43: "Navidad" (Más extra)


Alisando su vestido rojo con ayuda de sus manos, Amelia se contemplaba por última vez en el espejo. Aquella noche sería el inicio de un fin anunciado por la necesidad de su amor más puro. Desde que había vuelto al polvoriento pueblo, luego del éxito en la recuperación de su amiga, solo tenía una única cosa en mente; Convertir en cenizas su ya acostumbrada pose de prometida, para renacer en el fuego como una inexperta novia, abrazando al hombre que ella había elegido.

Toda la comida que ahora adornaba la mesa había sido comprada, le pareció una pérdida de tiempo inaudita lo que en esa velada se realizaría. Pronto el clan Santana llegaría y la pose nuevamente debería ser fingida por una última vez, a pesar de dormir separados y mostrarse continuamente distanciados, Amelia le debía a Augusto ese momento, ella era una mujer de palabra.

Mónica había partido días atrás para pasar aquella falsa festividad con sus amigas, tal y como ella lo hubiera hecho en otros tiempos. El local había permanecido cerrado y Adriana parecía haber sido tragada por la tierra, seguramente se dio cuenta del fracaso inminente de la tienda. Suspirando, pensó en su única escapatoria de aquel día; A pocas calles de distancia la iglesia estaba abierta y los mesones ocupaban gran parte de la nave central. Tomás había encontrado un buen uso para el dinero que su padre le había donado, organizó una gran cena para todos aquellos que no pudieran contar con un trozo de carne sobre la mesa en aquella fecha cristiana.

Al recordarlo, suspiró con añoranza. Sus encuentros fugaces habían seguidos, siempre amparados por la confidencialidad del silencio. Ambos disfrutaban de la presencia del otro, a veces tocando delante de los feligreses, en calidad de músicos con una inusual química en las partituras, en otras ocasiones se transformaban en amigos y charlaban sin cuidado en la calle, aprendiendo el uno del otro, absorbiendo todo lo que pudieran de su esencia, para luego perder sus roles en una cama y volverse amantes. Los disfraces habían aparecido y la lencería dejó de llenarse de polvo, eso ya no era para su tierno pecador una misión de descubrimiento, aquello era un acto bañado en cariño y sepultado en besos.

Repasó su labial rojo y sonrió ante el espejo, las ilusiones al igual que semillas germinaban en su mente, plagando sus pensamientos de frutos rojos y flores azules, cada brote tenía grabado el mismo nombre. El sonido de la puerta abriéndose la sorprendió, mutó su expresión al de un sereno mármol, ya no estaba sola.

—Te ves hermosa— Aquella exclamación vino acompañada por una mano aventurada en su hombro, aún, dentro de todo, existía una amistad de por medio entre ambos. Augusto posteriormente la soltó para acomodar el nudo de su corbata, contemplando su reflejo.

La culpa nacía por momentos, pero era abortada con velocidad gracias a la sinceridad. Podría llamarlo egoísmo, pero su bien en ese instante era el único que le importaba, ya no podía mentir más y confinar su vida al silencio. Tarde o temprano, él entendería su decisión. Suspirando, respondió. —Gracias, Gus...— Pronto las miradas se cruzaron y el doctor partió camino al refrigerador, retornó con una botella, era hora de brindar por una causa perdida.

—Oye, Vonnie— Ganándose su atención, Augusto abrió el champagne y sirvió dos copas, pasándole una a su pasión rota. —Sé que no quieres estar aquí, podrías estar con las chicas... Pero aquí estás, gracias...—

—Te lo había prometido ¿Verdad? Además, las chicas estarán juntas y tendré sus mensajes a la medianoche. Lamento no haber podido traer a mi padre, espero que tu familia entienda que ya tenía compromisos— Bebiendo de su copa, pronto las burbujas acariciaron su garganta. —Salud—

—¿Por qué brindamos?— Curioso, cuestionó Augusto, sosteniendo su copa. La visión era una obligación, ambos seguían parados delante del espejo, ensamblando sus reflejos en una única postal.

—Por el sanatorio de tu padre, el mío ya prometió invertir en ello...—

—Vonnie, te juro que yo no tengo nada que ver con ese arreglo, es solo algo que se le metió en la cabeza a papá—

—Tengas algo que ver o no, no importa. Pronto todos ustedes tendrán un consultorio propio en la capital y tu podrás volver sin ninguna cohibición. — chocando su copa con la de su conquista fallida, Amelia sentenció.

—Hablando de eso... Me gustaría que recapacitaras, Vonnie. Tenemos millones de cosas pendientes aún por hacer, nuestra historia puede continuar, podemos cumplir todos esos sueños que alguna vez tuvimos... No tiene que terminar, sabes que soy un buen hombre— Mostrando una expresión de anhelo tatuada en su frente, cada palabra que Augusto pronunciaba estaba teñida en sinceridad.

Aquella era la décima vez que tenían esa charla, las palabras estaban fatigadas y la respuesta seguía siendo la misma. Haciendo un especial hincapié en no lastimar a una persona importante en su vida, Amelia habló. —Gus... Mi muy querido Gus— Su mano tomó confianza y acarició su mejilla. —Ante tus ojos debo ser una pésima mujer, pero entiéndeme... Éste tiempo aquí bastó para mostrarme lo que quiero y lo que no quiero en mi vida. Tu siempre serás mi amigo y alguien muy cercano, pero antes de poder cumplir los sueños de alguien, necesito cumplir los míos.— Un último suspiro salió de su garganta sentenciando una condena más que conocida. —No te estoy dejando, solo te estoy permitiendo encontrar a alguien que pueda hacerte y ser feliz a tu lado... No soy una hija de puta, Gus... De verdad quiero que seas feliz—

Una exhalación de resignación sonó detrás suyo, acompañada por las palabras de su pronto caduco prometido. —Bueno... Pero no me puedes negar que aún hacemos una excelente pareja— Mirando el reflejo de ambos en el cristal, Augusto sonrió con la última alegría compartida.

El espejo fue contemplando por los ojos femeninos y pronto una risa salió contrabandeada de su boca, esperaba que algún día ambos pudieran volver a tener esa charla, ya separados por el tiempo. —Eso no te lo negaré, siempre serás el Ken de mi Barbie... En fin, iré a poner una botella en la mesa, prepárate, pronto llegará tu familia. ¿Sí?— Aun manteniendo alegría en su rostro, Amelia tomó la botella abierta que ambos habían estado bebiendo y salió de la casa que pronto abandonaría.

La noche era sublime y la idea de festejar al aire libre, a los pies de su casa, era cada vez más encantadora. Los cables de electricidad sobre su cabeza solo hacían que el aire mágico de la fragancia de verano la poseyera en una lenta sinfonía de aromas florales. Quizás era el sentimiento de amor que inundaba su pecho, o también podrían haber sido las burbujas alcohólicas que se habían fusionado con su sangre, pero la luna, ante su mirada, estaba vestida de gala.

Sin importarle la gente que aún circulaba por delante de su casa, bebió directamente de la botella abierta y pidió un deseo en silencio, esperando que éste se cumpliera en conjunto a un milagro navideño.

... ... ...

Agarraba el tenedor y, sin pudor alguno, disfrutaba de su segunda porción de tarta. En ese momento no había mejor argumento que tener la boca ocupada, así ahorrarse ser parte de la pesada charla que ahora se llevaba a cabo en la mesa. Iluminados por las candelas y los brillos naturales de las estrellas, Augusto y sus padres intentaban hablar, fingiendo con su falsa moral una unión sintética que solo se llevaba a su ejecución en las reuniones navideñas. Santiago, empeñado en integrarla, le cuestionaba constantemente sobre su padre y como habían avanzado sus proyectos políticos, Amelia, de manera vaga y casi pidiéndole permiso a su boca, recitaba monosílabos, mostrando un poco de desdén a esa extraña figura patriarcal del clan Santana.

La medianoche pronto llegaría y las copas se chocarían haciendo que el cristal retumbara con hipocresía, la mente la traicionaba, no estaba presente en esa mesa; Separada por unos metros de su cuerpo, Amelia reía en la iglesia en compañía de la única persona que realmente no malgastaría su tiempo.

—Es una comida excelente, Amelia, no deberías haberte tomado tanto tiempo en cocinar— Nora Santana, sentada al lado de su hijo recitaba sus falsas palabras reluciendo sus modales.

Amelia, con la misma pizca de cinismo, intentó que Augusto no se sintiera incómodo ante tal falsa charla. Después de todo, el sería el encargado de darle las explicaciones necesarias a su familia sobre su rompimiento. Fingiendo una alarmante cortesía, mintió. —Oh... Gracias, Nora. Solo quería que hoy tuvieran algo agradable con qué festejar, pensaba que vendrían los hermanos de Augusto también, así que tendremos comida de sobra por una semana—

—No me hables de esos buitres— Mencionó Santiago atacando el pollo. —Ellos prefirieron estar con sus mujeres antes qué con sus padres, así le pagan a uno todo el esfuerzo que ha puesto en ellos— Al concluir aquella oración, rellenó su copa con el tinto de etiqueta que adornaba la mesa, en cierta parte, Amelia sentía lastima por todas las personas que compartieran sangre con ese sujeto.

Rieron ante la ironía, Amelia miró a Augusto mientras que sus palabras iban dirigidas a Santiago. —¿Por qué será que algunos hijos escapan de sus padres?—

—No, no es que escapen, es que cada uno ya tiene su familia. Además, con mi nuera embarazada y mi pequeña nieta no es posible viajar tan lejos— Acotó Nora, intentando mantener la paz en la mesa.

—No quieras protegerlos, mujer. Todos son cuervos dispuestos a sacarte los ojos en cuanto te descuides... Aun no entiendo por qué me sacrifico tanto para que cada uno de ustedes tenga un puesto que no dé lastima— Bufando como una arpía, Santiago mostraba algunos hilos alcohólicos en sus venas. Las palabras eran dirigidas a Augusto y eso hacía que en sus ojos la pena naciera.

Amelia contempló las cenizas de su prometido derrumbarse al piso con cada palabra patriarcal derramada. El menor Santana dejaba de ser hombre, para convertirse en un niño incriminado por alguna travesura, por más que sus caminos se estén separando, la lástima en conjunto con la pena era dignos de Augusto. Intentando salvarlo de tan crudo bochorno, Amelia habló. —No seas así, Santiago. Sí no fuera por Augusto mi padre no hubiera querido invertir en tu proyecto— Sin necesidad de mirarlo, Amelia sabía que los ojos de su prometido estaban inyectados en su cuello con una alta dosis de asombro. —Él lo convenció, le habló muy bien de tus facultades y las de sus hermanos... Eso sin resaltar el excelente trabajo que ha hecho aquí. Puedes hablar mierda de tus otros hijos, pero Augusto es un buen ejemplo—

Exaltado ante las palabras de la heredera Von Brooke, Santiago sentenció. —Me sorprende lo que dices, Amelia. Porque si mal no recuerdo no hacía falta convencer a tu padre, tomando en cuenta el favor que te hice con tu amiga—

—Favor que pagué con un precio elevado monetariamente ¿Verdad? Porque yo sé que la medicina es la profesión más humana posible, pero tú me cobraste el triple por atender a Natalia. Pero, como sea— Intentando no explotar en cólera, Amelia siguió falseando su sonrisa, para luego rellenar su copa. —Para eso somos familia ¿No?—

El silencio fue sobrecogedor y el ambiente tensado a base de puntadas de alguna inexperta costurera. Sí todo el mundo le temía a ese hombre, ella haría la diferencia, nunca sería una sumisa ante una persona que delante de sus ojos era una causa perdida. Nora intentó varias veces retomar la charla de los cuidados hogareños y la fecunda tierra de la zona, pero lamentablemente nadie podía seguir aquella conversación.

Por debajo de la mesa, su mano fue agarrada. Augusto con sus ojos llenos de agradecimiento rezaba en silencio una caterva de alabanzas ante la mujer que había salido a pelear por él una batalla. Amelia devolvió ese gesto con una sonrisa, sellando así la posibilidad de una amistad, después de todo, las cosas no deberían salir tan mal como cualquier otra pareja desencontrada. Ellos no, ambos eran diferentes al resto, aún podía nacer algo de su romance muerto.

Las horas continuaron y sin percatarse, pronto la hora de brindar llegaría. Con algo de nauseas en su estómago a causa de la ingesta de comida y una fantasía con olor a iglesia en su cabeza, Amelia contaba los minutos para que el matrimonio de vejestorios se marchara. Sin disimularlo, bostezaba en continuas ocasiones, había cumplido con su palabra, ya no debía nada.

—Se acabó el vino— Inquiriendo una orden escondida, Santiago esperaba un alto acato a sus palabras.

Aquello era un alivio, tendría una excusa para levantarse de la mesa. Sin hacer esperar su respuesta, Amelia habló. —Yo iré, de paso me daré una vuelta por el tocador— Poniéndose de pie, concluyó.

Sorpresivamente, Augusto también imitó su accionar. —Te ayudaré con el hielo, Vonnie—

Ambos emprendieron retirada, Augusto tomó su mano intentando así crear una falsa estampa de pareja unida, Amelia lo correspondió, después de todo, entendía lo duro de su situación. Una vez amparados por la complicidad secreta del techo de su casa, ella mencionó. —Tú sabes bien que el vino no se toma con hielo—

—Sí, lo sé— Respondió Augusto acercándose al refrigerador y sacando la botella de turbio contenido. —Pero te quería dar las gracias, Vonnie... No tenías porqué defenderme, pero igual lo hiciste...—

—Claro que lo haría, no soporto que el imbécil de tu padre te trate mal, Gus. Además...— Sentándose sobre el aparador donde estaba el fregadero, Amelia continuó. —Las cosas no salieron bien entre nosotros, pero aún eres mi amigo, un amigo al que siempre le deberé mucho—

—Vonnie, sigo sugiriendo que reconsideres lo nuestro, aún nos queda dema...— Antes de continuar aquella oración, un séquito de funestos gritos empezó a venir provenientes de la calle.

—¿DÓNDE ESTÁ ESE RUBIO DE MIERDA? ¡LO MATARÉ A GOLPES!—

Preocupados, Amelia y Augusto cruzaron miradas, algo de temor resplandecía en los ojos de ambos. Intentando tomar su rol como hombre, Augusto sentenció. —Seguro debe ser un borracho, no te preocupes, iré a ver—

Amelia solo asintió con un movimiento de cabeza, mientras que notaba a su prometido alejarse. Por un momento estuvo sola, aprovechó la ocasión para abrir la llave del agua que se encontraba a su lado y refrescar sus manos, las cuales aún seguían melosas por los restos de comida. Intentando encontrarse a sí misma, buscó el silencio, pero éste nunca apareció, los gritos continuaron y su intensidad subió.

Curiosa ante ello, tomó la botella que Augusto había sacado del refrigerador y se dirigió nuevamente al lugar donde él y sus padres festejaban, teniendo al cielo nocturno como espectador. Pero la postal la sorprendió, en la mesa no encontró la imagen sobria del festejo de la velada, halló solo a los dos hombres Santana forcejando con un tipo desconocido, mientras la matriarca pegaba alaridos al viento, mostrando una clara pena. Aquello era bochornoso, intentando comprender la situación, cuestionó en voz alta. —¿Qué sucede aquí?—

No hubo respuesta por parte de nadie, tantos gritos y ninguna palabra solo nublaban su mente con dudas, aún expectante, se acercó más. Allí fue cuando descubrió la identidad del invasor, Lautaro, el funesto esposo de su empleada, estaba causando un gran alboroto. Pronto sus gritos y sus posteriores golpes tomaron sentidos. —RUBIO DE MIERDA, TE VUELVES A ACERCAR A MÍ ESPOSA Y TE MATO. ¿ME OISTE? ¡YO TE MATO!—

Pronto los forcejos mutaron en puñetazos y Augusto fue el primero en caer al piso. Cuando Lautaro levantó su oscura mirada inyectada en veneno, sus ojos se cruzaron con los de la hereda, haciendo que una tétrica oración saliera de su boca. —¿De qué te sirvió tener el culo tan parado, puta? ¡Tu marido se acuesta con mi mujer! ¡Debería follarte aquí mismo para demostrarle a todos que no me voy a quedar quieto!—

Con la mirada desencajada, Amelia entendió el contexto y buscó entendimiento en el rostro de Augusto que aún continuaba en el suelo, pero él no se atrevió a contemplarla, supo en ese instante que el neandertal no mentía en su reclamo. No se sentía mal, ni mucho menos desilusionada, pero la noche se había perdido en una maraña de miserias propias de cualquier telenovela barata. Sintiéndose insultada ante las palabras de esa escoria, sonrió mostrando su altura. —Sí eso quieres hacer, ven, hazlo. Pero te lo advierto, no tendré el más mínimo recaudo en volarte la cabeza con el arma que tengo adentro. Después de todo nadie extrañará a un peón— Mintiendo, dejó que sus palabras atemorizaran al sujeto, pero eso pareció enfurecerlo aún más. Cuando el parecía arremeter contra Amelia, Santiago se interpuso, ganando así la paliza de su vida.

Nora lloraba y el tumulto era cada vez mayor, Amelia no quería estar allí. Fue en ese momento en que entendió que tenía la excusa perfecta para ausentarse de aquella fatídica noche. Manteniendo una postura clásica en ella e intentando que sus tacones no se doblaran a causa del constante esquive de la pelea que a pocos metros se realizaba, con la botella aún en su mano, emprendió retirada. Escuchó a Nora gritar su nombre, pero hizo oídos sordos a su alarde, nada en esa vivienda le importaba más que el destino al que ahora iba encaminada.

Se empezó a alejar, aun oyendo los gritos que salían de esa casa. Suspiró a los vientos y supo que debería encontrar paz, con su mano libre acomodó su vestido y aún con la botella en su otra extremidad pensó en una excusa para brindar. Atravesó la desierta plazoleta y contempló la iglesia abierta y la algarabía que de allí salía, ahora estaba en el lugar indicado.

Pasó por el monumento y la música que salía de aquel festejo solo la guiaba a perderse en su alegría, cuando se encontraba a pocos metros de la escalinata, una voz llorosa clamó su nombre.

—Se... Señorita Amelia, yo... Yo no quería, disculpe— Sentada en la banqueta de cemento, Adriana mostraba en la poca visibilidad de la noche su ojo morado y diversas manchas violáceas en su rostro. Pudo imaginarse por lo que había pasado, al no escuchar respuesta, la joven continuó hablando. —Fue un error, le juro que fue un error—

Amelia la miró con pena, aquella mujer solo mostraba una cara oculta de una fatídica vida, a ella no podía reprocharle nada. Se acercó a Adriana para mostrarles sus sentimientos sinceros y demostrarle que no había ningún resentimiento, pero entonces vio la ropa que la muchacha llevaba puesta.

Aquella blusa que Adriana lucia, era sin duda alguna una de las preferidas que Amelia había adquirido para la tienda, tanda de vestimenta que fue perdida completamente el día en que el siniestro robo se llevó a cabo. Su lástima se perdió y, por primera vez en la noche, se sintió engañada. De su alma se borró cualquier pensar puro y solo la sinceridad destructora brotó de su garganta. —Llevas una hermosa ropa, Adriana... Es hermosa, yo misma la elegí en la capital... A ti también te debe parecer hermosa, por eso la robaste en conjunto con las otras cosas ¿Verdad?—

La joven mostró dolor en su ya de por sí desfigurado rostro, nuevamente intentó hablar. —Dis... Discul...—

Amelia no le permitió terminar aquella oración. —Sin duda alguna uno de los peores errores de mi vida fue intentar hacer caridad contigo, pero bueno, nada se puede sacar de un burro más que una patada— Intentando volver a su camino, pronunció un último mensaje. —Te recomiendo que intentes calmar a tu marido antes de que mi suegro llame a la policía y se asegure que a tu perfecto niño lo conviertan en la señorita de la comisaría. Y en cuanto a ti... No quiero volverte a ver nunca más cerca de mí o de Mónica, porque sí te acercas... Bueno, creo que tendrás que dar muchas explicaciones— Los pasos comenzaron a ser realizados de manera autónoma, ahora sí su mente había sido atacada por el ácido de la cólera. —Feliz navidad, Adriana—

Se separó de todo, borró la pena y la mutó en añoranza, después de todo su deseo de esa velada se había cumplido, tenía en sus manos el momento indicado con la persona perfecta. Tomás ahora se encontraba a pocos metros de ella y él podría llenar todos los vacíos que ahora había en su cabeza.

La iglesia estaba majestuosa, desde el portal el jolgorio salía y la alegría se contagiaba. Personas de todas las edades reían y comían mientras que algunas parejas bailaban al compás de la música típica. Se quedó unos momentos contemplando tan enternecedor cuadro desde el portal, buscando con la mirada a alguien que parecía estar ausente, pronto lo encontró renegado a un costado, siempre solo, acompañado solo por su melancolía y la belleza típica de una rosa marchita.

Agarró la botella con fuerza y con una sonrisa, atravesó la nave principal respondiendo a cada saludo que los paisanos le hacían. Muchos buenos samaritanos la invitaron a sentarse a su mesa, pero amablemente rechazó a cada uno, ella quería estar con la persona al cual su nombre adornaba cada palpitar. Con sus pasos escondidos por la música y con su vestido ondeando en cada caminar, se sentó a su lado, haciendo que la falda roja volara por sobre las rodillas del hombre que triste buscaba consuelo en el piso.

La tela lo increpó, obligándolo a alzar la mirada, pronto ambos se contemplaron con dicha, borrando todo ápice de pena de sus vidas. Las sonrisas cómplices aparecieron y sin palabras, disfrutaron del silencio.

Sin importarle quien los escuchara, Tomás fue el primero en tomar la palabra. —Ami... Pensaba que estarías con Augusto y su familia—

Inclinándose levemente, Amelia le dedicó un rápido relato de todo el chisme vivido. —Te lo resumiré; Augusto se acostaba con Adriana, el marido llegó y aún debe estar dándole la paliza de su vida delante de sus padres. Por otro lado, ya me enteré quien robó en la tienda... La misma parejita feliz que ahora deben estar celebrando con el rostro morado de Augusto es la culpable de que perdiera tanta mercadería—

Tomás, sorprendido, dijo lo primero que se le vino a su mente. —¿Tu...Tu, estás bien, ángel?—

—No te lo voy a negar, me duele que Adriana, a pesar de toda la confianza que le dimos, nos haya robado... Pero lo importante es que ahora, gracias a ella y a su galán, tuve la perfecta excusa para venir a estar contigo— De manera valiente, tocó su mano, entrelazando sus dedos, haciendo que cada instante de esa unión valiera una eternidad de sufrimiento. —Necesitaba estar a tu lado, Tomy—

La antes marchita belleza mutó en un resplandeciente goce, no podían ocultarlo, su afecto iluminaba todo el salón y ninguno de ellos tenía la más mínima intención de apagar la luz. Cuando el recato tuvo que hacer presencia, ambos se serenaron ante algunas miradas curiosas, volviendo a su postura de simples conocidos, Tomás pidió conocer la verdad. —¿Có... Cómo te sientes con lo de Augusto?—

Un suspiro salió de la boca de su acompañante, respondiendo tal incógnita. —No puedo reclamarle nada, tú sabes que hemos hecho cosas cien veces peores... Pero creo que ahora entiendo por qué movió su consultorio de aquí a nuestra casa, eso me parece un poco egoísta, no todos los de aquí se sienten cómodos yendo al hogar del doctor para ser atendidos—

Tomás, con una teoría formulada, brindó su punto de vista, destinándose a una confesión. —No lo hizo por eso... Ami... Creo que él se marchó por el altercado que tuvimos—

—¿Altercado? No me dijiste nada—

Sintiendo un poco de calor a causa de la negra camisa que llevaba puesta, Tomás tragó saliva, cada día ese uniforme eclesial parecía apretarle más. —Sí... No quería preocuparte, Ami... Él sabe lo nuestro, me lo dijo cuando vino tu padre—

—Oh...— Sin entender la falta de reprimendas o de acusaciones de Augusto, Amelia parecía perdida en un extraño mundo bizarro de secretos, pero eso no importaba en tan dulce encuentro. —Bueno, creo que ahora el marcador está igualado. Pero, seré curiosa. ¿Qué te dijo?—

—Que me aleje de ti...—

—Y mierda que le hiciste caso— Entre risas, ambos recordaron cada encuentro, vertiendo en su memoria los besos derramados y las pasiones desbordadas, ya no había nada que lamentar.

Pronto Amelia mostró la botella que cargaba, para luego, volver a hablar. —Trae dos copas, brindemos—

—Sí, por supuesto— Apresurado, Tomás se levantó de su reposo y esquivando parte de la gente que disfrutaba en su propio espacio, se perdió entre la multitud para de manera pronta retornar. —No encontré copas, lo siento Ami... Espero que esto sirva— Acercándose aún más a ella, tomó lugar nuevamente a su lado, pasándole los vasos de sintético material.

—Vasos de plástico blanco para un vino carísimo... Adoro nuestro estilo de vida, Tomás— La botella fue abierta y los recipientes llenados. Ambos disfrutaron de la bebida mientras que algunos susurros teñidos en romance eran depositados en sus sentidos, por fin la noche parecía cobrar sentido para ellos.

Ambos permanecieron así, inmóviles presos de una charla lo suficientemente confidente como para alejar a los entrometidos, la botella se acabó y en su lugar una cidra fresca de manzana apareció haciendo que sus burbujas rápidamente tomaran desprevenidas a sus cabezas. Esa noche no había que limitarse, el fin estaba cerca, ya no habría alzacuellos ni médicos adornando un brazo, pronto ambos podrían compartir cada instante a su lado, viviendo un destino anunciado, atrasado por el tiempo, una iglesia y un prometido bastante olvidable.

Pronto, la multitud presa de su propio festejo empezó la cuenta regresiva. Los números eran cantados mientras que los vasos se llenaban y los parientes se abrazaban entre sí. Algunas lágrimas fueron derramadas por los presentes, honrando a los que se fueron y por los que estaban ausentes, mientras que la melaza culmine llegaba a su punto. El último digito fue pronunciado y el festejo explotó en sonoridad en cuanto a la avasallante alegría que ahora inundaba la iglesia.

Cuando supo que era momento de hablar, Amelia levantó su vaso de plástico y exclamó a los cielos— Dolores... Tomy, una muy feliz navidad—

Tomás supo que había algo aún pendiente entre ellos e ignorando cualquier malestar de alguna ausencia que aún rozaba una herida abierta, se puso de pie, extendiendo su mano a la joven que tantos poemas le había dedicado. —Ven, quiero que veas algo—

—¿Ahora? Pero vendrán a saludarte y pedirte que bendigas el pavo—

Sintiendo los estallidos en el cielo, sabía que ambos debían apurarse. —Ven, Ami, sígueme— Agarrando de manera delicada sus falanges, la obligó a levantarse, para luego emprender retirada.

A un paso apresurado, casi al trote, los pasillos del templo fueron recorridos con prisa. Ambos corrían uno detrás del otro reviviendo el cadáver de su infancia. Pronto el destino fue claro, la puerta fue abierta y el patio de la iglesia con su verde jardín se mostró como el lugar de su reposo.

Intentaron recuperar el aliento, ahora con un ritmo más calmado, caminaron sobre el verde césped, observando como los fuegos artificiales brillaban con sus colores titilantes el cielo. Sin tener algún recaudo, levantó a su ángel y lo elevó en sus brazos, para luego depositarla con cuidado sobre la banqueta de cemento, haciendo que la claridad del majestuoso firmamento sea avasallado por sus ojos. —Ahora sí, Ami... Feliz navidad—

Los eléctricos ojos brillaban ante los fulgores nocturnos y una sonrisa de dicha y quizás de asombro relucía en su rostro. Parada sobre el banco, en un jardín plagado en rosas y acompañada por la única compañía que quería a su lado, Amelia fue feliz como hacía mucho tiempo no lo era. Intentando disimular esa gota forajida que bailaba en sus pestañas, bajó la mirada ante los azules ojos que parecían estar hipnotizados ante ella. —Gracias por todo...—

—¿Gracias, por qué, Ami?— sujetándola de su cintura, para que en ningún momento la falta de equilibrio fuera un riesgo, supo que el mundo era demasiado pequeño, porque lo tenía en sus manos.

—Gracias por todo... Por haber vuelto, por esforzarte en hacerme feliz, por demostrarme que puedo ser feliz... Gracias— En aquellos ojos, a veces altivos y otras veces desamparados, ahora solo brillaba la dicha y ese era el mejor regalo. Sin esperar más tiempo sus labios se unieron en un festín de sabores con aroma a reencuentro, los artificios brillaban sobre ellos y sus corazones se unían, aquello era su designio, era un destino divino.

Sus labios chocaron en cada estruendo y pronto las caricias se convirtieron en apretones y los suspiros mutaron en gritos de alegría. Ambos encontraron su calma en el alboroto de una festividad que jamás pensaron compartir.

—Vamos, Ami... Dilo—

—Tengo dignidad, no lo voy a decir—

—Dilo, por favor—

—¡Está bien, está bien! Lo diré— Riendo, Amelia sintió como era levantada en sus brazos con facilidad, haciendo que la cercanía a su rostro fuera aún más confortante que todo el alcohol consumido. —Eres mi amor, mi idiota, mi vida— La alegría brotaba de cada palabra mientras que diversos besos eran lanzados sobre el alzacuello que ahora se infestaba en carmín. —Ahora di lo tuyo—

—¿Tengo qué hacerlo?—

—Sí, tienes que hacerlo—

Aún con su pequeña aferrada en su pecho y suspendida en el aire, Tomás rio. —Me llamo Tomás y soy un idiota de dos metros... Y me gusta cómo le queda a mi chica su disfraz—

Riendo ante la pena que aquello causaba en su pareja, Amelia demandó que su confesión continuara. —Especifica que disfraz te gusta, morboso—

Suspirando, Tomás nuevamente sentía todo su pudor derramado. —El de diablilla ¿Feliz? Me gusta verte vestida de rojo, con todos tus moños y el tridente de plástico—

Curiosa ante esa nueva palabra, Amelia carcajeó mientras que era devuelta a la seguridad del suelo. —¿Tridente?—

—Sí... Ese que tiene los pinchos—

—Ah... ¿El tenedor gigante?—

—Ese mismo— Besando su frente e inundándose en la gracia que ella provocaba, volvió a hablar. —Pronto la gente se irá, debo despedirla. ¿Te quedarás conmigo, Ami?—

Elevando su mano, Amelia acarició su mejilla. —Lo preguntas como sí no conocieras la respuesta—

La complicidad nuevamente aparecía, mientras que ambos sabían que todavía les aguardaba una larga noche.

... ... ...

Sentados frente la mesa de la cocina, rodeado por botellas vacías de sidra y con dos gigantes porciones de pastel delante suyo; Tomás prestaba toda su etílica atención a los zapatos de tacón que ahora estaban apoyados sobre sus rodillas, mientras que su dueña, con su boca repleta de glaseado y su mano adornada por un vaso, era constantemente cuestionada.

—Pero no entiendo por qué los usas, sí tanto te hacen doler, Ami.—

Tragando el azucarado contenido de su boca y lubricándolo con alcohol, Amelia rio para luego responder. —Lastiman, sí. Pero quedan preciosos. Además, no es fácil andar con alguien como tú y no sentirte un poco enana—

Agraciado por las palabras que su ángel exclamaba, Tomás deseo compartir el postre que ella consumía. Agarrando su tenedor con algo de dificultad debido a la visión meramente borrosa, empezó a comer, no sin antes con ayuda de una servilleta limpiar el rostro de la pequeña joven que estaba a su lado. —¿Te sientes enana?—

—Ajam...—

Tragando el pastel, nuevas palabras salieron de su boca, mientras que apuntaba con el tenedor manchado en blanco a los dichosos zapatos dueños de esa charla. —No quiero que uses algo que te lastime por mi culpa, Ami. Quítatelos—

—Tomás, ya los usaba mucho antes de conocerte—

—Lo sé, pero son instrumentos de tortura. Quítatelos—

Sonriendo ante la postal tierna de un borracho preocupado, Amelia negó. —No lo haré, sí tanto te molestan, hazlo tú—

Entendiendo aquello como una orden, miró con detenimiento el abrojo que mantenía cerrado el calzado. Pronto, con dificultad, empezó a idear estratagemas para desprenderlos; Movimientos suaves acompañados por jalones, el alcohol no era, por decirlo de alguna forma, el mejor ayudante.

Cuando por fin el primer zapato había sido desprendido, continuó con el otro, cargando en sus manos la experiencia de su antecesor. Ambos ya estaban abiertos y, con un torpe movimiento, los sacó de sus pies, dejando ambas piezas de charol delicadamente apoyadas en el piso. —¿Mejor?—

Las risas continuaban y la comodidad aumentaba, vislumbrando el brillo de felicidad que se veía en los ojos de su pareja, Amelia respondió. —Sí, mucho mejor—

Sintiéndose orgulloso de haber desbloqueado un nuevo logro en la escala de novios, Tomás se premió a sí mismo con una nueva parte de pastel. Pronto observó como la mujer que estaba a un costado suyo hundía su dedo en la delicada crema que adornaba su bizcocho, para luego llevar su falange a su propia boca. —Hoy no pensaba pasarla bien, parece que los milagros navideños existen—

—Claro qué existen, Ami...— Mirándola en detalle, una nueva incógnita nació en su mente. —¿Algo más te incomoda?—

Con la clara intención de una broma, ella respondió. —Augusto, su familia, el pueblo, el sostén y mi culo— Pronto observó como en el rostro de su acompañante una extraña mueca se grababa. Ansiosa por su complejidad, cuestionó. —¿Qué?—

—Bueno...— Aclarar su garganta era necesario, mostrar recato era una obligación personal. —Entiendo lo de Augusto y su familia, también lo del sostén... Pero, ¿Tu cuerpo? ¿Qué tiene de malo?—

—Tomás, ya no tengo quince años. Antes mi culo era un monumento, ahora parece que la gravedad empezó una lenta batalla en mi contra— Sin disimularlo, la respuesta salía vislumbrando inseguridades, después de todo, la única persona dispuesta a escucharla estaba prestando toda su atención a un costado suyo.

—Primero— Dejando de lado su postre y la bebida, Tomás rotó sobre la silla escasos centímetros, haciendo que su interés sea obvio. A veces un halo de madurez ante las nihilistas dolencias era necesario. —Sí tu tuvieras quince no estaría contigo—

Sorprendida, Amelia exclamó. —Espera, espera... ¿Sí fuera más pequeña no saldrías conmigo?—

—No, por supuesto que no.— Pronto, Tomás entendió que debía defender su argumento. —No porque hubiera algo malo contigo, Ami... Pero todo tiene un límite. Yo te conocí siendo una mujer que aún disfrutaba de su niña interna. Pero, sí hubieras sido una niña jugando a ser mujer, lo nuestro habría sido aberrante—

Con algo de gracia en su boca, Amelia sentenció. —Claro, porque ningún cura nunca se metió con un menor de edad ¿Verdad?—

—Amelia, no empieces. Te dije un millón de veces que no todos somos así, por unos cuantos todos tenemos mala fama.—

—¡Está bien, está bien! ¡Lo siento!— Tocando su mejilla, la charla continuó. —¿Y lo segundo?—

Suspirando, Tomás dictó una directiva. —Date vuelta—

Sin chistar u oponer resistencia, Amelia hizo caso a sus palabras, después de todo, estaba en presencia de la única persona a la cual le confiaría su vida misma. Sin levantarse de su silla, giró, pronto en su espalda descubierta, gracias al marcado corte de su vestido, sintió el toque de aquellas manos gigantescas de textura suave adentrándose debajo de la tela de la prenda, acariciando su piel y llegando a los broches de su sujetador. En un rápido movimiento, los candados de alambre fueron abiertos, sonrió para sí misma al comparar la experiencia adquirida de Tomás gracias a ella. Ya no quedaba mucho del antiguo hombre que desviaba su mirada ante la desnudez, solo su esencia pura persistía. —Gracias—

A diferencia de lo que ella pensaba, su mano no se alejó de sus dominios al cumplir con su objetivo. Las falanges continuaron acariciándola, descendiendo aún por su espalda, hasta detenerse en su cintura baja, donde la textura de un tatuaje blasfemo le daba la bienvenida.

Tomás se quedó allí unos momentos, reconociendo los senderos de aquella piel que tantas veces había recorrido a base de besos. Haciendo hincapié en aquel tatuaje que tan bien conocía, preguntó. —¿Por qué una cruz? ¿Tanto te gusta lo prohibido?—

—Ríete sí quieres, pero esa cruz tiene un significado para mí. Simbolizaba una etapa que yo creía terminada...— Sacando su sostén desprendido por los tirantes del vestido, Amelia sintió la comodidad de un cuerpo sin ataduras, para luego concluir. —Y, querido... No es que me guste lo prohibido, lo que realmente me gusta es demostrar que nadie puede prohibirme nada—

Las miradas fueron compartidas al igual que las risas cómplices que ese mensaje cifraba, cuando la prenda íntima fue depositada encima de la mesa, supo que su momento hacía alarde de su llegada. Poniéndose de pie, Tomás extendió su mano. —¿Un último baile navideño?—

Como pudo, ella se puso de pie, ambos seguían con sus sentidos tambaleantes a causa del alcohol. —¿Sin música?—

—Solo con la música del silencio, Ami—

Sus manos fueron entrelazadas y los pequeños movimientos ejecutados. Estaba parado delante de algo que él realmente amaba. Allí, descalza, sin su sostén y con el vestido manchado con crema. Estaba la mujer de su vida demostrando el apego emocional que tenía. Las risas nacían ante algún comentario inoportuno, mientras que su cabello despeinado bailaba al compás de sus pasos. El cielo se abría y los ángeles ya no se disfrazaban en mortales escondiendo su gloria tras banales carmines.

Pronto, gracias a la euforia de la emoción, la necesidad de hacerla girar nació. Así lo hizo haciendo que su vestido hondeara por los aires, enérgico y aún con sus pies vagos a causa de las corrientes etílicas, continuó bailando. Pero, del otro lado, la joven inmóvil había quedado.

—¿Estás bien, Ami?—

La respuesta nunca llegó, pero la acción valió más que cualquier oración. Apresurada, ello corrió los escasos cinco pasos que la separaban del lavamanos de la cocina. Entre arcadas y espasmos, de su boca salió toda el agua bendita y las eucaristías, dejando en claro que el vino de servicio y las delicias azucaradas, tarde o temprano, cobraban su cuota de malestar.

Acarició su espalda e intentaba sostener su cabello. Pronto la calma volvió cuando la llave fue abierta y el agua se llevó todos los fragmentos de yesos de los santos destruidos con versos blasfemos. Lavando su boca e intentando recomponerse, una sola palabra salió de sus labios. —Discúlpame—

—No, no, Ami. Discúlpame a mí, no debí haberte movido de manera tan brusca—

—Cállate— Recomponiéndose ante la escena, Amelia logró enderezarse. —No es tu culpa que yo beba como cosaco, ese es otro mal de la edad, ahora las resacas pegan y duran más—

Sosteniendo su mano, pensó de manera sensata. —Debes recostarte, vamos, te llevaré al cuarto—

—No— Sentenció ella. —Lo mejor será que me lleves a casa, allí tomaré un buen baño y estaré en el cielo de las pastillas—

Haciendo caso a sus palabras, supo que debía darse prisa sí quería que el estado de ella mejorara. Acomodó su ropa y cargó sus zapatos en una mano, mientras que la otra la sujetaba para que no perdiera el equilibrio. El camino fue corto, pero infestado en gracia, infinidades de chistes de gusto oscuro eran pronunciados mientras que su ángel embriagado intentaba seguir sus pasos. Tambaleante y con las sílabas de cada palabra arrastradas, ambos llegaron al portal donde ella residía. En ese momento no importaba quien los viera, además, la calle al igual que el pórtico, donde aún continuaban la mesa en conjunto con las sillas, estaban vacías.

Entre la ebriedad y un corazón delatado por la gloria, Amelia habló. —La pasé realmente bien hoy, gracias—

—No tienes nada que agradecer, Ami. Quien está feliz soy yo, la cuenta regresiva ya ha empezado—

—Sí, Augusto debe estar durmiendo, cuando se levante tendré mucho que contarle— Roja a causa de sus venas contaminadas, cada paso era una invitación al desastre. —¿Te veré mañana?—

—Por supuesto, Ami... — Notando la dificultad en su caminar, la preocupación nació. —¿Quieres qué te lleve a dentro?—

—No, no... Estoy bien, además no quiero que Augusto te vea y se ponga a chillar—

Abrazándola por última vez, el mensaje fue claro. —Qué se joda Augusto, Ami— Ante el portal y bendecidos por la claridad del alba un último beso fue dado. —Y... Ami—

—¿Sí?—

—Aún eres un monumento, siempre lo serás para mí— Con una sonrisa en sus labios cómplice de sus encuentros, Tomás se despidió con esa sencilla frase, mientras su única ilusión cruzaba la puerta.

Ya en el interior de la vivienda, Amelia visualizó la comida aún desparramada en la mesa. Supo que ella no limpiaría semejante desastre en el preciso instante en que lo vio, pero la ausencia de presencias, aún en su estado de borracha, la sorprendió. —¿Augusto?— No se escuchó respuesta alguna, la interrogante fue repetida. —¿Augusto?—

Recorriendo las habitaciones sostenida por las paredes, descubrió de manera satisfactoria, que la casa estaba vacía. Aún tambaleante, caminó hasta la despensa donde su antiguo prometido guardaba los medicamentos. Sin mirar las etiquetas debido a su visión borrosa, revisó entre las cajas de duro cartón hasta encontrar la indicada para las náuseas, su empaque rojo le dio la bienvenida con una abrumadora calma grata.

Sin dudarlo un instante, rompió el sello del empaque y sacó cuatro comprimidos, los puso en su boca y sin ayuda de algún líquido, las tragó con facilidad. Pronto el bienestar volvería en compañía de la calma, dejando su ropa regada por toda la casa, se dispuso a llenar la tina y a descansar.

... ... ...

—¿Vonnie?—

—¿Vonnie?— Con sangre seca adornando su nariz, Augusto había retornado a su hogar.

Observó las múltiples prendas femeninas en el piso, como si fueran migajas de pan, siguió su rastro hasta el baño, sabía que ella estaría allí. Pegándose contra el portal, las palabras comenzaron a brotar. —Vonnie... Recién vuelvo de la comisaría, levantamos una denuncia contra ese tipo y lo dejaron ahí—

Del otro lado no se escuchó ninguna respuesta, así que el doctor continuó con su monologo. —Amelia... Yo sé que hoy te enteraste de algo que, ante tus ojos, debe parecer horrible. Mi padre y mi madre se la pasaron insultándome todo el camino y.... Y tienen razón, soy un idiota. Sé que las cosas están pésimas entre nosotros y con esto solo lo he empeorado. ¿Puedo pasar?—

Nuevamente la contestación no aparecía, esperando que su mudez no sea producto del rencor, con algo de recato abrió lentamente la puerta. —¿Vonnie?—

Los azulejos seguían empañados, al igual que el espejo. En la bañera, una estampa desgarradora, capaz de hacer helar cualquier corazón sensato, relucía. Su prometida estaba con sus labios morados dormida, blanca como la porcelana que la revestía, sumergida hasta sus pechos en su helado baño. Asustado, se apresuró en correr a su lado e intentar despertarla. —¡Amelia! ¡Amelia!—Cada palabra tenía un dejo desesperado en su pronunciación, pronto diversas bofetadas aparecieron intentando volverla en sí.

Un golpe fue capaz de reanimarla. —¿Uhm?—

Al escucharla, parte de su alma volvió a su cuerpo. Notando el pulso débil de su cuello, una sola incógnita demandaba respuesta. —¿Qué hiciste?—

—Nada... yo solo... tomé una de esas pastillas para las náuseas— Intentando moverse, la fatiga la atrapó. —No me siento... bien—

—¿Pastillas para las náuseas? ¡No te duermas! ¡Escúchame bien, Vonnie! ¡No te duermas!— Apurado, quiso comprobar cuáles eran los comprimidos que ella había ingerido, sabía muy bien que las pastillas que ella describían no provocaban un cuadro tan devastador como el que ahora vivía. Corrió hasta la alacena y notó una única caja sobre la mesada, abierta. Aquellos no eran antieméticos, eran relajantes.

El corazón latía con prisa mientras que sabía que debía actuar rápido sí no quería llorar una tragedia. Corrió nuevamente hasta el baño y, con velocidad, sacó a la adormecida chica de la bañera, para luego envolverla en una toalla. Su cuerpo estaba helado y sus respuestas eran casi nulas, debido al nerviosismo no sintió su peso.

—Au... August... ¿Qué pasa?—

Sacándola fuera de la casa, con celeridad, la introdujo dentro del auto que, por suerte, no había ingresado aún a su cochera. —Vonnie, necesito llevarte urgente a algún lugar con las maquinas necesarias, tendrán que lavarte el estómago—

—¿Qué...? Só... Sólo eran pastillas para no vomitar, Gus—

—Vonnie, no me mientas... ¿Por qué lo hiciste? Esos eran relajantes, tú lo sabes bien— Encendió el motor con sus manos temblantes apenas las llaves ingresaron al tambor, pronto se dispuso a alejarse con prisa del pueblo. —No te duermas, por favor—

—No... Eran pastillas para las náuseas... Es solo una resaca... Nada más— Interpretando aquello como un mal entendido, Amelia balbuceaba mientras que tiritaba de frío. —Cierra con llave la casa...—

—ME IMPORTA UNA MIERDA LA CASA AHORA, VONNIE— Pronto, el auto aceleró a un límite peligroso, el estado de su prometida no era para nada alentador. Manejando de manera temeraria, fue cuando una clara preocupación mayor apareció en su cabeza, sabía que en un día festivo la mayoría de los sanatorios no recibirían urgencias. —Mierda...—

Con aún su estado histérico, sacó su teléfono del bolsillo de su manchada camisa, para luego buscar entre los números un dígito designado. El tono de llamada sonaba, hasta que una voz adormecida del otro lado respondió.

—¿Sí?—

—Lucas, soy yo, Augusto. Pasó algo terrible, ¿Dónde estás? Necesito que me busques una cama en algún lugar privado, voy con una urgencia—

—¿Viste la hora que es, Augusto? Deja a los del hospital... Ellos se encargarán—

—No, no entiendes... Por favor, búscame una cama, es mi prometida—

Del otro lado del teléfono, un silencio se oyó, para luego ser acompañado por una interrogación. —¿Qué le pasó?—

—Una intoxicación con relajantes... Por favor, llegaré en menos de dos horas, voy manejando lo más rápido que puedo—

—Pero, ¿Cuántos se tomó?—

—En la caja faltaban cuatro o cinco comprimidos, no lo recuerdo, apúrate y búscame un lugar—

—Lo haré, ahora mismo me estoy levantando... Pero, ¿Fue un accidente?—

—No lo creo, no es la primera vez que paso algo así. Espero tu llamada—

—Sí, no te preocupes, yo te ayudaré—

La llamada fue concluida y el teléfono lanzado al asiento del acompañante, con los nervios inyectados sus venas, siguió conduciendo.

—Gus... Fue un accidente, no... no es lo que piensas—

—Vonnie— Mirándola desde el espejo retrovisor, las palabras salían al mismo ritmo del carro que manejaba. —Sé que lo hiciste a propósito ¿Fue por lo de Adriana? Prometo que no se repetirá, no deberías haber hecho esto...—

—Idiota... Adriana y tú no me importan... Te... Te digo la verdad. Estuve con... Con Tomás, él sabe que bebí... Mucho—

—¿Con Tomás?— Pronto, las palabras de su prometida empezaban a tener una carga de veracidad. Una idea se dibujó en su mente, quizás tenía en sus manos la excusa perfecta para alejar a ese dúo y así, de una vez y por todas, terminar su historia. —No me importa sí fue un accidente o no... Volverás a la clínica, Amelia. Allí te controlarán y no podrás salir hasta que tu cabeza esté bien. Tanto yo, como tu padre, sabemos que no estás en tus cabales... Es una decisión por un bien mayor—

-.-.-.-.-.-.-.-.-

Bueno, sacando la trama de la novela, hoy es un día sumamente emotivo para mí. Así que les contaré una historia:

Hace menos de dos años, Ann conoció a una joven llamada HeiligHellsing, quien, entre charla y charla, le mostró una aplicación llamada "Wattpad". Allí la joven Carol le presentó a Ann un mundo nuevo de historias gratuitas, las cuales podía leer y comentar a su gusto. Desde ese momento se hizo usuaria de la aplicación. (Carol, sí lees esto, escríbame muchacha. Desde que cambié el celu y perdí tu número no he sabido nada de ti, intenté contactarte por FB pero no te encontré. Te extraño mucho, enana)

Aún recuerdo mí primera historia... "Cómo conquistar al profesor Remus J. Lupin" De la escritora ImagineDuck. Esa historia, un fanfic de mi amor de la infancia, fue la que más me marcó en la plataforma. Duck, gracias a ti y a tu bella obra hoy existen las mías. Porque sin Remus, no existiría Tomás.

Pronto, el bichito de la curiosidad picó. ¿Por qué yo no escribo mi propio Fanfic calenturiento? Así lo hice, debuté en wattpad con una alabanza a un personaje ficticio. (¿Alguien recuerda el título que le había puesto? 7w7) Pero no tenía el talento de ImagineDuck para adueñarme de los personajes y sentirlos como propios, ni mucho menos la creatividad de HeiligHellsing para hacer que algo sencillo se convierta en belleza, así que lo dejé de lado.

Los meses pasaron y me había dado por vencida, en mi puta vida había escrito algo y todo lo que plasmaba daba cáncer a los ojos. Hasta qué (Música dramática) Mi fantasía e historia de vida de toda una existencia, salió un día de una charla con mi gran amiga Lunaticaxvgta

Ella me animó a plasmar aquello que tenía aún sumergido en el tintero de mi cabeza. Y ahí pensé: "Ann, no sabes escribir ni mierda, encima queres escribir de un tema jodido... Nadie va a leer la historia de un cura pasivo que es cruelmente arrastrado a la oscuridad por una puta, para luego él mismo volverse oscuro" Las dudas continuaban.

¿Qué pasaría sí lo hacía? Nada... Solo me tildarían de hereje cuando mucho. ¿Qué pasaría si no lo hacía? Sería una puta cobarde.

Ahí apareció mi paladín en el tablero. Nel2223(Mi mejor amigo, compañero de vida, marido, padre de dragones, nacido de la tormenta, quien no arde) Quien me acomodó las ideas, Nelson sabía que yo escribía para la mierda, pero también tenía conocimiento que eso me hacía feliz.

Y así, con una calidad digna de un regalo de inodoro, el 31 de octubre de 2017 nació una novela llamada "Perdóname, Padre" Escrito por una joven que aún se reía de sus propias ocurrencias.

Hoy pasó exactamente un año de ese hecho, miro para atrás y solo puedo sentir orgullo, mejoré mucho y puedo decir con una sonrisa que eso es todo gracias al esfuerzo.

Ann encontró en la escritura un escape del trabajo, un descanso de la vida... Ann convirtió a sus fantasías en realidad, a su marido en lector y luego en amante... Ann se hizo feliz a base de un teclado.

Hay mucha gente que quisiera nombrar, por ejemplo, a AlexKiaw quien con su ayuda me hizo mejorar, es la clase de persona que te brinda una inyección de experiencia que a veces tanta falta nos hace.

Quisiera hacer un punto aparte aquí, para nombrar a la iglesia, a aquellas amigas que me aconsejaron y me brindaron su amor sin conocerme. Sin la agrupación de Santo Tomás, varias veces habría abandonado la obra ya.

Y aquí, quiero remarcar algo, gracias a ustedes.

¡Chicas! ¡Mis lectoras! ¡Mis amigas! ¿Saben las veces qué con un comentario me salvaron el día? ¿La cantidad de ocasiones que estaba triste y ustedes, con una risa provocada por las boludeces de mis escritos, me subieron el ánimo?

Ustedes estuvieron en todo: En mi salud, mi enfermedad, mi cansancio, mi casi muerte y, sobre todo, mi corazón.

Todo el amor que me han dado es mágico, casi increíble, me cuesta creer que alguien como yo construyera a base de la ficción una hermosa realidad.

Por eso y por millones de cosas más, GRACIAS

En éste aniversario les regalo lo único bueno que tengo para dar, mi amor y mis carcajadas sin sentido, porque detrás de mí hay un ejército de pecadoras esperando para tomar desprevenido al mundo.

Nunca dejen de soñar, amores.

FELIZ ANIVERSARIO.

Con cariño:

Ann

Angie

Ann Stein

La reina de espinas

La señora Nelson

La profe

AAA (no voy a poner mi verdadero nombre porque da asco de pedorro)

La loca de los curas

La que descubrió que era algo más que una cara bonita

La eternamente agradecida

¡Viva el culooooooo!

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