59: "Muerte"
Un mes había pasado desde que la normalidad aterrorizaba su rutina con la perfidia de su romance. Lo intangible tomaba forma, los dolores eran olvidados y la ansiedad consumida por los cálidos besos matutinos.
Juntos circulaban en aquel auto ya conocido; Un nuevo piloto corría el asiento hasta chocar con la butaca trasera para así permitirle un cómodo ingreso al vehículo, mientras que, a su lado, en proporciones mucho más simples, su acompañante se encontraba fuertemente anudada a su silla gracias al cinturón.
—Tomás, aprieta el acelerador despacio. No te morderá, tranquilo—
—Lo sé, lo sé— Apretando firmemente el volante con ambas manos, Tomás respondió sin apartar la vista del camino. —Pero aún me da algo de desconfianza, más cargando a mi ángel y al pequeño angelito—
Amelia calló unos momentos para luego empezar a reír sola por algún extraño chiste imaginario que se negaba a salir de su boca.
Al escuchar el débil gorgojo, Tomás se vio contagiado de su alegría, la cual lo obligaba a indagar en su origen. —Sí te ríes sola es trampa, Ami—
—Es solo que…— Otra vez tentada, su risa se colaba entre sus dientes, dándole un inusual ritmo a sus palabras. —¿Cómo tendrán hijos los ángeles? Creo que por las alas tendrían un huevo, ya sabes, como los pájaros. Te imaginé a ti empollando un gran huevo… Solo eso—
Comprendiendo ahora su gracia y compartiéndola, Tomás dejó que se contagiara de tan dulce virus risueño. —No creo poder empollarlo, seguro lo rompería—
—En eso concuerdo, parece que la buena vida te hizo ganar kilos extra de felicidad—
—¡Oye!—
—Pero no le veo nada de malo— Respondió Amelia ahora inundando toda la cabina con aquella risa que curaba el alma de ambos. —Me gusta, tengo más de donde agarrarme, cuando estoy arriba tuyo puedo jugar a la resbaladilla en tu barriga. Además, no te preocupes, tarde o temprano yo estaré más gorda que tu—
Conteniéndose las ganas de voltear a mirarla, Tomás se sintió lleno de dicha. —Según la doctora deberías ganar un kilo por mes, pero te veo igual que siempre. Necesitamos comer más fruta y que tomes más leche—
—Bueno, sí detienes el auto puedo cumplir con uno de los ítems de ese menú—
Negando con su cabeza, una débil risa nuevamente tomaba forma. —Allí sí que chocaremos—
La ciudad circulaba al lado suyo mientras que la tarde parecía haberse vuelto eterna. Amelia miraba atenta por la ventana disfrutando el calor que se colaba desde el pavimento y atravesaba el cristal, poco a poco una ligera duda empezaba a crecer. —¿Cómo se lo diremos?—
—Yo tenía pensado decir algo como; “Hermanos, cuñada, sobrinas, vamos a agrandar la familia”—
—Es bastante soso— Acotó Amelia. —Debería ser algo un poco más impactante—
—Ya veremos cómo sale todo y aguardaremos la oportunidad perfecta— Doblando en una esquina, Tomás continuó hablando. —Ya demasiado impactante es nuestra historia y que tengas dos meses de embarazo—
—En eso tienes razón… ¿Crees qué a las niñas les gustarán sus regalos?—
—Por supuesto, además disfrutarán de la tarde. Según lo que me contó Héctor su fiesta ha sido muy costosa—
—Te hubieras ofrecido a colaborar con algo, Tomás. No veo muy bien la idea de entrar con las manos vacías— Golpeando levemente su hombro, Amelia continuó. —Ni siquiera el condenado poni me dejaste comprar—
—Volvemos de nuevo con el tema del poni— Creando una extraña teoría en su cabeza, Tomás nuevamente abrió su boca. —Al menos qué la que quiera el poni seas tú—
—¿Yo? ¿Para qué? Sí ya tengo a mi semental pura sangre—
—Vamos… Cuando tú te pones temática con algo es porque realmente lo quieres—
—Bueno… Puede ser que de pequeña haya querido tener uno— Intentando que la vergüenza no se vislumbrara en su rostro, Amelia volteó hacía la ventanilla una vez más.
—¡Lo sabía!— Riendo, Tomás daba por concluida su teoría brindándole el carácter de un hecho. —Me sorprende que tu padre no te comprara uno—
—No quiso, el muy maldito decía que se moriría de hambre porque olvidaría alimentarlo—
Tomás pensó en su pequeño piso y en los hábitos diarios que su ahora concubina tenía. La única planta que había en el departamento jamás había recibido agua de sus manos, sin contar el hecho que, si no fuera por él, los horarios alimenticios serían un desastre. —Creo que en parte tu padre tenía razón… Hablando de él, luego iremos a visitarlo, me ha estado preguntando mucho por ti—
—¡Ay, no! Seguramente el gobernador tiene muchas cosas que hacer además de estar con su hija—
—No creo que quiera estar con su hija, Ami. Sí mi instinto no me falla, él quiere estar con su nieto—
El silencio cubrió a ambos, mientras que un leve suspiro resonaba desde la parte del acompañante. —¿Cómo crees que será?—
—Un varón fuerte— Sonriendo, Tomás empezó a dibujar un rostro en su mente. —Jeremías será precioso; Tendrá mi cabello y, por Dios, espero que tenga tus ojos—
—¿Qué obsesión tienes con ese nombre horrible? Empezaré a pensar que tuviste un novio llamado Jeremías que no pudiste sacarte de la mente… Además, tus ojos son bonitos— Tocando su rodilla, Amelia concluyó aquella melosa charla con un dulce comentario ácido. —Aunque creo que ya necesitas usar gafas, ayer te vi acercarte demasiado al libro para leer—
—Los años no vienen solos, Ami— Pensando en una pequeña broma, Tomás continuó. —Sí no me lo crees, mira ese pequeño cabello blanco que tienes al lado izquierdo de tu rostro—
—¿QUÉ?— Apresurada, Amelia bajó el visor de su lado del parabrisas, donde se encontraba un pequeño espejo pegado. Buscó incansablemente algún hilo de plata que resplandeciera en su cabello con desesperación en vano.
—Es broma, tranquila—
—¡No digas esas cosas!— Golpeando por segunda vez su hombro, ahora con mucha más fuerza, Amelia rio. —Tú ya tienes canas para repartir para todos y yo no hago alarde de eso—
Intentando hacer la maniobra exacta, Tomás con una precisión casi quirúrgica introdujo en el hueco trazado por dos autos cerca de la acera el vehículo. Por fin había aprendido a estacionar como era debido. —Llegamos—
—Iré bajando. ¿Tú puedes traer los presentes?—
—Sí, yo los llevaré— Notando como ella abría su puerta, agarró fuertemente su muñeca, obligándola a no descender aún del coche. Un débil impulso fue necesario, la había atraído hasta su rostro para regalarle uno de los miles de besos que disfrutaba con robarle diariamente. —Te amo—
Sintiendo que su labial había sido corrido y ahora era compartido por aquel hombre por el cual suspiraba, Amelia intentó contener su risa al verlo con sus labios ahora rojos. Sin decirle nada de aquello, sonrió. —Y yo a ti, vamos… Muero por pastel—
Ambos bajaron del coche notando la pequeña fila de coloridos globos que cercaban la entrada de esa ya conocida casa. El cartel que colgaba en el dosel de la puerta rezaba una pequeña invitación, “Bienvenidos” escritos en divertidas letras regordetas, ese fue el incentivo necesario para entrar sin golpear el portal.
Sin hacer alarde de su presencia en el hogar, notaron como la pequeña sala de estar estaba repleta de múltiples platos rellenos de botanas e infinidades de vasos distribuidos por toda la mesa. No había una sola alma viva allí.
Desde el patio, diversos gritos y risas resonaban con entusiasmo, intentando guiarlos a el éxtasis de esa fiesta infantil. En silencio ambos llegaron al origen de la alegría y contemplaron, contagiándose de ella, como una decena de niños jugaban en un castillo inflable y correteaban entre las plantas del lugar.
En un costado oculto, el único grupo conformados por mayores se encontraba sentado, vigilando cuidadosamente el accionar de los pequeños.
—¡Tomás, Amelia!— Levantando una mano para ser visto, Héctor les indicó a ambos con una propuesta muda acercarse a donde la familia se encontraba.
Pasando los obstáculos de los juegos infantiles, la pareja llegó a esa pequeña mesa con piso de edad.
—Parece que la fiesta fue todo un éxito— Mencionó Tomás mientras que saludaba a su hermano del medio y posteriormente abrazaba a su fraterno más pequeño. —Héctor, Flavio; ¿Cómo han estado?—
—Muy bien, pero creo que tú estás mucho mejor que nosotros— Inclinando levemente su cabeza, Flavio hizo referencia a la mujer que se encontraba detrás de Tomás saludando a Zulema con gran entusiasmo. —Tienes labial en la boca—
Sonrió ante esa pequeña insinuación, no había nada de falso en ella. Aún con una expresión alegre en su rostro, Tomás se dirigió a la mesa y comenzó a saludar a todos los familiares y desconocidos que se encontraban en ella. Para luego despojarse que aquella mancha roja que cargaba en su rostro.
Conoció a los padres de los algunos de los infantes y también a parientes olvidados que no recordaba. Sentándose a un costado, entregó los presentes a su cuñada, quien animada los colocó en una mesa. Amelia había llegado a su lado cargando un vaso de refresco.
La miró un instante, sabiendo lo que pasaría. Ella solamente asintió con su cabeza permitiéndole continuar con la ejecución de su plan. Aclarándose la garganta, Tomás habló. —Hermanos tengo algo que decirles—
—¿Qué noticia traes ahora Sámot?— Notando como su hermano parecía preso de alguna extraña felicidad, Flavio nuevamente habló. —¿Tú que piensas, Héctor? ¿Tendrá que rescatar otra damisela en apuros?—
—No, no lo creo— Mirando a Amelia, Héctor negó. —Creo que con la que ya salvó tiene suficiente—
Amelia rio ante ese comentario mientras que misteriosamente la comida aparecía en su mano. —Anda, dilo. Deja de crear suspenso, Tomy—
—Sí, Tomy. Deja de hacer tus pausas dramáticas— Héctor parecía cada vez más impaciente por aquella noticia.
Suspirando, Tomás juntó un poco del aire azucarado que se respiraba y soltó su verdad. —Bueno… El año que viene tendrán otro niño en ésta fiesta—
Flavio y Héctor quedaron sin palabras que pronunciar mientras que Zulema volteaba su rostro en dirección a Amelia, observando su vientre en detalle. La mujer, bastante maravillada, habló. —Amelia… ¿De cuánto tiempo estás?—
Bebiendo un poco de refresco, Amelia respondió. —Nueve semanas—
—¡No! ¡No me lo creo!— Poniéndose de pie, Héctor abrazó a su hermano. —Te felicito, Tomás… Los felicito a ambos— Acto seguido, Héctor llamó a sus hijas con un ligero ademán de su mano.
Esperando a que las niñas llegaran, Flavio besó la mejilla de Amelia y golpeó el hombro de su hermano. —Ahora sí que la ataste, no creo que se escape ahora de tu lado—
Las dos pequeñas infantas llegaron apresuradas a la mesa, allí su padre se inclinó delante suyo y con una gran sonrisa empezó a hablar. —Niñas a que no adivinan qué—
Las gemelas se miraron entre sí para luego empezar a buscar una respuesta entre los pliegues de su vestido.
—El tío Tomás y la tía Amelia están esperando un bebé. Tendrán un pequeño primo o prima para jugar—
… … …
—No la hubieras aceptado, Tomás…—
—Juro que intenté negarme, pero me obligaron a llevarla— Mirando para el asiento trasero del vehículo, Tomás visualizaba aquella enorme cuna desmontada que en cada bache hacía un leve repiqueteo con sus maderas sueltas. —Además tiene un valor sentimental—
—¿Qué? ¿Se usó en el pesebre para el niño Jesús?—
—No…— Continuando su inspección ocular, Tomás sonrió de manera inconsciente. —Esa cuna la usamos todos; Mis hermanos, las niñas y hasta yo… Creo que es una especie de tradición familiar.
Notando como la melancolía de un recuerdo atacaba la cabeza del hombre que amaba, Amelia suspiró. —Bueno, creo que con un poco de pintura quedará bastante linda.—
—El pequeño Jeremías dormirá muy bien allí—
Riendo al volver a escuchar ese nombre, apretó levemente el volante. —Me tienes harta con Jeremías, el pobre chico no se llamará así.— Acto seguido, Amelia continuó conduciendo pero un leve malestar atacó su cabeza obligándole a cerrar los ojos un instante.
El notó aquella sencilla mueca de desagrado, intentando indagar en sus males, Tomás cuestionó. —¿Te sientes bien, Ami?—
—Sí— Respondió ella despreocupada intentando mitigar su malestar. —Es solo una pequeña jaqueca— Poniendo atención en el camino que delante de ella se presentaba, Amelia continuó conduciendo.
Tomando cada síntoma como un aviso, Tomás demandó la detención de todo acto. —Estaciona allí, Ami—
—No, de verdad, no hace falta parar—
Tomás tocó su pierna, contagiando la preocupación a través del brillo de sus ojos. —Por favor…—
Poco a poco el auto se detuvo en un lugar desolado de la calle, Amelia continuaba agarrando el volante con fuerza, pero la presencia de Tomás, ahora fuera del auto, la obligaron a salir. —Vamos, déjame conducir a mí—
Amelia sabía que no había otra alternativa más que obedecerlo. Pronto ella descendió del coche y ocupó el lugar del copiloto. El camino continuó circulando bajo sus ruedas, ahora en un ritmo mucho más lento al anterior viaje. —¿Te sientes bien, Ami?—
—Sí… No te preocupes, es solo un poco de vértigo— Cerrando los ojos y recostando su cabeza en el asiento, Amelia intentaba calmarse a sí mismo. —La doctora dijo que era normal sentirse así—
—Cuando lleguemos descansarás, Ami.— Intentando poner atención tanto al camino como a ella, Tomás mencionó nuevamente. —Llamaré a tu padre para decirle que lo iremos a visitar mañana. ¿Tienes hambre?—
—Un poco, pero no creo que sea conveniente comer tanto. Casi dejo sin pastel a la fiesta—
—Tonterías, debes alimentarte. Sí tienes hambre es por algo— Sonriendo al saberse capaz de cumplir cualquier capricho, Tomás sonrió. —¿Qué deseas?—
—Leche—
Suspirando, Tomás comprendió por donde iban encaminadas sus palabras. —Ami… No creo que sea bueno en tu estado hacer el amor, cuando te mejores haremos lo que quieras—
—Oye, esa leche no— Riendo, Amelia le pegó un leve golpe a su compañero. —Leche de vaca, preferentemente con chocolate—
Sorprendido por aquello, Tomás recordó las minúsculas ocasiones en que había visto a el amor de su vida ingerir algún producto lácteo. —Pero no te gusta…—
—Bueno, ahora sí— Un poco más compuesta en cuanto a sus malestares, Amelia recordó una asignatura pendiente. —¿Le diste el dinero a tu hermano?—
—No quiso recibirlo— Trayendo a su memoria la pequeña ayuda económica que quiso proporcionarle a su familia, Tomás continuó. —Le dije que era por los días que había estado con él y para el alimento de Ángela, pero no lo aceptó—
—Parece que es de familia ser cabeza dura…—
—Tranquila, de igual manera se lo dejé en el cajón de la alacena—
Alegre ante esa pequeña treta, Amelia sonrió. —Ese es mi chico—
… … …
Un mes entero había pasado. Treinta días de silencio en que sus propios demonios gritaban afligidos en su cabeza. ¿Cómo había sido capaz de realizar algo tan ruin? La única persona que siempre había estado a su lado había recibido como premio una bofetada de su propia mano.
Intentó llamarla. Lo intentó con todas, pero solo el timbre colgado y un grito de María habían sido su respuesta… La culpa la agobiaba y su propia crueldad parecía comer la poca humanidad que le quedaba a su carne.
Quiso no creerlo, pero ellas habían sembrado la duda. Maldijo la hora en que se animó a buscar su casa y se encontró con aquella pelirroja, con su vientre abultado, regando las plantas… Ellas tenían razón.
—Mónica, saldré a jugar el bingo con las chicas. Por favor no te olvides de encender las luces de afuera— Sonriendo, la agradable mujer tomó su bolso y espero a que su sobrina dejara de mirar continuamente la pantalla de su celular.
—Sí… No hay problema— Respondió ella intentando transmitir con ese mensaje algo del pavor que la atacaba, no quería quedarse sola, no deseaba enfrentarlo, pero aquello su tía no leyó entre sus palabras.
—En ese caso cuídate— Alejándose a la puerta de salida, la mujer se vio interceptada por el pequeño niño que, tambaleante, corría por toda la casa. —Adiós, amor mío, cuida a tu mami por mí— Alzando al infante entre sus brazos, dejó un fuerte beso grabado en su rosada mejilla, para luego marcharse.
Era la hora, por fin estaba sola, debía terminar con aquello de una vez por todas sí quería recuperar algo de lo que ella misma había negado. Con el pulso temblante, comenzó a digitar en su teléfono cada letra de aquel claro mensaje. “Estoy sola en la ciudad… ¿Quieres que nos veamos?” Aquella sencilla excusa sería la causante del momento propicio, ya todo estaba decidido.
Se puso de pie, sabiendo que la respuesta tardaría en llegar. Acarició la cabeza de Mateo y haciendo rodar el pequeño auto azul de juguete con ayuda de su pie, se puso a jugar con su hijo, intentando que esto se llevara sus penas.
El celular vibró a los pocos segundos, una respuesta había llegado. Intentando que la visión de su niño no se perdiera, Mónica tomó aire buscando fortaleza para luego agarrar el dispositivo.
“Claro; ¿Dónde estás, princesa?”
Debía hacerlo, con pocas palabras acabaría con todo. El deseo de ver su cara era fuerte, pero la necesidad de contemplar su expresión al ser descubierto era abismalmente mayor. Escribiendo cada sílaba con un suspiro mezclado, Mónica envió la dirección donde se encontraba.
Nuevamente el teléfono sonó, el mensaje fue claro. “Iré en unos minutos”
Con sus piernas temblantes, caminó por el pasillo. Allí, sobre una manta, se encontraba su pequeño hijo en el verde jardín preso del encanto de su plástico y colorido mundo. Lo tomó en sus brazos y besó su frente. —Ven, Matute, es hora de dormir una pequeña siesta—
—Mamá— De manera dulce el respondió, mientras que continuaba jugando con su pequeño auto azul en el hombro de su progenitora.
Mónica lo recostó en su propia cama y lo arropó con cuidado, dejándolo en compañía de sus juguetes un instante… Pronto el sueño atacó a su hijo y supo que ahora ya era libre de actuar. Volvió a la sala y corriendo una silla de la mesada, se sentó a esperar, pronto todo acabaría.
La puerta sonó con tres profundos golpes, sabía perfectamente quien era aquel intruso que ahora era invitado a pasar. Caminó con prisa, mientras más rápido terminara esto sería más acelerado el retorno de sus amistades. El portal se abrió revelando detrás de sí un conocido rostro ya familiar.
—¡Princesa! ¿Cómo has estado?—
—Bien... Yo… Yo… ¿Quieres pasar?— Intentando evitar aquel sutil beso que fue lanzado a su mejilla, Mónica contuvo el aliento. Lucas estaba igual que siempre, su porte galante seguía imperturbable, pero sus ojos estaban cansados, enmarcados por cruentas ojeras rojas.
Le permitió el paso y lo guio hasta la cocina, donde la soledad de aquella charla sería propicia. Invitándolo a sentarse, Mónica preguntó. —¿Quieres té o algo?—
—No… De hecho vine por otra cosa, tú sabes muy bien lo que quiero.—
—Sí, en cuanto a eso…— Sentándose a su lado, Mónica suspiró. —Quiero hablar—
Tocando su rodilla, Lucas parecía poco interesado en aquella charla, pero simuló con maestría atención. —Está bien, te escucho—
De manera rápida, Mónica quitó su mano, no podía distraerse. Respiró… Respiró rogando en cada bocanada de aire que el valor llegara a su cuerpo. —¿Por qué me mentiste?—
—¿Mentirte? Yo jamás te he mentido en nada, Mónica— Notando el nerviosismo de la joven, Lucas supo en ese preciso momento que el motivo de su visita solo había sido una treta. Estaba fastidiado.
—por favor, no finjas…— Poniéndose de pie, Mónica le dio la espalda, no podía mirarlo. —Fui a tu casa… Tienes una esposa esperando un bebé…—
—Oh…— Como una serpiente, Lucas mostró aquel rostro inexpresivo que tan bien lo caracterizaba, no había emociones en él. —¿Pelirroja? Es mi cuñada.—
Arrugando su rostro en una clara mueca de dolor, Mónica ahora entendía su propio error. Él nunca había cambiado. —Deja de mentirme, ya lo sé todo.— Las lágrimas comenzaban a descender, aquellas gotas purgaban su ignorancia y le devolvían la claridad.
Levantándose, Lucas se apoyó en el dosel de la puerta. Pronto se marcharía. —¿Qué quieres que te diga, niña? Tu quisiste creerme… No me culpes de tu ingenuidad.— Emprendiendo huida de esa precaria vivienda, comenzó a circular los pasos que lo separaban de la puerta de salida.
—ESPERA— Notando que Lucas se marchaba, quiso sacarse la última gota de veneno que quedaba en su corazón. —Tienes un hijo—
—Sí, mi esposa está embarazada. Creo que tú ya sabes mucho de hijos como para comprender que ella no necesita presiones— Sin voltear a mirarla, Lucas continuó su recorrido.
—No, no me refiero a eso— Apresurándose a tomarlo del brazo, Mónica por fin liberó su verdad. —Mi hijo, Mateo, también es tu hijo—
Lucas rio, aquello le había causado demasiada gracia. —Estás loca— Notando como ella seguía sujeta de su camisa, le regaló una sutil mirada. —Suéltame… No tuve un día bueno hoy, no te conviene hacerme enojar—
—¿Qué estoy loca? ¿No recuerdas todo lo que me hiciste hacer en el internado? Mateo no necesita un padre, pero sí alguien que brinde lo que la ley exige.—
Liberándose de su agarre en un sencillo movimiento, Lucas clavó sus pies en el suelo, sabía que aquello no terminaría bien. —¿Piensas qué soy estúpido? Qué tu hayas andado de puta y dejaras que cualquier asqueroso te embarazara no es mi problema—
—El único asqueroso con el que estuve en toda mi vida fuiste tú.— Intentando defenderse de sus punzantes palabras, Mónica dobló la apuesta. —Mi hijo se hará un ADN sí es necesario, tarde o temprano le darás lo que le corresponde—
Notando que la actitud de la joven era desafiante, supo que debía actuar rápido para bajarle aquellos humos que empezaban a formarse en su cabeza. —¿Y sí no quiero darle nada a tu bastardo qué harás?—
—Bueno… Iré a tu casa con Mateo en mis brazos. Tiene tus mismos ojos ¿Lo sabes? Le mostraré a tu mujer todos los mensajes que nos hemos enviado y le contaré todo.—
Lucas lanzó una carcajada al aire, aquello ya era demasiado. —¿Me estás amenazando?—
—No, te estoy avisando lo que haré. Todo el mundo sabrá que eres el padre de mi hijo—
Acercándose a ella, Lucas sonrió una última vez. —No me gusta que me amenacen… —Cuando observó como ella retrocedía ante su presencia, hizo lo que su cabeza le dictaba. Con su puño cerrado lanzó un certero golpe a su mejilla, haciendo que la mujer cayera de manera estrepitosa al suelo.
Mónica sintió el dolor tanto físico como mental que aquel agravio causaba. Con el llanto ya derramado sobre las baldosas del suelo, gritó. —ESTO SERÁ MUCHO PEOR PARA TI, TE DENUNCIARÉ—
—¿Denunciarme? ¿Qué me quitarás? ¿Mi matricula? ¿Mi trabajo?— Acercándose hasta donde ella estaba, sus demonios comenzaron a susurrar cada acción a su oído, la rabia lo invadía. —Eso ya lo hizo la puta de tu amiga— Comenzó a patearla, tapizó de golpes tanto su estómago como su cara.
Mónica gritó en cada golpe sintiendo como sus huesos crujían y la sangre comenzaba a brotar desde su nariz. Pidió auxilio mientras que su visión se nublaba, el flagelo continuaba y supo que no aguantaría más. Rezó a los cielos para que alguien la escuchara, pero para su desgracia, sus súplicas fueron respondidas.
—¿Mamá?— Desde un costado del marco de su habitación, la playera roja que Mateo usaba se veía entre su vista marchita.
—No…— Sintiendo como continuaba los golpes en su estómago, Mónica quiso levantarse, pero solo logró arrastrarse por el suelo direccionada donde su pequeño hijo estaba.
—Mamá— Mateo corrió apresurado con sus pisadas tambaleantes hasta donde su madre estaba, abrazando su rostro.
—Así que este es el pequeño mocoso— Observando como el infante intentaba proteger a su madre, Lucas se acercó los escasos pasos que los separaban de ambos.
—No… No le hagas nada— La sangre fluía desde su boca, lo supo por el dolor, tenía sus piezas dentales rotas. Pero aquello no impidió que pusiera detrás suyo al pequeño niño, sentándose en el suelo con las pocas fuerzas que le quedaban. —Por favor… No le di… Diré nada a nadie—
—Tranquila, solo quiero conocer a mí hijo— Esquivando la mano temblante de su madre, Lucas levantó de su remera al pobre niño, quien rápidamente comenzó a llorar.
—MAMÁ, MAMÁ, MAMÁ—
—¡Suéltalo, hijo de puta!— Con las pocas energías que le quedaban, Mónica pateó su pierna, sintiendo todo su cuerpo sacudido en el envión del golpe, cada musculo dolía.
—¡Puta asquerosa!— Habiendo recibido el impacto, Lucas aumentó su cólera. —¿Quieres qué lo suelte? Está bien, lo soltaré— Como sí se tratará de una pelota, lanzó al niño por los aires. La pobre criatura cayó al suelo con violencia y empezó a ensordecer con su llanto.
—No… No… BESTIA.— Intentó llegar a donde su niño estaba, arrastrándose por el suelo. Sabía en cada uno de los gritos de su hijo que le dolía, había sido lastimado, tenía que ayudarlo.
—¿Dónde te vas?— Agarrándola de un pie, Lucas la retornó a su lugar de origen, poniéndola boca arriba. —No he tenido unos días fáciles…— Sentándose en el pecho de la madre que engendró a su primogénito, Lucas empezó a golpear su rostro. Cada puñetazo hacía brotar aún más sangre en el suelo. Adornando su martirio con sus palabras, Lucas recitó. —Primero, tu amiga me quita la matricula. Segundo, me echan del trabajo. Luego vienes tú con tus estupideces. ¿Qué? ¿Creerías que te ayudaría a criar a esa mierda que llamas hijo?— Disfrutaba cada sensación, sus nudillos ardían pero se sentía liberado. Aquella mujer ya no reaccionaba, solamente recibía sus golpes como si fuera una inservible almohada. —¿Qué? ¿Quieres dormirte? Aún no terminamos—
Sintiendo como el llanto del niño lastimado continuaba, Lucas suponía que en cualquier momento sus tímpanos explotarían, necesitaba silencio, quería silencio. Se levantó del pecho de su madre dándola por inconsciente con la clara intención de dirigirse al niño, pero una mano atrapó su tobillo.
—Oh… ¿Sigues despierta? Seguro tienes mucho que decirme. Espera unos momentos, princesa, me ocuparé de ese molesto ruido— Arranco su pie de ese tan suave agarre, Lucas sonrió al sentirse libre de todo el odio que lo invadía, por fin podía dar rienda suelta a toda la cólera que venía aguantando.
Caminó hasta el niño que seguía en el suelo gritando su dolor. —Oye, cállate— Su propio hijo pareció no entender sus palabras, así que lo tomó de su brazo, elevándolo por el aire. —¿No me entendiste? QUIERO SILENCIO— Sacudiéndolo con odio, Mónica sentía desde su dolor y ceguera el llanto de su hijo. Intentó moverse, pero ya no podía, cada respiración era una tortura para su cuerpo despedazado.
—QUIERO SILENCIO— Al notar que el pequeño seguía llorando, ahora con más fuerza, Lucas intentó buscar en él el botón de apagado. Tomándolo del brazo, lo azotó contra una de las paredes, el llanto continuó ahora con más fuerza. —Quiero silencio…— Volvió a golpearlo una vez más, dejando una marca roja en la pintura, poniendo especial atención en que su cabeza impactara contra la dura superficie. —Quiero silencio— Un tercer golpe fue necesario, esta vez arrojándolo al suelo y pisando su diminuto pecho.
El niño, con su cabeza deformada y su rostro casi irreconocible por fin había dejado de llorar. Estaba arropado con su propia sangre, supo que no volvería a molestar. —Ahora sí, por fin puedo escucharte— Volviendo a su madre que mantenía su rostro hinchado en su dirección, Lucas retornó a la seguridad de su pecho, nuevamente sentándose en él. —¿Qué querías decirme, Mónica?—
Ella solo apuntaba con su rostro donde yacía el cadáver de su hijo, supo que ya no tenía palabras en su boca. —Oh, ya no quieres hablar… Está bien, creo que es hora de terminar mi relación contigo.— Sacándose el cinturón que mantenía agarrado su pantalón a sus caderas. Lucas levantó la cabeza de la joven madre y envolvió su cuello.
Empezó a apretar, a ceñir con todas sus fuerzas la tira de cuero que ejercía presión gracias a su hebilla en ella.
Mónica solo se quedó quieta, mirando el cuerpo de su hijo, mientras que la oscuridad la envolvía y el frio terminaba.
Cuando supo que ahora estaría en paz, Lucas sacó el cinturón de su cuello. Notó el rostro inexpresivo de su amante con lágrimas en sus ojos abiertos, por fin todo había terminado.
Disfrutando del silencio, volvió a colocarse su cinturón y respiró aliviado. Por fin tenía un instante de paz, el problema había terminado. Sentándose a un costado de la mesa, observó todo el desastre que había causado, las paredes estaban salpicadas de rojo y dos costales de basura yacían en el suelo. Supo que debería ocuparse de aquello rápido sí no quería más problemas… Eso no podría hacerlo solo.
Limpiando su mano ensangrentada en su pantalón, sacó su teléfono de su bolsillo. Apretó un sencillo botón y llevó el aparato a su oído. Luego de una corta espera, su llamada fue tomada. —Santana… Necesito que me ayudes en algo, ahora mismo te envío la dirección… ¿Qué? ¿Cómo qué no puedes? ¡Escúchame hijo de tu gran puta madre! ¡Yo perdí todo por ti y tu caprichito con esa prostituta! ¡Ven aquí ahora mismo!—
Cortando la llamada, escribió rápidamente la dirección en la pantalla para luego enviarla. Lanzó el teléfono sobre la mesa, pronto recibiría su resarcimiento.
… … …
No entendía que había pasado, pero aquello no podía ser nada bueno. Sabía que el coche tenía poco combustible y no podía gastar más dinero del que no tenía en algo tan banal como el transporte. Apresurado en su recorrido, Augusto llegó a la dirección que le habían indicado.
Se bajó de aquel auto ajeno y esperó unos instantes para golpear la puerta del domicilio. Aquel sencillo instante valió la pena para reflexionar; Culpa suya había destruido la vida de ese hombre, la de su padre y la propia… Seguramente esa sería la última vez que vería a Lucas.
Con su barba crecida y su ropa sucia, suspiró para luego anunciarse con tres golpes en el portal.
—PASA, ESTÁ ABIERTO—
Tomando aquel grito como una invitación, Augusto se animó a adentrarse en esa desconocida vivienda. —¿Lucas?—
—AQUÍ, EN LA COCINA—
Siguiendo su voz como guía, Augusto pudo vislumbrar a su colega sentado a un costado de esa vieja mesa que lo cercaba. Notó manchas rojas en su ropa, mientras que su cabello estaba visiblemente despeinado. —¿Qué te pasó?— Apresurado llegó hasta él, para luego darse con la cruel estampa.
En el suelo yacía una mujer bastante conocida, con su rostro deformado y una expresión de horror grabada en su cara. Sabía que ella estaba muerta, lo dedujo por la cantidad de sangre que la rodeaba. Sus ojos apuntaban a un rincón, aquello lo obligó a perseguir el sendero de su mirada…
Allí, en un costado, estaba el niño que con tanto cariño y amor había ayudado a cuidar por un año. Mateo, con su pequeña ropita infestada en sangre y su cabeza partida, también se había marchado de ese mundo.
—POR DIOS— No quiso suponer lo que allí había pasado, pero pronto las lágrimas lo atacaron. Delante suyo había un niño muerto y jamás estaría preparado para soportar eso.
—No grites, esa puta me venía molestando desde hace mucho, encima quiso que me hiciera cargo del bastardo que tenía. ¿Puedes creerlo?— Aún sentado en la mesa, Lucas hablaba con normalidad. Notó como el joven profesional miraba la escena con un llanto escondido. —¿La conoces?—
—No… No… Solo me impresioné, nada más— Temiendo por su propia vida, Augusto contuvo su estupor y tragó cada lágrima. —¿En qué te ayudo?—
—Necesito tirar toda la basura…—
—Bien…— Fingiendo, Augusto respondió. — Quítate toda la ropa y no muevas nada, iré a comprar cloro y a buscar unas palas. Quédate aquí—
—Está bien, sabía que podía contar contigo…—
—Volveré en unos momentos— Tomando como respuesta aquella sonrisa torcida que Lucas le había regalado, Augusto caminó lentamente hasta la puerta de salida, volviendo a la seguridad del exterior.
Corrió hasta su auto y con sus manos temblantes logró hacerlo arrancar. Empezó a llorar, su amiga y el bebé que había visto crecer habían sido masacrados de la peor manera posible. El aire faltaba y el dolor era abundante, cubriendo su pecho y evitando que respirara.
Apurado manejaba por las calles, quería alejarse de allí lo más rápido posible. Cuando por fin supo que estaba a salvo, se detuvo en medio del asfalto. No importaban los bocinazos ni los insultos que recibía, aún con el nerviosismo de la impresión presente y con el llanto a flor de piel, agarró su teléfono. —Policía, acaban de matar a una madre y su hijo...
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Miré y vi un caballo bayo, el que lo montaba tenía por nombre muerte.
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¡Hola, pecadoras!
Disculpen la espera...
Cada vez que me quería sentar a escribir, algo pasaba.
No puedo quedarme mucho tiempo, así que la haré breve.
¡Espero qué el cap les gustara!
Muchas gracias a @loquefue por crearme tan hermoso banner que ustedes están viendo.
También a @RosarioSosa por ayudarme con los temas referidos al embarazo. Ella es la madre del primer bebé concebido en la iglesia, así que hay que darle mucho amor.
Sin más nada que decir, me despido.
Quien las ama:
Lo sé, no hace falta que lo digan, me pasé de verga.
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