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Los Ángeles, California.

Marzo. Año 2001

Los Ángeles, California.

Marzo. Año 2001

Las gotas de agua golpean mi ventana y yo solo las estoy viendo desde el escritorio en mi habitación. Regresé a mi hogar lo más rápido que pude en cuanto acabó el horario escolar y mis actividades en el club escolar.

Es normal que los días se tornen grises en marzo cuando ha comenzado la primavera, exactamente hace un par de días o eso marca el calendario a mi lado. También veo que están próximas las fechas de los exámenes. Genial (nótese mi sarcasmo). Tendré que estudiar un poco luego de terminar la tarea. Mis calificaciones no son buenas, pero por lo menos me han mantenido lejos de los cursos para regulación.

Mi último año en la preparatoria ha sido muy extraño, pero no tanto como el anterior. De vez en cuando, sigo pensando en esos días.

Su amor... era atrayente, pero asfixiante. Los primeros meses fue como estar extasiada y en otro mundo, pero conforme pasaba el tiempo, me di cuenta de que no me sentía satisfecha. Nunca entendí el porqué, pero así era.

Tal vez por ello así acabaron las cosas. Me pregunto si estará bien en su nuevo hogar. A pesar de nuestra última conversación, le guardo un cariño especial.

En las últimas vacaciones de verano, pensé mucho en eso. Me di cuenta de que esos sentimientos surgieron al compararme, ya que siempre que veía como los demás y cómo lucían tan felices, pudiendo expresar su cariño frente a todos, mientras yo tenía que ocultarme. Odio ser tan cobarde.

Incluso lo fui esa vez, durante los primeros días del último año, cuando vi por primera vez a...

De pronto, el sonido de mi estómago me trae de nuevo a mi habitación. No he comido nada desde el almuerzo y ya van a dar las cinco de la tarde. Como mis padres trabajan y soy hija única, siempre estoy sola y soy yo la que tiene que prepararse su comida. Eso me ha obligado a prender algo de cocina, pero debo admitir que me ha llegado a gustar.

Si mi pasión no fuera la fotografía, tal vez debería ser chef.

Salgo de mi habitación, bajo las escaleras y llego a la cocina. Sinceramente, no tengo ganas de hacer mucho hoy, así que solo voy a comer lo que hay en el refrigerador. Ahí está una nota pegada, justo a un lado de una vieja foto de cuando tenía trece años. Le he insistido muchas veces a Mamá en quitarla de una vez, pero ella dice que me veo bonita con mis frenos y mis coletas.

La nota dice:

"Jenny, te toca ir por la comida. Te dejé el suficiente dinero cerca de mi cama."

Mamá.

Supongo que no tengo de otra más que salir a la calle, así que me dispongo a tomar mis botas para la lluvia, un paraguas y mi chaqueta verde militar. Creo que me veo bien o eso quiero pensar cuando me veo frente al espejo que está a un lado de la puerta principal, pero por si acaso me amarro mi cabello con una coleta.

Me veo fijamente. Si tuviera que describirme lo haría diciendo que mi cabello es castaño oscuro, me llega hasta el hombro y está un poco ondulado en las puntas; mis ojos son de color marrón; mi piel está ligeramente bronceada debido al sol de Los Ángeles y soy bastante simplona en cuando mi forma de vestir, mientras sea cómodo, no me importa.

Yo no soy popular ni ignorada y no me siento fea ni una belleza.

Solo soy Jennifer Park, una chica de preparatoria.

*****

Mi casa está frente a un parque (algo grande) y al otro lado, cruzando la calle, está la preparatoria. El minisupermercado está dos cuadras atrás de la preparatoria. Eso fue todo lo que tuve que caminar para ir por cosas para hacer una tortilla de huevo y jamón.

Tengo tanta hambre que mejor atravieso el parque y no lo rodeo como siempre, solo con tal de llegar rápido a mi casa. Nunca me molestó tener el parque con tan solo salir a la puerta principal, hasta que ingresé a la preparatoria y me tocó ver cómo algunos compañeros venían a hacer muchas cosas, entre ellas lo más molesto, coquetear y tener citas.

No, solo soy yo sacando mi frustración y mi envidia otra vez. La verdad es que me gustaría ser como ellos y estar junto a la persona que me gusta de esa manera, pero mis sentimientos jamás serán correspondidos. Eso lo acepté desde el primer día.

Aun así...

Justo ahora, cuando estoy pasando por los columpios del parque, la veo sentada y meciéndose. Reconozco tan bien su silueta y su cabello rubio, largo y lacio. Sin perder tiempo, camino lo más rápido que puedo hasta ponerme junto a ella y cubrirla con mi paraguas. No quiero que se resfríe. Entonces ella me mira con esos ojos tan profundos como el mar, que no puedo evitar estremecerme.

—Nora, ¿qué haces aquí? 


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