40: "Caín"
Mirándose la una a la otra, podían sentir como el miedo trepaba por sus piernas hasta ascender a su pecho, anidando entre sus pulmones y quitándole todo el oxígeno existente. El frío helado del temor ahora carcomía su mente, haciendo que cada una olvidara sus males y se enfocara en aquella desgracia que ahora acontecía.
—Chicas... ¿Siguen ahí?— Desde el altavoz de la bocina, la reconocible voz pronunciaba su incógnita mientras que el silencio seguía atosigando los dos lados del teléfono.
—A... Aquí estamos— Mónica fue quien pronuncio aquella afirmación, aún presa de su estupor observaba a su amiga, quien, con su niño en brazos, parecía igual de perturbada que ella.
—Las pedí juntas por esto— María continuó lanzado sus palabras sintéticamente filtradas por el aparato. —Necesitamos estar unidas para ella... No tiene a nadie, está sola con Caro... Quiero que vengan y la hagan sentir acompañada—
Apretando a el niño aún más a su pecho, Amelia buscaba que la presencia del infante sea un ancla que mantuviera a flote su cordura. Se adelantó lo suficiente para que su voz sea oída por la locutora. —Pero, por favor explícame. ¿Qué pasó?—
Un suspiro se escuchó desde el parlante, acompañado por las calamitosas palabras pronunciadas. —Según lo que ella me dijo, intentaron robarle a Caro y ella la defendió... Eran tres, Ami. Tres hijos de puta que golpearon a una chica de sesenta kilos... Si ustedes llegan a venir, se los suplico, por favor... No hagan ningún comentario de su estado, las quebraduras y los hematomas se irán, pero el recuerdo no... De verdad las necesito—
Amelia desvió su mirada del teléfono a su amiga, ambas sabían lo que sus ojos querían transmitir, la respuesta ante esa duda ocular fue sencilla, no había titubeos. Mónica afirmó con un leve movimiento de cabeza, no había duda de su decisión. Amelia volvió a hablar. —¿Dónde está?—
—La derivaron al hospital central...—
—Entonces partiremos para ahí, te llamaré cuando estemos en la puerta así nos guías— Haciendo un planeamiento mental, Amelia se mostraba firme en sus palabras, ninguna de ellas podría mostrarse ajena a la situación.
La voz, ahora más serena, desde el teléfono volvió a sonar. —Moni, no lleves a Mateo. No lo dejaran entrar al hospital...—
Tomando la palabra, Mónica respondió. —No tengo con quien dejarlo, Mari—
—Ya nos encargaremos de eso nosotras, Moni...— Amelia mostraba un rostro que pocas veces tocaba la luz, la preocupación sumado a un halo de madurez teñía su mirada con un cálculo frio, casi milimétrico, de la situación.
—Entonces las espero. Y, chicas...—
—¿Sí?— La respuesta sonó al unísono por parte del dúo recién reconciliado.
María nuevamente habló desde la bocina. —Gracias...—
La llamada terminó y el silencio que había dejado tanta información ahora provocaba un surco en la garganta de cualquiera que la haya oído. Amelia solo caminó hasta el sillón principal y se sentó unos minutos, cerrando los ojos e intentando que los gorgojos del niño calmaran sus alterados pensamientos. Dejó caer su cabeza, esperando encontrar un poco de consuelo ante su ya perdida ignorancia hacia la situación.
—Ami...—
—¿Sí, Mónica?—
—Iré a preparar mi equipaje y el de Mateo... ¿Podrías...?—
Abriendo los ojos y sintiendo el peso del mundo encima de sus parpados, sonrió con ironía ante tan estúpida pregunta. —¿Cuidar a Mateo? Lo vengo haciendo desde que nació. Escúchame algo, Mónica... La situación nos sobrepasó, lo nuestro quedará para otro momento, lo importante es centrarnos en lo realmente preocupante... Cuidaré a Mateo y organizaré todo para que no falte nada en nuestra ausencia.—
Observando la preocupación de su amiga extrañó su actitud infantil y sus bromas sin sentido. Era realmente atemorizante escucharla como una mujer decidida, casi estricta, pero la situación lo ameritaba. Natalia no necesitaba a Ami y Moni, necesitaba a Mónica la madre madura y responsable y a la señorita Von Brooke, aquella de pensamientos fríos y conocimiento burocrático. Dejando ausente a su boca de algún reclamo, cuestionó. —¿Estás sola?—
—No, Tomás está en el cuarto—
—Bien, me quedo tranquila con que él esté aquí, te ayudará a empacar.— Acercándose a Amelia, tocó su hombro intentando que ese tacto dejara en claro una amplia bandera blanca. —Discúlpame...—
Apretó su mano con el peso de su cabeza y recostó su mejilla en las falanges de su amiga, ambas sabían que se necesitaban. —Apúrate, así llegamos con el amanecer—
—Sí, tienes razón— Alejándose encaminada a la puerta, Mónica sonrió débilmente, estaban suturando su vínculo. —Prepararé café, ¿Tu auto o el mío?—
—El mío, es más grande y podremos improvisar una cuna—
Dándole la razón a su amiga, sentenció su partida. —Ahora vuelvo— La puerta se abrió con la misma velocidad con la que se cerró.
Respiró hondo cuatro veces, mientras que cerraba sus ojos con fuerza, intentaba que ningún detalle se pasara de su cabeza. Sabiendo que debería empacar, buscó ayuda en la única persona lo suficientemente confiable, elevó su voz y promulgó un nombre a los aires. —Tomy...—
Desde la habitación el apareció con una mueca de por demás calmante, se acercó a ella y con cuidado la ayudó a levantarse, el niño en sus brazos sonrió al notarlo. —Escuché todo, Ami... dime en que te soy útil—
Mostrando un rostro de por demás tieso pero una mirada rota, exclamó lo que su alma necesitaba. —Abrázame...—
La pena lo inundo al ver, una vez más, a su más puro ángel de iglesia romper su mármol y mostrar los vestigios de la humanidad. Teniendo especial cuidado en no lastimar al niño que cargaba en su regazo, los envolvió en sus brazos a ambos. Sintió su respiración caliente ahora más apresurada de la habitual, intentaba poner su cabeza al lado de su corazón, ella sabía que allí encontraría algo de paz.
El niño enmudeció mientras que Amelia solo suspiraba, el tacto fue prologando y la necesidad infinita. Se Sentía reconfortado al saber que, al menos, había logrado calmar a unos cuantos demonios que atosigaban la cabeza de su niña.
El tiempo apuraba y eso Amelia lo sabía, suavemente rompió el agarre por más que su mente le demandara una eternidad de sus caricias, debía empacar. Sabiendo que eso sería imposible con Mateo en sus brazos, cuestionó. —¿Puedes cargarlo?—
—Sí, por supuesto— Acercándose a ella, le quitó el niño de sus brazos y lo acobijó con el calor de su pecho. Podría jurar que por una milésima de segundo Amelia sonrió ante la estampa, le hubiera encantado saber que había pensado en ese instante antes de correr a su cuarto.
Como un fiel devoto siguió sus pasos, observó como ella apresurada se cambiaba de ropa y como una precaria coleta era realizada en su cabello. Las mudas de atuendo pronto fueron depositadas en una conocida mochila, mientras que infinidades de plásticas tarjetas eran colocadas dentro de su abultada billetera. Los dispositivos móviles y sus correspondientes cables eran guardados, mientras que de un cajón sacaba un pequeño bolso, seguramente cargado con todo aquello que correspondiera a su aseo o preparación.
—Tomy ¿Puedes traerme del baño mi cepillo de dientes?—
—Sí, por supuesto— Apresurado cumplió con su pedido mientras que el niño, sumergido por un gran letargo, se adormecía a base del palpitar de su corazón. —Aquí tienes, Ami— El elemento fue pasado y ella continuó con su labor, hasta que unas ilusorias palabras parecieron escaparse de su razón.
—Quedas lindo con un niño—
Sonrió ante aquel sincericidio, Amelia sin darse cuenta quizás había revelado un deseo, no quiso hacer alarde de tan bella exclamación así que solo respondió de manera amable. —Yo podría cuidarlo... No sería ninguna molestia—
—¿Sabes algo de bebés?— Sonriendo, Amelia buscó entre sus pertenencias un último objeto. —No te ofendas, pero Mateo no es un niño para principiantes, además Moni preferirá tenerlo cerca. Sacando el asunto que los niños y los curas, bueno... No son una buena combinación—
—Amelia, deberías sacarte ese prejuicio, no todos somos así, es malo generalizar—
—Yo solo digo la creencia popular, no te ofendas— Firmando una pequeña hoja y amontonando otra resma, le pasó el diminuto papel en el que antes había escrito. —Toma, esto es para ti, por prestarnos la iglesia. Cuando venga mi padre dale esto y cuéntale lo que sucedió, dile que lo veré en año nuevo para que cenemos. ¿Podrás hacerme ese favor? Allí está el protocolo ceremonial y su discurso, él trae en su comitiva todo lo necesario, espero que no haya contratiempos—
—Ami... Yo dejé a su disposición la iglesia porque es un edificio público, nada más, no tienes que...— Se agachó para tomar de la cama aquello que Amelia le había dado, no tardó en reconocer lo que era, el cheque estaba adosado a su nombre, rezando una gran cantidad de dinero. —No, Ami... De verdad, no. —
—Tomás, no seas idiota. Todos los lugares donde mi padre usa sus edificaciones recibe un donativo, son sus órdenes. Además, no sé, puedes usar ese dinero para algo del pueblo o ahorrarlo, ese no es mi problema—
—Pe... Pero, es mucho dinero— Al notar como Amelia había sacado a relucir un poco de desdén de su mirada, supo que no podría devolverlo, así que tomó el cheque y lo guardó prolijamente doblado en su bolsillo. —Está bien, pero será usado para una buena causa—
—Mucho mejor— Poniéndose su mochila al hombro, ella lo invitó a seguirla hasta la sala principal, donde no tardó en sentarse frente a la mesada. —Ahora lo menos importante, dile a Augusto lo que pasó y que no sé cuándo volveré ¿Sí?— Suspirando, continuó. —El andará como perro faldero detrás de mi padre así que no notará mi ausencia... En cuanto a ti, ya sabes mi número, llámame las veces que algo suceda—
Aún con el niño en brazos, se sentó a su lado e intento transmitirle un poco de su calma. —¿Puedo llamarte solo para saber cómo estás?—
Aquello había logrado que un poco de su desesperación se disipara. —Por supuesto que sí, tonto—
... ... ...
El viaje había sido abismalmente largo a comparación de otros recorridos, la desesperación y la carretera parecían confabularse en su contra y ralentizaban las agujas del reloj. La tiniebla se comenzaba a disipar mientras que las ruedas seguían girando, en el camino no había ninguna señal de civilización próxima.
Miró por el espejo retrovisor a su amiga, sumergida en el sueño, recostada en el asiento de atrás. Mientras que, a su lado, colocado en su correspondiente asiento infantil, el bebé compartía el destino onírico de su progenitora. Soltó el volante un momento para servirse del termo plateado una nueva taza de café, usando su tapa como receptáculo. El sueño también la tomaba a ella de sorpresa y la invitaba a, una vez más, entregarse a su calma. Intentando mitigar sus ganas naturales de desfallecer, bebió un poco de café, pero eso no pareció agradarle al empedrado camino. El movimiento fue leve, pero con la suficiente fuerza como para hacer que volcara el contenido turbio encima de sus piernas.
—Mierda...—
Un ligero movimiento se hizo notar en el asiento trasero, Mónica se levantaba intentando que su conciencia se recobrara. Cuando por fin pudo erguirse de manera decente en el asiento, cuestionó. —¿Estás bien?—
—Sí, solo me salpiqué algo de café—
Aquella que se había convertido en madre buscó en su bolso un desconocido objeto, pronto un celular fue revelado. Fijándose la hora en la cual se encontraban, sugirió cambiar de lugar. —Oye, déjame manejar, descansa un poco.—
Amelia suspiró. ¿Descansar? Eso no sería posible con el desequilibrio sentimental que cargaba en ese instante dentro de su cabeza. Las imágenes aparecían y envenenaban a su cerebro con la potencia del arsénico. Pensó en su amiga y qué tan lamentable sería su estado, sin percatarse a su memoria también llegaron los recuerdos del funesto hecho que también la había conducido al hospital en tiempos de colegio. Miró al bebé y trató de no pensar en su padre, aquel que tanto daño les había causado a ambas pasajeras, pero no, no debía desenterrar aquel féretro, lo más importante era ahora encontrar un poco de serenidad para regalársela a Natalia. De manera taciturna, frenó la marcha del automotor hasta dejarlo estático, pronto su amiga descendió del coche y abrió su puerta.
—Tienes una cara terrible, Ami. Duerme un poco, te vendrá bien— Esperando a que su amiga le cediera el puesto de conductora, Mónica observó como Amelia se paraba e intentaba estirar sus piernas caminando de manera tiesa hasta el asiento del acompañante.
Pronto el auto comenzó a circular nuevamente con un diferente chofer, Amelia solo buscaba una buena pose en la butaca, intentando hallar un poco de comodidad. La tensión podía sentirse, pero aquel dúo de viejas conocidas no dejaría que el desespero de tantas noches sin entablar palabra les quitase su relación cotidiana.
—¿Cómo estuvo el camino, Ami?—
—Tranquilo... Nada fuera de lo normal, aunque no te mentiré, tengo la cabeza a punto de estallar—
Recordando el contenido de su bolso, Mónica exclamó sin soltar el volante. —Dentro de mi cartera tienes analgésicos, toma uno, te ayudará—
Amelia agradeció aquel gesto, entendiendo que realmente necesitaba el comprimido se dispuso a estirar su mano al asiento trasero y tomar la sintética cuerina del bolso. La pastilla apareció y fue tragada con celeridad sin ayuda de algún líquido que lubrique su garganta. Esperando que sus efectos aparecieran, murmuró. —Gracias...—
El silencio perduró unos momentos, aquello pareció crear en la conductora una innegable necesidad de habla. —Oye, Ami...—
—¿Si?—
—Discúlpame por no creer en ti— Resoplando sus palabras, intentaba que su culpa se desvaneciera en conjunto con sus oraciones. —Ando con la cabeza en otro lado, ya con el tiempo me entenderás... ahora solo pido que me perdones y volvamos a ser como antes—
—¿Cómo antes?—
—Sí... Ya sabes, unidas...—
Levantando su cabeza, observó a su amiga, quien mantenía la mirada fija en el camino. —Mónica, yo no puedo estar unida en quien no confía en mí, dame un poco de tiempo para poder perdonarte y, sobre todo, perdonarme a mí... Pasé unos muy malo días a causa de nuestro entredicho, pero lo importante no es eso, lo que realmente significa ahora es Natalia. No le llevemos nuestros problemas en un momento tan oscuro—
Entendiendo que ella no daría el brazo a torcer tan fácilmente, solo se resignó. —Tienes razón...—
Amelia giró sobre su asiento y observó como el cristal de su ventanilla aún seguía oscuro, tenía una merecida hora ausente de dolores para relajar su cabeza. —Descansaré un poco, por favor, háblame cuando entremos a la ciudad.—
—Si... No hay problema...—
... ... ...
—Ami...—
—¿Ami?—
Sacudiéndola ligeramente, Mónica logró que su amiga se despertara. Con estupor a causa del sobresalto, Amelia respiró hondo, notando como los edificios pasaban delante de sus ojos iluminados por la claridad del alba. —Oye, te dije que me despertaras cuando entremos a la ciudad—
—Lo sé, no creas que no lo intenté, además estabas muy cansada— sin mirar a su amiga, Mónica seguía conduciendo, haciendo hincapié en una última directiva, habló nuevamente. —Llama a María, dile que nos espere en el estacionamiento, en unos minutos estaremos ahí—
Mientras que Mónica doblaba por la circunvalación principal de la capital, Amelia sacó su teléfono y comenzó a discar el número designado. Cuando el tono de llamada fue levantado el mensaje fue dado, María parecía mucho más afligida que la última vez que habían hablado, aquello no era una buena señal.
Los minutos pasaron y la casi destruida edificación pública apareció en su camino. Por un momento, la culpa atacó su recién despabilada cabeza. Sabía que su padre no era el mejor gobernante que había tenido la provincia, pero el abandono que poseía el centro de salud era digno de un linchamiento. Deseando lo mejor para la comunidad, rogó a los infiernos en silencio para que su progenitor perdiera su reelección y así, de una vez y por todas, un soplo nuevo llegara a la vida de los votantes.
En el preciso momento en que atravesaron el ingreso revestido en chapas metálicas, destinado solo a los vehículos, notaron una conocida silueta parada entre la decidía. Guiándose de su posición, pararon justo al frente suyo, pronto María había llegado a abrir la puerta del conductor.
—Moni... No sabes cuánto me alegro de verte—
—Igual yo, preciosa... Me hubiera encantado que nos reuniéramos por otra circunstancia.—
Separándose de la madre, María se dirigió a su otra amiga, la cual ya había bajado del auto y luchaba por reanimar sus piernas con continuas patadas al aire. —Ami...—
Al escucharla pronunciar su nombre pudo deducir por el tono quebrado que cargaba cada sílaba que la situación no era para nada alentadora. Asustada por la respuesta, pero necesitada de pronunciar la pregunta, se animó a hacer a sus labios hablar. —¿Tan malo es?—
—Sí...— Pronunciando aquellas palabras, María se aferró a sus brazos, buscando en ella un poco de calor fraternal. Amelia no tardó en corresponderle, sus almas lastimadas se unieron la una a la otra intentando así recomponerse de tan grave mal.
Susurrando aún con la joven en sus brazos, pronunció. —¿Dónde está?—
Intentando ocultar la lágrima que bailaba en sus pestañas, María respondió. —En el ala norte, habitación 156... No sabe que ustedes vendrían, está sedada, no puede hablar...—
—Nosotras iremos. ¿Tu podrías cuidar a Mateo unos momentos? Nos turnaremos, te lo prometo— Inquiriendo en la charla, Mónica había logrado que María soltase a Amelia.
—Si... Ustedes tómense todo el tiempo que quieran...—
Alejándose de ella, el dúo instalado en San Fernando entró al nosocomio. La estampa era deprimente, la guardia estaba completamente llena, colapsada de enfermos que suplicaban por atención médica. Por precaución, Amelia dijo algo sensato. —Mónica, ten cuidado cuando salgamos de aquí con Mateo. Lávate bien las manos antes de darle de comer o cambiarle el pañal—
Los pasillos se tatuaron en sus retinas mientras los cuadros devastadores continuaban en el ala de internación, cuartos con sus puertas abiertas mostraban a ancianos moribundos o graves accidentados gritando su dolor, aquel no era lugar para su amiga. Cuando por fin llegaron a la habitación, ambas se detuvieron contemplando el número del portal.
Mónica, igual de nerviosa que su compañera, se atrevió a hablar. —Tratemos de no empeorar las cosas ¿Si?—
Suspirando, Amelia afirmó. —Eso intentaremos... ¿Lista?—
—Si...—
El portal fue abierto y con su paso reveló el interior del olvidado cuarto. Las paredes con su pintura descascarada le dieron la bienvenida, mientras que la única cama una joven sentada en una silla reposaba su cabeza. Al principio pensó que aquella gran mata blanca era la funda de una almohada, pero su visión se aclaró al ver rasgos de piel humana.
Natalia estaba allí, o mejor dicho lo que quedaba de ella. Su nariz estaba sostenida por incontables tramos de cinta médica mientras que de sus orificios nasales dos grandes bolas de algodón con rastros de sangre tapaban su labio superior maltrecho. La imagen había partido su corazón, el ojo derecho estaba demasiado inflamado, adornado por un profundo morado en la zona circundante, mientras que sus pestañas mostraban una costra purulenta. Los hematomas y las cortadas tapizaban el lado izquierdo, y su boca, antes hermosa, ahora mostraba la ausencia de piezas dentales y diversas suturas en su comisura.
Tenía el brazo izquierdo enyesado y el derecho atosigado por la aguja del suero médico que goteaba continuamente sobre su cabeza... Era peor de lo que habían imaginado.
Mónica intentó contener su horror y Amelia su odio, ambas tragaron sus emociones solo para acercarse a la pobre chica que dormía a un lado de la cama.
Envolviéndola con sus brazos y besando su mejilla, Amelia la despertó. Pronto Carolina las reconoció e intentando no llorar se lanzó a un necesitado abrazo grupal cargado en dolor y desesperación.
—No sabía que vendrían— Estaba cansada, se lo veía en sus ojos, de la joven responsable y preocupada que conocían solo quedaba una niña lo suficientemente rota como para no volver a sonreír jamás.
—Claro que vendríamos, tonta...— Mónica era la primera en responder, Amelia seguía masticando su ira a causa del espantoso estado que ahora bañaba a su amiga más sensata, aquello no podría quedar así.
—De verdad, me alegra verlas... Estos dos días fueron un completo infierno— Carolina había hablado mientras que se acercaba a la mano maltrecha de su pareja y la apretaba con suavidad, ese toque había sido lo suficientemente penetrante como para despertar a Natalia. —¿Amor? Mira quienes han venido a verte—
—¿Uhm?— Fue lo único que pudo pronunciar su boca herida, mientras que su único ojo sano rodaba por la habitación buscando un nuevo inquilino. Pronto reconoció a aquel dúo que tantas noches habían compartido a su lado, intentó hablar, pero de sus labios solo salieron balbuceos.
Fingiendo una ínfima gota de alegría, Amelia se acercó a su lado y montó para sus ojos una pose despreocupada. Natalia sabía su estado, no quería empeorar aún más la situación. —Hola... Cabeza de pene. No sabes cuánto te extrañamos...—
—Sí, Nati... Estábamos hablando de lo mucho que necesitamos una de nuestras salidas, cuando te mejores iremos a destrozar el mundo. Es una promesa...— Mónica había tomado la palabra intentando seguir la treta de Amelia. De verse la una a la otra, romperían en un llanto desconsolado, no podían establecer un vínculo ocular sin caer presas de sus lágrimas.
—¿Escuchaste eso, amor? Cuando estés bien iremos a visitar a las chicas y de seguro nos meteremos en algún problema— Aquello era demasiado. Carolina hablaba de jugarretas y tretas solo para enaltecerla, en ningún corazón de los presentes hoy habría una pisca de alegría. —¿Chicas?—
—¿Sí, Caro?—
—Iré a cargar más agua caliente... Así desayunamos. ¿Podrían cuidarla?—
—Claro, no hay problema— Mónica fue la encargada de recibir aquella suave carga, buscando lugar en la silla que antes había ocupado Carolina, se dispuso a reposar.
Amelia miró unos momentos a Carolina, para luego exclamar. —Yo iré contigo—
—Cla... Claro, Ami. Sacaré mi termo y partiremos— Mostrándose aún más perturbada, Carolina revolvió las pocas pertenencias que tenía dentro de una bolsa, para luego encontrar el objeto de su búsqueda.
Ambas se dirigieron a la puerta, listas para emprender su camino hasta la cafetería que se encontraba en el interior del hospital. Antes de cerrar la puerta, Amelia miró a Mónica, en aquel sutil parpadeo había dejado en claro un millón de cosas, pero lo más importante era, sin duda alguna, saber lo que realmente ocurría y que tan tambaleante era el estado de su amiga.
El recorrido empezó y las palabras eran escasas, los pasillos se partían y regaban por diversos caminos trazando senderos infinitos de sufrimiento y agonía. Cuando por fin un lugar lo suficientemente apartado de los ojos ajenos apareció, Amelia supo que era hora de actuar. Tomando el brazo de su amiga, la empujó con suavidad a ese rincón desolado que ahora sería su cómplice. —Caro, dime la verdad. ¿Qué pasó?—
—Nos quisieron robar...— sin mirarla a los ojos, Carolina hablaba como una marioneta presa de los hilos de la culpa.
—Oye...— Tocando su barbilla, ella la obligó a mirarla. —Estamos aquí para ayudar... Pero no puedo ayudarte sí no me dices la verdad— Soltándola, Amelia continuó. —Cuando te roban, solo te golpean para inmovilizarte y luego salen corriendo con tus cosas... Esto no fue así, me recuerda mucho a...—
—¿Lo que te hizo Lucas?—
Aquellas palabras tan sencillas traían a su memoria un diluvio de malaria, nada bueno podría inundar su cabeza sí ese nombre era pronunciado. Intentando mitigar su pena ante una situación mucho más importante, Amelia afirmó. —Sí... Por eso necesito saber la verdad—
Entendiendo que la charla sería larga y las preguntas frecuentes, Carolina se apoyó contra una de las paredes del pasillo y se dejó caer, deslizándose sobre el hormigón, hasta caer sentada en el piso. Pronto Amelia estuvo a su lado dispuesta a escucharla. —No es nada fácil la vida, Ami...—
—Claro que no lo es, pero puede ser más llevadera sí tenemos alguien que nos apoye—
—En ese pueblo somos mal vistas ¿Sabes?— Suspirando, Carolina comenzaba a contar su verdad. —Hay un grupejo de hombres que todos los días, al volver del trabajo, nos molestaban— Cada palabra pronunciada tenía el eco del cristal partido, despedazada, trajo a su memoria aquella fatídica noche. —Volvíamos de trabajar y ahí estaban, como siempre, bebiendo, molestando y escuchando su música horrible. Esta vez no se conformaron con gritarnos, a mí... A mí me tomaron del brazo intentando llevarme con ellos. Ya sabes como son, me decían que me harían mujer y esas cosas...—
—Y Nati te defendió ¿Verdad?—
—Sí...— Ahora las lágrimas se hacían presentes, necesitaba desahogarse de una vez y por todas. —Ella se metió e intentó forcejear con ellos... Y le hicieron eso que tu viste, la destrozaron y todo por mí culpa—
—¿Tu culpa?— Al escuchar aquella tan dura exclamación, Amelia solo hizo lo que su corazón dictaba, rodeó sus pequeños hombros con su brazo y se dispuso a decir su ángulo argumental. —Nati hubiera hecho eso por cualquiera de nosotras, ella es así, no tolera las injusticias... no es tu culpa, tonta—
—Siento como sí lo fuera... Encima tienen que operarle la muñeca y no consiguen los benditos tornillos y la placa—
—Espera, espera, espera— Amelia no podía salir de su estupor. —¿Cirugía? Pero no nos habías dicho nada—
—¿Qué querías que les diga, Ami? ¿Qué la mujer que amo, además de sufrir por mi culpa, tiene que sufrir en la espera de unos condenados tornillos?—
Al escucharla, en un acto casi autómata, llevó su mano a su frente buscando un poco de calma. Diversas ideas aparecían en su mente mientras que las opciones se abrían y se confundían la una con la otra. Sabía que debería hacer, pero aquello no le gustaba, debería rebajarse y pedirle ayuda a la única persona con la que limitaba su contacto. Priorizando su amistad por arriba de su orgullo, sacó de su bolsillo delantero su teléfono, para luego buscar entre los nombres de los contactos al personaje indicado. Él era el único que podría ayudar.
Cuando el tono de llamada comenzó a sonar, pegó el dispositivo al lado de su oreja, intentando que ninguna palabra se filtrara hacia el exterior, Carolina solo miraba la escena. —¿Santiago? Soy Amelia...—
—¿Cuál Amelia? La prometida de tu hijo, la hija del gobernador, comí varias veces en tu casa ¿Lo recuerdas?— Las ganas eran soberbias y los deseos profanos, quería insultarlo pero no podía, no en éste caso.
—Me alegro que te acuerdes de mí, escúchame... Necesito un favor tuyo que prometo será bien pagado. Una de mis amigas fue atacada, tiene múltiples contusiones y suturas mal hechas por todos lados, pero eso no es lo que me preocupa, ella necesita una cirugía. Sí todo lo que me enseñó tu hijo no me falla, diría que es una fractura de radio... Necesitará placas y tornillos de titanio—
—Sí, sé que no haces caridad, oh gran persona. Pero tampoco te lo pido, ella entrará con mi seguro médico, eso lo cubre todo ¿Verdad? Además, te pagaré por separado éste favor a ti, tu solo dime el precio—
—Veo que cambiaste de parecer, gracias por ser una persona tan desinteresada, Santiago. Ahora dime ¿Qué querrás a cambio?—
—¿Eso? ¿Estás seguro?—
—Está bien, lo tendrás... Estás en la clínica Santa Bárbara ¿No? Ahora mismo pediré un traslado—
—¿Qué? ¿Qué me dirija a ti con respeto? Santiago... Ni a mí propio padre lo trato de señor menos lo haré contigo. Yo estoy pagando por tus servicios, y sí no quieres hacerlo, de seguro alguien más querrá. Pero, pensaba que éramos familia.—
—Está bien, está bien, iremos para allí.—
Colgando por fin tan incómoda llamada, Amelia sentía sus ojos explotar y la sangre hervir... Había mentido, no conocía otra persona que, con el grado de excelencia profesional que manejaba ese sujeto, la pudiera ayudar y eso, por más que lo negara, le dolía. Había perdido una parte de su dignidad en esa súplica. Guardando nuevamente su dispositivo, miró a la joven que estaba a su lado. —Caro, pide una ambulancia, nos llevaremos a Nati de aquí... Hablé con mi suegro y el la recibirá con mi seguro médico. Ahí no tendrás problemas por unos putos tornillos ni tendrá que sufrir abandonos como los tiene en éste lugar de mierda—
Las lágrimas caían y los sollozos aumentaban, una vez más ella las salvaba. —Te... Te prometo que te pagaré todo—
—¿Cómo me lo pagarás? ¿Con cosas de lesbianas?— Consolándola, Amelia la invitó a pararse. —Son lo más cercano que tengo a una familia... Lo que para mí solo es un mal momento o un golpe a mi orgullo, para Nati puede ser un gran sufrimiento. Ahora ve, aprovechemos que Santiago está de buen humor. ¿Si?— Poniéndose ella también de pie, concluyó. —Iré al auto, le avisaré a María y de paso fumaré un poco...—
El abrazo fue necesario, la unión nuevamente prevalecía y las cosas buenas salían a flote entre tantas tempestades. Pronto el calvario terminaría y podrían superar tan amargo trago.
Ambas caminaron en silencio, cada una se detuvo en su destino, separándose por el instante en que los trámites burocráticos demandaban su presencia. Con la mirada cansada y la moral hecha trizas, Amelia volvió al estacionamiento, allí, sentada a la sombra que brindaba las placas de metal, se encontraba su amiga sosteniendo al único hijo que había sido producto de las jóvenes del cuarto de San Sebastián.
—¿Ya la viste?—
—Sí...— Sentándose a su lado, buscó un poco de calma en el renegrido suelo. —No sabían que debían operarla...—
—Es solo cuestión de esperar que llegue esas cosas para que se las pongan en el hueso, ya verás que todo saldrá bien—
Suspirando, Amelia comunicó la medida que acababan de tomar. —No podemos esperar en una situación así... Le pedí a Santiago que la reciba usando mi seguro.—
—¿Santiago? ¿Tu suegro? ¿El ogro? Ay, no...—
—Ay, sí... Es un asco de tipo, una basura de persona, pero un excelente médico... El solucionará esto rápido, lástima que es un puto interesado—
Apoyando la cabeza en el hombro de su amiga, María preguntó aquello que provocaba fulgores en su cabeza. —¿Qué te pidió a cambio?—
—¿Además de mí dinero por sus "desinteresados" servicios? Quiere que convenza a papá de algo...—
—¿Te dijo de qué?—
—No, no lo especificó. Pero de seguro algo que tenga que ver con un capital será. Mari...— Lanzando sus palabras al aire, Amelia solo dejaba que su distorsionada cabeza se relajara.
—¿Sí?—
—Cuando ese tipo se entere que dejaré a su hijo le sacaré una foto. Quiero que lo pintes, en grande, casi inmenso, quiero ver su expresión desde mi pared... Todos los días de mi vida, por siempre— Levantándose, Amelia concluyó. —Me siento humillada por ese sujeto... En fin, saca unos cigarros y deja a Mateo un momento en el auto, fumemos un instante—
—Claro, Ami...—
—Seguramente la pondrán en terapia intensiva bien llegue, así que no podremos quedarnos en el sanatorio— Observando como su amiga dejaba al pequeño niño en el interior del auto, recibió de sus manos el encendido cilindro de nicotina para luego llevárselo a la boca. —Deberemos buscar un lugar donde quedarnos—
—Irán a mí casa, ahí estaremos todas cómodas—
—¿Tu casa? Dime, por favor, que la limpiaste—
—No, para eso tengo a mis amigas. Así que cuando lleguemos agarrarás una escoba, Von Brooke—
... ... ...
Debatía en su mente con aquello que quería hacer y, por otro lado, cómo debería actuar. La ansiedad era suprema; La profunda necesidad de llamarla carcomía sus sentidos y las ideas temerosas de infortunios en su viaje o calamitosas noticias desesperaban su razón. Lo sabía, eso no era sensato, seguramente ella estaba extenuada y con pocas horas de sueño en su haber. Entrando en razón, Tomás dejo de mirar el teléfono de pared solo para despejar sus pensamientos en la hoja de papel que rezaba las noticias en el periódico.
El sol ya brillaba aún tamizado por las nubes propias del alma, el día comenzaría y, con él, su jornada. No había podido dormir durante su ausencia, las ideas nefastas podían tener la efectividad del veneno en sus pensamientos. El tiempo lo había aprovechado, la situación lo demandaba, cuando Juan Von Brooke llegara encontraría en su humilde templo la pulcritud sacra digna de la divinidad. Los pisos estaban encerados y los santos pulidos, cada mínimo detalle había sido refregado y limpiado hasta el cansancio, resaltando su propia disciplina.
Solo era cuestión de esperar... Aguardar por el tiempo exacto y correcto para llamar y mantener la vigilia hasta el acontecimiento político que ese día se llevaría a cabo. Suspirando, supo que el día sería realmente largo lejos de la magnificencia angelical de una presencia sobrenatural.
De repente, unos golpes sonaron en el portal principal de la iglesia, podía deducir quien era su generador, así que no temió por alguna llegada sumergida en la desgracia. Limpió su boca con ayuda de la servilleta, quitando así de sus labios o de su bigote cualquier rastro de té o alguna miga viajera. La iglesia fue recorrida y la puerta abierta.
Allí estaba él, con la misma sonrisa inmutable que había tenido el mismo día en que lo conoció. La culpa era mínima, pero aún existía, en silencio rezó a los cielos por que el día que se revelara su secreto él lo perdonase o siquiera lo entendiese. Correspondió su mueca amable con un sobrio saludo vespertino. —Augusto ¿Cómo ha estado tu viaje?—
—Todo en orden, ningún contratiempo. ¿Podrías mantener la puerta abierta así entro las vacunas?— aún adornando su rostro con el collar de perlas que eran sus dientes, Augusto se retiró de retorno a su auto, a unos metros estacionado, para luego volver cargando la pequeña heladera donde supuso que estaban los codiciados insumos. Obediente a su pedido, mantuvo el portal abierto para su ingreso.
Ambos caminaron hasta la cocina, Augusto dejó los medicamentos sobre la mesa y con infinita calma comenzó a ponerlos, uno a uno, dentro del refrigerador. Dándose cuenta que el silencio se extendía, habló. —¿Tú cómo has estado, Tomás?—
—Yo bien, pero tengo una mala noticia que darte...—
Asustado, dejó de lado su deber para observar a quien él llamaba su amigo. —¿Qué sucedió?—
Intentando que su voz sonara serena, comenzó a hablar camino hacia la tetera aún vaporosa. Sirviendo una segunda taza, anunció. —Amelia debió marcharse a horas de la noche, una de sus amigas fue atacada... Parecía grave, está internada— Pasándole la bebida, concluyó.
—¿Cuál de las chicas fue lastimada?— Agarró el pocillo en sus manos e intentando buscar la compostura adecuada para tan serio tema, Augusto se sentó a un costado de la mesa.
—Sí entendí bien creo que fue Natalia, partió con Mónica y el bebé de inmediato—
—Oh no...— Preocupado, Augusto hizo lo primero que le llegó a su cabeza, sin pedir permiso, se dirigió al teléfono de línea y comenzó a discar. Luego de unos minutos su llamada fue levantada por la contestadora, Amelia no lo había atendido. —No responde—
—No te preocupes, debe estar ocupada o descansando—
—Sí, eso espero...— Retornando a la mesa, el joven doctor intentó serenarse a sí mismo, quizás Tomás tendría razón en sus palabras. Al poco tiempo, el teléfono de la iglesia comenzó a sonar, apurado se precipitó a responder por más que Tomás hiciera un claro ademán de querer hacerlo desde un principio.
La voz desde el otro lado fue la primera que se pronunció. —Amor... Disculpa, no pude atenderte.—
—¡Vonnie! No te puedes imaginar cómo me tienes de preocupado. ¿Qué sucedió?— Ansioso, Santana tocaba continuamente el cable que conectaba a la bocina, mientras que, atento como un águila, Tomás lo miraba en cada detalle. Él sabía que Amelia no había llamado pensando en Augusto a la hora de discar.
—Oh... Gus...— Desde el otro lado de la línea, un resoplido se hoyó. —Nati sufrió un altercado en el pueblo, quisieron... Ehm... Quisieron robarle. Lo llamé a tu padre—
—¿A papá?— Sorprendido por aquello que su prometida pronunciaba, inquirió. —¿Qué le dijiste?—
—Que atienda a Natalia con mi seguro...—
—¿Y aceptó?—
—Claro que acepto, no le quedaba otra opción... En fin ¿Está Tomás contigo?—
—Sí... Aquí está a mi lado— No podía negarlo, en ese momento una repentina puntada a su corazón había llegado. Los celos mezclados con la decidía solo eran un coctel de calamidades. —¿Quieres que te pase?—
—Sí, por favor...—
—Está bien, pero primero dime; ¿Qué harás con tu padre, Vonnie?—
—El irá como estaba planeado, ya tienen todo lo necesario y sé que tú le harás buena compañía—Respondió Amelia desde el otro lado de la línea.
—Está bien... Te quiero.—
—Cuídate, Gus—
Al no escuchar la respuesta deseada, solo resopló, todo eso tarde o temprano cambiaría. Intentando no falsear la voz ante los aires huracanados que se provocaban en sus pulmones a causa de la cólera, estiró su mano con la bocina aún descolgada. —Quiere hablar contigo...—
Sorprendido ante la desfachatez de la persona que más amaba, apurado se levantó. Supo que no sería nada cómodo hablar con ella con su prometido pegado a un lado suyo. Inseguro, cuestionó ante el teléfono. —¿Amelia?—
—Tomy... Escúchame bien, solo di sí o no. ¿Puedes hablar?—
Sabiendo su precaria situación, Tomás respondió. —No—
—Pero puedes escucharme, así que te lo diré. Muchas gracias por haber sido tan atento conmigo anoche y por soportar ésta situación... Realmente me hacía falta un poco de tu paz—
Notando como Augusto lo miraba, cerró los ojos intentando establecer alguna extraña conexión telepática con su ángel. —No tienes nada que agradecer, Ami—
—Mucha suerte hoy y no dejes que mi padre te obligue a comer cosas raras ¿Si?—
—Está bien, por favor, mándale mis buenos deseos a Natalia y dile que la tendré presente en mis oraciones, y, Ami—
—¿Sí?—
—Tendré tus rosas listas para cuando vuelvas...—
—Sé lo que quisiste decir con eso, idiota. Te amo... Ahora aguanta un poco más que todo esto ya termina—
—Igualmente para ti, Ami— Cuando por fin el otro lado de la bocina había colgado se sintió en confianza para mirar a su costado. Sorbiendo de su taza se encontraba Augusto, serio, analizando con ojo crítico la cuestión.
—¿Qué quería Vonnie?— Preguntó Augusto mientras mantenía una pose digna de un cubo de hielo.
—Agradecerme por haber prestado la iglesia y pedirme que le de las últimas especificaciones a su padre— Mintió sin descaro, aún no era tiempo de hablar sus verdades, primero los oídos del joven médico tendrían que estar preparados.
—En ese caso, te agradezco también, Tomás— El cinismo se veía en el aire navegando entre las palabras, poco a poco los últimos vestigios de su amistad parecían romperse.
Tomás no quería aquello, las cosas sucederían, pero no de un modo traumático. Augusto debería entenderlo tarde o temprano y el oraba al cielo, que cuando eso sucediera, poder darle sus correspondientes explicaciones en la calidad de un amigo que solo perseguía sus más profundos sentimientos. Intentando desviar el tema de la conversación, sentenció. —vamos, tienes mucho que desempacar, te ayudaré—
El doctor no tardó en agradecer aquella mano que ahora se le brindaba. Pronto, entre los desórdenes de diversos envoltorios y el polvillo sacudido de su consultorio, ambos hombres pasaron su jornada sin contratiempos, hoy la iglesia no abriría, así que cada uno de ellos podía desviar su atención en sus correspondientes labores.
Pasando un paño húmedo sobre la mesada de trabajo del joven Santana, Tomás escuchó cuatro débiles golpes en la puerta principal del templo. No esperaba a nadie, así que aquello lo sorprendió.
Augusto también los notó, y debido a su cercanía a la puerta, murmuró. —Iré yo, no te preocupes...—
—Gracias, Augusto—
Santana, apresurado como una tortuga, arrastró los pies por la iglesia atosigando su mente con la mentira y toda la estratagema que sabía que Amelia generaba. Se sentía miserable y aún más convencido que su plan rendiría frutos, solo era cuestión de aguantar. Con las palabras de Lucas frescas en su mente, ahora encontraba razón ante sus ideales, quizás su gatita no era nada más sencillo que eso. Suspirando, abrió el portal. —¿Sí?—
—Di... Disculpe, doctor. Yo... yo soy Adriana, trabajo con su esposa y su amiga. ¿Sabe usted por qué no abrieron hoy?—
Observó a la joven y la austeridad de su ropa, allí no había nada sorprendente más allá que el rubor de sus mejillas al hablar. Aquello le pareció una dosis necesaria de poder, después de tanto tiempo, alguien teñía de rojo su rostro a causa de él. —Ella aún es mi prometida, no nos hemos casado— Sonriendo, intentó que sus problemas se marcharan en cada palabra pronunciada. —Amelia y Mónica se han marchado unos días a la capital a causa de unos inconvenientes—
—Oh... Es una lástima, había dejado unas cuantas cosas en el local...— La muchacha, ahora con su mirada nerviosa colocada encima de sus zapatos, apenas hablaba con un hilo de voz.
—¿Quieres que te de tus cosas? Amelia tiene un juego de llaves a mí disposición...— Con una idea clara en su cabeza, respondió.
—Sería maravilloso, muchas gracias, doctor—
—Espérame unos momentos, Adriana. Iré a avisar que me ausentaré— Manteniendo su pose galante, Augusto se alejó de la joven, solo para retornar a su área de trabajo donde el sacerdote aún seguía limpiando arduamente. —Tomás, me iré una hora cuando mucho, tengo que hacer unas cosas en casa...—
—Sí, no hay problema, tómate todo el tiempo necesario, Augusto. Te vendrá bien después de tan largo viaje—
—¿Venirme bien?— Agraciado ante tal dulce ironía, sonrió. —Me vendrá estupendo—
-.-.-.-.-.-.-.-
Buenas, mis hermosas pecadoras. ¿Cómo están? ¿Me han extrañado?
Aquí les traigo nuevamente una nueva parte, a veces tengo miedo que la historia se me salga de las manos y termine haciendo 100 capítulos, pero la verdad es que tengo drama para rato. Intentaré acortar un poco más mis escritos.
Yo no tengo mucho que contar, entre el trabajo, la vida de esposa y la vida de madre (Tengo perros y un pececito) No he tenido tiempo para nada. Justamente por eso quiero molestarlas.
Yo sé que ustedes no tienen ninguna obligación conmigo, wattpad no tiene ninguna forma de pago, pero me vendría bien un favor de ustedes. Sí llegan a ver a alguien quien ande solicitando novelas en fb, inst, twtr, etc. ¿Me podrían recomendar? Ya no tengo tiempo para hacer publicidad, sería algo que agradecería mucho.
Por cierto, mí marido me actualizó las portadas. A mí punto de vista, quedaron geniales.
Hablando de agradecimientos, gracias por estar conmigo en un nuevo capítulo, en ustedes encuentro un poco de la paz que le hace falta a mí movida vida docente.
Algo que quiero destacar: Cuando empecé a escribir PP, encontré a una joven que hacía críticas realmente objetivas. Ella me ayudó muchísimo a mejorar, de todos mis cambios, varios de los debo a ella. ¿Quieres una crítica? ¿Quieres pulir tu facultad de creación? Acude a camivalenzuelita Ella es la indicada para darte una mano.
Sin otro motivo, pecadoras, nos estamos leyendo nuevamente el domingo (O más antes sí tengo tiempo)
Quien las quiere:
La reina de espinas
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