7: "Tempestad"



No podía creerlo, esa misma joven que con tanto empeño había contemplado desde el vilo de su memoria ahora lo desconocía. El fuerte terremoto de un corazón roto lo sacudía mientras que ella estática le sonreía con la cortesía de una extraña, el simple tacto de su mano tomando las llaves había logrado despedazarlo. No sabía que hacer o como actuar ante el alma resucitada de un cadáver que el mismo había matado años atrás.

—Yo... Yo... Un gusto haberlas visto a ambas, con... Con su permiso— Luchando para que su garganta no gritara las verdades que su boca negaba en pronunciar, no se dignó a ver sus ojos, no podría. No de nuevo.

Agarró la perilla de la puerta logrando que la campañilla anunciara su retirada. Apresurado, nervioso y aún confundiendo las gotas de lluvia con su propio sudor infestando su ropa, salió de allí.

Las calles de tierra lo amparaban mientras que el agua descendía por sus hombros y lo envolvían con su leve frialdad, su cabeza empapada aún seguía atolondrada. Ella no podría haber regresado a su vida después de todo ese tiempo alejada de su mirada. Caminaba a paso lento mientras que la lluvia lo cubría, necesitaba la serenidad suficiente como para enfrentar a Augusto y revelarle la verdadera identidad de su prometida.

¿Por qué ahora? ¿Por qué con él? ¿Por qué ella?

El dolor y el enojo bailaban tomados a sus manos mientras que la resignación parecía no querer acompañar a esa danza. El brutal impulso de volver corriendo y atravesar aquella puerta, aparecieron. Agarrarla de sus hombros y besarla como hace tanto tiempo clamaba en silencio desde los suspiros mudos que solo las paredes de la iglesia podían escuchar. Amelia había vuelto a su vida, sus oraciones habían sido respondidas, pero no de la manera en que se lo esperaba.

Amelia era la prometida de su único amigo en el mundo... Eso lo destrozaba.

Abrió la puerta de la iglesia y sin importarle dejar marcado el suelo con sus pisadas o que alguien se enterara de su retorno, en silencio se sentó en el suelo, quería ser invisible. Con la mente siendo consumida por la hoguera de su pasado y la mirada perdida comprendió que verla constantemente sería un calvario para su ya viejo corazón.

¿Por qué no me reconoce? ¡Yo la amé como nadie! ¡Yo la amo con mi vida! Ella lo es todo... Pero para ella yo no soy nada.

No podía soportarlo, las lágrimas de impotencia comenzaron a surgir mientras su peor pesadilla tomaba forma en una quimera maligna. El amor de su vida ahora residía con su amigo, viviendo precisamente frente a su capilla. ¿Qué le diría a Augusto? ¿Cómo se sinceraría? ¿Perdería su amistad?

Debía resignarse, ahora su ángel pertenecía al cielo de alguien más. Su amigo tenía el privilegio de disfrutar de aquel paraíso que él mismo había negado años atrás con una cruel palabra. Ella había logrado hacer lo que el aún no concebía, borrarlo completamente de su vida...

—Oye, si estás tratando de esconderte haces un pésimo trabajo— Esa voz, antes tan fraternal ahora era un cuchillo que lo traspasaba. Cada vez que escuchara a Augusto hablar no podría sacarse de la cabeza la imagen de él besando a su amada.

—No... No es eso—

El doctor se acercó a él y tomó lugar a un costado suyo, ambos sentados en el piso. Su amigo suspiraba mientras lanzaba su cabeza contra el muro, serenando su mirada en la oscuridad de sus parpados. —Estás empapado—

—Y tu bastante cansado—

Augusto sin mirarlo, sonrió, haciendo que aquella felicidad taciturna que traía consigo intentara invadir la tristeza que el sacerdote cargaba consigo. —Es una niña—

Lo había olvidado por completo... Era lo que Amelia siempre causaría en él, una amnesia general que nublara sus sentidos y eliminara la razón. Sintiendo pena por su falta de interés intentó desviar su mente de los ojos que lo acababan de electrocutar. —¿Leonor está bien? ¿La niña es sana?—

—Por suerte todo salió como debería, la chica está ahora descansando con su pequeña en brazos. Cuando la tormenta pase vendrá una ambulancia a llevarla al hospital más cercano. Necesitará asistencia adecuada tanto para ella como para la bebé. Tendrías que verla... Es hermosa—

—Lo sé, es hermosa...—

Augusto miró a su compañero unos momentos solo para visualizar como las lágrimas caían por el rostro de su amigo, con calma le extendió un pañuelo de su bolsillo. —Es sorprendente, el milagro de la vida siempre será la cosa más maravillosa del mundo. No sientas pena, yo también lloré en mi primer parto—

¿Por qué? Augusto... ¿Por qué ella? ¿Por qué contigo? —Gra...Cias— Con cuidado tomó el pañuelo y secó sus ojos, agradeció a Dios que ese joven no supiera las verdaderas razones de sus lágrimas.

—Por cierto ¿Viste a Vonnie?—

—Si...— Volteó su rostro solo para que no viera su mueca de dolor, toda reconciliación que hubiera puesto en práctica durante tres años con su alma, había logrado quebrarse en un instante.

—¿Qué te pareció? Dime si no soy el hombre más afortunado del mundo— Cada palabra alegre que Augusto pronunciaba solo era una aguja que, con la fuerza de un abusador, traspasaba su corazón.

—Lo... Lo eres—

—No te lo negaré, Tomás. Tenía mucha expectativa a que se conocieran. Espero que luego quieras ir a comer con nosotros todos los días, me da un poco de pena que te quedes solo aquí—

—Lo... Lo pensaré—

—No tienes mucho que pensar, eres como mi hermano. Me preocupo por ti.—

Debía cuestionarlo, la fuerza era demasiada ejercida en su viejo corazón y la resistencia mínima ante la urgencia de su duda. —Augusto...—

—¿Sí?—

—¿Po... Por qué no me dijiste que salías con Amelia Von Brooke?— Hasta el pronunciar su nombre era morfina en sus venas, cada silaba se deslizaba como miel en su lengua y penetraba su sangre como ponzoña.

Augusto lo miró sorprendido, intentando que su sonrisa no fuera borrada por el momento de sinceridad que estaba por cursar. —¿La conoces? Es que ... Ella es Vonnie, siempre fue Vonnie. Cuando llegó a la clínica su padre nos prohibió a todos hacer público su nombre, ya sabes... Por el peso de su apellido—

Lo miró, sus ojos colmados de afecto y el gran aprecio con el que él mismo lo había cubierto solo hacían que la herida fuese aún más profunda, infectándola de dolor. ¿Podría decirle que su niña y su ángel eran la misma persona? ¿Perdería su amistad? En ese momento, Tomás lo comprendió, el ya había condenado a la pena eterna de la perdición a su ángel, no haría lo mismo con Augusto. —So... Solo de vista, ella no me recuerda—

—Ya ambos se conocerán bien y luego de pelear como perros y gatos se harán amigos. Vonnie tiene esa cualidad—

—Oye ¿Te dijo alguna vez, por qué... Le pasó lo que le pasó?—

Augusto desvió su mirada unos momentos a uno de los costados de la cruz que desde las alturas los protegía. —Luego de meses internada me contó que un idiota le había roto el corazón— Suspiró, recordando las penas de su amada, para luego sonreír. —Pero debo agradecerle a ese idiota por traerla a mí vida—

El silencio lo colmó, nuevamente el recuerdo de su estupidez lo penetraba con crudeza. El mismo se había ganado todo aquello.

—¿Y eso?—

Saliendo de sus pensamientos, miró a donde los ojos del joven doctor lo guiaban. Comprendiendo que el gran bulto que llamaba su atención resultó ser el objeto de su duda. —Lo trajeron anoche, es el piano de otra iglesia—

Augusto rio con la gracia que solo la ignorancia podría brindar —Coincidencias de la vida—

—Lo... Lo mismo digo—

Volteó a mirarlo, no entendía porque su amigo eso decía. —¿A qué te refieres?—

La duda lo cubrió logrando que su garganta quedara seca y su mente en blanco. Como si fuera alguna salvación mística la puerta principal se abrió, rápidamente entendió que Dios no estaba de su lado, aquello era una condena. Empapada de pies a cabeza, la peor de sus pesadillas había entrado. Si aquella irrupción hubiera sido realizada unos meses atrás todo sería diferente, ahora solo podía contemplarla desde la vanidad de una gloria perdida.

Su vestido blanco ahora deliberaba entre mutarse a la transparencia o adaptarse al similar color de su carne mientras que su cabello falsamente rubio, chorreante, solo hacía que aquel ángel naufrago nuevamente hiciera paralizar su corazón. Poseía la misma gracia que siempre la caracterizaba, luciendo grandes brazaletes de plata en sus muñecas, ella sostenía un paraguas.

—¿Amor?—

—¡Milagro! La lluvia trajo un ángel.— Desde el suelo Augusto respondió revelando la posición de ambos.

Apresurado se paró, ganándole de mano a su compañero. Como si de una fantasía se tratara ella vino apurada a su encuentro con la misma sonrisa que tenía siempre en sus encuentros a escondidas. El instinto de abrir los brazos para recibirla y elevarla al aire para perderse en su boca nació para luego ser cruelmente asesinado por el beso que ella le dio a su pareja en sus labios.

—Señor Santana... Hoy se encuentra usted bastante lindo—

—Lo mismo digo de usted, pronta señora Santana— Lo observaba, el había caído en la misma telaraña que años atrás a él tan cálidamente lo había envuelto. Sus ojos soñadores y sus respiraciones temblantes solo anunciaban su romance. —Vonnie tu ya conoces a mi amigo ¿Verdad?—

Amelia se dirigió a él, parándose justamente frente suyo, era sorprendente cuanto aquel celestial ser podía intimidarlo. Su mirada penetrante lo cubría mientras que cada instante en el que ella lo miraba se convertía en algo mucho más pequeño, casi indefenso. Sonriendo, ella habló. — Ya nos presentamos, creo que tengo que agradecerle por cuidar a mi amor—

—No... No tienes Na...Nada que agradecer, Ami... Amelia.—

Amelia lo había ignorado de una manera catastrófica, envuelta en los brazos de su prometido, susurraba palabras a su oído. —No quería que te mojaras, toma, para cuando vuelvas a casa. No te prometo que te haré una cena de un hotel cinco estrellas pero algo caliente será—

—No tendrías que haber venido, te mojaste, no quiero verte enferma— Augusto solo seguía disfrutando de sus alas, mientras que recibía su paraguas.

—Si me enfermo, seguramente un buen doctor me cuidará ¿Verdad?—

Ella lo había besado, dolía como nunca antes, Amelia amaba a ese hombre y devoraba sus labios con ternura, haciendo que el pobre doctor sucumbiera antes sus labios. Se imaginó a él en el lugar de su amigo, sintiendo su perfume y acariciando su cabello, justo como lo hacía antes. Sin percatarse de sus propios actos, suspiró de manera audible, ambos voltearon a verlo.

Augusto se separó de su amada y golpeó el hombro de su amigo. —Este hombre vale oro Vonnie, no sabes lo bien que la pasamos juntos, acostúmbrate a verlo que nos irá a visitar bastante seguido—

—Claro, los amigos de mi futuro marido también serán los míos—

—Es más dijo que te conoce—

Amelia sonrió solo como un demonio tentando a un siervo de Dios lo haría —¿De verdad? Sepa disculparme, a veces soy un poco despistada con la gente cuando realmente no he hablado o vivido algo importante con ella—

¿Por qué? Ella lo estaba disfrutando, lo sabía. Su Amelia no podría haberlo olvidado, eso era imposible. Su corazón se partía y Amelia encantada comería sus pedazos.

—También es músico él. Hablando de eso, mira esto...— Augusto tomó su mano, ella sin dudarlo le correspondió. La condujo al piano mientras que Tomás sentía como sus pies echaban raíces culpa de aquella ofensa a su amor.

—Muéstrale a Tomás tu talento—

—No presumas, es malo eso— Amelia tocó la delicada madera del piano para luego, con la ligereza de una mariposa levantar su tapa. Lo miró, solo a él, parecía no importarle que su prometido estuviera a su lado. Sus dedos comenzaron a danzar sobre la monocromática pista.

La habilidad era mostrada al igual que la destreza ejercida ante tal sublime ejecución. Una vieja canción bastante conocida ahora resonaba en la iglesia. Frank Sinatra con sus melodías lunares traían a su memoria aquellas noches donde ella solo se disponía a amarlo en la violencia de su soledad. Sonriendo, ella seguía mirándolo, para luego terminar de manera abrupta su canción.

—Eres excelente— Augusto besó su mejilla, ella solo lo seguía desafiando con sus ojos.

—Bueno, yo me iré a terminar las cosas de la tienda, te espero amor— dirigiéndose a la puerta Amelia anunciaba su galante retirada como si de una virgen enaltecida en plena procesión se tratara. Cuando la puerta quedó a escasos pasos de ella, volteó. —Barcelona ¿Te gustaría que tu amigo nos case?—

... ... ...

Se quedó parada, con aquella estática sonrisa falsa que tan bien había aprendido a simular. El hombre que la había asesinado con sus palabras ahora estaba frente suyo y su corazón lo reconocía. La corriente helada que hace tiempo no sentía ahora la inundaba con descargas súbitas de odio en su mente, en ese preciso instante en que lo vio supo que Tomás Valencia era ese hombre de credo al que su prometido tan bien enaltecía.

—Yo... Yo... Un gusto haberlas visto a ambas, con... Con su permiso—

Cobarde...

Observándolo como se retiraba con la prisa de un ratón, se permitió a sí misma quedar estática unos momentos procesando toda aquella información que tan torpemente le llegaba. Cuando comprendió que el fantasma de quien había sido su más grande amor se alejó, atrajo una silla y se sentó en ella dedicándole una mirada al olvido.

—No puedo creerlo, Ami... por favor, contrólate— Mónica con su bebé en brazos se acercó a ella, sabía que su amiga no actuaría de la manera correcta.

—Estoy bien, no pasa nada.—

—¿Qué no pasa nada? El hombre al que le dedicas todos los días un insulto matutino trabaja con Barcelona ¡Mierda!—

—No... No pasa nada— Intentando serenar a Mónica, Amelia mentía, en ese momento su mente se teñía de negro dejando que el rencor la cegase.

—¿Por qué le dijiste que no lo recordabas?—

—¿Crees que sería tan idiota como para hacerlo sentir especial?—

Mónica había dejado a su niño sobre la manta que anteriormente ambas habían acondicionado para el pequeño para luego ponerse de cuclillas delante de su amiga, intentando que sus ojos le dijeran la verdad de sus pensamientos. —Yo sé por lo que pasaste, yo estuve ahí... No Ami, no de nuevo. Tienes un hombre de bien a tu lado, no te dejaré que cumplas las promesas que tienes en mente—

Amelia rio dentro de su dolor, con esa manera sarcástica que tenía ella de procesar las cosas tomó todo el humor que poseía y lo enfrentó con su pena. Mónica realmente la conocía. —Mira el lado bueno, ahora tendré algo interesante para hacer en este pueblo de mierda—

—¿Qué cosa?—

Haciendo que sus brazaletes chocasen entre sí, dejando que el ruido metálico que producían llenase la pequeña galería, sus intenciones salieron a flote. —Le voy a arruinar la vida a ese grandísimo hijo de puta—

Mónica golpeó su cabeza al ver como esa sonrisa macabra se dibujaba en su rostro. — ¡No seas inmadura! ¡No lo merece!—

El niño comenzó a llorar al escuchar el retumbar del golpe, apresurada su madre corrió a levantarlo en sus brazos. —Tranquilo Mateo, no dejaremos que tu tía haga una locura— Meciendo al bebé con ternura, buscó algo en el bolsillo del pantalón. Sacando su celular, comenzó a discar diversos números.

—¿Qué haces?—

—¿Qué crees que hago? Les avisaré a las chicas para que te hagan entrar en razón—

Amelia solo rodó sus ojos mientras que seguía imaginándose la pronta destrucción de ese sujeto. —Moni, no las molestes, no deben haber vuelto del trabajo aún—

Mónica seguía moviendo al bebé en sus brazos mientras que ignoraba a su amiga, luego de unos minutos de estar escuchando el tono de espera, colgó. —¡Puta Carolina! No sé para que tiene celular si no va a responder—

Nuevamente marcó otra cifra para volver a colocar el teléfono cerca de su rostro, al poco tiempo alguien respondió. —¡María!— Su voz ahora parecía ser un estridente rayo cayendo con prisa sobre alguna triste antena. —¡No me importa a quién te comiste! ¡Esto es más importante! ¡Valencia trabaja con Barcelona! Acaba de venir aquí...—

—¡Si eso mismo, lo que escuchas!—

—¡Dile algo a tu amiga! ¡Quiere joderlo!—

—¿Qué me tranquilice? ESTOY TRANQUILA—

Mónica intentando no entrar en un colapso nervioso le pasó el teléfono a su amiga —Quiere hablar contigo...—

Amelia tomó el aparato sin ganas, para luego hablar. —Mari...—

—Dime que estoy teniendo una pesadilla Ami... Dime que esto no es cierto—

Poniéndose de pie Amelia se acercó al cristal, viendo como la lluvia caía en la rural calle —Así como lo oyes, lo acabo de tener en frente—

—No le digas nada de esto a la madre histérica, pero ¡Arruínale la vida! ¡Hijo de puta! —

Amelia sonrió al sentirse comprendida por alguien, María siempre sería el recuerdo de su vieja rebeldía. —Eso tenlo por seguro—

—¿Llamaron a la feliz pareja?—

—si, pero no contestaron. Escúchame, nadie tiene que preocuparse, yo ya superé a ese idiota—

—Si, Ajá... Amelia... No quiero que vuelvas a pasar lo de antes...—

—Tranquila, no pasará—

—Te quiero...—

—Y yo a ti—

Devolviéndole el teléfono a su amiga, Amelia agarró el picaporte, para luego ser interrogada por su socia. —¿Dónde vas?—

—Iré a llevarle un paraguas a Barcelona, el pobre se mojará— Con su clásica pose angelical, Amelia se había marchado en plena tormenta.

Mónica puso el teléfono sobre su rostro y preocupada habló. —No se lo tomó nada bien... Necesitaré que vengan—

... ... ...

Poniéndose perfume alrededor de su cuello y corriendo su cabello rubio permitiéndole caer por sus hombros, Amelia sonrió notando lo bien que le sentaba aquella lencería. Se alejó del espejo solo para recostarse en la cama que desde hace una noche compartía con su prometido, pronto el llegaría, solo era cuestión de esperar.

Con el televisor encendido buscando algún canal de aire que pudiera calmar su impaciencia al cabo de una hora la puerta principal de su nueva residencia se abrió. Escuchó el maletín de su pareja retumbar levemente contra el piso.

Ansiosa se acomodó nuevamente sobre el edredón haciendo que sus encantos resaltaran en una postura digna de cualquier calendario lascivo. Augusto entró sin percatarse de su presencia solo para luego girar y cruzarse con la mujer que amaba.

—Vonnie... Estás hermosa—

Ella lo sabía, siempre tendría ese pequeño poder para dejar sin habla a el hombre con quien había jurado compartir su vida. —Solo quería ponerme cómoda, ven conmigo—

Augusto se acercó a ella y depositó un beso a su frente, solo para ser arrastrado con violencia encima suyo. Necesitaba calmar el pesar de su alma con adrenalina en su cuerpo, tener de nuevo al hombre que alguna vez amó y tantas veces le juró odio había sido un potente afrodisiaco.

Lo besó con fuerza haciendo que el sonido de sus dientes chocando sea fuertemente oído por toda la casa, mientras que de manera brusca se subía encima suyo. Augusto sorprendido por aquel acto empezó a desabrochar su camisa, deleitándose con el físico de la mujer que ahora de manera dominante lo montaba.

Algo llamó su atención, en el cuello de su pareja una medalla plateada relucía. — ¿Y esto?—

—Me lo regaló Tomás, es san Judas Tadeo...—

¿Por qué debía nombrarlo? Como presa de un embrujo sentía como su cuerpo se erizaba ante aquella figura religiosa que le recordaba el sacro aroma del incienso y la tersura de las rosas. Sin meditarlo comenzó a besar su cuello.

—¿Quieres que me lo quite?—

—No... Por favor déjatelo puesto—

Cerrando los ojos, volvió a su propia fantasía personal, desojando los pétalos y traspasando las espinas. Intentando concretar aquel acto carnal tan necesitado, sacando

de su mente cualquier otra cosa que no fuera la pasión que la llenaba.

Sintió sus manos acariciar su cintura y descender por sus caderas, su cuerpo le respondía haciendo que violentas ráfagas de descargas cálidas cayeran donde las caricias de Augusto se depositaban.

—Espera, no...— El había hablado, intentando oponer resistencia cuando ella quiso bajar el cierre de su pantalón.

—Sh... Tranquilo, vamos, hace mucho que no lo hacemos To... Gus— Su mente la había traicionado, pero no le importaba, tantos meses sin el contacto ansiado solo lograban que su conciencia se nublara.

—De verdad Vonnie... No, es inútil— Augusto la había separado de él, solo para mirarla con pena.

Amelia comprendió lo que sucedía, nuevamente el no podía calmar sus ansias. Sintiendo como moría en sus interiores, pero sonriendo ante la pena de su pareja, le sonrió. Aún su piel temblaba y su cabeza gritaba de lujuria. —No pasa nada, Gus...—

—De verdad, discúlpame... — El se había sentado nuevamente en el margen del lecho, mirando apenado una de las paredes.

Amelia, comprendiendo que nuevamente se quedaría sin el calor de su hombre, solo tocó su hombro para ponerse de pie.

—¿Dónde vas?—

—Voy a la cocina a por agua ¿Quieres?—

—No, estoy bien...— Lo sentía, el estaba sumergido en su dolor, no podía decirle nada que lo hiriera.

Respetando su silencio se dirigió a la sala, aún con sus entrañas quemando y su mente atormentada. Abrió la nevera y agarró una de las tantas botellas que el día anterior había cargado con el cristalino liquido para luego llevarla a su boca y darle unos cuantos sorbos. Apoyó el frio vidrio contra su cuello intentando que eso ahuyentara las ganas de ser poseída.

La lluvia seguía, la tormenta aumentaba. Curiosa por ver como aquella tempestad se desenvolvía en tierras extrañas, corrió la cortina de la ventana.

Como era de esperarse el cielo tenía una dulce tonalidad roja mientras que los relámpagos hacían que por momentos el espacio se iluminara. Cuando la ultima Centella brindó su luz pudo notar algo que le llamo su atención.

En frente de su vivienda, sentado en las escalinatas de la iglesia un hombre permanecía bajo la lluvia sosteniendo un arco en su mano. Tomás Valencia estaba allí, disfrutando de la tormenta al igual que ella.

Lo miró unos instantes prestando atención a cada detalle que pudiera vislumbrar a pesar de la distancia. Intentó que no pasara, pero nuevamente el calor aumentaba. Dejándose empapar por la ventisca él seguía allí con aquella rara belleza triste que siempre había poseído.

Su corazón se aceleró cuando el alzó la vista y descubrió a su humilde espectadora. Quiso seguir mirándolo, pero su corazón la obligó a entrar en razón.

No... No de nuevo ...

Apresurada cerró la cortina, dejando a aquel hombre lejos de su vista. Debía alejarlo de ella si quería continuar con su vida.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Dejaré esto aquí y me iré lentamente...


Bai...


Muajajajajaja

Muerta de cansancio pero feliz de sembrar tragedias para cosechar tempestades, me despido.

Capítulo dedicado a: SoyCuloDeAnn

¡Culo! ¡Sos una tarada! ¿Cómo no te voy a responder? Sigo ofendida.

Te amo <3


Bueno gente, lo de siempre, quien quiera pertenecer a la iglesia mándeme un mensaje personal NO PUBLIQUE SU NÚMERO AQUÍ. 

Pueden seguirme en FB como "Ann con teclado" o en el de Tomás "Tomás Valencia"


Quien ya se pone un gorrito de preservativo de tantos vergazos que llueven:


Angie

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