45: "Histeria"


https://youtu.be/_7nLaGHN_gQ

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Amelia, por favor deja de luchar... Todo esto es por tu bien.

Esas fueron las últimas palabras que él le había dedicado mientras que la débil joven se contorsionaba y lanzaba golpes a los aires. Aquello no hizo más que empeorar la situación para ella y favorecerla para él; Todos notaron que su prometida estaba mentalmente insalubre gracias a su carácter iracundo.

Amelia no se había dado por vencida, había arañado y escupido a todo aquel que se le acercara, incluso luchó cuando la ingresaron a la ambulancia. Pero nada podía hacer, la decisión había sido tomada.

Augusto manejaba detrás del vehículo reglamentario de la institución privada a la cual la conducían. Las luces verdes centellantes y las sirenas del coche eran excelentes direccionales para conocer un camino aún oculto. Tres días habían pasado, tres horrendas noches en que había contemplado a la madre de su hijo ser atada a las barandillas de la cama para así no poder escapar o hacer daño a cualquiera, incluso a ella misma.

En esa instancia, ella pocas cosas coherentes había hablado. Gritaba a los cielos su odio y se había arrancado una uña al clavarla en su brazo cuando quiso acariciarla. Intentó convencerla, recitarle en eternos monólogos que era lo mejor para ambos, incluso había derramado lágrimas a su lado al contemplar su estado, pero nada de eso funciono... Ella, con el descaro blasfemo de una novia engañada, solo rezaba una frase.

Cuando él se entere, vendrá a buscarme y te matará a golpes.

¡Pobre criatura ingenua! Ella no sabía lo que le esperaba... Ya tenía el aval de un familiar, Juan Von Brooke lleno de pena y con su mirada centellante infestada en lágrimas había firmado la internación con su propio puño y letra. Augusto mismo se había encargado de pasar una tarde completa convenciéndolo de lo importante que era su tratamiento, su distanciamiento del mundo, su renacer; Le prometió que ella cambiaría y que nunca jamás volvería a atentar contra su propia vida. El lloroso hombre lo comprendió... Juró que no la visitaría hasta que su tratamiento de tres meses estuviera completo. Pareció molestarse en un principio por no poder sostener llamadas telefónicas con ella, pero algo en su corazón sanó cuando supo que podría consultar continuamente por su estado en la clínica.

Pronto los altos muros de la institución le dieron la bienvenida, las paredes blancas rodeadas de malezas eran soberbias, mínimamente deberían haber medido seis metros de altura; Ella no podría salir de allí. Pasó el enrejado con su auto aun siguiendo las huellas de la ambulancia, las cabinas de seguridad lo increparon con sus cámaras de vigilancia y pronto los guardias reclamaron su documentación, el lugar era perfecto.

Estacionó a uno de los costados para luego bajar de su propio auto, aún desde la distancia se escuchaban los gritos de la mujer cautiva que transportaba el vehículo reglamentario ahora inmóvil. Notó como uno de los enfermeros descendía de la cabina de manejo de la ambulancia, pronto éste mismo lo llamó con su mano, apresurado, Augusto llegó a su lado.

—Doctor, tiene que llenar el acta de entrada, por favor— Pronuncio el hombre de oficio mientras que acomodaba su uniforme celeste.

—Sí, por supuesto.— Respondió Augusto, mientras que curioso empezaba a cuestionar. —¿Cómo se ha portado?—

—Terriblemente— Sentenció el enfermero. —Deberemos cortarle las uñas y sacarle toda joya que tenga... En buena hora que la trajo, Doctor—

—Oh... Cuanto lo lamento...— Por dentro sabía que aquello solo jugaba a su favor, una Amelia furiosa podría pasar desapercibida como cualquier loco.

—Por cierto, dejé curriculum para el cuerpo de trabajo de su padre... Sí usted podría decirle que me tome en cuenta, se lo agradecería mucho.— El hombre, apenas unos años mayor que él, hablaba con dicha en su rostro, en sus pocos años de experiencia podía reconocer a un buen enfermero.

Allí solo aseguró la posición que su apellido le había dado, sí su mismísimo padre no hubiera firmado la internación de Amelia a regañadientes ahora no contaría con toda la protección que su sangre le brindaba. Nadie de allí descuidaría a Amelia sin temer a una represalia contra su profesión, Santiago Santana imponía ese miedo. —Cuide bien a mi mujer y yo se lo aseguro, usted tendrá el puesto que desea—

Pronto ambos se adentraron en las enormes fauces del recinto pintado en estéril blanco. El recibidor era cálido, pinturas y fuentes de motor ayudaban a encontrar la serenidad en una mente atormentada. Augusto, conforme con todo aquello que sus ojos le mostraban, se apoyó contra el mostrador, donde una joven amable le entregó a sus manos el fichaje correspondiente.

Haciendo bailar el bolígrafo sobre la hoja detalló cada uno de los puntos sobresalientes de la salud de su prometida: veintiún años, cincuenta y siete kilos, altura aproximada al metro setenta y cuatro, sin alergias y embarazada. Posteriormente comenzó a narrar en la hoja trasera todos los cuidados a tener en cuenta para su tratado, remarcando algunas palabras como "Agresiva" Y "suicida". Dejando en claro lo importante de no mencionar su estado gestante por temor a que atentara contra su propia vida y la de la criatura.

Entregó nuevamente el formulario adornando con su sello el membrete del mismo, para luego solamente esperar. La mujer, muy atenta en sus tratos ya sabiendo quien era el hombre que tenía en frente, continuamente le sonreía y mostraba su encanto reluciendo sus modales. —Doctor, ¿Quiere ver la habitación de su prometida?—

—Sí... Me encantaría—

—Entonces sígame— Saliendo detrás de su escritorio, la joven recepcionista buscó entre sus pertenencias la tarjeta que le permitiría el acceso a las infinitas puertas que en ese sanatorio se encontraban. —Pronto bajarán a la paciente, hasta eso usted puede enumerarme cualquier cosa que quiera resaltar— El primer portal fue abierto, las paredes se convertían de yeso a cerámico e infinidades de habitaciones con sus aperturas libres relataban historias diferentes con el mismo desenlace.

Curioso ante la mujer que se encontraba en un cuarto fumando, Augusto pronunció mientras caminaba. —Usted ya sabe que Amelia está embarazada, es de vital importancia que ella no lo sepa para así evitarnos cualquier atentado, pero también es de suma necesidad cuidarla... No debe fumar y deberá tomar sus vitaminas. Todo medicamento que deseen suministrarle debe pasar primero por una aprobación mía, no quiero ninguna tragedia—

Abriendo una segunda puerta acompañada por el pitido del lector al reconocer la tarjeta, las habitaciones continuaban. El sanatorio ahora revelaba un ala diferente, mientras la mujer caminaba, las palabras salían de su boca. —Usted ya nos había detallado eso, doctor. Pero hay algo que debe tener en cuenta, el embarazo de su mujer es muy reciente, con la cantidad de estrés que debe estar pasando cualquier nerviosismo es una amenaza...—

—Sí, lo sé. Por eso la traje aquí para que descanse y repare parte de su alma, es necesario que no tenga ningún contacto con el exterior. Usted verá detallado todo eso en la hoja de ingreso, sus familiares han autorizado su aislamiento, solo vendré yo con un colega.—

—No habrá problema con ello, doctor— Respondió la mujer mientras que se adentraba a uno de los cuartos, corriendo las cortinas, nuevamente habló. —Habitación privada, tendrá todas las comodidades: Cocinaremos comidas especiales para ella y tendrá flores frescas todos los días, sin contar con que se despertará cada mañana con una hermosa vista y los rayos del sol. Es el mejor cuarto que tenemos—

Examinando hasta el más mínimo detalle, acarició las sabanas y se cercioró que los barrotes de la cama no tuvieran algún borde salido, quería asegurarse que ella esté realmente cómoda. —Me parece bien... En cuanto a los talleres, Vonnie tiene talentos musicales, pueden dejarla tocar el piano con supervisión, claro está. Las demás clases las dejo bajo su criterio, aunque me gustaría que se mantuviera activa—

—De eso no se preocupe, doctor— Mientras que la mujer acomodaba las lilas recién cortadas que ahora descansaban en el florero de la mesa de noche, una duda le surgió. —¿Puede recibir regalos?—

Augusto pensó unos momentos, aún no le había comunicado a su círculo del estado de su emperatriz, seguramente ellos se preocuparían por su bienestar. Mónica traería algún dibujo de Mateo y quizás alguna golosina, mientras su padre se encargaría de mimarla con gestos dignos de cualquier progenitor preocupado. Decidido ante su respuesta, volvió a hablar. —Sí inspeccionan cuidadosamente cada presente, no habrá problema con ello—

—Entendido, doctor—

Sintiendo el eco del pasillo, se escuchaba a la perfección la tempestad de una boca lanzando alaridos. Amelia había llegado en su camilla mientras que los pobres enfermeros luchaban con mantenerla quieta a pesar de sus amarres.

La mujer fue la primera en apresurarse a recibir a su nueva iracunda interna, cuando por fin pudo visualizarla, una gran sonrisa terapéutica se grabó en su rostro, mientras que las palabras brotaban. —Tranquila, Amelia... Aquí todos estamos para ti, nadie te hará nada malo... Todo lo contrario, te cuidaremos bastante bien y veras en unos meses que estarás lista para reintegrarte en la sociedad—

Eso pareció tener un efecto contrario en la atormentada chica, a pesar de tener sus extremidades atadas podía sobreentenderse que intentaba lanzar patadas. Todos los presentes temían por una desgracia.

—HIJA DE PUTA, NO QUIERO QUE ME CUIDEN. ¡ESTOY BIEN! ME TRAEN AQUÍ CONTRA MI VOLUNTAD. ¿QUÉ NO LO ENTIENDEN MANGA DE IGNORANTES?—

La recepcionista, sin temer por su integridad se acercó a ella manteniendo una prudente distancia. —Amelia, estás aquí porque tu familia ha decidido que debes mejorar— Observando una de sus falanges envueltas en gasa, la mujer preguntó por esa herida aún no revelada. —¿Qué le pasó en su mano?—

Augusto suspiró, tenía la respuesta tangible en su brazo. —Se arrancó una uña arañándome—

—Oh... En ese caso habrá que cortarle las uñas y quitarle todas las joyas— Teniendo el coraje de una profesión encima, la mujer se animó a tocar la mejilla de Amelia. —Pero no te preocupes, cielo. Te devolveremos todo, además a una chica tan linda como tú no le hacen falta brillantes para relucir. Guardaremos tus anillos y ese lindo collar de corazón que tienes. ¿Sí?—

Sin previo aviso, la blanca saliva rodó por su rostro, ella la había escupido para luego continuar gritando. —TOCAS ÉSTE PUTO CORAZÓN Y TE MATO, ¿LO ENTIENDES? ¡YO TE MATO!—

La recepcionista limpió su rostro, para luego con cautela alejarse. Una vez posicionada al lado del joven doctor Santana, cuestionó. —¿Piensa que sea prudente sedarla?—

Con un lamento atorado en la garganta, Augusto sentenció. —Sí... Pero que sea con algo suave, no quiero que quede atontada...—

—¿QUÉ? ¡AUGUSTO, NO PUEDES HACERME ESTO! ¡DESAGRADECIDO DE MIERDA, NUNCA TE HECHO NADA MALO! ¡SÁCAME DE AQUÍ, POR FAVOR!—

Observando como los enfermeros sacaban de su botiquín la aguja con su correspondiente jeringa y procedían a llenarla de calmante líquido, aguardó hasta que estos perforaran su brazo. Pronto los gritos comenzaron a cesar hasta desaparecer por completo. Con la seguridad de poder acercarse, Augusto caminó hasta su lado y habló con lo que él pensaba que era sinceridad llenando su boca. —Vonnie... Estaremos bien, ya verás que seremos una familia... En unos días iré al pueblo y traeré todas tus cosas y las mías, las lavaré y las prepararé para tu regreso. Los días pasarán volando... Pronto estarás bien y podremos volver a cumplir nuestros sueños— Con cuidado, besó su frente con cariño, ahora ella luchaba por mantenerse despierta.

Amelia al sentir aquel tacto tan hipócrita en su piel, solo pronunció una última frase antes de quedarse dormida. —Cuando Tomás se entere te matará...—

Ella cayó en su sueño, dejando libre el paso a que los enfermeros rompieran sus nudos y delicadamente la dejaran reposar en su cama. La recepcionista, pensativa, abrió la boca para realizar un último cuestionamiento. —Disculpe... Doctor... ¿Quién es Tomás?—

Augusto al escuchar aquel nombre por segunda vez, limitó su cólera a una última mentira. —No tengo ni la menor idea... Volveré el sábado—

... ... ...

Respirando la nostalgia que supuraba como veneno de las paredes, doblaba toda la ropa que tenía, colocándola en infinidades de cajas. Augusto había llegado al pueblo de San Fernando al horario del alba, así no levantaba la vista de algún curioso. Acomodando sus pertenencias y las de su prometida recordaba cada fatídico momento que había vivido en esa casa, se maldijo a sí mismo por haber aceptado el puesto que antes tanto deseaba.

Hacía unos días había comunicado a el circulo de Amelia la triste noticia, más de uno rompió en llanto al escuchar tan fatídico suceso. Mónica volvería en unos días al poblado y continuaría con su negocio, mientras que el resto de sus amigas intentarían estar presente en la recuperación de su prometida. Lamentó que ellas no pudieran verla, pero era necesario combatir los males con la soledad, solo un alma desnuda se abrazaría a la salvación.

Había terminado, todo estaba por fin empacado. Solo restaba buscar los papeles para los trámites burocráticos de su partida; la casa que ambos habían compartido tenía pagado dos años de renta, era dinero perdido, aquello no le dolía pues supuso que posteriormente revocaría el contrato y algo positivo saldría de ello. En cambio, el trabajo que antes tanto había deseado hoy le decía adiós, su carta de renuncia ya estaba lista para ser entregada por su propia mano al ministerio de salud. Masticando algo de pena en su boca supo que era hora de partir, los electrodomésticos estaban apagados y todo estaba listo para que a las cinco el camión de la mudanza levantara todo y condujera sus bienes a la residencia de sus padres. Solo restaba una última tarea pendiente...

Se despidió de cada pared y juró nunca más volver a poner un pie en ese domicilio, cerró la puerta con la seguridad de la cerradura y colocó la llave bajo el tapate de bienvenida. Miró por última vez el cielo y suspiró ante la oportunidad perdida, nada de aquello que le había pasado estaba en sus planes. Sin más miramientos, dejó su casa atrás, alejándose de ella con rápidos pasos, debía comunicarle a la persona que en su momento lo había aceptado en su iglesia de la partida que ahora realizaba.

Las calles polvorientas, para su suerte, estaban desiertas. Atravesó la plaza principal y se encaminó a donde el ser que había propiciado su desgracia residía. El templo comenzaba a acercarse en cada paso que daba, pronto quedó parado delante suyo buscando algo de valor en el suelo para promulgar una última falacia necesaria, debía borrar a ese hombre del mapa. Para su suerte la puerta estaba abierta, como era normal en aquel horario, se introdujo en la nave principal y comenzó a buscar con su mirada a algún ser viviente pero no había nadie allí. Supuso el lugar donde lo encontraría, así que sin pena hizo mover sus pies por los pasillos, guiándose a sí mismo a la cocina.

Allí lo encontró mirando afligido su taza de té, en su rostro había tristeza y algo de miseria, en cierta parte se contentó al hallarlo destruido, en las mismas condiciones que él mismo. Aclaró su garganta, haciendo que de manera evidente su presencia se notara. Tomás Valencia al reconocerlo se paró de un solo salto, algo de vida nuevamente habitaba en su cuerpo, enérgico y lleno de cuestionamientos, Tomás caminó hasta su lado.

—¡Augusto, por Dios! Te estuve llamando a ti y a Amelia todos estos días. ¿Qué sucedió? ¿Dónde está ella?— Con su mirada colmada en temores, Tomás hablaba de manera entrecortada pero firme, era hora que entendiera la situación.

Suspirando, Augusto lanzó una directiva —Siéntate, Tomás...—

Notando la falta de emoción en sus palabras, Tomás lo obedeció. Pronto el miedo nacía encaminando sus pensamientos hasta la autodestrucción de su mente, diversas teorías se dibujaban entre sus memorias mientras que la ansiedad crecía.

Tomando lugar a su lado, las palabras antes ensayadas comenzaban a salir. —En navidad pasó algo terrible...—

Interrumpiendo, Tomás sentenció. —Sí... Amelia me lo contó todo—

—Por favor, déjame hablar— Sin miramientos el cariño había desaparecido, era hora de acabar con todo ese circo que ellos dos habían construido a sus espaldas. —Amelia, de la tristeza, se tomó un frasco entero de pastillas... Quiso matarse, Tomás... Ella ahora está internada en la capital intentando sanar tanto su mente como su alma.

—Eso es imposible— Replicó Tomás —Yo estuve esa noche con ella, no estaba triste, todo lo contrario...—

—¿De verdad piensas qué conoces a mi prometida mejor que yo, Tomás? No puedo creer que tengas ese descaro— Intentando que la rabia no continuara creciendo, prosiguió hablando. —Ella está bien, dispuesta a un cambio. Está curándose—

—Pe... Pero ¿Dónde está? ¿Por qué no me atiende el teléfono?—

—Justamente a eso vengo, Tomás... Tengo que avisarte dos cosas; La primera es que renuncio, mi mujer me necesita más que nunca y la segunda es que ella ya no quiere verte. Me pidió que te lo dijera, no quiere que la busques ni mucho menos que quieras contactarla... Ella está sanando las enfermedades que tú le plantaste—

Como sí todo un glaciar se derramará, con su manto congelado rompiendo su estado en sus hombros, quedó perplejo. No podía creer todo aquello que Augusto rezaba... Eso era imposible. Respirando hondo e intentando quitarse el susto inicial, sentenció. —Quiero que ella misma me lo diga—

—No puede ni quiere hacerlo, Tomás... Ella está mejor, entiéndelo, perdiste...—Poniéndose en marcha nuevamente, Augusto notó como su antiguo compañero permanecía inmóvil preso de la impresión. —Te quise mucho tiempo, Tomás... Lástima todo lo que pasó, espero que encuentres otra feliz pareja para arruinarla... Cuídate— sin más miramientos se alejó, aquello ya estaba hecho y las palabras eran innecesarias. Había terminado.

... ... ...

Desconsolado miraba el techo, aquello no podía ser verdad. ¿Por qué Amelia tiraría por la borda todos los sueños que tanto les había costado crear? Las llamadas habían sido realizadas, para su suerte el número de Mónica había quedado guardado en uno de los cajones de la cocina, Augusto no mentía, Amelia sí estaba internada.

¿Qué haría? Sin ella no tenía luz en su vida ni rumbo fijo. Las lágrimas caían y los recuerdos se anidaban en su corazón como espinas, ya no podía seguir así. Se levantó de su cama y rezó como hacía mucho tiempo no lo hacía, desesperado. Rogaba porque sus actos fueran lo correcto y que ese desprecio antes promulgado solo fuera una mentira.

Esperaba al amanecer... Tenía que ver el brillo del sol una vez más en el pueblo, dolía, pero era algo que tarde o temprano debería hacer sí quería conservar lo única que hacía su existencia una dicha.

Miró su equipaje, en esa vieja maleta estaban las pocas prendas que tenía. Guardó el alzacuellos, recordando las palabras de Amelia expresando su dicha... Aquello era un adiós, una despedida a la iglesia que tantos años lo había albergado, pero ella lo valía, no cometería el mismo error dos veces de dejarla partir en soledad.

Al lado de su maleta estaba su chelo, ese mismo que ella le había regalo hace tiempo, sí podía recuperarla y nuevamente consagrarla a la gloria, de allí saldrían todas las bellas canciones que llevaban su nombre, no se daría por vencido.

La pequeña gata al igual que él aguardaban, su hermano aún incrédulo no creía lo que casi al borde de la histeria había gritado al teléfono. Después de dieciséis años de puro servicio, hoy colgaba el hábito para perseguir un ángel... El cielo le daría su castigo o su recompensa, depende de cual fuera su designio.

El transporte pasaría a las siete de la mañana y diría adiós al pueblo de San Fernando, preparó diversas notas explicando su partida y juró ante los cielos ir a dar las explicaciones correspondientes al obispado. Su hermano lo estaría esperando en la terminal de buses, él juró que hasta ese entonces ya tendría en su casa un cuarto preparado.

Esta vez no se quedaría de brazos cruzados.

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Holi wi 7w7

Como verán al inicio del capítulo, ya tenemos un booktrailer cortesía de una gran amiga y colega luchyvelles

Ésta mujer es talento puro; Hace tremendas ediciones, videos y además escribe como la putísima madre. 

Las invito a pasarse por su perfil y leer las geniales historias que tienen, seguro que te harán suspirar. 

Por otro lado, sí el Book te gustó, deja tu manita arriba (Germán Garmendia le decían)

Te quiero mucho, Lu. ¡Gracias por todo!


Volviendo a lo del capítulo...

Amelia internada, embarazada y furiosa...

Tomás ya civil, lejos del hábito y con los huevos grandes dispuesto a pelear.

¿Qué saldrá de todo esto?



Mis pecadoras, las adoro, ya lo saben.

Cualquier duda o sí sencillamente quieren joder ya saben que mí privado está a su entera disposición.


Quien subió dos capítulos en una semana:


La puta reina de espinas









Macri gato

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