46: "Fraterno"
Con la mente inundada en un millón de emociones y con el corazón infestado en teclados que rezaban centenares de canciones, esperaba estático. La escalinata de la iglesia era el lugar adecuado para aguardar reposo acompañado por su equipaje; Por un lado, el brillante estuche negro relucía con los primeros destellos del alba, por el otro, una vieja valija descascarada mostraba el paso del tiempo por su curtido cuero. Dentro de ella no había mucho, solamente los bienes materiales que poseía tales como un antiguo reloj de cuerda y un recorte de periódico que apresaba a un ángel, mudas de ropa bastante vieja y un último uniforme eclesial que había prometido conservar.
Al lado de sus pies, una caja de cartón se sacudía. Protegida por una manta en su interior y con dos bases de botellas cortadas, ambas vacías, Ángela jugaba aun presa del letargo. No podría marcharse sin ella, además sí las teorías de su cabeza eran correctas Amelia festejaría al lado del pequeño animal.
Alejando los pensamientos confundidos y entendiendo todo lo que era debido, por primera vez después de mucho tiempo podía pisar la tierra como otra sencilla oveja, pronto otro pastor vendría y guiaría al rebaño. Debía volar mucho más alto que la aguja de cualquier iglesia, irse más allá de las nubes y encontrarla, anclada quizás en alguna tormenta, siguiendo el rastro de sus alas rebanadas con crueldad. Él lo sabía, a pesar de no tener ninguna evidencia más que su corazón atolondrado, tenía la seguridad que Amelia clamaba su nombre al viento; Llamándolo entre silencios y gritando sus ruegos entre pesadillas.
Aquello no era un dejo de locura, solo era el instinto básico de un corazón enamorado. ¿Qué lógica podía tener un amante cegado? De ser verdad las palabras de Augusto, quería escucharlas de la boca de quien las promulgaba, aunque aquello sus sentidos negaban. Brisas de destino atestaban a San Fernando en toda su superficie, el cambio llegaba y con él las ilusiones de una nueva vida.
No había alzacuello adornando su camisa, ni mucho menos un negro eclesial revistiéndolo. Aquel hombre sentado allí solo era un ser común y corriente esperando su transporte. Vistiendo unos viejos jeans y una camiseta blanca, un tal Tomás Valencia esperaba con la paciencia de un suspiro.
Estaba haciendo lo correcto, quizás de una manera poco sensata, pero hacía aquello que su sangre clamaba. ¿Cómo podía continuar sí no fuera de esa manera? ¿Olvidaría las plumas navegantes en el viento? ¿Borraría las sinfonías y las teclas? No, olvidar lo divino sería una conducta que nuevamente lo encaminaría a la miseria. Nada igualaría a la gloria, por eso, con la frente en alto y los sentimientos pisoteados buscaría a su ángel, sin importar que tuviera las alas rotas.
Se la imaginó en sus pensamientos; Herida y altiva, sin perder una de las gotas de su corona de lágrimas ahora llevada en alta por el semblante orgulloso de su portadora. Caminando tranquila por algún imaginario bosque que su propia mente había creado, dejando a su paso un sendero de plumas manchadas por el carmesí de la realeza, sangrando por el futuro que aún sus ojos no veían.
La contempló como quien lee un libro, susurrando al viento en una lengua extraña, cantando en el lenguaje de las rosas una despedida. Al igual que un extraño en su propio reino, quería sacarse sus ornamentos de dolorosas lágrimas.
¿Ella podría llevar otra corona que no fuera la del oro fundido fusionado con su cabello en un doloroso tormento? Claro que sí, él le labraría una con rosas sin espinas y amapolas silvestres, mientras que la belladona solo permanecería en su pupila dilatada a causa del primer beso que le daría, arrancándola así de su sufrimiento.
Tomás suspiró, intentando no perderse nuevamente en los delirios infortunados que provocaba las virtudes de un poco ingenioso poeta enamorado. Debía volver a la realidad y seguir cada paso de su estrategia aún mal construida. La idea era sencilla, pisar la enorme urbe ensuciando el pavimento con sus huellas y encontrarla. Pararía en la casa de su hermano, donde, luego de seguramente contar su historia millones de veces, encontraría compresión y ayuda.
Pronto el transporte llegaría, así que de manera silenciosa comenzaba su despedida. Una última oración fue lanzada al ambiente rural. Una súplica de comprensión que clamaba el nombre de Dios, no quería perdón. Lo sabía, no había hecho nada malo más que velar por su único amor.
Con los ojos cerrados y las manos juntas permaneció un momento quieto bajo la sombra que empezaba a formarse. La misericordia no era un pedido, tampoco la suerte en su destino, solo pedía claridad para todos los pobladores. Volvería a despedirse como era debido, daría las explicaciones necesarias escudadas por su única verdad.
Una sola carta había sido dejada en el umbral de la puerta que siempre había estado abierta para su presencia. La llave de la iglesia estaba acompañada por el papel, pronto alguien llegaría y ocuparía su lugar, eso no le preocupaba. Pero ¿Quién podría ocupar el lugar de Amelia en su sangre? Nadie... La respuesta era clara, por eso partía.
Pronto el centellante ruido de una carrocería ser maltratada por el camino se escuchó por el horizonte, el bus se acercaba y con él la despedida de las tierras rurales. Atento de no golpear las únicas cosas que en ese momento valían, su chelo y la pequeña gata aún recluida en la caja abierta, se puso de pie y levantó su mano para que el conductor de dicho transporte lo viera. De manera paulatina el vehículo empezó a mermar su velocidad hasta quedar estático a su lado, para su suerte el chofer era lo suficientemente paciente como para aguardar su ascenso con todo lo que cargaba. En uno de los primeros asientos todo fue ensamblado, el chelo ocupaba la parte central mientras que a sus pies la valija bailaba, Ángela iría custodiada en sus manos. Cuando todo por fin estuvo en su correcto lugar, volvió hasta el conductor y, con voz clara, dijo la frase que sellaría su destino.
—A la ciudad, por favor—
... ... ...
Intentando que la fatiga no perturbase su rutina, Cristina comenzaba otro día de su existencia como cualquier otro. Por suerte su antigua casona se encontraba vacía, hoy no había hijos con quejas o nietos con infinitos juegos contando sus secretos a los muros de su hogar. Sin cuidado de ocasionar algún ruido molesto, colocó la tetera a hervir mientras que se direccionaba a su despensa delantera.
Las luces fueron encendidas y la escoba tomada, pronto, luego de una rápida limpieza, abriría las puertas y brindaría sus productos a todos sus paisanos. El trapo húmedo acarició las repisas y las encimeras, mientras que el silbido de la tetera comenzaba a oírse, atenta a él quiso primero abrir la pequeña ventana que conectaba a la calle, así el aire fresco entraba a la sala y arrastraba a su paso todo el olor a encierro alimentado por los años.
La celosía fue abierta y un poco de visión exterior entró a sus viejas retinas, el pueblo estaba tranquilo y las calles solo circuladas por el viento. Sabiendo que nadie interrumpiría su desayuno, se dispuso a regresar a la cocina y prepararse una necesaria infusión, pero al dar el primer paso de retorno algo distinto al suelo plano fue acariciado por sus sandalias.
Un sobre pequeño había quedado debajo de su pie, curiosa, con cuidado se agachó hasta él y lo tomó con calma. En el dorso del mismo su propio nombre estaba escrito a fuerza de tinta, aquella tan inusual correspondencia estaba dirigida a ella. Curiosa ante el mensaje abrió el mismo, para su sorpresa dentro de la carta había una llave y un pequeño atado de billetes mientras que un papel escrito, cuidadosamente doblado, pedía ser leído. Dejó los contenidos dentro de su bolsillo mientras que, con ayuda de los anteojos que colgaban de su cuello, empezaba a leer tal misterioso mensaje.
Cristina:
Sé que no es la manera correcta de despedirme de ti, tu que tantas veces más que una amiga fuiste la madre que el universo me ha negado. Pero, entiéndeme, de decirte aquello que ahora estoy escribiendo rompería en llanto y no quiero amargarte con mis lágrimas o preocuparte con mis pesares.
Cuando leas esto seguramente ya me habré marchado de éste bello pueblo que me abrió las puertas, los motivos son muchos y las circunstancias infinitas. Seguro te estarás preguntando porque he tomado tan arrebatada decisión y ahora, lejos de los hábitos y de las palabras sagradas de nuestro señor, puedo contártelo como debería haberlo hecho hace mucho tiempo.
Hace unos años llegó a mi vida el más inusual ángel de toda la creación; Hermosa, plagada de virtudes escondidas detrás de funestos vicios y coronada con rosas en su cabeza sagrada. Cuando la conocí ella trajo a mi vida una paleta de colores que atormentaron mi gris tan aburrido y me hicieron desear arcoíris que desfallecían en su boca, por culpa mía, nada más que mía, la perdí.
Todas aquellas veces que en las mañanas me cuestionabas sobre mi melancolía nunca tuve el valor de responderte con la verdad, pensaba en ella y en mis egoístas decisiones que me condujeron a la tristeza absoluta. De eso el tiempo ya pasó, como un milagro divino ella volvió a mi lado disfrazándose de mortal... Pero, mi ángel seguía ahí, lista para remontarse en vuelo y llevarme con ella a surcar los vientos y a atravesar colinas. Yo la volví a encontrar y ella me volvió a amar, Cristina.
Ahora nuevamente el destino me la arrebató, pero ésta vez no me quedaré con los brazos cruzados mientras que me sumerjo en mis propias lágrimas. Me fui a buscarla y, de encontrarla, a construir un mundo juntos. Renuncié a mí vocación y en contra de toda la razón, por primera vez en mi vida escucho a mi corazón... El late donde está ella.
No me odies por favor, sé que esto para ti será terrible y quizás hasta quieras abofetearme. Pero suplico tu entendimiento, por primera vez en mi vida estoy luchando por algo bueno.
Te dejo la llave de la iglesia, pronto vendrá un buen párroco seguramente a cumplir con los deberes que tanta alegría me produjeron estos años. También hay un poco de dinero, no es mucho, pero por lo menos servirá para que te compres algo bueno en mi nombre y me esperes con uno de tus deliciosos pasteles cuando retorne.
Prometo volver con ella, con Amelia en mis brazos y contarte toda nuestra historia directamente de mi boca. Esto no es una despedida, Cristina, tu sabes que jamás te mentiría.
Desconozco cuanto tiempo me tome éste loco plan que estoy ejecutando, pero los días para mí pasarán rápido sí estoy incluido en tus oraciones, como tu estarás en las mías.
Sin más nada que decir, quiero que sepas que mi afecto por ti es inmenso, nada de lo que te dije cambia en mí el gran aprecio que te tengo a ti y al pueblo.
Por favor, deséame suerte.
Tomás Valencia.
Cristina pensaba en las primeras líneas que su mente le estaba jugando una mala pasada, los estragos de los años quizás provocaban desvaríos. Pero, luego de releer aquella inusual correspondencia unas seis veces, cayó en la realidad que rezaba la tinta. Tomás había partido por una mujer.
Al principio conmocionada, dejó que la tetera continuara silbando mientras que su rostro estupefacto intentaba volver a una mueca natural. Aquello era un balde de agua fría que ahora se vertía encima de sus ancianos huesos y sacudía la carne de ellos. Pero, como una madre contemplando a su niño dar sus primeros pasos, pronto su semblante cambió.
Aún con el silbido vaporoso como única música, Cristina caminó con la carta en su mano hasta el pequeño altar que poseía. Vírgenes y santos alumbrados por una vela ahora apagada la miraron con sus caras sufrientes mientras que ella en su paso lento llegaba a acompañarlos. Pronto los enfrentó y, entre la imagen de Santa Rita y San Francisco, introdujo tal viral mensaje que Tomás había dejado. Pronto los cerillos fueron raspados y la candela encendida, ahora esa confesión de amor también sería alumbrada al lado de la santidad.
—Tomás, Tomás, Tomás.... Lo único que espero es que no salgas lastimado de esto— Murmuró entre silencios pausados, mientras que juntaba sus manos y se encomendaba a una oración.
Sí había alguien que necesitaba de sus rezos, sin duda alguna era el hombre que ahora también era adorado a través de sus grafemas.
... ... ...
Atontado a causa del continuo movimiento al cual su cuerpo había estado sometido, Tomás se mantenía firmemente aferrado a la pequeña caja que contenía a su ahora única compañía. En el interior de la misma, las botellas recortadas habían servido en calidad de comedor para el felino contenido adentro. Un poco de pienso en compañía de agua y el continuo juego con su mano habían bastado para mantener a Ángela calmada en todo el trayecto del viaje.
Pronto los edificios empezaron a circular apurados a su lado, mientras que, apoyado contra el cristal, planeaba una pequeña ruta mental que debería recorrer hasta la casa de su fraterno. El dinero escaseaba, pero debido a la cantidad de equipaje que cargaba se veía obligado a tener un gasto extra en un taxi. Prometió a sí mismo moderarse en cada compra que realizaba y encontrar un trabajo cuanto antes sí quería establecerse en la ciudad.
Pronto la estación de ómnibus apareció amparando al transporte y con ella el viaje concluía. Los movimientos en el exterior eran repentinos y de por demás apresurados. Tomándose un lento pero necesitado periodo para aminorar sus mareos esperó estático a que poco a poco la compañía descendiera.
Cuando todos los presentes del autobús bajaron, supo que era su momento para descender también. Con precaución de no golpear su estuche con algún afilado borde, lo levantó de su soporte, para luego con su otra extremidad tomar su equipaje, haciendo equilibrio con la caja de Ángela arriba de la maleta. La bajada fue complicada, cargar con un chelo y un gato por toda la ciudad no sería tarea nada fácil de realizar, pero al igual que Amelia, él no podría dejar su música atrás.
Al bajarse, el movimiento de la ciudad empezó a hacerse notar. La gente casi corría apresurada a su lado intentando alcanzar seguramente algún viaje retrasado mientras que los gritos de diversos vendedores se escuchaban en el aire. Había pasado mucho tiempo desde que no formaba parte de la urbe y su desquiciante rutina, pero debería adaptarse rápidamente sí no quería que le pasasen por encima.
En la estación de transporte las divisiones eran pocas y los caminos certeros, dedujo que la única ala destinada al interior del complejo sería la adecuada para salir de allí y empezar a caminar. Con cuidado de no golpear a nadie en un acto torpe y sintiéndose casi invisible ante la gente, empezó a trazar un mapa para escapar de aquella locura.
Pronto se encontró fuera de las instalaciones, el calor del pavimento no ayudaba a hacer su caminata placentera, mientras que los nauseabundos olores de un contenedor de basura cercano enviciaban el ambiente. Aún le costaba entender que veía de placentero la gente en una estancia citadina, la urbe solo era un violento animal dispuesto a devorarlo con su aliento rancio y escupir sus huesos cansados en algún páramo deshabitado. Suspirando y sabiendo que el camino sería largo, empezó a caminar por la caliente acera en búsqueda de algún taxi, pronto la transpiración empezaría a escurrir.
—¡TOMÁS!—
Al escuchar aquel grito supo instantáneamente quien era el portador de esa voz. Volteó aliviado, buscándolo con la mirada entre la multitud de personas que como hormigas circulaban. A la distancia notó su mano levantada, contemplándolo supo que había hecho lo correcto al contactarlo, su hermano siempre sería ante sus ojos un cálido niño dispuesto a apañarlo en cualquier travesura o aventura.
Al caminar hasta él pudo ver los años desvanecerse. A pesar de ser hijos de distintos padres, ambos conservaban una esencia que los marcaba más allá de la sangre; Mirada serena y cabello castaño, muchas palabras tragadas y demasiados silencios prolongados por los años. Cuando por fin lo tuvo delante suyo, tocó su hombro y se quedó estático unos momentos, sabía que debía contarle todo, pero en aquel instante solo veía a su compañero de tardes enteras a la vera del camino, lo recordó recogiendo moras en los senderos y silbando canciones. Se sentía nuevamente en su eje, sí alguien lo comprendería mejor que nadie, sería su hermano. —Héctor...—
El hombre unos cuantos años menor, sonrió al notarlo distinto a la pose clerical acostumbrada, aquella ropa ya no era un enlutado hábito ni mucho menos una holgada sotana. —Hacía mucho tiempo que no te veía de civil...—
—Te prometo que te contaré todo, hermanito...—
—Espera gigantón, sé que no querrás volver a contar la historia dos veces— Acercándose a uno de los autos que estaba estacionado a un lado de la calle, Héctor abrió la puerta trasera del mismo. Quiso agarrar el ya conocido instrumento de su hermano, pero éste se resistió a entregarlo. —Anda, Tomás... Dámelo, no lo golpearé o algo—
Inseguro, con suma precaución extendió el negro estuche. —Está bien, pero ten cuidado... Es valioso—
Guardando la preciada carga y luego acompañándola con la maleta de su hermano, Héctor cerró la puerta, para luego dirigirse a tomar lugar en el asiento del conductor. —Anda, sube. Tenemos a alguien esperándote. También acomoda esa caja—
Inseguro, Tomás esperó que la presencia del felino no incomodase a su propia sangre. Como quien revela un pequeño tesoro, abrió una de las solapas de cartón y reveló la existencia gatuna de su acompañante. —E... Ella es Ángela, espero que no te moleste que venga conmigo—
Héctor sonrió al notarla y hasta se animó a adentrar una mano dentro del recinto corrugado, luego de acariciar su cabeza y jalar con cuidado una de sus orejas en un acto cariñoso volvió a hablar. —Las niñas la amarán cuando la conozcan, no te preocupes por ella. Anda, sube—
Con la confianza suficiente como para adentrarse en ese auto sin recaudos, Tomás se sentó a su lado colocándose el cinturón de seguridad y colocando la caja contenedora sobre sus piernas. Temía que su presencia sea una molestia para la ya constituida familia de su sangre. Suspirando ante esa duda, cuestionó. —¿Las niñas están bien?—
—Zulema las llevó a la casa de su madre, de seguro deben estar disfrutando el calor—
—Oh...—Al escuchar esa respuesta Tomás solo pudo pensar en el incómodo momento que su hermano debería pasar a causa suya. —Héctor, sí te provoco problemas en estos días, por favor dímelo. Encontraré otro lugar, no tienes que tomarte tantas molestias—Sincerándose, sentenció.
Pronto el auto comenzó a circular, haciendo que sus ruedas se desgastaran en el pavimento. Sorprendido por aquella extraña propuesta de su hermano, Héctor habló. —Gigantón ¿hace cuánto que no estamos juntos? No eres ninguna molestia, todo lo contrario... Solo estoy sorprendido, nunca pensé que te animarías a dar semejante paso.—
—Sí lo sé, pero puedo jurarte que es por algo infinitamente importante... Yo...—
—Espera, detente, cuando lleguemos me contarás todo. No quiero escucharte diciendo la misma historia dos veces—
... ... ...
El auto se detuvo luego de veinte minutos de extensas charlas sobre las sobrinas que Tomás tenía, en todos esos minutos vividos había conocido más de ellas que en toda su vida. Algo de culpa nació de él por haber pasado tanto tiempo ausente en la vida de sus hermanos. Cuando el camino terminó y el vehículo fue estacionado, supo en ese preciso momento cual era la casa en donde su sangre habitaba; Escondida en una esquina, una humilde vivienda se erigía rodeada de inmensos árboles mientras que los setos verdes eran la barrera única que dividía el terreno propio de la casa con la del mundo exterior. Siempre cualquier Valencia buscaría su calma en la serenidad de la naturaleza, reviviendo así una infancia aún no marchita.
Siguió a Héctor en cada paso que daba, en silencio notaba cada detalle del recibidor del lugar donde residiría por esos días. Diversos adornos y trabajosos manteles le dieron la bienvenida, los murales de color durazno mostraban algunas fotografías, pero una en particular hizo a su corazón sangrar con la inclemencia de una bala. Casi tres décadas atrás allí se encontraba retratado todo el clan, cada hermano con una caña de pescar, sonrientes y felices exhibían los escamosos trofeos mientras que descalzos disfrutaban de la última temporada de pesca. La sonrisa nostálgica fue compartida por ambos al contemplar aquella imagen. —Ven a la cocina, hay alguien que quiere saludarte. Deja que tu gato explore todo, debe estar cansado de tanto viajar y estar encerrado— Animándose a hablar, Héctor fue el encargado de cortar con tan almidonado recuerdo.
—Sí... Tienes razón— Sacando a la pequeña gata de su caja, con cuidado Tomás la dejó en el piso. Ángela, con la energía propia de alguien destinado al caos, se perdió bajo uno de los muebles del recibidor. Era imposible no sonreír al notar su entusiasmo.
Pronto ambos circularon por diversos cuartos, presos de charlas sin sentido, Tomás intentaba decodificar la presencia de ese extraño que ahora hacía notar su ausencia bañando la espera en curiosidad. Al acercarse a la cocina la fragancia de la carne asada empezaba a hacer gruñir su estómago, de manera próxima los dos llegaron al origen de tal ancestral festín que tantas noches habían vivido en su humilde casa materna.
Revolviendo constantemente una sartén alimentada a base de fuego, Flavio, el menor de aquel trío de hermanos, batallaba para que los huevos estrellados que cocinaba no se pegaran mientras que en otra cercana hornalla unas salchichas comenzaban a dorarse. Al desviar su mirada de la comida, Flavio notó a su fraterno mayor contemplarlo, ambos sonrieron al notarse. Alegre a causa de una de por sí ya retrasada reunión, ambos se aferraron al otro en un fuerte abrazo. Tomás más que un hermano había sido su padre, sí tenía que agradecerle a alguien por su felicidad infantil y la ausencia de carencia a la hora de la mesa, ese alguien sería su hermano mayor.
Pronto Héctor le arrebató la espátula con la que había estado cocinando para evitar que los alimentos se quemaran, mientras que el dúo de recién encontrados seguía llenando sus vacíos con la presencia del otro. —Esto estará pronto, así que les recomiendo que tomen lugar en la mesa—
—No seas amargado, Héctor, ya iremos...— Golpeando continuamente el hombro de su hermano mayor, Flavio destilaba felicidad. —Era hora de reunirnos, no sabes cuánto me alegro de verte, Tomás—
—Lo mismo digo, creo que debería haber hecho esto hace mucho— Mencionó el ex religioso que ahora parecía viajar en el tiempo y volver a tener doce años, disfrutó cada palabra que pronunció mientras que los recuerdos cobraban vida delante suyo. —¿Cómo has estado?—
—Yo bien, pero lo que realmente me sorprende es no verte de negro... ¿Es verdad lo qué me contó éste idiota?— Señalando a Héctor, Flavio reía incrédulo.
—No sé qué te habrá dicho, pero seguramente es verdad—
—Además Tomás no vino solo, cabeza de testículo— Riendo, Héctor comenzó a servir los alimentos en sus correspondientes platos. —Trajo un gato, así que ten cuidado por donde pisas— Sentenciando aquello con una mueca similar a una sonrisa, estiró su mano apuntando a la mesada, ya era hora de almorzar.
Pronto entre los tres ensamblaron, en la pequeña mesa que se encontraba en las inmediaciones, un humilde receptáculo para su charla. Vasos de vidrio transparente colmados de jugo y comida grasosa sobre un plato plástico estaban a su disposición esperando a ser degustados. Aquel almuerzo sencillo era más que un alimento, aquello que estaban viviendo era un reencuentro retrasado por el tiempo.
Cuando por fin el trío se encontró sentado y con los cubiertos adosados a sus manos, las palabras comenzaron a surgir entre mordidas calóricas.
—Muy bien, ahora sí, gigantón— Mencionó Héctor mientras que sacudía una salchicha engarzada en su tenedor. —Cuenta todo.—
Limpiando su boca con la servilleta de tela que se encontraba a su alcance, Tomás aclaró su garganta para empezar su relato con un sencillo cuestionamiento. —Héctor... ¿Recuerdas a la joven que me acompañó al entierro de mamá?—
—Sí, claro que la recuerdo. Parecía una agradable chica.— Haciendo memoria, Héctor dejó de comer mientras que su mente se despejaba destinada a ser encaminada a aquella tarde de despedida.
Curioso, Flavio interrumpió a aquel dúo. —No quiero ser inoportuno, pero me gustaría saber de qué mujer hablan—
—Cuando fue el sepelio de mamá, Tomás vino acompañado por una joven. Es más, creo que también le dejó unas flores a la tumba— Agregó Héctor.
Trayendo tal doloroso recuerdo a su memoria, Tomás recordó ese dulce detalle sentenciando algo que en complejamente era un dato fundamental. —Sí, ese día Amelia me llevó una rosa...— Guardó silencio unos momentos, esperando a que el trance de esa ya conocida figura femenina pasara. Los dos hermanos restantes contemplaron a su fraterno mayor quedar embelesado mirando a la nada, pronto con un muy necesario carraspeo de garganta lo hicieron retornar a la realidad, provocando que volviera a hablar. —E... Esto será difícil de decir... Por favor no me juzguen...—
—Sabes que nunca tendría el coraje de hacerlo, Tomás... Habla tranquilo— Sentenció Héctor mientras que Flavio de manera expectante guardaba silencio.
—Yo ya te había dicho de mis sentimientos hacia ella, hermano... Flavio, discúlpame por no habértelo contado también, pero no tuve la oportunidad. —Suspirando, Tomás continuó. —Con Amelia ya teníamos una pequeña y dulce historia que terminó con un final amargo. Pero la vida se encargó de traerla de vuelta a mis brazos... Ya saben lo que dicen, nadie escapa al plan de Dios. Ella... Ella es todo para mí, sí tan solo pudieran conocerla la amarían al instante—
—Oh....— Haciendo una necesaria pausa para asimilar toda la información que había recibido, Flavio bebió un poco de su jugo para luego hablar. —Sámot* ... Entonces viniste aquí para renunciar ante el obispado ¿Verdad?— Soltando su vaso, Flavio estiró su mano para tocar el hombro de su hermano. —Ninguno de nosotros te juzgaría por querer empezar una vida normal, como debería haber sido siempre, antes de que mamá te metiera las ideas de la iglesia—
Sintiéndose comprendido, Tomás bajó la cabeza y continuó hablando. —Sí, vine para renunciar, pero no solo para eso... Ella está enferma, internada, recluida en algún lugar... Debo encontrarla—
—Ya me parecía raro que no la trajeras a conocernos— Mencionó Héctor mientras que continuaba comiendo. —Espero que no sea nada grave, además será fácil encontrarla. ¿No conoces algún familiar de ella que pueda darte información de su paradero?—
—Allí llegamos a la parte complicada...— Suspirando, Tomás intentó explicar en sencillas palabras todo el entrevero que la situación dibujaba en su cabeza. —Su prometido, su ex prometido, llegó al pueblo donde estaba diciendo que ella no quería tener contacto con nadie... Mucho menos conmigo— Guardando un pequeño silencio, Tomás dejó que sus pensamientos salieran catapultados por su boca. —Pero no le creo ni una sola palabra... Él sabía que Amelia lo iba a dejar, con ella habíamos planeado todo, me es imposible creer que ella desapareciera de un día para el otro dispuesta a borrar todo lo que tan feliz nos hacía—
—Espera...— Mencionó Flavio con una expresión pensativa en su rostro. —¿Te metiste con una mujer comprometida?—
—Yo... Yo...— Como un niño inculpado de alguna travesura, Tomás dijo lo primero que atacó su cabeza. —Yo la conocí primero...—
—Entonces; ¿Ustedes ya...?— Cuestionó Héctor.
Arrugando un poco su ceño, Tomás mostró su desapruebo a esa pregunta. —sí ¿Felices? No entiendo por qué de todo lo que les dije solo eso quieren preguntar—
Ambos hermanos rieron ante la sinceridad casi inocente de su fraterno mayor, aguantando la carcajada, Flavio fue el primero en responder. —Discúlpanos, Sámot*, es que nunca tuviste mucho éxito con las chicas... Es más, siempre pensamos que tu pateabas para otro lado— Ahora sí rompiendo el aire con una violenta risa, Flavio intentó continuar hablando mientras que Héctor intentaba no atragantarse con su comida a causa de los estragos de una carcajada. —Pero nos alegra que hayas roto por fin tus votos de castidad... Aunque siento lástima por esa pobre mujer ciega—
Como sí el tiempo hiciera marcha atrás direccionado al pasado, Tomás en un acto infantil defendió su orgullo clamando a los cielos la belleza de la mujer que él había elegido para pasar el resto de su vida. —Ella es muy bonita ¿Sabes? Y piensa que yo también lo soy, además es sumamente talentosa— Cerrando aquel pequeño monólogo con broche de oro, tomó la servilleta y se la arrojó, hecha girones, en la cara a su hermano menor.
Aún tentado, Flavio continuó hablando. —Eso no lo creeré hasta que lo vea con mis propios ojos— Tocando a su consecutivo, cuestionó. —Héctor, tú la viste. Desmiéntelo y dime la verdad—
Ahora mucho más calmado, Héctor con una expresión serena habló. —Yo no hablo de las mujeres de forma despectiva, deberías saberlo. Tengo hijas... No me gustaría que alguna vez un idiota ponga en tela de juicio su belleza, pero parece una joven muy agradable—
—¿Una joven?—
—Sí, es bastante joven sí mal no recuerdo. ¿Verdad, Tomás?— Cuestionó Héctor.
Suspirando, Tomás se levantó de la mesa disculpándose para a los escasos segundos retornar trayendo consigo un trozo de periódico que había sacado de su valija. Pronto el papel fue extendido a su hermano menor. —Ella es Amelia...—
Horrorizado, Flavio contempló la imagen que estaba plasmada en aquella postal, dónde una adolescente con uniforme abrazaba a su hermano. —¡Es una niña!—
—No, No... Es una imagen vieja. Ahora ella tiene 21— Sentándose nuevamente a terminar su comida, Tomás continuó hablando. —Realmente me gustaría que la conocieran...—
—Eso no quita que aún sea demasiado joven, Tomás... Pero bueno, sí ella está en toda la facultad de sus sentidos, creo que no tiene nada de malo. —Al terminar de hablar, Flavio les pasó nuevamente el recorte a sus manos. Notó como su hermano miraba la imagen con añoranza y como sus ojos se tatuaban de melancolía, preocupado volvió a hablar. —Te ayudaremos a encontrarla...—
—Sí, gigantón... Te ayudaremos— Conmocionado, también Héctor se sumó al mensaje. —Hablando de ello ¿No te contactaste con algún conocido suyo que pueda brindarte información?—
Con un dejo de tristeza carraspeando en su garganta, Tomás respondió. —Hablé con casi todas sus amigas y saben exactamente lo mismo que yo... No sé qué hacer—
—No desesperes, algo se te ocurrirá, Tomás... Además, ésta ciudad es demasiado pequeña. Seguro que debe tener alguna otra amiga cercana que sepa dónde está—
—Eso espero...—
Terminando de comer, aquel trio de hermanos se esforzó en nuevamente unir los lazos que casi el tiempo había devastado. Poco a poco la información era revelada y con ella algunas risas y recuerdos conspirativos eran traídos a la mesa. Pronto el cansancio mostró su aparición en el cuerpo del ex religioso haciendo alarde con continuos bostezos.
Al notarlo, Héctor, con el cariño de alguien preocupado, habló. —Vamos Tomás, te mostraré tu cuarto de paso encontraremos a tu gato para que se quede a descansar contigo unos momentos, el viaje debe haber sido largo—
—Sí... Sí— Intentando no caer a causa de la fatiga, Tomás se sinceró. —Disculpen, yo no pude dormir anoche... Ya saben, muchas cosas en qué pensar—
—No tienes por qué preocuparte, Tomás. Eso sí, la habitación de huéspedes aún no la terminé de construir, le falta unas buenas manos de pintura. Espero que no te moleste—
—Para nada, estoy de por demás agradecido porque me brindes un espacio en tu casa... Prometo ayudarte con todas las reparaciones— Poniéndose de pie, Tomás esperó a que su hermano lo acompañara a su nuevo recinto habitacional.
Despidiéndose de Flavio, quien prometió regresar luego de su jornada laboral ambos llegaron a el humilde cuarto que con esmero Héctor se había preocupado por acondicionar. Tomás sonrió al encontrar un lugar cálido para reposar, pensó en los arreglos que juntos harían y como poco a poco toda la vivienda estaría en óptimas condiciones. Cada sencillo mantenimiento que haría, sería entregado de manera sensata a modo de agradecimiento.
Pronto, una súbita idea llegada de la mano de aquellas reparaciones atravesó su cabeza como un relámpago, ahora una luz de esperanza brillaba. —Héctor... ¿Tienes una guía telefónica?—
Sin entender el extraño cuestionamiento de su hermano, respondió. —sí, ¿Quieres qué te la traiga?—
—Te lo agradecería...—
Como quien es azotado por cada segundo que pasaba, Tomás aguardó algo nervioso al regreso de su hermano. Pronto éste retornó trayendo en sus manos el robusto libro de páginas amarillas y tapa blanca, entregándoselo a sus manos. —Aquí tienes—
Desesperado y en una actitud casi frenética comenzó a cambiar de página continuamente hasta que el motivo de su búsqueda se reveló ante sus ojos.
Constructora Parisi e Hijos
Grabando la dirección en lo profundo de su retina, Tomás sentía como la energía retornaba a sus músculos y eso lo obligaba a levantarse —Partiré unos momentos, prometo volver—
-.-.-.-.-.-.-.-.-
¡Buenaaaaaaaas!
¡Hermosas pecadoras, no saben lo bello que se siente volver a escribirles!
Tengo una serie de boletines a realizar, así que empezaremos por orden:
A) Por suerte ya me encuentro mucho mejor de mis dolores, sí están leyendo esto es porque por fin pude sentarme a escribir. Gracias por todos sus buenos deseos.
B) ¡PA llegó a los 100k! Todo esto se lo debo a ustedes, mujeres hermosas (Y Nelson) Me cuesta creer que pasamos casi 1 año y 2 meses juntas, hay relaciones que duran menos que eso.
C) El 22 de noviembre fue mi cumpleaños, ahora, que nuevamente estoy activa responderé cada uno de sus saludos, muchas gracias por tenerme presente.
Saludos atrasados, aquí:
¡Ahora que estoy en una pose cómoda y limitada de mis movimientos podré responder cuanta tontera me pongan, así que disparen!
Sin más nada que decir, amén de agradecerles por esperarme, las quiero mucho.
Quien aún no puede dejar de hacer teorías conspirativas de AFLCDG:
La reina de espinas
.
Éste capítulo tuvo que realizarse dos veces culpa de la puta gatita de Tomás que olvidé mencionarla. ¡Aguanten los perros, loco!
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