03: Santa Natalia

Agrupadas en el lugar más recóndito de la vieja tribuna deportiva, el grupo de cinco jóvenes discutían de manera continua el plan que pronto, entre todas, ejecutarían con suma discreción.

Trazando en la mente colectiva de conjunto el bosquejo de su accionar, enumeraban uno a unos los pasos a replicar en sus cabezas. Esperarían a que la tormenta, con su inclemencia, rugiera con hambre para así ocultar sus pasos. Se meterían a la iglesia, qué, según Natalia, mantenía sus puertas sin llave los domingos y pacientemente esperarían a que el contacto de Amelia llegara cargando consigo las provisiones solicitadas.

Los suministros eran sencillos, casi inocentes; varios analgésicos, golosinas, sopas instantáneas, cigarrillos y un dispar número de botellas del más inocuo licor de durazno. Amelia sonrió de manera disimulada, reflexionando en su interior sobre el accionar de sus nuevas compañeras. Eran tan inofensivas en sus deseos que hasta podía sentir que su conciencia ardía en un sacro exorcismo al estar a su lado, más ella agregó algo a la lista... Algo de lo que ninguna de ellas debía enterarse.

Meditó unos momentos, su movimiento no poseía el mismo blanco recubierto en pureza que sus pares tenían al vestir a sus supuestos vicios con recato, no. Su necesidad estaba empañada de desespero, de un ansia frenética por huir de lo que realmente ahora comenzaba a atormentarla. Su mente se había corrompido nuevamente con la culpa, deteriorándose hasta la calamidad. Con la exasperación de un adicto rezaba para que, si existiese un Dios, mirara para otro lado. Lo que ella realmente quería era mucho más complicado que una insulsa botella de alcohol azucarado.

Una reflexión fue necesaria cuando caviló sobre el portador de tal milagro. Después de meses separados, volvería a ver a Facundo... Una mueca de tristeza surcó su rostro mientras que Mónica le pasaba el cigarro. El único recuerdo que tenía de él era una maraña de clavos que presionaba su corazón en una agónica tortura. Podía verlo, casi como un fetichista excitado con su dolor, mirándola de nuevo... Los ojos verdes de Facundo abiertos, su garganta desgarrada de tanto gritar por su vida, las lágrimas deslizándose por su mejilla, su propia sangre goteando hacia el techo.

—¿Amelia?

Mónica le habló sacándola de su martirio mental, obligándola a volver a la realidad. Despejó las tormentas de su cabeza y dibujó una sonrisa de revista para el deleite de la joven. —¿Uhm?

—Ese chico... Facundo... ¿Es de confianza?

Ella sonrió ante la ironía de la pregunta, si ellas hubieran sabido que ese sujeto de forma literal la había arrancado de las manos de la muerte no habrían si quiera dudado en su fidelidad.

—Sí, lo es... Confío en él con los ojos cerrados.

—Pero...—murmuró Carolina, sentada a un costado. —¿Qué pasará si nos atrapan? ¿Llamarán a nuestros padres? Yo, sinceramente, no quiero tener que enfrentar a mi madre de nuevo.

Amelia suspiró, notó en Carolina un dejo de sobresalto en sus pupilas cuando la presencia de su madre fue mencionada. Ella le pasó el cigarro a Natalia y se aclaró la garganta. —Si nos atrapan, dicen que solo me estaban acompañando, que no sabían nada... Que, entre todas, supusieron que me vería con una amiga y tenían curiosidad por escuchar las noticias del exterior.

María levantó una ceja. —¿Realmente crees que somos tan malas personas, Ami? ¿Qué te mandaremos al pie del cañón?

—Es lo más sensato, ¿No? Después de todo, piénsalo. ¿Qué me dirán a mí que no me hayan dicho antes? —Replicó— Las monjas me necesitan aquí para recibir la cuota de mis padres, mis padres me necesitan aquí para mantenerme oculta, para no arruinar el primer año de mandato del gobernador, y yo necesito estar aquí para que ningún maldito medio de prensa me fotografíe cada vez que ponga un pie en la calle... Es un círculo vicioso en el que todos estamos involucrados, dependiendo uno de los otros.

—Lo mismo, es injusto... —Objetó María,— no puedes cargar con la culpa de algo, que en primer lugar, nosotras pedimos.

Amelia volteó a mirarla, una expresión irónica en su inspección se vislumbraba entre sus pestañas. —¿Qué es una sombra más en la oscuridad, Mari? Dudo que nos atrapen, pero si lo hacen, me echarán la culpa... Luego entre nosotras saldamos las cuentas.

Natalia interrumpió, pasando el cigarro a Mónica. —Ella tiene razón... Sin embargo, lo mejor sería que alguien se quede en el cuarto, preparando el armario para esconder las cosas y atenta a cualquier cambio. —Pronto sus ojos se centraron en Carolina—Quédate tú, Caro. Eres la más minuciosa del grupo.

Nadie se atrevió a objetar, por alguna extraña razón todas comprendieron que aquella parte de la misión estaba destinada solo a Carolina, Natalia parecía querer quitársela de encima o protegerla de la culpa que acarreaba meter un contrabando.

—Bien, entonces el sábado será... Carolina se quedará en la habitación y nosotras buscaremos las cosas. ¿Qué haremos hasta eso? —Interpeló Mónica, apagando el cigarro de un pisotón y posteriormente enterrando la colilla en la tierra.

—No levantar sospechas, actuar normal. —Rebatió Amelia.

—¡Miren quién lo dice! ¡Tú abres la boca y ya tienes veinte ojos encima de ti!

Entre risas, María respondió mencionando lo obvio, era difícil pasar desapercibidas con Amelia al lado. La susodicha solo pudo afirmar con la cabeza y contagiarse de la gracia derramada, no tenía objeción alguna.

—Podrías empezar con dejar de confundir las camisas y ponerte una que te quepa bien... —Agregó Carolina con su tono bajo tan persistente en su retraído comportamiento.

—¿Qué tiene de malo esta camisa?

Carolina señaló el hueco que se formaba entre los espacios de los botones de la camisa sobre sus pechos, revelando más piel de la necesaria. —Por empezar, que es mía y que te queda pequeña. Pareces salida de un video de adultos.

Amelia sonrió al escucharla. —¿Eso es una ofensa o un halago? Además,—exhaló,—no hay una maldita camisa que me quede bien... Todas son muy grandes o muy chicas.

Natalia pensó unos momentos, repasando mentalmente su guardarropa, para luego abrir la boca.

—Yo tengo una nueva, me quedaba pequeña de los hombros, quizás te calce.

Con una afirmación de cabeza, Amelia se sacudió su ropa y se puso de pie. —Vamos entonces.

Separándose del grupo, ambas caminaban en silencio, simulando ser dos simples reclusas que caminaban en compañía. Algunos susurros sonaron como ecos lejanos cuando se las vislumbraba desde una puerta abierta, seguidos de codazos al recibir la fuerza de un rayo proveniente de los ojos estoicos de Amelia.

Al caminar, la contemplación de los mártires una vez más fue necesaria. Cada portal mostraba una estampa de dolor más grotesca que la anterior, generando una mezcla de sencilla pesadez y repugnancia que solo un apostata podría comprender. Reconsiderando sus propias discurrencias, la joven Von Brooke llegó a una extraña teoría que empezaba a solidificarse entre sus divagaciones. La expresión de aquellos santos atormentados no era un reflejo de su aflicción dogmática, abrazando el sufrimiento y envolviéndose en la gracia celestial que solo morir por una creencia podía brindar. No. Aquella era una mueca de clara indignación. Un gesto de cólera y hasta un iracundo regaño que intentaba filtrarse de sus labios pintados. Los santos, testigos mudos de la treta que el grupo de San Sebastián estaba planeando, sangraban desde sus heridas y lanzaban espuma por la boca al ver que el pulcro suelo del convento sería mancillado con pasos profanos que buscaban algo de diversión.

—Es difícil pasar desapercibida contigo...

Suspiró Natalia mientras que el cuadro de San Sebastián se acercaba en su andar, Amelia solo pudo afirmar con la cabeza abnegada a su propia verdad. —Muchas veces he pensado en cambiar mi aspecto para que no puedan reconocerme.

—Ni se te ocurra hacer eso, eres hermosa... —Sintiéndose apenada por lo que acababa de decir, Natalia se retractó de manera súbita. — Disculpa, ando con la cabeza en otro lado.

Amelia se extrañó ante tal rectificación. Sabía que poseía cierto encanto animal, a veces felino, que ella misma había construido a base de su destrucción física, más Natalia, a diferencia de otras féminas, parecía hasta apenada por aceptarlo. Aquel simple comentario parecía haber quemado sus labios. La curiosidad fue inaudita y, cuando por fin se vieron amparadas por los confidentes muros de su cuarto, comenzó a indagar.

Observando como Natalia abría el armario, mencionó. —Oye, prácticamente no sé nada de ti.

—No hay mucho que decir tampoco. —Revolviendo sus pertenencias, Natalia replicó— diecinueve años, me gradué del secundario el año pasado, hija única y vivo en el norte de la provincia.

—¿Eres del campo?

—Sí, mis padres me mandaron aquí para que me adapte a la ciudad y, de paso, vaya pensando una carrera. Este es mi tercer año en el internado.— Natalia suspiró, contemplando el techo por un momento, raudo volvió a hablar—conocí a Caro y Moni en el primero y a Carolina en el segundo.

Amelia caviló en voz alta—¿No habría sido mejor que te manden a una residencia universitaria o algo así donde, no sé, ¿te den una orientación vocacional antes de un convento?

Pasándole varias prendas, Natalia afirmó. —Sí, habría sido lo mejor, pero... Ya sabes, mis padres son algo temerosos de la ciudad. Pensaron que tanta libertad de golpe me haría mal y que a la menor provocación de albedrío escaparía.

Viendo cierta melancolía tintada de añoro en la expresión de su compañera, Amelia revisó las dos camisas y una falda que Natalia le había pasado. Simulando inspeccionarlas minuciosamente, ella escondió sus palabras bajo la fachada de una charla informal. —Pero eres mayor de edad, como todas, podrías irte de aquí y hasta llamar a la policía si no te permiten salir.

—Lo sé, pero no quiero problemas con mi familia, ya demasiados contratiempos les he causado.

Con una incógnita en el rostro, Amelia continuó su farsa, abriendo una camisa y acomodando el cuello de la misma. —¿Problemas? Tú tienes cara de no romper un plato.

—Los rostros a veces engañan, Ami.

Ella avaló en silencio y, con la gracia de una bailarina en bambalinas se quitó su propia ropa. No había vergüenza ni mucho menos el recato típico, se sentía amparada con su mismo género y regalaba su desnudez recubierta en fino encaje a su compañera. —Sí, pero tu aura no. De verdad, este no es tu lugar.

De manera veloz, casi como un novio temeroso, Natalia se dio vuelta y miró a la pared, apartando de su visión el cuerpo de su compañera por completo. Amelia no tardó en sorprenderse. —Oye, no tengo nada que tú no tengas.

—Lo sé, pe... pero es cuestión de respeto.

Desconcertada por su respuesta, Amelia levantó una ceja, esa actitud solo la había visto en presencia de quizás un inexperto amante que de manera candorosa temblaba aguardando su llegada al lecho. Rápido ella misma se dio una solución a sus incógnitas, una sonrisa comprensiva se apoderó de sus rasgos cuando la arena del reloj de su cabeza comenzó a caer. Claro como el agua, propio de gente campesina, poéticamente medieval. —Y... ¿Tenías muchas amigas en el campo?

Aun mirando la pared, Natalia rebatió. —Sí, una mejor amiga de hecho. A las dos nos sacaron del pueblo, a mí a la capital y a ella al sur para la cosecha de aceitunas.

Disfrutando de aparentar torpeza, ella comenzó a ponerse la camisa que Natalia le había dado. —Vaya, debe ser feo que te separen de tu amiga así.

—Sí, lo fue, pero mi madre piensa que estar aquí es mejor. Ya sabes, más oportunidades.

—Más oportunidades de que te consigas una novia nueva será. —Riendo, Amelia prendió la camisa recién adquirida contra su piel—es el único motivo por el que pienso que tu madre te mandó a un convento de mujeres.

—¡Amelia!—Dándose vuelta de manera veloz, Natalia la miró pasmada, pero pronto la expresión casi burlona de Amelia le robó una pequeña sonrisa tímida. —Sí, aunque ella pensaba que tanta religión me arreglaría.

Ambas rieron, primero con cierta reticencia, para luego desbordarse en una carcajada. —Llámame lo que quieras, no me importa, pero... ¿enserio? ¿Mandaron a una lesbiana a un internado femenino? ¿DE VERDAD? No sé si eso es un premio o un castigo muy mal pensado.

Intentando detener su jolgorio con su mano, Natalia se encogió de hombros. —No es que me queje tampoco.

Con el regocijo propio de haber descubierto un secreto demasiado obvio, Amelia terminó de vestirse. El uniforme completo que Natalia le había donado le calzó a la perfección. —Listo.

Natalia se volteó a mirarla y aprobó su atuendo con una ligera afirmación de su cabeza. —Sabía que te quedaría bien, tienes espalda pequeña y hombros finos.

Sin poder evitar una ligera broma, Amelia puso ambas manos en su propia cadera, una excelente pose de falso disgusto. —¿Qué? ¿Me anduviste viendo más de la cuenta?

—Cállate—negando rápidamente, Natalia rio. —Las mujeres como tú me dan miedo, extremadamente locas. Desde que llegué a la capital solo me asusto cada vez que intento mirar a alguien... Son muy, ¿cómo decirlo? Liberales. —Resoplando, sonrió—déjame con la inocencia del campo. Aquí todos están dementes.

Amelia solo mostró cierto orgullo y le extendió su brazo para que lo enredara con el suyo y ambas salieran de allí. —Bienvenida a la ciudad, cariño.

Esa misma tarde, en el aula de estudios teológicos, Amelia entró al salón solo para darse cara a cara con el rostro templado en acero de Sor Silvia. Sin inmutarse, caminó hasta su banquillo, el mismo que estaba siendo custodiado por su nuevo séquito.

—Permiso. —Exclamó pasando delante de la monja.

—Bienllegada sea, Von Brooke.

Intentando que la ligera chispa de humor que quiso colarse de entre sus labios no se viera, Amelia se sentó con sus compañeras, pronto Mónica fue la primera en hablar. —La ropa suelta te hace ver, no sé, más natural.

—Lástima que su cabello no deja ver la pizarra. —Riendo, desde atrás de Amelia, replicó María.

Simulando intentar levantar la cabeza por encima de la gran parda de rizos de Amelia, acompañando sus acciones con carcajadas. —¿Qué te hiciste la permanente? Tu cabeza es un parque de diversiones para los piojos.

—Oh, cierra la boca. —Volteándose a verla, Amelia rio—y, para tu información, mi cabello es natural.

—Deberías usar acondicionador o solvente para calmar eso.

—Mi crema de peinar es mucho más cara que toda tu ropa. —Defendiéndose, Amelia negó pensativa, aquella lúdica charla brindaba un ligero aire de cotidianidad,— pero a veces me lo aliso, aunque pierdo unos cinco centímetros de altura.

Tronchándose, Mónica volvió a inquirir. —Lo sabía, no eres tan alta. El cabello es lo que te hace lucir imponente. Alisada debes quedar como un caniche con el pelo recién cortado.

—Oigan, dejen de molestar a la oveja. —Sumándose a la charla, Natalia rio desde su asiento en diagonal—además los rizos la hacen quedar tierna, es como una muñequita salida de un programa mormón.

Amelia giró y levantó una ceja. —Vaya... Eso sonó a una fantasía retorcida de la cabeza de una pervertida.

—¡Sh!—Haciéndolas callar, Carolina, al costado de Natalia, pidió silencio.

Pronto la monja no tardó en ponerse delante de la pizarra y comenzar su clase. —Muy bien, continuaremos con lo visto la clase anterior.

La cátedra prosiguió con normalidad, sin el espacio típico al esparcimiento del cual cualquier escolarización escaseaba. Simulando permanecer en silencio, Amelia miró por la única ventana del salón que permitía que se vislumbrase un poco de cielo. Las nubes comenzaban a amontonarse en un acolchado manto mullido tintado de diversos tonos grisáceos que predecían una tormenta.

—Si cae un aguacero los truenos evitarán que nos escuchen... Éxito asegurado. — Caviló.

Entre sus divagaciones, la resonancia de la lección impartida sonaba como un eco lejano. Comprendía que hablaban de preceptos y similares términos, la clase participaba, pero su grupo se mantenía en un sepulcral silencio. Compartiendo el pensamiento colectivo dirigido al accionar del sábado.

—Amelia, te estoy hablando— La voz, algo subida en decibeles de Sor Silvia, la sacó de su reflexión.

—¿Ah?—Levantó la cabeza.

Procurando contener su exasperación, la monja suspiró, sus palabras salieron en una calidad casi robótica. —Te pregunté cuál era el sexto mandamiento...

—Oh... Sí... —Simulando recordar, Amelia comenzó a buscar respuestas en los rostros de su compañera.

—El sexto mandamiento es... —Rodando su mirada de Carolina a Natalia, pronto notó a Mónica haciendo un ligero ademán.

Mónica, evitando que la monja la viera, movió su lengua contra su propia mejilla, golpeándola varias veces desde el interior, simulando tener un falo. Amelia suspiró aliviada, allí encontró algo con que responder.

—¿No harás sexo oral?

Una conflagración de diversas risas rugió desde los cimientos del salón, cada una de las alumnas reía ante la réplica de la joven Von Brooke. Empero la monja caminó hasta ella, parándose delante de su pupitre de manera que intentaba parecer intimidante. Los ojos abyectos de la religiosa la examinaban desde la coronilla hasta los pies, intentando lograr que se estremeciera. Sin embargo, Amelia solo se paró, colocándose a su altura, su mirada se convirtió en un espejo que reflejaba la misma incipiente crítica y minuciosa observación.

—Es la clase de cosas que se aprenden durante el catecismo, Von Brooke... Supongo que intentaste hacerte la graciosa y solo lograste dejar ver tu vulgaridad.

Amelia exhaló, más mantuvo firme su opinión de ya no falsear más su carácter. Si la monja quería ponerse a sí misma en el rol de carcelera, le proporcionaba a ella el papel de rea, librándola así del juicio de cualquier cosa que pronunciara su boca profana al relucir su defensa. —Bueno, de hecho, jamás tomé catecismo... Y si eso le pareció vulgar, le recomiendo que jamás se cruce conmigo un fin de semana... Podría convertirse en sal con solo mirarme.

Como si estuviera viendo al más astroso demonio, Sor Silvia solo alzó sus rasgos en una ligera duda. —El gobernador... Devoto católico... ¿No mandó a catecismo a su hija?

—No, intentó hacerlo cuando tenía unos siete años. —Rememoró Amelia—pero solo se encontró con una niña aburrida que prefería ir al parque, aunque... Ahora que lo pienso, ¿no es algo malo que lo obliguen a uno a aceptar una fe siendo tan pequeño? Digo, no sé, a esa edad yo todavía me comía los mocos.

Sofocando la gracia, todas, excepto Carolina, contenían la carcajada.

—Hablarle del infierno a un niño, mostrarles sus "mártires" siendo torturados, mutilados y bañados en sangre, sin contar la mención del mandamiento sobre "No hacer sexo oral", no me parece muy pedagógico.

—Le falta Jesús a tu corazón, Amelia... Pareces tan enojada con la vida. —Replicó la hermana Silvia regresando a la pizarra.

—Conocí alguien como tú una vez; lengua afilada, malos modales, impúdica. Una provocación constante.

La monja lentamente empezó a trazar grafemas en la negra superficie con la blanca tiza, enumerando uno a uno los mandamientos.


"Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios son:

1º Amarás a Dios sobre todas las cosas.

2º No tomarás el Nombre de Dios en vano.

3º Santificarás las fiestas.

4º Honrarás a tu padre y a tu madre.

5º No matarás.

6º No cometerás actos impuros.

7º No robarás.

8º No dirás falso testimonio ni mentirás.

9º No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

10º No codiciarás los bienes ajenos.

En el Antiguo Testamento Dios entregó los Diez Mandamientos a Moisés en el Sinaí para ayudar a su pueblo escogido a cumplir la ley divina..."


—¿Y sabes cómo terminó, Amelia?

Sin tener respuesta de parte de la joven, la monja replicó. —Sola y amargada.

Saboreando el veneno debajo de ese seudodiscurso, Amelia respondió. —Mejor sola y amargada que mal acompañada y sometida, ¿no?

La religiosa la miró unos momentos, el conflicto que le causaba era visceral, Dr. Jenkyll y Mr. Hyde se contemplaban mutuamente en un sincronismo propio de un recuerdo compartido que una de ellas se negaba a aceptar y la otra a comprender.

Sor Silvia la miró y suspiró. —¿Conoces el significado de tu nombre?

—No.

—Entonces averígualo y hazle honor.

-.-.-.-.-.-.-.-

¡Qué bonito está quedando esto, señor Jesús!

Aunque leo mis antiguas letras y me da un poco de pena.

Ahora mismo me pongo a pensar en como reescribir el próximo cap. ESE CAPÍTULO, ya saben, donde sucede lo de la iglesia. así que dejen su estrellita para sentir su apoyo

Va a ser interesante hacer que suceda desde otra óptica.

Nos leemos pronto.

Besote



Ann

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