54: "Galletas"
Con sus brazos estirados, retenidos por el nudo que fuertemente inutilizaba sus muñecas, disfrutó cada instante de su penumbra. El suave pañuelo lila aún impedía su visión, la venda era perfecta para ese acto mientras que las sensaciones bañaban por completo su sangre en locura. La imagen mental era acompañada por los sentidos. A veces como un caramelo, ella lo devoraba con suavidad, disfrutando de cada centímetro que se metía en su boca y chocaba contra sus mejillas; En otras ocasiones, el salvajismo aparecía y casi imitaba al canibalismo. Ella misma se enterraba el miembro en su garganta, haciendo que cada respiración o intento de habla sea sentido en la superficie de su sexo como ligeras vibraciones.
—Quiero verte, Ami… Esto es peor que una tortura—
Acompañado por el sonido de la succión, la dulce voz respondió de entre sus piernas. —Esto no es tortura, sólo es un juego… Además, sabes que siempre gano. Sí quieres, te quitaré la venda, pero deberás pagar una multa.—
Aquellas palabras tan seguras sólo aumentaban la cólera de la pronta tempestad. Aún con los consejos de su amada resoplando en su cabeza la eyaculación sería próxima. Ya no importaba el ritmo de sus respiraciones ni lo calmada que debía mantenerse ante la espera de la explosión de sensaciones que próximamente se manifestaría, solo quería verla. —Pagaré la multa—
—Está bien— La respuesta sonó trémula mientras que las continuas lamidas concluían. La sintió sentarse en su pecho colocando las rodillas a cada lado de su torso, quemándolo con su entrepierna desnuda, aquella que parecía ahora derramar néctar hirviente sobre sus costillas.
Pronto el pañuelo dejó de impedir su visión.
Las sombras se aclararon y las siluetas aparecieron para luego mutar en formas y revelar un celestial cuerpo. Desnuda, tal y como la prefería, ella volvió a una pose relajada sobre la cama donde él se encontraba atado desde los barandales. Esperando, con una sonrisa vampírica en sus labios, aguardaba a que su agitación se calmase y la función comenzara.
Lastimosamente su libido no se tranquilizó, sus turgentes pechos transpirados y su cabello anudado desprolijamente con un moño solo eran condimentos para la demencia. Ansioso y hambriento por los festines que solo ella podía proporcionar, Tomás habló. —¿Cuál será la multa?—
—Uhm…— Simulando un rostro pensativo, Amelia volvió a la posición inicial donde había estado. Albergada entre sus piernas y teniendo delante suyo a un excelente exponente de testosterona, ella uso a su pene a modo de micrófono. —Luego te lo diré—
La situación fue cómica, una risa corta salió despedida de su boca al notar tan amena charla en la atmosfera menos pensada.
Pronto la sobria carcajada murió cuando notó que ella nuevamente volvía a castigarlo con el yugo de su lengua.
Lamiendo uno de los lados de su sexo, Amelia recorrió cada vena que sobresalía con delicadeza. Hizo rodar su saliva a modo de savia por su piel ahora atestada por las cantidades exorbitantes de sangre que hacían posible esa ya casi dolorosa erección. Las pulsaciones en sus músculos aparecieron de nuevo y con ellas las respiraciones autocalmantes intentaron ser realizadas.
Jugando con sus manos, lo envolvió por completo con ella y empezó a sacudirlo débilmente, mientras que su lengua tamborileaba.
—Adoro que seas circunciso— Tragando un poco de su propia saliva, la cual se escurría por la comisura de sus labios, ella mencionó para luego meterlo a su boca. Acariciándolo con sus dientes y envolviéndolo con su lengua.
Hipnotizado por el espectáculo que estaba siendo transmitido debajo de su ombligo, Tomás notaba como todo aquello que lo hacía hombre desaparecía y volvía a la escena en constantes repeticiones, mientras que su cabeza, ahora mucho más despeinada, subía y bajaba marcando un ritmo. —¿Por qué?—
—No lo sé— Respondió Amelia sacándolo de su boca, para luego juguetear con sus dedos en la castaña mata de pelo de su pubis. —Creo que te hace más elegante, aunque eso no te quita que lo tengas torcido—
—No… No lo tengo torcido—
—¿Qué no?— Bajando su cabeza hasta apoyar su mentón en el suave colchón de la cama, Amelia miró su miembro. La perspectiva era exacta y la dureza del mismo permitía que se revelase su forma natural levemente inclinada a la izquierda. —¿Quieres qué traiga una regla para medir que tan torcido está?—
—Ami, para medir ángulos de inclinaciones se utiliza un transportador— Resaltando aquel punto casi insignificante, Tomás ignoró las palabras veraces de Amelia, las cuales eran realidades chuecas. Intentando defender su honor, acotó. —Además, no creo que tengas una regla tan grande.—
Al escucharlo, Amelia rio ante aquel sutil comentario referido a su porte. Volviendo a la pose que demandaba tal morboso acto, con una lamida tierna en su glande e inundando su boca del sabor de las pequeñas gotas que su miembro despedía, habló. —Te están creciendo alas, Valencia. Ya estás tan jodido como yo… Creo que es hora de devolverte a la tierra—
Acto seguido, su lengua empezó a envolverlo en continuos círculos, haciendo que el roce húmedo sea un deleite para sus sentidos. Las terminales nerviosas explotaban en los bailes orales mientras que la cuenta regresiva volvía a aparecer. Intentando apartar la mirada del acto, Tomás buscó la oscuridad de sus párpados, pero aquello no era posible debido al embrujo del que era poseso. Ella, con sus grandes ojos celestes, ahora enrojecidos por las continuas arcadas, no le quitaba la mirada un segundo. Obligándolo a sostener aquella batalla.
Con sus pómulos en alto debido a su boca abierta, ella posaba en cada movimiento de manera nociva haciendo que con solo una última lamida todo desapareciera y las nubes se abrieran al elevarlo al cielo. Sabiendo que la tortura terminaría, Amelia hizo aquello que tanto le gustaba, descendió por su tronco con gran facilidad hasta albergarlo por completo en su boca y luego, con soberbiar calma, empezar a cerrar su mandíbula. Una suave mordida empezaba a tomar forma, sus dientes se clavaban en su piel tensada mientras que el dolor se entreveraba con el placer.
El rayo apareció, traspasando su cabeza y tomando como cable a tierra a su columna, atravesándola por completo y muriendo en su boca. Cada gemido acompañó a los chorros de tibio líquido derramado y los sollozos a cada una de las gotas.
Anteponiendo sus palabras a un trago y un gesto algo sufriente, Amelia se puso de pie, con su boca ya vacía. —Nunca puedes contra eso— Poniéndose de pie, ella agarró su ropa desde el suelo, la cual había sido lanzada a causa del huracán que había pasado por el departamento, para luego dirigirse al baño. —Pronto será hora del té, es hora de levantarse—
Notando como ella se alejaba, Tomás aún seguía incapacitado en aquella gran cama donde ambos dormían. Con la consciencia ya recuperada, la llamó. —¿Ami?—
—¿Sí?—
—¿Puedes desatarme?—
Pronto ella retornó del baño con su cepillo de dientes en la boca y solo una sudadera bastante apretada cubriendo su desnudo cuerpo ajeno a la ropa interior. Usando ambas manos, desató su muñeca de solo uno de los nudos que ella misma había hecho en el barandal de su lecho, dejándolo libre.
Pronto la vio nuevamente marcharse, así que supuso que él mismo debería liberarse del agarre restante. Esforzándolo en romperlo con una sola mano, Tomás habló una vez más. —¿Ami?—
Esta vez ella no habló, solo se limitó a sacar su cabeza por el dosel de la puerta y mirarlo con el cepillo de dientes aún en su boca. —¿Uhm?—
—Te amo—
El sonido del agua correr y una ligera escupida aromatizada en menta retumbó, para luego traer consigo una respuesta. —Y yo a ti, ahora tu multa será poner la tetera a hervir—
—Oh, qué gran multa—
Simulando sorpresa, Tomás se puso de pie ya con sus manos libres y empezó a buscar su ropa, la cual de manera sospechosa había quedado bajo la cama.
Tres días habían pasado desde que se había mudado definitivamente con ella. Aquel corto lapso de tiempo, sin duda alguna, habían sido sus días más felices hasta la fecha. Las pocas pertenencias que tenía habían sido movidas al sofisticado piso. Al principio este le asustó un poco. ¿Podría dormir teniendo en la planta baja del mismo un pub ruidoso con bandas en vivo? Para su suerte, el ruido no llegaba hasta su localización, pero amaba ver por las tardes desde el balcón como el edificio se llenaba de vida gracias a alguna guitarra o un saxofón.
La música no estaba exenta en esa residencia, todo lo contrario, ahora su chelo dormía plácidamente al lado de un piano. Ambos se retaban diariamente a enfrentamientos musicales; Escalas por las mañanas, sinfonías a la noche y baladas por las tardes.
Vivir con Amelia era de aquellas cosas a los que nunca se está preparado. Jamás en su vida pensó en tener que aprender a diferenciar las clases de telas y como estas debían ser ensambladas en la lavadora a causa de la ignorancia domestica de su dueña. Tampoco cruzó por su mente realizar diariamente las compras en una despensa donde sus dueños inmigrantes apenas hablaban su idioma; Sin contar los raros hábitos de la titular del piso en el que ahora vivía. A veces en silencio, ella podía permanecer horas mirando por la terraza el movimiento de la ciudad, en otras tantas ocasiones ella lo tomaba de sus manos y empezaba una inusual danza propia de un salón, explotando en alegría a causa de la imaginaria música. Varias veces la notó llorar frente al piano, inundando las teclas con su llanto y oscureciendo el departamento con su pena, el pesar que había pasado le había dejado secuelas. Está de más decir que él secaba cada sendero húmedo de su cara y la reconfortaba en su pecho intentando que ella hallara su calma. Se encontró a sí mismo en una vida que no pensó vivir jamás, pero tampoco jamás pensó ser tan feliz.
Las reglas de la convivencia habían sido pautadas desde que su pie atravesó la puerta: No despertarla antes de las nueve, aquello solo lograría que la caja de Pandora se abriera y liberara a un no muerto dueño de la cara de Amelia. La segunda regla era simple, pero por demás razonable; Las preocupaciones morían en la tarde y dejaban de existir a la noche, nada podía nublar su paz. Pero, sin dudas, la más importante era la última; Vivir todo aquello que alguna vez se había considerado imposible, dejando la clandestinidad en el pasado y saboreando todos los matices de su amor sin límites.
Ya no existía el techo de una iglesia para poner frenos a su romance, ni tampoco el silencio de su relación ante los ojos de la sociedad. Ambos habían salido a pasear de la mano por las calles, invitando a los extraños a mirar su rara forma de amar. Los besos fueron depositados por toda la ciudad sin importar el espectador, una pareja común y corriente comenzaba a tomar forma. Ya no había pausas incómodas ante los desconocidos ni fingidas poses de amistad. Amelia y Tomás se habían presentado al mundo como un igual haciendo todo lo cotidiano que se debían: Comprar en un supermercado y darse ligeras caricias entre los escaparates, compartir un helado a la tarde en el banquillo de alguna plaza y disfrutar una cena al aire libre sin la necesidad de usar disfraces.
Notando todo aquello que había pasado en tan corto tiempo, Tomás sonrió encendiendo el hornillo de la moderna cocina. La tetera fue llenada y colocada sobre la llama mientras que las tazas se disponían ante la mesada que enfrentaba a la gran ventana que daba al cielo, pronto el atardecer empezaría y ambos disfrutarían por tercer día consecutivo su vista.
—Recuérdame que debemos comprar jabón— Mencionó Amelia saliendo del baño con su rostro recién lavado y su cabello ahora civilizado.
Pronto sintió como ella lo abrazaba desde su espalda y dejaba un beso cercano a su hombro. La sensación era tan reconfortante que no hacía falta decirlo. —También debemos comprar azúcar—
Agarrando su mano y manteniéndola retenida a su cintura, Tomás sonrió. —¿Podrás anotarme todo en una lista?—
—Claro, también necesitaremos condones y toallas desmaquillantes—
—En ese caso tendrás que venir conmigo— Respondió Tomás notando como la tetera comenzaba a tambalear a causa de su hervor.
—No me digas que aún te da vergüenza…—
—No, no es eso— Apagando la estufa, Tomás volteó y con cuidado tocó su mejilla. —La farmacia queda bastante lejos y, sinceramente, no quiero dejarte sola tanto tiempo—
—Pero estaré bien, mira— Tocando su propia cintura, Amelia sonrió. —Hasta ya estoy volviendo a mi peso normal—
—Lo mismo, Ami…— Llenando las tazas con agua caliente, pronto las diminutas bolsillas introducidas en los recipientes empezaron a liberar su infusión. —Hasta que estés recuperada no pienso dejarte mucho tiempo sola—
Cortando aquella dulce charla, el pitido del portero eléctrico sonó. Alguien había tocado el botón que comunicaba con los inquilinos del noveno “C”. Amelia se sorprendió unos momentos por tal interrupción, caminando hasta la bocina del aparato y presionando el interruptor, habló. —¿Quién es?—
—Yo, cariño. Déjame entrar, Lia, estoy aburrido— La reconocible voz de aquella vieja amistad resonó por todo el apartamento.
Riendo, Amelia respondió. —¿Piensas que soy un mono de circo para divertirte, Facundo?—
—Vamos, Lia. Déjame entrar, me estoy quemando aquí afuera—
—Bueno, tendrás que rogarme un poco, Facu— Quedándose inmóvil ante el interruptor, Amelia esperaba poder realizar una burla, pero pronto se vio interrumpida por el brazo que se enrolló en su cintura.
—Pasa, apúrate que acabo de servir el té— Hablando de manera clara al altavoz, Tomás habilitó el botón que permitía el acceso al edificio. A su lado, una joven lo miraba algo disgustada, su disfrute no había podido ser posible.
Tomás se separó unos momentos de ella, no sin antes dejar un beso en su pequeña cabeza. Una tercera taza fue sacada de la alacena y rellenada con té para el invitado que pronto llegaría. Tranquilo, se sentó en la mesa a esperar, pronto en su puerta sonó un débil repiqueteo que Amelia no tardó en contestar.
—Hola, cielo. Ya te saludo como es debido— Entrando sin siquiera pedir permiso, Facundo hizo acto de presencia cargando entre sus manos una gigantesca maceta de la cual sobresalía un denso follaje verde. —¿Dónde la pongo?—
Con su rostro congestionado en una desagradable sorpresa, Amelia lo guio hasta la terraza. —¿Qué es eso, Facundo? Ponlo en el balcón—
—Es una vaca, estúpida.— Respondiendo con sarcasmo, Facundo dejó con gran dificultad el nuevo implemento para la casa que había traído en el área designada. —Es una planta, pero no sé de cual, se me hizo un lindo gesto traerles algo verde—
—Se morirá en una semana— Amelia rio ante su propia sinceridad para luego besar sus mejillas. —Nunca tuve una que no se pueda fumar—
—Yo la cuidaré— Desde la mesa, Tomás acotó ganándose la atención de ambos. —Muchas gracias por el detalle, Facundo. Ahora por favor, vengan a tomar el té antes que se enfríe—
—Gracias Tomás por poder cuidar algo vivo— Mencionando, Facundo se acercó hasta la mesa y tocó su hombro, para luego sentarse a su lado. —¿Cómo llevan la vida juntos? ¿Aún no se han arrancado los ojos?—
—No, por suerte no— Amelia se paró a su lado y, con cariño, despeinó la rubia cabeza de su amigo, tomando lugar en la mesa y levantando su taza. —Esa cosa va a apestar la casa—
—¿Qué dices, Lia? A ti te gustan las plantas muertas y arrancadas, pero esta está viva. Te vendrá bien ver algo verde además de los hongos que tienes en tus tenis—
—O los de tus enfermedades venéreas—
Aquella sencilla charla entre ambos, con sus idas y vueltas, pronto mutó a la pequeña cocina en alegría. Las risas eran compartidas y el té rápidamente bebido. Al saber que su presencia empezaba a ser algo invisible, Tomás habló. —Estos días han sido maravillosos, espero que nos visites más seguido—
—Justamente venía por algo de ese estilo…— Inquirió Facundo, haciendo una aletargada pausa.
—¿Qué sucedió, Facu?—
Sorbiendo de su taza, el menor Parisi respondió con algo de melancolía. —Le dije a mi padre que me tomaré unos días para estar contigo y cuidarte… Él ya sabe que estuviste internada. Tranquila, le dije que fue un virus estomacal. Necesito tiempo para mí solo… Lejos del trabajo…—
—¿Dónde te irás?— Cuestionó Amelia, notando cada facción que parecía morir en una mueca triste en el rostro juvenil de su amigo.
—Vendrá aquí, lo acaba de decir, Ami— Tomás respondió sin dudarlo, las palabras de aquel compañero de aventura habían sido claras. —No te preocupes, Facundo. Te preparé una cama y tendrás toda mi ayuda para olvidar el trabajo—
—No… Él no se quiere quedar aquí— Conociéndolo, Amelia reveló una verdad dicha a medias. —¿Dónde irás?—
—Conocí a alguien interesante, ya sabes… Necesito una pequeña escapada— Sin perturbarse, Facundo hablaba con su taza cercana a la barbilla.
—No te preocupes por eso—Respondió Amelia poniéndose de pie, dirigiéndose a una de los estantes. —Le llamaré a tu padre para decirle lo débil y enferma que estoy para que tú te vayas a tirar a quien sea tranquilo. Pero entiende esto, Facu, te lo digo con conocimiento en la materia, no puedes vivir siempre escondido—
—Para ti es fácil, Lia…— Mencionó Facundo sin mirarla. —Tú ya tienes a tu chico, tienes un piso a tu nombre y tus vienes herenciales inamovibles e irrevocables. Tu romance no hace tanto escándalo como uno mío.—
—Bueno, mi romance no hace ningún alarde porque no estoy casada, idiota. Tu sabías que ese puto anillo sería la tumba de tu vida pública… Además, no creas que mi relación con Tomás no hará ruido. Cuando Juan se entere irá directo a la morgue—
—¿Cómo? ¿Aún Juan no sabe nada?— Mirando directamente a Tomás, Facundo cuestionó.
—Bueno… Pensamos en decírselo cuando pase un moderado tiempo entre sorpresa y sorpresa— Tomás al pensar en aquel día, temió por la reacción del progenitor de su novia. —No le será una noticia fácilmente digerible—
Cortando el tema de manera abrupta, Amelia levantó un gigantesco frasco vacío a la vista de ambos. —Nos quedamos sin galletas—
Con el don de la caballerosidad incluido en sus genes, Tomás fue el primero en hablar. —¿Quieres que baje a comprar unas?—
—No, no quiero molestarte. Además hace mucho calor, amor.— Volteando a mirar a su amigo, Amelia rio. —Que baje el cerdito—
—¡Oye! ¡Apenas subí 4 kilos en estos años!—
Sabía que Amelia lanzaba aquellos comentarios solo para molestar a su compañero, las risas nuevamente nacían. Abrochándose el primer botón de la camisa, Tomás se puso de pie. —Iré a traerte tus galletas, Ami. ¿Sí? Ustedes conversen todo lo que es debido, prometo no tardar—
—Está bien, amor, pero no te lleves la llave. Toca una sola vez y te abriré al instante—
Tomás besó su frente y afirmó aquella directiva comandada. Caminando hasta el portal principal de la vivienda, se despidió con un leve movimiento de cabeza de ambos amigos, listo para dirigirse a cumplir con su objetivo y retornar de manera pronta.
Cuando Tomás se marchó de manera definitiva, Facundo rio ante la actitud ensoñada de su amiga. —Así que amor ¿Eh?—
—¿Cómo quieres qué le diga?— Tratando de que la vergüenza ante sus sentimientos expuestos no se notara, Amelia respondió.
—No lo sé, pero es un poco raro escucharte tan… Tan romántica.—
—Bueno, tenía que pasar ¿No? Él es especial, realmente único. Sí hay alguien que se merece que yo pierda mi dignidad con un apodo cariñoso ese es Tomás—
Facundo al notar la sinceridad de las palabras de quien había sido su compañera de vida, sonrió orgulloso. Pronto estiró su mano y apresó la de su amiga, besando su extremidad con cariño. —Estoy tan feliz por ti, Lia… De verdad—
—Sí, bueno, tu tampoco te pongas sentimental— Acercándose a su lado, Amelia reposó su cabeza en su hombro, como tantas veces lo había hecho durante su existencia. —¿Quién es tu cita misteriosa?—
—Sí te digo te reirás—
Tocando su rodilla, Amelia bromeó. —Siempre me rio de ti, anda. Dilo—
—Bueno… Hace unos días me crucé con una chica simpática, ya sabes, de esas que se sonrojan cuando las miras directamente. Una mesera del bar al que voy a almorzar—
Suspirando, Amelia bebió de su té. —Me parece bien lo de la chica del rostro rojo, pero no puedes vivir siempre así, Facu. Extraño que seas libre. ¿Desde cuándo tienes que mentir para poder salir? No es la clase de vida que prometimos tener…—
—No, para nada…— Riendo con algo de tristeza entreverada en sus palabras, Facundo continuó. —Sí nos hubiéramos casado podríamos haber tenido una buena vida, limonada por las noches y vodka de día. Es más, podríamos haber tenido a Tomás de mascota—
—Tú sabes que esa vida no es para mí. No me gusta esconderme— Respondió Amelia. —Además sí te llegaras a acercar de más a Tomás yo misma te corto las muñecas y simulo que te encontré muerto. Hazme caso— Dejando su pocillo en la mesa, ella tomó su mano. —Manda a la mierda a tu padre, pide el divorcio. Acabarás como todos los de tu familia sino, viviendo una vida que no les pertenece.—
—Lo sé— Entrelazando sus dedos, Facundo suspiró lanzando su lástima al viento. —En fin… ¿Sabes algo de las chicas?—
—Aún no les he avisado que volví, para serte sincera necesitaba unos días a solas con mi salvador. Además, tengo algo muy interesante que contarte, Monic…— El portero eléctrico sonó cortando su charla, seguramente Tomás había regresado trayendo consigo la azucarada carga. Amelia se puso de pie y directamente apretó el comando que hacía que la puerta del edificio se abriera, para luego retornar a su lugar. —Mónica volvió a verse con el idiota de Lucas—
—¿El papá de Mateo? ¿El que quiso…?—
—Sí, ese mismo— Mirando el cuenco con la infusión, sintió pena y rabia ante la realidad de su amiga. —Aún sigo intentando masticar el coraje que eso me provoca—
—¿Qué le dirás?—
—Que es una idiota, más sí le creyó todas las mentiras que dijo… No sé cómo volverla a mirar a la cara—
—Por eso no quieres verlas… ¿Verdad?—
Sincerándose, Amelia reveló su condición. —Sí, en parte sí…— Resoplando, ambos escucharon los tres certeros golpes en la puerta principal. —¡Está abierta!— Respondió ella haciendo que el mensaje llegara al otro lado del portal.
El sonido chirriante de las bisagras anunció el retorno de un integrante a la partida, ninguno de los dos puso atención a la nueva entrada. Una suave voz, de por demás inesperada, obligó a ambos a voltear. —Vonnie…—
Con su ropa vagamente acomodada en los límites preestablecidos de una etiqueta, una incipiente barba que mostraba días enteros sin afeitar y un rostro cargado en ojeras, Augusto Santana había hecho acto de presencia en aquel piso, dejando ante su llegada la sangre helada.
—Sabría que estarías aquí, Vonnie. Por favor, necesito hablar contigo— Acercándose a ambos, Amelia fue la primera en reaccionar ante tan tempestuosa visita. Se alejó de la mesa y realizó varios pasos hacia atrás. El pequeño departamento no le permitía salir corriendo despavorida.
Facundo notó la aflicción en la cara de su amiga y como esta se teñía de pavor al contemplar a ese hombre que había luchado por mantenerla encerrada. No pudo tolerar aquello, ni mucho menos la desagradable intromisión. Con la voz clara, intentando ocultar algo de su nerviosismo, Facundo habló. —Lia, quédate detrás de mí— Simulando seguridad y hasta experiencia en combates físicos, Parisi intentó persuadir a Augusto a que se marchase. —¡Vete de aquí! ¿Aún no entiendes todo el mal que has hecho?—
Augusto se acercó, dejando a un costado la pesada mochila que traía consigo. Mirando directamente al rostro del muchacho, empezó a hablar. —Sé que piensas que hiciste lo correcto. Pero Vonnie debe volver a que la controlen, allí la atenderán bien. Por favor, no te metas en asuntos que no te corresponden, Facundo—
—¿Qué no me corresponden?— Su voz había subido, los nervios taladrantes en ambos hicieron que la situación empezase un camino sin retorno al lío. —¿La encerraste como un puto pájaro y no me corresponde? Vete a la mierda, Augusto—
Notando como Amelia permanecía detrás de su joven amigo con su rostro desencajado en una expresión de sumiso terror, intentó que ella no sintiera miedo, diciendo su más dulce sinceridad. —Vonnie, nunca te haría nada malo, lo sabes… No tienes que ponerte mal, eso es contraproducente. Ven, vámonos de aquí, convence a tu padre para quitar la denuncia que retiene mi matricula y lo intentaremos de nuevo… Todo será como antes—
Intentando salir del estupor que aquellas palabras causaron, congelando cada fibra de su cuerpo al ser escuchadas, Amelia reaccionó. —¿Estás loco, grandísimo hijo de puta? Después de todo lo que hiciste tienes el descaro de aparecerte aquí, no lo puedo creer. ¡Vete ahora mismo o llamaré a la policía! Y tú lo sabes mejor que nadie, Augusto, éste no es un pueblito de mierda, aquí mi llamado no pasará desapercibido.—
—Pero Vonnie, todo fue por tu bien— Acercándose aún más a ellos, Augusto intentó tocar el rostro de la que alguna vez había sido su prometida por encima del hombro del menor Parisi. La respuesta fue rápida, ella lanzó lo que quedaba de té en su taza directo a su cara.
El grito de dolor no tardó en hacerse esperar, Augusto estaba cegado por el agua caliente que le había sido arrojada. Tomando de los brazos a su amiga, Facundo dijo lo más sensato que se le ocurrió. —Enciérrate en el baño, ve—
—No te dejaré solo con éste maníaco— el cristal de sus ojos se había roto, Amelia derramaba unas cuantas lágrimas producto a ese avasallante estado nervioso en el que se encontraba.
—Estaré bien, métete ahora, Amelia. Traba la puerta—Pronunciando aquella orden, Facundo sentía como sus piernas temblaban. Algo de calma llegó a él cuando vio cómo su amiga corría al baño y echaba el seguro detrás de sí.
Recompuesto, pero aún con su cara adolorida, Augusto intentó seguirla. —Vonnie, por favor, solo quiero hablar—
Al notar como ese hombre intentaba dirigirse al lugar que albergaba a su compañera, Facundo se interpuso en su camino. —Te lo diré una última vez, márchate de aquí—
—No quiero golpearte, Facundo… De verdad— Intentando apartarlo del camino, Augusto sintió la resistencia que ese joven oponía. Sin meditarlo, lo corrió de un solo empujón, provocando que el amigo de la mujer que significaba el motivo de su visita cayera al suelo dejando a su paso un gran estrépito.
—Vonnie, solo quiero hablar contigo— Moviendo el picaporte de la puerta en reiteradas ocasiones, Augusto hablaba lo más claro posible a través de la madera del portal. —Abre, no quiero que estés sola en estos momentos—
El pitido eléctrico del timbre resonó en el departamento, ganándose la atención de ambos. Facundo se levantó del suelo como pudo, sintiendo su brazo adolorido, solo para correr hasta el portero y pulsar el botón que permitía el acceso al edificio.
—¿Quién es?— Cuestionó Augusto a él joven parado delante suyo.
—Alguien que no te gustará ver…— Aun sintiendo las pulsaciones en su extremidad, Facundo intentó apartarlo de la puerta del baño, pero lo único que recibió fue un puñetazo en el rostro que lo devolvió al piso.
—Discúlpame, pero no puedo permitir que me impidas hablar con ella y ver como está. No tienes idea el mal que causaste al sacarla de la clínica—
—¿El mal que causé?—Tocando su mentón adolorido y como este parecía haberse mantenido sano ante el golpe, Facundo nuevamente se paró. —Ella está mejor que nunca lejos de ti, enfermo de mierda. Vete ahora mismo— Intentó forcejear con él, pero la diferencia de fuerza fue obvia, otra vez Augusto lo había arrojado al piso.
—Créeme, Vonnie. Solo quiero lo mejor para todos, hablemos…—
Desde el otro lado de la puerta no se escuchó respuesta alguna. El agite de picaporte, acompañados por los golpes que empezaba a realizar sobre la madera hicieron que la situación se encaminara a un mal peor. —¿Vonnie? ¿Estás bien? Ábreme, por favor—
—Aún no lo entiendes; ¿Verdad? Ella jamás volverá a hablar contigo, fuiste lo peor que le pasó en la vida— Recomponiéndose una tercera vez en sus pies, Facundo habló intentando que éste se distrajera.
—¿Qué dices? ¡Ni siquiera sabes lo que hablas! Un puto como tu jamás entendería lo que uno hace por la familia—Entrando en cólera, Augusto lo arrastró hasta una de las paredes, agarrándolo fuertemente de su playera, arrinconándolo mientras que el fuego de sus palabras quemaba su rostro.
La puerta se abrió, revelando a un cuarto inquilino. Sujetando un paquete de galletas en sus manos, Tomás había aparecido notando toda la escena que delante suyo parecía haberse quedado congelada.
—¿Qué haces tú aquí?—
—Bueno, cariño… Él fue el que sacó a Amelia y vive con ella ahora. Por cierto, él sí sabe de lo que hablo— Sonriendo aún sujeto al agarre que era sostenido, Facundo habló de manera clara, para luego sentir como era soltado. La atención ya no era suya.
Las galletas fueron dejadas con calma sobre la encimera, pausadamente Tomás caminó hasta él haciendo que sus pasos retumbasen como un gran tambor de orquesta.
—No sé qué haces aquí, Tomás. Vuelve a tu iglesia y deja que yo arregle los asuntos con mi promet…— Sin terminar aquella oración, Augusto sintió como su nariz era partida por un certero golpe depositado justo encima de ella.
El lio aumentó al ser pronunciado el estrépito que causó el joven médico al caer al suelo. Acercándose a él, Tomás de manera calmada y dibujando un perfil en su puño en alza, murmuró. —No tienes idea hace cuanto tiempo que quiero hacer esto—
Los golpes fueron repetidos, tomándolo del ojal de su camisa lo impulsaba a mantenerse erguido en el suelo. Primero en su boca, luego en su mentón y así repetitivas veces mutando la locación del puñetazo mientras que la acuarela empezaba a aparecer.
Cada flagelo era una merecida condena, Augusto intentó corresponder los ataques, pero fue inútil, no podría haber algo más disparejo que aquella masacre. Cuando su rostro se tornó rojo debido a los diversos senderos sanguíneos que ahora se dibujaban en su cara, Tomás lo tomó del brazo y parándose lo arrastró por el suelo lejos del baño.
Quería continuar con aquello, pero la ausencia de alguien lo hizo reaccionar. Agachándose nuevamente delante suyo, Tomás lo agarró desde el nacimiento de su cabeza y cuestionó. —¿Dónde está Amelia?—
No hubo respuesta por parte del malherido doctor, pero Facundo quien ahora temblaba en un rincón levantó la voz. —Hice que se encerrada en el baño, estaba muy nerviosa—
Con su mirada puesta en los celestes ojos del hombre que yacía bajo suyo, Tomás habló. —Hiciste bien… Disculpas por haber tardado. Sácala de allí y llama a la policía, yo me encargaré de esto—
Obedeciendo, Facundo se apresuró a llegar al portal del baño, sintiendo los constantes golpes secos que detrás suyo esculpían la cara de un conocido a manera abstracta. —Lia… Vámonos de aquí, ya puedes salir, Tomás acaba de llegar—
—No puedo creer que hayas venido aquí— Aún continuando con los puñetazos en su rostro, Tomás disfrutaba cada movimiento y contracción, había esperado mucho por eso.
—¿Lia? Ábreme por favor—
—¿Lia? Sal, no tengas miedo—
—¿Lia?— Asustado por la falta de respuesta, Facundo intentó abrir la puerta en vano. —Tomás… Amelia no responde—
—¿Qué?— Entrando en razón sobre sus actos, Tomás dejó de golpear a Augusto. Su mano dolía y la justicia divina lo llenaba, con su extremidad entumida y sus nudillos rojos se puso de pie, sabía perfectamente que el doctor no podría pararse de allí y huir… Se había cerciorado de que eso no pasase.
Caminó hasta la puerta y apoyando su rostro contra el dosel de la misma, habló intentando que su voz sonara tranquilizadora. —Ya pasó todo, Ami. Por favor, quiero saber si estás bien, abre la puerta.—
Nuevamente la falta de respuesta se hizo presente dejando un hueco amargo de silencio que solo hizo que una preocupación naciera.
—¿Qué harás?—Cuestionó Facundo acariciando su mentón lastimado y observando el enorme charco de sangre donde reposaba el hombre que había hecho posible ese dolor.
—Abriré la puerta… ¿Tú estás bien?—
—Sí… Sí… Estoy bien—Notando como Tomás elevaba una pierna en una clara patada al portal, Facundo se apartó de manera prudente. —Dios… Qué situación horrible—
Tres fuertes empujones fueron dados a la puerta con ayuda de la fuerza de sus piernas. En la última patada, la cerradura cedió al verse violada. La abertura se abrió permitiendo el acceso al baño, ambos pronto miraron en el interior del mismo solo para descubrir a la dueña de ese piso desparramada entre los mosaicos blancos como una muñeca olvidada en un patio de juegos. Asustado, Tomás fue el primero en entrar e intentar despertarla de manera inútil.
Al notar como ese hombre parecía sufrir a causa de una estampa conocida, Facundo habló, serenándolo. —Tranquilo, se desmayó por los nervios… tráela para aquí, la llevaremos a la cama—
Tomás puso especial atención en la respiración de la joven inconsciente y tomó aire buscando calma, Facundo tenía razón, aquello solo era una leve perdida de conocimiento. Levantándola en sus brazos la sacó del baño con cuidado de no golpearla en el proceso.
Al verla en ese estado, Augusto intentó pararse. —Vo… Vonnie—
—¿Viste lo que has provocado, grandísimo retrasado? ¡Casi haces que se muera del susto!— Espetó Facundo mientras corría las sillas para que Tomás pasara libremente con ella hasta su cuarto en lentos movimientos.
—Déje… Déjenme revisarla— Intentó ponerse de pie, pero la decena de golpes que cargaba encima hizo que el mareo sea magnifico y el dolor terrible, quedando incapacitado.
Volteando con Amelia aún encima suyo, Tomás habló de manera clara. —Te llegas a levantar y te juro por Dios, Augusto… Te lanzo por el balcón, no me importan las consecuencias—
Apoyándose en sus manos, intentando no resbalarse en su propia sangre regada por el suelo, Augusto pronunció con un hilo de vos. —Idiota… Ella está embarazada…—
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Bueno, pecadoras. No tengo mucho humor hoy, subo este capítulo porque sé que muchas lo esperaban. Anoche pasó por mi provincia una terrible tormenta, la misma tiró árboles y el cableado eléctrico, los daños fueron muchos.
Para mi suerte, nada pasó a mayores, más allá de la falta de luz y una casa sepultada en ramas.
¿Qué opinaron del capítulo, amores?
Realmente me divierto leyendo sus reacciones, y créanme, hoy más que nunca necesito reírme.
Entre otras noticias, mi querida lectora y amiga Valen (Luego te etiqueto, cielo. El celular no me permite hacerlo con libertad, pero lo mismo lo intentaré) Se tatuó una frase de PP con sus correspondientes iniciales al igual que las de de PA. No saben lo bello que se siente poder formar parte de la historia de una persona y que esta te lleve en la piel, realmente son la clase de enormes detalles que me hacen sentir en un sueño. Jamás pensé escribir, mucho menos sospeché que a alguien le gustara, pero estas muestras de cariño me llegan hasta las lágrimas.
¿Quién necesita un watty cuando tengo las mejores amigas y lectoras del universo?
Sin más nada que decir, me despido.
Son las 6:00 A.M en la república Argentina y aún no puedo tranquilizarme por el gran susto que di anoche.
Quien las ama:
Valen, Dani y Nel… Este cap es para ustedes, por todo el amor que me han dado a lo largo del tiempo.
Ustedes capaz que me entiendan, los rayos no me gustan mucho.
Tengo 5 piercing en el cuerpo (Tres en la lengua y dos en el ombligo) Más los aros del corpiño y los adornos que una usa… Me da un cagazo bárbaro que un rayo me agarre y me parta al medio.
Tipo el castigo de Dios por escribir sobre uno de sus hombres.
Por las dudas, no pienso salir hasta que los pedos de los ángeles paren.
Hacete ortear, madre naturaleza.
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