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Alcoba del duque de Covent Garden

Val, el pequeño de todos los hermanos, se había despertado primero en una recámara que no conocía y al lado del hombre que pronto iría a ser su legítimo cuñado. Gateó en la cama para ponerse frente a él y ver cómo dormía profundamente.

Entre balbuceos y palabras sueltas, el niño aprovechó en darle palmadas sutiles a las mejillas del duque, para así despertarlo.

Patrick estaba despierto de antes, y solo se mantenía quieto y con los ojos cerrados para esperar el momento indicado y asustar a Val o por lo menos intentar hacer eso.

Cuando sintió que estaba donde quería, lo sujetó de la cintura y con gritos, y carcajadas lo alzó en el aire con sus brazos extendidos hacia arriba.

El crío se carcajeaba divirtiéndose con la situación y el hombre hacía lo mismo. Pronto lo abrazó y volvió a depositarlo en la cama.

―Deberías dormir un rato más, Val. ¿O no tienes más sueño?

―No sueio ―respondió el pequeño con una sonrisa.

―¿Ya quieres bajar? ―preguntó y él asintió―. Bueno, si me esperas, podremos bajar juntos, ¿quieres?

―Ti ―asintió de nuevo con su cabeza también.

El duque se higienizó detrás del biombo mientras Val permanecía dentro de la cama.


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Salón principal

Pocos minutos después ambos salieron del dormitorio. Beth cuando vio a su hijo abrazado al duque se le desencajó la cara.

―Pequeño bribón, ¿dónde te habías metido? ―cuestionó molesta―. Buen día, milord.

―Buenos días, Beth. Su hijo estaba durmiendo conmigo ―la respuesta dejó más exaltada a la mujer.

―Le pido mil disculpas. No volverá a ocurrir ―expresó apenada y quitándolo de sus brazos.

―No se preocupe, yo acepté que durmiera conmigo. El niño no me ha importunado... ¿Su hija le ha mostrado el anillo que le entregué anoche? ―interrogó con interés y arqueando una ceja.

―No... no lo sabía tampoco ―quedó sorprendida y giró la cabeza para mirar a Elizabeth quien reía con su hermana―. Eli, no me has dicho que el duque te ha dado el anillo ―se acercó a ella para que le contestara.

―¿Te has enterado? ―Abrió más los ojos.

―Se lo acabo de decir ―replicó con una sonrisa desde una distancia algo cercana hacia ella.

―Anoche me lo ha entregado.

―¿Dónde? ―dijo curiosa.

―En mi alcoba ―emitió el duque antes que la joven.

La muchacha apretó los labios ante la imprudencia de haber dicho aquello frente a los demás. Sophie rio por lo bajo al ver la cara de su hermana.

―Después de darme el anillo, apareció Val dentro del cuarto ―comentó ella―, y creo que confundió el dormitorio del duque con el mío.

―Ya veo... ¿Puedo verlo? ―preguntó su madre intrigada.

Las tres mujeres rodearon a Elizabeth, quien les exhibió el precioso anillo en el dedo corazón. Su madre y su hermana quedaron encantadas y su suegra sonrió al verlo de nuevo.

―Es perfecto ―acotó Sophie.

―Precioso ―respondió Beth.

―Gracias a las dos.


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Comedor ducal

Entre charlas, y risas se reunieron alrededor de la mesa para desayunar. Allí fue el momento en que Patrick aprovechó para hacer el anuncio del compromiso a la familia y brindaron con jugos exprimidos y té.

Antes del almuerzo cada uno decidió realizar diferentes cosas, los dos padres se pusieron a charlar, así como también las hermanas, su madre y Kate. Los niños quisieron corretear por el jardín trasero del castillo y fue Patrick quien se acercó a las mujeres para sacar de la conversación a su prometida.

―Disculpen, necesito hablar unos momentos con la señorita.

La joven giró la cabeza para mirarlo, y se levantó del sillón donde se encontraba sentada, los dos se excusaron y se encaminaron hacia el despacho de él.


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Oficina

Cuando el hombre cerró la puerta, le pidió que se sentara en la silla frente al escritorio.

―Me tienes intrigada, ¿qué sucede? ―formuló con curiosidad al tiempo que se sentaba.

―Necesito comentarte algo ―él se ubicó frente a ella―. A partir del instante en que nos casemos, tú tendrás un sueldo, es una tradición y aquí siempre es así.

La francesita quedó de piedra ante la declaración de él.

―¿Un sueldo? ¿Por qué? Ni siquiera trabajaré aquí, y no veo bien que me des un sueldo sin haber hecho algo.

―Aquí todo es así, Elizabeth ―confesó―. Siempre y desde hace siglos que los hombres de la nobleza les entregan un sueldo a sus esposas para que hagan con el mismo lo que quieran, está en su derecho por haberse casado con un hombre con un título nobiliario ―admitió observándola a los ojos con fijeza.

―No lo veo justo ―apretó los labios.

―Lo siento pero aunque me lo negarás, te lo entregaré cada mes y podrás hacer uso del mismo de la manera que tú quieras. Por lo tanto, a partir del miércoles próximo, tendrás dos mil libras al mes.

―Estás demente, ¿sabes la cantidad que son dos mil libras? ―cuestionó tan sorprendida que casi pega un grito.

―Lo sé y te lo puedo costear.

―No es cuestión si puedes o no darme esa cantidad todos los meses, es impensable que me des tanto.

―Mi madre tiene esa cantidad todos los meses también.

―No soy tu madre, tu madre es una noble de cuna, no me puedes otorgar un sueldo como el de ella ―expresó con incomodidad en su voz―. Te agradezco que hayas querido darme la misma cantidad pero creo que es una locura... Necesito saber algo más.

―Dime ―la miró con atención.

―Me gustaría que firmemos, o que me hagas firmar un contrato antes de la boda.

―¿Por qué? ―Ladeó la cabeza mientras fruncía el ceño.

―Porque es lo correcto. Para que estés tranquilo en el momento de casarte conmigo.

El duque simplemente se rio.

―¿Acaso tienes pensado abandonarme o escaparte con otro hombre? ―Alzó una ceja negra mientras la observaba al detalle.

―¿Por qué lo crees? ―Unió las cejas.

―¿Y tú por qué lo dices? ¿No te consideras buena persona e íntegra? ¿No te has puesto a pensar que no pretendo hacerte firmar ningún contrato porque te considero honesta y de buen corazón? Si mi intención era que firmaras un contrato antes de casarte conmigo, te aseguro que ya lo hubiera hecho, porque de ser así, se lo habría comunicado a tu padre en alguna de las cartas que nos enviamos hace un año atrás ―dijo con sinceridad absoluta.

―Yo sé quien soy pero lo digo por los demás, por los habitantes de la ciudad, por las personas con las que te rodeas, por ellos lo digo y en parte por ti también, para que sepas que si me caso no es por tu fortuna.

―Yo ya sé que no es por mi fortuna por lo que te casas conmigo... ya discutimos esto cuando nos conocimos, y creo que... estoy más que seguro que contraerás matrimonio conmigo por algo más sentimental también ―expresó y ella sintió las mejillas arder―. Y con respecto a los demás, me tienen sin cuidado qué clase de pensamientos tienen con respecto a ti o a mí.

―De acuerdo, en ese caso volveré con las demás ―se levantó de la silla y se giró en sus talones para salir de allí.

―Antes que te retires, las dos mil libras serán tuyas cada mes y no aceptaré un no por respuesta.

―No ―negó dándose vuelta de nuevo―, prefiero quinientas libras.

―Mil quinientas libras.

―Tampoco ―negó con la cabeza.

―Mil y es mi última oferta ―notificó y ella molesta golpeó el calzado contra el piso―. Puedes enojarte todo lo que quieras, sabes bien que me gustas mucho cuando te enojas ―confesó con una sonrisa de lado al tiempo que la miraba a los ojos.

―Eres embustero ―su voz sonó irritada.

―Sí y acabo de comprobar que me encanta ser así contigo ―volvió a sonreírle y le guiñó un ojo.

A Elizabeth casi se le aflojan las piernas cuando vio aquel guiño. No le dijo más nada, solo se limitó a darse la vuelta y salir de allí dejando al hombre a solas.

Después de almorzar, Kate les avisó a las muchachas, a Beth y a Clarissa que se irían al mercado de flores para encargar los arreglos florales para la unión.


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Ciudad de Covent Garden

Mercado de flores

Tardaron pocos minutos para llegar allí, las demás se dispersaron por el mercado, mientras que la joven se encontraba en el sector de las rosas para olerlas.

Sin poder evitar el encuentro, quedó de frente con la examante de Patrick.

―Vaya... vaya... ¿pero a quién tenemos aquí? Quien iba a decir que me encontraría con la futura duquesa ―su sonrisa de lado denotaba asco―. ¿Eligiendo flores para el acontecimiento del año? ―sonó irónica―, cómo cambian las personas... jamás habría pensado que el semental del duque iría a casarse con alguien como tú ―la miró desde los pies hasta la cabeza―, ayer lo he visto...

―Si me disculpas, tengo que seguir con mis cosas ―contestó con tranquilidad e intentando salir de allí.

―¿Acaso no te interesa de qué manera lo he visto ayer? ―Levantó una ceja con burla―. El duque nunca podría ser solamente tuyo, con tan solo mirarte en el espejo sabrías que jamás podría llegar a estar interesado en ti de manera sincera, nunca podría tener ojos para ti ―escupió con enojo.

―Roseanne, no es mi culpa que él haya dejado de verte... Ahora, si me disculpas tengo cosas más importantes que hacer.

Dio un paso hacia delante cuando ella se le interpuso de nuevo en su camino.

―A mí no me vas a dejar con la palabra en la boca, insulsa. Tarde o temprano averiguaré de donde has salido y cuando lo sepa, te destruiré ―el tono de voz implementado fue amenazante.

Fue la mujer quien se retiró de allí, dejando a Elizabeth con los nervios a flor de piel. Estaba asustada y quedó con un mar de pensamientos. La sacó de aquellos, Kate quien al acercarse a ella miró su rostro preocupado y luego miró más allá para ver a la examante de su hijo salir del mercado de flores.

―No tiene que moverte ni un solo pelo, Elizabeth. ¿Me has escuchado? ―cuestionó mirándola con atención y la joven asintió con la cabeza.

―¿Las demás están contigo?

―Sí, estábamos viendo las flores para la capilla, me contó Patrick que era posible que querías decorarla con algunas ―emitió con una sonrisa mientras ambas caminaban a la par.

―Había surgido el tema porque le dije que no sabía si se podía o no decorarla, y me dijo que no se acostumbraba pero que podía hacerlo.

―No, pero lo puedes hacer. Yo he tenido también la capilla decorada, en esa misma del ducado me casé con su padre ―dijo con alegría recordando aquel día.

―Sé que quizá te suene atrevido de mi parte pero... ¿te has casado enamorada?

―No me molesta tu pregunta. Sí, me casé enamorada de Ernest y lo sigo estando de él ―confesó con honestidad.

―Qué bien... ―quedó con una pena terrible en su interior porque estaba segura que su hijo no la quería.

―Elizabeth, ¿te gustan? ―preguntó su madre mostrándole un ramillete de flores blancas.

―Son preciosas.

―Si tu suegra me lo permite, ¿qué te parecen estas flores blancas junto con rosas del mismo color para adornar la capilla y la residencia? ―interrogó con entusiasmo.

―Querida, a mí no debes pedirme permiso, ni esas cosas. Eres su madre, estás en tu derecho de opinar también sobre la boda de nuestros hijos.

―Gracias, de verdad ―respondió sorprendida.

―Me gustan y creo que quedarían bien con las rosas blancas también ―acotó la joven.

Pronto se acercaron al mostrador donde enseguida las atendió el encargado del mercado, Elizabeth le detalló más o menos lo que quería para el miércoles próximo y la cantidad de lirios del valle y rosas blancas que necesitaba también. Y Katherine no dejó pasar la oportunidad en comunicarle al vendedor que la joven era la prometida de su hijo y las demás, la madre y la hermana.

Cuando salieron de allí comprando todo lo necesario, el florista se encargaría de enviar las flores el día anterior a la boda al ducado con algunos empleados para realizar el armado de la arcada principal de la entrada de la capilla y luego armarían los arreglos florales dentro del palacio ducal así como también la fachada del mismo.

Emprendieron el viaje de regreso a la residencia las cinco mujeres.


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Castillo ducal

Apenas llegaron con el carruaje luego de media hora de trayecto, se encontraron con un caballo que las demás no conocían pero sí Kate.

―¿Qué hace Prince aquí? ―replicó por lo bajo de manera interrogativa.

―¿El señorito llegó tan temprano? ―cuestionó sorprendida Clarissa, y Elizabeth no pudo evitar reírse por lo bajo ante aquella peculiar palabra. Su madre le dio un codazo y volvió a tener compostura―. ¿No llegaba el mismo día de la boda junto a sus padres? ―inquirió intrigada.

―Es lo que sabíamos pero tal parece que no fue así.

Las cinco bajaron de la calesa con ayuda del lacayo que las había acompañado en el viaje y entraron a la residencia cuando James les abrió la puerta. El joven hombre se acercó a Kate y la abrazó por los hombros.

―¡Hola, tía! ¡Qué alegría volver a verte! ―exclamó con una gran sonrisa.

―¡Hola, sobrino! ¿Cómo te encuentras? ¿Y tus padres? ―preguntó con interés.

―Estoy bien, ya tu hijo me tiene al tanto de todo ―sonrió―, mis padres están muy bien, el martes de la semana siguiente vendrán. Si no molesto aquí, me gustaría quedarme con ustedes.

―Sabes que siempre eres bienvenido.

Patrick llegó pronto del jardín trasero junto con los tres cuñados.

―Es momento de hacer las presentaciones ―admitió el hombre―. Prince, te presento a mi prometida, la señorita Elizabeth Tomey.

―Encantada, milord ―dio una reverencia y él le besó la mano.

―Lo mismo digo ―contestó y sus ojos se clavaron en la joven que estaba al lado de la futura duquesa―. ¿Quién eres? ―formuló quedándose petrificado.

―Sophie, su hermana ―respondió enseguida el duque.

―¿Dónde te habías escondido todo este tiempo? ―su pregunta dejó desconcertada a la muchacha cuando tomó su mano y se la besó también.

La hermana de Elizabeth quedó tan incómoda que quiso salir de allí pero el pensamiento le duró poco.

―Encantada en conocerlo, milord ―ella también le hizo una reverencia y solo le habló por amabilidad.

―Encantado yo también, Prince Lemacks, a sus órdenes, señorita ―expresó manteniendo la mano de la joven entre las suyas y mirándola con atención.

«Este es igual de perverso que Patrick», pensó Elizabeth.

―Es sobrino directo de Ernest, ¿verdad? ―cuestionó la francesita.

―Así es, señorita. Mi padre y el padre de Patrick son hermanos ―replicó Prince a su futura prima.

Más tarde, y siendo la última le presentaron a Beth.

―Ya veo a quién salieron las dos, es casi inconfundible el parecido entre las tres ―halagó a la madre de ambas cuando le besó la mano.

―Gracias por el cumplido, milord y encantada en conocerlo también ―hizo una pequeña reverencia.

―¿Pudieron comprar todo? ―interrogó el duque.

―Sí, ya todo está encargado y agendada la fecha para que envíen las flores aquí ―comentó Elizabeth.

―Usted no tiene nada de señorito ―afirmó Sophie mirándolo con atención.

Su hermana casi estalla en risas cuando volvió a escuchar aquella palabra, y Prince quedó desconcertado poniendo su cabeza de lado.

―No soy ningún señorito, tengo treinta años ―recalcó.

―Vaya... vaya... ―hizo sonar con énfasis esas dos mismas palabras el duque en medio de la conversación entre su cuñada y su primo―, pero si... es la misma Elizabeth reflejada en su hermana ―sonrió de lado con diversión―, esto será más que interesante de ver y oír.

Su prometida casi se descompone ante la declaración de él y tenía miedo que su primo no fuese del todo caballero con su hermana.

―¿Quién me sigue llamando señorito? ―quiso saber Prince, porque le resultaba divertido.

―La dama de compañía de mi hermana ―notificó la joven.

―¿Clarissa? ―Abrió más los ojos ante su nombre, y rio a carcajadas―, ella siempre tan respetuosa.


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Saloncito de té

Durante la merienda, todos hablaban con todos menos los niños que prefirieron jugar dentro de la sala principal. Todo estaba en orden y no faltaban las miradas furtivas que le daba Patrick a Elizabeth, y el primo del primero a la hermana menor cuando se escuchó desde la sala de té un golpe seguido de algo que se rompía contra el piso. Fue la muchacha quien se levantó con rapidez para comprobar que todo estuviera bien pero sabía que con sus hermanos correteando por los lugares, nada podía quedar sano.

Al ver la escena se le desencajó la cara. Habían hecho un desastre, dos cojines quedaron rotos y pendiendo de la araña principal mientras que las plumas de ganso caían al piso, un adorno caro había quedado hecho trizas en el piso y un jarrón antiguo, y que debía valer una fortuna roto también.

La madre de los niños casi se los come crudos, fue directa hacia ellos mientras les gritaba.

―¡Pequeños bribones! ¡Yo no les he enseñado a comportarse así! ―exclamó.

Patrick se interpuso en su camino.

―No... ―dijo y la mujer frenó de golpe mirándolo con fijeza.

―Están tirando abajo su residencia, debo darles una tunda, no suelen comportarse así.

―De pequeño era igual que ellos, terminé desarmando la casa, y a veces lo hacía con Prince. Son niños y deben jugar, y divertirse.

―Pero no tienen derecho a romper cosas ajenas.

―¿Quien no hizo travesuras a la edad de ellos? Todos las hicimos. Deje que jueguen tranquilos, los adornos se reemplazarán, o sino, se dejará libre el espacio, es una manera de saber que ya cumplieron su tiempo... Ahora que pronto me caso, es posible que se me ocurra ubicar un lindo florero con rosas rojas ―clavó la mirada en Elizabeth cuando dijo las últimas palabras―, y puede elegirlo su hija.

―Beth... ―la llamó su consuegra―, no pasa nada, no te preocupes por cosas así ―la animó la mujer regalándole una sonrisa―. Vamos a seguir bebiendo el té.

La llevó de nuevo al salón y solo quedaron los tres niños, Elizabeth y el duque.

―Pidan disculpas, por favor ―miró a cada uno su hermana y ellos le obedecieron.

―No me las tienen que pedir, no han hecho nada malo ―unió las cejas con desconcierto―, no las pidan, por favor. Vayan a seguir jugando, nada más.

Alexandre vio el guiño disimulado que le dedicó el duque a él a escondidas de su hermana, y con una sonrisa de pillo, salió él corriendo hacia el jardín trasero y le siguieron sus dos hermanos más chicos también.

―Algo me dice que tú y él se entienden a la perfección ―acotó la joven.

―Puede ser... ―sonrió con astucia al tiempo que levantaba una negra ceja y le clavaba los ojos en ella.

―¿De verdad no estás molesto por lo que sucedió? ―Entrecerró los ojos con intriga.

―Para nada. Me molestan y me enojan otras cosas, que tus hermanos hayan roto los adornos y hecho pedazos los cojines, ni siquiera me importa, como le he dicho a tu madre, se reemplazarán y no sería mala idea que fuera con floreros u otros jarrones con rosas rojas ―expresó con sinceridad y dándole una gran sonrisa.

―¿Qué cosas te molestan o te enojan en verdad? ―preguntó con interés.

―A la noche... cuando todo esté en silencio, te lo diré. Te estará esperando una nueva esquela con una rosa en tu alcoba ―volvió a sonreírle teniendo las manos unidas por detrás sobre la cintura, y caminó hacia el salón.

Ella lo miró girando la cabeza, y él dio vuelta la cara otra vez para mirarla con fijeza y con una sonrisa de lado.

Varias horas después, como bien se lo había declarado Patrick a Elizabeth, el palacio quedó en silencio y todos dentro de sus respectivos dormitorios, fue ahí cuando ella entró a su cuarto percatándose que él había dejado la puerta entornada.


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Recámaras ducales

La muchacha sin intercambiar palabras con él, se sentó en el sillón frente al hogar a leña y suspiró.

―¿No quieres descontar de ese sueldo que me darás una vez que me case contigo, lo que mis hermanos rompieron? ―sugirió.

―Ya te dije que son niños y siendo niños están en su derecho en hacer travesuras como esas ―la miró y caminó hacia ella para sentarse a su lado―, el día que tengamos hijos, si es que los tenemos, ¿serás así con ellos? ¿Autoritaria, estricta y regañándolos siempre? ―cuestionó observándola con detenimiento.

―Tienen que aprender a comportarse porque es una casa ajena ―habló sobre sus hermanos.

Patrick rio a carcajadas.

―En todas las casas, que se sabe que hay niños, se sabe también que siempre destruyen algo porque juegan.

―Supongo que tienes razón, ¿entonces no quieres descontar del sueldo los daños hechos?

―El sueldo tuyo está fuera de discusión, Elizabeth ―sonrió de lado.

La francesita vio cómo le caía un mechón negro por delante de sus ojos, y suspiró por dentro de nuevo. Jamás se había sentido así, y tenía pavor que lo que sentía no fuera recíproco. Ella se lo ubicó detrás de la oreja, y el duque aprovechó el momento para sujetarla de la nuca y besarla con ganas.

―¿Sabes lo que me molesta? Que en todo el día, ni un beso me diste ―respondió sobre su boca―, y me enoja que pienses que si te acercas a mí, yo te diré algo, o te rechazaré. ―Sus besos la embriagaban y ella trató de ir a su ritmo.

Era tan condenadamente adictivo que sentía que todo su cuerpo temblaba. Cuando Patrick notó el temblor del cuerpo de la joven en sus manos, trató de calmarla.

―No pasa nada, Elizabeth. Tranquilízate ―la sostuvo de las mejillas al tiempo que la miraba con fijeza a sus ojos.

Reanudó el beso pero la mente de la muchacha ya estaba en otro momento, en otra desagradable escena, la que había vivido aquel día en el mercado de flores, cuando se enfrentó a la examante de su futuro marido. Y las palabras intencionales de aquella mujer resonaron en su cabeza.

―Ya no más... ―se separó de él de repente.

Se levantó del sillón.

―Elizabeth, no iba a hacerte nada, solo nos estábamos besando, nada más ―él se levantó también, quedándose perplejo por su actitud repentina.

―Lo siento, será mejor ir a dormir... Buenas noches ―respondió y girándose en sus talones, caminó hacia la puerta contigua, para entrar a su alcoba y cerrar la puerta a sus espaldas.

Respiró con tranquilidad cuando se refugió en el cuarto y en penumbras, sin tener que derretirse por el duque que la miraba con aquella mirada azul que sentía que la atravesaba.

Les dejé dos imágenes del duque, por si querían saber cómo era.

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