65. Las cartas de Jennifer
Al momento de que Draco pasó a lado de ella y la dejó vagando por su mente completamente sola, Hermione supo que había dicho cosas incoherentes; su desesperación y preocupación por hallar a Harry la habían llevado a decir cosas estúpidas que pudieron llegar a ser hirientes.
—Draco, espera... —intentó, pero él la interrumpió.
—No hace falta que pidas disculpas, Granger —masculló sin siquiera girarse a mirarla y luego se perdió en la planta baja.
Ella suspiró al tiempo que se llevaba su mano a su cabello y arrastraba sus dedos en él ligeramente; odiaba ser impulsiva. La importancia de sus mejores amigos en su vida siempre había sido esencial, y saber que uno de ellos estaba en peligro era algo que la sacaba de sus casillas.
No pasaron más de diez segundos cuando decidió que no iba a lograr nada quedándose ahí parada en el pasillo. Volvió a dar un largo suspiro y bajó las escaleras con rapidez.
—...solo hablando —Escuchó Hermione decir a Amelia a medida que se acercaba a la sala de estar—. Después me dormí y... No lo sé, él ya no estaba. Fue mi culpa, debí haber estado despierta.
—No fue tu culpa —intervino la morena, adentrándose a la sala—. En todo caso, sería la mía; fui yo quien cayó en la trampa y...
—Tocaron un nervio —terció Draco, parado en una de las esquinas de la sala, con ambas manos en los bolsillos de sus jeans y lejanamente distraído en sus pensamientos—; le hicieron creer a Granger que tenían a sus padres. Técnicamente no fue su culpa. Tal vez mía porque yo revelé su paradero.
Granger.
Ella sabía que él siempre la había llamado así. Incluso cuando salían juntos, él casi nunca la llamó por su nombre.
Pero ahora había algo diferente en la manera en que lo decía. No estaba ese cariño lejano al que ella se había acostumbrado. No estaba ese trasfondo que ella esperaba escuchar. Era solo su apellido.
Y no le gustaba.
—¿Qué tú qué? —preguntó Ron, sacándola de sus pensamientos y poniéndose rojo del coraje al instante. Intentó caminar hasta Draco, pero no alcanzó a dar ningún paso cuando Jennifer lo tomó del brazo—. ¿Por qué carajo hiciste eso?
—Ron... —intentó Hermione, tratando de defender al rubio y sin saber exactamente por qué.
—Ni se te ocurra decirme que me calme —atajó él—. Yo le dije a Ginny que traer a este idiota aquí sería un completa estupidez, y aún así ella lo trajo. Dijo que supuestamente era mejor tenerlo cerca de ti y, sin embargo, fue él quien echó todo a perder.
Draco pareció salir de sus pensamientos, pero no con mucha importancia. Solo rodó los ojos antes de mirar directamente a Ron.
—Si no decía dónde estaba Potter iban a matar a tu mejor amiga, ¿qué carajos querías que hiciera?
Ron alzó las cejas ante ese comentario, ligeramente sorprendido, y quiso girarse a mirar a Hermione; pero luego decidió que su furia por Draco era más fuerte que su preocupación.
—Tal vez buscar otra solución habría estado bien —reprochó, apartándole la mirada unos segundos. Aunque Hermione sabía que se encontraba en la misma situación en la que antes ella había estado: el no saber qué hacer—. Nadie de aquí traicionaría a Harry —añadió luego, frustrado—. Somos sus amigos, él confiaba en nosotros.
—Sí, bueno, no pediré disculpas por lo que hice. No me arrepiento.
—Malfoy —reprochó Amelia, de pie en la esquina de la sala, claramente nerviosa y preocupada.
Amelia estaba jugando con sus manos y parecía imperativa. Hermione nunca la había mirado así, su cabello seguía de un anaranjado intenso.
Draco resopló, aparentemente cansado de la conversación.
—¿En serio vamos a pasar aquí la noche mientras me reprochan esto? —preguntó con incredulidad—. Deberíamos buscar una salida antes de que le corten la cabeza a Potter.
—¡Draco! —reprendió Hermione.
—¿Qué? Es lo que estamos jodidamente haciendo, ¿o no? Malditos Gryffindors, tienen ese complejo de héroes y creen que todo...
—Cállate.
El tono de voz de Hermione fue sido tan firme que Draco no dudó ningún segundo para guardar silencio. Se mantuvo quieto en su lugar, se cruzó de brazos y rodó los ojos, apartando la mirada de ella como si creyera indiferente la conversación.
Amelia miró a Draco unos segundos y luego respiró hondo. Sin decir más, se alejó de todos y salió de la sala, dirigiéndose a la cocina.
Se le veía ansiosa, así que ninguna la siguió por si necesitaba tiempo a solas.
—¿Alguien tiene alguna idea de dónde podría estar Harry? —preguntó Ron en voz alta, llamando la atención de todos.
—Creo que se fue de fiesta con unos mortífagos —murmuró Draco, y de no ser por que seguía con la cabeza gacha, habría notado la mirada asesina que Hermione le envió.
Ron se notó harto de él, pero por primera vez en su vida decidió tomar el camino maduro y solo lo ignoró, mirando a Hermione como si esperara que ella resolviera el problema.
—La puerta estaba forzada cuando entramos —dijo esta, sin saber qué más aportar—. Supongo que ellos ya debieron entrar aquí y...
—¡Sé dónde está! —La voz de Amelia llegó a los tímpanos de todos. Ella había regresado de la cocina y se hallaba parada en el umbral de la sala con la varita de Harry en una mano y con lo que parecía ser un trébol de cuatro hojas en la otra.
Hermione sintió un pequeño rayito de esperanza.
—¿Y qué esperas? —Ron preguntó, eufórico y desesperado—. ¡Cuéntanos!
Amelia abrió la boca para responder, pero luego la cerró y volvió a bajar la mirada a la pequeña planta que traía en su mano izquierda. Parecía que estaba pensando las cosas muy seriamente y la sensación de que estaban perdiendo más tiempo rebotó en Hermione como un gran fuego ardiente.
—¡Amelia! —llamó, sacándola de su trance y avanzando unos pasos hacia ella—. ¡¿Dónde está Harry?!
Desgraciadamente, el cabello de Amelia había pasado de ser color anaranjado a un espeso color verde oscuro.
Hermione se preocupó al instante, pues ella siempre había podido controlar sus emociones respecto a su habilidad, y aún más cuando supo que el verde significaba terror.
Amelia volvió a levantar la cabeza.
—Lo siento —dijo mirando a cada uno de los presentes—. Se dónde está y con quién está, pero no pueden venir conmigo. Lo lamento...
Dio otra rápida mirada de disculpa, ganándose expresiones confundidas por parte de todos, pero luego se dio la vuelta —dejando caer el trébol pero llevándose la varita de Harry— y corrió hasta la salida de la casa, posteriormente escuchándose el chasquido de cuando ella desapareció.
Ron corrió detrás para intentar detenerla, pero luego regresó con una mirada ausente, preocupada y tal vez un poco molesta.
—Se fue —bufó, tallándose la sien—. ¿A dónde demonios habrá ido y por qué no quiso decirnos nada?
Y Hermione, una vez más, odió no tener la respuesta de algo. Se llevó las manos a su cara y se talló los ojos. Suspiró frustrada y se dejó caer en el sofá, solo escuchando las voces lejanas de Ron y Jennifer, que hablaban entre sí para intentar averiguar dónde podrían estar Harry y Amelia.
Hermione sentía que todo era su culpa.
Si tan solo no hubiera actuado impulsiva al escuchar a sus padres en peligro, no habría caído en esa trampa y Harry seguiría ahí con ellos. Se sentía impotente y frustrada, sin ánimos de nada y molesta porque ninguna solución estuviera llegando a su cabeza.
Y pronto, algo en ella la incitó a ponerse de pie y correr escaleras arriba y no solo quedarse haciendo nada.
A Hermione no le importó que alguien pudiera descubrirla, corrió hasta la habitación de Ron y Jennifer y entró con una mirada curiosa recorriendo todo el lugar.
Por alguna razón, su instinto le dijo que caminara hasta las pertenencias de la rubia. Buscó en las primeras maletas que halló, pero no encontró nada relevante.
O al menos así fue hasta que detrás de unas cajas encontró un pequeño baúl color gris. Hermione frunció el ceño al darse cuenta que estaba cerrado con seguro, y luego sacó el objeto con un rápido movimiento y después conjuró el hechizo para abrirlo.
No funcionó, por supuesto, así que ella tuvo que seguir rebuscando hasta que halló una pequeñísima llave plateada en un bolsillo de una de las maletas.
Lo único que halló al principio cuando abrió el baúl fueron cartas. Dando una rápida mirada a la puerta para asegurarse de que seguía sola, sacó una de ellas y la abrió con cuidado. Luego la leyó:
Nosotros también estamos bien. Me agrada que tengas compañía, querida...
—Nada importante —musitó Hermione, dejando de leer la carta y arrojándola a un lado en el suelo para tomar otra más.
Me gustaría visitarte algún día, podrías darnos tu ubicación y...
De nuevo nada. La arrojó justo encima de la anterior y siguió buscando.
Esta es tu última oportunidad, linda. Queremos seguir estando a tu lado, no hagas esto más difícil...
Hermione frunció el ceño al darse cuenta que a medida que leía las cartas, el tono que empleaba el remitente era un poco más agresivo. Tal vez intentaba mantenerse amable pero sus palabras terminaban por delatarlo.
Decidió tomar una de las últimas cartas —las cuales se hallaban hasta el fondo del baúl— con la esperanza de que esta le dijera algo más relevante, y casi sonrió de orgullo cuando encontró lo que hallaba:
Jennifer, te lo advertimos. Hemos estado planeando esto...
Y luego, en unas palabras tal vez un poco más borrosas, como si estuvieran encimadas unas con otras:
¿Recuerdas que nos encantaba jugar quidditch? Oh, vamos, querida...
No hizo falta que Hermione siguiera leyendo más cartas para darse cuenta que estaban hechizadas; todas y cada una de ellas. La razón por la que las primeras cartas eran amables era porque tenían el conjuro aún fresco, pero las últimas parecían ser de ya un buen tiempo y el hechizo parecía irse cada vez más rápido.
Hermione había leído mucho sobre ese encantamiento, y realmente estuvo impresionada de lo astuta que había sido Jennifer porque a ella nunca se le hubiera ocurrido. Era un hechizo demasiado antiguo, casi nadie lo conocía.
Agarró la primera carta que antes había tomado y leído al inicio, la puso encima de una maleta y luego sacó su varita para murmurar el contra hechizo con magia no verbal.
Fue entonces cuando las palabras amables que antes habían estado, pasaron a ser unas ya no tan amables:
Te lo advertimos. Bellatrix está muy decepcionada de ti. Debimos haber comenzado esto desde mucho tiempo atrás. Tal vez te dimos más valor del que merecías...
Hermione ya no alcanzó a leer más porque escuchó cómo las escaleras crujían, indicando que alguien se acercaba a ella. Usó un rápido hechizo para regresar todo a su lugar a como pudo y luego corrió hasta la esquina de la habitación, preparando su varita por si tenía que hacer algún encantamiento desilusionador.
Pero fue solo una cabeza rubia y de ojos grises la que se asomó por la puerta, buscando a Hermione hasta que llegó a sus ojos.
—Te recomiendo que salgas de aquí —susurró rápidamente—. Bane y Weasley vienen hacia acá.
No le tuvieron que decir dos veces. Ella dio una rápida mirada para comprobar que todo seguía bien y luego corrió hasta la salida para seguir a Draco hasta su propia habitación. Una vez entraron, él cerró la puerta tras ellos.
—¿Desde cuándo sabías que estaba ahí? —le preguntó Hermione en voz baja.
—Te seguí desde que saliste de la sala —contestó encogiéndose de hombros y luego sentándose en la cama—. No te me pierdes tan fácilmente nunca. Me aseguré de que nadie te descubriera mientras husmeabas en las pertenencias de Bane.
Hermione entrecerró los ojos.
—¿Y ahora vas a delatarme?
Él le alzó una ceja.
—¿Tengo cara de chismoso? Claro que no, Granger. Yo solo...
—No me llames Granger —pidió antes de siquiera pensar lo que diría.
Draco calló de repente y frunció el ceño.
—No creí que te molestara —replicó, arrastrando las palabras y claramente confundido—. Siempre te he llamado así. Sabes que todavía no domino ese arte de llamarte por tu nombre de pila.
—Lo sé —suspiró, rodando los ojos un poco—. Es... el tono, supongo.
Se sintió ridícula al decirlo, y más cuando miró la burla formarse en la expresión de Draco.
—El tono —repitió, de repente divertido.
Ella resopló.
—Solo olvídalo.
—¿Y bien? —preguntó él, cambiando de tema a pesar de que ella sabía que quería seguir burlándose—. ¿Qué fue lo que encontraste?
Hermione alzó ambas cejas.
—¿Ahora sí me crees?
—¿Te refieres a si te creo en que Bane tienen algo que ver con estos ataques? —preguntó. Hermione asintió y luego él se encogió de hombros, suspirando—. No lo sé, nunca tuve tiempo de conocer bien a Bane y hemos convivido muy poco. No podría decirte si ella es inocente o no, pero confío en ti. Tal vez tú te estés equivocando pero quiero darte la oportunidad para que confirmes lo que crees.
Hermione hubiera sonreído si no hubiera tenido su expresión demasiada tensa por la preocupación que le regresó en esos momentos al recordar las cartas.
Caminó hasta Draco y se sentó junto a él en la cama, llamando su atención.
—Encontré algo en su correspondencia —murmuró en voz baja, como si creyera que Ron y Jennifer estuvieran espiando desde el otro lado de la puerta—. Ella tenía un hechizo para que sus cartas parecieran como cualquier otras, pero en realidad había más profundidad en ellas —Lo miró en silencio unos segundos y luego añadió—: Tiene comunicación con mortífagos, Draco. En una de las cartas mencionaban a una tal Bellatrix. No conozco ninguna otra Bellatrix además de la Lestrange.
Si Draco estaba impresionado ante su descubrimiento, no lo hizo notar. Solo abrió un poco su boca y luego frunció el ceño.
—¿Y eso qué nos dice sobre ella? —preguntó.
—No podría decirte una conclusión correcta. Necesito investigar algo primero y luego... Bueno, no sé qué vendrá después, pero no puedo enfrentarme a Jennifer así como así, ¿verdad? Si me equivoco podría ser fatal...
—Parece que no has perdido tu costumbre de tener siempre la razón, ¿verdad? —replicó Draco con una sonrisa burlona, rodando los ojos también.
Hermione suspiró, de pronto recordando algo.
Levantó su mano para reposarla en la de Draco que se hallaba en su rodilla y luego miró sus profundos ojos grisáceos. Él enrolló su mano con la de ella casi por instinto.
—Tal vez mi razón no sea totalmente cierta con lo de Jennifer —dijo en voz baja, apretando los labios—. Pero... Draco, te juro que a quien vi aquella noche fue a tu padre.
Él desvió la mirada al instante, quitando el agarre que Hermione tenía sobre su mano y rompiendo aquel sencillo pero tranquilizante momento.
—Te creí la primera vez que lo dijiste —recalcó.
—Lo siento...
—Conozco a mis padres, Granger —atajó antes de que ella pudiera decir nada más. Se quedó en silencio varios segundos con la mirada perdida al suelo, pero luego volvió a hablar—: Sé de lo que son capaces, solo... Solo me gustaría no saberlo.
Ella rara vez había mirado a Draco en esta faceta. No le gustaba. Solo quería protegerlo, pero no sabía qué podía hacer para mejorar la situación.
Así que solo se acercó un poco más a él y lo abrazó.
No tenía idea de qué podía decir; pero algunas veces, las acciones eran mucho mejor que las palabras.
Draco le respondió poco después, recargando su cabeza en el hombro de Hermione, regalándole un suspiro profundo.
Así estuvieron durante unos maravillosos dos minutos hasta que ella decidió que debían alejarse.
—Debo averiguar lo de Jennifer —susurró, sosteniendo el rostro Draco sobre sus manos como hacía años no sujetaba—. Ella podría ser la respuesta de estos ataques. Harry no está aquí y sé que Ron no querrá escucharme, así que estoy sola...
—Hazlo —la animó Draco, mirándola a los ojos de par en par—. Yo iré a la Mansión Malfoy, necesito aclarar unas cuentas con mis padres.
Hermione lo miró, preocupada y luego frunció el ceño.
—¿Estás seguro?
Draco asintió.
—Solo veré algo —dijo. Guardó silencio y, al ver que ella seguía mirándolo con cierta inseguridad, le regaló una sonrisa de boca cerrada antes de añadir—: Son mis padres, Granger. No pueden hacerme daño.
Pero esa ligera sugerencia, instaló toda la preocupación del mundo en los nervios de Hermione, lo miró por unos segundos, directo a los ojos grisáceos de Draco y pronto, ya no se imaginó qué sería de su vida si él no estaba en ella.
Actuando por impulso una vez más en esa noche, Hermione se acercó a él y presionó sus labios contra los suyos. Un rápido pero suave beso que los unió a ambos de una manera inexplicable.
Disfrutó de la manera en que sus labios se unieron y luego se separaron. Lo disfrutó más de lo que le hubiera gustado admitir.
Y esta vez no fue un beso intenso que iba directo al sexo, fue solo un beso. Uno que le recordó de quién seguía enamorada.
Luego solo se alejó.
—Ten cuidado —le dijo antes de ponerse de pie y salir de la habitación en su misión de desenmascarar a Jennifer.
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