58: "Fortuna"


—Pero, Ami… Es importante, lo necesitamos—

—No le veo uso, además es demasiado tosco a la vista—

—¿Qué no le ves uso? Sí las migas andan desparramadas por todo el suelo de la casa—

Mirando a su compañero, del cual se mantenía sujeta de su brazo, Amelia sonrió al notar como éste contemplaba el escaparate donde diversas telas se exhibían colgadas detrás del cristal. —No pienso cargar con un mantel por toda la feria—

—Lo cargaré yo, Ami…—Girando levemente para contemplar a la mata de cabello que veía desde su visión, Tomás se inclinó un poco, así poder enfrentarse con su rostro risueño, ella parecía disfrutar aquella situación. —Además le hace falta un poco de vida a nuestro hogar, ya sabes, Ami, Color. No me malentiendas, adoro las tonalidades grises y blancas que elegiste para las paredes, pero hace falta algo que resalte, un poco de alegría a la vista—

—Está bien, está bien… Compra el condenado mantel, pero escoge un buen diseño— Dándose por vencida, Amelia permitió que Tomás adquiriera aquello que él pensaba vital para su convivencia. Buscando en la diminuta cartera, colgada a su cintura gracias a un pequeño listón de cuero, Amelia intentó extraer su billetera y así sacar su tarjeta de crédito, pero él evitó dicha acción.

—¿Te olvidas que ahora yo también tengo un plástico?— Trayendo a su presente una realidad avasallante, Tomás buscó entre sus bolsillos aquella pieza dorada que poseía una banda magnética. —Déjame estrenar la tarjeta con algo útil, Ami—

Riendo ante ese acto que parecía ser irreal, Amelia recordó que ahora Tomás ya no vivía plenamente del dinero de las limosnas. —Tienes razón, pero me parece algo triste perder la virginidad económica con un mantel—

—Es necesario, luego compraremos varios adornos y pensaremos en la habitación de Jeremías—

—¿Jeremías? ¿Quieres que se burlen del pobre chico? Además, ¿Qué pasaría si fuera una niña?—

—En ese caso se llamaría Teresa—

—Ay, Tomás… Lo dices como si fueras tú al que se le van a agrandar las caderas, tú ya pones el apellido, yo decido el nombre. Ahora ve a comprar tu condenado mantel—Soltando su brazo, Amelia comandó una directiva clara.

—¿No vienes conmigo?—

—No, me quedaré aquí, ve tranquilo—

—Está bien, pero no te muevas. Prometo no tardar— Caminando los sencillos cuatro pasos que lo separaban de la puerta de entrada a tan pequeño local de insumos textiles, Tomás se detuvo unos momentos en el dosel de la puerta. Arrimó su rostro al marco de la misma y mirando a la joven quien parecía hipnotizada por una tela azul que se exhibía, pronunció. —Y no te olvides que te amo— Para luego perderse en el comercio.

Amelia sonrió al oírlo, había olvidado lo bien que se sentía escuchar aquellas palabras en voz alta elevadas al aire exterior, donde cualquiera podía escucharlas. La ciudad se encontraba tranquila esa tarde, la suave llovizna que caía mojaba los parabrisas de los pocos automóviles circundantes y parecía alejar a la gente de las calles urbanas. Agradecía a cualquier deidad que Tomás amara mojarse tanto como ella, que pudiera caminar bajo la lluvia y que guardara en su pecho un sol tan grande capaz de iluminarla con su resplandor.

Se sentía afortunada, aquello solo era una simple muestra de todo lo que le aguardaba la vida. Besos por las tardes y azúcar al medio día, una mirada ácida a la mañana y sonrisas lascivas por las noches. Sin percatarse de qué tan rápido había pasado el tiempo, ella misma se vio reflejada en el cristal del escaparate, a su lado, como un viejo eco del pasado, se encontraba una versión propia del ayer.

Haciéndose compañía en la soledad, Amelia rio al imaginarse a una copia de ella parada a su lado, usando el uniforme del buen pastor y mascando chicle con su boca abierta, mientras que acortaba su falda. Ambas contemplaban al mismo hombre, pero con miradas distintas; Por un lado, aquella adolescente de piel fresca reía ante sus fechorías de haber arrebatado a Dios a él único hombre que realmente valía la pena. Por el otro, una mujer plagada de cicatrices emocionales, sonreía ensoñada al ver al padre de su hijo desviar la mirada hacia ella seguramente preocupándose de su bienestar.

Todo aquello, todo eso y todo lo que vendría había sido concebido por el fuego santo de una iglesia y bendecido por las caricias. Convertido en cenizas por la crueldad del tiempo y resucitado por personajes funestos… Todo era perfecto.

—Mira Ami, espero que te guste— Tomás se había acercado a ella, abriendo la bolsa plástica que cargaba en sus manos. De manera rápida notó que su joven pareja seguía mirando la misma tela azul hacía más de cinco minutos. —Ami… ¿Estás bien?—

Saliendo de su ensoñación, Amelia volvió a la superficie terrestre, cayendo de manera apresurada. Un pequeño sobresalto se generó en ella, pero luego reconoció aquella tan conocida voz que jamás olvidaría. Volteó a mirarlo, notando como los raros matices de una belleza escondida parecían resurgir con la lluvia. El cabello castaño ahora mutaba a marrón oscuro, mientras que diversos mechones mojados adornaban sus ojos. No importaba el color de los mismos, ni mucho menos la gigantesca altura en los que ellos estaban; Resplandecía su mirada, aquella que había cambiado por los años, ese brillo propio de un protector y de un amor fiel reflejados.

Enamorada como nunca en su vida lo había estado, ella se puso de puntillas, intentando no perder el equilibrio, buscando sus labios. Su boca estaba fría y su barba húmeda, pero su piel la reconocía y reaccionaba a su tacto. Un beso corto se llevó a cabo mientras que un roce labial permanecía entre las palabras de la joven. —Estoy mejor que nunca— Alejándose unos prudentes centímetros, Amelia pisó como debía el suelo y recobró la compostura. —¿Ya nos vamos?—

Sorprendido por aquello, pero fascinado con que ese acto ahora sea cotidiano, Tomás salió de su embrujo. —Sí, ya nos vamos, pero primero mira esto— Abriendo la bolsa que cargaba, Tomás reveló el diseño floreado en el mantel recién adquirido. Rosas en sus pimpollos rodeadas por un sobrio azul eran los motivos escogidos. —¿Te gusta?—

—La cocina parecerá verdulería de señora recién retirada—

—Pero; ¿Será una linda verdulería?—

—Sí, supongo— Nuevamente tomando su brazo, Amelia impulsó a su pareja a caminar. —Más sí ese plátano está a la venta—

… … …

El camino hacia la feria había sido corto, dos calles bastaron para ver las grandes atracciones que sobresalían del horizonte. Tal y como ambos lo habían supuesto, el parque de diversiones se encontraba casi vacío a causa de la lluvia, el dúo sonrió aliviado sabiendo que se habían librado de las grandes filas y las miradas curiosas expectantes a sus caricias.

Enmarcado por la boca de un payaso esculpido en concreto, un poco feliz empleado atendía la cabina de boletería. El mismo fingió una sonrisa al sellar el dorso de las manos de ambos y permitirles la entrada al recinto.

—Muy bien, Ami. ¿Qué te parece sí nos subimos a algunos juegos, luego vi un puesto de premios, puedo intentar ganarte alguno, comemos algodón de azúcar y nos subimos a las atracciones restantes?—

—Me parece perfecto—

—¿A qué juego quieres subirte primero?—

Sonriendo, como una viuda negra lista para devorar a su mosca, Amelia concluyó. —La montaña rusa se ve interesante—

—¿Cuál es la montaña rusa?—

Volteando a su pareja para que contemplara el gigantesco armazón de metal, ella sonreía. —Esa es la montaña rusa—

Tomás se quedó contemplando aquella monstruosidad por un momento mientras que sus pies echaban raíces en el suelo, era imposible que él se subiera en ello, pero cuando se dio cuenta, Amelia ya lo había arrastrado hasta la escalera que daba inicio a una de sus peores pesadillas.

Sin reaccionar, sintió como su pareja exhibía el cello de su mano a el operador y como ella levantaba su propia muñeca mostrando la misma estampa. Sin percatarse en qué momento había sucedido toda esa calamidad, ya se encontraba sentado en el primer asiento de ese juego infernal mientras que con una actitud bastante tranquila el joven que manejaba el juego anudaba diversos cinturones a su cuerpo.

—Que disfruten su paseo—

Los chillidos metálicos de los engranajes elevando el vagón lo hicieron despertar, por fin había recuperado algo de habla que le había sido arrebatada por la impresión. —Espera. ¿Viste la cara del chico que nos subió? No debe tener más de 15 años, esto no saldrá bien, el juego se caerá— El aire parecía haberse congelado y formar estalactitas en sus pulmones, cada vez era más difícil respirar mientras que las palpitaciones comenzaban.

—Tranquilo, Tomás. Todo estará bien, solo no mires abajo—

—¿Qué me tranquilice?— Tomás en un acto desesperado notó los débiles cordones que lo mantenían sujeto a su asiento. —Mira los cinturones, son más pequeños que tus ligas del cabello— Acto seguido, la curiosidad lo obligó a hacer aquello que la propia Amelia le pidió que no hiciera. Acercándose a uno de los bordes de la cabina, notó los quince metros que lo separaban del suelo. Su corazón se heló mientras que su garganta se volvía acero. —Por Dios…—

—Te dije que no miraras abajo—

Sumergido en una crisis de pánico, Tomás quiso desanudar su cinturón y escaparse de allí, pero su nerviosismo y las manos ajenas que lo retenían impidieron que se descolgara del juego. —ME QUIERO BAJAR, ME QUIERO BAJAR—

—Oye, tranquilízate. El juego está mojado por la lluvia y puede ser peligroso que te muevas mucho—

Al escuchar aquello su voluntad tomó fuerzas, estaba decidido a bajar esa monstruosidad escalando sus grandes barrotes de metal, pero su tiempo había pasado. El juego comenzó su abrupta caída, logrando que su estómago subiera hasta su pecho y que su garganta se petrificara.

Las vueltas comenzaron y allí toda masculinidad existente se diluyó en el aire. Sus gritos resonaron y las continuas bajadas y subidas solo lograron que cerrara sus ojos y un débil rezo mental empezara a cobrar sentido en su mente pasmada.
Cuando pensó que todo había acabado, una segunda vuelta se llevó a cabo. La velocidad había sido mucho más pronunciada que la anterior y las curvas ahora parecían más inclinadas. Escuchaba los gritos a su lado, la joven feliz sacudía los brazos en el aire y festejaba una especie de orgasmo adrenalínico. Por un momento pensó en sujetarla, pero el gran temor que sentía lo obligó a que sus músculos se aferraran a la vida que aquel minúsculo cinturón proporcionaba.

Por fin la tortura terminó, sintiendo como poco a poco el juego mermaba su velocidad hasta detenerse, por fin pudo volver a abrir los ojos.

—Oye, deberíamos volver a subirnos— Sonriente y terriblemente despeinada, una Amelia feliz coreaba a su lado.

El joven que comandaba la atracción primero desabrochó el cinturón de su amada, con la mirada algo borrosa notó como ella se levantaba sin problema alguno y bajaba los escalones retornando a la seguridad del suelo. Posteriormente llegó su turno, por fin ya no estaba atado a ese juego demencial. Pudo percibir que ese muchacho había disfrutado de su sufrimiento y aquello lo confirmaba con su débil risa que intentaba permanecer oculta.

—Tomás ¿Qué opinas sí ahora vamos a…? ¿Tomás?— Amelia había estado hablando sola todo ese tiempo sin percatarse de la ausencia de un ser especial a su lado.

Lo buscó por todo el parque, intentando ocultar un poco de la preocupación que ahora la atacaba, pero, para su fortuna, su porte era algo difícil de extraviar. Introduciendo su cabeza casi por completo dentro de un cesto de basura, lo encontró en un rincón cercano a la montaña rusa. El violento sonido de las arcadas en compañía del agua bendita vertida a los alrededores hizo aún la estampa más cómica.

Caminando con calma hasta su lado, palmó su espalda, intentando serenar tan duro reflejo de su estómago. —Déjalo salir—

Las mariposas seguían brotando en compañía de la merienda hacía poco ingerida, la miel mutaba en amargo y los destellos acaramelados ahora eran pinceladas de vinagre. Cuando por fin supo que ya no había nada más que arrojar por el mismo lugar por donde entró, limpió su boca con ayuda de un pañuelo y habló. —Lo hiciste a propósito—

—¿Yo? Jamás te haría algo así, me estás ofendiendo, Tomás— Amelia lo intentaba con todas sus fuerzas, pero ni la mejor actriz sobre la faz de la tierra habría podido ocultar esa risa que bailaba entre sus labios.

Recomponiéndose en la seguridad de sus pies, los cuales ahora amaban el suelo, Tomás habló. —Iré a asearme. Por favor, quédate aquí, Ami—

—Sí claro. ¿Puedo comprar algodón de azúcar?—

Notando ese brillo en sus ojos que destellaba con la lumbre de una niñez recuperada, Tomás afirmó. —Claro, pero compra solo para ti, no creo poder probar bocado hasta mañana—

En rápidas pisadas, como aleteos de un pájaro herido, notó como ella se alejaba a buscar uno de los tantos dulces coloridos que se ofrecían en la entrada. A la distancia ella resplandecía en cada bocado que consumía con avidez, eso en un principio le sorprendió. Pero luego de un apresurado repaso por su historia, lo recordó, ella comía por dos.

Tranquilo de que nada le pasara, se dirigió aún mareado al pequeño baño interno dentro de cabinas plásticas. Mojó su cabeza y enjuagó su boca cuanto pudo para luego notar su estampa destruida en el empañado espejo, eso no quedaría así.

Cuando por fin se dignó a retornar a las inmediaciones del parque, algo llamó su atención. Un pequeño juego ofrecía muñecos de felpas a cambio de la simple puntería a unas botellas, algo que lograría con facilidad. Pero su visión no se colocó en los grandes osos peludos o en los radiantes corazones rojos, allí, escondido detrás de un perro sintético de mirada triste, había una gigantesca mariposa de peluche bastante realista. Un halo de maldad se dibujó en una sonrisa que jamás había pensado hacer en su vida.

Se percató que una joven lo miraba desde la distancia, escondiendo su boca detrás de una nube endulzada. Feliz y disimulando perfectamente sus intenciones, levantó su mano invitándola a venir. —¡Ami, ven a ver!—

Ella apresurada llegó a su lado haciendo ondear su vestido. —¿Qué pasó? ¿Estás bien?—

—Sí, estoy bien. Mira— Apuntando con su dedo el escaparate, esperó a que ella fijara su visión en los dulces osos que con sus grandes ojos plásticos le devolvían la mirada. —¿Quieres uno?—

—Bueno… Sería un lindo primer regalo para el niño—

—No, no será para el bebé, será para ti— Extendiéndole su brazo, sonrió de manera cómplice con sus intenciones. —Lo ganaré para ti—

—¿Crees que puedas ganarlo?—

—Claro, tengo una excelente puntería—

—Yo no diría eso, siempre en lugar de atinarle a mi boca le pegas a uno de mis ojos—

Riendo ante ese comentario, Tomás la dirigió con cautela hasta donde los adornos lo esperaban. Pronto un hombre apareció dentro de aquella tienda plástica, con una gran sonrisa, el mismo cuestionó. —¿Quiere probar suerte, señor?—

—Sí, por supuesto. ¿Cuáles son las reglas?—

—Debe tirar las botellas tres veces y podrá elegir el muñeco que usted quiera para su hija—

—Oh… En ese caso deme tres pelotas, por favor— Intentando no mirar a Amelia que seguramente reía detrás suyo, intercambio el dinero y el trio de bolas llegó a su mano.

—Sí, papi. Gáname un peluche—

Aquello había hecho que su concentración se rompiera, una débil risa empezaba a tomar forma entre sus labios, pero no debía fallar, su plan se estaba ejecutando con perfección.  Cerró uno de sus ojos y empezó a alinear su mano, la cual sostenía una bola, con lo que él pensaba que sería el punto débil de la torre de botellas. Contuvo la respiración y lanzó el proyectil, el ruido plástico de un derrumbe corroboró su éxito.

Las botellas fueron alineadas una y otra vez sobre la mesa, teniendo el mismo éxito como resultado. Había ganado.

—Muy bien, señor. ¿Cuál muñeco escoge?—

Volteando a mirar a la joven que expectante lo observaba, sonrió con las palabras en su boca. —Mi pequeña ama los insectos. Esa mariposa que tiene allí se ve bastante realista—

El encargado, bastante sorprendido, sonrió. —¿Eso es verdad? Espere unos momentos, tengo algo que realmente le encantará—Volteando a buscar entre diversas bolsas, el hombre sacó su propósito. —Dejé de ponerla en exposición porque nadie quería llevársela, pero creo que por fin tendrá un hogar—

Tomás miró maravillado aquella majestuosidad que le estaban ofreciendo. Una araña gigante, revestida en peluche negro que se tupía de manera obscena en el trasero del animal, lo saludaba con sus pares de ojos rojos, mientras que sus largas patas, igual de peludas, se sacudían en cada movimiento. —Es perfecta—

Sonriente, el encargado le entregó su galardón. Volteó a entregárselo a la dueña de dicho trofeo, pero ella había huido despavorida dejando sus marcas en el suelo mojado.

… … …

—Se lo ve bastante feliz, creo que esto les hacía falta a ambos. Un cambio de vida para ti y un propósito para que él viva— Desde el asiento trasero, Carolina hablaba apoyando su cabeza en el hombro de su novia.

—Eso es verdad, Tomás necesitaba algo más que tus tetas y la iglesia para vivir. Ahora tiene algo realmente importante para levantarse todas las mañanas— Mencionó Natalia para luego seguir hablando. —Lo que no entiendo es porqué te subiste a una montaña rusa estando embarazada, eso podría ser peligroso—

—No, eso no fue lo peligroso. Lo preocupante fue que me diera un infarto cuando Tomás me quiso regalar esa abominación —

—Ay, Amelia. Es solo una arañita de felpa, no te saltará al cuello—Manejando aquel auto prestado, María pronunció mientras doblaba en una curva. —¿Luego qué hicieron?—

—Bueno… Nos subimos a la rueda de la fortuna— Sonriendo ante ese recuerdo, Amelia suspiró.

—¿Se besaron en las alturas cómo en las películas?—

—No, claro que no, María. Acababa de vomitar, hubiera sido muy desagradable— Riendo, la dueña de ese vehículo contagiaba alegría a todas las que oían sus palabras. —Pero la pasamos bien. Ayer fuimos al médico y ya comenzó a darme las directrices correctas para mantenernos sanos—

—¿Qué tal es ese doctor? Tu realmente tienes mala suerte con los médicos— Intentando contener una carcajada, María cuestionó.

—Por suerte es una doctora joven, bastante simpática. Me derivó a una nutricionista, recetó vitaminas a diestra y siniestra. Lo mejor de todo es que resolvió cada una de las miles de preguntas que hizo Tomás sin siquiera molestarse.—

Elevando levemente su rostro, Natalia buscó los ojos de su amiga. —¿Ya te acostumbraste a vivir con él?—

Amelia reflexionó unos momentos en silencio, aquella tan sencilla pregunta llenaba su mente de diversas formulaciones que apresuradas intentaban encajar en su cerebro, creando una armonía. —Sí, ya me acostumbré. Para serte sincera… Yo… Yo ya no podría vivir sin él. ¿Sabes? Es de esas personas que respetan tus silencios y ama tus palabras es…—

—¿Un gay frustrado?—

—¡No, María! ¡Cállate qué a ti también te parecía atractivo!— Intentando volver a su relato inicial, Amelia retornó a su charla. —Es el compañero perfecto para mi—

Acariciando su hombro por arriba del asiento, estirando su mano, Carolina habló. —Te lo mereces, Ami. Ambos se lo merecen. Ahora con el bebé ya tendrán algo que unirá sus vidas por siempre—

—Eso es verdad, no me aterra ni nada por el estilo, solo es que me siento bastante afortunada—Sonriendo al pronunciar cada una de sus palabras, Amelia comprendió su verdadera realidad. Nadie podría arrebatarle ese sentimiento que ahora llenaba su pecho.

—Chicas, no quiero cortar tan dulce tema, pero hemos llegado—

Un suspiro colectivo se escuchó dentro del automóvil. A un costado del vehículo se encontraba el destino de su viaje; Una vivienda humilde recientemente regada era el motivo de su llegada, allí se encontraba la mujer que pronto confrontarían.

Tomando la iniciativa, Natalia intentó abrir la puerta con algo de dificultad, sus falanges aún no recuperaban el movimiento necesario para dicha acción, pero pronto la mano de su pareja la ayudó en ese acto tan sencillo. —Vamos, mientras más rápido hagamos esto, mejor—

—Sí, tienes razón— Respondió María apagando el coche, aquello era algo que debían enfrentar juntas.

Con cuidado, cada miembro de ese incompleto aquelarre empezó a descender del auto. Todas esperaron a un costado del mismo la formulación final de su plan.

—Ve y toca el timbre, María. Intenta que salga sola, por favor. No quiero que Mateo nos escuche discutir—

—¿Por qué yo, Caro? Siempre me hacen hacer lo peor—

—Bueno— Rezongó Carolina. — ¿Qué prefieres? ¿Qué vaya la que está embarazada, la que está en rehabilitación o la que cuida a ambas?—

—¡Está bien, ya entendí!— Alejándose, María se dirigió a cumplir con la misión que le fue encomendada.

El trio de mujeres restantes observaron expectantes como su miembro realizaba su mandado. La puerta de la vivienda se abrió revelando detrás de sí a una morena señora. Todas dedujeron que aquella mujer era la tía de Mónica, así que cruzaron los dedos para que ella estuviese.
Pronto la mujer desapareció cerrando el portal, haciendo que María retornase a su encuentro de manera apresurada. —Dice que ahora mismo saldrá, parece una señora bastante amable—

—¿Le dijiste que no traiga a Mateo?— Cuestionó Amelia.

—No, no tuve tiempo. Espero que la estúpida de nuestra amiga no sea tan idiota de traerlo—

Guardaron silencio. El aire parecía haber sido tensado en límites sobrehumanos mientras que la espera era llevada a cabo. Algunas miradas colmadas en dudas se dibujaban en el viento, mientras que sus mentes repasaban continuamente un discurso ya ensayado.

La puerta se abrió una segunda vez, mostrando en el dosel del marco un rostro familiar. Mónica sonreía al notar a sus amigas esperándola, parecía más joven, inyectada de vida, con una sonrisa que solo el amor puede grabar entre sus mejillas.

Notando como caminaba hasta su encuentro, ese grupo de cuatro amigas fingió una sonrisa bastante mal ejecutada.

—¡Chicas! ¡Qué alegría verlas aquí!— Mónica se había parado justo delante suyo, comenzando un saludo individual a cada una de las integrantes de lo que alguna vez había sido su círculo más cercano.

—Mari, se te ve bien, espero que estés ansiosa por volver a la universidad—

—Sí… Algo así—

—Y tú, Nati, se nota que tienes a la mejor enfermera del mundo a tu lado— En ésta ocasión, Mónica no recibió respuesta, así que continuó con quien ella sabía que la observaba con el análisis propio de un quirúrgico. —Amelia, pensaba que estabas enferma… Augusto me dijo que fuiste internada. Espero que estés bien—

—Yo estoy genial, mejor que nunca.— Dejando el aire seco a base del calor de sus palabras, Amelia cuestionó. —¿Mateo cómo está?—

—Perfecto, ahora mismo estoy intentando que deje los pañales. Me tiene loca de tanto correr por la casa—Mirando al grupo en general, Mónica notó sus rostros serios. —¿Sucede algo?—

Intentando juntar coraje en sus pulmones, Natalia contestó dicha pregunta. —Sí, por eso estamos aquí—

—Lo sabemos…— Pronunció María.

—¿Qué saben ustedes?—

Mirándola, Amelia mencionó con voz clara su verdad. —Qué te estás volviendo a ver con Lucas—

Mónica pareció descolorirse en aquel momento a base de un rostro construido en cemento. Con su voz temblante, cuestionó. —¿Tu… Tú  cómo sabes eso?—

—El mismo Lucas me lo dijo— Pronunció Amelia intentando que su mirada no se tiñera de los males pasados. —¿No te contó qué me vio en el sanatorio donde estaba internada? ¿Qué es muy amigo de Augusto? ¿O acaso te mostró las fotos que me tomó?—

Interfiriendo en la charla, Carolina agregó. —También Amelia nos contó que está casado y que espera un hijo—

Mónica en ese momento trajo a su mente cada palabra implantada en su cerebro por un hábil titiritero. Amelia siempre quería atención, ella no resistía ver su felicidad y no poder vivir su historia. Ella de seguro estaba celosa al quedar en segundo plano. —Mientes…—

—Jamás mentiría con algo tan grave, Mónica. Solo estamos aquí para que abras los ojos—

—¿Abrir los ojos, Amelia? ¿De verdad? ¡Ya los tengo abiertos hace mucho tiempo! ¡Sé perfectamente lo que estás haciendo!—

Acercándose a ella, Amelia caminó los escasos pasos que las separaban y buscó la cercanía de su rostro para luego mirar sus ojos. —A ver, dime. ¿Qué estoy haciendo?—

—Lo mismo que hiciste en el internado— Correspondiendo su mirada, Mónica mostró su temple de acero construido a base de falacias. —No soportas que él se haya fijado en mí en lugar de mirarte a ti. Inventas una nueva cosa para ensuciarlo, como lo hiciste con esa seudoviolación que tanto gritaste. Solo eres una puta niña malcriada que quiere todos los juguetes para ella—

—Espera, espera… Lucas también intentó algo conmigo.— Interponiéndose en esa charla, María tomó lugar escogiendo un bando al lado de Amelia. —¿También yo miento?—

—No… No… Tu malentendiste todo, él debía tocarte para curarte—

—Claro, porque para curarme la cortadura de un puto vidrio tiene que tocarme las tetas. ¿Verdad?—

—María, no te metas, seguro también te llenaron la cabeza—

Al escucharla tan fuera de sí, Amelia trajo a un costado a su amiga, María veía a Mónica con un rostro desencajado de tantas emociones encontradas. —Déjala, no importa, ella es la ilusa tonta…—

—¿Qué dijiste, Amelia? ¡Dímelo en la cara!—

Amelia volteó a mirarla, realmente sentía un dolor increíble que taladraba su pecho, pero eso no impidió que su boca se abriera. —Dije que eres una ilusa tonta, pero le agregaré más cosas; Eres una idiota, una amante de cuarta… Lamento informarte que Lucas tiene una linda mujer y espera un hijo, me lo contó el mismo Augusto. Además, Lucas te mencionó como “mi amiguita fea” “la tonta” mientras que intentaba de nuevo tener algo conmigo en la clínica. Dijo que pedías a gritos que te cogiera… Me importa poco y nada lo que te suceda a ti, desagradecida de mierda a la que todo se lo di y así me paga, pero Mateo es mi ahijado y no dejaré que la puta idiota de su madre lo exponga a un enfermo—

Mónica no podía contener la rabia que sentía al escuchar a una de las personas en la que más había confiado hablar así. Su odio nacía en cada insulto en compañía con saberse nuevamente engañada por un hombre que había demostrado un cambio. Ardida en su propio fuego y abrasándose con el calor de su furia, Mónica levantó sus brazos y empujó a Amelia lo más lejos que pudo logrando que cayera al suelo de manera estrepitosa.

—¿QUÉ HACES GRANDÍSIMA IDIOTA?— Sin titubear, Carolina había dejado de mantener ese abismal silencio que tan bien la caracterizaba. —¿ESTÁS LOCA?— Apresurada, Hizo dos grandes zancadas hasta donde Mónica se encontraba. —MALDITA ENFERMA—

—¿Qué? ¿Ahora te cae bien Amelia? ¿La defiendes?—

—¡Claro que la defiendo! ¡Es mi amiga y la cuidaré de ti, animal! ¡Idiota que usan como a un condón!—En un rápido movimiento, Carolina lanzó un golpe directamente a su cara, logrando darle un fuerte bofetón. —ESTÁ EMBARAZADA, NO PUEDES GOLPEARLA, PUTA SIN CEREBRO—

Con su rostro adolorido, Mónica se sentía confusa. Tocando su cara justo en la mejilla que había sido castigada, observó la escena. Tanto María como Natalia intentaban ayudar a pararse a Amelia, ella tocaba su vientre asustada y bastante conmovida mientras que ambas la examinaban por completo.

—Tranquila, Ami… No hay sangre, está bien, no le pasó nada—

—Sí, eres fuerte, él también lo es—

Entendiendo la gran ofensa y el error que había cometido, Mónica gesticuló su boca, intentando que sus ojos no se llenaran con las lágrimas que ahora empañaban su visión. —¿E… Estás embarazada?—

—Sí, lo está, claro… Sí es que tú no hiciste que lo perdiera.— Respondió Furiosa María mientras que intentaba soplar las raspaduras en los codos de su amiga.

—No digas eso, el bebé está bien, Ami… No te asustes— Natalia intentaba calmar la situación, sabía que Amelia sufriría de sobremanera sí su fruto se marchitaba.

—Yo… Yo no sabía… Amelia, dis… Discúlpame— Mónica ahora entendía perfectamente todo, sus sentimientos la estaban movilizando a límites demenciales. —Perdóname, Amelia— Intentó caminar a ella, pero alguien se atravesó en su camino.

—Ni se te ocurra acercarte a ella, maldita arrastrada— Mencionó Carolina, retornando con su grupo. Ahora ella también estaba preocupada por el fuerte golpe que su amiga había recibido al caer al suelo.

—Yo… Yo no sabía—

—Te diré algo que tampoco no sabes— Bastante afligida y atenta a cualquier pérdida que se dibujara entre su entrepierna, Amelia contenía el manojo de emociones que sentía. —Eras casi como una hermana para mí, hubiera dado todo para verte bien… Sí le llega a pasar algo a mí bebé, yo… Yo…—

—Ami, no te pongas mal, tranquila. No le pasó nada— Agarrándola del brazo, Carolina intentó que Amelia regresara al auto.

—Sí, vamos, Ami… Iremos a buscar a Tomás— Lista para introducirse de nuevo al coche, María tomó la iniciativa de marcharse, seguida por todos los miembros gratos del aquelarre.

—Solo una última cosa te diré…— Antes de entrar a su asiento, Amelia habló con sus ojos derramándose de miedo, rabia y frustración. —Espero que te lastime de tal manera que puedas entender en realidad quien mentía y quien no… Ojalá te mate y que Mateo quede a mí cuidado, le daré todo lo que se merece que tú no le das por andar detrás de ese loco. Mónica Vázquez… A partir de hoy yo estoy muerta para ti—

—Ya está, Ami… No vale la pena— Mencionó Natalia introduciéndose al auto, seguida por su pareja.

Las puertas se cerraron y poco a poco el auto comenzó a circular. El silencio duró poco, porque Carolina fue la encargada de brindar algo de ayuda a la mujer que lloraba en el asiento delantero. —Ami… Tranquila, al bebé no le pasó nada, no llores… Le hará mal—

—Es una puta, una puta idiota enferma— Mencionó María mientras que apretaba el volante con cólera. —Ami. ¿Quieres ir al hospital?—

—No… Solo quiero estar con Tomás, nada más—

Natalia estiró su mano lastimada, tocando su hombro. —Yo sé que duele, realmente fue una idiota… Pero ya verás que todo saldrá bien…—

—Por mi parte no quiero volver a ver a esa idiota nunca más en mi vida. —Mencionó María.

Apretando la mano de su pareja y bastante atenta a su amiga sollozante, Carolina agregó. —Opino igual—

—Sí ella quiere arruinarse la vida, que lo haga…— Natalia había hablado demostrando su apoyo. —Pero deja de llorar, le hará mal al bebé—

Secándose sus lágrimas con la punta de su falda suelta y conteniendo cada grito de profundo dolor que necesitaba lanzar, Amelia susurró su verdad. —Para mí fortuna, está muerta para mí…—

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
¡Hola, pecadoras!

¿Cómo están las lectoras más hermosas de todo wattpad?

¿Alguna novedad?

Yo tengo mucho que contar, así que sí les interesa, presten atención.

1). Nel, amor de mi vida y compañero de mi existencia, me regaló un dibujo para avisar cuando suba capítulo. (Nadie le avise que PA ya está por terminar)

Así que cuando vean este dibujo en alguna red social, es porque me digné a escribir.

¡Gracias, amor! Nel2223menciona un usuario


2). La bella editora, @loquefue me ha regalado un banner para el capítulo que leerán en la próxima oportunidad.

Como siempre, ella demuestra talento en cada edición. No veo la hora de poder mostrarlo.

¡Muchas gracias, Mikachu!

3). Mi nueva amiga, colega y ahora compañía por las noches.
LasLetrasdeBetsymenciona un usuario
Me ha estado ayudando con la publicidad de las obras. No se imaginan como necesitaba a esta mujer en mi vida.

Además de ser agradable y cariñosa, es una excelente escritora.

Las invito a todas a leer su obra #LatidosDeAmor
¡De seguro las sorprenderá!


Sin más nada que decir, nos vemos nuevamente por estos días.

Quien sabe que el golpe dolerá más sí primero se suaviza la carne:





































Acá tienen su San Valentín, chiquitas.
7w7

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