47: "Destrozada" + sorteo navideño
NA: Las bases del sorteo navideño se encuentran al final del capítulo. ¿Qué esperas para anotarte? 7w7
Los días habían pasado y la pesadilla seguía vigente en su realidad. Maldecir, insultar y los insulsos golpes ya no eran necesarios. La esperanza se había perdido ya.
Como un alma atormentada más de ese recinto, encontraba su justa escapatoria cerrando sus ojos y encomendándose a un dulce sueño. Recuerdos oníricos de pasiones ya vividas y besos con el sabor a un añejo vino de servicio le daban la bienvenida cada noche, entregándose a viejas canciones litúrgicas compartidas, viviendo a través de sus memorias y condenada a la muerte en vida.
Él no podía ayudarla, lo sabía, nadie podría cargar con semejante peso de salvar a un condenado de su encierro. Solo contaba las horas, sabiendo que algún día nuevamente estaría en libertad y cuando esto sucediera volvería a sus brazos y quemaría al culpable de sus lamentos con todo el fuego de su odio.
Había empezado a convalecer, estaba enferma de muerte, teniendo el olor a un sepulcro húmedo en su cuerpo. La piel violácea empezaba a aparecer en cada pastilla que le obligaban a tragar a la fuerza y en las áreas donde continuamente la aguja era inyectada. Llorar era lo único que podía hacer para calmar su tormento, todo estaba perdido.
Una mañana nueva comenzaba y, con ella, el mismo enfermero que vigilaba cada uno de sus pasos aparecía por el dosel de su puerta anunciando la claridad del alba.
—Señorita Santana, buenos días. Ya es hora de levantarse— Enfundado en su celeste quirúrgico había repetido las mismas palabras cada mañana desde su llegada.
Sin responder nada, Amelia se sentaba al borde de la cama mientras que podía jurar que la pronunciación de ese apellido le causaba nauseas. La rutina era la misma, ese joven ignorante de su realidad traía hasta su cama la bandeja con el insulso desayuno que allí brindaban; Un té desabrido bastante frio con tostadas recalentadas mientras que el platillo fuerte la saludaba desde un costado. En un pequeño vaso plástico diversas pastillas coloridas, los únicos colores que había visto desde su llegada, pedían ser ingeridas como cada mañana.
Sin protestar tomó las capsulas y las miró unos momentos, para luego hablar. —Ya estoy aquí contra mi voluntad, no tengo ninguna oposición a que me droguen sin compasión, pero creo que tengo derecho a saber qué me están dando—
—Señorita— Respondió el enfermero con una sonrisa ensayada, ni siquiera se había esforzado en aprender su nombre. —Nadie la está drogando, son solo vitaminas para mantenerla sana ya que se niega a comer—
—¿Comer? ¿Aquí?— En otras épocas hubiera reído, pero no contemplaba la alegría desde la única navidad feliz que había tenido. —La última vez que quise comer algo ustedes me dieron una sopa de almendras... Casi me matan, aunque me hubiera gustado que lograran su cometido—
—No sabíamos de su alergia, señorita, ahora por favor tome sus pastillas y no cause más problemas—
Sin chistar y con aún sus ojos enrojecidos por llantos pasados, introdujo cada píldora en su boca y, sin ningún lubricante en su garganta, las tragó sin importarle la aspereza de cada una. La voluntad y la lucha se habían perdido.
El enfermero se puso delante de ella y, con un leve gesto en sus ojos, le obligó a abrir la boca. Comprobando así que ninguna pastilla hubiera quedado fugitiva bajo su lengua, al corroborar la visión negativa de esto, sonrió. —Muy bien... Ahora tome su desayuno así puede comenzar el día con energía—
—No tengo hambre...—
—¿De nuevo? Señorita, sí continúa así deberemos encontrar otra forma menos agradable para alimentarla— Sentenciando con aquella frase un violento futuro, el oficiante de medicina continuó. —supongo que tampoco se bañará hoy. ¿Verdad?—
Levantándose de la cama, solo porque su cuerpo estaba entumido, ella caminó hasta el marco de la puerta y miró por la única ventana enrejada que dejaba entrar la claridad del alba. Suspirando, tomó la palabra. —Hagan lo que quieran conmigo, ya no me importa. Y no, no me bañaré, sí ustedes quieren matarme entonces soportaran la podredumbre conmigo...—
Sin esperar respuesta, Amelia empezó a caminar por el infinito blanco pasillo que se encontraba a uno de sus lados, sabía que cada paso que daba era atentamente seguido por ese hombre. Todo era blanco, las paredes, su ropa y hasta su mente... La habían anulado.
En el pasillo diversas habitaciones abiertas contaban una historia similar, lloriqueos y sollozos se escuchaban mientras el sonido mudo de sus pantuflas siendo arrastradas intentaba calmar cada demonio que en su cabeza habitaba. Su visión se iluminó cuando vio a una joven, igual de demacrada que ella y también custodiada por su correspondiente enfermero, apoyada contra el marco de una ventana. Aquella anónima despedía humo de su garganta mientras que estaba entregada en un completo silencio, sin miramientos, Amelia se acercó a ella con una única incógnita en su boca. El cigarrillo que esa chica fumaba se había convertido en un deseo. Con la única pizca de energía que tenía, habló. —¿Me das una calada?—
La anónima estiró su huesuda mano entregándole el cilindro prendido en un cómplice silencio, pero pronto el enfermero que perseguía a la heredera intervino. —No, Amelia, ni se te ocurra—
Fastidiada y de por demás cansada de su realidad, Amelia resopló. —¿Por qué no? Ya he estado en un lugar como éste y sí se me permitía fumar... No entiendo tu sadismo—
El enfermero titubeó unos momentos para luego dar la más insulsa respuesta de todas. —Porque no, señorita... No es bueno para usted—
Sabiendo que solo había excusas básicas en su boca, Amelia llevó el cigarro a sus labios, pero pronto éste fue arrebatado. —Le dije que no, entiende Amelia, por favor. No quiero que te metan en aislamiento nuevamente—
Sí había algo peor que estar en ese lugar, era, sin duda alguna, estar confinada a la soledad de su cuarto. Así que no tuvo opción de obedecer las crueles palabras que la privaban de un placer tan simple y seguir caminando, sin duda alguna había tocado fondo.
—¿A dónde irá hoy?— Cuestionó el enfermero a dos pasos de distancia de ella.
Aletargada, Amelia dijo la verdad. —A la capilla...—
La única ventaja de estar en la planta baja y en la zona posterior a la recepción era la rudimentaria capilla que se encontraba a poca distancia suya. Aquello no podía llamarse un albergue de oración, solo era una sala de vidrio con bancos y una cruz, pero por alguna razón estar allí era una motivación para salir adelante.
Pronto el camino concluyó con el humilde templo sintético que mostraba el final del pasillo, escondido a un costado de la escalera. Abrió la puerta de grueso cristal dándose de frente con el pequeño crucifijo que allí colgaba. No se molestó en sostener el portal para su obligado acompañante, realmente odiaba el continuo asecho de ese hombre.
A un lado de la cruz se encontraba la única fuente de despertamiento que tenía para dar un descanso a su letargo. Un órgano eléctrico de pésimo sonido estaba enchufado y listo para ser acariciado por sus manos nuevamente, como lo hacía de manera diaria. Arrastró una silla delante suyo y tomando asiento enfrentándolo, cerró los ojos.
Como un lamento, la canción empezó a sonar. Había poca sincronía y los errores estaban presente en cada movimiento tembloroso de sus dedos, hasta eso le habían arrebatado. Consiente de sus propias fallas, Amelia apretó aún más sus ojos cerrados y, como quien ve una filmografía, dejó que una fantasía se apoderara de su mente, alejando por un momento los demonios que allí habitaban.
Allí estaba ella, en la ya conocida vieja Europa, dentro de la única iglesia que antes que apareciera en su vida el encanto de una sotana había llamado su atención. Notre Dame estaba soberbia para su deleite y deshabitada de la mirada de cualquier curioso, aquello no era lo sublime de aquel sueño consiente, lo verdaderamente atrapante era el rostro de su acompañante en aquella falsa iglesia que su mente construía. Ambos sentados en la madera del banquillo enfrentado al imponente órgano, se veía a sí misma maravillada por el rostro de la única persona que amaba iluminado por las candelas en una eterna expresión de sorpresa. La iglesia más bella era el albergue ideal para la perfecta pareja imperfecta que ahora era poseedora del secreto de la magnificencia que el templo poseía.
Sabía perfectamente que él jamás había contemplado la capilla que en forma de éxtasis clamaba su fe en demenciales arquitecturas. Las manos bailaban por las teclas mientras que con una sonrisa dolorosa tatuada en su cara seguía presa del encanto del único ser lo suficientemente divino como para amarla. La menor, fa mayor, re menor, siete y sol... Era un circulo enviciado en incienso que solo ellos dos podrían apreciar. La canción continuaba y las lágrimas descendían en cataratas que intentaban borrar el odio y la amargura que sus heridas causaban, mientras que la falsa estampa dolorosa continuaba.
Sus uñas cortadas hasta el límite de su piel dolían y cada famélico movimiento era un deceso para su orgullo, ya no podía seguir así, la imagen se borraba y la sonrisa de Tomás se desvanecía en el oscuro dolor de su realidad. Los ríos de sus ojos no parecían parar y eso lo hizo saber con un profundo golpe de sus manos abiertas sobre las teclas. Las lágrimas se convirtieron en llantos desconsolados y la pena en fuego de hoguera abrasando su piel frágil. Derrumbada sobre el piano y haciendo que su calvario fuera oído por toda la institución permaneció allí con su rostro pegado a la monocromática superficie. Su cara antes angelical ahora era solo un manojo de sufrimientos tangibles, mientras que suplicas al viento eran gritadas desde su boca abierta.
Como una modesta doncella contempló su cadáver bañado en orquídeas, la idea de morder hasta el cansancio sus muñecas, arrancándose las venas, apareció repetidas veces. Pero aquello no culminaría en un dulce espectáculo para su captor, debía sobrevivir sí quería retornar a los brazos de su verdadero amor. Pronto algunas viejas canciones fueron susurradas por el piano en tímidos acordes que la joven con su rostro acostado sobre las teclas daba. Mientras que el hombre, ajeno a su desgracia, se acercaba a ella, intentando consolarla.
—Ya está, señorita... Por favor, deje de llorar— Extendiendo un pañuelo de descartable papel el enfermero intentó tocar su hombro, pero solo tuvo de respuesta un rápido esquive y el arrebato del pañuelo de sus manos.
Ella no respondió nada, solo secó sus lágrimas e intentó recobrar su compostura. No le daría el gusto a ese pobre mortal de llegar con chismes a su captor sobre su infortunio. No otra vez...
Acomodó sus emociones y volvió a su famélico estado lánguido carente de expresiones. Ese lugar estaba arrebatándole la poca salud mental que le quedaba.
—Debería dejar de venir aquí, señorita... Realmente le hace mal—
—No...— Como quien es sumergido en agua helada, la respuesta fue casi autómata. —La iglesia no me hace mal, lo que realmente me hace mal es estar en éste asqueroso lugar—
El enfermero, ya acostumbrado a esa clase de respuestas, solo ignoró las palabras pronunciadas mientras que la curiosidad lo atacaba con el destello de un súbito recuerdo. —Disculpe la indiscreción... Pero desde que usted llegó aquí pronuncia un nombre cuando duerme—
Por algún extraño milagro sin razón, una sonrisa precoz pareció llegar al rostro de Amelia. —¿Tomás?—
—Sí, justamente ese nombre. ¿Quién es?—
Intentando no revelar la identidad del ser que clamaba a gritos entre sueños, dijo lo primero que atacó a su conciencia. —Un santo—
—Oh...— Acercándose a ella, pero guardando recaudo, el enfermero continuó. —¿Santo Tomás de Aquino?—
La broma continuaba y la risa mental ahora resonaba en el silencio de sus pausas. —Sí, ese mismo—
—Señorita... Estar continuamente en una iglesia y soñar con santos no es bueno. Empezaré a pensar que tiene delirio místico y su diagnóstico será cada vez peor—
Cansada de las palabras de un extraño y consiente que nada que dijera sería tomado en serio, resopló una oración. —No te conozco, pero realmente me caes muy mal. Espero que disfrutes estar aquí porque cuando salga me aseguraré que nunca vuelvas a trabajar— Encaminándose a la salida, debía continuar su aburrida rutina. —Perro faldero, ya es hora del taller de pintura—
Acercándose a ella, el enfermero empezó a seguirla como su habitual trabajo lo demandaba. Intentado entablar alguna clase de relación con la funesta paciente, cuestionó. —¿Qué pintará hoy?—
—Aún no lo sé, quizás unas rosas en un jarrón o el collar de corazón que ustedes me quitaron—
... ... ...
—Tranquila, déjalo salir. Pronto estarás mejor—
Arrodillada ante el inodoro y con el incesante golpeteo del enfermero en su espalda. Amelia contemplaba los diminutos restos de almuerzo que había consumido escaparse por su boca.
Su cuerpo estaba resentido, lo sabía, la dieta a base de pastillas no era más que un fin artificial para mantenerla con vida y así cumplir con los objetivos establecidos en el momento de su llegada.
Con los ojos aún más hinchados y con los restos brillantes de su saliva enmarcando sus labios agrietados y descoloridos, ella intentaba encontrar un motivo para ponerse de pie. ¿Qué la alentaría para luchar? Se encontraba sola a pesar de estar acompañada mientras que en su vena corría el sulfuro de alguna extraña teoría orquestada. ¿Qué le habría inventado Augusto a su círculo? ¿Por qué nadie se había ocupado en contactarla? El veneno se mezclaba con la bilis y toda la soledad surgía desde su garganta.
Habían flores aún erguidas en el modesto receptáculo de plástico, tulipanes que alguna alma bondadosa había dejado para su disfrute. No había nota en ellas ni deseos de recuperación, pero sí esperanza. Sólo conocía a una persona con la mente tan sucia como ella para asociar aquellos brotes con una vulgaridad. Facundo, con su risa histriónica, carcajeaba en su mente a causa de un chiste de mal gusto.
Pensó en él y en todos los momentos compartidos, tanto los dorados como los amargos. De manera casi imperceptible a su mente llegaron diversos rostros que, en un coro de silbidos, la animaban a levantarse; Mónica y su ahijado, Natalia y Carolina, María y su padre. Todos ellos, de una u otra manera, esperaban su retorno coronando la gloria en un sencillo movimiento, debía ponerse de pie.
Pero el primer nombre seguía grabado en su piel como recuerdo intangible de su pasado, mientras que la aparición de un santo bordaba su corazón con los hilos de un futuro anhelado. Aún con la amargura de su garganta atentando contra el juicio de sus sentidos, temió por lo que le esperaba. ¿Tomás habría caído en la mentira de creer en la sutil telaraña que Augusto había creado? ¿Qué pasaría? Resopló con los ojos cerrados al recordar lo que ambos habían compartido.
Tomás ya la había abandonado una vez a causa de un entredicho. ¿Qué le garantizaba que eso no volvería a ocurrir? De existir un Dios, ahora mismo reiría al ver a su más rebelde ángel clamar ayuda divina... Ya no había nada.
Con la bendición de una vida de locura bañada en oro, llegaba la maldición de la soledad que solo un diamante podía comprender. ¿Él podría en su sana mente diferenciar lo falso de lo real? ¿Qué tan bien la conocía?
El botón del baño fue apretado y el agua se llevó lo rosarios despedazados que había vomitado. Sin duda alguna estaba contemplando su momento más oscuro.
—Vamos, señorita. Levántese y la ayudaré a llegar a su cama— Mencionó el enfermero mientras que con ayuda de un poco de papel higiénico limpiaba la boca del cascarón que alguna vez había sido Amelia Von Brooke.
Agarró su brazo sin nada que decir, al ponerse de pie todos sus huesos comenzaron a vibrar mientras que un súbito calvario en forma de jaqueca aparecía. El frío corrió por su espalda dejando sutiles pinceladas eléctricas en cada vertebra de su columna mientras que su mirada se nublaba.
Allí todo desapareció, el dolor y la agonía se marcharon en conjunto con la sintética luz de la bombilla. El brillo murió en sus retinas mientras que su cuerpo cansado había caído en una cama de lirios, la calma retornaba en compañía de los únicos brazos lo suficientemente fuertes como para soportarla, era todo un delirio.
No sabía que había pasado, la bendita ignorancia de un desmayo ayudó a que su mente atormentada tuviera unas cuantas horas de reposo. Sin abrir los ojos, sintió la suavidad de la cama mientras que una mano intrépida su mejilla acariciaba. Sonrió. Como hacía mucho tiempo no lo realizaba, su rostro poco a poco mutaba del letargo a una expresión digna de una estampa. Esa mano era suave y de por demás gentil. Quiso disfrutar aún más de ese tacto, poniéndole un rostro ya conocido a el anónimo precursor de tal dulce caricia, pero pronto una voz familiar apareció, nuevamente formando el ocaso.
—Vonnie, amor... Despierta—
Como quien es inyectado con vitalidad, abrió sus ojos mostrando el estupor de escuchar a su captor. Sentado al lado de su cama se encontraba Augusto Santana tocando su rostro, mientras diversos susurros de su boca salían.
Quiso insultarlo, patearlo y hasta escupirlo, pero el desmayo había agotado su última gota de energía. Su cuerpo dolía y desde sus rodillas para abajo todo estaba entumido. Solo había un mensaje, una súplica, pronunciado con un hilo de voz. —Sácame de aquí...—
—Vonnie— Augusto la miró en detalle notando cada rasgo maltrecho que comía la belleza de la mujer que tanto recelo tenía a la hora de ocultar. —¿Qué te han hecho? ¿Por qué tienes ese semblante?—
Intentando tragar la amarga saliva que se escurría por su garganta, Amelia apeló a su verdad. —Sácame de aquí, por favor... No... No me siento bien, quiero volver a casa— Haciendo pausas necesarias, sentía como las náuseas volvían y las jaquecas continuaban.
Conmovido ante esa súplica, intentó no derramar sus intranquilas lágrimas perturbadas por su conciencia. Sabía que no podía dejar que se marchara y que se desasiera de aquello que aún desconocía, arrancando un fruto codiciado de su vientre, condenando a ambos a la miseria. Sin dar una respuesta, Augusto cambió de manera súbita de tema. —Te traje bombones de fresa y te compré ropa cómoda. Dime lo que necesitas y te lo traeré al instante, Vonnie.— Intentando acariciar su mano, la tomó con cuidado para luego observar los girones violáceos que ésta presentaba, eso lo animó a continuar hablando. —Te estás marchitando, Vonnie. ¿Quieres qué te traiga tus cremas? ¿Maquillaje? También podría hacer que venga una buena estilista para que te pinte el cabello y haga que esos rizos vuelvan a cobrar vida. Amaría volverte a ver rubia—
Con la lentitud de un enfermo, Amelia quitó su mano del agarre al que estaba siendo presionada para luego hablar. —Quiero que me saques de aquí... Augusto, tu sabes que estoy bien, sácame de aquí y prometo no tener represalias contigo... Terminaremos en paz... Por favor—
Suspirando ante las trágicas palabras, Augusto nuevamente intentó evadir sus ruegos. —Tienes el cabello sucio, Vonnie. No puedes descuidarte así, parece que quieres morirte. Amor... Mi amor, cuando vuelva te traeré una de esas chicas de la estética que tanto te gustan, te ayudará a que te sientas bonita de nuevo. ¿Qué dices? Tratamientos para tu hermosa piel y barnices en tus uñas—
Con una risa dolorosa, Amelia mostró sus manos levantándolas solo pocos centímetros. —¿Qué uñas, Augusto? Hasta eso hiciste que me quitaran... Por favor, sácame de aquí— Al volver su brazo a una postura normal, una punzada atacó sus sentidos. No se había dado cuenta antes, pero ahora visualizaba el causante de su dolor, un suero bombeaba a sus venas un cristalino líquido. El envase médico ya estaba vacío, no había más medicina en su interior.
Aquello pareció colmar su paciencia, Augusto bufó con impaciencia sabiendo que no habría otro tema en la boca de su prometida. —Amelia, entiéndelo, no te sacaré de aquí hasta que estés sana... Es por tu bien, por un bien mayor, luego me lo agradecerás... Ahora que entiendo que no quieres verme, iré a buscar un enfermero para quejarme de las condiciones en las que te tienen y a pedirle que te cambie ese suero, volveré la semana que viene— Poniéndose de pie, Augusto hizo un claro ademán de marcharse.
Como quien despide un secreto, Amelia susurró. —Gus...—
Por reflejo volteó su cabeza, su mirada triste y sus rasgos mutados en una apariencia mortuoria la obligaron a retornar a su lado. —Vonnie...— Agachando su rostro hasta su boca, escuchaba atento todo lo que ella pudiera pronunciar.
—Saldré de aquí y me pondré bien... Me pondré hermosa... Lo suficientemente linda para reírme en tu cara cuando les diga a tus padres que eres un impotente estéril... Lo buscaré a él y él mismo me llevará al juzgado para tramitar la tremenda demanda que te pondré... Haré que te quiten tu matricula y me quedaré con cada... Cada asqueroso centavo que tengas. Me compraré sábanas nuevas y las voy a ensuciar con toda la pasión que encontraré en Tomás... Luego te las enviaré como un recuerdo... Te lo aseguro— Cerrando aquel mensaje con una moribunda sonrisa, Amelia sintió que algo en ella descansó al pronunciar cada palabra.
Cerrando los ojos ante tan amargo mensaje, Augusto se retiró hasta el marco de la puerta, abriéndola mientras que promulgaba un último comunicado. —Iré a buscar a alguien para que te cambie ese suero—
Desde el otro lado de la puerta, suponiendo que venía desde uno de los costados, otra voz habló. —¿Quieres que lo haga yo, Santana?—
Amelia entendió que su captor hablaba con otra persona, supuso que no estaba solo y que seguramente estaba acompañado por alguno de sus hermanos.
—No, tu solo eres un compañero, no quiero que trabajes aún fuera del trabajo— Respondió Augusto.
—Tranquilo, vine para ayudarte. Iré a pedir en los suministros una dosis nueva. ¿Sí?—
—Gracias, de verdad— Concluyó Augusto cerrando el portal, nuevamente Amelia se encontraba sola.
Como quien eleva una súplica al cielo o la entierra a los infiernos, Amelia cerró los ojos e intentó volver a conciliar el sueño. Dormir era su única escapatoria de la realidad tan dolorosa en la que ahora estaba inmersa.
Los sentidos empezaron a callar mientras que sus músculos se relajaban, pronto la somnolencia de la debilidad física hacía alarde de su presencia.
La puerta se abrió y supuso que el enfermero había entrado a cambiar el saché que ahora llenaba sus venas... Había más medicina que sangre ahora recorriendo su cuerpo.
—Amelia, te vez horrible, muñeca. Parece que los años de juventud pasaron—
Aquel mensaje fue descarado, molesta y con ganas de quejarse, abrió sus ojos para contemplar a el sinvergüenza, pero su mirada se congeló cuando lo observó. Parado delante suyo, con una sonrisa de satisfacción, se encontró con uno de los rostros que jamás olvidaría.
Lucas Grimmaldi se encontraba a pocos centímetros suyo, cuando pensó que nada podía salir peor nunca se esperó que el destino trajera tan funesto personaje para hacerla saber que todo puede empeorar. Tembló de miedo y sintió como su cuerpo se helaba ante la impresión, temió lo peor y supo que en su estado no podría luchar ni mucho menos gritar, así que optó por simular una leve amnesia. —¿Quién...?—
—Vamos Amelia, no juegues conmigo. No te hagas la desentendida que yo sé bien que me recuerdas, pasamos muchos momentos agradables juntos— Con la torpeza característica del odio, movió la sonda que conectaba a su brazo demacrado, sacando el antiguo envase vacío del suero y sustituyéndolo por otro nuevo.
—Augusto me habló mucho de ti y sobretodo de lo mucho que se esfuerza por mantenerte a su lado, pobre idiota— Una vez nuevamente el suero colgado, se puso de cuclillas delante de la cama y acarició la zona de su piel donde la aguja estaba incrustada, haciendo que el dolor naciera. —¿Tú cómo has estado, princesa? ¿No has vuelto a denunciar a alguien?— Cada palabra que pronunciaba Lucas era un aumento de presión de sus dedos sobre la aguja que penetraba su brazo, el dolor aumentaba.
Aguantando como podía, Amelia solo susurró aquello que quería gritar. —Vete...—
—¿Irme?— Su carcajada resonó mientras que ahora solo seguía empecinado en jugar con aquella aguja que ahora comenzaba a mover. —Somos viejos amigos, Amelia... Solo quería visitarte, no seas descortés— Por un momento dejó la aguja en paz mientras que parecía buscar algo en su bolsillo. —¿Sabes algo de Mónica?—
Quería romper en llanto y gritar por ayuda, pero no le daría aquella satisfacción. Al escuchar el nombre de su amiga ser pronunciado, mintió sin descaro intentando proteger a su ahijado, sabía que ese hombre era de por demás peligroso. —Ya... Ya no soy amiga de ella, hace mucho que no la veo—
—Es una lástima, fue madre ¿Lo sabías?— Mirando al cielo haciendo galantería de sus conquistas, Lucas siguió hablando. —La última vez que la vi solo pedía a gritos que me la cogiera, así lo hice... Cuando la vea la semana entrante le diré que te crucé, de seguro se avergüenza de ti—
Aquella frase fue una condena, el solo hecho de imaginar a su amiga de vuelta con ese sujeto hizo que cada porción de piel que tuviera se estremeciera de pánico. Sin nada que decir, solo contuvo las lágrimas mientras observaba como Lucas sacaba un celular y el flash del mismo se encendía.
—Te sacaré unas fotos así se las muestro a ella y a unos amigos— Disparando, cada estampa reflejaba su demacrado estado. Mostrando su miseria y retratando su pesar. —¿Cuánto crees que pueda sacarle a la prensa con estas fotos, Amelia? ¿Diez mil? ¿Quince mil? Ya me imagino los titulares "La hija del gobernador en su peor momento, drogas e intento de suicidio. Fotos desde la página cinco hasta la veinte"— Riendo, Lucas continuó generando las imágenes.
Amelia intentó apartar su rostro del flash de la cámara, pero la fuerza de la mano de Lucas se hizo presente, obligándola a mirarlo. La presión era demasiada, sus mejillas eran apretadas con sadismo haciendo que se lastimara con sus propios dientes. El celular se colocó delante de sus ojos enrojecidos, capturando cada ojera y cada rastro morado de su estado demacrado, resaltando el color grisáceo de su piel y lo reseco que estaban sus labios. —Eso, buena chica—
Cuando por fin terminó de humillarla, guardó el aparato con una sonrisa tatuada en su boca, para luego golpear su brazo en donde la aguja se encontraba, dando ligeras palmeadas. —Muy bien, princesa... Te veré la semana siguiente, espero encontrarte limpia y dispuesta, así nos divertimos un rato. Sé que ese niño no te da la emoción que te hace falta—
Sin contestar, apartó su rostro, no quería que el viera sus lágrimas. Pronto el calor de su aliento quedó marcado en su cuello, una última frase fue dicha. —Cuídate, Amelia— Al terminar esa sínica oración sintió su lengua recorrer su mejilla, aquella lamida hizo que sus vellos se erizarán y que cada sentido explote en un frenesí de miedo. Solo cerró sus ojos.
La puerta siendo cerrada se escuchó, sus parpados seguían apretados con fuerza. Al encontrarse sola, pudo romper en llanto, presa del silencio de su encierro... Lloró como nunca antes en su vida lo había hecho.
-.-.-.-.-.-.-.-
¡Buenaaaaas!
¿Cómo están mis pecadoras hermosas?
No hablaré del capítulo, de seguro tienen mucho que decir, esperaré ansiosa sus comentarios para responderlos.
Yo ya estoy mucho mejor, hasta estoy volviendo a hacer algunos ejercicios. Nel me compró una pesa más liviana de lo que estoy acostumbrada, así que empiezo mi rehabilitación.
Tengo un anuncio muy importante que hacerles, haré un sorteo entre todas ustedes a manera de agradecimiento por todo lo que me dan y, de paso, para festejar navidad.
¿Cómo participar?
Eso es fácil, pero ustedes lo saben. ¿Qué sería de Ann sí no le mete algo de picante a la vida?
EN ESTE CAPITULO HAY UNAS NOTAS MUSICALES QUE UNIDAS FORMAN UNA CANCIÓN, PARA PARTICIPAR DEBES AVERIGUAR QUE CANCIÓN ES.
No es tan difícil, poniéndolo en google de seguro les saldrá, queda en ustedes adivinar qué canción es... Por las dudas, daré una pista, es una canción católica del rito de la misa.
¿Cuáles son los premios?
· Mención de la ganadora en uno de los capítulos.
· Poner su nombre (o el que la ganadora decida) a un personaje que pronto se revelará.
· Una portada cortesía de la editora loquefue
· Votos de mi parte en todos los capítulos de la obra
· Ayuda (Beteo) de mi parte en uno de tus capítulos.
· Una crítica/Reseña de tu obra en nuestro club de lectura LeNotreDame
Importante:
En caso de que más de una adivine la canción, la ganadora será sorteada al azar.
El concurso finalizará el Domingo 23 de diciembre, ese mismo día se anunciará a la ganadora.
Solamente se podrá concursar en éste capítulo en el área designada para ello (Ver más abajo)
¿Qué debes hacer?
Adivinar la canción.
Seguirme.
En caso de ganar, dar los créditos de la portada a loquefue, ella con mucha amabilidad aceptó ayudarnos en esto.
Así que dime, wattpad.
¿Cuál canción está tocando Amelia en el piano? (Comentar aquí y solo aquí)
Pd: Cualquier comentario fuera del lugar correspondiente no será tomado en cuenta, sí haces todo bien yo misma te confirmaré tu participación.
Sin nada más que decir, espero que les guste la idea.
Quien las quiere mucho:
La reina de espinas
Mendigas lectoras, me piden el libro en físico riéndose de mi miseria. Por cierto, ¿Alguien me regala una moneda?
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