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Covent Garden

Palacio Ducal

El lunes el castillo amaneció con los empleados realizando desde temprano los quehaceres del hogar y fue Elizabeth quien bajaba las escaleras ante la mirada sorprendida que les dedicaba a todos.

―Buenos días... ¿Qué está sucediendo? ―preguntó a James.

―Buen día, señorita. Hemos tenido la orden de milord para acomodar un poco más el castillo por dentro.

―Pero... no veo nada raro ―levantó la cabeza para dar un vistazo a su alrededor.

―No... no hay nada extraño ―fue una respuesta tajante, puesto que no quería levantar las sospechas de la joven.

Risas se escucharon desde el despacho de Patrick y le llamó la atención a ella.

―¿Quién está con el duque? ―formuló curiosa.

―Me temo que no puedo decírselo, señorita. Sería bueno que usted misma lo compruebe.

Las palabras del mayordomo irritaron en parte a Elizabeth, quien se encaminó con paso firme hacia la oficina, y hablaba para ella misma, escuchando James cada palabra, dejando a este riéndose por lo bajo.

―Si es su examante, le arrancaré los pelos ―escupió con seriedad al tiempo que abría la puerta.


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Despacho del duque

Quedó asombrada con lo que vio. Sus tres hermanos con Patrick. El pequeño en su regazo y sentados en el sillón individual, y los otros dos, jugando entre ellos con los cojines de los sillones.

―¡Eli! ―gritaron los dos y corrieron a abrazarla.

Aún no comprendía nada.

El duque se levantó del sillón, teniendo en brazos a Val, apenas quedaron enfrentados, el pequeño estiró los brazos para que su hermana lo saludara.

―Mi tierno Val, y mis dos bribones favoritos ―los miró agachando la cabeza―. ¿Qué es todo esto? ―preguntó alzando la cabeza y sintiendo sus ojos arder de la emoción.

―Llegaron muy temprano esta mañana, los niños quisieron quedarse y mis padres decidieron darles un paseo por los alrededores a sus padres y a su hermana.

―¿Quien los recibió en el puerto?

―Mis padres quisieron esperar a su familia en el puerto con el carruaje.

―No tienen ninguna obligación, ni sus padres y usted tampoco. Esto es descabellado, impensable.

―Ya deje esas cosas de lado, deje de cuestionar todo ―habló con algo de seriedad en su voz.

―¿Por qué vinieron? ―cuestionó a Alexandre.

―Papá nos ha dicho que el duque nos invitaba a pasar unos días aquí, y luego de tu boda con él, podíamos quedarnos unos días más también.

―¿Recibieron una carta? ―Abrió más los ojos y levantó las cejas al mismo tiempo.

―Supongo que sí.

―Sí, recibieron la misiva... me encargué de redactar la misma con mi nombre y apellido, sin ningún título nobiliario.

―¿Por qué lo tratas de usted? Si casi parecen de la misma edad ―acotó el mayor de los varones con curiosidad.

―Sí, Elizabeth... ¿por qué me trata de usted? ―formuló con tono burlesco Patrick alzando una ceja negra, y siguiendo el juego del niño.

―Cariño... él no es como nosotros y merece respeto ―intentó explicarle.

―Lo entiendo, se ve a simple vista que no es igual a nosotros, pero por dirigirte a él sin el usted, lo respetarás de todas maneras.

―Es complicado, Alex... él es un duque.

―Pero es... mi cuñado también, ¿no? ―Levantó la cabeza para mirarlo.

―Sí, Alex... soy tu cuñado y el de tus hermanos también.

―Entonces yo te llamaré Patrick ―admitió directo y opinando lo que quería.

―Puedes llamarme como quieras, Alex ―rio ante el comentario de su pequeño cuñado―, no caben dudas que es su hermano, este niño de adulto, impondrá la ley... como de vez en cuando usted la impone aquí ―volvió a levantar una ceja y sonrió de lado con convicción.

Las mejillas de Elizabeth ardieron de incomodidad.

―Rosa... ―señaló Brendan mirando su mejilla.

―Sí, está ruborizada ―respondió Alexandre a su hermano.

El mediano de los hermanos rio por lo bajo.

―Este muchachito tiene lengua larga ―comentó el duque, refiriéndose a Alex.

―Discúlpelo, milord ―dijo apenada la muchacha.

―¿Por qué? No he dicho que me disgustara ―rectificó―, la lengua larga usted también la tiene, y me encanta.

De nuevo volvía a ruborizarse.

―Necesito hablar con usted, en privado.

El duque le dio las instrucciones a Alexandre para que los tres fueran a la cocina y le pidieran a James que les sirvieran leche caliente y bocadillos. Cuando ambos vieron que cerraba la puerta quedaron callados.

―Habiendo invitado a mi familia a la boda, pone en peligro todo.

―¿No se alegra de verlos?

―Estoy tan emocionada y sorprendida que no sé qué hacer... mi mente y mi corazón se debaten... Siempre lo hacen.

―Haga lo que crea correcto, si quiere mi opinión... siempre hago lo que dicte mi corazón, no le doy tiempo a la mente para que me diga lo contrario.

La muchacha se acercó más a él y lo observó directamente a los ojos... a ese color que la hacía flaquear y ponerse nerviosa a la misma vez. Con dudas apoyó las manos en sus mejillas, él cerró los ojos por un instante y los volvió a abrir. De a poco, Elizabeth acercó sus labios sobre los suyos, manteniéndose en puntas de pie. Los dos cerraron los ojos perdiéndose en el momento que estaban compartiendo. Un segundo después ella se separó de él.

―¿Qué fue eso? ―interpeló el hombre mirándola a los ojos.

―Me guie por lo que quería mi corazón. Y lo hice en agradecimiento.

―No debe agradecerme, su familia tiene derecho a presenciar este acontecimiento.

―Pero usted no está obligado a aceptar que se hospeden aquí y que estén en la boda ―su voz sonó preocupante.

―Deje los temores de lado, por favor... usted está pensando sobre lo que hemos decidido en el instante en que nos conocimos, sobre ser hija de uno de mis contadores... En la ceremonia religiosa no habrá nadie excepto su familia y la mía, recién en el banquete nupcial vendrán los invitados. Y lo lamento por usted, pero el plan cambió.

―No lo comprendo, milord ―frunció el ceño intrigada.

―Su familia es la que tiene, la que acaba de llegar desde La Rochelle, y por mi parte no pretendo esconderlos.

―Está llegando al límite, y no mide lo que podría llegar a suceder si todos saben que mi familia es la que vive en sus campos y por consiguiente, que yo salí de ahí también.

Patrick ni siquiera le respondió, solo la sostuvo de las mejillas para secarle las lágrimas con los pulgares, y la besó de nuevo. Kate entró sin golpear y se llevó una sorpresa.

―Perdón... era para avisar que acabamos de llegar.

―Buenos días, Kate ―sonrió la joven y le dio un beso en la mejilla.

―Buen día... el resto de tu familia te está esperando en la sala ―dijo alegre.

Enseguida la joven se retiró de allí, dejando a madre y hijo dentro del despacho.

―¿Por qué lloraba?

―Por emoción y porque le preocupa lo que acarreará todo esto.

―Entiendo... ¿vamos? ―preguntó y él solo asintió con la cabeza.


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Sala del palacio ducal

En la sala principal, los cuatro aún continuaban abrazados.

―Te ves preciosa, Elizabeth ―confesó su madre acariciando sus mejillas.

―Los extrañé mucho.

―Y nosotros a ti también ―replicó su hermana.

Patrick se acercó a ellos para saludarlos también.

―En nombre de mi familia y mío, le agradecemos que nos haya invitado a pasar unos días en su residencia, milord ―habló Phillip.

―No fue nada... bienvenidos y siéntanse cómodos ―dijo y extendió la mano para que el hombre se la estrechara también.

El hombre aceptó la mano y la sacudieron levemente. Enseguida decidieron dónde dormirían.

―Sophie puede dormir conmigo ―anunció la joven solo para que no tuvieran la molestia en acondicionar otros cuartos.

―Tu hermana tendrá un cuarto para ella sola ―emitió Kate―. Tus padres otro, y tus hermanos otro también.

―No es necesario...

―Insisto, por favor. Estarán todos más cómodos para dormir o si quieren pasar el tiempo dentro del dormitorio ―notificó su suegra.

―De acuerdo ―asintió con la cabeza también.

Una vez que todo se distribuyó como era debido, la mesa comenzó a prepararse para el almuerzo.


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Alcoba de invitados

Dentro del cuarto que le había tocado a Sophie, las tres mujeres conversaban con ánimos y alegría de volver a verse.

―Hoy por la tarde tendré la segunda prueba del vestido ―comentó la joven―. La primera la tuve el viernes anterior.

―Ya casi todo está listo, ¿verdad? ―preguntó con intriga su hermana.

―La verdad es que no lo sé, supongo que Kate se encargará de esas cosas.

―¿Cómo te tratan? ―quiso saber su madre.

―Muy bien, su madre es una mujer muy buena, incluso su marido lo es conmigo también.

―¿Y... el duque? ―preguntó con interés.

Algo le decía a Beth que el dueño de aquel lugar era el perfecto hombre para su hija, pero quería que su propia hija lo admitiera.

―Él es... muy correcto, y respetuoso.

«¿Por qué le miento a mi madre? Es todo menos correcto y respetuoso. Aunque... lo sea en parte, pero es el hombre más misterioso y atractivo que haya visto en mi vida», caviló ella.

―Respetuoso lo es... ¿pero correcto? No pensé que me dirías algo así.

―Me permite hacer lo que quiera aquí, no me obliga a hacer nada que no quiera, no me impone las cosas, no me pide explicaciones, nada ―esquivó un poco su contestación.

―Qué maravilla.

―Sí ―confirmó.


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Oficina del duque

Abajo en el despacho, se encontraban los tres hombres sentados en los sillones. Momento en el cual Patrick aprovechó la oportunidad para hablar con Phillip.

―He decidido que muy pronto le entregaré a Elizabeth el anillo de compromiso. Y por tal motivo, quiero ahora pedirle la mano de su hija en matrimonio.

El hombre quedó desconcertado ante aquellas palabras.

―Pero... hemos firmado un contrato el año pasado, constatando todo. ¿Por qué me pide su mano, milord?

―Porque lo creí correcto... y es una tradición, a pesar de todo lo demás, el pedido de mano lo considero una tradición.

―Tiene nuestra aprobación, milord.

―Me alegro mucho ―sonrió.

El duque y su padre conversaban con entusiasmo con Phillip, mientras que Kate se encontraba en la cocina con los niños y las tres mujeres en la planta alta dentro del dormitorio de la hermana de Elizabeth.

Después del almuerzo, todo había quedado en silencio, sobre todo los niños cayeron rendidos en la cama para hacer una siesta. Mientras que Ernest y Phillip lo hacían también en sus respectivos dormitorios. Patrick había decidido ir hasta el mercado principal con Misterio, dejando a las cuatro mujeres dentro del salón de té junto con la modista.


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Salón de té

La merienda se había servido y con ella las cinco hablaban con entusiasmo.

―Es precioso tu vestido ―admitió su hermana abriendo más los ojos.

―Gracias, Sophie ―respondió con una sonrisa.

―Todavía no está terminado, pero he avanzado mucho con él... es posible que para el sábado de esta semana ya lo tengas listo, te he reservado el velo para el final, y será una sorpresa, el mismo día de la unión lo verás.

―¿No nos puedes dar una pista? ―preguntó intrigada Kate.

―No... aunque puede que les confiese algo, será con bordados.

―Se verá precioso el detalle ―acotó la duquesa.

―La tela... es hermosa ―confesó Beth tocando la falda del vestido.

―Se llama gasa de seda ―comentó la modista con una sonrisa a la mujer.

―Me gusta mucho el diseño que eligió mi hija.

―Kate y Anne me ayudaron a elegirlo ―respondió la joven.

La duquesa se quedó sorprendida cuando su futura nuera dijo que ella también había ayudado en la elección del vestido y la tela.

―Este miércoles volveré para la tercera prueba, ¿te parece bien?

―Sí, perfecto. ―La modista la ayudó a quitarse el vestido y su madre la ayudó a vestirse con el vestido que tenía puesto.

―En ese caso, termino de acomodar todo, y me retiraré para continuar con el trabajo.

Katherine le pidió a Anne que se quedara a tomar el té con ellas antes de irse, y la señora aceptó con placer. Las cinco mujeres mantuvieron una conversación agradable y con risas.


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Barrio de Covent Garden

En la ciudad, con el bullicio de la gente que paseaba y compraba cosas, el duque se encontraba dentro del mercado de flores, eligiendo un ramillete de tamaño mediano para su futura duquesa. Eligió las más bellas, sobre todo, rosas rojas, rosadas y blancas. Pagó el ramillete a pesar de ser él el dueño, ya que el florista vivía de ello. Antes de salir se encontró de nuevo con Roseanne y la cara del hombre cambió por completo.

―Qué raro encontrarte por aquí... ―clavó los ojos en el ramo―, ¿acaso le llevas flores a tu dechado de virtudes? ―la pregunta sonó con ironía.

―No te interesa, si me disculpas, debo irme ―dijo tajante.

―Tal parece que el duque de Covent Garden se reivindicó y la pobretona lo lleva de las narices ―arqueó una ceja y respondió con maldad.

―Mucho cuidado en cómo hablas de ella... ―confesó con seriedad absoluta―. No te lo voy a permitir y no soy tu marido tampoco... volví a respirar cuando rompí contigo.

―Te he enviado una carta.

―Y como llegó, decidí romperla.

―Te extraño... ―declaró intentando ablandarlo.

―Endulza a tu marido con esas palabras, no me interesas más ―su sequedad en la voz sonó despreciable.

Dejando aquellas palabras suspendidas en el aire, él caminó hacia su caballo para montarlo. La mujer quedó apretando con rabia la mandíbula y con furia contenida.

Patrick galopó con ligereza hacia el ducado donde llegó unos veinte minutos después.


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Palacio ducal

Apenas se bajó del caballo de capa negra, le entregó las riendas a su mozo de cuadra y entró al palacio, quitándose los guantes y la capa con la ayuda de James.

―¿Elizabeth?

―Dentro del salón de té con las demás mujeres.

―¿Quiénes? ―Frunció el ceño con intriga.

―La modista, la hermana y sus madres.

―Entonces, dejaré el ramillete en mi oficina.

En el momento en que él caminaba hacia su despacho, se encontró con la modista que se estaba retirando del ducado.

―Buenas tardes, milord ―se inclinó.

―Buenas tardes, Anne. ¿Cómo ha ido la cita?

―Perfecta como siempre. La joven es una maravilla. Con su permiso, me retiro ―dijo dándole una nueva reverencia.

―Hasta pronto.

Beth y Sophie salieron junto con Katherine del salón de té. Fue la madre de la muchacha quien miró con atención el precioso ramillete de flores que tenía en sus manos el duque, y sonrió por dentro. La muchacha y su madre, lo reverenciaron también.

―Me gustaría que dejen de hacer eso ―expresó con énfasis el hombre.

―Es lo que corresponde ―acotó Beth.

―Ya veo de quién sacó el carácter Elizabeth ―rio por lo bajo―. Aquí dentro, no les permitiré que me reverencien, ni tampoco a mis padres.

―Es lo que les he estado diciendo, pero no han querido hacerme caso ―replicó Kate.

―Usted es una dama, milady.

―¿Acaso tú no lo eres también, Beth? ―formuló abriendo más los ojos.

―Sí, milady pero no como lo es usted.

―Pamplinas, querida.

―Si todo está resuelto, iré a ver a Elizabeth. ¿Quedó dentro del salón?

―Sí, querido ―declaró su madre.

―Con su permiso, señoras... señorita ―las saludó y se dirigió al salón de té.

Golpeó la puerta y ella dijo que pasara, la mano del hombre se divisó primero y la joven sintió mariposas en su estómago. Se levantó del sillón cuando entró él y miró con fijeza el ramo de flores que tenía en una de sus manos.

―Son para usted ―se lo entregó en las manos.

―Son bellísimas, muchas gracias ―se acercó a él poniéndose en puntas de pie y besó su mejilla―. Qué bien huelen.

―Me alegro que le hayan gustado ―sonrió de nuevo.

Agachó la cabeza para besarla en los labios y ella correspondió a su beso.

―No creí que me regalaría flores. Me encantaron.

―Se merece todo lo lindo que hay en el mundo, señorita.

―Gracias ―sonrió ante sus palabras y sus ojos brillaron de alegría.

De aquella manera, el día pasó hasta caer la noche y luego de la cena la joven se encontró con una nueva misiva sellada con lacre rojo y una rosa roja, sobre el florero con rosas rojas.


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Dormitorios ducales


«¿Vienes? Entra sin golpear la puerta. Te espero.»


―Pensé que no quería charlar, este día fue agotador y creo que todos necesitan descansar.

―Lo fue, lo sé... pero quiero hablar algo con usted, porque me dejó pensando todo el día en ello.

―¿De qué quiere hablarme? ―Ladeó la cabeza observándolo.

―¿No le parece que su hermano tiene razón?

―¿De qué habla, milord?

―De lo que esta mañana ha dicho Alexandre, sobre la formalidad y el respeto.

―Solo tiene diez años, no puede tomar en cuenta la opinión de un niño de su edad.

―Ese niño es inteligente... demasiado, y si alguien le da un empujón, llegará lejos. Y pienso lo mismo que él... por hablarme con informalidad no será irrespetuosa conmigo. Haga como su hermano, no piense tanto en tratarme de usted ―le regaló una sonrisa.

―Es muy difícil tener que dirigirme a usted sin formalidad.

―Es lo que quiero. ¿Acaso encuentra extrañas las palabras informales que le escribo en las esquelas que le dejo en el cuarto?

―Al principio sí, pero después me acostumbré.

―Por tal motivo, debe acostumbrarse a que la trate de manera informal, así como usted lo deberá hacer conmigo, yo no me ofenderé.

―Está bien... usted gana... tú ganas, Patricien.

―Ven ―la tomó de la mano para caminar hacia el largo sillón frente al hogar a leña.

―Me preocupa saber que nada estará listo para el miércoles de la próxima semana.

―¿A qué te refieres? ―La sentó y él a su lado.

―No he hablado con tu madre sobre esto, no sé cómo es cuando hay una boda aquí, supongo que decoran el lugar o la capilla ―se mordió la uña del dedo pulgar y sus ojos se dirigieron hacia lo que yacía sobre la mesa que estaba frente al sillón.

Sus nervios comenzaron a instalarse en todo su cuerpo, sobre todo los sintió en las manos.

―Ahora que está tu familia aquí, podrías ir con ellas al mercado de flores para encargar lo que quieras en arreglos florales, la capilla no se suele decorar para ocasiones especiales pero tú puedes hacer lo que quieras ―le regaló una sonrisa y la tomó de las manos.

―Tampoco pretendo abusar de tu fortuna.

―Sé que no lo harás, no quiero que pienses eso, Elizabeth ―declaró con honestidad y extendió su mano para tomar el estuche.

―¿Es... lo que creo que es? ―Sus pupilas se dilataron de expectación.

Patrick abrió el estuche dejándole ver un precioso anillo, con un solo rubí, una piedra de color rojo sangre imponente y a su alrededor pequeños diamantes. La muchacha quedó sin palabras y la boca se le entreabrió dejando expulsar el aire contenido de nervios.

―Hoy por la mañana le pedí tu mano a tu padre.

―No debiste porque no fue algo sentimental, me refiero al contrato, no tenías obligación para pedir mi mano.

―Es una tradición y me gusta respetarla... Elizabeth, ¿quieres casarte conmigo?

Quedó sorprendida ante la pregunta pero le respondió enseguida.

―Sí ―confirmó y asintió con la cabeza también.

Sacó del estuche el anillo y se lo depositó en el dedo corazón de la mano izquierda. El frío del oro hizo temblar un poco a la joven. Él pasó un brazo por sus hombros y besó su frente.

―Gracias.

―¿Por qué me lo agradeces? ―Levantó el rostro para mirarlo.

―Por aceptarme, aún cuando todo estaba arreglado a través del contrato, tu palabra era importante para mí ―confesó con sinceridad al observarla con fijeza a los ojos.

La francesita acarició su áspera mejilla y le sonrió. Ella besó su barbilla y subió a su boca, el duque aprovechó en capturar sus labios para besarla con pasión mientras la estrechaba contra su fornido cuerpo. Se separaron pocos centímetros y él la contempló a los ojos, estaban brillantes.

―¿Por qué lloras? ―cuestionó viendo cómo una sola lágrima descendía por su mejilla.

―Tengo un cúmulo de sensaciones, no te preocupes, se me pasará ―le dedicó una sonrisa.

―¿Por qué no lloras aquí? Te aliviarás.

―Sería descortés que me vieras llorar.

―Ya lo has hecho, hoy por ejemplo, cuando viste a tus hermanos dentro del despacho. No tienes que avergonzarte por querer llorar frente a mí, Elizabeth ―acarició su mejilla mientras la miraba con devoción.

―Solo... solo quiero que me abraces.

El duque no habló, solo realizó lo que ella le había pedido, se acomodó en el sillón, y recargó su espalda en el respaldo para que ella recostara su cabeza en su pecho. Patrick aspiró el aroma a rosas que tenía su pelo cuando le depositó un beso en la coronilla, y acarició el brazo que con timidez había apoyado sobre su abdomen. Era la primera vez que estaban tan cerca el uno del otro y para ambos fue placentero.

Alguien abrió la puerta del dormitorio y caminó en silencio hacia el sillón.

―Val... ¿qué ocurre? ―preguntó Patrick reclinándose y haciendo que Elizabeth se sentara también.

―¿Te encuentras bien? ―Se preocupó su hermana mientras lo sentaba en su regazo y el niño asintió con su cabeza―. Algo me dice que quieres que te arrumaque, ¿verdad?

El pequeño sonrió y se acurrucó más contra su cuerpo. Pronto se quedó dormido de nuevo.

―Iré a llevarlo otra vez al cuarto con sus hermanos.

―Ponlo a dormir en mi cama.

―A veces se orina en su propia cama ―comentó con incomodidad al mirarlo a los ojos.

―No importa, no pasará nada porque se termine orinando una noche en la cama.

―¿Estás seguro? ―cuestionó tragando saliva con dificultad.

―Sí, solo hazlo. No te preocupes.

―¿De qué lado duermes?

―Del lado de la puerta.

Elizabeth depositó a su hermano en la cama y lo arropó, dándole un beso en la frente y otro en la mejilla. Cuando se giró en sus talones, volvió a enfrentarse al duque.

―Buenas noches.

―Buenas noches para ti también ―besó el dorso de su mano izquierda y luego besó sus labios.

―El niño puede despertarse en cualquier momento.

―Duerme profundamente ―lo espió por arriba de la cabeza de la joven y sonrió al volver a mirarla.

―En ese caso, será mejor que yo me vaya a dormir también.

―Hasta mañana ―abrió la puerta contigua y le regaló una encantadora sonrisa.

Patrick la miró caminar de espaldas a él hacia el otro lado de la cama y fue en ese momento cuando terminó por cerrar la puerta suspirando de alegría.

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