quedó más incómoda que antes, todos quedaron incómodos y se notó en el aire.
―Tía, ¿acaso te tenía que pedir opinión a ti para poder elegir quien era la correcta para mí? ―cuestionó mordaz.
―Por supuesto que no, pero... había pensado que cortejabas a una joven en edad de casarse y un primor, como del estilo de Isabella ―confesó halagando de manera exagerada a su hija.
La muchacha ladeó con disimulo la cabeza y se dio cuenta de algo, la mujer quería que Patrick fuese su yerno, e Isabella ansiaba ser la prometida del duque.
Kate revoleó los ojos ofuscándose de las palabras de su cuñada.
Sophie había pasado a lo último para ellas, ya que no la consideraban importante.
―Madre, estás incomodando a todos, ¿por qué no van a instalarse en alguno de los cuartos disponibles? ―formuló Prince.
―Pues... digo la verdad, no creo que haya ofendido a nadie ―dijo haciéndose la ofendida.
―Yo elijo el segundo cuarto ―acotó Isabella.
―Imposible ―replicó enseguida su primo―. Ese dormitorio desde hace tiempo está ocupado por la futura duquesa, tampoco es que te lo iba a dar a ti para que lo elijas ―admitió tajante―. Van a tener que ubicarse en los dos últimos cuartos que hay disponibles. Los dos del fondo.
Isabella golpeó el pie contra el pasto de manera molesta, y con los puños a los costados del cuerpo.
―Aunque te enfades, no cambiaremos a los invitados de lugar ―fue Ernest quien habló.
―¿Quiénes más? ―Lo miró de reojo su cuñada.
―Los padres de Elizabeth.
―Qué horror... ―acotó por lo bajo pero la muchacha la escuchó.
Todos la habían escuchado.
―Deberías mantener la boca cerrada algunas veces, Miranda ―expresó Andrew molesto.
―Nunca ―escupió enojada fulminándolo con la mirada.
Con enfado ambas se dirigieron al interior del castillo y subieron las escaleras sin ver a nadie más, más que a ellas mismas. Tanto Andrew como Prince, se disculparon con los demás.
―No se preocupen, no tienen la culpa de la actitud de ambas ―comentó Elizabeth.
―Les he dado cuanto podía, sin embargo no les alcanza nada ―se apretó el puente de la nariz.
―A veces con un poco de disciplina y regaños, un hijo se encamina ―contestó la joven.
―Lo sé, lo tuvieron también pero tal parece que el único que me salió correcto fue Prince ―rio ante sus propias palabras.
―No todos los hijos salen buenos, es como un árbol, no siempre las ramas salen derechas.
―Las ramas de los árboles nunca salen derechas, Elizabeth ―replicó Patrick entre risas.
―Lo sé, pero esto es algo metafórico, y creo que tu tío me entendió.
―Sí, fue claro tu mensaje. Encantado en conocerte, Elizabeth ―expresó besándole la mano―, ¿o debo llamarte milady? Sin ánimos de ofender, por favor ―preguntó con gracia.
―No te preocupes, y no, solo por mi nombre ―sonrió al decírselo―. El gusto es mío, milord.
Sophie y Prince se miraron, y él miró en los ojos de la joven, vergüenza, se había sentido realmente avergonzada con la situación anterior y el hombre comprendió que si en verdad quería conocerla más, debía mantener por el momento las cosas a espaldas de las dos arpías, porque sabía muy bien que le iba a costar horrores tener algo con ella.
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Comedor
Durante la cena, todos comían con calma, hasta que Miranda dio su toque verbal.
―Hasta donde sabía, los niños deben comer en la cocina, con la servidumbre.
La francesita quedó estupefacta, y con nervios. Aquello era verdad y tenía miedo que por algún mínimo error, aquella mujer supiera de donde venían.
―Mi residencia no está basada en reglas y protocolo, tía. No me molesta que mis cuñados compartan la mesa con mi familia y conmigo ―terminó de decirle sin dejar de mirarla a los ojos.
―Espero que mañana en el banquete nupcial, no se sienten en la mesa junto a los adultos, sería una falta de respeto ―expresó molesta.
Alexandre, el hermano varón más grande, era de no tener pelos en la lengua y estuvo a punto de decirle algo, pero su madre lo miró de tal forma que este se quedó calladito.
―No vaya a ser cosa de que te metamos a ti y a Isabella comiendo con los demás dentro de la cocina, madre ―contestó con elocuencia Prince cuando la miró.
―Sería una falta de respeto para tu madre ―dijo indignada y horrorizada.
―Eso te haré si continúas diciendo barbaridades ―admitió su hijo.
―Jamás compartiría una comida o una conversación con esa gentuza ―anunció con asco la hermana de Prince.
Elizabeth estaba más incómoda y avergonzada que cuando lo estaba durante la mañana y solo soportó la cena por obligación, pero aún cuando sabía que debía callarse, no pudo evitar comentar lo que pensaba.
―Te sorprenderías la capacidad de diálogo que tiene esa gentuza como la llamas, Isabella ―remarcó más su nombre.
―¿Acaso tú hablas con ellos? ―preguntó y se carcajeó―, no me lo creo... con razón te veías simplona.
―Querida sobrina ―nombró el título familiar con énfasis―, no todas son agrias y selectivas como tú ―respondió irónica Kate.
―Es de no creer esta conversación, cuando les cuente a mis amigas del instituto que la nueva duquesa de Covent Garden, tiene voz y opinión, y que encima habla con la servidumbre, no lo podrán creer ―rio a carcajadas.
A pesar de todo, la joven se mantuvo quieta, aunque estaba más que tentada a reventarle la cara de un sopapo y a decirle varias cosas más, pero se contuvo.
―Tu madre tiene voz y opinión también, de no ser así, tú no tendrías la lengua tan floja ―escupió la madre de Patrick, ya molesta con la situación que se había generado.
Isabella se quedó callada de inmediata y Kate sonrió por dentro cuando cometió su objetivo. El hacer callar a la insoportable de la muchacha.
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Aposentos ducales
Cuando una hora y media después todos se fueron a dormir, la joven aún se mantenía despierta dentro de su alcoba, yendo de un lado hacia el otro, nerviosa, decepcionada, y con ganas de llorar, la barbilla le temblaba con insistencia. Ni siquiera sabía que aquellas dos mujeres la odiaban tanto hasta hacerla sentir una joven sin principios y vulgar. E Isabella parecía que era peor que la examante de Patrick.
Se aferró a la columna del dosel de los pies de la cama y apoyó la frente en esta. Suspiró intentando calmarse pero no lo había logrado. Unos golpecitos la alertaron de que el duque todavía se encontraba despierto, y este asomó la cabeza al interior del cuarto femenino.
―¿Puedo pasar? ―preguntó.
―Sí, claro. ―Se recompuso, acercándose a él.
―¿Cómo te encuentras? ―formuló sujetándola de las manos.
―Bien ―dijo con voz trémula―. Creí que nunca se acabaría la cena ―al fin lo había admitido―, Patrick... si esto te complica las cosas, sería bueno dejar todo ―confesó angustiada.
―¿De qué manera me complica las cosas? De ninguna manera, Elizabeth... Yo también quería que se terminara la cena cuanto antes, mi tía y mi prima son terribles, nunca me gustaron.
―Pero tu tío eligió a Miranda y debes respetarla, no puedes decirle cualquier cosa solo para defenderme.
―Aquí y fuera de aquí, todos deberán respetarte, y el que no lo haga, le mostraré mi desprecio.
―No tienes que hacer tanto como eso. No vale la pena, Patrick.
Él la condujo hacia el borde de la cama y ambos se sentaron allí frente a frente.
―Tu prima te quiere, y no me refiero al afecto entre primos, ella gusta de ti.
―Lo sé, es más que evidente. Lo descubrí hace poco más de dos años atrás, cuando fue su presentación en sociedad y no eligió conocer a ninguno porque tenía la idea de que yo la cortejaría. Realmente es una bobalicona si eso pensó siempre. Jamás la vería como algo más que solo una prima.
―Sé que hay personas que comparten relación sanguínea y aún así se casan.
―Pero no en mi caso, ni tampoco en mi familia y que yo sepa, nadie de las generaciones anteriores ha hecho eso. Es inconcebible.
―Es muy bonita.
―Lo que tiene de bonita, lo tiene de podrida por dentro ―admitió mirándola con fijeza―. Y yo ya he elegido a mi preciosa rosa roja.
―Es... peligrosa ―se refirió a la joven.
―Tú lo eres, eres tan peligrosa que ni siquiera haces algo para considerarte así. Te sale natural.
―¿Acaso no eras tú el peligroso? ―levantó una ceja con sarcasmo―, Peligro te llamabas.
―¿Así terminaste apodándome? ―alzó ambas cejas y casi sonrió.
―Te queda. ―Rio por lo bajo―. Deberías ir a dormir.
―Elizabeth... necesito decirte algo ―expresó observándola―, no te doblegues ante ellas y ante nadie, ¿me oíste? ―comentó―, aunque te digan las cosas, ni siquiera titubees en agachar la cabeza, a partir de mañana al mediodía te convertirás en duquesa, por tal motivo, no debes opacarte ante nadie, ni mucho menos ante estas dos mujeres, ¿está claro?
―Sí, Patrick... yo lo entiendo, pero es difícil.
―Lo sé pero sé que puedes hacer eso, yo mismo sé cuán lengua larga eres, y conmigo no se te mueve un pelo si debes decirme algo, y me encanta que seas así. ―Le regaló una enorme sonrisa―. A partir de mañana, yo mismo te autorizo a contestar como lo sabes hacer.
―No quiero causar discordias en tu familia y mucho menos entre tu primo, tu tío, y tú.
―Ni siquiera ellos las soportan, mañana soltarás esa lengua y quien ose contradecirte, incomodarte o faltarte el respeto, te aseguro que se enfrentará a mí, tienes mi respaldo, en todo lo que decidas hacer y decir.
―Hoy en la cena, algo comenté pero no me atreví a más, porque estuve más que tentada en darle una cachetada a tu prima.
―Te vi la intención... y por un segundo creí que se la ibas a dar, habríamos disfrutado del espectáculo ―rio por lo bajo.
―Ahora que estamos hablando de esto, creo que lo más conveniente es que mis hermanos almuercen dentro de la cocina, será lo mejor para todos, para los que están aquí y para los invitados... yo sé que el círculo al que perteneces, cuando hay reuniones y banquetes de este tipo, los niños no comparten con los adultos y no me ofendería si es lo que decides para mañana.
―Mañana en el almuerzo, mis cuñados estarán en la mesa junto a nosotros también, incluso haré que los ubiquen cerca nuestro.
―Buscas pleitos con ellas, ¿verdad?
―Sí, pero no serían tan tontas en decir algo frente a todos.
―Yo no estoy segura de eso... tu tía es posible que se quede callada, pero tu prima es... una arpía.
―Lo sé, pero tú la vas a enfrentar de ser necesario, porque esa lengua afilada que tienes es capaz de matar, y a mí me has matado varias veces ya.
Patrick se acercó más a ella y se inclinó para intentar besarla.
―Eres un exagerado ―rio con sutileza y él aprovechó en depositarle un beso en el cuello.
La joven enredó sus brazos en el cuello masculino y por un instante se quedó callada solo para sentir la manera en cómo besaba su piel. Lemacks subió por la barbilla hasta dejar caer su boca en la suya.
―Te quiero, duquesita ―fueron de tal magnitud aquellas palabras que Elizabeth quedó sorprendida.
Un sentimiento igual al anhelo se le instaló en su interior, y no pudo evitar parpadear varias veces cuando sintió sus ojos con lágrimas.
―¿Por qué me llamas así? Aún no hemos contraído matrimonio ―respondió en un hilo de voz.
―Faltan solo horas para casarme contigo, y me pareció correcto comenzar a decirte así ―confesó con honestidad.
Le besó ambas manos y después volvió a besarle los labios.
―Se siente raro, pero a la vez lo encuentro muy bonito que me llames así. ―Sonrió sutilmente.
―Si me lo permites, me gustaría llamarte así.
―¿Por qué me pides permiso? ―cuestionó confundida―. Puedes llamarme de la manera en que quieras.
―Duquesita de fuego, te queda bien, o quizá duquesita roja... Si sería la primera, es por el raro color de tu pelo, cobrizo algunas veces, y otras más claro, y si sería la segunda opción, porque eres como una rosa roja, sobre todo porque tienes el aroma a rosas y ese perfume solo lo tienen las rosas rojas de aquí.
Elizabeth quedó sorprendida y con una enorme sonrisa.
―Puedes llamarme de cualquiera de las dos formas ―expresó con encanto.
―Perfecto... te dejaré dormir ―se levantó de la cama ayudándola a ponerse de pie también―, mañana nos veremos en la capilla.
―¿No desayunaremos juntos? ―cuestionó intrigada.
―No, duquesita... tú desayunarás aquí dentro, es una pequeña tradición antes de bajar y caminar ya vestida hacia la capilla.
―De acuerdo, lo entiendo. De todas maneras, es posible que Anne llegue un par de horas antes y mi madre, y mi hermana, querrán ayudarla también y es posible que tu madre lo quiera también.
―Aunque yo soy el que me caso contigo también, mañana será tu día mi pimpollo rojo.
―Buenas noches.
―Gracias, descansa ―respondió besando su frente y separándose de ella.
Cuando la joven quedó sola dentro de la recámara, suspiró y se sentó en el borde de la cama de nuevo. Quedó con nuevas sensaciones de felicidad cuando escuchó de la boca del duque que la llamaba su pimpollo rojo. La felicidad se le transformó en tristeza y lloró en silencio por sentirse angustiada y alegre al mismo tiempo. El duque podía decirle cuantas palabras bonitas querría, pero estaba más que segura que aún no la amaba.
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