CAPITULO 30


SAMADHI




Debo aceptar que estos meses no han sido fáciles. En verdad, han sido todo lo contrario. Mi lucha continua por no caer en la depresión era tan notable que me había alejado de todos. Apenas si tenía contacto con mi madre en la oficina.

Sin duda alguna había sido una tonta al haberle dicho eso a Clarence cuando estaba claro que aún tenía el control sobre mí. Debí de haberlo hecho en otro momento. Otro donde hubiese gente y no se mezclaran los sentimientos. Pero como siempre, Clar hizo lo que se le dio su gana conmigo, y yo como una estúpida caí.

—Siguiente. —Escuché anunciar a la chica que tomaba la orden en la cafetería.

—Un café negro, por favor. —Ordené con amabilidad.

—Vienes seguido aquí ¿no? —vuelvo la mirada encontrándome con la de un chico que se me hace conocido al instante. Pero mi mente me impide saber de dónde. Su peculiar acento español lo delata. Y al instante me encanta su manera de hablar.

—Así es —contesto con seguridad tomando el vaso de café con mi mano izquierda.

Al pagarlo, sigo mi camino. Escucho lo que ordena él y en cuanto la chica lo atiende, me alcanza cuando ya estoy fuera del establecimiento.

—Tal vez no me recuerdes... Mi nombre es Álvaro. Álvaro Ortega.

El chico estrecha su mano derecha en forma de saludo. Yo estrecho la mía por educación y le hago saber mi nombre.

—Un gusto Samadhi. – Cabello rubio oscuro, ondulado y alborotado sujeto a una pequeña coleta en lo alto. Una ligera barba del mismo tono, y unos ojos azul claros y metálicos. Sin duda, lo recuerdo. Es el pintor de un corazón humano.

—Eres el pintor —contesto sonriéndole. Suelta una risilla y asiente.

—El mismo. —Responde —Últimamente vengo seguido a este café por las mañanas.

—Es un buen lugar.

Ambos nos encaminamos sobre una acera que se encontraba cerca de la playa tomando del café mañanero. Comenzó a platicarme que tenía algunos años viviendo aquí, pero que era originario de España. Que tenía una amiga cercana en la ciudad y a la que a veces visitaba. Era un chico simpático. Se le ocurría cada barbaridad y uno que otro chiste tan malo, pero sin duda gracioso. Al instante me sentí a gusto. Pues parecía ser ese tipo de persona que le cae bien a todo mundo.

—Y... ¿Harás algo esta noche? —pregunta. Vacilo un momento pensando que haré hoy para negarme, pero no se me viene nada a la mente.

—No tengo planes por el momento. —Contesto.

—¿Qué te parece si salimos a cenar?

—Apenas si te conozco —respondo enarcándole una ceja y sonriendo.

—Precisamente para eso son las citas, para conocerse Sam.

Niego. Pero accedo a su invitación. Por tanto que me doliera el haber perdido a Clar de esa manera, tenía que seguir con mi vida. Y aunque sus crudas y duras palabras diciéndome que no me dejaría ser feliz me dolían, no me importaba. De alguna manera lo evitaría.

Le respondo que sí, pero no dejaría que pasará él por mí. Así que le pregunto dónde estaría bien vernos y en cuanto nos pusimos de acuerdo, quedamos en salir hoy. Anoto su número de móvil y él anota el mío.

—Bien, en cuanto esté ahí, te mando la ubicación. —Asiento a su comentario.

Sin pedírselo me acompaña a mi coche que se encuentra a unos pasos estacionado. Nos despedimos y regreso a mi apartamento.


(***)


Me encontraba algo nerviosa. Recordaba al chico. Era apuesto, alto, cabello rubio ondulado y unos ojos azules metálicos. Todo lo opuesto a Clar. Y no sólo por el físico, si no por su forma y manera de actuar.

Me di un último repaso en el espejo de cuerpo completo que se encontraba en la puerta del pequeño cuarto que era el armario. Me había pasado la dirección del restaurante al que iríamos a cenar, y como no sabía qué tipo de ambiente sería, opté por un vestido holgado en color azul y casual. Las sandalias de plataforma medio alta no podían faltar.

Al salir de la habitación, la silueta de Brad se encontraba justo en la entrada de mi hogar.

—¡Joder Brad! —exclamo al verlo entrar tan relajado —Me has espantado —me apresuro a decirle tratando de calmarme. —¿Cómo has entrado? —pregunto.

—Yo mmm... —vacila, y enarco mi ceja reprobatoriamente —Dejaste la puerta abierta Sam.

No recuerdo haberla dejado así. Omito eso ultimo y busco las llaves para salir. Eran las siete en punto y nos veríamos en media hora más.

—¿A dónde vas? —pregunta con voz fría al darme un repaso y ver que estoy a punto de salir.

—¿Qué no es evidente?—pregunto, pero él niega —Tengo una cita Brad.

El gesto se le endurece, y una sensación que había dejado de sentir hace ya mucho tiempo vuelve. Trago duro, y Brad cambia repentinamente de posición. Carraspea y vuelve hablar.

—Que bien, te... te hace bien salir —asiente y se sienta en el sofá.

—Brad, estoy por salir, así que si eres tan amable...

Abro la puerta indicándole con el brazo que salga, y a duras penas lo hace.

—Está bien, lo siento —responde reasignado mientras ambos salimos y me dedico a cerrar el cerrojo de la puerta. —Es solo que, me había acostumbrado a verte todos los sábados aquí, hermanita.

Al volverme hacia él, se encuentra tan cerca de mí que comienzo a ponerme nerviosa por ello.

—Bueno... nos vemos Brad.

Corro al ascensor, y en cuanto salgo de ahí la pesadez del mi entorno comienza a sentirse libre. Brad sí que está raro el día de hoy. Sin embargo, lo ignoro.

Después de veinte minutos, me estaciono en el aparcamiento del restaurante. Bajo del coche y me adentro nerviosa al lugar. Hace apenas unos instantes que Álvaro me había enviado un mensaje anunciando que ya se encontraba ahí.

Llego a la recepción y una chica de buen porte y tez perlada, pide mi nombre. Sin dudarlo, se lo digo.

—El señor Ortega la espera señorita.

¿Señor Ortega?

Le agradezco a la chica quien, después, me acompaña hasta una mesa privada cerca de la barra de tragos. El lugar es espacioso y moderno. La música relajante suena de fondo y al momento me siento cómoda.

—Debo admitir que por un momento pensé que no vendrías.

Álvaro aparece a mi lado desprendiendo un aroma semidulce, pero varonil. Va vestido casual.

—Bueno, soy una mujer de palabra Álvaro.

—Menos mal. Toma esto es para ti.

Acerca a mí un girasol envuelto en un ramo de tela color blanco sosteniéndose de un listón amarillo. Al momento lo recuerdo, y es como una presión en el pecho. Ese día en la pequeña casita con Clar. Lo tomo entre mis manos y le agradezco.

Después de por lo menos diez minutos se acercan a nosotros los meseros. Ordenamos un platico típico de España, gracias a que el lugar es un restaurante precisamente español. Álvaro me hace saber que el lugar es suyo y lo inauguró meses atrás. Lo cual me alegra, ya que por la pinta, el lugar se ve bueno y con mucha gente.

—No sé si sea indiscreción Sam, pero, a llegado mi amiga con su acompañante, me gustaría que la conocieras.

Lo dudo por un momento. Pero asiento a su petición. Se había comportado atento durante toda la velada, que sería grosero de mi parte no ir con él.

—Claro.

Ambos nos paramos de la mesa dirigiéndonos al área del balcón. Me toma de la mano, y en cuanto llegamos a la mesa comienzo a ponerme nerviosa por la pareja que veo en mi visión.

—Step...

Álvaro me suelta y sólo logro ver la sonrisa triunfante de Stephany al verme. Ni siquiera me digno a ver a Clar, pues siento su mirada clavada hasta mis entrañas.

—Les presento a Sama...

—Ya nos conocemos los tres —anuncia Stephany. —Me alegro que estén saliendo.

—¿Enserio? —asiento con la cabeza y Álvaro nota mi incomodidad.

Trago duro al mirar a los ojos a Clar. Están oscurecidos, y el gesto se le endurece aún más cuando Álvaro me toma de la cintura con total delicadeza. Se remueve en su asiento y dice que regresa en un momento marchándose discretamente de la mesa. Ambos tomamos asiento y Stephany me ignora para hablar con Álvaro.

Sin duda me siento incomoda, y aún más sabiendo que ella está ahora con Clar.

—Estamos comenzando a salir... —dice ella en cuanto regresa Clar. Él no lo niega, simplemente asiente y mi corazón se hace trizas. —¿Verdad cariño?

—Si. —Responde él. —Y ustedes... ¿Están saliendo? —pregunta. Y cuando Álvaro está por responder a su pregunta, lo interrumpo.

—Sí. Ambos estamos saliendo, ¿No es así? —miro a Álvaro sonriendo. Él hace lo mismo y besa con delicadeza mis nudillos.

—Así es, ¿Quién no querría salir con semejante belleza? —dice mirándome a los ojos.

Después de una incómoda hora en la que los meseros nos atienden dejando aperitivos y bebidas, decido que es hora de irme. Clarence y yo en todo este tiempo no habíamos articulado palabra alguna. Nos habíamos limitado a no hablar y dejar conversar a los dos amigos presentes frente a nosotros. Cabe recalcar que cuando Álvaro le preguntaba algo a Clar, éste último le respondía con amargura.

—Bien, creo que es hora de irnos —anuncia Clar.

Ella y Step se paran y se despiden. Cuando se marchan, me dirijo a Álvaro apenada.

—Discúlpame, no era mi intención exponerte de esta manera —le digo. Él esboza una linda sonrisa ladina mirándome con ternura.

—No te preocupes, era evidente que ustedes tres comparten pasado. Pasado que a mí no me interesa Sam. Sus razones tienen. Y no debes agradecerme nada, que si noté la mirada enfurecida de Johnson al pensar que tú y yo estamos saliendo.

—¿Y no lo hacemos? —le digo tratando de compensarlo.

Le sonrío aun sintiéndome culpable por haberlo utilizado de esa manera, y sin dudarlo, se lo hago saber.

—Estas perdonada, sólo si me dejas invitarte a dar un paseo en carretera.

—¿Paseo en carretera? —pregunto y él asiente. —Está bien, lo tienes bien merecido.

No me demoro mucho. Le digo que es tarde y tengo que regresar a casa, y no se opone a ello. Me acompaña hasta mi coche y espera a que arranque el motor para después dirigirme a mi apartamento. Pongo la música melancólica que escucho últimamente y mi pecho se oprime con tan solo pensar en lo ocurrido ésta noche.

Clarence y Stephany juntos.

Al llegar, aparco el coche en el estacionamiento saliendo del mismo. Al cerrar la puerta, siento como unas manos me toman de la cintura girándome sobre mi propio eje, y al momento, reconozco ese aroma fresco y varonil. Ni siquiera me da la oportunidad de mirarlo. Simplemente actúa y me besa con veracidad y necesidad. Lo peor de todo es que lo permito. Permito que Clar se apodere de mis labios. Recorre mi cuerpo y sin dudarlo mete sus manos por debajo del vestido apretando mis nalgas rosando con delicadeza mi ropa interior de encaje. Gruñe al darse cuenta de lo que llevo puesto. El placer que siento al sentirlo tocar mi cuerpo es indescriptible, pues no cabe duda que todo mi ser lo extraña y lo necesita como si fuese una droga.

Besa mi cuello succionando con veracidad en su recorrido, el placer me gana y suelto un gemido. Lo rodeo tomándolo del cabello. Nuestras respiraciones se entre cortan, y me acerca a su masculinidad creciente y a su firme cuerpo. Lo deseo, deseo que me haga suya y deseo que toque toda. Pero después entra en razón tomándome de mis sienes y pegando mí frente a la suya. No dice nada, simplemente me mira con furia. Y lo decido. Decido en ese instante que no puedo seguir así. Que lo nuestro no tiene arreglo y que no puedo dejarme utilizar de esta forma.

—Por más que aun te ame, no tienes el derecho de irrumpir así en mi vida. —Le digo separándome bruscamente de él. —¡Déjame pasar página si nunca me vas a perdonar! —exclamo.

Suelta una risilla con amargura. Niega y masajea sus sienes.

—Eso jamás sucederá —se acerca a mí enfrascándome en un beso que como una tonta y débil, acepto.

—¿Por qué me haces esto? —pregunto susurrando entre sus labios, entre sus besos.

—Es lo que somos ahora Sam.

Me vuelvo a soltar con brusquedad. No lo iba a permitir más. Comenzaba a caer poco a poco en la depresión. Ignoraba a todos, comenzaba a sentirme sola por lo que ocurrió con nuestra relación. Pero algo me quedaba claro, tenía que volver a ser yo misma.

—No Clar, déjame en paz.

Corro hacia el edificio del apartamento dejándolo ahí para que no me persiga. Llorando ingreso al ascensor tecleando mí piso. Y al estar en él, me voy caminando con lentitud hasta la puerta sin darme cuenta que alguien me estaba esperando.

—¿Estabas con él después de lo que te hizo? —espeta Brad. Me sobresalto al verlo fuera de mi apartamento.

—Eso no debería importarte Labello —respondo.

Ingreso la llave en la perilla y abro la puerta. Me adentro al apartamento con Brad siguiéndome el paso.

—Pues me importa Sam, ¿Qué no te das cuenta que te utiliza a su antojo después de lo que te hizo con la arpía esa? —me vuelvo hacia él sorprendida.

—¿De qué mierda hablas? —gritoneo sin importarme nada.

—Yo te mandé el video Sam —mi cuerpo comienza a hiperventilar por la furia que siento en este preciso momento. —Yo te lo mandé.

—¡Pues gracias Brad, gracias a ese puto video me acosté con Christopher!

No me cabía la menor duda que Brad no había cambiado para nada. Seguía siendo el mismo egoísta de siempre. El mismo imbécil. Y pensar que yo misma había dado por hecho que él había cambiado. Que era otra persona. Pero no es así.

—¿Por qué lo hiciste? — susurró mirándolo.

—No te quería cerca de él Sam, ¡No te merece!

—¡Me hiciste mal interpretar todo y cometí la peor de las estupideces por eso!

—¡Mucho mejor! Así se dio cuenta de lo zorra que eres hermanita.

Ni siquiera me limito a pensar, cuando la palma de mi mano ya se encontraba estampada en la mejilla izquierda de Brad.

—¡Lárgate de aquí! —exclamo y saco a Brad de mi apartamento.

—Te vas arrepentir Sam.

Azoto la puerta cuando sale Brad. La cierro con llave y me adentro a mi habitación. Estaba deshecha por lo ocurrido con Clar y por lo que ahora sabía de Brad. Todo este tiempo ocultándome eso, viendo como sufría por eso. No lo culpaba por lo que hice yo con Christopher, pero gracias a ello toda esta mierda sucedió.

¡Joder!

Miles de emociones pasan por mi mente y las imágenes de Clar con Stephany se mezclan. Él no me dejará ser feliz. No me dejará en paz y lo peor de todo es que no lo quería aceptar. No quería aceptar el hecho de que ambos nos estábamos haciendo daño. Pero sobre todo, no quería aceptar el hecho que debía dejarlo ir. Si él no quería perdonarme por lo que ocurrió, yo me tenía que ir. En algún momento tenía que hacer mi vida de nuevo. Pronto cumpliría 21 y estaba a tan solo un año de graduarme. Lo único que tenía pensado era irme a Nueva York a trabajar en la otra sucursal de Stone Dresse's que tenía mi madre.

Cierro los ojos para relajarme y aclarar mi mente. No me quito nada más que las sandalias, y me enredo entre las sabanas de mi cama. Me quedo dormida pensando en Clar. En lo que haré mañana y en lo que haré algún día cuando me vaya.







¿Qué les ha parecido mis Perfeccionistas? Ando super inspirada (♥.♥)

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