52: "Libertad"
Toda su mañana se había visto ocupada por el mismo tema, las paredes de desnudo ladrillo poco a poco empezaban a ser cubiertas por el concreto, aún mojado, que esparcía en calma. Las reparaciones en el cuarto de huéspedes de su hermano habían comenzado al alba, el primer muro ya había sido sellado, mientras que los restantes aún esperaban ansiosos lucir su nueva vestimenta grisácea.
En la única parte ausente de polvo de la habitación se encontraban protegidos bajo plástico los pocos bienes importantes que tenía; Allí se encontraba su chelo con una canción inconclusa entre sus cuerdas, mientras que a un costado su austera valija, con algunas prendas, mostraba que tan pequeña podía ser la vida de un hombre, tan diminuta que solo cabía en una maleta.
La mañana fue tranquila, los movimientos mecánicos de revocar una pared le habían brindado el tiempo necesario para pensar y desesperarse ante su duda. No tenía ni la más mínima sospecha de lo que había acontecido el día anterior, luego de que Facundo enviara el video donde el testimonio grabado a base de carne viva de la mujer que amaba se relataba. Dolía... El sufrimiento de la ignorancia era el peor castigo que un ansioso podía soportar, desconocía su presente y como éste se mutar en cuestión de horas.
Con su ropa manchada de gris crudo y sus manos ásperas por el químico material, decidió descansar un momento, bebiendo de la botella de agua helada que su sobrina había traído para su deleite. Sacudió su cabello repleto de polvillo, pronto éste recuperó su color natural. Aquellos filamentos castaños empezaban a relucir a base de la sintética luz que lo alumbraba, él sabía bien que en esa cabellera había hileras grises que no podía borrar a base movimientos. Aquellas porciones casi blancas eran los rastros del tiempo.
Recomponiéndose de su cansancio a base de la helada bebida, vio unos momentos el reloj de pared que con su sonido tortuoso avisaba continuamente el inicio o conclusión de una jornada. Ya era el mediodía y aún su labor no estaba finalizada, miró algo apenado el poco trabajo que había realizado a base de su falta de experiencia y suspiró al saber que todavía faltaba bastante para dar a su labor como concluida.
La puerta de la habitación en la que se encontraba se abrió con velocidad, haciendo que su madera resonara y el picaporte chocara contra el muro desnudo. Pronto la imagen de su hermano hospitalario se reveló atravesando el marco. —Oye...— Al terminar de pronunciar aquella sencilla palabra, Héctor contempló el muro donde había estado trabajando. —Vaya que eres lento.—
—Voy despacio porque cuido los detalles y me fijo que todo se adhiera como es debido. Además quiero suavizar la pared lo más posible.—Excusándose a sí mismo de su falta de práctica, Tomás habló con aún sus manos agarrando la botella de agua, reluciendo sus uñas sucias de cemento.
—Si... Si, ajá. También di que tienes las manos muy delicadas para éste trabajo. Aún no sé porque te empeñas a hacerlo solo, con Flavio lo haríamos en dos minutos y tu podrías darnos una serenata romántica desde un rincón— Bromeando, Héctor provocó un destello en su rostro a causa de una sonrisa. —Después de todo, no le veo nada de malo admitir que eres nuestra hermanita delicada, la de manos suaves que solo acarician cuerdas y caliz—
—No hables así— Replicó Tomás con una anormal calma en voz baja. —Las niñas pueden escucharte y aprender tus barrabasadas—
—Tranquilo, ellas aman a su tía soltera—
Sereno y con la expresión calmada que tanto lo caracterizaba bañando su cara, Tomás cuestionó.—¿ Tienes hambre, Héctor?—
Confuso por aquella pregunta que cambiaba el tema de manera drástica, el hermano respondió. —Sí, pero ya estará el almuerzo dentro de unos minutos—
Levantando su mirada del suelo y soplando un mechón de cabello que entorpecía su visión, Tomás murmuró. —Porque sí quieres aquí tengo un balde de cemento que te puedo hacer tragar entero, claro, sí es que tienes hambre—
—Me encantaría ver que lo intentes, vamos— Apoyado a un costado Héctor seguía sonriendo, pronto reveló el verdadero motivo de su interrupción. —Por cierto, en el teléfono te está esperando ese chico que siempre viene a buscarte—
Al escuchar tan fundamental mensaje, Tomás empezó a sacudirse las manos con desesperación para luego salir corriendo direccionado al teléfono. —Me hubieras dicho eso primero—
—Tranquilo, ese chico es un buen hombre. Te amará con o sin mugre encima, será un excelente marido.—
Caminando hasta el aparato con sus pasos apresurados, Tomás pronunció una última frase. —Luego recuérdame que te golpee. ¿Sí?— Posteriormente, tomó la bocina de cable y la condujo hasta su rostro, colocando el auricular donde correspondía. —¿Facundo?—
La voz filosa y aguda no tardó en ser escuchada de retorno a su nombre. —¿A quién debes golpear, cariño?—
—No... No... A nadie, solo bromeaba con mi hermano— Apenado porque su mensaje hubiera sido escuchado, continuó hablando. —¿Qué pasó?—
—Juan acaba de llamarme, nos citó a su casa y, además, me pidió tu teléfono. No quise dárselo, prefería yo mismo pasarte el mensaje. Así que prepárate que termino con unos papeles y voy a buscarte.—
Curioso ante tal sorpresiva información, Tomás preguntó. —¿Qué querrá?—
—Supongo que darnos información de Amelia o, caso contrario, matarnos a ambos. ¿Por qué piensas que no quise darle tu número? Ya veo que Juan se ensañe contigo y mediante tu teléfono tenga tu dirección. Créeme cuando te digo esto, en menos de tres horas ya tendrías todos los servicios cortados y una denuncia estúpida por algún árbol que obstruye el paso—
—Oh...— Un poco consternado por lo que acababa de oír, Tomás pensó en la manera inconsciente en que había involucrado a su familia. Diciendo de manera clara cada sílaba, respondió con prisa. —Entro a ducharme y te espero—
—Sí, será lo mejor. Pero ve de civil ésta vez—
—Perfecto, no habrá problema con ello—
—Y Tomás...—
—¿Sí?—
—No te olvides de golpear a tu hermano—
... ... ...
El camino era largo, los temas de charlas podían ser escasos cuando el apriete de una situación desesperante estaba atada a sus corazones.
Con sus manos sudadas a base de la ansiedad, Tomás dejó de mirar la ventanilla, solo para pronunciar una sencilla pregunta. —¿Cómo te está yendo en el trabajo?—
—El país no está en las mejores condiciones— Respondió Facundo aun prestando su atención al camino, para luego continuar hablando. —Pero no me quejo, por lo menos tenemos una demanda diaria de servicios. ¿Y tú? ¿Ya sabes qué harás cuando estés desligado oficialmente de Curalandia?—
—Bueno... Yo...— Aquella pregunta sin duda alguna era difícil de responder, con su cabeza ocupada continuamente por el tema de Amelia, no había tenido tiempo para meditar sobre su inestable futuro. —Buscaré algún trabajo, supongo... Algo que pueda darme la seguridad financiera para retribuir toda la ayuda que mis hermanos me están dando—
—¿Pensaste en algún oficio en particular?—
—Para serte sincero, cualquier trabajo me vendrá bien. Aunque no lo creas mi antigua labor me ha dado un poco de experiencia en todo— Respondió Tomás, mientras que una certeza nublaba sus posibilidades. —El problema será mi edad, no creo poder competir por un puesto contra alguien a quien le llevo 20 años—
—Tu tranquilo— Elevando una sonrisa disimulada entre sus mejillas, Facundo doblaba el carro, encaminándose a la costosa residencia del gobernador. —Yo te ofrecería trabajo, pero sinceramente no te veo levantando bolsas de cemento todo el día o siendo mi secretario. Pero Lia de seguro te dará algo, su apellido pesa más que el mío—
Despedido como un suspiro, Tomás se sintió algo cohibido con esa idea. —No quiero aprovecharme de Ami y su apellido, de verdad. Quiero conseguir algo por mí mismo sin necesidad de molestarla—
—¿Molestarla? A ella le conviene tener a alguien conocido ensamblado en algún negocio. Más sí esa persona es responsable— Continuando el recorrido de la ruta, Facundo prosiguió. —Lia no es un genio de las finanzas, según lo que me comentó su negocio en esa pequeña porción de tierra donde vivía no fue para nada prospero. Supongo que querrá intentarlo de nuevo en la ciudad, le vendrá bien tu ayuda, pareces responsable—
—No lo sé... Es algo que debería pensarlo muy bien, ella también debería hacerlo. Puede terminar hartándose de mi—
Riendo, Facundo volteó su rostro, encaminando su mirada al vidrio trasero del automotor mientras que estacionaba a las afueras de la imponente casa que se encontraba a un costado. —Cariño, la vida no es tan complicada como te la imaginas. Ya verás que en un abrir y cerrar de ojos todo tendrá un ciclo normal... Lia estará radiante, como siempre, inventando alguna nueva estupidez para hacer, tú la ayudarás con esa estupidez y yo... Bueno, yo volveré a mi aburrido trabajo sin nuestras escapadas, Tomás.—
Al escucharlo, Tomás sintió algo de lástima por el joven que ahora desabrochaba su cinturón de seguridad. El auto ya estaba detenido y la intención era clara, pronto ambos descenderían, pero le debía unas palabras a su compañero, palabras que recién ahora tenían un significado. —Facundo... Yo nunca te agradecí por todo lo que has hecho. Sé que en un principio no me creíste, es enteramente entendible, pero estás aquí... Involucrado totalmente culpa mía en un problema que no te correspondía. Muchas gracias— Dándole una ligera palmada en su hombro, lo dejó bajar del vehículo, para luego acompañarlo y proseguir con su charla. —Cuando todo esto acabe, me encantaría que fueras a comer a la casa de mi hermano, quiero presentarte y contarle a todos lo mucho que me has ayudado.—
Mientras ambos caminaban en dirección a la entrada, Facundo rio con la libertad de una carcajada que solo él podía albergar en su garganta. —¿Nunca te dijeron que eres demasiado empalagoso? Tranquilo, cariño. No tienes nada que agradecerme, Lia es casi como una hermana y tú, bueno, me agradas. No eres como todos los lambiscones que me rodean. En fin, será bueno apurarnos...Que tus santos y mis demonios nos protejan— Acercándose al portero eléctrico que se hallaba localizado a pocos centímetros de la gran puerta, Facundo habló de manera clara, pulsando el botón. —Soy Facundo Parisi, vengo acompañado. Juan nos citó a ésta hora—
Pronto el portal se abrió, revelando detrás de sí a un guardia de seguridad ya conocido. Éste no se molestó en revisarlos, ambos ya estaban familiarizados con la vivienda. Permitiéndoles el paso, ambos caminaron algo nerviosos hasta la puerta principal de la casona. Sin molestarse en golpear, Facundo pasó directamente para luego invitar a su compañero a imitarlo.
Apenado por la falta de modales del joven, hizo lo mismo, Tomás sentía como un ligero zumbido producto de su nerviosismo empezaba a calar en sus sentidos, comenzando por su oído. Una mucama se acercó a ellos, su rostro tenía la singular alegría que solo un empleo bien pago podía brindar. Pronto trajo una jarra de jugo con dos copas para posteriormente avisar que el almuerzo estaría listo dentro de poco y que el patriarca Von Brooke los acompañaría cuando terminase con un asunto personal.
Ambos aguardaron en silencio, no sabían con qué clase de nuevo problema podría salir el gobernador. El jugo fue consumido y las miradas incomodas, cómplices del nerviosismo eran recurrentes. Algunos sutiles mensajes eran susurrados, Facundo estaba afectado por un inusual tic en su cuerpo, el cual le obligaba continuamente a mover sus pies. Tomás, por otra parte, arrancaba al ambiente grandes bocanadas de aire mientras que miraba sus manos, la espera estaba matando a ambos.
El almuerzo fue anunciado por la misma empleada que antes, amablemente, se había presentado. Acompañados por ella recorrieron diversos cuartos hasta llegar a un moderado comedor de decentes dimensiones. Volvieron a sentarse mientras que a su alrededor una mesa empezaba a ser ensamblada por gente anónima; Los cubiertos de plata y la cristalería fina no podían faltar en la estampa. Pronto, delante suyo, una cantidad ridícula de comida hizo presencia. Sin duda alguna la gran fuente de pasta acompañada por una condimentada salsa era la atracción principal, mientras que, repartidos por el largo de la mesa, diversos pequeños platos parecían cumplir la función de entradas. Tomás pudo reconocer pocos de ellos, algunos ni siquiera parecían ser comestibles, hojas verdes, aceitunas, quesos de raro color y una pasta negra se lucían desde el mantel.
Pronto unas pisadas tranquilas resonaron detrás de un portal, ambos supusieron que se trataba del único comensal ausente. Así que esperaron paciente a que éste llegara en su moderado ritmo mientras que la incomodidad acrecentaba en cada minuto. La puerta se abrió, sujeta por uno de los empleados presentes, ésta permitía que una ligera voz masculina se escuchara. —No asientes el pie, será peor. Sí te hubieras dejado inyectar no te dolería tanto.—
Tanto Tomás como Facundo voltearon su cabeza direccionados a la gran puerta que se mantenía abierta. Ninguno de ellos pudo suponer aquello que pronto los tomaría por sorpresa. Juan Von Brooke apareció, mostrándose a sí mismo en una faceta bastante informal digno de un ser corriente. Aquello no los sorprendió tanto como el mínimo detalle de un brazo ajeno que se enredaba en sus hombros.
Con un pijama bastante grande en tonos azules subido hasta sus rodillas, mostrando un pie vendado, ella poco a poco se acercaba. Estaba dañada, no solo por su delgadez o por los grandes círculos violáceos que tenía debajo de sus ojos, sino por la falta de brillo que aún hacía notar su ausencia en la mirada esquiva que presentaba. Sin percatarse de ellos, Amelia intentó seguir caminando, en pequeños saltos avanzaba. —Por casi dos semanas me estuvieron pinchando, jugaron conmigo poniéndome en el papel de muñeca voodo. No molestes, papá. Dame un respiro del dolor—
Pisada a pisada, ella se fue acercando, aún ignorante de su presencia. Tomás pudo darse el gusto de ser parte de esa treta confabulada, la sorpresa sería grata y las emociones desbordantes. La esperanza había sido vencida por la realidad, mientras que el amor idealizado retornaba mostrando en su cara la expresión ingenua de un ángel sin alas. Esperando a que ella llegara pudo comprender en profundidad que tan desesperante había sido extrañarla, no importaban las heridas, él mismo las curaría con largas terapias de amor ciego. No importaba el dolor, ambos podían sufrir en silencio, provocando gritos mudos que relatase sus penas al viento. No importaba su lánguido estado, ni mucho menos su convalecencia, él llevaría a sus manos pálidas rosas benditas plagadas en las caricias escondidas que el tiempo le había negado. Nada importaba... Solo ella.
—Te hice preparar tu comida favorita, se nota que no te alimentaban bien allí— Por fin traspasando el portal, Juan hacía acto de presencia cargando a su hija, intentando que ésta caminara sin molestias. —También invité a tus amigos a comer—
Amelia elevó su rostro, el cual contaba un pequeño relato de su inocencia marchita al viento. Al observarlos, sonrió hasta tal punto que sus mejillas dolían. Estaba feliz como hacía mucho tiempo no lo estaba. Las palabras eran ausentes, pero las miradas gritaban incontables canciones de amantes susurradas entre las sabanas.
Facundo fue el primero en salir de ese breve coma en el que los tres estaban sumergidos. Se acercó a ella y ambos se dieron un abrazo pospuesto por las lágrimas y los meses de abandono. Juan solo miraba con la melaza cubriendo sus ojos, mientras que el menor susurraba palabras incomprensibles a su oído. Alguna sonrisa con doble sentido había aparecido.
—Estoy horrible, no me mientas— Arqueando una ceja, Amelia renacía. Mientras que hacía equilibrio apoyada contra un muro le dedicaba continuamente a su amante miradas acarameladas. Su libertad solo tenía su nombre.
—¿Qué te hicieron la lobotomía?— Agarrándola de sus hombros, Facundo simuló inspeccionarla. —Piel de muñeca abandonada, cabeza de nidos de paloma... Caderas de Francesa anoréxica y rostro de cocainómana. Sigues igual de bella que siempre—
Ignorando el claro disgusto en el rostro del padre de su amiga, Facundo besó sus mejillas. No podía mostrar rencor ante la saliva colocada en su piel o esos roces cercanos que el joven le daba a su pequeña. Después de todo, conocía a ambos y comprendía sus inusuales saltos y señas que diagramaban mensajes cifrados de amistad.
—¿Qué te pasó en el pie?—
—Yo te contestaré eso— Respondió Juan mientras que suspiraba ante el recuerdo. —La señorita, cuando mis doctores le dieron el alta, gritó su triunfo y empezó a insultar a cuanto enfermero viera. Uno en especial parecía que le tenías rencor ¿Verdad, Amu? Bueno... Le pegó una patada en sus partes nobles. Lo gracioso fue que al enfermero no le dolió en lo más mínimo, pero ella, ella chillaba como un perrito atropellado— Riendo ante su propio comentario, Juan se acercó a la mesa, rellenando una copa con agua y bebiéndola. Tomás al observarlo próximo notó sus ojos hinchados, sin duda alguna ese hombre había llorado.
—¿Y tú? ¿No me saludarás?— Aún sostenida en la pared, Amelia tambaleaba en un solo pie provocando dulzura en quien la mirara. Esas palabras solo eran para él.
Se acercó, sintiendo cada paso como un kilómetro, teniendo a la mujer que amaba como un sol que lo alumbraba a la distancia. Cuando por fin estuvo lo suficientemente cerca de ella, Amelia no tardó en envolverlo en sus brazos y aferrarse con su fuerza diminuta a su pecho. Como había extrañado ver esos rizos negros cerca de su corazón mientras que éste se atolondraba por su sola presencia. Ya no dolía, el verla frágil ya no quemaba como las llamas de un infierno marchito causado por el pecado. Reconfortaba y abrigaba, el único lugar donde siempre se había sentido albergado nuevamente se abría para su deleite. El paraíso medía un metro setenta y los rayos divinos ya no eran quimeras grises, ahora todo mutaba en su mirada. Amelia recuperaba su lustre y él su vida.
Quiso agacharse para besarla, degustarla como fruta madura y bañarse con su dulzura. Pero ella sutilmente entregó su mejilla, para luego susurrar a su oído. —El gobernador tiene un revolver en su estudio, créeme, serías un blanco muy fácil... Luego te arrancaré pedazos de tu carne de tanto besarte, te lo prometo—
Sonriente ante su falta de decencia, Tomás entendió perfectamente el mensaje. Aún no era tiempo para presentarse debidamente como el hombre que velaba por el latir de una hija recién recuperada de su torre. —Lo siento, me dejé llevar—
—Pronto se lo diré y tú me ayudarás a cargarlo al hospital cuando le dé el infarto. ¿Sí?—
—Está bien, pero tu antes deberás sacar las balas de ese revolver— Respondiendo el secreto con el mismo tono en el que fue emitido, ambos siguieron sujetos al otro. Respirando su perfume y agradeciendo al tiempo por nuevamente estar juntos, como siempre debió haber sido.
Desde la mesa, Juan se aclaró su garganta en una clara señal de ganar la atención de los presentes. —Por favor, vengan a comer.— Estirando su mano, el gobernador invitó a todos a sentarse, para luego continuar hablando. —¿Quieres que te ayude, Amu?—
—No se preocupe, señor. Yo la llevo— Con una respuesta autómata, Tomás había dejado que sus pensamientos hablaran de manera inconsciente. Sin darse cuenta, en un abrir y cerrar de ojos, ya tenía a Amelia levantada en sus brazos en dirección a la mesa. Ella solo sonreía, haciendo que todo el salón se iluminara. Como quien coloca una muñeca en su repisa, Tomás la dejó suavemente en la silla para luego sentarse a su lado.
El almuerzo fue servido y los platos vaporosos pronto llenaron con su aroma el comedor abriendo el apetito de todo aquel que fuera atacado por su fragancia. La botella de vino fue descorchada para luego rebalsar la cristalería.
—No sé por dónde empezar...— Juan, con un aspecto taciturno estaba sentado en la punta de la mesa, sosteniendo en su mano la copa antes repleta.
—No lo sé, quizás con un "Lo siento chicos por no haberles creído, sobre todo a ti Facundo, por haberte juzgado mal"—El menor Parisi había hablado, desplegando la ponzoña que solo él podía cargar en sus labios.
—No empieces, Facu... Papá no sabía, yo también hubiera dudado de ti.— Mencionó Amelia mientras bebía animadamente su copa de vino, realmente se notaba que extrañaba su sabor. —Tenemos todas las pruebas en nuestra contra—
—No, él tiene razón— Interrumpiendo, Juan tomó la palabra. —Te juzgué mal, sé que eres un mocoso desesperante, pero hiciste lo correcto y sí no fuera por ti y por Tomás ¿Era Tomás, verdad?— Cerciorándose de qué el nombre fuera el correcto, continuó hablando. —Hoy no tendría a mi hija aquí... Disculpas a ambos por dudar de su credibilidad, sobre todo a usted, padre.—
Sin despegar la mirada de la joven que ahora tenía a su lado, Tomás mencionó su verdad. —Renuncié al sacerdocio, señor. Creo que mi último acto de pastor fue recuperar a su hija, ahora solo me limitaré a ser cordero—
—Recuperaste a la oveja más descarriada de todas, eso vale por nueve cielos, Tomás—Acotando, Facundo pronto fue callado por una mirada furtiva lanzada por el patriarca Von Brooke.
Este, sin brindarle más importancia, cuestionó. —¿A qué se debe su renuncia, Tomás?—
—Bueno... Yo...— Pensando cuidadosamente cada palabra que diría, Tomás respondió. —Quiero empezar una nueva vida, una en la que realmente pueda construir mi felicidad al lado de otra persona. Pero eso no quiere decir que dejaré de lado mis creencias, todo lo contrario—
—En ese caso, mucha suerte en su nueva vida Tomás. Cuente conmigo para lo que necesite, estoy en deuda con todo lo que ha hecho.—
—No tiene que sentirse bajo ninguna deuda conmigo, Juan... Pero solo una cosa le pediré— Tomás dejó de contemplar al ser celestial que tenía a su lado, solo para mirar a su padre. —Quiero que la gente que le hizo semejante daño a Ami, lo pague— Conciso, sin tartamudear y claro, su único pedido fue pronunciado.
—Él tiene todas mis cosas...— Con la voz baja y casi sin ánimos, Amelia mencionó su pesar.
—De eso no te preocupes, tendrás de nuevo todo lo que se llevó. Sí quieres comprarte cosas nuevas no me opondré, pero es más importante lo que te hizo, te privó de tu libertad... Ni yo mismo puse barrotes en tu ventana y viene ese desgraciado a querer encerrarte. — Tocando la mano de su hija, Juan miró a Tomás. —Ayer mismo, luego de traer a mi hija y cerciorarme que estuviera bien, elevamos la denuncia a los tres médicos que firmaron su ingreso a esa clínica. Tanto para Santana hijo, como para Santana padre, sin contar al desgraciado que le sacó fotos a Amelia. Él se llevará la peor parte. En menos de lo que tardo en subir esas escaleras del costado ese trio perderá su matrícula y luego la justicia actuará—
Tomás suspiró ante tan buena noticia, pero algo allí faltaba, era evidente que Amelia no había dicho nada sobre los funestos planes que tenía Lucas para ella. Respetó su silencio, para luego seguramente convencerla de contar la historia completa. —Me parece excelente, señor—
El almuerzo continuó con diversas reprimendas hacia Amelia para que comiera, Amén de ello los temas eran variados. A veces se tocaba el clima y en diversas ocasiones se habló sobre el porvenir en el futuro de la joven y como su padre insistía para que estudiase una carrera. Cuando el postre fue terminado, la reunión se dio por concluida.
—Amu... ¿Quieres quedarte un rato con tus amigos o quieres que te haga un poco de compañía mientras que termino de firmar unos papeles?—
—Oye, no te preocupes... No tienes que estar cada momento encima de mí, estaré bien. Sé que estamos recuperando el tiempo perdido y todo eso, pero ya has hecho suficiente por hoy.— Respondiendo a la duda de su padre, Amelia continuó hablando. —Iré a mi cuarto a recostarme un poco, sí ellos quieren podrán hacerme compañía—
—Por mí no hay problema, tengo la tarde libre— Limpiando su boca con una servilleta de tela, Facundo se puso de pie en una clara señal de acompañar a su amiga en su letargo.
Esperando a que Tomás hablara, Juan lo miró unos instantes hasta qué éste entendió que debería emitir una respuesta. —Por mí tampoco, será un placer cuidar de Ami... Amelia—
—Muy bien, en ese caso cualquier cosa que deseen está a su entera disposición. Yo estaré en mi despacho— Levantándose de la mesa, Juan nuevamente se adentró en las fauces de su vivienda.
Al verlo partir, Amelia suspiró aliviada, riendo desde su lugar en la mesa. —No me malentiendan, pero se ha vuelto un poco absorbente—
—Tranquila, querida... Realmente se preocupó por ti— Estirándole su mano para que se levantara, Facundo espero paciente a que ella se pusiera de pie. —¿Sigues en la misma habitación de siempre? Porque sí es así será un largo recorrido, ese tipo debe haber tenido los huevos de acero para dejarte el pie así—
Sin mediar palabra, Tomás entendió que la mesa no debería ser levantada por ellos, pronto llegó al lado de la joven que tanto había añorado para nuevamente cargarla en sus brazos y dejar que ésta se adormeciera.
—Oh... Yo te guiaré, Tomás— Abriendo una de las puertas para que la dulce pareja pasara, Facundo se dispuso a guiar a su compañero de rescate hasta una ya conocida habitación.
Cuando el trío salió del comedor, Amelia con sus ojos abiertos se cercioró de que ningún empleado estuviera presente, para luego tocar el rostro del hombre que la llevaba. Acarició sus mejillas y peinó su cabello con sus dedos, el paso se detuvo cuando un beso repentino apareció.
Era un tacto añorado, necesitado por el encierro y clamado por los sentimientos. Entre susurros de promesas y necesidades desperdigadas, sus labios se unían con suavidad mientras que un tercero esperaba en silencio a un costado.
Dejando restos de azúcar en su cara y bañando sus labios con el cielo calmo, Amelia susurró. —Gracias...—
-.-.-.-.-.-.-.-.-
¡Hola, pecadoras! ¿Cómo están? ¿Soy la única que por fin pudo respirar con estos dos juntos?
Quizás ustedes me entiendan, me da una ansiedad terrible cuando todo parece nublado en la vida de estos Mamertos.
En respuesta a lo que me preguntaron: No, el libro aún no termina y no, tampoco han leído lo peor.
Aún deben pasar una serie de sucesos que obligarán a los personajes a crecer a la fuerza. Nadie puede librar una batalla sin sufrir alguna cicatriz.
Les recuerdo a todas que el grupo de whatsapp sigue abierto. Tenemos 50 hermanas allí donde debatimos contastemente de todo, no solamente del libro, sino también de la vida. Somos amigas con un fin en común, ayudarnos mutuamente. (También hay mucho porno)
Para entrar deben contactarme a través de mi fb: "Ann con teclado" (Así puedo corroborar su identidad y descartar que son el acosador, cuidado ante todo, mis chicas)
Gracias como siempre por leerme y estar presente, sinceramente ya wattpad se ha integrado a mi rutina de vida.
¡Les mando mi cariño y un beso con olor a cigarrillo!
Quien las quiere y realmente necesitaba azúcar de estos dos:
Antes de que empiecen a chillar porque Amelia toma alcohol, les aviso que los hijos adobados en vino saben mejor.
¡Viva el ocote!
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