El repertorio del chelista: 3

NA: Los siguientes hechos siguen la línea futura en cuanto a los acontecimientos de PA, pero tienen base en los sucesos vividos en la reedición de PP.

¿Qué? ¿No sabían? Edité PP, cambié y agregué mucho contenido. El canon sigue intacto, pero encontrarán una historia mucho más madura y oscura sí deciden volver a sus páginas.

Aprovechen a leerlo, yo sé porque se los digo.

Cof cof.

-.-.-.-.-

Despertó, aún con su cabeza atormentada con innumerables hadas danzantes, rápidamente el aroma a ginebra impregnado en su pijama hizo que su estómago diera vueltas en un sinfín de giros donde la resaca y el nerviosismo se unían en un solo movimiento.

El destino era uno solo, sin importarle a quién pisara en el proceso, corrió hasta el baño y, olvidando por completo de sujetar su cabello, dejó que la pesada carga etílica abandonase su cuerpo a través de su boca. Aquella era una purga necesaria, sin duda alguna esa había sido la peor borrachera de su vida.

Esquivando el cuerpo prácticamente desmayado de María en el suelo, Amelia buscó en su bolso el teléfono celular solo para contemplar con abismal asombro la hora. El hábito no la había abandonado, se había levantado temprano por más que hubiera cerrado los ojos hace apenas cuatro horas atrás.

Sabiendo que su día prontamente se agitaría, hizo lo primero que se le vino a la mente. Sentándose a un costado de la cama que ocupaban Natalia y Carolina, discó un número de teléfono bastante conocido de memoria.

La bocina no hizo esperar el tono de llamada, agonizantemente ansioso, del otro lado parecían no querer responder y lo dejaban en claro cuando la voz del buzón del mensaje se anunció por el altoparlante.

Un segundo intento fue necesario, la insistencia era un don natural que pocas personas podían aguantar cuando era depositado en ellas. Luego de tres intentos, por fin una voz retumbó desde el teléfono.

—¿No deberías estar durmiendo, Amu?

Resoplando, Amelia solo sonrió sin espectador, él tenía razón, pero sabía muy bien que no podría volver a conciliar el sueño sin aclarar una duda sanguinolenta que vagaba en su cabeza. —Hola, papá... No pude seguir en la cama, parece que ya estoy programada para despertarme a esta hora.

—Habla por ti, me sacaste de la cama—Haciendo una necesaria pausa, Juan Von Brooke intentaba disimular su mal ánimo matutino.—¿Sucedió algo?

—No... Solo quería saber cómo están los niños.

—Vamos, Amelia...—Aquella risa sarcástica, tan cruelmente heredada, resonó desde la bocina.—Sabes muy bien que los niños están perfectos. Anoche se desvelaron un poco, pero creo que por ser un día especial se lo merecían... No será que estás un poco, no lo sé... ¿Nerviosa?

—¿Nerviosa? Para nada...—Ocultando su propia mentira con una carcajada falsa, Amelia continuó su farsa.—Solo quería saber cómo están los niños, nada más.

Desde el otro lado de la bocina un ligero suspiro se escuchó.—Te diré lo mismo que le dije a Valencia, ellos están bien y no necesitan nada.

Reaccionando rápidamente, Amelia levantó una ceja.—¿Él te llamó?

—Sí, hace dos horas... Te quitó el placer de despertarme por completo.

Fue imposible no sonreír ante la imagen empalagosa que cubrió su mente, ambos eran una causa perdida. Imaginárselo preocupado, apenas manteniendo el equilibrio a causa de una fatídica noche y suspirando con la bocina fuertemente pegada a su oído, era una imagen fetichista que podría contemplar todo el día. Alabados los demonios que perturbaron su mente y mil veces glorificados los ángeles que construyeron su familia. Qué el aleluya resuene con la potencia de una campanada y que rompa toda herejía. Bendecido sea Tomás Valencia y maldito a la vez, condenándolo a pasar a su lado todo el resto de su vida.

—¿Amu? ¿Sigues ahí?—Expectante, del otro lado del teléfono la obligaban a nuevamente tocar el suelo y ocultar sus alas, pronto habría tiempo de volar.

—Sí, lo siento...

Leyendo prácticamente a la distancia aquella mata de girones negros, Juan otra vez rio comprendiendo completamente lo que sucedía dentro de la cabeza de su hija.—Intenta descansar, ambos tendrán un día realmente duro.

Apenada de su propio comportamiento, Amelia corrió con un ligero golpe de su cadera la cabeza de Carolina, permitiéndose así a sí misma a sentarse como era debido. Adoptando una pose mucho más relajada, entre tanta tensión que estaba viviendo necesitaba realmente permitirse un suspiro.—Sí, eso intentaré.—Fingiendo una voz calmada, concluyó.—Discúlpame por molestarte.

—No tienes que disculparte... Es comprensible que estés nerviosa.

—Pero no lo estoy.—Sin creerse sus propias palabras, Amelia miró el reloj que descansaba en su mesa de noche solo para luego concluir.—Te veré más tarde. ¿Sí?

—Tú relájate, los niños están en buenas manos y... Amu...

—¿Sí?

—Estoy muy orgulloso de ti.

Fue imposible, quiso ocultar con todas sus fuerzas aquella sonrisa que tatuaba su boca y se elevaba por sus mejillas, pero falló garrafalmente, su voz sonó conmovida.—Idiota.

Colgando de manera veloz para ahorrarse la vergüenza, Amelia apretó su frente aun sintiendo los estragos de la resaca. No tardó en nuevamente empujar a Carolina y recostarse a su lado, ni ella ni su acompañante notaron su presencia en esa cama ahora ocupada por tres mujeres.

Suspiró con la mente atormentada de un soso blanco, blanco alba que ella misma había tardado tres meses en elegir. Diversos pensamientos venían a su encuentro y construían telarañas entre los recuerdos y los anhelos dejándola a ella misma atrapada en esos filamentos rosas que nacían de solo pensar en él. De repente, quizás recordando un pasado un tanto agridulce, un nombre vino a su frente y se trazó a fuerza de puntadas en su carne, bordando de manera dolorosa su piel.

Abrió su propio cajón personal y de él extrajo una pequeña caja de cartón que alguna vez había pertenecido a un barniz de uñas. La sacudió levemente cerca de su oído, pronto un débil repiqueteo metálico causó un suspiro involuntario que no pudo negarse en saborear. El sutil perfume de los crisantemos bañó su boca e infestó su conciencia, fue imposible no entregarse a su propia historia.

Lo pensó unos momentos, aquel era un acto sumamente privado que no requería audiencia. Notó a sus tres amigas profundamente dormidas en su cuarto, cada una más destrozada que la anterior, dejando que sus tobillos desnudos llenaran el escenario. Realmente era una hermosa mañana de verano, pero no podía negarse a sí misma la nostalgia.

Luego de una necesaria ida al baño y de haber despojado a su rostro del funesto maquillaje, el mismo que ayer era hermoso y que hoy la hacía lucir como un mapache, se colocó las prendas más cómodas que tenía para luego tomar la caja del barniz de uñas y guardarla en la seguridad de su bolsillo.

Bajó al primer piso, la casa realmente se sentía vacía sin los gritos de sus propios bastardos y los arpegios de un chelo acompañando sus pasos. Las fotos familiares la incriminaban, desde la pared se sonreía a sí misma con una estampa pasada un tanto distinta a la actual. Un grupo de cinco amigas reían perdidas en un mal chiste, un rubio tonto abrazaba su cintura y un hombre en pose encorvada restaba la diferencia de altura entre ambos solo para besar sus labios.

Se dirigió a la cocina y, buscando en una de las alacenas, pronto una esponja y un pequeño paño fueron polizontes dentro de un bolso que acababa de agarrar. Pensó unos momentos, como convenciéndose a sí misma de lo que estaba por realizar, un último cajón fue abierto. De entre los relucientes cubiertos sacó una cuchara, pronto la necesitaría para devolver una triste carga a su dueño original.

... ... ...

Sentándose sobre el césped, contempló unos momentos ese funesto horizonte al cual ya estaba acostumbrada. Dejó que la brisa moviera su cabello mientras que cerraba los ojos y tomaba una necesaria bocanada de conciliador oxígeno. Ni un solo murmuro aplacó el sonido de su nariz siendo sorbida, ocultando una sutil lágrima que bailaba en sus pestañas.

—Nunca pensé que llegaría este día. ¿Sabes? Ni contigo, ni con nadie... Es bastante gracioso en cierta parte, estoy tremendamente nerviosa, aunque no sé porque me siento así...—Suspirando, agregó.—Los niños están bellísimos, Sofía está cada día más grande, en cualquier momento traerá un novio a la casa y a su padre le explotarán los ojos. Por otro lado, Tomasito... Bueno, creo que me lo tengo merecido, es una necesaria dosis de karma.

Tomando la esponja que con antelación había humedecido en un grifo cercano, empezó con calma a limpiar el mármol que delante suyo se encontraba.—Tendría que venir más seguido, te estoy descuidando... Fue bastante bochornoso como sucedió todo. ¿Sabes? Él me dijo que era solo una presentación de la filarmónica y yo fui totalmente engañada, tendría que haber sospechado algo cuando vi tantas cámaras apuntándome. El muy idiota me llamó al escenario, encima tartamudeando, y me presentó su canción.—Riendo entre sus propias lágrimas, volvió sobre sus propias palabras.—Presentó mi canción... Luego hizo lo que tú también hiciste, se arrodilló y extendió su mano, pensé que se desmayaría. Fue demasiado vergonzoso... Pero sumamente tierno.

Pasando un trapo para quitar toda la espuma, nuevamente una sonrisa se grabó en su melancólico rostro.—Creo que el muy idiota pensaba que le diría que no... Cuando lo vi hincarse delante de mí ya había dicho que sí... Sé que todos nosotros terminamos mal, nos costó mucho dejar San Fernando atrás, pero, tú lo sabes, es un excelente sujeto. Un genial padre...—Presa de su propio chiste, por más que nadie la escuchara rio al sentirse acompañada.—Padre de familia, no la otra clase de padre. Ahora que lo pienso era un cura terrible. ¿Sabes? ¿Qué clase de religioso se deja seducir tan fácilmente?

Sintiendo como un funesto rayo de sol atravesaba su frente, pronto los regalos de la resaca la obligaron a fruncir el ceño. —Anoche se descontrolaron un poco las cosas, espero que él también la pasase bien. Aunque, no te lo negaré, sé que mi jornada fue un poco más divertida que la suya. Ahora tengo un terrible dolor de cabeza...—Dejando los elementos necesarios a un costado, con su dedo tocó las hendiduras de las letras grabadas en la piedra, suspirando.—Seguramente tu sabrías que darme para acabar con esta jaqueca...

—Vine por varios motivos—Aclarando su garganta de cualquier sentimentalismo, continuó.—Te soñé el sábado, estabas feliz, sonreías... Y, bueno, el otro... Tengo algo que te pertenece, ya no puedo tenerlo. Siento que me quema la conciencia.

Tomando la cuchara que había traído, comenzó a hacer un pequeño hoyo en la tierra lo suficientemente profundo como para que nadie robara el tesoro que depositaría allí. Cuando por fin terminó esa pequeña labor de su bolsillo sacó la caja del barniz de uñas y la abrió con cuidado. Después de seis años de evitarlo, nuevamente tenía ese anillo en su mano. La joya de plata resplandecía bajo el sol mientras que la aguamarina engarzada en ella regalaba un pequeño caleidoscopio para su mirada. Fue imposible no lanzar un sollozo, la apretó con fuerza en su mano y cerró los ojos. Aquella joya era un recuerdo doloroso que hoy enterraría.

—No debiste dármela, lo sabías... Yo no era para ti.—Apretando su mano a tal punto que sus propias uñas la dañaban, dejó que las penas brotasen en cristalinos senderos que poblaban sus mejillas en canciones de luto.—Yo no debí aceptarla, sabía muy bien que mi destino era en otro lados, en otros brazos... Perdón, Gus... Perdón...—Dejando que su calvario se liberase, introdujo la joya al pequeño hoyo y con la misma cuchara comenzó a enterrarla.—Te la devuelvo... Soy una idiota, lo sé, pero me siento mejor así. Nunca te olvidaré...

Sonriendo, rápidamente borró sus lágrimas con el dorso de su mano.—Él tampoco te olvidó, reza todos los días en tu nombre... No hablamos del tema, a ambos todavía nos duele, pero te tenemos presente.

Parándose del césped, Amelia pisó la tierra donde había sepultado su anillo, haciendo que el suelo se emparejase.—Debo irme, me espera un gran día.—Llevando su mano a su boca, besó su propia palma y luego apoyó aquel gesto de cariño en la lápida.—Espero que donde sea que estés te encuentres bien...

Empezó a caminar, irguiéndose en la marcha, recomponiéndose a cada paso, dejando detrás suyo un pasado que hacía mucho tiempo con la fuerza de una cadena la arrastraba a un pantano. Lo había hecho, por fin se había liberado.

Surcó el cementerio por completo, casi hasta el otro extremo y llegó a un rincón cercano a un roble donde una sola cruz blanca resaltaba. Dejando dos besos sobre el mármol, notó que las flores que había llevado hacía dos días pasados aún seguían frescas. Sonriendo, murmuró.—Hoy es el gran día, tetas flacas... Me encantaría que estuvieses aquí...

... ... ...

Estacionando su auto en el porche de su propia casa, notó como a través de los cristales diversas siluetas corrían despavoridas. No entendía que pasaba, pero su mente trágica siempre la conducía a la fatalidad. No tardó en salir apresurada y entrar por el portal de manera repentina.—'¿Qué pasó?

—¡POR DIOS!—Exclamó Carolina corriendo a su encuentro y apresándola entre sus brazos.—¡Sabía que no serías capaz, sabía que no lo harías!

Sin entender nada de lo que la rodeaba, Amelia solo respondió el gesto de cariño.—Pero... ¿Qué pasó?

—Pensábamos que habías escapado...—Murmuró Natalia llegando a su costado mientras que apretaba su propia frente.—No vuelvas a darnos esos sustos, Amelia.—Dejando un golpe en su hombro, concluyó.—Por cierto, ¿Dónde estabas?

—Fui a despedirme de alguien...

Acercándose a su lado, María llegó con una sonrisa típicamente pícara en su rostro.—Sí aún quieres escaparte estás a tiempo.

Riendo, rápidamente la apresó bajo su brazo y ambas caminaron hasta la cocina mientras que la pareja detrás suyo las seguía.—Son unas estúpidas al pensar que huiría. Ni yo me atrevo a eso...

—Sí, si te atreverías.—Rellenando una taza de café, rápidamente Natalia se sentó a un costado de la mesa, dejando en claro la cruda resaca que cargaba a cuestas.

Pronto las observó a detalle, cada una de sus amigas tenía la gala perfecta para concurrir a un sepulcro.—¿Están bien?

—Sí, estoy bien...—Bebiendo lentamente su café, María respondió.—Claro, sí eso no engloba haber perdido el hígado por la boca.

—¡Cállate, María!—Reprimiéndola, Carolina se sentó al lado de su pareja, asentando pesadamente su cabeza en su hombro.—¿Tú estás bien, Ami? Tienes los ojos rojos...

—Anoche nos pasamos de tragos... Pero sobreviviré.—Aludiendo a su ingesta, Amelia mintió sin descaro, su acto privado solo sería un secreto que compartiría con su almohada.

—¿Aguantarás hasta la noche? Mira que te espera una jornada de por demás larga y ancha...

—¡María!

Riendo ante el doble sentido tan sutilmente lanzado, Amelia solo sacudió su cabello.—Créeme, estoy ansiosa.

—No te pongas muy ansiosa, no queremos que tengas al tercer hereje.—Rellenando por segunda vez su taza, María preguntó.—¿Qué harán esta noche?

—No...—Mencionó Natalia negando con la cabeza.—No quiero saber...

—¡Cállate, Natalia! ¡Yo sí!—Sentándose al lado de su amiga, rápidamente le prestó toda su atención.—Hoy es una noche especial... Dime, Ami. ¿Qué tienes preparado?—Pegándole un codazo, murmuró.—¿El falso árbol de navidad tiene algún fetiche?

Todas rieron ante tal exclamación, fue imposible no hacerlo teniendo delante suyo la foto de una niña que era el vivo retrato de su padre. Dejando en claro, con su presencia estampada, que ese hombre no tenía nada de adorno.—Sí, de hecho sí lo tiene...—Como sí hubiera sido un funesto rayo atravesando su cabeza, una idea apareció tiñendo todos sus pensamientos de rojo.—Oigan... ¿Me ayudarían a ponerme mi vestido?

—Es muy temprano aún, Ami.

—Eso no importa.—Poniéndose de pie, Amelia subió las escaleras con una clara estrategia en la mente.—Solo ayúdenme.

... ... ...

Estaba realmente nervioso, su propio reflejo temblaba anunciándose a través del espejo. Su rostro cargado de ansia lo saludaba mientras que tragaba su propia saliva y esta bajaba apresurada por su garganta. Acomodando su corbata por cuarta vez, notó todo lo que le rodeaba. La sala estaba atestada de personas que relucían sus más costosas galas, mientras que el jardín se vislumbraba con su glorieta ya ensamblada e infinidades de rosas rojas engarzadas.

La familia Parisi había sido muy amable en prestar su casa de campo para dicho acontecimiento, no era una iglesia, tal y como él quería, pero sin duda alguna toda la estancia estaba magnifica. A un costado suyo sus dos hermanos charlaban de manera animada con otras personas que desconocía mientras que sus sobrinas corrían despavoridas quitándose entre ellas un globo, al otro extremo su suegro marcaba continuamente el teléfono en un gesto conocido de nerviosismo; mientras tanto, delante suyo, sus antiguas alumnas en compañía de Ramiro e Isabella Parisi hablaban observando como Sofía contaba una a una las flores engarzadas en las banquetas. Fue imposible no sonreír ante su estampa.

—Te ves bien.—Mencionó una voz bastante conocida a su lado.—Aunque hubiera preferido que te vistieras de blanco.

Intentando ocultar su nerviosismo, sonrió apenado.—Me siento más cómodo con el negro.—Despegando sus ojos de su propio reflejo, Tomás notó a su acompañante. Facundo Parisi lucía solo como él podía hacerlo el costoso traje borgoña que revestía su cuerpo.—Tu tampoco te ves nada mal, padrino.

Apartando un mechón rubio de su mirada, Facundo suspiró.—Verte de negro me hace recordar a cuando te conocí.

—Bueno, creo que eso me jugará a favor...—Intentando que su sutil mensaje fuera entendido, Tomás sonrió débilmente solo para luego notar el rostro preocupado de su amigo.—¿Sucede algo?

—No te pongas nervioso por lo que te diré...

Pensando en toda clase de escenarios calamitosos, su mente desplegó delante suyo infinidades de desgracias.—¿Qué pasó?

Tomando aire para lanzar aquel mensaje sin ahogarse con sus palabras, Facundo respondió.—No encontramos a Lia...

—¿QUÉ?—Preocupado y de por demás conmocionado, rápidamente sus gafas se empañaron por su propia respiración.

—Tranquilo.—Llamando a uno de los meseros con su mano, rápidamente ambos tuvieron una copa de vino entre los dedos. Al notar como ese nervioso hombre bebía con avidez, sonrió.—Debe estar maquillándose o algo...

Apretando la copa entre sus manos, Tomás notó con pánico la cantidad de gente que había allí, prácticamente todos sus conocidos estaban presentes, incluida la filarmónica completa compuesta por sus alumnos. Perdiendo toda la confianza que tenía, preguntó.—Ella no sería capaz... ¿Verdad?

—No lo sé, encanto. ¿Tú alguna vez le hiciste algo malo por lo cual ella quiera vengarse?—Estirando su mano para que rellenaran por segunda vez la copa de ambos, Facundo hablaba simulando una autentica angustia.

—Yo... Yo...—Un necesario trago fue dado, realmente estaba horrorizado.—Ami no me dejaría plantado.

—No suenas muy convencido, cariño...—Levantando una de sus cejas, Facundo dejó en claro la duda que ahora bailaba delante suyo. Pronto llegó a su encuentro una delicada niña extendiendo sus brazos. Facundo no tardó en levantarla, Sofia Valencia había hecho gala de presencia dando una necesaria dosis de ternura.—¿Cómo está la niña más preciosa del mundo?

—Bien...—Con su clásica timidez, los ojos calmos de Sofía se posicionaron encima de su padre.—¿Qué le pasa a papá?

—Nada, Sofi...—Tomando la pequeña mano de su hija, Tomás dejó un beso entre sus diminutos dedos.—Solo estoy un poco nervioso, nada más...

La niña intentó moverse, quería ser cargada por su padre, pero, para desgracia del afligido hombre que intentaba agarrarla, la copa que Facundo llevaba en su mano libre cayó directamente sobre su camisa, manchándolo por completo.

—Ay, no...—Mencionó el menor de los Parisi dejando a su sobrina en el suelo.

—Yo no quería... Perdón...—Bastante apenada, Sofía bajó su cabeza con vergüenza.

—No, mi amor, no te preocupes...—Intentando que su nerviosismo palpitante no se notara en su rostro, Tomás se agachó y beso la mejilla de su hija.—Son accidentes que pasan. Además, no se nota—Mostrando su camisa húmeda, dejó en claro que el negro de su atuendo ocultaba perfectamente aquella mancha.—¿Ves?

—Tomy, deberás ir a limpiarte, sino apestarás a vino.

—Sí, eso haré...—Dándole una conciliadora sonrisa a su hija, nuevamente se irguió.

—Ve a la habitación de invitado, sube las escaleras, es el primer cuarto de la derecha.

Volteando a ver a Facundo, Tomás asintió con un movimiento.—¿Puedes cuidarla unos momentos?

—Claro, cariño. Tu ve tranquilo.—Levantando por segunda vez a la niña de siete años, Facundo rio observando como el futuro novio se alejaba lentamente.—Y... Tomás...

—¿Sí?

—Si ella no aparece, la criamos juntos. ¿Qué te parece?—Sonriendo, con Sofía abrazándolo fuertemente, Facundo bromeó relajando el ambiente.

No pudo resistirse a no reír, un poco de sereno humor le hacía falta a su cabeza sembrada de calamidades.—Lo tendré en cuenta.

Observando como ese hombre se alejaba rumbo a las escaleras, Facundo sonrió siendo cómplice de una treta bastante elaborada.

—¿Lo hice bien, tío?

—Lo hiciste perfecto, Sofi.—Levantando su palma para que Sofía la chocara, pronto dicha acción fue hecha por ambos.—Ahora ven, vamos al jardín, tu papi necesita un poco de espacio.

Caminando entre las personas presentes, Facundo llegó rápidamente ante el grupo que charlaba de manera animaba a un costado de la glorieta. Sofía se alejó a jugar con sus primas, mientras que entre los invitados una conjunta sonrisa de confidencia fue llevada a cabo.

—¿Y?¿Se la tragó?—Preguntó María en voz baja mientras que el rostro expectante de todos aguardaba su respuesta.

—El pobre va rumbo al matadero.—Mencionó facundo sonriendo mientras que el resto explotaba en una disimulada carcajada.

-.-.-.-.-.-.-.-.-

Continuará.

Nos vemos en unos días... Estoy demasiado feliz.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top