56: "Vida"


En silencio, obedeciendo ahora las indicaciones de su padre, Amelia quedó estática contemplando el profundo abismo de aquellas palabras tan significantes.

En la oscuridad de la duda, diversas incógnitas surgieron. ¿Cómo había sido eso posible? Sí ella siempre había sido precavida en que su romance no tomara una forma tangible, no comprendía por qué se encontraba a sí misma envuelta en tan melodramática situación.

Desvió su mirada a la ventana, en ella el firmamento carecía de luz, pero las lumbres de los fulgores nocturnos del cielo brillaban serenando su cabeza. Cada estrella era una idea y la luna, tan serena como siempre, planteaba una meta final la cual desconocía de su propio objetivo.

Debía preguntarlo, no podía quedarse con intrigas infundadas bañando su mente. —¿Está confirmado?— Su voz sonó trémula, en ella no había inseguridad.

Parándose a su lado, su padre mencionó. —Sí, hija… Míralo por ti misma— Extendiendo unos papeles a sus manos, Juan le entregó a Amelia los resultados de su análisis sanguíneo. Prueba fehaciente de los hechos.

Amelia los tomó para luego comenzar a leerlos, sí había algo positivo en su tiempo de relación con Augusto fue el nuevo conocimiento que él le había regalado, aquellos resultados eran fácilmente entendidos por la ex novia de un médico. Al pie de la página encontró aquello que temía, su estado gestante estaba descripto con exactitud mostrando un avance propio de cinco semanas en el recuento hormonal. Lo leyó una y otra vez, intentando creer que sus ojos la engañaban, pero no… Era un hecho.

Suspirando, uno de sus pensamientos se coló por su boca. —¿Cómo puede ser posible? Sí siempre fue precavida con esto—

—Ami…— Desde el barandal izquierdo de su lecho, aquella voz calmante resonó. —Augusto tiene que ver con esto, luego te lo explicaré…— Tomás había hablado, dejando la puerta abierta a diversas suposiciones que aparecían como cometas penetrando el aire.

—Sería bueno que nos explicases a todos, porque no entiendo como dos personas maduras, sobre todo tu— Mirándolo a Tomás, Juan continuó hablando. —No puedan haber prevenido esto—

Tomás dejó de contemplarla, saliendo de su atento estado de guardia ante sus reacciones, para elevar sus pacíficos ojos al progenitor que exigía una explicación. Sus palabras eran claras y en ellas no había ápices de tartamudeos. —El alteró nuestros métodos. ¿O acaso nunca escuchaste de su boca el profundo deseo de ser padre que tenía? Como te lo dijo Facundo, él no puede concebir, pero aun así se las ingenió para que se produjera un embarazo—

Amelia en ese momento sintió a su propia mente ensombrecer bajo el perfil del odio, todo encajaba perfectamente. Los días concordaban y las ausencias de quien en ese entonces era su prometido cobraban significado, él todo lo había planeado. Sintiéndose tonta y hasta manipulada como una pieza de ajedrez, plasmó su rencor en un sencillo insulto. —Hijo de puta— Teniendo un efecto anestésico, esa fácil oración de tres palabras ayudó a liberarse de una carga acompañada de un suspiro, pero luego entró en razón. Tomás había hablado libremente de su sexualidad, en la cual ella era partícipe, delante de su padre sin provocar ninguna desbordada actitud. Curiosa y perpleja, cuestionó. —¿Tu sabes qué…?—

—Sí, él ya me dijo todo… No creo que sea el momento más oportuno para darte mi punto de vista, Amelia— Mencionando, Juan mostró su conocimiento, se notaba en su mirada algo de desapruebo, pero sinceramente eso no importaba en tan preocupante situación.

—Bueno…— Despreocupada ante aquello, Amelia reveló su falta de interés. —Tarde o temprano te ibas a enterar—

—¿Eso es todo lo que tienes para decirme, Amelia?— Buscando en su hija una mínima pulgada de culpa, Juan subió de manera moderada el metal de su voz. —¡Tiene casi mi edad! ¡Peor aún, es un religioso que casi me alcanza en años!—

Sin perturbarse, Amelia respondió contemplando aquellos ojos iguales a los suyos. —¿Qué prefieres? ¿El loco psicópata que hizo que me embarazara a la fuerza de otro hombre o al tipo que nunca se movió de mi lado y me protege hasta en el más mínimo detalle? No me vengas con cuestionamientos morales… Porque, después de todo, la que está en una relación y la que está embarazada, soy yo.—

Poniéndose de pie, Amelia se dirigió a una de las ventanas, para luego suspirar. —Jamás en mi vida busqué tu aprobación en nada, ni creo buscarla. Así que señor, usted elige que bando tomar…—

Temiendo a que Amelia en cualquier momento saltara por la ventana, Tomás se dirigió rápidamente a su lado, abrazándola en ligeros roces. —Ami… Él no es nuestro enemigo.—

—Eso lo decidirá él…— Volteando a ver a su padre, Amelia mostró una postura simple pero equilibrada, no pensaba negociar sobre su romance.

Notando en su hija el mismo particular brillo de su adolescencia plagada en infortunios, Juan hizo unos ligeros tres pasos hasta la puerta. —¿Qué quieres que te diga, Amelia? Pero te dejaré en claro algo… Eso que tienes allí es mi nieto y tú eres mi hija, nunca podría negar a ninguno de ustedes— Mirando a Tomás, Juan concluyó. —En cuanto a ti, bueno… Sí aceptas mis condiciones y piensas cuidar a la trastornada que tienes a tu lado, Bienvenido a la familia— Despidiéndose, Juan abrió la puerta para luego marcharse. —Iré a firmar tu alta y salida, luego puedes venir a casa, con tus amigos, a cenar y a hablar en profundidad… Te estaré esperando en el auto, pero nunca lo olvides, Amelia. Soy tu padre, no un villano—

—Espérame, voy contigo Juan— Apresurado, Facundo vio que era su momento para hablar. No hacía falta ver su cara para comprender las intenciones que tenía. Al marcharse Facundo les regaló a ambos un momento privado para meditar sobre su futuro de manera intima.

Encontrándose solos, Tomás fue el primero en marcar su iniciativa.  Manteniendo ese ligero agarre en los hombros de la mujer que amaba, comenzó su discurso. —Sé que esto no es algo que pediste, Ami… No te sientas culpable por esto.—

—No, claro que no lo pedí— Volteando a mirarlo, Amelia refunfuñó en libertad. —Mierda, esta vez sí que la jodimos—

—Pero, Ami…— Viendo una actitud negativa en ella, Tomás buscó su mano para luego apretarla. Quería ver sus ojos y que ella entendiera todo el compromiso que él le podía dar. —Te prometo que nunca le faltará nada, trabajaré todos los días por nosotros, lo cuidaré… Apenas sabrás que puede llorar y te ayudaré a que recobres tu figura rápidamente, iré contigo a esas clases de pilates y todo aquello que tú quieras… Pero por favor, dale la oportunidad de vivir—

—Será difícil, no sé mucho de niños pero creo que el departamento nos quedará algo pequeño… Espera, ¿Qué?—

Al notar su rostro tatuado por una expresión de duda, Tomás nuevamente empezó a hablar en una velocidad más que elevada. —Dale la oportunidad, por favor. Seré el mejor padre de todos y jamás molestaré para que te ocupes del niño. Estoy siendo sincero, Ami. No hagas algo que me mataría—

—Espera… Espera… Espera…— Arrebatándole su propia mano, Amelia cuestionó. —¿Piensas qué yo no quiero continuar el embarazo?—

—Ami…— Sabiendo que pronto tendría una confrontación, Tomás intentó mantenerse a sí mismo tranquilo. —Yo sé cómo piensas, pero debes entenderlo… Ese niño es mío al igual que tuyo.—

—Tomás, no puedo creer que seas tan idiota— Alejándose de él, Amelia entró al baño de su internación para luego continuar hablando teniendo el sonido del agua corriendo como fondo. —Que yo piense en que una mujer tiene derecho a elegir es una cosa totalmente diferente a nuestra situación. Nuestro hijo no sufrirá hambre ni nacerá en un ambiente nocivo. Además, sé que serás buen padre, no eres de esa clase de hombres que se irá a comprar cigarros y nunca volverá. Lo que llevo a dentro viene cargando consigo una corona y yo elijo tenerlo— Apareciendo nuevamente en la escena con su cabello ahora mojado, Amelia sonrió. —¿Sabes las veces que planeábamos esto con Augusto? Para serte sincera la idea no me cerraba del todo, no lo sé, había algo que me hacía muesca en mi cabeza. Pero ahora, teniéndote de nuevo a mi lado, sé que eres la persona indicada… Siempre lo fuiste, grandísimo estúpido.—
Buscando algo en su bolso, Amelia comenzó a revolver cada uno de los bolsillos de su estuche. —Eso sí, no pienso parir por parto normal—

Como sí el mundo entero hubiese sido absorbido por el esmalte de uñas que Amelia había encontrado dentro de su bolso, el silencio reinó. Solo estaba ella sola en aquel universo que, a modo de nebulosas, reflejaba paz y miedos al encontrarse en una situación jamás vivida. Inconsciente del estado que sus palabras habían causado, ella volteó con su cartera ya adosada en su brazo, pronto notó una postal conocida.

Con una mano tocando su barbilla, Tomás se encontraba en un costado de la habitación pensativo, escondiendo sus ojos ante la espectadora que ahora lo contemplaba. Amelia sonrió al ver ese particular brillo corredizo en su mejilla que ahora se deslizaba y moría en el cuello de su mal acomodada camisa. —¿Estás llorando? Vamos, no te preocupes, será fácil. Sí no quieres podemos esperar a otro momento más oportuno. Respetaré tus decisiones—

Saliendo del letargo, Tomás cayó en la realidad que se presentaba de manera sólida en esa habitación. Entendiendo que su actitud pasmada podría tomarse ante una perspectiva negativa, hizo lo que desde un principio había querido hacer. Recorrió los pequeños cinco pasos que lo separaban de ella y sin meditar oraciones la tomó de sus muslos para levantar al aire, haciendo que sus alas se desplegasen en el ambiente y crearan una sombra celestina sobre ambos. Besó todo aquello que estaba a su alcance, recorrió su pecho e impulsándola más arriba besó su vientre. La risa estridente resonó por el sanatorio, mientras que las lágrimas seguían fluyendo por parte de alguien que no quería ocultarlas. Sabía que quizás estaba ante uno de los momentos más especiales de su vida y no quería desperdiciar ni un solo instante.

Alzada en sus brazos e inundada en la alegría que solo ese hombre podía despedir, Amelia rio —Oye, deja de llorar—

—No, lloraré todo lo que quiera. Te prometo que ambos seremos muy felices y que jamás otra sombra oscurecerá nuestras vidas… No lo permitiré, ahora somos tres. — Continuando con sus salmos de alabanza, Tomás besó de nuevo todo aquello que demandaba cariño, para luego retornarla a la seguridad del suelo y buscar su boca reseca carente de cariño por tantas horas de martirios. —Los tiempos de Dios son perfectos, esto es una bendición—

—Querrás decir los planes de Augusto, creo. Pero, bueno… Quizás esto sea aquellas nuevas aventuras que a uno le hacen falta en la vida— Correspondiendo cada beso suministrado y sintiendo que ese fuerte abrazo al que estaba sujeta empezaba a arrancarle el aire, ella lentamente se separó.

Tomando su mano, Tomás le impidió alejarse demasiado. —Tu padre quiere que me case contigo. No tengo un anillo en éste momento, quizás jamás encuentre la joya perfecta para adornarte… Pero quiero que sepas, Ami, quiero pasar el resto de mi vida contigo—

—¿Casarse? No, Tomás… No te apresures. Acabo de salir de un compromiso y me quieres meter en otro— Aún tentada por una carcajada propia debido a sus palabras, Amelia dejó su bolso a un costado. —Ya verás que todo tendrá un ritmo normal y allí, quizás en ese momento, acepte. Ahora disfrutemos todo—

—Pero tu padre, tu padre quiere que nos casemos—

—Y yo quiero en éste preciso momento un pedazo de pastel, pero no todo se puede en la vida— Dejando un último beso en la barba de quien ahora sería el padre de su hijo no nato, Amelia se acomodó su ropa. —Espero que me ames gorda—

—Eres la mujer más bella que vi en mi vida, siempre lo serás—

—Dije gorda, no fea— Pensando en lo que se avecinaba, Amelia empezó a planear su futuro. —Pero supongo que lo bajaré rápido, Mónica recuperó la figura a los pocos meses— Suspirando, concluyó. —Seré un tanque soviético—

—Un bello tanque soviético— Notando que ella estaba decidida a partir, la acompañó hasta donde ambos permanecerían estáticos unos minutos. —No podrás fumar ni beber, yo te ayudaré con eso. Además, aprenderé que debo cocinarte y, supongo, muchas cosas más—

La puerta se abrió, mostrando una cara conocida detrás de sí. —Lia, dice tu padre que te apures, que él no es un puto taxi—Notando el rostro lloroso del hombre que ahora se encontraba a su diestra, Facundo cuestionó. —¿Está todo bien?—

—Sí, idiota, todo está bien. Solo sucede que serás tío—

—No me digan que tendrán esa abominación de la naturaleza— Riendo, Facundo sonrió lleno de la gracia que lo tomaba desprevenido. En el momento en que Tomás se acercó peligrosamente a su lado, pensó en que pronto otro golpe caería sobre él, pero para su suerte su accionar solo estaba destinado a un fuerte abrazo.

—Además de tío me gustaría que seas el padrino del bebé— Sin soltarlo, Tomás hablaba arrastrando detrás de cada palabra infrahumanos kilos de azúcar.

Pronto el abrazo se desvió a una joven que aún imperdurable parecía no caer en la realidad de su estado. —¿Qué te hace pensar que mi hijo será bautizado, Tomás?— Aún fija en los apretones y los besos de su amigo, un poco de los ideales de Amelia fueron revelados.

—Bueno, sería lo correcto, Ami—

—En tus sueños, Tomás.—

… … …

Era el tercer día que realizaba ese recorrido de manera consecutiva, ya acostumbrado a los pitidos sintético de los semáforos y el ajetreo de la gente al pasar a su lado, Tomás encontró belleza en la ciudad. Aquella bandada de personas que corrían apuradas sin percatarse de su presencia ahora eran entendidas y hasta comprendidas en su accionar, sin darse cuenta Tomás ahora también caminaba en un ritmo acelerado e ignoraba la realidad urbana que se desplegaba a su lado.

En un parpadeo, había conseguido un trabajo, Juan se las había ingeniado para inventar un puesto administrativo entre sus filas. Decir que su nuevo oficio era meramente sencillo sería una gran mentira, el patriarca Von Brooke lo tomó como un asistente, logrando así cargarlo con incontables papeletas y haciendo que su agenda política lo absorbiera. Sabía que el padre de Amelia lo hacía a propósito, las obligaciones que le encomendaban eran cada vez más grandes midiendo así sus capacidades y, a la vez, vigilándolo de cerca, notando cada mínimo detalle de su persona.

Para su suerte, Tomás tenía la disciplina de un relojero. La puntualidad no un obstáculo para sus funciones, mucho menos el recato y el decoro propio de un empleado gubernamental, pero había algo que le estaba costando de sobremanera soportar y eso era las ausencias. Su jornada empezaba a las ocho de la mañana y concluía a las dos de la tarde donde ya tenía permitido retornar a su vivienda hasta que el reloj marcara las seis y tuviera que volver al palacio de gobierno hasta las once. Era inevitable suspirar cuando recordaba su vieja vida y como la tranquilidad de la misma contrastaba con el mundo caníbal de la política.

Pero los cheques llegarían y con ellos se dignificaría como persona, siendo otro proveedor económico para quien el consideraba ya su esposa y el hijo que venía en camino, trayendo consigo el resultado del romance mejor vivido en toda su historia.

Por fin el edificio apareció en el horizonte. De manera inconsciente su mirada se desvió en búsqueda de un determinado balcón en las alturas, uno puntualizado por una planta frondosa y un pequeño colgante de campanas. No pudo ocultar aquella sonrisa que se avecinaba en sus mejillas cuando notó la mampara de cristal abierta y las cortinas moviéndose por la suave ráfaga.

Apresurado, al llegar a la enorme puerta de dorado bronce de la entrada, pasó aquella tarjeta que sustituía a una llave por el sensor, luego de un cuarto intento, el portal se abrió. El recibidor de la comuna era grandioso, siempre vacío y lleno de artísticas pinturas las cuales parecían darle la bienvenida. Jamás se había cruzado con algún vecino y mucho menos saludado a alguien, era la única cosa que parecía desagradarle de su nueva vivienda.

El ascensor fue tomando y el número de piso discado en la superficie metálica del mismo, pronto, en un abrir de puertas autónomas había retornado a su hogar. En un letrero colgado en la apertura rezaba “9no C”, pero él sabía perfectamente que ese lugar debería llamarse oasis o, mejor aún, coma inducida. Porque allí dentro, albergada por muros de delicado durazno y artefactos sofisticados, se encontraba su mayor fantasía, volviendo a su presencia algo cotidiano.

—Ami, volví— Anunciándose para no asustarla con su presencia silenciosa, Tomás habló cerrando el portal, para posteriormente desabrochar los primeros dos botones de esa camisa nueva que a veces parecía sofocarlo.

Desde la cocina, fácilmente vista, Amelia apareció cargando consigo dos platos. —Justo a tiempo, la comida acaba de llegar— Sonriendo y aún con esa chispa propia de una libélula ella se paseaba descalza sobre la madera pulida y dejaba ver girones de su piel debajo de la diminuta bata que la revestía.

La comida siempre llegaba a las dos de la tarde a ser religiosamente entregada a su puerta, Amelia misma, sabiendo que no podría cocinar o que simplemente no querría hacerlo, contrató un servicio diario de asistencia culinaria. La hornilla solo se prendía para hervir el agua de la tetera o recalentar alguna sobra, nada de aquello le molestaba; Por un lado, no cargaba a la joven con pesados quehaceres domésticos y, por otro, el almuerzo enviado, muy al contrario de lo que él pensaba, tenía ese agradable toque hogareño que solo alguien conocedor de las especias podía lograr. —¿Qué nos tocó hoy?—

Abriendo el empaque plástico contenedor, Amelia visualizó los alimentos y dejó que su fragancia vaporosa llenara el ambiente. —Carne, mucha carne. Así que ven a comer antes que se enfríe—

Acercándose a ella y dejando sus documentos en un pequeño cuenco de la mesa central, Tomás la abrazó desde sus hombros. Inundándose con el perfume de su cabello y besando su cuello en un tierno gesto diario, habló. —Adoro la carne—

—Entonces ayúdame con la mesa—

Algo tan simple como acomodar dos pares de cubiertos y rellanar los vasos de delicado cristal con cubos de hielo podía volverse un edén, sí estabas en la compañía adecuada de la primera mujer creada para ti en ese paraíso. La mesa recientemente movida daba una alegre perspectiva de la ciudad por la ventana, la gente seguía corriendo y poco a poco el día moría en el horario del almuerzo. Charlas tontas eran pronunciadas, todo desaparecía y en la pequeña mesada un universo nuevo nacía listo para poblar las constelaciones cercanas. —¿Cómo te fue hoy? ¿Mi padre aún no ha intentado envenenarte?— Sacudiendo su cubierto y hablando con su boca llena, ella parecía disfrutar su modulado ritmo, no había necesidad de modales de etiqueta.

—Bueno, hoy fue tranquilo. Unos cuantos papeles y varias juntas, por lo menos ahora tu padre me mira a la cara. Eso sí, vi una mujer muy bonita— Masticando pausadamente y manteniendo su bigote limpio gracias a una servilleta, Tomás relataba su día.

—Te clavaré el tenedor en la mano, Tomás…—

—No miento, era preciosa. Juan tiene una foto de ella en su escritorio— Haciendo alusión a su propio retrato, Tomás bromeaba con libertad, para posteriormente ganarse una pequeña patada por bajo de la mesada y una risa algo tímida. En diversas ocasiones Amelia robaba de su plato alguna patata frita o trozos que se le antojasen, pero en esa ingesta, ella parecía tener problemas para consumir sus alimentos. —Ami, por favor, cómete todo tu plato—

—No creo poder masticar la loza, pero lo intentaré, Tomy—

—¿Cómo ha estado tu día?— Aún tentado por sus respuestas siempre correctas, observaba cuidadosamente cada movimiento que ella realizara, de pronto comprendió que tenía una leve dificultad para comer aquella carne sazonada. —¿No te gusta?—

—No mucho, no soy buena amiga de la cebolla. En respuesta a lo otro, mi día estuvo bastante aburrido, el estar aquí sola no ayuda con eso—

De manera rápida y en veloces movimientos, Tomás agarró el plato ajeno y con ayuda de un tenedor comenzó a quitar con exactitud quirúrgica cada hoja cristalina de cebolla para luego pasarlas a su propio plato. —Ahora sí, ya podrás comer. Sí te aburres puedes ponerte a hacer algo de provecho, Ami. Toca el piano o busca nuevas canciones en la radio, debes descansar lo más posible—

—Lo haces sonar como si estuviera inválida—

—No, Ami, claro que no. Pero debes cuidarte, realmente me asusta dejarte sola— Sonriente al notar que ella nuevamente empezaba a comer, Tomás prosiguió. —Dejo aquí a los dos seres que amo, a mí niña preciosa y al bebé que es la prueba de nuestro amor. Mira la televisión, has tus ejercicios o sencillamente busca algo que te entretenga.

—Tomy, no es un bebé, ahora mismo debe tener el tamaño de un frijol—

—Bueno, en ese caso, debemos cuidar a ese frijol—

—Te propongo algo— Mencionó Amelia dejando su copa de agua vacía. —Mañana es tu día libre y justo hay una feria en la ciudad. Vamos a pasarla bien y a ver que nuevos juegos hay, quien vomite primero lavará los platos—

—Nunca fui a una feria, pero supongo que será agradable, Ami. ¿Qué hay en ellas?— Entusiasmado por aquella propuesta, Amelia nuevamente ganaba su atención.

—Montañas rusas y toda clase de juegos mecánicos, premios, algodón de azúcar y quizás hasta un túnel del terror— Dando por concluido su almuerzo, Amelia se levantó de la mesa, cargando su plato hasta el fregadero.

—¿Tunel del terror? Eso suena interesante— Imitando su accionar, Tomás siguió sus pasos llevando su propia vajilla. —¿A qué le tienes miedo tú, Ami?—

—Bueno, se podría decir que no me agradan mucho los insectos ni los murciélagos— Notando como su pareja comenzaba a abrir el agua corriente en una clara intención de lavar los utensilios usados, Amelia respiró aliviada quedándose a su lado. —¿Y tú?—

—Las alturas no me parecen nada agradables, pero no creo que haya algo alto allí. ¿Verdad?—

Recordando la publicidad vista hacía pocas horas en la televisión, Amelia pensó en la enorme montaña rusa de quince metros que se publicitaba allí. Una sobria sonrisa se tatuó entre sus mejillas al imaginarse lo que sucedería. —No, para nada—

—Entonces en ese caso podré cuidarte de los insectos y los murciélagos.—

—Oye, cuando termines con eso ven a la habitación. Espero que hayas dejado lugar para el postre—

Sorprendido ante aquello, Tomás pensó en alguna exquisitez azucarada. —¿Compraste rebanadas de pastel?—

—No, pero te gustará, puedo asegurártelo— Sonriendo antes de salir despedida a su cuarto, Amelia le guiñó un ojo en una propuesta clara.

… … …

—Tomy… —

—Tomy, ya tienes que levantarte—

—Tomás, mi padre te colgará de las pelotas sí llegas tarde—

Notando que su pareja no tenía ni la más mínima intención en levantarse, Amelia dijo la frase correcta para lograr su resurrección. —Tomás, iré a comprar cigarros, ahora mismo vuelvo—

—Espera, no puedes fumar— Agarrando su mano aún con sus ojos cerrados, Tomás había cobrado vida.

Amelia con cuidado se agachó a besar su frente, intentando serenar con su mano libre el alborotado cabello castaño que tenía delante suyo. —Vamos, arriba. Ya tienes que irte. Pondré la tetera. ¿Sí?—

—Está bien, ahora mismo me levanto, Ami— Notando como sus ligeras pisadas se alejaban, Tomás reposó unos instantes más antes de abrir los ojos.

Despertar en aquella cama de suaves sabanas de raso negro era algo a lo que aún no se acostumbraba. No podía negar que eso no le gustaba, recobrar la razón, desnudo en un lecho compartido no era desagradable, tampoco inundar su consciencia y traer a la memoria cada mililitro de pasión derramada. Lo realmente sorprendente que lo tomaba desprevenido ante sus sueños era tener en cada oportunidad un beso en su frente y un susurro en su cuello, le costaba asumir que todo aquello no era una simple fantasía.

Apurado, empezó a levantarse buscando un nuevo juego de ropa interior de la cajonera y sacando su uniforme de etiqueta desde el armario. El ritual de aseo era realizado mientras que, desde el otro cuarto, la tetera comenzaba a bailar sobre la hornilla.

Con el rostro lavado, sus dientes perfumados y su camisa bien acomodada, se dirigió a la cocina a compartir una última taza de té antes de partir a la segunda etapa de su trabajo diario.
Revelada entre las cacerolas colgadas, jamás usadas, la observó en detalle. Amelia estaba maquillada y erguida en sus tacones luciendo prendas no muy cómodas para el uso diario, sorprendido a causa de esto, cuestionó. —¿Irás a algún lado, Ami?—

—Sí…— De manera vaga y sin explicaciones, Amelia solo respondió un monosílabo.

—¿Dónde irás?—

Ella de manera pronta llegó a la mesada que se encontraba a un costado y dejó dos tazas vaporosas sobre ella, sentándose delante de una. —Tomy, nunca le di explicaciones a mi padre, tampoco te las daré a ti—

—No, Ami, no es eso…— Apresurado, él tomó lugar a su diestra, notando como ella espolvoreaba con azúcar su infusión para posteriormente imitarla. —Solo me preocupa que andes sola por la ciudad en tu estado. Puedes desmayarte o descomponerte… Quiero cuidarte—

—Tranquilo, Tomás. No estaré sola—

—¿Con quién estarás?—

Suspirando, Amelia contuvo sus impulsos de lanzarle su taza de porcelana por la cabeza. En el fondo sabía que sus intenciones eran buenas. —Iré a visitar a unas amigas…—

—¿A quienes?—

Ganándole a las ganas de gritar y huir despavorida, Amelia estiró sus manos por encima de la mesa y con cuidado apretó ambas mejillas del hombre que parecía interrogarla. —Tomás, Tomy… Amor de mi vida, padre de mi engendro… Iré a ver unas amigas, sí pasa algo o sucede cualquier cosa que amerite tu presencia, tengo un dispositivo mágico en mi bolsillo, el cual tú también tienes, que se llama teléfono. Estaré bien, solo quiero salir unos momentos.—

—Pero… ¿Irás a ver a las chicas del internado?—

Mutando su rostro en una expresión psicóticamente sonriente, Amelia respondió. —Sí, iré a casa de María—

—¿No queda muy lejos?—

—Amor mío, por favor, no me atosigues—

—Solo me preocupo, Ami…—

—Sí, lo sé, Tomy. Pero entiéndeme, desde que salí del loquero estoy encerrada aquí. Solo será una amena tarde de chicas—

—Pero prométeme que no tomarás alcohol, ni fumarás. También sí te sucede cualquier cosa, por más mínimo que sea, me llamarás—

—Sí, Tomy…— Terminando de beber su té, Amelia se puso de pie para posteriormente besar su mejilla. —Eres desesperadamente tierno… Así que bueno, apúrate, te llevaré al trabajo—

… … …

El recorrido en el auto había estado plagado de cuestionamientos. A pesar de que la casa de gobierno estaba relativamente cerca de su departamento, Amelia sintió ese viaje eterno a causa de Tomás en su nuevo rol de detective intentando saber hasta el más mínimo detalle de su próxima salida.

—No, Tomás… Tranquilo, no comeré comida chatarra—

—Es que leí que puede hacer que el bebé nazca con diabetes, creo—

Apretando el volante del automotor, Amelia continuaba masticando aquel pedazo de carne que ahora resultaba ser Tomás en su nueva faceta sobreprotectora. —Tranquilo, con suerte haré que me preparen algo cuando le cuente a María nuestro pequeño asunto con huesos—

—También leí que no puedes tomar mucho café—

—….—

—Ami… ¿Me escuchaste?—

—Sí, Tomás…—

—Además intenta volver temprano, en el artículo que estoy leyendo dice que una embarazada debe tener sueños de no menos de ocho horas en sus primeros meses—

—¿Sabes qué leí yo, Tomy?—Doblando de manera apresurada en la última calle que separaba su destino, Amelia habló. —Estuve leyendo que mientras más alta es una persona más fácil es de desmembrarla, ya sabes, por el cartílago que hay entre las articulaciones… — Notando el silencio que se había formado a causa de sus palabras, Amelia concluyó. —Estoy bromeando—

—Es que no quiero que nada te pase, Ami… Entiéndeme, eres lo más importante en mi vida y encima cargas dentro tuyo a lo segundo más importante que siempre tendré.—

Enternecida por aquello, Amelia sintió algo de culpa por molestarse ante sus cuidados. Pero aquello no quitó su gran alegría al estacionarse frente al trabajo en el que ahora Tomás debía cumplir horario. —Llegamos, cuídate Tomy y por favor, intenta serenarte. ¿Sí?—

Suspirando, Tomás desabrochó su cinturón y buscó un beso de despedida en los labios maquillados que se encontraban a su izquierda. Ese simple toque tan cotidiano pareció calmar sus miedos. —Sólo prométeme que te cuidaras…—

—Lo prometo… —
Bajando del coche, Tomás se despidió con un ligero movimiento de su mano a la distancia, mientras que Amelia sonriente repitió aquel mismo acto y, movimiento seguido, subió el cristal de su ventanilla para alejarse.

Prendió el estéreo del automotor y pronto una pegajosa canción llenó todo al aire respirable, resoplando ante ese pequeño momento de paz musical, gritó por más que nadie la escuchara. —¡ALELUYA!—

Sabiéndose sola y que no habría ninguna objeción ante sus movimientos, sacó su teléfono del bolsillo delantero de su ligero abrigo, para luego comandarle con una sencilla orden oral llamar a un determinado contacto.

El asfalto circulaba bajo las ruedas y el tono de llamada resonaba en contraste a la nueva canción transmitida. Del otro lado de la bocina, una conocida voz respondió.

—¿Sí?—

—Mari, soy Amelia. ¿Qué estás haciendo?—

—¡Amelia! ¡No sabía que tenías nuevo número! ¿Qué pasó? Mónica nos dijo que estabas internada bajo el cuidado de Augusto—

—Bueno, pasaron muchas cosas… ¿Qué haces?—

—Ahora estoy pintando un trabajo. ¿Por qué lo preguntas?—

—Porque quiero que te laves las manos y muevas tu culo a la entrada de tu casa, pasaré por ti e iremos a visitar a Caro y Nati, tengo mucho que contarles—

—¡Genial! Ahora mismo me arreglare— Notando alegría en su voz aún risueña, María volvió a hablar. —Justo en éste preciso momento tengo unas cuantas cervezas en el refrigerador—

Suspirando, Amelia recordó al pesado collar de acero que había dejado apenas hace unos momentos, una sonrisa algo lastimosa apareció en su rostro. —Llévalas para ti y las chicas, yo no puedo tomar alcohol—

—¿Y eso por qué? ¿Estás medicada?—

—Sí… Algo así, voy en camino.—


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Amores, no quería dejarlas sin su capítulo.

¿Qué?¿Pensaron que Amelia abortaría al hijo del hombre que ama?

Quizás la Amelia de PP sí, pero no la de PA (Por ahora)

Me encanta la paz que se respira…

En otra bella noticia, la youtuber y usuaria de la plataforma naranja, #Dani Hunts those book  me ha agregado en su lista de “10 libros favoritos del 2018” Dani, amor, muchas gracias por tenerme en cuenta y dejarme conocerte. Eres increíble.

El video lo dejaré por aquí o en los comentarios.


Por favor, sí lo ven, no se olviden de dejar su “me gusta” y un comentario. El #TomásArmy aún no ha muerto.

Quien las adora con todo su corazón:








































Estoy leyendo unos libros que tengo que enseñar y quiero sacarme los ojos.

Sé que yo no soy Borgues, pero hdp, no pueden ser libros taaaan malos.
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