60: "Hambre"

N/A: Antes de empezar, quiero agradecerles a todas por haber estado presentes en estos días duros.
Ahora estoy sana, gran parte de ello fue por sus mensajes de amor.
Entre toda la mierda del mundo, ustedes me dan esperanza. Las quiero.

Entre la oscuridad de sus parpados, el molesto sonido empezaba a colarse en su mente y a inundar sus sentidos con una calamitosa inyección de vida. Intentando ignorarlo, abrazó el pequeño bulto que había entre su pecho y su extremidad, pero la sintética melodía continuaba retumbando.

Cuando su mente se aclaró y reconoció el violento pitido quiso levantarse, pero aquella diminuta fuerza que lo envolvía lo retuvo con la fuerza de su agarre, hablando desde la oscuridad. —No contestes, deja que suene—

El celular continuaba con su canción, la llamada intentaba conectarse a como dé lugar. Entendiendo que nadie sin un motivo justo llamaría a esas horas comprendió la urgencia de ese timbre. —Debo hacerlo, puede ser algo importante— Con cuidado, sacó el brazo de Amelia que lo retenía de encima suyo y besó su frente en la tiniebla.

Sintiendo un débil rezongueo detrás suyo, se levantó de aquel lecho compartido y pronto, lejos del amparo de las sábanas, una leve brisa fresca envolvió su cuerpo desnudo. Esquivando los muebles se mantuvo ajeno a la luz, no quería poner a su compañera de vida en vela por algún rayo sintético infortunito. Los pocos pasos hasta la cómoda fueron hechos, la canción continuaba sonando y la pantalla brillaba, en ella un solo nombre se rezaba.

Apresurado, contestó la llamada, no sin antes fijarse la hora. Solo un motivo realmente preocupante haría que Juan Von Brooke lo llamase a las tres de la mañana. Sin más dilaciones, atendió. —¿Señor?—

—Tomás… ¿Estás cerca de Amelia?— Aquello le llamó de sobremanera su atención, su suegro jamás se refería a él por su nombre de pila.

—Sí, está durmiendo…—

—Bien, sal del cuarto, ve a la cocina—

La directriz fue clara, algo ocurría. Sin protestar en lo más mínimo dejó el cuarto donde descansaba su concubina intentando hacer el menor ruido posible. Sabiendo que su charla ahora no sería oída por la primogénita de ese hombre, sentenció. —Listo, señor. ¿Qué sucede?—

Desde el otro lado de la línea un súbito suspiro se escuchó, aquello no podía anunciar nada bueno. —Escúchame bien… Dile a Amelia que surgió un problema con los empleados municipales, invéntale que están reclamando un aumento de sueldo y que cortaron la calle central. Necesito que vengas ahora a mi casa…—

Aquella mentira que Juan intentaba orquestar solo era una excusa, la idea de engañar a su pareja con esa sutil farsa le disgustaba, pero seguramente el motivo sería más que válido. —¿Qué sucedió, Juan?— Olvidando los aparatajes propios del recato de etiqueta, Tomás preguntó.

—Tengo una duda ante algo que sucedió, necesito que la confirmes—

—Está bien…— Frotándose los ojos con ayuda de su mano, Tomás ya se encontraba lo suficientemente despabilado como para comprender la seriedad del asunto. —Me vestiré y llamaré un taxi, en veinte minutos estaré allí—

—Saca el auto de Amelia, no puedes demorarte. Sí mis sospechas son ciertas tienes que ganarle al periódico, Tomás—

Asustado por aquello que Juan acababa de pronunciar, Tomás se apresuró a cumplir con su presencia. —Entendido, señor. Ahora iré— Acto seguido el teléfono fue colgado.

Con rapidez y silencio sus pasos comenzaron a guiarlo de manera veloz a donde descansaba su guardarropa. Su desnudez fue revestida con telas suaves propias de un mortal recién levantado mientras que diversas incógnitas se trazaban en su cabeza.

La higiene fue elemental, aquella no podía esperar que el tiempo se diluyera. Cepillando sus dientes las teorías tomaban forma dentro suyo. Supuso que la ignorancia de Amelia ante el tema seguramente era un indicio de algún problema relacionado con la familia Santana.

Peinó su cabello y perfumó su cuello, todo aquello estaba orquestado como una vil excusa administrativa. Asustado ante las sospechas, se acercó a la cama y viendo a la mujer que allí yacía, acarició su cabeza. —Ami…—

—¿Uhm?— Somnolienta y aún con sus ojos pegados la respuesta fue vaga.

—Tu padre me llamó de apuro, pasó algo con los municipales, tengo que ir…—

—Pero es tu día libre…— Mostrando un leve destello de lucidez, Amelia se sentó contra la cabecera de la cama y restregó de su mejilla aquellos cabellos que habían quedado pegados luego de las horas de sueño.

—Lo sé, pero prometo no tardar. ¿Sí?— Acercándose a ella, dejó un pequeño beso en su frente. —Me llevaré el auto—

—Por favor, no choques y dile a mi padre que es un tremendo hijo de puta por levantarme a estas horas.—

Una pequeña sonrisa se dibujó en su boca, para luego levantar aquella grande playera que ella usaba a modo de pijama y besar su bajo vientre. —Cuida a tu madre, Jeremías—

Ella solamente sonrió ante el tacto y volvió a adentrarse a la seguridad de las sábanas, dejando en claro un retorno necesitado a alguna planicie onírica.

Calmado ante su estampa, Tomás comenzó su recorrido hasta la puerta de entrada.  Agarrando las llaves de la vivienda y del coche, guardó su celular en el bolsillo de su camisa… No podía hacer esperar al gobernador.

… … …

El camino fue sereno, pero aún el nerviosismo de un novato ante el volante lo atormentaba. Poca compañía había en las calles aquella madrugada, la inusual calma de la ciudad a veces era alarmante para una mente ansiosa.

En el horizonte la segunda planta de la vivienda del patriarca Von Brooke sobresalía, su destino había concluido, aquella casa tenía las luces encendidas.

Tocó la bocina y el gran portón fue abierto permitiéndole el paso, pronto estacionó a un costado y decidido descendió del coche para luego conducirse al portal que le daba la bienvenida. Golpeó la puerta con suavidad, no quería interrumpir el sueño de nadie con su presencia, unos pasos apresurados llegaron hasta la puerta siendo claramente oídos.

Para su sorpresa detrás de la madera no había alguna mucama o un rostro anónimo con traje, el mismísimo Juan Von Brooke fue el encargado de cederle el paso a su morada con una única palabra. —Pasa—

Se adentró a la vivienda y notando la taza de café colocada encima del recibidor supuso que allí se llevaría a cabo tan misteriosa charla. Con cautela se acercó a la mesa que estaba rodeada de ya conocidos sillones, esperando a que el dueño de casa tomara la iniciativa de hablar.

—Siéntate, Tomás— Sin más dilaciones, Juan tomó lugar sobre el sofá y tocó su propia frente. Cuando Tomás imitó su accionar, una segunda frase salió de su boca. —¿Le dijiste a Amelia lo que te pedí?—

—Sí, señor… ¿Qué sucede?—

—Primero lo primero— Bebiendo un gran sorbo de su taza, Juan buscaba energía en la cafeína. —¿Cómo están ustedes? ¿Ella se está cuidando como debe ser?—

Con una sonrisa en el rostro a base de los azucarados recuerdos, Tomás respondió. —Sí… Por suerte nosotros estamos de maravilla, es realmente preciosa la vida al lado de su hija. Ella se cuida en todo aspecto, hasta está tratando de introducir nuevos alimentos a su dieta—

—Muy bien… Espero que vengan a cenar el domingo, creo que Amelia necesitará mucha contención—

—¿Contención? ¿Qué sucede?— Nervioso por aquella simple palabra, Tomás cuestionó.

—Ve por café, está en la cocina. Créeme, lo necesitarás—

—No, estoy bien así…— Acercándose más a su suegro, Tomás mostró un verdadero interés en sus ojos. —¿Qué sucedió?—

Suspirando, Juan supo que era el momento adecuado para soltar con el caudal de un cuentagotas su duda. —Me informaron que Augusto hizo una denuncia, ya sabes, quiero saber cada movimiento de ese engendro… Denunció un ataque doméstico. Al principio no me sobresalté, hasta que abrí el expediente que me trajeron. ¿Te suena el nombre de Mónica Vásquez?—

Apresurado, Tomás respondió. —Sí, por supuesto, es la amiga de Amelia—

Juan al escuchar la respuesta afirmativa, bajó la cabeza con pesar, cerrando los ojos. —Mierda, sabía que era ella, me sonaba ese nombre—

—Pero… ¿Qué sucedió?—

Estirando su mano hacia una de las mesas laterales donde descansaban los veladores, Juan tomó una carpeta de papel que había tenido consigo toda la noche para luego pasársela a Tomás. Él pronto comenzó a hojear el material administrativo. —Un amante entró a su vivienda y la masacró a golpes para luego asfixiarla…—

Tomás había quedado pasmado, aquello no era una papeleta administrativa, esas hojas contenían un informe de defunción sellado. Una foto acompañaba la descripción, eso fue demasiado. La niña que él había visto crecer al lado de su ángel, la amiga de su vida y la madre guardiana había quedado reducida a un sinfín de cúmulos de piel violácea, deformada a tal punto de ser casi irreconocible, solamente acompañada por el frío metal de una mesa quirúrgica. La impresión fue mucha y el escalofrío tenebroso, no podía continuar viendo aquella tan sanguinaria estampa. —Por Dios…— Afligido y al punto de quiebre, Tomás recordó algo que impactó en su cerebro con la fuerza de un martillo. —Ella tiene un bebé, un niño de dos años. ¿Él está bien?—

Sin tener el valor de mirarlo, Juan contestó con la potencia de un susurro. —Mira la siguiente página…—

Apresurado en su movimiento, Tomás hizo lo que su suegro lo indicó. Jamás, ni en toda su vida estudiando el cielo y el infierno, estaría preparado para lo que vio. El niño que Amelia amaba, aquella cálida criatura de las que todas sus amigas eran guardianas tenía monstruosas suturas en su cabeza adornando su rostro distorsionado con el brillo de las grapas. Allí solo había un cadáver destruido, torturado con crueldad y reducido en añicos. Ver sus pequeños ojos entreabiertos y su nariz doblada, acompañada por infinidades de manchas moradas, hicieron que un gran temblor empezara.

Un espasmo llegó a él sacudiendo todo su organismo, conocía lo que vendría, así que casi corriendo se dirigió a la cocina, arrojando toda la cena en el lavado. No podía abrir los ojos, la impresión aún continuaba grabada en sus retinas, pero no le hizo falta ver lo que su cuerpo despedía. Aquellos no eran alimentos digeridos, era maldad negra como el alquitrán que ahora se colaba por sus sentidos y se grababa en su corazón. Nadie, ni el más cruel ser del mundo podría haber hecho algo así.

Continuó vomitando, hasta que su estómago estuvo irremediablemente vacío. El agua se llevó la cólera, pero los latidos continuaban y el dolor crecía echando sus raíces por todo su pecho.

Desde la sala, una voz retumbó. —Ahora entenderás porqué quería que vinieras…—

—¿Quién fue?— Jadeante y aún con su garganta amarga, Tomás buscó consuelo en el agua corriente después de pronunciar tan duro cuestionamiento.

—Según la declaración de Augusto, un colega lo llamó para que lo ayudase con un asunto. Llegó al domicilio en que habían pautado y se dio con los cuerpos… El tipo solo quería deshacerse de ellos—Acercándose a Tomás, Juan con cautela se posicionó detrás suyo. —Según lo que sé el tipo pareciera ser el padre biológico del niño, aunque aún no está nada confirmado. De igual manera estaba embadurnado en sangre… El sujeto ya está encerrado y Augusto en averiguación… Dios, no quiero pensar cómo se tomará esto Amelia—

Tomás sorprendido por aquello, se despegó del fregadero, el criminal ahora tenía nombre. —¿Lucas Grimmaldi?—

—Creo— Pensativo, Juan respondió aún sin el coraje suficiente como para alzar la mirada. —Me suena su apellido. ¿Lo conoces?—

—¿Conocerlo? ¡Claro que lo conozco! Tú también lo conoces… Era el médico generalista del internado donde estaba Amelia, el padre de Mateo— Intentando mitigar el odio que lo comía por dentro, Tomás refunfuñó con ira entre sus dientes. —Ese hijo de puta intentó algo con Amelia, yo intervine y le destrocé la cara. Maldita sea la hora en que no lo maté…—

—Espera— Pasmado por la información que había recibido, Juan salió de su letargo. —¿Ese tipo trabajaba en el internado? ¿Doné tanto dinero a ese lugar de mierda para qué haya un asesino entre sus muros? ¿Qué clase de basura era ese lugar?—

Aún molesto por todo lo que su corazón ahora cortaba entre pulsaciones, Tomás respondió. —Era el lugar perfecto para que sus padres se deshicieran de sus hijas molestas. ¿A caso olvidas todo lo que la pobre Amelia entró cargando al internado?—
Limpiándose la boca con el puño de su camisa, Tomás enfrentó a ese hombre. —¿Crees qué si hubiera sabido que ese tipo era un degenerado asesino lo hubiéramos tomado?—

Enfadado por sacar un antiguo esqueleto del armario, Juan respondió con un singular brillo conocido en sus ojos. —Seguro no lo hubieran tomado, al igual que no te hubieran tomado a ti por acostarte con una adolescente—

Una risa sarcástica pareció apoderarse de su cuerpo, Tomás no podía creer el cuestionamiento que ahora recibía. —Yo no me acosté con una adolescente, Juan. Yo ayudé a tu hija en aquellas cosas en la que tú estabas ausente. No creo que te haga falta un diploma en psicología para comprender que todo lo que la pobre Amelia hacía solo era un grito de dolor que buscaba desesperadamente tu atención—

La cocina quedó en silencio, aquellos dos hombres ni siquiera cruzaron miradas, la tensión era demasiada y el dolor inmenso. Sabiendo que ya no había nada más que decir, Tomás tuvo la iniciativa. —Gracias por avisarme de esto, iré a preparar a Amelia para lo que vendrá—

Cuando vio a ese hombre de edad similar dirigirse a la puerta, algo de cordura atacó su pecho. —Espera…—

—¿Qué pasa? ¿Me echará del trabajo solo por decir la verdad?—

—Mierda, Tomás… Aléjate un poco de Amelia— Mirándolo unos instantes, Juan se dirigió a uno de los aparadores cercanos. —Tanto estar con ella te está haciendo igualmente insoportable... Ven aquí—

Entendiendo que ambos se habían pasado de la raya, Tomás retornó a la cocina con un claro arrepentimiento en su rostro. Observó las acciones de Juan en detalle, era a veces escalofriante el parecido que tenía con su hija; Altivo ante el ojo ajeno de un flash o una revista, pero demacrado en los detalles insignificantes que solo un artista podía notar. El gobernador de uno de los estantes de vidrio sacó una botella, la etiqueta rezaba alguna extraña sigla indescifrable, pero el color ambarino revelaba perfectamente la esencia del contenido. El licor fue servido en la delicada cristalería, dos vasos rellenados por las manos más importante del lugar. Cuando quiso extenderle la bebida, Tomás de manera educada respondió. —Gracias… Pero no bebo—

—Tonterías, después de ver a un niño que perdió masa encefálica creo que todos merecemos un poco de veneno en la sangre— Obligándolo a sostener el vaso, Juan nuevamente volvió a la sala, cargando la botella y arrojándose a uno de los sillones de manera pesada.

—Discúlpame, Tomás…  No es fácil desayunar la foto de un niño muerto— Bebiendo, impasible, Juan murmuró.

—Lo entiendo… También discúlpame, conocí a esa chica perfectamente, me duele… Pero lo de Mateo es atroz— Sentándose a su lado, Tomás se sinceró, aquella imagen mental lo atormentaría el resto de su vida.

Con sus codos apoyados en sus rodillas, el gobernador buscó la mirada de su yerno. —Me hago cortar un testículo sí llego a errar con esto… Amelia te buscó a ti; ¿Verdad?—

Entregado al mal que aún continuaba apretando su pecho, Tomás se vio tentado a beber la ambarina sustancia. Pronto su amargo sabor y el calor sobrehumano que esta contagiaba lo obligaron a fruncir el ceño. —Sí, no se equivoca… Sí ella no hubiera actuado yo seguiría dando clases a un coro—

—Lo sabía…— Torciendo su boca en una triste sonrisa, Juan empezó un pequeño monólogo. —Sé que ella no es ninguna santa ni mucho menos una virgen inmaculada… Pero ver a esa chica de su misma edad, a ese bebé… Mierda, Tomás. Esa podría haber sido mi Amelia y mi nieto. ¿Lo entiendes? Mi hija… Tuve miedo, aún tengo escalofríos. No quiero ni imaginarme como le caerá esto a ella, más en su estado. Cuando tengas mi edad quizás entiendas todos los errores que cometiste y te arrepientas de ello cada noche de tu vida…— Nuevamente mostrando esa bizarra sonrisa, Juan se contestó a sí mismo. —Pero ya casi tienes mi edad…—

—Con todo el respeto del mundo, señor… Usted y Ami estuvieron mucho tiempo separados, pero aún tienen demasiadas cosas para vivir juntos. Con la llegada de Jeremías creo que sus vínculos mejorarán aún más— Intentando beber un segundo trago, Tomás respondió.

—¿Jeremías?—

—Sí, bueno… Creo que sería un lindo nombre para el bebé—

Entre tanto dolor, Juan pareció alegrarse. —Jeremías Juan Valencia Von Brooke…. Sin ofender, Tomás, pero es un nombre horrible—

—Lo mismo me dijo su hija.— Trayendo a su memoria a la mujer que había dejado dormida en su lecho, Tomás suspiró. —Temo por la reacción que pueda tener al enterarse…—

—Yo también, por eso te llamé. No quería que se enterase por el periódico, sabía que el nombre de esa chica me sonaba…— Mirando nuevamente a su compañero de velada, Juan cuestionó. —¿Se lo digo yo o prefieres decírselo tú?—

—Creo que lo mejor sería que ambos estuviéramos presentes, será algo desgarrador.—

Poniéndose de pie, Juan dejó su bebida encima de la mesada de cristal. —En ese caso creo que es hora de irnos—

… … …

Metiendo la llave en el orificio de la cerradura, Tomás buscó valor en el aire y cordura en su pecho. Acompañándolo detrás, Juan se mostraba moderadamente calmado, retrasar la noticia no aplacaría el próximo calvario.

Permitiéndole el paso a su vivienda, Tomás abrió el portal, revelando así el pequeño templo que ambos habían construido en base a su libertad. —Amelia debe seguir durmiendo, prepararé algo para que desayune. No creo que la noticia ayude a su estado… Aún más con el estómago vacío—

—Sí, me parece lo mejor— Tomando asiento a un costado de la pequeña barra de granito al lado de la cocina, Juan notó cada detalle de la vivienda. El departamento, antes sombrío y plagado de vicios escondidos en cajones ahora resplandecía vida en cada detalle. Fruta fresca en una pequeña canasta de mimbre e imanes coloridos sobre el refrigerador. Aquello ya no era un himno al desorden y la autodestrucción, solo había vida… Vida inundada en colores y amor rellenando las paredes con fotografías. —La última vez que vine aquí esto parecía un motel mal decorado, ahora parece que vive gente feliz aquí—

—Sí, así es…—Rellenando la tetera con agua, Tomás posteriormente la colocó sobre la sofisticada hornilla que no calentaba a base de llama. —O así era…— Resoplando, el nuevo laico ahora intentaba ensoñarse ante el futuro. —En la habitación que utiliza Amelia para guardar sus pertenencias armaremos el cuarto de Jeremías. Ya tenemos una cuna—

Elevando su mirada, Juan dejó de mirar el retrato colgado donde él y su hija se mostraban juntos en una prudente distancia. —¿Ya preguntaron a el dueño del edificio sí permiten niños?—

—Supongo que sí, después de todo el piso es propio de Amelia. No creo que al dueño le competa lo que hace una de sus propietarias—

—Tomás… No permitían mascotas aquí, no creo que reciban niños. Hazte un favor a ti mismo antes de pintar esta caja de zapatos, averigua… Tarde o temprano necesitarán una casa— Intentando no desviar más los motivos de su visita, Juan continuó. —Creo que ya es hora de despertarla—

—Sí, ahora mismo— Rellenando tres tazas con diversos sacos de té, Tomás colocó un poco de azúcar en dos de las piezas de cerámica, para luego dirigirse al cuarto y retornar al instante. —Vendrá en unos minutos—

Asintiendo con la cabeza, Juan esperó paciente. Pronto el silbido de la tetera resonó levemente, provocando que la infusión sea servida. Ambos bebieron un poco de la caliente bebida para calmar sus nervios, pero Juan notó el malestar en el rostro de su yerno al ingerirla. Curioso cuestionó. —¿Tan desagradable te parece?—

—No, todo lo contrario— Intentando mitigar el sabor, Tomás tragó su propia saliva. —Está amargo—

—Claro que está amargo, sí no le pusiste azúcar. ¿Es alguna dieta?—

—No— Respondió Tomás escuchando que la cama del otro cuarto comenzaba a rechinar. —Aguantar el hambre, darle tu dolor a Cristo… Privarte de aquello que ayuda a tu vida a ser más fácil es parte de la cuaresma—

—Cuaresma…— Con una leve risa entristecida, Juan sorbió su té para luego continuar hablando. —Creo que esa chica sufrió más que todos nosotros. Dime algo; ¿Qué clase de hambre puedes soportar?—

—Cualquiera, con la voluntad firme cada uno de nosotros puede soportar el hambre—

Mirándolo, Juan cuestionó. —¿Hasta el hambre de justicia?—

Pensativo, Tomás recordó la segunda imagen que lo había marcado, aquella que sería parte de sus pesadillas. —No, esa no…—

—A veces no entiendo como un Dios permite que algo semejante le pasara a una criatura inocente, Tomás. ¿Qué crimen cometió él? ¿Qué culpa tenía? Y no me malinterpretes, esa chica tampoco debía morir… ¿Pero el bebé? Dios es sádico… A veces entiendo a la gente que no posee una fe, después de ver eso, mierda… Sí eso hace un Dios, entonces el diablo no debe ser tan malo.—

Entendiendo cada una de sus palabras, Tomás dudo de algo que jamás en su vida había pensado sí quiera posible. ¿Sí Dios existe porqué permite que pasen esas cosas? Su fe había sido sacudida y la existencia puesta en juego. ¿Por qué sucedía aquello? ¿Por qué Dios no había sido justo con ese niño? Las preguntas aparecían y las respuestas estaban ausentes… Estaba enojado, enfadado con aquello que alguna vez había sido su vida, molesto por los dogmas y hasta retorcido en sus preceptos. Quizás Amelia tenía razón, quizás Dios no existía, ni para él ni para ese niño.

Notando el silencio del nuevo integrante de la familia, Juan susurró. —Discúlpame, eso puede haber sonado ofensivo para ti. Creo que ambos deberíamos ir a la iglesia un día de estos—

Tomás siguió en su letargo, los cuestionamientos resonaban, pero el silencio de la ayuda divina era el que realmente empezaba a aturdirlo. Con una crisis de fe alimentada por la injusticia humana, Tomás agarró el azucarero y volcó dentro de su taza una abundante cantidad de dulzura. —No, creo que tienes razón…— Bebió, calmó sus sentidos con el placer del azúcar, pero el hambre seguía… Hambre de un Dios ausente y hambre por un niño destruido. —Ir a la iglesia será una pérdida de tiempo en estos momentos—

La puerta del dormitorio rechinó en sus bisagras al ser abierta, una nueva integrante había aparecido. Descalza, con una sudadera amplia y solo revistiendo sus piernas con el bordado de su ropa interior, Amelia se presentó al mundo somnolienta y refregando sus ojos aún cerrados. —¿Qué hay de desayunar, Tomy?—

Intentando hacer un leve carraspeo con su garganta, Tomás llamó su atención. —Ami… Tu padre está aquí, ponte pantalones y ven a desayunar—

—Oh— Abriendo sus ojos, Amelia notó la presencia de su progenitor, aquello no pareció causar en ella la más mínima gota de pudor. Dirigiéndose a él, habló. —¿Te molesta que esté así?—

Juan no mostró sobresalto, solo su rostro triste permanecía grabado en una melancólica expresión. —No, para nada… Siempre pensé que tienes piernas hermosas, Amu—

—Y tu mujer decían que eran gordas— Acercándose a la mesada, Amelia corrió una silla y se sentó entre ambos. Pronto la taza llegó a sus labios.

—¿Cómo estás?—

—Bien— Respondió ella ante la pregunta de su padre. —Apenas tengo unos pocos mareos al día, pero de allí nada fuera de lo normal. ¿Cómo te ha ido con los municipales?—

—Por suerte todo marchó como debería ser, hija…—

—Eso explica la baranda a alcohol que hay en este comedor—

Tomás sorprendido por aquello, pareció reaccionar. —Solo fue un trago, no hay ningún olor aquí, Ami. ¿Cómo te diste cuenta?—

Amelia giró su cabeza ante su amante, para luego reír. —¿Te suena la palabra embarazo? Hasta siento lo que cocinan los vecinos de abajo— Notando la falta de respuesta de esos dos hombres, Amelia cambió su expresión ante el perfume del miedo que era fácilmente respirable. —¿Qué les pasa?—

—Amu… Pasó algo terrible…—

Levemente asustada, Amelia intentó calmar a su padre con sus palabras. —Tranquilo, de seguro no es nada que tú no puedas arreglar—

Tomás con cuidado agarró su mano, el momento había llegado, no sabía sí quiera las palabras que diría para promulgar tan duro impacto. —Ami… Tu padre me llamó por algo— Tragando saliva, lo peor era pronunciado. —Mónica y Mateo murieron—

… … …

Nunca había escuchado el impacto de alguien al romperse. Amelia se había despedazado en millones de fragmentos. Su llanto bañó a todo el edificio esa mañana, las penas atravesaban las paredes y lastimaban su alma… Aquello había sido peor que lo que esperaba.

Diluida entre sus propias lágrimas, gritó unas cuantas horas sus maldiciones y sus odios, Juan no pudo calmarla, Tomás tampoco. Pero lo aterrador llegó cuando un silencio mortuorio la tapó por completo, enterrándola debajo de los cadáveres de biberones vacíos y amistosos recuerdos… Había culpa allí.

Luego de la insistencia de ambos, Amelia aceptó no ir al velorio. Ver aquellos dos cuerpos destrozados sin duda alguna sería una ejecución para ella, aunque se negó rotundamente a no asistir al entierro.

Tomás fue el encargado de dar tan duro mensajes a sus amigas, cada una de ellas había muerto ese día con su miembro restante. El mundo temblaba y la catástrofe era inminente.

Sentados en el interior de un auto ajeno, Amelia era contenida por ese chico que se mostró firme con su presencia. Facundo la abrazaba y borraba las lágrimas de su cara con ayuda de un pañuelo. —Tranquila, cariño… Tranquila… Le hará mal al bebé. No tendrías que haber venido—

El silencio continuaba y Tomás solo podía pensar en la mujer que tenía delante suyo y como poco a poco moría en cada llanto mudo. Ella sufría y el bebé de ambos peligraba, Dios realmente disfrutaba de sus desgracias.

Abriendo la boca por primera vez en horas, Amelia sollozó una frase. —Lo último que le dije fue que ojalá la matasen…—

—Cariño, lo dijiste sin pensarlo… En ninguna cabeza retorcida apareció la idea de que esto podría pasar… No te culpes—Notando como poco a poco la gente empezaba a agruparse en la entrada del cementerio, Facundo habló, pronto sería hora de descender del coche. —Tomás; ¿Puedo hablar contigo un momento?—

Aún con algo de rabia en sus ojos, Tomás solamente asintió con la cabeza, para luego ambos descender del coche.
Facundo, sumamente preocupado, habló con respetuosa cautela ante el cúmulo de personas que esperaban la llegada de los cuerpos. —¿Qué harás con ella?—

—No lo sé… Juan me ha dado dos semanas libres para cuidarla, pero no sé por dónde empezar, Facundo.—Perdido entre sus incertidumbres, Tomás suspiró. —¿Por qué la vida tiene que ser así?—

Apoyándose contra una de las ventanas de su auto, Parisi respondió. —Porque siempre habrá un hijo de puta dispuesto a matar a alguien supongo…—

—No, no me refiero a eso— Elevando su mirada al cielo, Tomás continuó. —¿Por qué siempre que estamos felices algo aparece y destruye todo? ¿Por qué esto es un bucle interminable de desgracia?— Levantando la voz, Tomás parecía hacer su propio duelo. —¿Tanto ofende a Dios que me haya enamorado? ¿Por qué nos castiga?—

—Tomás, esto no es un castigo… Es solo la mierda de la sociedad saliendo a flote— Intentando calmar a su compañero, Facundo notó como el coche fúnebre estacionaba a un costado. —Ya es hora…— Abriendo la puerta, le extendió su mano a la joven llorosa, pronto su amiga descendió del auto con pasos tambaleantes. —¿Quieres que nos acerquemos, Lia?—

—Sí…— La respuesta fue clara, Amelia por reflejo propio había agarrado la mano de Tomás, él sentía su pulso tembloroso. Su dolor lo traspasaba y eso solo acrecentaba su odio.

Empezaron a caminar hasta el enrejado del panteón cuando el primer féretro apareció. Amelia se quedó estática unos minutos, el llanto agónico empezaba de nuevo mientras que intentaba que sus pies reaccionasen.

—Tranquila, Ami… Yo estoy aquí—

Cuando ella por fin había logrado moverse, el pequeño ataúd blanco apareció acompañando al de su madre. El grito fue desgarrador y el sufrimiento inmenso, Amelia se había aferrado a su pecho bañando su camisa con las lágrimas de la tragedia.

—Por Dios…— Susurró Facundo mientras que consolaba a su amiga. —Te desmayarás, Lia… Volvamos a casa…—

Tomás sintió como el agarre perdía fuerza y como los quejidos disminuían. Aquello era demasiado para su mujer y el hijo que con tanto cariño intentaba proteger. Con cuidado, la levantó en su pecho y como si fuera un plato roto la escuchó crujir en cada movimiento. Ella había dejado de luchar…

La puerta del coche fue abierta y el trio nuevamente se introdujo en él alejándose lo más rápido posible de allí. Con Amelia callada y respirando con dificultad aún fijada en sus brazos, Tomás lo entendió. Dios no existía.

-.-.-.-.-.-.-.-

“Miré, y vi un caballo negro. El que lo montaba tenía una balanza en su mano. Su nombre era hambre.”

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-


Amores, no tengo mucho tiempo, ahora entro a trabajar.

Está de más decirles cuanto las quiero...

Quien está bastante cansada:







































Chicas, un control médico jamás viene mal.
Es mejor prevenir que lamentar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top