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Palacio Ducal de Covent Garden
Salón de té
El miércoles era la ante última prueba del vestido de Elizabeth y como ya era de costumbre dentro del salón de té, hubo reunión de mujeres alrededor del vestido nupcial. Aquel día, la suegra de la joven tenía preparada una sorpresa para la madre y la hermana de la muchacha.
―Anne, ¿has traído los vestidos? ―preguntó la señora.
―Sí, milady. Están dentro del baúl extra que traje conmigo ―dijo con una sonrisa.
―Cuando termines, podremos verlos, ¿verdad?
―Por supuesto.
Media hora después, la modista había terminado por ultimar los detalles del vestido y de a poco lo fue guardando en el baúl aparte que había traído consigo. Una vez hecho aquello, pasó a los vestidos. Las tres mujeres de la misma familia quedaron encantadas con los colores de las prendas y las telas.
―Este modelo y color le debe quedar muy bien a Sophie ―admitió Kate.
Las hermanas se miraron y Elizabeth le negó con la cabeza sin tener idea de lo que estaba sucediendo.
―¿A mí? ―cuestionó asombrada la joven.
―Sí, a ti. ¿Por qué no te lo pruebas? ―interrogó al mirarla―, o elije los que quieras y te los pruebas.
―No creo que sea conveniente, señora ―respondió apenada.
―Tu madre hará lo mismo ―se dirigió a Beth―, las dos pueden elegir los vestidos que quieran y probárselos.
―Se lo agradecemos mucho, milady.
―Ya hablamos de este tema, Beth. Nada de formalidades entre nosotras, por favor.
―No puedo evitarlo.
―Vayan a probarse los vestidos.
―¿Por qué? ―quiso saberlo la madre de Eliza.
―¿Acaso no les gustaría verse bonitas en el día de la boda? Y por favor, no quisiera que malinterpretaran mis palabras ―suplicó.
―No estamos acostumbradas a este tipo de tratos ―comunicó la señora.
―Lo entiendo y lo sé por Elizabeth, desde que llegó aquí que todo lo pregunta y lo toma con doble intención, pero sé que no está acostumbrada a estas cosas y por eso, si ustedes me lo permiten, quisiera regalarles el vestido que quieran para el día de la unión ―confesó con honestidad.
La madre de las jóvenes y Sophie se miraron con miedo, pero fue la señora quien volvió a hablar.
―Te estamos agradecidas, Kate pero me parece que sería demasiado ―dijo con pena―. No podemos aceptar algo así.
―En estos momentos ―miró el reloj de péndulo colgado de la pared y giró la cabeza para observar a Beth―, todos los hombres están en la tienda de caballeros, donde mi marido y mi hijo se confeccionan sus prendas. Y está más que claro que han ido solo para las ropas de cada uno de ellos para la boda.
―Esto es... impensable, no hemos venido con la intención de aprovecharnos de ustedes ―expresó angustiada Beth.
Katherine casi estalla en risas, pero se contuvo porque no quería quedar como una loca delante de las demás.
―Tranquila, lo menos que pienso es eso de ustedes y de su familia en general, Beth. Por favor, me alegrarían el día si se prueban los vestidos que elegirán.
Aunque la mujer no quedó del todo cómoda, asintió.
―De acuerdo pero solo nos elegiremos uno cada una.
―Está bien... ―sonrió de nuevo.
Ambas se levantaron del sillón y eligieron el que más les gustaba para probárselos. La modista ayudó a Beth y Elizabeth a su hermana. Las dos jóvenes reían entre ajustes de cintas y botones pasados por los ojales. Cuando Sophie salió detrás del biombo, la puerta se abrió, dejando entrar a Prince.
―Disculpen señoras y señoritas ―se excusó mirándolas a todas y luego clavó la vista en la duquesa―, tía... solo venía para decirte que acabamos de llegar.
―Ya te veo, querido.
La muchacha con el vestido nuevo, no pudo evitar reírse.
―¿Qué encuentra gracioso, señorita? ¿Acaso se está burlando de mí? ―preguntó disimulando estar ofendido.
―Para nada, milord. Usted disculpe.
El primo del duque, se acercó más a ella y Sophie quedó con la respiración entrecortada cuando lo vio frente a ella. Tuvo que levantar la cabeza para mirarlo con atención e incertidumbre. Su tía, había calado desde el primer encuentro que algo le había llamado el interés a su sobrino.
―Qué lindo color de ojos tiene, son como el bosque.
―Mis ojos no son hojas, milord.
Fue el turno de Patrick aparecerse allí dentro también.
―Lo sé pero tiene lindo color.
―Gracias, milord ―hizo una reverencia.
―¿Qué sucede aquí? ―cuestionó el hijo de Kate.
―Se pondrán estos bonitos vestidos para la boda, ¿te gustan? ―comentó su madre.
―Muy lindos, madre.
Elizabeth quedó con una intriga enorme por saber qué era lo que estaba pensando Patrick en aquel momento al ver tantos vestidos y probándoselos su madre y su hermana. Tenía miedo que pensara cualquier cosa menos algo decente de ellas y sobre todo de ella misma, estaba asustada porque creería que era una aprovechada.
Prince se retiró de allí, no sin antes darle un guiño a Sophie, quien se quedó con los ojos bien abiertos ante la manera de ser del hombre. Lemacks lo siguió y la modista acomodó cada vestido dentro de una caja con un moño.
Apenas la modista salió del ducado, tanto la madre de las jóvenes como su hija menor salieron de allí para subir las escaleras y echarse una siesta antes de ayudar a los demás con la cena.
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Planta alta del castillo
Antes que su hija entrara al cuarto, su madre se dirigió a ella.
―Sophie, te pido por favor que no dejes que se acerque más a ti el primo del duque, eres una joven decente y no me gustaría que te veas envuelta en un escándalo. Yo entiendo si te parece atractivo pero debemos mantener el juicio, somos invitados del duque y debemos estar agradecidos ―dijo con énfasis.
―Yo lo entiendo mamá, no te preocupes. De todas maneras, estamos aquí gracias a Elizabeth, porque se casará con el duque, no pretendo que su primo quiera tener intenciones de algo más conmigo, sé el lugar que debo ocupar en esta sociedad ―habló con tranquilidad y sensatez.
―Me alegro, lamentablemente no sabemos nada de él, y es posible que lo esté haciendo para aprovecharse de ti ―respondió preocupada su madre acariciándole la mejilla.
―Comprendo ―asintió con la cabeza también.
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Saloncito de té
Abajo, dentro del salón de té, se encontraban Kate y Elizabeth.
―Te agradezco mucho lo que has hecho por ellas, no tenías obligación, puesto que había pensado que cuando llegara el día, darles a elegir algunos de los vestidos que tengo en el guardarropas, tenemos las tres casi la misma talla.
―Por eso no te preocupes, Elizabeth ―sonrió una vez más―, he querido regalárselos, son parte de la familia Lemacks también. Fue un regalo para ellas de mi parte con mucho cariño.
―Gracias de verdad. ―Se levantó del sillón―. Si me disculpas, necesito hablar con tu hijo.
―Ve tranquila, niña ―dijo.
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Oficina del Duque
Unos golpecitos en la puerta, sacaron de la concentración al duque, quien habló pidiendo que pasara aquella persona.
―Disculpa la intromisión, necesitaba hablar contigo. ―Se acercó al escritorio.
―Dime, te escucho ―clavó la mirada en ella.
―Con lo que has visto hace unos instantes atrás, estoy pensando en que tú crees que soy una aprovechada, en vestir a mi madre y a mi hermana a costillas tuyas ―tragó saliva con dificultad cuando ella misma se sintió con la voz nerviosa―, no sabía nada de eso, fue tu madre quien les regaló los vestidos a ellas, no he influenciado en ella para que se los comprara ―tuvo que unir las manos por delante porque las sentía temblar.
―¿Has venido a explicarme el porqué mi madre les regaló los vestidos? ―abrió más los ojos ante su discurso.
―Pues... sí. Necesitaba decírtelo para que no pensaras nada raro de mí.
―En mis tiempos de soltero, conocí a un par de taimadas y aprovechadas, te aseguro que tú no eres una de ellas, sé la clase de jovencita que eres. Ahora si viniste a otra cosa, te seguiré escuchando.
―No, era eso solamente.
―Bueno, en ese caso, nos vemos después.
La muchacha quedó desconcertada y se giró en sus talones dirigiéndose a la puerta, pero a la mitad del camino volvió a enfrentarlo.
―¿No encuentras raro a tu primo? ―Unió las cejas intrigada.
―Ya me parecía que sobre eso querías hablar en verdad ―sonrió de lado al tiempo que la miraba de nuevo―, y sacaste el tema de los vestidos.
―Sobre los vestidos era una necesidad de explicártelo, pero lo de tu primo me tiene preocupada. No lo conozco, no sé cómo es, y tengo miedo por mi hermana ―su voz sonó preocupada de manera sincera.
―Tú tampoco me conoces tan bien, sin embargo el miércoles próximo te casas conmigo ―levantó las cejas dejando en el tintero la pluma y levantándose del sillón detrás del escritorio para acercarse a ella.
―Tienes razón, pero lo nuestro es otra cosa ―negó con la cabeza mientras fruncía el ceño sin poder mirarlo a los ojos.
―El acuerdo... ¿crees que solo eres un par de papeles firmados por campos? ―Reposó su cuerpo contra el escritorio de roble lustrado y se cruzó de brazos, teniendo un poco las piernas abiertas y flexionadas.
―¿Qué más sino? ―preguntó con incertidumbre y mintiéndole con descaro.
El duque ni siquiera le respondió, quedó con aquella pregunta retumbando en su cabeza y derivó la conversación al tema de su primo y su cuñada.
―Te voy a aclarar algo ―declaró con seriedad―, Prince es igual que yo, nos criamos juntos, somos prácticamente como hermanos, así que te podrás imaginar cómo piensa también, y lo que está claro desde el principio, es que le llamó mucho la atención, por lo tanto, hará lo imposible para que ella le preste atención.
―Eso sería como un capricho, mi hermana no es ninguna ligera, si eso piensa tu primo, entonces le llenaré la cabeza a Sophie para que se aleje de él, hay muchas mujeres para que se divierta, y no lo hará con mi hermana, que seamos humildes y de campo no les da derecho a usarnos a sus antojos ―dijo molesta.
―Estamos hablando de ellos, no de nosotros, estás mezclando las cosas ―agachó la cabeza y se apretó el puente de la nariz―, ninguno de nosotros está usándolos para nuestros antojos, ya deberías saber eso, Elizabeth ―emitió molesto mientras la miraba con seriedad absoluta―. Mi primo es un hombre honesto e íntegro, si en verdad le interesó tu hermana, es porque quiere conocerla, y por lo que ya hemos visto todos, quedó bien claro que le gustó. Y si Prince quisiera cortejarla, está en todo su derecho, y me gustaría que se conozcan mejor, porque así mi primo tendrá una rival de lengua larga también, como la rival de lengua larga que tengo yo ―sonrió con picardía.
―Que mi hermana y tu primo se conozcan, no estaba en los planes.
―Nada está planeado, Elizabeth.
―Los acuerdos sí están planeados... y por favor, te suplico que redactes un contrato pre-nupcial, yo lo necesito. Por favor.
Ambos se miraron, y a pesar de lo molesto que Patrick se sentía, solo asintió con la cabeza. Ella, después de agradecérselo, se giró en sus talones y se retiró de su despacho dejándolo a solas.
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Ducado de Covent Garden
Durante los días previos al fin de semana que llegaba, Prince intentaba acercarse un poco más a Sophie, quien trataba de evadirlo cada vez que tenía la oportunidad. El joven hombre no era atrevido y siempre se comportaba como un caballero con ella, pero la joven sabía bien la clase de lugar que ocupaba en esa residencia y sabía que cuando volvería al campo, se olvidaría de él y el primo del duque, de ella.
El sábado, el ducado había quedado en silencio y Elizabeth cuando todos decidieron irse a dar un paseo, prefirió quedarse a descansar. No quería volver a discutir con Patrick y por tal motivo quiso quedarse dentro.
Antes de salir de los jardines de la propiedad privada, el duque les informó a todos que volvería al castillo para quedarse con Elizabeth, y así lo hice, con un ligero movimiento de las riendas de su caballo, regresó al palacio para de ser posible, hablar con la joven.
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Biblioteca del duque
La muchacha se encontraba dentro de la biblioteca, concentrada en los títulos de los volúmenes que tenía Patrick en su gran colección. Eligió el que le había llamado la atención cuando lo abrió para leer el comienzo y se sentó en el largo sillón, quitándose antes el calzado.
Silencio. Solo se escuchaba el silencio y el crepitar del hogar a leña. Por un momento sintió un vacío y un sentimiento de desasosiego cuando comprobó que algo faltaba allí, y era el único hombre que de a poco le estaba quitando el sueño, sus suspiros, en pocas palabras, le estaba quitando todo.
Suspiró tanto que hasta él la escuchó.
―¿Por quién suspiras tanto? ―inquirió curioso y apoyándose en el respaldo del sillón largo.
―Qué susto... no te oí entrar.
―Me gusta hacer las cosas en silencio ―caminó para sentarse frente a ella―, aunque algunas otras, son ideales para emitir lo que uno siente ―declaró y la joven de repente se sintió incómoda por la manera en cómo la miraba―. Es necesario que hablemos.
―Lo he pensado también ―tragó saliva con dificultad y se acomodó mejor en el sillón―. Te debo unas disculpas, no fue mi intención faltarte el respeto y tampoco a tus padres ―cerró el libro poniéndolo sobre su regazo―, ya es difícil estar aquí con tantos cambios en poco tiempo y si te hablé de esa manera es porque no quiero que mi hermana termine igual que yo ―apretó las manos sujetando con fuerza el libro.
Esa vez tampoco midió las palabras y Patrick se sintió realmente ofendido. Trató de no darle más importancia porque estaba creído que solo lo decía por toda la situación anterior que debió vivir para llegar al ducado.
―Lo entiendo... de todas maneras, no era sobre eso que tenía que hablarte, es sobre el contrato pre-nupcial. Lo he redactado ayer y si quieres leerlo ahora, podemos ir al despacho.
―Sí, me parece bien ―asintió con la cabeza.
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Despacho
Ambos se levantaron y caminaron hacia la oficina, donde él la hizo sentar en la silla frente al escritorio y ella esperó. Pronto el duque sacó un par de papeles con su puño y letra, y se los cedió para que los mirara.
―Me gustaría que los leas.
A medida que avanzaba en la lectura, una palabra la atravesó y fue de pánico cuando la leyó, anulación del matrimonio.
―¿Por qué me seguirías dando un sueldo y vivir en tu casa de campo a las afueras de aquí cuando ya hubiéramos anulado la unión? ―Frunció el ceño cuando se lo cuestionó.
―Es por derecho. Es lo que le toca a la exesposa de un hombre con un título nobiliario.
Elizabeth no debía pero soltó la lengua igual.
―¿Y a la examante qué le toca? ―Arqueó una ceja.
―Eso depende del hombre... y sé bien a dónde quieres llegar, Elizabeth. Estás dudando si pago algo por ella, o peor, si la mantengo. Pues no... tiene a otro hombre para que la mantenga, y no me gusta acarrear con gastos extras que detesto pagarle a gente que no se lo merece... Hay hombres que mantienen a sus amantes, o examantes, yo no soy ninguno de ellos.
Él le acercó el tintero con la pluma dentro.
La firma del duque yacía sobre los dos papeles y solo faltaba la de ella. Ante ninguna otra duda por su parte, estiró el brazo para tomar la pluma con tinta y firmó ambos papeles. Cuando se los entregó a Patrick en la mano, él los separó para que la tinta se secara.
―Estoy más tranquila sabiendo que tenemos un acuerdo antes de casarnos ―suspiró de nuevo pero ésta vez por calma.
―Ya sabes lo que se siente firmar un contrato pre-nupcial. ―Caminó de a poco hacia el hogar.
Lemacks juntó los dos papeles, los rompió al medio y los tiró al fuego, ella se levantó de la silla exclamando una negación.
―¿¡Por qué lo has hecho!? ―gritó acercándose a él.
―Era solo para que sintieras lo que es tener que firmar un contrato pre-nupcial. Algo que debes firmar por obligación, ¿acaso no te sentiste incómoda? ―quiso saberlo―. Yo me sentí muy incómodo cuando lo estaba redactando, porque fue de manera obligada que lo tuve que hacer, me obligaste a hacer algo que no quería.
Elizabeth quedó sin palabras porque era verdad lo que le estaba diciendo, cuando lo había terminado de firmar, incluso cuando lo estaba leyendo, lo encontró muy raro e incómodo. Solo pudo asentirle con la cabeza.
―Desde el principio nunca fue tu intención, ¿verdad? ―formuló con las cejas caídas y mirándolo a la cara cuando ella se volvió a sentar, esta vez en el sillón largo.
―Para nada.
―Que no quieras hacer un acuerdo antes de casarnos es una locura. ¿Por qué?
―Porque confío en ti.
―Mentecato... ―admitió con un suspiro de resignación―. No es cuestión si confías en mí o no, es por los demás.
―¿Haces todo para agradar a los demás? ¿Te riges por lo que lleguen a opinar de ti? ¿O les pides consejos para saber qué hacer o no? ―preguntó con enfado en su voz―, ellos no viven nuestra vida, Elizabeth. Y mucho menos la rigen.
―Comprendo... en ese caso, no te puedo objetar nada más, ¿verdad?
―No, no tienes derecho a objetarme nada.
La francesita se acercó a él quien aún se encontraba cerca del hogar a leña, y se puso frente a él. Se puso en puntas de pie para abrazarlo por el cuello y depositar un beso en la comisura del labio inferior. Pronto se separó de él y enredó los brazos a su cintura para acomodar mejor su cabeza contra su pecho, ella esperaba que la abrazara.
―Abrázame, por favor...
―¿Por qué tendría que abrazarte? ―cuestionó entre serio y sarcástico.
Quedó consternada ante la pregunta.
―Sé que casi siempre soy difícil, pero en verdad necesito que me abraces. Por favor, Patrick...
―Tienes que comenzar a confiar en mí, Elizabeth.
―Lo sé, me cuesta mucho hacerlo, pero intentaré poner de mi parte para empezar a confiar en ti.
El hombre la abrazó al fin por los hombros y la cintura, inclinándose a su cuello para aspirar su aroma a rosas, cerró los ojos deleitándose de la piel perfumada. No pudo resistir el impulso de dejarle un beso detrás de la oreja. La muchacha se estremeció en sus brazos.
―Lo siento... no lo pude evitar ―respondió incómodo y mirándola a los ojos.
―No te preocupes, no me ha molestado, no tienes que pedirme disculpas ―sonrió observándolo con atención.
Fue el momento de Elizabeth que tuvo el impulso de besarle los labios, y lo hizo. Sin pensarlo mucho, solo queriendo besarlo. Patrick se sorprendió y abrió un poco más sus ojos, pero la sujetó de la nuca para continuar besándola.
Prince entró sin golpear a la puerta y ambos se soltaron del abrazo. Él quedó muy incómodo.
―Disculpen, no sabía que Elizabeth estuviera contigo, necesitaba hablarte de un... asunto ―comentó con algo de nervios.
La francesita lo miró de reojo y lo enfrentó, solo para saber sus intenciones con su hermana.
―¿Acaso ese asunto tiene nombre de mujer? ―cuestionó con interés levantando una ceja.
―Ejem... bueno... ―quedó sorprendido ante la pregunta y falto de palabras.
―En ese caso... tengo derecho a saberlo yo también ―respondió―, ¿qué intenciones tienes con mi hermana, Prince? ―El trato pasó a ser informal.
―Bueno, ya veo que nos dirigimos con informalidad...
―Prince... ―remarcó su nombre.
―Seré frontal... me gusta, y me gustaría conocerla más, ¿tienes algún problema?
―Sí... mi hermana no ha venido para buscar un pretendiente, ni siquiera un marido... y tú no creo que quieras tener algo más cercano con ella.
―¿Por qué no? ¿Qué te hace pensar que no tengo buenas intenciones con Sophie? ―formuló arqueando una ceja y cruzando los brazos sobre su pecho.
―No te conozco, y ella tampoco... Eres un conde, y ella igual que yo.
―Pero te estás por casar con mi primo... y que tú, y tu hermana vengan de una familia sencilla, no hace la diferencia.
―Eres un obcecado como tu primo ―negó con la cabeza y apretó los labios.
―Nos criamos juntos, ya te lo dije ―acotó Patrick detrás de ella.
―Ahí lo tienes ―lo señaló con una sonrisa de lado―, en verdad tengo buenas intenciones con tu hermana, en estos días que pasaron intenté hablar con ella, pero me evade y no sé qué más hacer para poder conversar con ella ―emitió preocupado.
―Si nadie los conociera, dirían que son hermanos ―expresó la joven―. Parecería que piensan igual y se comportan igual ―abrió más los ojos.
―Cuando eres pequeño y solo te llevas pocos años con tu primo, es fácil que se te peguen las cosas del otro... Tengo la impresión de que Sophie no me soporta ―se frotó la barbilla con el dedo índice.
―Conozco a mi hermana, te aseguro que si no te soportaría ni siquiera te hubiera mirado, si quieres puedo hablar con ella ―sugirió.
―Me gustaría, si tú no tienes problema.
―No, tranquilo. Lo haré ―asintió con la cabeza también―, los dejaré solos, hasta luego ―dijo y se retiró de la oficina.
―Ahora que estamos solos, vamos a hablar claro los dos... ¿Qué pretendes con su hermana? ―Levantó una ceja mientras lo miraba.
―Lo mismo que pretendiste tú con Elizabeth.
―¿Quieres casarte con ella? ―Abrió más los ojos desconcertado.
―Sí, porqué no... es decir... todo a su tiempo, pero me parece una joven agradable y bonita, y sé de qué familia viene.
―No te precipites, Prince... primero debes conocerla y si te interesa, cortejarla... igualmente... debes pensar en tu madre, y en tu hermana también, ambos sabemos cuán difíciles se ponen a la hora de encontrarte una joven casadera ―rio pero no tanto.
―Ya me había olvidado cuán pesadas e insoportables se ponen ―llevó la mano a la frente.
―Es por eso que tengo incertidumbre en cómo reaccionarán cuando conozcan a Elizabeth y a su familia ―admitió―. Lo mismo le pasó a mi madre cuando conoció a la tuya.
―Lo sé, es lo que mi padre me contó en algún momento ―dijo en un suspiro―. La mayoría de las veces incomodan a los demás.
―Lo lamento, pero es la verdad. Incomodan y no se ubican.
―Lo sé bien, cada vez que me intereso por alguien, buscan la manera de espantarla.
―Y te aclaro que si llegan a decir algo que crea desubicado, se los haré saber, Prince... lo siento por tu padre y por ti, pero se los haré saber.
―Por mí no te hagas problema, y por mi padre, ya está acostumbrado.
La conversación entre los dos primos, derivó a otras más junto con risas de cosas que ambos recordaban o se decían.
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Castillo ducal
Cuarto de joyas de la familia Lemacks
El domingo fue todo hecho con tranquilidad y el lunes, Kate le pidió a Elizabeth que la acompañara a dar un paseo por los rincones del interior del castillo.
―¿Hacia dónde nos dirigimos? Creo que no he caminado por este ala ―comentó levantando la cabeza y mirando a su alrededor.
―Pronto lo sabrás ―sonrió con entusiasmo al observarla―, esta parte del palacio solo está reservada para los miembros de la familia.
Cuando la suegra abrió la puerta, dejó pasar primero a la joven, esta quedó impresionada cuando descubrió lo que se encontraba en aquel cuarto.
―El miércoles te casas, y por lo tanto, debes elegir lo que llevarás como joya.
―No pretendía usar nada ―tragó saliva con dificultad y quedándose muy asombrada.
―Deberás usar algo de todo esto, Elizabeth. Te casarás con un duque, por lo tanto, como mínimo tendrás que portar una diadema.
―¿Una diadema? ―preguntó más sorprendida que antes.
―Sí, al fondo de todo se encuentran... ve a mirarlas, estoy segura que alguna te gustará usar.
La joven se dirigió allí y la señora la siguió por detrás con una enorme sonrisa. La francesita, estaba tan indecisa que no sabía cual elegir.
―No sé cuál de ellas tomar prestada. Me gustaría que me ayudaras con la elección.
―Eso va en gusto de cada una, y las joyas ahora te pertenecen, las puedes usar cuando quieras, nadie te dirá algo.
―Estaba creída que tú las usabas también.
―Sí, tengo algunas conmigo, pero las principales y las de todos los días, están aquí, donde deben permanecer.
Apenas terminó de escuchar el comentario de Kate, la vista de Elizabeth fue hacia un rincón de la segunda fila de diademas. Caminó hacia allí.
―Qué preciosa ―confesó mirándola con atención.
―Es la Jardín de Rosas, la diadema principal del ducado. Hace muchos años que ninguna de las mujeres de la familia la usa. Se te verá perfecta si la decides usar. La usaba mucho la abuela de mi marido, era su favorita.
―Es en verdad hermosa por donde se mire. ¿Puedo usarla?
―Por supuesto ―habló contenta.
―Entonces, usaré esa diadema.
―Perfecto, ¿y el conjunto de aretes y collar?
―Nada, ya es demasiado con la corona.
―Pero... la diadema no es tan alta y tampoco es cargada.
―Por eso me gustó, es sencilla y delicada. Solo tiene una rosa principal, y luego varias más pequeñas siguiendo la hilera en cada lado, y con algunas hojas, y eso me parece precioso.
―Bueno... si eso has decidido, no me opongo.
―Te lo agradezco, Kate. De verdad, no pensé que aceptarías a que usara algo de tu familia política en mi unión con tu hijo.
―Qué cosas dices, tienes tanto derecho como cualquier otra joven de la nobleza.
Elizabeth quedó sorprendida ante las sinceras palabras de su suegra, y le sonrió encantada. Una vez que habían terminado de decidir la diadema, ambas salieron de allí para reunirse con los demás.
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Interior del palacio
Ese mismo lunes todos los empleados del ducado, se encontraban alegres y decididos a poner un poco más en condiciones el palacio por dentro y por fuera. Hasta el duque se sorprendió de ver tan entusiasmados a sus empleados.
―No me creo que quieran limpiar a fondo el palacio ―casi se ríe ante el ir y venir de los demás.
―Siempre hemos mantenido en condiciones su castillo, milord. Usted antes ni siquiera se percataba de ello ―expresó James.
―Es posible, fueron otros los tiempos, ahora es todo completamente diferente.
―Lo sé.
El resto del día, el palacio estuvo en mantenimiento y la familia aprovechó en pasar tiempo juntos.
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