39: "Hilo IV"
Estaba recuperando la conciencia, saliendo del letargo que solo un buen sueño podía causar. Sin saber su nombre o entender la importancia de la respiración humana, abrió los ojos. La penumbra le daba la bienvenida mientras que el suave algodón revestía su cuerpo, la memoria fallaba y aun no recordaba donde estaba, tampoco le importaba. Sintió algo cálido aferrarse a su espalda y envolverlo con delicadeza entre sus brazos, la sensación era agradable y el ambiente enviciado en ternura lo invitaba, una vez más, a perderse en un anhelo onírico.
Como una acción autónoma, estiró su mano con lentitud tanteando entre las sombras, buscando el interruptor de la veladora. La luz se hizo presente revelando su ubicación, aquella no era su habitación. Sorprendido por aquellas paredes bien pintadas y su decoración sofisticada, recordó donde estaba. Con una sonrisa grabada en su aún adormecido rostro, volteó a donde el fragor de su encuentro lo resguardaba. Abrazada a su espalda, como una pequeña hoja intentando cubrir una enorme roca, ella trataba de ampararlo con su propio calor. Había dormido toda la noche protegido por los brazos de su ángel, frágil en apariencia y fiera en batalla, en el remanso de su piel desnuda había encontrado la calma.
Sin dudarlo un momento, con cuidado apartó sus extremidades de encima suyo y besó su frente, notando la estampa cómica que aquel celestino despertar le regalaba. Tenía el cabello revuelto, parecía una gran nube de tormenta lista para destruir cultivos, cada rizo se revelaba y ocultaba el alba de su cara. Con ayuda de su mano, intentó calmar aquellos pensamientos alocados que ahora revelaban las verdaderas intenciones de su amante, en cada bucle de su cabeza una idea había quedado anclada.
Con la mente perdida en las antiguas pasiones vividas, la observó unos momentos. Sus piernas se revelaban por debajo de la tela, trazando su silueta sobre el entramado de hilos, mientras que uno de sus pechos aventureros hacía acto de presencia, no existiría el deseo si no existiese Amelia. Algo inseguro de lo que debería hacer, hizo lo más sensato, con cuidado sacó la sabana que la cubría. La magnificencia era tal que por respeto a lo sagrado intentó bajar la mirada al piso, pero lo celestial era adictivo, quería contemplarla. Se revelaba como había caído al mundo, desnuda, pero protegida por su propia belleza. La piel de cascada espumosa hacía que la cama pareciera una bahía, la última sirena de rio hoy abrazaba su humanidad. Ya no importaba el cabello revuelto ni mucho menos la exótica pose en la que dormía o su cuerpo que invitaba al pecado, lo que realmente valía era su sonrisa dormida. Amaba sus tatuajes, deseaba curar sus cicatrices y añoraba la cotidianidad, podría repetir aquello todos los días de su vida y mantenerse maravillado.
La volvió a cubrir, intentando que cada porción de su piel quedara cubierta en el abrigo, al hacerlo, ella en un acto involuntario se acobijó y un pie forajido se destapó clamando libertad. Sonrió unos momentos para luego caer en la realidad, él también estaba desnudo. Intentando no hacer ningún movimiento brusco, se puso de pie y emprendió la caza de su ropa interior. La encontró hecha girones en el suelo al igual que su ropa, el tornado había sido grande y la sensación satisfactoria. Con la ligereza de un ratón, se vistió apurado, quería preparar el desayuno y compartir aún más tiempo a su lado antes de volver a promulgar una de las ultimas misas que daría. La ilusión nacía, pronto no tendrían horarios de romance ni el incómodo silencio de un amor prohibido, ambos serían libres para proclamar su pasión entre gritos.
Prendiéndose la camisa, imaginó un sinfín de aventuras compartidas e individuales que lo aguardarían en su nueva vida; Se imaginó a sí mismo comprando fruta fresca y haciendo la lista de la despensa, cuestionándola continuamente sí prefería jugo de manzana o de fresa. Soñó con sus vestidos secándose al sol y el simple hecho de buscar en la televisión algo que a los dos le divirtiera; Tocando música de día y armando partituras en las sábanas de noche... Todo sería perfecto.
Cuando la embriagante fantasía empezaba a surtir el efecto de un anestésico en su mente, algo lo interrumpió. Una violenta punzada atravesó su estómago haciendo que una mueca de dolor se grabara en su rostro. ¿Qué le habría hecho mal y por qué tenía la intensidad del veneno en su cuerpo? Intentando disimular su aflicción, se vistió con gran celeridad, colocándose sus zapatos y haciendo nudos disparejos que la situación ameritaba. Las necesidades fisiológicas hacían alarde en sus sentidos y su presencia solo descompensaba aún más su estado tambaleante. Pensó en ir a la iglesia, pero rápidamente descartó esa idea, desfallecería en el camino. No le quedó otra opción que usar el baño ajeno que se encontraba en aquella casa, inundado en pena y suplicando a los cielos por un sueño pesado, se dirigió a el cuarto de aseo.
Resguardado por la seguridad de los azulejos blancos, intentó no hacer el más mínimo ruido, pero aun así algunas falencias corporales no comprendían la razón de un romance de cuentos. Los músculos se relajaban y poco a poco los retorcijones cesaban, apurado por concluir tan bochornoso natural acto, miraba constantemente la traba de la puerta, encomendando sus rezos a un quinto rosario. Cuando por fin supo que su cuerpo volvía a su habitual sincronía, borró toda la evidencia de su humanidad y limpió hasta el cansancio cualquier axioma. Ya de pie, se contempló ante el espejo del botiquín, para luego agarrar los perfumes de ambiente y lanzarlos al aire como sí su vida dependiera de ello. Ya con la certeza de quedar en ridículo y enfrentarse a sus bromas, mojó su loco cabello, intentando que en el agua hallara un poco de paz capilar. Tomó el pequeño peine de plástico y supo al instante quien era su dueño, no le importó, con cuidado acomodó las castañas hebras de manera ordenada para luego refrescar su rostro con la ayuda de una dosis líquida helada. ¿Tendría el coraje para usar el cepillo de dientes rosa que dentro de un vaso lo esperaba? No, no la tenía, así que con grandes cantidades de producto mentolado en su boca hizo gárgaras hasta que su aliento sea agradable.
Listo para enfrentar al mundo y disimular inocencia de su problema de estómago, salió del baño con el claro objetivo de preparar el desayuno. Pero, la edad le jugaba una mala pasada, Amelia ya no era una niña lista para el berrinche sí su sueño era interrumpido por el alba, aquella Amelia madura y con un dejo de responsabilidad, madrugaba.
Con la cafetera encendida y mirando compulsivamente una hoja de papel mientras que la atacaba con un bolígrafo que sostenía con fuerza en su mano, volteó a contemplarlo con una sonrisa. —¿Por qué a todo el mundo le hace mal mi comida?—
Intentando disimular la pena roja que ahora cubría sus mejillas, alegó inocencia. —No... No me hizo mal tu comida—
Riendo, Amelia solo sorbió un poco de su café para luego hablar. —Esta casa no tiene paredes gruesas ¿Sabes? Pero, no te culpo, no eres el primero. Una vez invité a las chicas a comer para estrenar el departamento, les cociné toda la mañana, todo para que las hijas de puta se agruparan en el baño exclamando que era la diarrea más grande de su vida. —Aún con su boca infestada en risas, Amelia se puso de pie, buscando algo en la parte superior de la heladera. Pronto retornó a la mesa cargando una caja de procedencia médica. —Mónica decía que a mí no me hace nada porque ya soy una gran bacteria... En fin, ven aquí, toma una taza de café, al menos que quieras que te prepare una tienda de campaña al lado del baño—
La situación estaba perdida y no le quedaba otra opción que doblegarse ante los hechos. Acercándose hasta la mesa, tomó lugar frente a ella y se sirvió en un pequeño pocillo la turbia bebida. Sumido ante la deshonra, habló apenado, exclamando su pena en un suspiro. —Qué vergüenza...—
—Oye, nadie tiene el culo de adorno— Estirando a su mano el blanco comprimido que había sacado de la caja, prosiguió. —Tómala, te sentirás mejor. Pero, eso sí, que sea un aviso para ti que mi comida es un poco... Letal—
Agarrando la píldora, la llevó a su boca— Prométeme algo, Ami...—
—¿Qué?—
—Que nunca más cocinarás—
Con una gran carcajada producto de esa exclamación, Amelia juró. —Lo prometo, pero mi comida sirve para muchas cosas, cuando tienes las tuberías tapadas ayuda bastante—
Intentando desviar esa charla de tan vergonzoso tema, Tomás notó como nuevamente ella castigaba la hoja con su lapicera. —¿Qué haces?—
—Corrijo el discurso de papá, cuando llegue quiero que el mensaje sea entendible. Muchas palabras sofisticadas suenan vacías en una boca que jamás pasó hambre— Pasándole el papel, Amelia concluyó. —Mira, dime tu opinión—
Empezó a leer lo que rezaba cada párrafo impreso, mientras que palabras tachadas en tinta relucían a manera de corrección. Analizó las promesas de campaña y halló razón en las palabras de Amelia, usar el léxico correcto cambiaba totalmente la veracidad de la prosa.
—¿Y? ¿Qué opinas?—
Los años de tutorías y cátedra salieron a la vista, debía ser sincero. —Por empezar, Ami, debes mejorar tu ortografía. Me extraña que una joven tan inteligente como tú no sepa la diferencia entre la B grande y la V chica, pero, de allí, me parece un trabajo sumamente pulcro. Tienes toda la razón con lo que me dices...—
Sintiéndose agraciada ante tal seria corrección, Amelia sonrió con cizaña. —¡Lo siento, profesor de estudios bíblicos!—
—De hecho, Ami... Tengo una licenciatura en teología—
Quitándole la hoja, ella se puso de pie para luego sentarse en su regazo, ganándose el primer beso del día. —Licenciatura en teología, suena bastante útil ¿Verdad?—
Acariciando su hombro, sonrió ante sus maléficas intenciones. —De hecho, lo es Ami, sirve para ayudarte a obrar correctamente en la vida y no despegarte de tus virtudes—
Amelia se entregó a los placeres del tacto inocente, bebiendo su café mientras que por momento cerraba los ojos presa de la necesidad de extender aquella mañana hasta la eternidad. —Sí claro, dile a mí padre que quieres un puesto de trabajo siendo una excelente persona gracias a tu licenciatura en teología y se te reirá en la cara— Acurrucándose en su pecho, continuó hablando. — A veces es necesario despegarte de tus virtudes si estás adelante del vicio correcto, Tomás—
Aprendiendo de sus palabras y tomando aquello como un hecho, supo que su relación nunca había poseído alguna virtud mundana, pero estaba infestada de vicios celestiales. Sonriendo, respondió. —Amén por ello— Intentando no moverla de encima suyo, estiró su mano para beber de su propio pocillo. —¿Y tú, Ami? ¿Ya pensaste que harás de tu vida?—
—¿Hacer? Tú ya sabes la respuesta, Tomy— mirándolo sin comprender su interrogante, Amelia continuó. —Nos iremos juntos y te cocinaré comida laxante todos los días—
Trayendo a su mente aquel desafortunado hecho, negó con velocidad. —Yo... Yo no me refería a eso, Ami... Quiero decir; yo soy un teólogo ¿Tú que eres? No creo que aun tengas en la cabeza aquello de ser modelo—
—¡Ha! Eso, en cuanto a carreras no tengo la más mínima idea ni una pisca de ganas de estudiar algo—
—Deberías pensarlo— Agarrando la hoja donde se presentaba el discurso, Tomás prosiguió. —Se te dan bien las palabras, además tienes un gran poder de convencimiento... Yo soy testigo de eso. Creo que una carrera referida a la política se te vendría muy bien, Ami. Yo mismo encantado te llevaría y traería de la universidad si lo deseas—
Amelia pensó unos momentos para luego responder. —Me gustaría una universidad católica—
Sorprendido por aquella respuesta, se alegró pensando que la fe nuevamente renacía en ella. —¿De verdad?—
—Sí, claro. Habría lindos curas cerca de mí, ya sabes, cuando eso suceda tú ya serás un civil y no tendrás la sensualidad de una sotana— Concluyendo, una sonrisa se coló en las bocas de ambos, ya no había necesidad de vislumbrar el mañana como una utopía.
Aun tentado por aquella exclamación, continuó su mentira de una falsa infidelidad. —¿Serías capaz de engañarme con un cura, Amelia?—
—Sí, por supuesto. No tienes idea como nos pone locas a las mujeres ver un alzacuello, o mejor aún, que nos susurren los misterios del rosario al oído—
La broma se extendía y las carcajadas aumentaban. —No lo sé, no creo que ningún hombre de Dios tenga el coraje para cortejarte, Ami—
Cuando por fin la risa de los dos se había sosegado, ambos se miraron perdidos en su lumbre. Apartando un mechón de su cara, Tomás acarició su mejilla. —Creo que contigo jamás podré aburrirme—
Un poco de pena brotó de esas palabras, un alma dura podría mutar en tierna si las oraciones eran las correctas. Besando su mejilla, Amelia le susurró. —Te quiero...—
—Y yo a ti, ángel— Perdido en la sombra de la aventura y apaciguado por el brillo de un futuro próximo, se olvidó de sus horarios. Cayendo en la realidad, miró el reloj para luego anunciar su misión. —Vendré a verte a las nueve, te traeré algo de comer. Quiero que te quedes quieta y sí algo sucede iras corriendo a decírmelo ¿Si?—
—Espera... ¿A las nueve? Mañana viene Augusto...—
—¿ Y qué con eso?—
Amelia estaba sorprendida y eso lo mostraba con una leve elevación de su ceja derecha. —Te volviste un cínico de primera... Me encanta...— Besando sus labios, se despidió de manera dulce y concluyó tan tierno encuentro. —Ahora vete antes de que alguien te vea saliendo de aquí— Levantándose de sus piernas, concluyó.
Poniéndose de pie a su lado, acomodó su ropa y le dedicó unas últimas palabras. —Ya falta poco, Ami. Nunca más nos esconderemos ni tendremos la necesidad de separarnos—
—Lo mismo, no quiero que vuelvas a ensuciar mí baño— Riendo, Amelia lo acompañó hasta la puerta. Ambos sabían que no querían despegarse del lado del otro, pero el reloj seguía girando.
—No... No lo ensucié—
—Sí, ajá, yo aún no tengo el coraje de entrar y ver el desastre que me dejaste—
—¿Podemos dejar de hablar de eso, Amelia?— Apenado, mencionó.
—Está bien, está bien... Cuidado con las hostias y el vino, puede ser que te agarre un apurón en plena misa— Entre risas ya perdidas en lo ligero, ambos se contemplaron un último momento.
Abrió sus brazos, exclamando la necesidad de un último tacto. —Ven aquí, Ami— El abrazo fue prolongado, recargando sus baterías en cuanto a romance, garantizándole su supervivencia hasta su nuevo encuentro. Bajó sus labios hasta la diminuta cabeza que albergaba en su pecho, besando su frente y recordando cada caricia de su cabello.
—Ahora vete, tonto, te estaré esperando— Despegándose con cuidado, Amelia giró la llave en el tambor de la cerradura, nuevamente debían enfrentar al mundo.
—Sí, no me demoraré, lo prometo—
Jugando una especie de truco, Amelia se burló de lo que les esperaba. —Buena suerte en el trabajo, querido—
Añorando lo diario que podría ser esa frase, sonrió, haciendo que su rostro nostálgicamente bello se colmara de una esperanza infinita. Agarrando el picaporte, se despidió. —Te amo—
—Y yo a ti, idiota—
... ... ...
Ansiosa miraba las agujas del reloj circular sin pena, pronto retornaría a su lado y un poco de su tristeza cotidiana se evaporaría con la buena compañía de quien ella consideraba alguien importante. Jamás lo admitiría, pero extrañaba a su amiga, aquella que había puesto su palabra en duda... Haciendo las tareas cotidianas, no había hecho más que pensar en ella. Primero insultándola entre funestos alaridos de cólera, posteriormente dándole la razón a sus miedos, para luego concluir en que la culpa era compartida.
Lavó las sabanas y enceró los pisos, nunca pensó que una cocina limpia le conferiría tanta paz a su espíritu. La esencia era inmutable, pero los gustos eran cambiantes, si en el caos encontraba orden ya no importaba, lo único sobresaliente que podía resaltar de su vida era el profundo cambio que intentaba realizar en sí misma.
De los recuerdos de salidas nocivas ya solo polvo quedaba, las amistades maduraron y los cadáveres de la adolescencia, en su mayoría, traían dolor a su memoria. Estaba orgullosa, todo aquello lo había logrado sola, no había una mano salvadora que con su toque divino la purificara, todo era su obra. Supuso que era parte de la vida encontrar alegría en lo simple y valorar aquello que no tenía precio, ni el más costoso viaje al extranjero superaba a tener a su lado a la compañía correcta.
Camila, Jennifer, Isabella y hasta el mismísimo Facundo habían pasado por dicha metamorfosis, solo un antiguo alarido de rebeldía quedaba de esos encuentros bañados en sepia. Responsabilidades, exigencias y hasta metas ahora se trazaban en su camino. ¿Y sí Tomás tenía razón y debía estudiar algo? Sería una buena manera de ocupar su tiempo y de hacer algo de provecho, pero ¿Qué estudiaría? No lo sabía y adoraba la incertidumbre de la duda, las puertas se abrían y las posibilidades eran infinitas.
Intentando solo pensar en el hoy, por quinta vez acomodó su corto camisón de noche, hoy todo tendría la potencia nociva de la metanfetamina. El rojo resguardaba en la escasa tela su cuerpo y hacían juego con sus labios tintados, mientras que las suaves medias de seda cubrían sus piernas, haciendo que la visión sea mortal, asegurándose la devastación de la moral de su pareja.
Sí quería ir a la guerra debía usar armadura, era un hecho. Tomás ya no se impresionaría con una falda un poco subida, debido a ello sacó la artillería pesada. Pasó toda la tarde revolviendo en su armario eligiendo la lencería adecuada, tanta ropa interior pura y virginal por fin conocería el tacto masculino, estaba ansiosa.
En la penumbra de la cocina esperaba con la calma de una araña a que la mosca se asentara en su red. En el preciso momento en que Valencia traspasara aquella puerta estaría perdido y listo para el delirio que solo una noche de pasión podría conceder.
Miró el reloj nuevamente, la hora se acercaba y sabía que Tomás pecaba de puntual, la puerta estaba abierta, solo era cuestión de esperar.
Sonrió cuando escuchó, desde la oscuridad, la puerta abrirse. Los pasos cansados y el sonido de unos pies siendo arrastrados solo delataban la identidad de quien había traspasado el portal, pronto su voz se escuchó. —¿Ami?— Decidió no contestar, un poco de suspenso siempre sería un buen afrodisiaco.
—¿Ami? ¿Dónde estás?—Desde la oscuridad contempló su silueta, Tomás recorría apresurado la casa entera adentrándose de puerta en puerta encendiendo las luces.
Cuando por fin lo vislumbró cerca suyo, supo que tendría que sacar pecho y desempolvar de su libro de hechizos la más erótica pose. Sonriendo, sabiendo lo que vendría, cruzo las piernas e intentó hinchar sus labios, pronto la luz se encendió.
—Ami, ¿Qué haces aquí en...?— La fracción de segundo en que Tomás había tardado en observar su vestimenta fue lo suficiente como para quitarle el habla. Caminando lentamente en el vértigo de sus tacones, ella se acercó hasta su lado.
Aún tenía el uniforme negro adornado con la cinta blanca en su cuello, eso hizo que el deseo aumentara aún más. Pegándose a su cuerpo, su perfume trepó por el cuello del dubitativo hombre hasta colarse en sus sentidos, sonriendo exclamó. —Te extrañé...—
Sintió como un gran trago de su saliva se escurría por su garganta, Tomás nuevamente volvía a ser un cachorro mojado a su lado y eso le encantaba. —Yo... Yo... Traje pizza— Hasta ese momento ella no se había dado cuenta de la caja que cargaba en sus manos suspendida por varios hilos, tampoco le importó.
—Oh, gracias— Tomando el comestible, lo dejó en la mesa intentando que sus caderas serpenteantes sean un aliciente más de la calurosa escena.
—¿Qué... Qué haces vestida así?—
Levantando una ceja, fingió inocencia. —¿Así cómo?—
—Así... Tan... Tan... linda—
—Bueno, tenía mucha ropa que aún estaba sin estrenar, tú me entiendes. Pensé en usarla y que tú me dijeras si me quedaba bien o no— Dando un pequeño giro en su lugar, Amelia concluyó. —¿Qué opinas?—
Estaba ruborizado a causa de sus propios deseos e impresionado ante la estampa, todo había sido un éxito. —Me... Me gusta—
—¿De verdad? ¿Por qué no te acercas un poco y sientes qué tan suave es la tela?— Sentándose a la horilla de la mesa, dejo que su voz sonara un poco rasposa, mostrando su disposición.
—Ami, ya sé por dónde va esto... Se te enfriará la comida y luego tendrás que calentarla en el microondas, eso es perjudicial para la salud—
—¡Ay, Tomás!— Con un poco de indignación mezclada en la gracia que su pareja le causaba, ella continuó. —No puedo creer que me ponga linda para ti y tu solo pienses en la comida, me dueles. ¿Acaso ya no soy atractiva para ti?—
Con la mirada fijada en el piso, caminó hasta ella poniéndose delante suyo. Con pena en sus labios y vergüenza en sus esquivos ojos, habló. —Tócame...—
Curiosa ante tal desfachatez en sus promulgaciones, llevó la mano hasta su sexo. El tacto fue soberbio y mostraba resguardado bajo la tela de su pantalón una notable dureza. Sonriente al sentirse triunfante, sintió como sus pupilas se dilataban ante la espera. —Creo que ya sé dónde está tu detector de mentiras—
Volvió a acariciar dicha zona haciendo que los movimientos sean más profundos y la oscilación aumentara. De pronto, una oración de su amante salió despedida al aire. —Yo... Yo solo quería que comieras, nada más... Eres la persona más atractiva que vi en mi vida, Ami—
Continuando con el toque sagrado, al igual que la porfiria, lejana a la luz, ella reveló un poco de sus sucias artimañas. —Cuando pensaba que aún tenía futuro con quien tú sabes, intenté de todo; Lencería, aceites, juguetes y disfraces... Pero nada funcionó, ahora contigo puedo sacarle jugo a mi colección—
Preso de la sensación placentera de su mano bailando arriba del pantalón, intentando contener un gemido, respondió intrigado. —¿Disfraces?—
—Sí, tengo todo un guardarropa esperando por tus deseos. Podría ser una dulce enfermera lista para curarte o una policía lista para poner todo el peso de la ley encima de ti. ¿Qué prefieres?—
Inquietado por el devastador cuadro mental que había dibujado pero ansioso de saber todo el ajuar que lo esperaba, preguntó mientras el placer ya parecía poco y la ropa comenzaba a estorbar. —¿Ti... Tienes alas?—
Bajando la cremallera de su pantalón, Amelia decidió cambiar de lugar, descendiendo de la mesa tomó lugar en una silla, donde la estatura era adecuada para su acto. Enfrentada al botón de su bragueta, rompió su candado, haciendo que la piel se liberara y lo antes sagrado ahora sea un purificador de su garganta. Los sutiles besos en su miembro comenzaron, la succión de sus labios haciendo alarde de lo que continuaría solo hacían el aire vicioso y transfería a la espera en una virtud. —No, no tengo alas... Pero, puedo comprarlas. Me arrancarías cada pluma y la aventarías al aire o podrías masticarlas con salvajismo. Cualquier cosa que quieras yo puedo dártela, te amaré y violaré, cumpliré tus sueños y tus fetiches también... Aún detrás de toda esa luz que tienes, debes saberlo, adoro encontrar tu oscuridad.—
—Yo... Yo no quiero arrancar tus alas— La oración fue interrumpida por un gemido, ella sin previo aviso había comenzado a acariciarlo con su lengua, haciendo ilusiones insanas de un caramelo. La gula de la azúcar acompañaba los misterios de la lascivia y la prudencia terminó por infestarse de saliva, deseaba más. —Yo quiero que tus alas crezcan... Quiero que vueles alrededor mío por toda la eternidad—
—Ten cuidado con lo que deseas, Tomy. La eternidad si es muy añorada puede durar solo un segundo...— Deteniéndose de manera repentina, volvió a su postura inicial solo para comenzar un tierno descenso por todo el largo que pudiera abarcar en su boca.
El tacto sensible hacía que cada roce húmedo tuviera la devastación de un tornado. Sentía sus dientes esquivarlo y su lengua envolverlo mientras que continuaba engulléndolo. Bajó la cabeza para mirarla, allí estaban sus pupilas como dos grandes nubes relampagueantes observándolo, acompañados por el rojo de una próxima arcada. —Sé lo que quiero, Ami—
Quitándolo de su boca, una ligera tos nació y murió en un instante, limpió la comisura de su labios con el propio pantalón de su amante para luego hablar. — A ver, déjame que adivine. ¿Quieres el cielo de día y a Sodoma de noche?—
Las punzadas de deseo comenzaron, sí había algo más peligroso que su cuerpo, eran sus palabras. Amelia podría provocar la muerte de un incauto con la oración más profana directamente susurrada a su alma. —Po... Por favor, deja de hablar así—
—¿Por qué, señor? No me digas que aún tienes pena por lo que hacemos, porque juro ante las montañas de éste horrible pueblo que te golpearé.— Una última lamida fue colocada de manera estratégica, el calor era demasiado y las llamas de su boca adictivas.
—No... No es por eso— Sin importarle las circunstancias y lo expuesto de su cuerpo, tomó su mano, obligándola a levantarse de su asiento. Cuando la tuvo cerca suyo, agachó su cabeza para besarla, entrelazando sus dedos con los de la pequeña extremidad de su amada. —Quiero hacerte el amor, pero sí sigues hablando lo único que haré será dejarte con las ganas una vez más—
—Oh...— Sorprendida por aquella respuesta el brillo de sus ojos se encendió y cada sonrisa deseosa que era realizada parecía una luciérnaga. —En ese caso, escondí algo en la ropa, ven a encontrarlo—
La risa fue autónoma, aún en la perversidad más profana siempre habría la inocencia de la ternura de un ángel. Tomás se agachó delante de ella, y empezó a tantear sus pies para luego ascender por sus rodillas. —¿Por aquí?—
—Frio.—
—Entonces debo seguir buscando— Sus manos ascendieron más por sus muslos, haciendo que una caricia discreta a su ropa interior sea necesaria. Metió la mano por debajo del encaje rojo, sintiendo el calor que emanaba por su piel, acarició todo lo que podía abarcar con sus manos para luego escuchar un tímido gemido. —¿Y aquí?—
—Frio—
—Entonces debo apresurarme— Continuó subiendo sus manos, ahora tocando su abdomen, el camisón impedía la visión, pero sus sentidos revelaban su cuerpo a través de las caricias. Pasó por la joya de su ombligo, siguió ascendiendo hasta llegar a sus costillas, estaban más prominentes de lo que le gustaría. —Estás muy delgada, Ami. Cuando viva contigo me aseguraré de que tengas tres comidas diarias y dejes de meterte tantas golosinas que no te alimentan— Sin darse cuenta, había presionado levemente su piel, haciendo que ella empezara a reír, maravillado por el efecto tierno de sus manos en ella, aumentó la presión.
—¡Déjame de hacer cosquillas, tonto! ¡Solo ganarás que todo se muera ahora!— Entre risas, Amelia tomó sus manos y las llevó al nacimiento de su sostén —Tibio—
—¿Tibio?— Ansioso por encontrar el tesoro, comenzó a hurgar entre los pliegues de sus pechos, rozando a propósito sus pezones y sintiéndose todo un hombre cuando ella cerraba los ojos ocultando su gusto. Pronto, dentro de la copa donde se albergaba su seno izquierdo, sintió algo plástico danzar entre la tela y la carne.
—Caliente—
Con cuidado, tomó aquello que se presentaba a través de sus dedos como un envoltorio y lo expuso al aire. Notando lo que era sonrió al sentirse deseado, ella había preparado todo aquello para él, empeñándose en brindarle otra magnífica experiencia. Curioso, cuestionó. —¿Cuántos nos quedan?—
—Uno para ahora y otro para después, no te preocupes, luego compraré más— sin previo aviso, ella se paró de su lugar y caminó unos escasos tres pasos hasta la grifería de la cocina. Sacando uno de los vasos de la alacena, llenó el recipiente con el cristalino contenido de la llave y lo llevó a sus labios.
Aquella imagen parecía tan hogareña y eso hizo que la imaginación se disparara. Podría verla en un acto tan cotidiano como tomar agua y aun así tendría más belleza que con cualquier incómoda pose erótica. Se acercó a ella y se paró detrás, inclinándose para besar su cuello y perderse en el perfume de su piel, cerraba los ojos ante la evidencia de su futuro.
Ella suspiraba, aquello la obligó a dejar el vaso de lado. Con amabilidad le ofreció un trago del mismo. —¿Quieres?—
Sin pronunciar palabra, y manteniéndola aún apresada por sus brazos, tomó el cuenco y lo llevó a sus propios labios. Mientras bebía pudo sentir como ella, sin importarle estar atada a un abrazo, ponía sus pies de puntillas y de rozar sus piernas con su cadera, pasó a compartir el calor de su miembro con lo de sus muslos. La pasión volvía y los instintos pedían liberación.
Dejó el vaso a un lado de la mesada de frío mármol, para apretarla aún más a su cuerpo, haciendo que el roce sea un dulce flagelo. Supo que aquella pose era incómoda, no podía imaginarse lo molesto que podría ser mantenerse tanto tiempo en puntas de pies. Riendo, abrió el paquete plástico con ayuda de sus dientes para luego hablar. —Cuando vivamos juntos te mandaré a hacer una caja de madera o un banquillo para que puedas subirte en él—
La risa fue correspondida, la realidad podría ser hermosa sí se la apreciaba desde la sutil mirada de un amante. —¿La cajita de madera para follar?— Sabiendo lo que él estaba haciendo, no quiso incomodarlo con su mirada al notar como se ponía el profiláctico así que continuó de espaldas en aquella pose que la elevaba del suelo. —No es mi culpa que seas tan alto—
—Ni tampoco la mía que tú seas bajita—
—¡Oye! ¡Soy más alta que la mayoría! Jodido alce, claro, como tú ves desde las alturas a todos piensas que somos una colectividad de gnomos—
Aquella indignación cargada en gracia solo hacía que el ambiente se tiñera en rosa, la alegría era magnifica y su compañía majestuosa. Cuando la protección ya estaba colocada supo que era el momento de empezar. —Ven aquí— Obligándola a voltearse, la tomó de sus piernas y la levantó en el aire solo para sentarla en la mesada de la cocina.
El silencio llenó el comedor mientras que los dos, con una inusual sincronía, intentaban que sus cuerpos encajasen. Cuando por fin pudo penetrarla, ambos suspiraron, la acción era cálida y la humedad hacía que cualquier fuerza impuesta fuera fácilmente deslizada. Juntaron sus frentes y de manera compulsiva buscaron la boca ajena. Cada movimiento efectuado producía un gemido pronunciado entre sus labios. La pasión nacía y moría entre las piernas de ambos, dándose cuenta que poco a poco su cuerpo se iba alejando, estiró sus brazos y la atrajo nuevamente a su encuentro. Al principio la tomó de su cintura, pero la sexualidad no conocía recato, empezó a descender por su pequeño cuerpo hasta apretar sus nalgas y así encontrar la oposición perfecta para sus embestidas oscilantes.
—Agárrate bien, Ami—
Obediente, ella enredó sus brazos alrededor de su cuello y se pegó aún más a él. Besando, mordiendo y lamiendo, dejó en claro cuanto le gustaba aquello que realizaban, sus labios chocaron con el alzacuello y eso trajo una catarata de recuerdos a su mente, nuevamente la tormenta volvía al reloj de arena y la cordura se perdía. —Tú y tu jodida ropa de cura—
—Sí... Sí quieres, puedo sacármela—
—¿Sacártela?— Presa de las sensaciones que cada irrupción en su cuerpo provocaba, los gemidos se escabullían . —Adoro tu puta ropa de iglesia, quiero que la guardes, así te la pones para mí cuando ya seas otro pecador común y corriente—
—¿Có... cómo si fuera un disfraz?—
—E...Exacto—
La lujuria los atormentaba y justo encima suyo los gemidos proclamados entre venideros orgasmos se agrupaban como nubes de tormenta. La pena ya no existía y el deseo encontraba su momento culmine exacto cuando la velocidad se descontrolaba y la naturaleza humana se perdía. Amelia fue la primera en gritar su placer a los vientos intentando que ningún quejido curioso cayera en oídos ajenos. Como un veneno, sus gemidos llenaban sus sentidos y eso hacía que la morfina corriera rápida por sus venas. El instante fue prolongado y la corrida larga, cada gota despedida estaba acompañada con sinfines de gestos desconcertantes que, ante los ojos de un novato, parecerían ser producidas por algún extraño dolor. Pero no, allí solo había sentidos atormentados.
Inmóviles, esperando que la pequeña muerte de sus cuerpos fallecidos terminara, recuperaron el aire. La respiración se normalizó y algunos besos forajidos encontraron su destino en la boca del otro. —Ami...— Fijado aún por sus brazos y sin intenciones de partir, Tomás habló con un solo hilo de voz a cuestas.
—¿Sí?—
—Dime que haremos esto todas las mañanas...—
Sonriente, miró sus ojos, aquella calma mirada azul que aún perseguida por el cansancio de una biblia no perdía su belleza. —Te lo prometo—
... ... ...
Acurrucados uno encima del otro, cubiertos por una manta, miraban la televisión. Reían por momentos a causa de las aventuras del personaje animado, mientras que la caja helada de pizza aún tenía porciones en su interior.
—¿Quieres palomitas luego?—
Inseguro ante aquella propuesta letal para su sistema, cuestionó con sinceridad. —¿Las harás tú, Ami?—
—Ya me hiciste sentir mal...— fingiendo una mueca de tristeza en su cara, Amelia volvió a hablar. —Son de bolsa, de esas que pones dentro del microondas... Señor exigente—
Preocupado por aquellas palabras infestadas en pena, se sintió culpable por estigmatizar la comida del amor de su vida. —Di... Discúlpame, Ami. No quería hacerte sentir mal... Yo... Yo amo tu comida—
Levantándose de sus brazos, ella sonrió dejando en claro que aquello había sido una broma. —Tú te sentirás mal cuando te haga mi guisado de verduras, yo que tu voy escribiendo un testamento— Caminando hacia la cocina, Amelia pronuncio una última directiva. —No cambies de canal, volveré en un instante—
—Sí, Ami, lo que tú quieras—
Nuevamente en la cocina, revolvió uno de los cajones que se encontraban cerca del refrigerador hasta hallar la pequeña bolsa color madera que rezaba un sinfín de instrucciones. Sin romper su empaque, desdobló sus pliegues y con algo de torpeza la introdujo en el microondas para luego apretar en sus botones los comandos necesarios, el canapé comenzaba a girar.
Una idea atacó su mente, pronto la gritó a los aires. —¿Tomy?—
—¿Sí, Ami?— Respondieron del cuarto.
—¿Ya se pusieron maduros tus rosedales?—
—Ya... Ya están rompiendo sus pimpollos. ¿Quieres qué te traiga flores frescas?—
—No, tonto— La sonrisa al imaginarse el rostro de su amante pronto se grabó en sus mejillas. —Entre Ami y ama hay solo una rosa de diferencia—
El tardó en responder, supuso que el impacto de la frase había sido fuerte para sus sentidos aun atormentados. —Tu... Tu solo dime cuando las quieres, ángel— Al escucharlo tan seguro y a la vez apenado, sintió que estaba en el lugar adecuado, justo a su lado.
Observando la danza del alimento, esperaba estática a que éste estuviera listo, pero un golpeteo en la puerta la sacó de su trance. Suspicaz por aquella interrupción ante su paz, se apuró a llegar al dormitorio donde su amante se encontraba. —Quédate aquí, alguien está golpeando la puerta—
Nervioso por lo que aquella irrupción significaba para ambos, Tomás murmuró. —No... No haré ningún ruido—
—Quédate tranquilo ¿Sí?—
Alejándose del cuarto, ella cerró su bata, tapando así la preparación que había tenido para esa velada romántica. Cuando se acercó a la puerta, miró por la ventana, allí parada detrás del portal se encontraba una figura de por más conocida. Abriendo la cerradura y permitiéndole la visión al interior de la vivienda, confrontó a su amiga, la cual cargaba a su ahijado en brazos.
—¿Qué necesitas, Mónica?—
—Amelia, no tenemos tiempo para simular estar enojadas, pasó algo— en su rostro se vislumbraba la preocupación, aquello no era un simulacro.
Entendiendo que no sucedía nada bueno, Amelia le permitió el paso sin decir una sola palabra.
—¿Dónde está el teléfono?—
—En la cocina...— siguiendo sus pasos, se animó a hondear más en el asunto. —¿Qué sucede?—
—Ni yo lo sé, pero María dijo que era algo grave... Nos necesitan a ambas— Pasándole el niño a su amiga, olvidando los rencores debido al difícil momento, Mónica comenzó a discar el teléfono para luego subir el volumen de la bocina, el mensaje sería oído por ambas.
—Mari... Aquí estoy con Amelia, por favor habla—
Desde el otro lado de la línea, un suspiro salió despedido. —Por favor, me pidieron que no hagan nada... Así que solo espero contar con su compañía—
—¿Pero, qué pasó?— Irrumpió Amelia nerviosa.
—Es Nati... La desfiguraron a golpes...—
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Y con esto termino la parte de "hilo" gente.
¿Cómo están, bellas pecadoras? ¿Qué cuentan de nuevo?
Yo no tengo mucho que decir, así que no las aburriré con mi cantaleta.
Espero que el capítulo sea de su agrado y ya sé que muchas se huelen lo que vendrá, necesitaba demasiado amor para crear algo bello.
¿Por qué pusiste dos cochinadas seguidas, Ann?
Porque quiero y porque puedo 8)
Nah, todo tiene un motivo en esta vida.
Así que dime, wattpad:
¿Cuál fue el lugar más raro de su hogar donde tuvieron relaciones?
Sin otro motivo, pecadoras mías, nos encontramos nuevamente el domingo.
Quien las quiere:
La reina de espinas
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