El repertorio del chelista: 3II


NA: Para comprender algunas escenas de dicho fragmento es necesario leer el capítulo "Comunión III" de PP en su reedición. ¡Qué lo disfruten!

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Apresurado, intentando que su mente no se bañase en la súbita tormenta de designios tortuosos que atemorizaban a su cabeza, se dirigió al cuarto de invitados.

Por más que lo intentara con todas sus fuerzas no podía, el dolor era sublime y la idea repetitiva. ¿Realmente ella podría hacerle aquello? La escalera continuaba y cada peldaño lo acercaba aún más a su propia desgracia, la imagen fetichista lo esperaba en la cumbre, ella alejándose de su lado y arrojándose una vez más al viento a surcar otro cielo lejos de sus brazos...

Tenían una familia, un buen porvenir, pero también poseían una historia. Unas cuantas anécdotas demasiado dolorosas que acobardarían a cualquiera. ¿Qué tan grande tenía que ser el corazón de un ángel como para albergar tanto pesar? Quizás ella por fin había tapado sus ojos, como a aquellas estatuas ciegas con mirada blanca, y de una vez por todas se negó a contemplar su penoso martirio en el pasado. Alejándose de su presente y prohibiéndoles un futuro...

Encontró el cuarto de huéspedes, sin prestarle atención se dirigió al baño y en un pestañear el agua ya corría desde la canilla. Cada gota que vertía parecía fuego líquido, por más que estuviera helada, el agua lo quemaba traspasando aquella camisa negra que quizás no volvería a ser usada. El traje de nupcias se guardaría, sí Amelia lo había abandonado era más que un hecho que jamás volvería a ser usado.

El vino se marchaba entre los mojados toques de su mano mientras que su reflejo lo contemplaba desde el botiquín del baño, estaba desencajado, temblante, asustado como hacía mucho que no estaba. Como siempre lo fue y será, ella tenía su destino en sus manos. Era cuestión de esperar saber que le sucedería, quizás lo tomaría con gracia, perfumándolo en rosas o lo arrojaría al olvido, mordaz como una espina.

Suspiró de manera audible haciendo que el eco de su propia respiración retumbase en la cerámica, necesitaba valentía para nuevamente salir y confrontar a los invitados. ¿Qué les diría sí aquello no era una simple pesadilla? ¿Qué su ángel había decidido abandonar su forma terrenal? ¿Qué la sangre ya no la unía y que había elegido abrir sus alas solo para volar? ¿Ella se cansó? ¿Se aburrió? Realmente no lo sabía, la duda lo trastornaba y estaba odiando su propia ignorancia...

Como pudo, se recompuso sabiendo que la fortaleza era casi una norma de etiqueta para dicha velada. Pensó en Sofía preocupada y como no debía asustarla, acomodó sus gafas y a paso lento, con la mirada gacha, salió del baño.

—Hola, Tomás...

Aquella voz, a veces tan celestial y otras tantas deliciosamente diabólica, lo confrontó desde uno de los rincones desolados del cuarto. A un costado de la cama una silueta blanca sentada sobre el edredón le daba la espalda.

La notó en detalle teniendo un necesario respiro de vida, su vestido blanco, apenas visible desde su pose, lo saludaba entre los girones de sus omoplatos desnudos. Apenas un velo cubría sus hombros y resguardaba su cabello. Haciendo que su corazón nuevamente volviera a latir, suspiró aliviado.—Ami, no sabes lo preocupado que me tenías.

Siseando, como solamente lo hacía cuando su voz se afligía, ella habló sin voltear.—¿Preocupado? ¿Por qué?

—Bueno...—Aclarándose la garganta, buscó un poco de serenidad.—Me dijeron que no te encontraban... Llegué a pensar que todo se cancelaría, pensaba que tenías dudas, Ami...

—De hecho, las tengo.—Poniéndose de pie, lentamente la falda del vestido cayó al suelo, ella se dio vuelta revelando su estampa. Blanca, revestida en el alba, aquella novia con su rostro oculto dejaba en claro que esa era su forma celestial. Envuelta en gasa, con hilos de plata bordando rosedales en su pecho, aquella sublime imagen se hizo presente ocasionando que su corazón diera un vuelco. Intentó bajar la mirada, pero cuando lo hizo ella llegó caminando hasta posicionarse delante suyo, sus pies estaban ocultos por la tela, pero eso no importaba, porque allí fue cuando se percató de un sutil detalle que hizo que su frente rápidamente se nacarara en sudor. Su delicado vestido, en la terminación de cada tela que lo componía, estaba labrado con pequeñas plumas blancas.

—Se supone que no deberíamos vernos antes de la ceremonia...—Sabiendo que en frente suyo una mujer oculta con un velo lo incriminaba, una sutil fantasía se tatuó en su mente hasta que recordó sus palabras. Asustado por la realidad, preguntó.—¿Dudas? ¿Tienes dudas, Ami?

—Sí... No puedo casarme... Disculpa.

—Pe... Pero, ¿Por qué?—De nuevo allí estaba, ese ligero tartamudeo aparecía por más que luchara con todas sus fuerzas por evitarlo. El nerviosismo era supremo, el miedo lo atacaba mientras que en fragmentos de segundos su vida se destrozaba.

—Yo... Yo...—En la mejor puesta en escena de su vida, ella simulaba una muy creíble pena.—Yo me enamoré de otro hombre...

—¿QUÉ?—No podía creerlo, aquello debía ser solo una pesadilla, seguramente él se había desmayado en el baño y todo eso era un delirio de su conciencia. Elevó su vista, parada delante suyo la mujer ocultaba su rostro con un velo blanco, apenas dejando indicios de sus facciones. Era hermosa, tan hermosa como el primer día en que la vio y tan avasallante como sus palabras, nuevamente Amelia lo petrificaba con su corona de lirios y su vestido de gloria, pero solo para darle el peor castigo de su vida.—Dime...—Asustado y al borde del colapso, intentó contenerse las lágrimas.—¿Quién es?—Apretando su rostro con sus manos, estaba listo para recibir aquel disparo y morir a su lado, ella ya lo estaba apuntando con el arma.

Caminando de manera lenta, ella se acercó mucho más, dejando que su labial se trasluciera y que el perfume de los lirios naturales que tenía encima de su cabeza lo atacase. Aclarándose la garganta, ella nuevamente fingió su voz entrecortada.—Usted, padre...

Apretando los ojos con fuerza, su quiebre mental estaba a la vuelta de la esquina, le costó bastante entender lo que allí sucedía. Poco a poco fue captando el mensaje, su mirada nuevamente se revelaba al mundo y contempló a la más bella novia que había visto en su vida parada delante suyo. Empezó a reír, había caído por completo. Apoyándose contra la pared solo se deslizó por ella dejándose caer al suelo.—Casi me matas del susto...—Se sacó las gafas y las dejó a un costado del piso solo para seguir preso de su carcajada.—Algún día me asesinarás.

Levantándose el velo, ella no tardó en acompañarlo con su risa de campanadas, se sentó a su lado solo para golpear su hombro y prolongar la carcajada.—¿De verdad pensabas que había escapado, Valencia?—Revelando sus planes, poco a poco la situación se distendía en un cotidiano relajo.—Llevo una hora esperando aquí a que subieras.

Dándose cuenta que había sido engañado por un marcado cómplice, se volvió a colocar las gafas mientras que volvía a respirar, recién resucitado de su espanto.—Mataré a Facundo.

—Deberás matar a varios, esto fue estratégicamente pensado.

Volteó a mirarla aún con una sonrisa en sus mejillas, estaba sencillamente gloriosa. Su cabello suelto contrastaba de manera sublime con el vestido, haciendo que el alba y el ébano bailaran en una ligera composición digna de algún pintor obsesivo. Era solamente ella, ella como siempre había querido verla. Radiante, bañada en gracia, en aquella pose virginal que hacía tanto tiempo esperaba, revestida en una pura divinidad. Labios rojos, mirada de tormenta, poder abrasivo, sencillamente Amelia.

—¿Sucede algo?

Saliendo de aquel potente hechizo en el que de nuevo caía, Tomás solo bajó la cabeza, esperando que así sus impulsos desaparecieran cubiertos por el respeto.—Se supone que no debo verte antes de la boda, Ami...

—Sí, eso es lo correcto, pero ¿Cuándo tú y yo hicimos lo correcto?—Apoyándose de nuevo en su hombro, Amelia suspiró solo como ella podía hacerlo, liberando un sutil aire rosa en los movimientos de su boca.—Te queda bien el negro... Me traes algunos recuerdos a la cabeza...

Ignorando por completo aquella aura mística que la envolvía, intentó centrar su mente.—¿Puedo saber porque esperaste una hora aquí encerrada para verme, Ami?

—Bueno... Sí la memoria no me falla, conozco a alguien que tiene un sutil gusto culposo por las novias...

—Eso es verdad, pero no será que la novia está un poco, no lo sé...—Abrazándola y dejando que todo el miedo desapareciera, sonrió.—¿Nerviosa?

Despegándose velozmente, Amelia mostró su rostro de indignación, había sido descubierta. Se levantó y comenzó a estirar su falda con ayuda de sus manos, refunfuñando en un extraño idioma que nadie parecía comprender.—¿Por qué todo el mundo piensa que estoy nerviosa?

—Bueno, es normal estarlo...—Levantándose detrás suyo, sonrió al notar sus movimientos despavoridos, surcando el piso con el retumbar de sus tacones.—Además no deberíamos vernos antes de la boda.

Suspirando, Amelia intentó relajarse sacudiendo sus manos y bajando nuevamente su velo.—Tienes razón... Perdóname, pensaba que podíamos tener una última aventura de solteros.

Caminando de manera lenta hacia la puerta, Tomás en un rápido movimiento cerró el portal, permitiéndole a ambos un instante de intimidad.—Además... Tu novio te espera abajo, lo que sientes por mí solo debe ser a causa de los nervios. No es correcto...

Entendiendo lo que aquel movimiento significaba, Amelia solo llevó las manos detrás de su cintura, el velo ocultaba perfectamente la gran sonrisa que poseía.—Mi novio no sabe nada de esto... No puedo decirle lo que siento por usted.

Acercándose a ella, tocó con la punta de sus dedos la delicada tela de la falda, era tan suave como se lo imaginaba.—¿Qué sientes por mí?

—Un profundo deseo...

Notándola a detalle, cada fracción de su cuerpo parecía susurrar una canción anclada en el tiempo, los recuerdos eran nocivos y fácilmente adictivos. Allí la tenía, después de años de esperarla, su propia novia se le ofrecía lista para conducirlo a la gloria. Con suavidad levantó su velo, el rostro que había debajo del anonimato estaba tan ansioso como él. Lentamente se acercó a su boca roja y, como si fuera la primera vez, la besó con gracia. Haciendo que su aliento se le tatuara y que su respiración quemara por completo su piel. No tardó en enredarla en sus brazos y albergar todo su pequeño cuerpo con fuerza. Deleitándose con el suave tacto de la gasa y seda, una idea apareció como mercurio líquido, envenenando su cabeza. Sabiéndose libre y capaz de hacer lo que quisiera, no tardó un instante en acariciar su espalda y poco a poco deshacer el lazo que mantenía el pecho de su vestido unido.

La tela empezó a relajarse, quedando holgada completamente sobre su piel. Con el coraje suficiente que había adquirido en tantos años de morir a su lado, tomó el bretel de su vestido y lo bajó. El blanco continuaba, infestando la copa de su sostén y su piel de alba. Quizás fue cuando le prestó atención a su pecho que vio un detalle que casi le parte el alma en dos. En su cuello, apenas oculto por unos cuantos mechones sueltos, el rosario que le había regalado hace casi diez años era usado como joya principal. Fue imposible no suspirar al notarlo, cubriendo por completo a sus pulmones en un sepia recuerdo que mostraban las escenas pasadas como sí de una filmografía se tratara.

—¿Sucede algo?

Sonriendo, tomó la cruz escondida entre sus pechos y la contempló con añoro en su palma.—Esto me pasa...

—Sí quieres me lo saco, no hay problema.

Dejando aquel tan sacrílego collar en la misma posición donde lo había encontrado, contoneó su cintura con la punta de los dedos y descendió hasta su cadera solo para atraparla entre sus brazos y levantarla en su solo movimiento.—Ven aquí, Ami...

Alzada en la gloria de un romance exclamado a los aires sin pena, Amelia lo besó quizás presa del nerviosismo que se negaba a aceptar, desahogaba en su boca toda el ansia que poseía y que parecía venir cargando una eternidad. Embarrando su rostro con aquel rojo labial la pequeña mesa del tocador se puso en su camino.

Con sus cicatrices ya aceptadas y los cantos de lamentos olvidados apenas siendo ecos de su memoria una vez más se dejaban en claro lo mucho que se necesitaban. Añorándose en palabras mudas que ninguno de los dos tenía el tiempo de susurrar. Lo que empezó como una diminuta chispa rápidamente mutó en un fuego ardiente, quemándolos con la llama viva, siendo inmunes al dolor. Amelia siempre sería suya, era un designio divino, él siempre sería su pertenencia, era una condena maligna.

Muriendo en el veneno de su saliva y resucitando cada vez que ella murmuraba su nombre, rápidamente subió su vestido hasta sus rodillas. Ya no había deseos frustrado, ni mucho menos devastación en su paso, cada toque conciliador que le brindaba solo era una clara bendición de que ambos se habían elevado a la gloria y que ahora se codeaban con la santidad.

Viéndola sentada en aquella mesa, con sus pies colgando y con su vestido hecho girones solo hizo que quisiera una vez más rendirle el tributo que merecía, era la última vez que le haría el amor a Amelia Von Brooke. Ella renacería con otro nombre, uno mucho más humilde y fácil de pronunciar, pero merecía una despedida digna de su partida.

Se arrodilló delante suyo, observándola y grabándola en la memoria tal y como se presentaba. Su pecho agitado, subiendo y bajando ansiosa de un frenesí bien conocido, sus ojos entrecerrados, apenas brindando un fulgor de la calamidad que se escondían en sus pupilas. Susurrando palabras de amor seguidas por un insulto y regalándole esa expresión demente una vez más, aquella que solo hacía cuando la pasión la llenaba, mordiendo su labio y derrumbándose dentro de su cuerpo solo para abrir sus alas.

Tanto tiempo a su lado le había enseñado el compás perfecto de la canción que juntos ensamblaron, a veces dogmática, otra tantas digna de serenatas infernales, sin hacer la introducción mucho más larga colocó las manos sobre sus rodillas revestidas en seda blanca y poco a poco comenzó a ascender por sus muslos. Un ligero golpe cayó en sus nudillos obligándolo a detenerse.

—No, con las manos no.

Era imposible no sonreír, el espíritu no moría y esa costumbre de siempre deleitarlo con algo improvisado se mantenía vigente. Quizás en un acto un poco fetichista estiró con sus manos la falda de ese blanco vestido amplio y se cubrió con él casi desapareciendo de la escena, oculto bajo la tela pronto sus piernas le dieron la bienvenida.

Beso las suaves medias y se dispuso a averiguar dónde acababan, la textura de sus piernas cambió cuando la suave piel se presentó entre sus labios.—Deberías usar ligas todos los días.

—Tú también deberías hacerlo, tienes lindas piernas.

Deteniéndose unos instantes para reírse, dejó caer su cabeza entre las piernas que tan deliciosamente se abrían para él. La ropa interior lo saludaba, todo el agradable conjunto blanco que la revestía en encaje dejaba en claro que sus acciones habían sido premeditadas con saña.

—Apúrate, tenemos poco tiempo.

Entendiendo que aquello era una realidad y recordando que los usos de sus manos estaban prohibidos, lentamente se dirigió hasta el encaje y dejó un suave beso sobre la tela para luego enredar el elástico de la misma con su boca. Aferrándose a ella con los dientes y haciendo que lentamente descendiera por sus piernas cuando ella alzó la cadera.

Había salido de la seguridad de su vestido, con sus interiores colgando entre sus labios se puso de pie enfrentándola. Amelia no tardó en remontarse al viento y teñirlo en los fulgores de pasiones eternas que siempre despertaban cuando ambos se unían. Besaba su piel, mordía su cuello y pronunciaba su nombre casi con la misma intensidad de un mantra. Deteniéndose unos momentos, disfrutando del huracán de enero que ella causaba, sacó la ropa interior de su boca y la guardó dentro de la seguridad de su bolsillo, mientras que ella solo forcejeaba con su camisa presa de su propia hoguera.

—Luego me devolverás eso.

—No, no lo haré...—Envuelto en aquella química casi inexplicable que ambos tenían el sonido del cinturón siendo desabrochado y posteriormente el cierre bajando anunciaron el comienzo de un pequeño banquete antes de la ceremonia.

Amelia se había detenido y abría sus piernas sentada al borde de la mesa, ella misma había terminado de desabrochar la blusa de su vestido y ahora la misma colgaba de su cadera.—¿Quieres que me case sin pantaletas?—Sin pena alguna ella acariciaba su propio pecho con una mano para luego tomarlo de su corbata y obligarlo a pararse de manera firme delante suyo, prolongando el tacto.

—Sí, así me das algo interesante en que pensar cuando tu padre comience a hablar y no se detenga.—Listo para cualquier batalla que ella quisiese librar, una rápida idea surgió y pronto fue ejecutada. Con cuidado tomó su velo y lo hizo caer encima de su rostro, sonriendo con satisfacción al ver aquella escena de fantasías de alguna adolescencia perdida desplegarse en frente de sus ojos.

—Como te encienden las novias...

—No, no todas las novias, solamente mi novia.—Escuchando la leve risa que sus palabras habían provocado y sintiendo como poco a poco desprendían su camisa y mordían su pecho, con una necesidad casi animal y con la ayuda de su mano guio su miembro al punto limite en donde ambos se unían.

Un sencillo movimiento fue ejecutado mientras que un gemido ahogado fue compartido acompañado por un leve siseo. Agarró su rodilla y la atrajo más cerca suyo en un rápido agarre, sus pies estaban firmemente aferrados al piso y ella apresaba su cuello, rozando los labios en su barba, suplicando por más y quemándolo con su gracia. Por un instante todo desapareció, los movimientos empezaron y sujeto de la desnuda cintura de su ángel tomó impulso para estar más dentro suyo y bendecirse con ese cálido interior que tan bien conocía. El velo se sacudía, los lirios de su cabeza poco a poco perdían su pose erguida y en cada sacudida unos cuantos pétalos caían haciendo a la escena casi soñada.

—Por... Por eso no quería que nos casemos en una iglesia.

Preso de la locura que solo un ángel con vestido blanco podía brindar, sus pupilas se dilataban y su respiración parecía no ser lo suficientemente profunda como para llenar sus pulmones en cada embestida. Jamás se cansaría de penetrarla y de escuchar el delirio de sus labios pronunciando su nombre.—¿Por qué?

—Porque habríamos terminado de la misma manera... Pero infinitamente peor.

Besando su frente revestida en tela, sonrió al saber que aquello era verdad para luego agasajarse con sus uñas cuando estas lo atacaron con su filo, clavándose en sus hombros.—Luego te llevaré a una iglesia y nos desquitaremos. ¿Sí?

Los movimientos continuaron, la falda se sacudía en girones inoportunos de cruda pasión que se arremolinaban sobre suyo, creando tormentas en cada sacudida, acompañando el choque de su piel con eléctricos rayos.

Cuando el velo casi se cae, una idea de por demás soñada apareció como un preludio. Agarrándola fuertemente de su cadera, salió de ella y la devolvió al suelo, solo para voltearla. El acorselado del vestido lo increpaba con su parte trasera, las rosas labradas y las plumas engarzadas solo hacían una maravillosa escena digna de una fantasía de por demás profana.—¿Alguna vez estuviste con tu novio?

—No... Jamás...

—Entonces te enseñaré algo que seguramente a él le encantará.—Levantando lentamente por segunda vez la blanca falda, enredó en sus manos la tela por ambos extremos de su cadera mientras que el velo caía sobre su espalda desnuda. Adentrándose en ella de manera brusca fue imposible callar aquel gemido que fue pronunciado en cada embestida que le daba mientras que su respiración entrecortada hacía que el alboroto de la ceremonia próxima desapareciera.

La estaba penetrando con fuerza, como a veces le gustaba hacerlo cuando un gusto culposo salía de debajo de la mesa y lo incriminaba con sus pasiones. Todo su ser clamaba por liberarse entre violentos festines, muriendo en un segundo y reviviendo al instante.

La velocidad aumentaba en conjunto con el metal de sus jadeos, la diferencia de estatura no fue un impedimento para disfrutar de esa toma bárbara, casi animal. El cielo raso se teñía de rojo y el deleite nacía de cada majestuosa sensación que ambos se brindaban en una cálida armonía construida en el tiempo.

Volteándolo a mirar por encima de su hombro, Amelia mostraba su maquillaje totalmente corrido, sus labios hinchados estaban resecos mientras que sus mejillas sonrojadas le mostraban como la sangre corría apresurada por sus venas debido a la emoción.—¿Él... Él... Lo hará también así?

—No, no lo creo... Pero puedes venir a buscarme cuando quieras un poco de emoción...—Poco a poco soltó el agarre de su falda, una de sus manos se afianzó al velo, tirándolo levemente, enredándolo entre sus dedos, mientras que su otra extremidad recorrió su espalda desnuda y subió por sus hombros solo para dirigirse a su cuello. Sintiendo el vibrar de su garganta, empezó levemente a apretar.—Sé que volverás a buscarme...

La dulce presión que se aglomeraba a la falta de aire en compañía del funesto placer que se colaba entre sus piernas hizo que el principio de la destrucción empezara.—Suenas muy seguro...

—Lo estoy, sino no estarías conmigo dejando que arruine tu lindo vestido...

Su cuerpo empezó a temblar en múltiples sinfonías de placer que salían despedidas de sus labios. Ella, al igual que cualquier instrumento de compleja ejecución, necesitaba la práctica que solo la constancia podía brindarle, la cual ya poseía. Sintiéndose orgulloso de sí mismo su alma nuevamente se manchaba con los delirios que ella susurraba de manera ponzoñosamente dulce.

Aferrándose a su garganta con fuerza, empezó a sentir como sus propias piernas temblaban en infinidades de tirites.—¿Me dejas que ensucie tu vestido?

Teniendo como única respuesta la afirmación de su cabeza Amelia se contorsionaba ante tantas emociones sentidas mientras que un violento orgasmo esperado aparecía tiñendo el aire en sus angelicales gritos ahogados.

El verla así, tan salvaje y a la vez tan suave, revestida en el alba de un vestido solamente usado para él hizo que su sencilla estampa fuera una exclamación que logró que ambos, de manera compartida, se unieran en la tempestad de sensaciones de su amor ya consolidado, uniéndose en el punto exacto, desfalleciendo de manera instantánea.

De repente la puerta se abrió, un intruso ajeno a la escena había hecho acto de presencia sumido en una completa ignorancia de lo que dentro de ese cuarto pasaban.—Oigan, llegarán tarde a su propia boda.—Notando lo que delante suyo se desplegaba, Facundo rápidamente apartó la mirada para luego reír.

—¡VETE DE AQUÍ!—Aún sumergida en su propia euforia, Amelia solo le arrojó el pequeño centro de mesa de flores sintéticas que se encontraba casi destartalado sobre el tocador.

Riendo a carcajadas, Facundo solo se apoyó contra una de las paredes explotando en gracia por haber encontrado a aquella pareja pronta de contraer nupcias en tan bochornosa situación. Acomodando a su novia, subiendo el pecho de su vestido y recomponiéndose a sí mismo, Tomás intentaba ejecutar todo con gran velocidad.

—De verdad, llegarán tarde.

Notando el reloj arriba de su cabeza como marcaba la cercanía a la hora pautada por empezar, acomodó su corbata y prendió su camisa, volviéndola a fajar en la seguridad de su pantalón. Dejando un último beso sobre la frente de la descompaginada novia, se acercó al dosel de la puerta en una clara intención de salir. Al pasar por el lado de su padrino, solo suspiró.—Debería matarte, casi me haces que me dé un infarto cuando me dijiste que no la encontrabas.

—No me culpes a mí, cariño. Ella fue la de la idea.—Señalando a Amelia, quién aún luchaba por prender su vestido, Facundo no tardó en nuevamente reír al notar la cantidad descomunal de carmín rojo sobre el rostro de su amigo.—Ve a lavarte, estás lleno de maquillaje.

Tocando su propia mejilla, pronto la sensación encerada de un labial se sintió bajo sus dedos. Quiso volver a entrar a dicho cuarto para usar el baño, pero Facundo lo detuvo.—No, aquí no... Ve al de abajo, no quiero que estés de nuevo solo con ella.

—Lo dices como sí le fuera a hacer algo malo, idiota.—Respondió Amelia aún metiendo las cintas de su vestido en los huecos correctos.

—No, no lo digo por eso—Respondió Facundo para luego proseguir.—Lo digo porque sí vuelven a estar juntos terminarán de la misma manera y la ceremonia se aplazará hasta las tres de la mañana.—Riendo en una exclamación compartida por la feliz pareja, concluyó.—Tomás, una vez que termines de limpiarte, llama a la maquillista, está abajo. Necesitamos arreglar el rostro de ese payaso.

—Por lo menos el mío tiene arreglo, rubio tonto.

Evitando no perderse a sí mismo entre los chistes tan cotidianos, Tomás solamente le sonrió a la mujer que luchaba por ensamblar nuevamente su vestido para luego marcharse.—Suerte, Ami...

Evitando no crear en su estómago una vez más aturdidas polillas, solo le dio una recatada sonrisa.—Buena suerte, Tomy...

Al estar solo con su mejor amiga, Facundo solo suspiró preso de la gracia de aquel momento. Se adentró al cuarto y con una ansiada ayuda comenzó a prender la espalda de su vestido.—¿Blanco, Amelia? ¿De verdad?

—Cállate.

Dando el último nudo necesario para que todo quedara fijado, una vez más las carcajadas empezaron.—Es que, bueno, el blanco es pureza y tú...—Recibiendo como respuesta solo un ligero pisotón, calló su broma.—¡Está bien, ya no digo nada!—Acomodando el velo sobre sus hombros, concluyó.—Listo.

—Gracias—Acompañando sus palabras con un suspiro, Amelia se mostraba ahora mucho más relajada.—Me hacía falta un poco de calor...

—Sí, ya pude darme cuenta...—Riendo ante la soltura de la mujer que intentaba recomponer su peinado, continuó.—Sí llegaba un poco antes hasta quizás me invitaban a participar.

—Cállate, ni en tus más húmedas fantasías eso sería posible.

Sabiendo que aquello era el preludio de un necesario chiste, Facundo otra vez quiso reír, pero notó que la novia delante suyo apoyaba las manos de manera pesada sobre el tocador y bajaba la cabeza como intentando serenarse.—¿Sucede algo, Lia?

—Sí...—Murmuró ella con algo de pena.—Estoy sumamente nerviosa...

—Ven aquí, cariño.—Abrazándola desde su espalda, Facundo solo comprendió la vertiginosa situación en la que se encontraba.—Este es tu tercer rodeo, después de que te quisieran casar conmigo y de nuestro amigo el buen doctor, bueno, creo que Tomás es el indicado...—Besando su hombro con afecto, concluyó.—Además, ahora los divorcios son rápidos.

Al concluir un pequeño golpe fue depositado justo en la porción exacta de piel donde la sensibilidad abundaba.—Idiota.

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Continuará...



¡Tengo mucho que contarles!



Ann


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Todo un macho ponedor el Tomy maduro. *_*

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