51: "Año nuevo"
Tranquila, todo saldrá bien.
Acomodando su cabello a base del único reflejo disponible proporcionado por la ventana, Amelia se daba aliento a sí misma. Las hebras negras habían recuperado su lustre y su piel poco a poco volvía a un color aceptable, no estaba bien, pero disimulaba con excelencia estarlo.
Siguió los consejos de Tomás al pie de la letra; Las escaras desaparecían sin prisa mientras que la demencia ya no se exteriorizaba. Los baños habían sido necesarios, al igual que el cuidado personal básico que una persona cuerda cargaría. Las cicatrices continuaban, pero su costra ya no era arrancada, los pesares mentales prevalecían, aunque la actuación los ocultaba con destreza.
—Señorita Santana...— A su lado, el enfermero tutelar de su cuidado seguía atentamente cada uno de sus movimientos. —¿Segura qué querrá salir al patio?—
Teniendo presente los consejos antes brindados por la única persona que realmente velaba por su bienestar, Amelia sonrió de manera falsa. Aquella puesta en escena solo era una confabulación para mostrar, a todo aquel que se permitiera observarla, un estado de salud favorable. —Claro, es una tarde realmente hermosa, es más, sí tengo algo de suerte quizás alcance a ver algún fuego artificial ésta noche—
—No encendemos cohetes aquí, señorita, por los demás internos. Algunos tienen oídos muy sensibles y otros, bueno.... El fuego no les agrada. Pero cuente con que la cena de ésta noche será de su agrado—
Pensar en comida era la última idea que podría tener su descompuesta mente. Cada recuerdo gustativo traía consigo una acarreada de agrias tonalidades en su boca. Las náuseas nunca habían concluido, al contrario, cada día empeoraban, obligándola a permanecer más de lo debido en sus rodillas. Intentando cambiar de tema, Amelia volteó a mirar al oficiante, cargando en sus ojos la mirada más inocente que podía realizar. —Dime una cosa, pero sé sincero conmigo... ¿Estoy decente?—
—¿A qué se refiere, señorita?— Extrañado, el enfermero cuestionó.
—Ya sabes... hoy vendrá el doctor Santana y quiero saber sí mi condición física aún cuenta con su resplandor— Mintiendo, su propio veneno se coló hasta su estómago. Las patrañas generaban gangrena, pudriendo todo a su paso y contaminando su sistema con malicia. Las ideas vengativas eran recurrentes, pero, debido a su nueva postura, no debían ser mostradas.
—Oh...— Aclarándose la garganta, el oficiante respondió. —Sí me permite el atrevimiento, usted está radiante hoy. Me alegra de sobremanera que por fin usted se adaptara.—
—Solo era cuestión de tiempo, tarde o temprano terminaría bailando a su ritmo... Hablando de eso, sigo enferma de mi estómago. Me gustaría saber sí se podría hacer algo, no lo sé, variar mi dieta o proporcionarme algún medicamento combativo— Mencionó Amelia mientras que el burbujeo de su estómago comenzaba de nuevo y trepaba hasta su boca. Sabía con toda seguridad que el ayuna a la cual ella misma se había sostenido y las pastillas ingeridas con coraje ahora cobraban factura.
Titubeante, el enfermero solo dijo lo primero que nubló su cabeza. —Hoy... Hoy... Le preguntaremos al doctor Santana que podemos hacer con eso, seguro el tendrá una solución. Además, el la conoce mejor que nadie—
Escocía en su piel aquella mentira, dolía y a su vez brindaba consuelo en base a un tortuoso planeamiento. Para su suerte, Augusto no sabía ni un cuarto de su vida, eso garantizaba que sus súbitos movimientos en el tablero sean una sorpresa, tomándolo desprevenido y arrebatándole la victoria. La ironía era un deleite, un manjar único del cual solamente ella podía ser comensal. —Sí... Claro, Augusto sabrá— Mirándose por última vez en el reflejo de la ventana, Amelia volvió a hablar. —Iré a mi habitación a terminar de leer mi libro, cuando venga mi prometido, por favor, anúncielo en mi puerta—
—Claro, señorita, no habrá problema en ello— Despidiéndose con una pequeña reverencia, el enfermero aguardó a que la joven bajo su cuidado ingresara en su habitación posicionada a pocos metros.
Ella, con la puerta aún abierta, se recostó en su cama y tomó de su mesa de noche la pequeña antología de poemas que había sacado de la biblioteca hospitalaria. Pronto notó como su paciente se perdía en un universo trazado a base de tintas y un barco de papel, seguro de su accionar, sintió calma al notarla tranquila. En compensación por su buen comportamiento, le brindó privacidad para disfrutar de su libro, marchándose a paso lento del dosel de su puerta.
Amelia, expectante como un gato, contó sus pisadas al alejarse. Diez pasos fueron realizados, aquellos marcaban la distancia necesaria para concluir con su actuación. Apresurada, lanzó su libro sobre la cama y se puso de pie intentando no provocar ningún ruido extraño. Era precavida, cada movimiento tenía que ocultar su objetivo. Arrodillándose en una clara intención de rezo ella apoyó uno de sus codos sobre el borde del lecho y bajó la cabeza en señal de penitencia, cualquiera que viera su estampa no duraría un segundo de esa acción tan puritana. Manteniéndose así, metió una de sus manos en el hueco que ella misma le había hecho al colchón. Buscó entre su relleno con ayuda de sus dedos hasta que encontró el secreto que albergaba la goma espuma. La cruz que Tomás le había dado estaba allí, bastante mutada de su forma original. Los pies del salvador habían desaparecido a causa del filo que ahora el crucifijo tenía, el símbolo religioso ahora era una pequeña arma afilada a base de las patas de su cama y los barrotes de la ventana.
En un rápido movimiento, introdujo la cruz bajo su blusa, usando su sostén como habitáculo del celestial blasón. Desconocía sí Augusto vendría acompañado, pero no podía correr el riesgo a que un degenerado la pillara indefensa. Bajó la sabana y tapó cuidadosamente el hueco mientras que aún permanecía de rodillas, ahora el símbolo religioso que cargaba entre sus pechos le brindaba algo de valentía.
Recompuso su postura, irguiéndose, suspirando ante la dura realidad. Sí existía algo peor que sufrir en silencio sin duda alguna era fingir cordura y piel de hierro. Agarró el libro tan soso que había fingido leer y recostándose en la cama, intentó comprender las melosas escrituras que el mismo mencionaba.
"El amor lastima con la potencia de una flecha mi corazón sereno, aún tengo la esperanza que tu cambies y me des la felicidad que anhelo" Al leer esas singulares estrofas, Amelia cuajó su rostro en dos expresiones totalmente distintas; Por un lado, la sorpresa estaba presente. ¿Cómo era posible que la idiota que había tenido el coraje de escribir semejante barrabasada consideraba que todo amor debía ser un martirio? El amor, o por lo menos lo poco que sabía ella en su corta experiencia, es benigno. No debe lastimar ni mucho menos estar enterrado a base de terrones de azúcar en una tumba de llanto, sonrió a sí misma, pobre de aquellas internas que tomaran enserio aquellas infortunadas palabras. Cambiando su rostro ante la segunda expresión, sintió asco, como quien huele un cadáver mal tapado, solo esperaba que las desdichadas que disfruten de esa lectura tuvieran la piel lo suficientemente dura como para soportar el golpe cariñoso de su amor prometido en estado de embriaguez.
Cerrando aquella oda al sufrimiento, Amelia lanzó el libro al suelo y riendo pronunció una de las pocas cosas sensatas que había dicho en su vida. —Al carajo tu amor doloroso, chica virgen—
Miró al techo y esperó, pronto el anuncio de su visita sonaría en el portal. Suspirando, se resignó, estar en ese sanatorio solo era una muestra de una batalla perdida donde las pastillas eran las bajas vividas. Pero la guerra continuaba y Satanás mismo lo sabía, ella no perdería.
Los minutos pasaron y pronto, la tranquilidad de sus ojos cerrados fue interrumpida por suaves golpeteos. Pensando que el dueño de ese diminuto ruido sería un oficiante del sanatorio, se recompuso, sentándose al borde de la cama. Pronto notó su error, el visitante no era un enfermero cualquiera, sino el mismísimo Augusto Santana.
—¿Tok tok? Busco a la señorita más linda del mundo. ¿Usted la ha visto?— Una frase insulsa bastaba para que su cabeza ardiera en rabia. Augusto hablaba ensoñado, con la misma cara de idiota que tenía cuando pronunciaba los logros de su padre.
Fingiendo sorpresa y mostrando una sonrisa que solo Dios sabía cuánto dolía realizarla, Amelia respondió. —De seguro debe estar con mi prometido, aprovechando de que yo estoy lejos—
—Vamos, Vonnie. Tu sabes bien que me refería a ti— Acercándose a ella con su porte de muñeco de feria, Augusto reveló detrás de sí un insulso ramo, fatídicamente grande, de lilas. —Sé que son tus favoritas—
La cruz latía entre sus senos, quería sacarla de su escondite y clavársela en el cuello, pero dedujo en su poca consciencia que aquello no sería digno de una persona cuerda. Manteniendo su rol protagónico en la gran película que era su farsa, Amelia sonrió agarrando el ramo de flores y llevándolas a su rostro. —Son hermosas, no te hubieras molestado, con tu visita me basta. Oye... ¿Viniste solo?—
—Sí. ¿A quién esperabas, gatita?— Acentuando ese cuestionamiento con una leve inclinación de su ceja, Augusto preguntó.
—Pensaba que vendrías con tu amigo, ese que me cambió el suero la otra vez— Intentando que el miedo no se reflejara en sus pupilas al tener la imagen mental presente de Lucas, Amelia respondió.
—Ah, el doctor Grimmaldi— Sonriendo ante el interés de su prometida, Augusto continuó hablando. —Él es un hombre de familia, no lo invité a acompañarme porque de seguro está con su mujer, ella está en cinta así que entenderás la importancia de cuidarla—
—Oh...— Pronunció Amelia al escuchar semejante catarata informativa. Se prometió a sí misma, luego de darle diversos golpes en su regordeta cara a su amiga, que le gritaría la verdad que escondía Lucas. Algo en ella sufría por Mónica y su abandono, siempre supo que había pocas luces en su cabeza en temas románticos, pero nunca pensó que caería tan bajo a causa de semejante funesto personaje. —Sí, entiendo. ¿Te puedo pedir un favor, Gus?—
—Sí, muñeca. Lo que tú quieras—
—No me vuelvas a dejar sola con él...—
Curioso por aquello que su prometida exclamó, Augusto preguntó. —¿Por qué?—
—Bueno... Yo...— Por su cabeza gritó la idea de confesar su verdad. Contarle a Augusto todo lo que ese hombre le había hecho y prometía hacerle. Pero rápidamente comprendió que no le creería, Augusto siempre usaría cualquier palabra en su contra. —Cuando me cambió el suero fue bastante torpe, mira— moviendo su brazo, Amelia expuso el gran circulo violáceo que la aguja le había hecho. —Me dejó morado, no tiene la suavidad de tus manos...—
—Gatita, eso se ve feo— Acercándose al moretón de su brazo, Augusto dejó un beso en la piel percudida. Amelia sintió la infinita pulsación de su estómago gritar el asco que ahora la invadía.—Pronto sanará, te prometo que él no volverá a hacerte nada. ¿Sí?ؙ—
—Sí, gracias...— alejándose de él con la excusa de parar las flores en el receptáculo plástico, Amelia disimuló su odio. —¿Quieres salir a charlar al recibidor? Me vendría bien un poco de aire fresco.—
Augusto estiró su brazo, en una señal clara de que la mujer al lado suyo podía agarrarlo. Suspirando por dentro, Amelia hizo lo que el suponía, se unió a él enlazando sus extremidades, pronto la habitación quedó atrás.
Los pasillos eran surcados y las puertas atravesadas. Amelia se encargaba de saludar a todo aquel que le hablara regalándole una gran sonrisa, haciendo que su humor positivo se respirara por toda la clínica. Ahora era solo una chica bien portada, varios enfermeros halagaron a la joven pareja y abrían paso a su ritmo.
—No quiero que pienses que te estoy controlando, Vonnie, pero antes de ir a verte pedí un informe de tu estado... Según me dijeron estás muy bien, con una buena conducta y con excelentes hábitos. Creo que ahora entenderás porqué te traje aquí—
Soportando los impulsos que su mente le dictaban orientados al homicidio, Amelia ya con una muy creíble falsedad, respondió. —No lo sé, tu dime—
—Te traje aquí para que sanes... Por dentro y por fuera, lo estás haciendo. Cuando te veo ya no encuentro nada de la corrupción por la que pasaste, supongo que fue una etapa, ahora solo veo a mi Vonnie—Deteniéndose en una parte vacía del pasillo, Augusto se quedó estático. —Por favor... Entiende que todo esto es por un bien mayor, Amelia... Quiero que sea como alguna vez lo soñamos, solo tú y yo disfrutando de nuestra vida, visitando a nuestros padres los sábados y viendo malas películas los domingos— Augusto realmente creía que hacía lo correcto y eso reflejaban sus ojos, Amelia al verlo en detalle solo lograba hacer a su asco crecer, él era el que debía ser internado sin duda alguna. Cortando el silencio, Augusto continuó su monólogo. —Por eso te pido que dejemos todo atrás, los problemas, las amarguras, San Fernando y a él...—
Su lengua picaba, Amelia debía decirlo. —Yo no soy la única que engañó en la relación y lo sabes, sé que no soy ninguna monja, pero eso no te hace a ti un santo—
—Lo sé, por eso te pido perdón y también aceptaré tus disculpas... Vonnie, ya es hora de cambiar la página—
—Sí... Tienes razón...—Sonriendo ante esa inusual metáfora, Amelia pronuncio. —Ya es hora de cambiar de página. Cuando veas los fuegos artificiales esta noche, créeme, estaré pensando en ti—
... ... ...
—¡Tío Tomás!—La pequeña niña, con su vestido de fiesta rosa, se acercó a el hombre que con mucha dedicación colocaba los cubiertos sobre la mesa mantelada dispuesta en el patio. La niña arrastraba su pie, mostrando una clara molestia. Cuando el mayor giró a verla, ella exclamó. —¿Puedes atarme los cordones?—
Tomás sonrió ante ese inusual acto de pura inocencia, su corazón dejaba por un momento la tristeza para bañarse en la dulzura de su propia sangre. —Claro, Alba.— Arrodillándose en el piso, Tomás logró anudar su pequeño zapato, la niña feliz solo lo observaba con maravilla. —Ahora ve a jugar con tu hermana, pronto estará la cena lista—
La pequeña partió corriendo de su lado, pronto desde la sala principal de la humilde vivienda se escuchó su risa resonar. Aquello era un hogar bien fundado, quizás faltaba algunas comodidades, pero sobraba la felicidad.
Héctor se acercó a su lado, colocando cada uno de los siete platos en el lugar designado para cada comensal. Susurrando cerca suyo, habló. —Las niñas se han encariñado rápido contigo, espero que no las abandones—
—No lo haré, tenlo por seguro. Además, pienso quedarme en la ciudad... Cuando todo se normalice prometo dejar de molestarte aquí y buscar un lugar propio—
—Hablando de lo normal... ¿Qué sabes de la diócesis?— Deteniéndose, Héctor se sentó invitando a su hermano a tomar lugar cerca suyo.
—No he obtenido respuesta aún, supongo que cuando termine el periodo de fiesta obtendré lo que pido, pero créeme, es un trámite bastante largo— Sentándose a su lado, Tomás miró la gran mesa que se disponía frente suyo, mientras la música proveniente de la cocina y las risas de las infantas en la sala creaban un ambiente familiar nunca antes vivido. Su mente estaba intranquila a causa de su ángel, pero su corazón sereno acobijado por el calor del amparo. —De verdad... Gracias por permitirme estar aquí—
Golpeando su brazo, Héctor rio ante su expresión de dolor.—Eres mi hermano, idiota. No eres una molestia, ni mucho menos un desconocido... Somos familia, me alegra mucho que después de tanto tiempo nos acompañes—
—Oigan, ustedes dos— Acercándose a su lado, Flavio apareció cargando diversas botellas. —Un poco de ayuda no me vendría mal—
Tomás fue el primero en levantarse y cargar con los envases diversos que su hermano traía, distribuyéndolos por la mesa. Pronto Flavio tomó lugar entre ellos, adentrándose en la charla. —Esas mujeres... ¿Puedes creer qué me echaron de la cocina? No entiendo por qué cocinan tanto, las niñas apenas comen, tú también, yo no pienso estar mañana con indigestión, en cuanto a ti Tomás... Bueno, eres de huesos anchos, supongo— Riendo, Flavio descorchó una botella de vino, llenando posteriormente tres vasos que repartió entre sus fraternos. —¿De qué hablaban?—
—De qué a Tomás no le respondieron de la iglesia y que se siente un estorbo aquí— Bebiendo, Héctor habló en voz baja, haciendo que su hermano menor riera.
—Toda una reina del drama, como siempre— Empezando con su caterva de burlas, Flavio continuó hablando. —¿Recuerdas cuando el señor, aquí presente, quiso marcharse de la casa porque mamá lo retó por no haber traído la leña suficiente?—
Las risas rebotaban en ambos costados, mientras que un solo individuo de ese trio se mantenía callado. Héctor, embelesado por el recuerdo, fue quien continuó hablando. —¿Y cuándo tú te rompiste el brazo y tenías a una llorona de dos metros sollozando a tu lado? Ni mamá se preocupó tanto—
La charla mutó a carcajadas inconexas, ahora Flavio imitaba la voz de su hermano a la perfección. —"Debí haber sabido que te caerías de ese árbol, por favor, perdóname por no acompañarte hasta para ir al baño, que mal hermano soy."— Simulando sorbos con su nariz, ambos hermanos estaban al punto de aturdir con su estridente risa.
Apenado, Tomás habló. —Lo siento por haberlos cuidado, de verdad... Debería haber dejado que se murieran de frio o que se partieran el cuello—
Flavio fue el primero en responder, intentando calmar su estómago que ahora dolía de tanta risa promulgada. —Solo te estamos molestando, Sámot, no te lo tomes tan a pecho. No quiero que armes un berrinche. ¿Qué pensarían las niñas de ti?— Deteniéndose a beber otro trago, Flavio continuó. — Hablando de todo un poco; ¿Qué sabes de la señorita maravilla?—
Con su rostro teñido de duda, Tomás no entendió a lo que su hermano se refería. —¿Señorita maravilla?—
—Ya sabes— Respondió Héctor. —Nos has hablado tanto de ella que ya siento que la conozco de toda la vida—
—Según tu hasta llora diamantes y se baña en oro esa mujer, un poco más la halabas y pensarías que estás en una secta y esa chica realmente no existe— Concluyendo, Flavio nuevamente habló. —Cuanto tú y ella estén bien, tráela aquí, quiero conocerla y pedirle que me bendiga con su gracia divina—
—Ah... Ami— Entendiendo donde iba encaminada la charla de sus hermanos, Tomás respondió sus dudas. —Mañana la veré, espero poder traerla aquí pronto.—
—Pero, ¿Ella está bien?—
—Dentro de lo que podría significar bien, diría que sí— Respondió Tomás con algo de pena, realmente le dolía el hecho de que él se estuviera divirtiendo mientras que Amelia sufría encerrada.
—En ese caso, brindemos— Levantando su vaso colmado en vino, Héctor tomó la palabra. —Para que prontos traigas a esa chica aquí y, sobretodo, brindemos por tu regreso. Hacía mucho tiempo quería vivir éste momento... Los tres juntos, como siempre debería haber sido—
—Amén por eso— Efusivo, Flavio levantó su bebida. —Salud—
La vida cambiaba y cada giro era una nueva experiencia a la que debería hacerle frente. Asustado por el futuro, pero entusiasmado por el mañana, Tomás, con algo de timidez, se animó también a corresponder el festejo. —Salud...—
... ... ...
Mirando el techo, Amelia no podía creer aquello que ahora vivía. Era el primer día del año y se encontraba levantada a temprana hora de la mañana, no había signos de resaca en su cuerpo, ni mucho menos dolor en sus pies a causa de los tacones. Su vida mutaba de manera estrafalaria, provocando que se desconociera a sí misma, obligándola a negar su propia naturaleza, aquella que tanto amaba.
Continuaba viendo el cielo raso de su habitación, pensando en el triste festejo que había tenido. Su cena especial había consistido en un pedazo de pollo frío bañado en las lágrimas de los demás internos, cerrando con broche de mimbre una época de por demás espantosa. Esa noche no hubo fuegos artificiales, tampoco había habido besos al ritmo de la cuenta regresiva... Solo ella contra una ventana, esperando la excusa perfecta para retornar a su cuarto dispuesta a intentar comer su comida mal preparada.
Suspiró, como lo hacía comúnmente cada mañana al saber que ese lugar no era un producto de sus pesadillas, sino una dura muestra de realidad. Como quien se retiene a uno mismo de caer en el infortunio de la desesperación, se puso de pie con su cabello revuelto, ya era hora de comenzar su día.
El rostro lavado no tenía carmín, su cuello estaba ausente de perfume. ¿Qué clase de mujer era esa que ahora le devolvía la mirada desde el espejo? En sus ojos ya no brillaba el fuego salvaje de un grito de rebeldía, ahora solo resplandecía la sumisión ante un designio odiado. Debía cambiar.
Utilizando su quinto pijama blanco y con el cabello tristemente atado por una sencilla coleta, recorrió los pasillos en una rutina casi autómata. Muchos la saludaban y allí, nuevamente, estaba la misma sonrisa falsa que había estado realizando todos estos días.
El comedor se presentaba y el lugar de siempre era ocupado, la ventana estaba cerrada, pero eso no impedía que llegara hasta ella el canto de los pájaros. Los odiaba acentuando su cólera con la envidia, ellos estaban libres lanzando sus silbidos al viento mientras que ella estaba encerrada, marchitándose, en la jaula más inmensa de todas.
—Buenos días, señorita Santana— Cargando una bandeja de insulso plástico, el enfermero, cómplice de su captor, aparecía como todas las mañanas. En ese receptáculo había fruta y un desabrido té acompañado por tostadas frías, acentuando como platillo principal las diversas pastillas que se encontraban dentro de un pequeño vaso.
—Ah... Buenos días. ¿Cómo pasaste las fiestas?—Disimulo, recato y sumisión... Tres palabras que ahora marcaban la vida de Amelia Von Brooke. —Casi está vacío el comedor. ¿Qué pasó con los demás internos?—
—Ellos están con sus familias hoy, muchos volverán ésta tarde.—Respondió el oficiante para luego seguir hablando— Por mi lado la pasé bien, aunque mis pensamientos estaban encaminados a la clínica— Observando como Amelia solo se quedaba mirando el cuenco con la infusión, replicó. —Por favor, coma y tómese sus pastillas—
—Sí, lo siento, me quedé pensando en mi padre— Sintiéndose olvidada, Amelia agarró las píldoras, inspeccionándolas un momento, notando la aparición de nuevos colores. —¿Estas son las que Augusto me recetó?—
—Sí, señorita. Ahora con ellas ya no tendrá problemas—
Sin titubear las ingirió. ¿Qué otro mal podía desencadenar? Continuando con su rutina, bebió el té amargo, mientras que los trozos de manzana cortados intentaban ser masticados por su boca desganada. El enfermero solo la miraba complacido, después de todo ese era su trabajo.
—Antes que lo olvide, Amelia. Hoy no habrá talleres, tienes el día libre. ¿Tienes algo en mente?—
Ella pensó unos momentos, las opciones eran pocas, pero por demás aburridas. —Seguramente iré a tocar el piano, no quiero perder la práctica.... Luego iré unos momentos al patio a tomar aire fresco.—
—Está bien— Sentenció el enfermero. —Podrás ir a la iglesia sola sí me prometes que te comportarás. Pero, para salir te acompañaré. No me gustaría que te sucediera algo y que yo esté lejos—
Teniendo presente la figura de su captor, Amelia bajó la cabeza, aquel era su destino. —Sí... Está bien...—
El tiempo pasó y el desayuno fue concluido sin ganas, pronto su única diversión se hacía presente resguardada por la sintética seudo-iglesia que albergaba la edificación.
Allí nuevamente estaba, la pianista del loquero, sentada en la banquilla mal nivelada, contemplando las teclas que ahora gritaban por colarse por sus venas y trepar hasta sus huesos. Vestida de blanca nube ahora mutaba en tempestad, las manos ahora bailaban sobre la monocromática superficie, gritando su pena... Contando su pesar.
No había partitura, ni mucho menos una canción memorizada, solo había un entrevero de notas atormentadas que se enredaron en su cabello y llegaron hasta su alma desdichada. La canción tomaba forma a base de una ausencia que se acrecentaba por las largas noches frías sin el calor de una piel sacra, dolía la duda, martillaba al pecho la herida que escocía. La arena del tiempo, cosechada por los años, solo traía a su mente el amor y la dicha a los cuales ella no merecía.
Silencio... La clínica entera se enmudeció, ella cerraba los ojos y, mágicamente, se levantaba el telón. Ascendió por los cielos y anidó en el sol, allí, con una brisa, la primera nota prolija apareció. Los dedos se movían, el pentagrama ya no era necesario, tenía su canción... Una canción atormentada a causa de la mente siniestra de su captor, pero tenía de orquesta al latir de su corazón. El éxtasis llegaba, la musa estaba visualizada en el fondo de sus parpados, dibujando su sonrisa entre las notas, poco a poco se empezó a formar un adagio.
Con el sabor de un beso robado, la calma llegaba musitada por pequeños altos, la sangre se calienta bajo sus manos... El recuerdo de un amor profano ahora cuenta su historia a través de sus dedos, himno marchito corrompido por el deseo. Enardecida por la dicha y el esplendor de crear un amante construido a base de una canción, la tonada terminó.
Aún con sus dedos sosteniendo la última nota, abrió los ojos, buscando redención en la pared que tenía como paisaje.
—Eres demasiado talentosa, Ami—
Volteó apresurada, conocía perfectamente esa voz. No supo sí era un delirio o una cruel broma de la locura latente en su mente, no le importó. Sin impórtale quien la viera, corrió los escasos pasos a su encuentro y saltando se entregó a sus labios, su bigote picó de la misma manera que le gustaba y ese sabor tan propio construido a base de eucaristía persistía. Cerró los ojos, los sentidos se disparaban al sentirse correspondida. Cuando la calma volvió atosigando a sus demonios, sonrió con una sola oración en su boca. —Dime que estás aquí y no estoy loca...—
Tomás notó la desesperación de sus labios, pudo sentir la necesidad que su piel transpiraba. Amelia poco a poco estaba siendo consumida por su soledad. —Ami... Te extrañé mucho— Devolviéndola al suelo, miró detrás suyo. Agradeció a Dios y a todos sus santos que nadie hubiera visto semejante acto. En su cuello el falso collar religioso seguía, debía guardar recato para que nada hiciera tambalear el precoz plan que realizaba. Agarró su mano y la guio hasta uno de los banquillos, ella obediente como nunca siguió sus pasos. —Escúchame, Ami. No podemos perder el tiempo... Fuimos a hablar con tu padre—
—¿Qué les dijo? ¿Vendrá a sacarme?— Ilusionada ante esas palabras, Amelia abría los ojos como una caricatura.
—No nos creyó... Piensa que quieres salirte de jolgorio con Facundo...—
Cerrando los ojos y apretando su frente con una mano, Amelia murmuró. —Mierda, mierda, mierda—
—Pero tranquila...— Acercándose más a ella, Tomás sacó de su bolsillo un aparato bastante conocido a sus ojos. Rápidamente, el celular cambió de manos.
Amelia intentó discar un número, pero la falta de señal hizo que la comunicación sea imposible.
Tomás ganó su atención, agarrando su pequeña mano libre. —Seguramente tu entiendes más ese aparato que yo... Facundo pensó que sería una buena idea que le grabes un video a tu padre, explícale todo. Luego lo enviaremos lo más rápido posible—
Amelia rápidamente empezó a digitar sobre la suave superficie, la cámara delantera fue activada y el celular puesto encima de sus rodillas. Respiró hondo, para luego mencionar. —Vigila. ¿Sí?—
—Tranquila... Sí esto no funciona te sacaré de otra forma, solo dile aquello que lo hará reaccionar—
Amelia apretó el símbolo que daba comienzo a su relato. Teniendo como primer plano su rostro demacrado y los rizos de su coleta descendiendo a un costado, comenzó a hablar. —Papá, cuando recibas esto por favor ven a buscarme. Estoy ahora con Tomás... Créeme, esto no es una broma o una excusa. Augusto me metió aquí para que no lo dejara, tu sabías que lo iba a hacer, te lo conté en el pueblo. Es un loco psicópata que no lo puede aceptar... Yo no quise matarme, ni mucho menos, debes creerme, te lo juro por Dolores que no estoy inventando nada. Me están enfermando aquí, pasé el peor año nuevo de mi vida. Estoy lastimada, me llenaron de moretones y creo que me están contagiando su locura... Por favor, sácame de aquí, eres el único que lo puede hacer por la vía legal. Sí no lo haces, me escaparé, sabes qué puedo hacerlo. No quiero ser una fugitiva... Extraño la libertad, aquí solo me dan un respiro a base de pastillas. Sí tanto dices amarme y ahora juras que confías en mí, demuéstralo. Un tipo me ha sacado fotos en mi estado, las venderá, estate preparado... No voy a aguantar mucho tiempo— Concluido el corto mensaje, Amelia terminó ese singular video. Ahora Tomás podía ver como las lágrimas bañaban su rostro en un indicio claro de desesperación.
Guardó el teléfono con la preciada carga en su bolsillo y, cerciorado que nadie los miraba, la abrazó intentando secar sus lágrimas con el calor de su pecho. —Lo hiciste muy bien, Ami... Ya verás que pronto estaremos juntos de nuevo, fuera de aquí—
... ... ...
Atareado, Juan Von Brooke contemplaba la enorme pila de papeles que tenía delante suyo en su escritorio. Cada uno de esos tediosos escritos necesitaba su firma, sin leerlos, el bolígrafo bailaba sobre las hojas dibujando su gancho y escribiendo su nombre.
De repente, su celular sonó. No le dio mucha importancia, así que continuó con su tedioso trabajo. El aparato nuevamente hizo un pitido, aquello llamó su atención, curioso agarró su teléfono y develó de quien provenía tan poca común molestia.
No tenía el número registrado entre sus contactos, pero por su terminación supo al instante que se trataba del molesto niño amigo de su hija, el mismo que le escribía diariamente. Miró el mensaje sin prestarle demasiada relevancia, la oración era corta. "Ahí tienes lo que querías"
Debajo del texto un video ya cargado mostraba un rostro conocido. Apresurado por saber sobre la supervivencia de su hija, apretó el botón encima de su cara el cual hacía que el mensaje comenzara a reproducirse.
Escuchó sus palabras, pero su desgarrador aspecto lánguido fue quien le quitó el aire. Conteniendo su espanto de verla así de destruida, prestó atención a su mensaje. Su boca se movía con dolor, adornando la comisura de sus labios con las perlas de sus lágrimas... No pudo verlo completo.
Dejó el teléfono sobre su escritorio y quedó en silencio unos momentos. En la mesa brillaba el portarretratos donde ambos estaban estampados con una sonrisa amplia, aquella mujer no podía ser su hija. ¿Dónde estaba su brillo y sus palabras temerarias? ¿Qué había pasado para que enflaqueciera de esa manera?
Elevando la voz para ser oído desde las demás habitaciones, pronunció un nombre. —Víctor...—
Pronto un hombre ingresó a su despacho, reluciendo en su presencia un bien planchado traje gris. Apresurado, su asistente preguntó. —¿Qué necesita, señor?—
Elevando su mirada de tormenta, Juan Von Brooke habló. —¿Cuánto tardarás en conseguirme un médico clínico y un psiquiatra?—
El hombre en frente suyo mostró una mueca de asombro. —¿Se siente bien, señor?—
—No es para mí... Por favor, responde mi pregunta. ¿Cuánto tardarás?—
—Diez minutos cuando mucho, señor—
—Entonces que sean cinco— Poniéndose de pie, Juan continuó hablando mientras que se colocaba su saco. —Creo que también necesitaremos un abogado, diles que iremos a buscarlos, iré yo personalmente.—
—¿Le preparo el auto, señor?—
—Sí... Busca un buen chofer que sepa moverse por los suburbios y el área de las afueras—
Cuando notó que su jefe comenzaba a alejarse de sí, su asistente siguió atento sus pasos, aun intentando procesar cada orden comandada. —Disculpe señor, deberé cancelar los eventos que tenía provisto hoy. ¿Qué le digo a los concejales?—
—Dígales que fui a buscar a mí hija.—
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Buenaaaaaaaas noches, Wattpad. Luego de unas cortísimas vacaciones de sanación, he vuelto.
Espero que todos pasaran un genial comienzo de año. ¿Cómo han estado? ¿Qué cuentan de nuevo? ¿Les han dado su beso de año nuevo?
Yo no tengo mucho que relatar, diciembre fue una perra conmigo, pero enero parece ahora sobarme un poco la espalda. Sí pasaste un mal trago, créeme que te entiendo. ¡Arriba ese ánimo!
Aprovecho la oportunidad para saludar NaylaBravo quien cumplió hace poco sus 15 primaveras. Como diría mi abuela, que en paz descanse: "Ya sos una mujer" (Claro, porque antes de eso una era un oso) Espero que la hayas pasado bien, reina. Te mando mi cariño.
Sin más nada que decir, les agradecería que debes en cuando compartieran mis obras. No saben cómo me ayuda eso, al igual que sus comentarios. La motivación que me dan es increíble.
¡Nos vemos el domingo!
Quien las extrañó:
Patri Jordan y la concha de la lora... Una sufriendo como vaca en el matadero y la hija de puta sonríe. Siento como sí me hiciera burla. Maldita mujer de las piernas perfectas.
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