37: "Hilo II"
Mirando por su retrovisor, notaba continuamente como la ciudad iba perdiendo su lumbre seria habitual para mutar en una tertulia nocturna. Las mujeres se quitaban sus abrigos, revelando su piel aterciopelada, mientras que los caballeros rompían los nudos de su corbatas y se entregaban a la comodidad de la noche.
La calma del ruido de la urbe era una conocida canción de cuna para aquellos que habían sido arropados entre rascacielos. Las bocinas en compañía con la música atolondrada de varios carros parecían invitarlo a el sueño, tal y como tantas veces lo habían hecho en la comodidad de su auto. Pero no, no podía entregarse al deleite de una siesta clamada, porque, seguramente, a él lo estaban esperando.
El tiempo aún le sobraba, al igual que abundaba la necesidad de una larga charla. En el asiento trasero del vehículo infinidades de presentes de su madre bailaban sobre el tapizado; Ropa nueva y uniformes blancos, vajillas limpias y un portarretrato. En un gesto dulce, su madre, había adquirido un regalo para su nuera, un pequeño órgano eléctrico para que ella su habilidad mantuviera. Pensó en envolverlo, quizás atarlo con un gran moño, pero luego recapacitó. ¿Un piano de enchufe sorprendería a alguien acostumbrado a los grandes instrumentos de cola? No, claro que no. Amelia siempre sería un problema en aquel sentido, rara vez algo le quitaba el habla. El haber crecido rodeada de lujos y haber contado con decenas de admiradores de billeteras abultadas hacían que ya nada le impresionara.
Cuando la puerta trasera de la clínica se abrió, notó como ese hombre ya conocido encendía un cigarro y parecía emprender retirada. Apresurado, tocó la bocina dos veces, ganando la atención de su colega, el cual rápidamente llegó a su encuentro.
Cargando su portafolio de negro lustroso, abultado, dejó ver parte de su uniforme hecho girones en su interior, Lucas se acercó a la ventana del conductor. Sin percances, bajó el cristal mientras los ojos casi viperinos de su compañero de profesión lo presionaban para iniciar una charla. No sabía que decir, así que solo espero a que él hablara.
—¡Santana! ¿Por qué no entraste? Empezaba a pensar que habías olvidado las vacunas—
Con una sonrisa fraternal, Augusto reveló su verdad. —No, claro que no. A dentro trabajan muchos conocidos de mi padre y supuestamente yo me he marchado minutos después de las cinco. No me gustaría que alguien le fuera con chismes a papá— Concluyó.
—Deberías vivir un poco más tu vida— Mencionó Grimmaldi mientras que arrojaba su cigarro a medio consumir a la canaleta de la calle. —Iré a traerte las vacunas, espera aquí— Sin más mediaciones, el mayor de aquel particular dúo cruzó la calle, perdiéndose nuevamente en las fauces del sanatorio.
Augusto lo observó marcharse, pensó unos momentos en donde colocaría tan preciada carga, para luego decidirse en guardarlas en la seguridad de su baúl. Descendió del coche, teniendo especial cuidado al abrir la puerta, para luego, introducir la llave en la cajuela y hacer un pequeño espacio, lo suficientemente adecuado, entre la llanta de repuesto y la llave cruz para los insumos médicos.
Parado en la soledad de una calle que poco a poco se volvía desierta, espero sin prisa el retorno de su colega. Pronto el doctor Grimmaldi apareció cargando en sus brazos una pequeña nevera, direccionado a él, sin esperar alguna palabra de seña o de destino, deposito las vacunas refrigeradas en el interior del baúl, para luego el mismo cerrar con fuerza la tapa de la cajuela.
—Le puse suficiente gel frío, aguantarán un día completo— Pasó la mano por su cabello, despejando su rostro de cualquier molesto mechón que le estorbara. —¿Llegarás a tiempo?—
Haciendo los cálculos mentales necesarios y pensando en aquella gasolinera de campana, a medio camino de San Fernando, donde surtían hielo, no tuvo duda alguna. —Con tiempo de sobra— Caminando nuevamente con destino a la puerta del conductor, ingresó al coche. —Sube, luego te traeré aquí para que busques tu auto—
Cómplice de una velada nocturna interesante, Lucas se limitó a adentrarse al carro sin el más mínimo recato. Quiso lanzar su portafolios a el asiento trasero, pero este al estar ocupado lo obligó a llevar sus insumos de oficina encima de sus piernas. Notando la cantidad de carga que su nuevo conocido llevaba, rio. —¿Mamá aún te lava la ropa?—
—No, no es eso. Volví a casa a despedirme como se debe de ella, pero me atosigó con cosas que seguramente necesitaré, ya sabes, donde vivo no es un bazar, por decirlo de alguna manera. —Encendiendo el motor y esperando que ningún coche pasara, enderezó el auto sobre la calle de pavimento. —Tú dirás dónde—
—Cerca de aquí hay un bar donde solo vamos los colegas, pero no creo que quieras ir allí—
—En eso tienes razón. ¿Alguna otra sugerencia?—
Pensando unos momentos, Lucas revivió todas sus salidas nocturnas en donde había galardonado su brazo con alguna dama. Luego de debatir mentalmente todos sus destinos se decidió por uno. —Cerca de la zona norte hay un pequeño pub tranquilo, Debes tomar la calle principal y doblar en la universidad. ¿Te ubicas? —
Augusto trazó la ruta en su cabeza, para luego saber su destino exacto. —Sí, creo que conozco ese lugar— Las ruedas empezaron a girar, pronto la calle del sanatorio comenzó a quedarse atrás.
El silencio era incomodo y los temas de charla escasos, sin saber que decir, Lucas volvió la vista al asiento trasero, donde habitaba un pequeño piano. Curioso, cuestionó. —¿Tu tocas?—
—Ni siquiera el timbre de una puerta— Respondió Augusto con una risa recatada sin apartar la vista del camino, para luego proseguir. —Es para mí chica, se le da bien el piano, toca en la iglesia del pueblo— Intentando que su sonrisa no se nublara con su presente amoroso casi destrozado, continuó. —Aunque no te lo niego, me encantaría aprender a tocar algo, el violín siempre me pareció un instrumento atractivo—
—¿Violín? ¡Santana, sé más hombre!— La fuerte carcajada de Lucas hizo que el aire se liberara de su tensión formal. —Violín, arpas, chelos y en su mayoría todo instrumento de cuerda, son para maricas—
—Espera, espera. En mí universidad había un chico que tocaba la guitarra y todas morían por él. ¿Qué me dices de eso?—
—La guitarra es distinta, muestra la disciplina de tus manos— Haciendo aquel comentario subido de tono, Lucas logró que su colega riera.
El camino continuó y las charlas vacías de objetivos siguieron. Las risas ahogadas a veces eran la compañía adecuada para algún comentario fuera de lugar referido a las féminas transeúntes que circulaban la zona. Ambos se sentían cómodos ante tal descabellada idea, la imagen de que dos extraños congeniaran con tal velocidad solo mostraba la continua necesidad de despejar la cabeza por parte de ambos. Pronto Augusto se enteró algo de la vida de Lucas; Su matrimonio compuesto por su propia enfermera, su modelo de auto y como una pequeña niña venía en camino, siendo su primer hijo.
Avanzando en el camino, el cual se hizo minúsculo gracias al candor de varias charlas, llegaron al escondido habitáculo nocturno donde pasarían la velada. Ambos descendieron del coche, notando a través de los vidrios del pub como éste estaba casi desierto. Algunas parejas, seguramente cómplices de una traición, se amontonaban en las esquinas poco iluminadas del salón, susurrando al oído de sus amantes seguramente tonterías románticas imposibles de lograr. Sin miramientos ambos ingresaron y tomaron lugar en una de las mesas que se encontraban en el centro, Lucas tenía una pose descontracturada, supuso que la vida los premiaba a ambos con esa salida. Intentando imitar su comodidad, se dejó caer de manera pesada en la silla.
Sintiéndose en confianza, aquel extraño halo que despedía Grimmaldi de seguridad estaba haciendo efecto, Augusto comenzó a jugar con el servilletero lanzando al aire sutiles comentarios de sus últimas salidas. —Hacía mucho tiempo que no salía con alguien que no fuera de la familia—
Lucas lo miró con suspicacia intentando hondear más en el asunto. —¿Papá aún no te deja salir sin estar bajo la supervisión de un mayor?— Riendo, inquirió.
La risa fue correspondida por parte del joven médico, el cual no tardó en negar. —No, no es eso. Desde que me gradué no he tenido tiempo para nada— Recordando sus primeros tiempos de vocación, Augusto continuó. —Cuando tuve mi diploma en mano papá no tardó en llenarme de postulaciones, además ya estaba con mi chica... En los últimos años la única diversión que he tenido ha sido al lado de mi gatita—
Lucas rio al escuchar tal curioso apodo. —¿Gatita? Me gusta tu estilo, Santana.— Cuando se propuso a continuar hablando una joven, que adornaba su cadera con un largo delantal, se acercó a ellos dispuesta a tomar su pedido.
—¿Qué les sirvo?—
Lucas no pudo evitar sonreír ante la estampa de aquella mujer, siendo galante en sus ademanes e intentando ser un péndulo hipnótico para esa joven, valiéndose del brillo de sus ojos y el fulgor de su sonrisa, respondió. —Buenas noches... Señorita. Con mi compañero estamos cansados. ¿Qué nos recomiendas?—
La mujer mostró rápidamente una predisposición amable, sin quitarle la mirada de encima, respondió. —Bueno, según varios clientes tenemos la mejor comida fría de la zona—
—En ese caso, princesa, dejaré que nos sorprendas— Respondió Lucas mientras que Augusto notaba sorprendido como la joven por momentos parecía ruborizarse. —¿Qué quieres tomar, Augusto?—
Intentando disimular su asombro, Augusto respondió. —Para mí un refresco de lima estaría bien—
—Muy bien, para él un refresco y para mí una botella de agua... Ha, casi lo olvido, una última cosa— Mencionó Lucas mientras que mantenía la lumbre de su mirada encendía.
—Dígame, señor— Respondió la camarera.
—¿Me dirías tu nombre, princesa?—
La muchacha no pudo esconder el rubor de sus mejillas y aquella sonrisa melosa que ahora adornaba su cara. Sin titubear, ella respondió. —Andrea—
—Muy bien, Andrea... Gracias por haber sido tan amable con nosotros— Corriendo un mechón de cabello que se interponía en su visión, Lucas respondió haciendo que su voz sea despedida con una velocidad modulada. La joven lo miró una última vez para luego alejarse de allí, apresurada a cumplir con su orden.
Augusto no podía creer la facilidad que tenía su compañero para cortejar. Por un momento dudó, quizás solamente estaba siendo amable con la empleada y haciendo que su jornada laboral no estuviera plagada de cretinos. Pero, Lucas le confirmó lo contrario. —¿Viste que majestuoso culo que tiene?—
Sin saber que contestar, Augusto solo dijo lo primero que le vino a su mente. —Sí, muy bonito—
—¿Bonito? Bonito será cuando lo tenga encima de mí— Volteando a ver a la joven e intentando captar su mirada, Lucas continuó hablando. —Te apuesto lo que quieras a que ésta noche me termino tirando a la mesera—
—Pero... Estás casado...—
—¿Y qué? Todos necesitamos un momento de diversión— Volteando a mirar a su joven acompañante, Lucas continuó hablando. —Dime una cosa, Santana. ¿Tus padres tienen un matrimonio feliz?—
Pensativo, Augusto respondió. —Sí, eso creo... Nunca quisieron terminar o algo por el estilo—
Afirmando con el brillo de sus ojos, Lucas se dio la razón a sí mismo con una extraña teoría formulada. — Allí tienes un buen matrimonio consolidado. Tu padre siempre ha engañado a tu madre con cuanta mujer pudo y aun así siguen juntos—
Por un momento Augusto palideció, sabía de las andanzas nocturnas de su padre y sus continuas infidelidades, pero nunca se esperó que sea un tema de dominio público. Avergonzado ante la verdad y renegado culpa de los secretos, se entregó a el silencio.
—Tranquilo, todos los médicos son así— Sin prestarle más importancia al tema del que lo ameritaba, Lucas prosiguió. —Nosotros tenemos un trabajo de lo más estresante, salvamos vidas. ¿Cuántas veces te sentiste con la cabeza jodida culpa de la bata, Santana? Eso nuestras mujeres lo saben, o deberían saberlo. No tiene nada de malo buscar diversión fuera del lecho matrimonial—
Sorprendido, Augusto abrió la boca para formular una pregunta. —¿Tu mujer está de acuerdo con esto?—
Notando la presencia de la mesera, cargando la bandeja metálica en su dirección, Lucas sonrió mientras que le hablaba a su colega en un tono digno de un secreto. —Estoy seguro que lo sabe y, aun así, no le importa. Quien calla otorga, amigo— Simulando una postura romana, digna de una estampa, Lucas se remitió al silencio mientras que la joven llegaba a su encuentro.
—Muy bien— Mencionó la empleada con una sonrisa en sus labios. —Agua para usted y gaseosa para el caballero, en cuanto a su orden, pedí lo mejor del menú. Sándwiches de panceta y abundante queso— Dejando la orden en la mesa en conjunto con una decena de servilletas, la joven concluyó. —¿Necesitan algo más?—
Sin dudarlo, Lucas fue el que respondió. —Tu número de teléfono no me vendría mal—
La mujer, con una amable sonrisa, respondió de manera clara y certera. —No.— Estirando su brazo para abrir la tapa del refresco, observó al menor de aquel dúo mientras que destapada la bebida gasificada. —A ti sí te lo daría—
Sumido ante la vergüenza, Augusto solo se encogió de hombros y espero a que la joven se marchase para poder volver a alzar la mirada sin pena. Al hacerlo, los ojos de su colega lo interceptaron con un gesto de gracia grabado en su cara. —¿Esa chica te puso nervioso?—
—No, no... No es eso, es que yo, ehm...— Sin más escapatoria que sus sencillos balbuceos supo que su evidente malestar era visible.
Entre risas, Lucas cuestionó —¿Nunca engañaste a tu chica?—
Sabiendo que esa respuesta solo abriría una herida aún supurante de veneno, Augusto prefirió cambiar de tema. Tomó su botella de refresco y la elevó a los aires proponiendo un brindis. —No me quise juntar contigo solo para hablar de mujeres. Brindemos, por las nuevas amistades—
Arqueando una ceja y viendo como un abanico de posibilidades se desplegaba para el en aquella frase, Lucas chocó su botella con la del joven doctor. —Por las nuevas amistades—
La noche continuó sin contratiempos, ambos reían de banalidades de oficina mientras que la comida era rápidamente consumida. Las charlas correlativas a su formación se dividían entre las instituciones privadas y el gusto por las públicas. A veces, recuerdos de la niñez eran traídos a la mesa dejando en claro que ambos tenían la misma némesis en su infancia. Las botellas se aglomeraban y las palabras no paraban. —¿Tienes especialidad, Santana?—
—Por el momento no, pero tengo en vista agarrar alguna, solo que aún no me decido. ¿Tú?— Respondió Augusto.
—Soy neumólogo, terminé hace un año con eso—
Pensativo, Augusto no entendió el motivo por el cual Lucas se encontraba detrás de un escritorio teniendo en su haber una formación integra, sin descartar que a simple vista parecía un profesional de primera. —¿Puedo preguntarte algo?—
—¿Por qué estoy en la parte de medicaciones e insumos de farmacia?— Haciendo una necesaria pausa para beber de su cuarta botella de agua, Lucas continuó. —Hace un tiempo, una mocosa con la que salía le dio vergüenza que el mundo sepa que era la puta de un doctor, así que decidió mentir diciendo que había intentado manosearla— Notando como la boca de Augusto se abría en señal de sorpresa, prosiguió. —En el sanatorio nadie cree que eso sea verdad, ni siquiera mi esposa, pero ya sabes cómo es la justicia. La mujer siempre es la víctima y el hombre un asqueroso troglodita que no puede contenerse... Esto me dejó antecedentes, debido a ello estoy donde estoy...—
—Eso... Eso es terrible— Estupefacto, Augusto no podía creer la maldad que había en el mundo. Pudo imaginarse a la mujer que había cometido tal vil acto y sintió asco por su solo collage mental, cerrando los ojos, suspiró. —Debe ser una despechada más, según lo que veo eres un rompe corazones— Cerrando aquella oración con una sonrisa, Augusto concluyó.
De repente, del bolsillo de Grimmaldi, sonó un timbre polifónico. Apresurado, Lucas sacó su dispositivo móvil, leyendo lo que la pantalla rezaba, sonrió. —¿Esto responde a tu duda?— Pasándole su celular, Lucas le permitió leer el mensaje que le acababa de llegar.
Mi príncipe, yo también te extraño. Aquí todo está muy aburrido y no tengo mucho que hacer. Espero que podamos vernos antes de que acabe el mes.
Al concluir su lectura, Augusto sonrió. —Como lo supuse, a ti te sobran las mujeres— Devolviéndole su aparato, Augusto rio ante el descaro de su compañero. —Eres todo un caso, Grimmaldi—
—¿Y qué me dices tú, Santana? ¿Tienes alguna chica escondida entre las montañas?— Haciendo que sus palabras tuvieran la astucia de un águila y que sus segundas intenciones sean fácilmente leídas, Lucas pronunció.
Augusto sintió algo de recelo de contestar, pero al final decidió responder con la verdad antes de inventarse alguna historia. —No... Solo tengo a mi chica— Trayendo a su memoria el difícil momento por el cual su relación pasaba, agregó sintiéndose en confianza. —Tampoco me está yendo bien con ella—
Sorprendido ante aquella confesión, Lucas inclinó suavemente su torso por encima de la mesa, acortando las distancias, verdaderamente tenía la necesidad de escucharlo. —¿Tu gatita sacó las garras?—
—No, no es eso... Es toda mi culpa, varias veces la traté mal y dejé que el trabajo me quitara el tiempo que era de ella— Suspirando, Augusto miró sus propios pies. —Las cosas se enfriaron...—
—¿Enfriaron? ¿En qué sentido?—
—Bueno... Yo... Debido a unas cosas personales he perdido un poco el apetito— Sacándose ese gran peso de encima, Augusto por fin compartía su dolor. —No he podido mantener relaciones con ella, me siento un fracaso de hombre... Sé que tú lo entenderás, eres médico... Pero no te imaginas lo mal que se siente, cada vez que quiero intentar algo con ella llegan a mi cabeza las imágenes de mi padre gritándome lo fracasado que soy... Eso fue lo que nos arruinó—
Sorprendido ante aquella caterva de dolor ajeno, Lucas preguntó. —¿Cómo es ella?—
—¿Físicamente?—
—Sí—
Visualizando a Amelia en sus pensamientos, Augusto la describió. —Vonnie es muy bonita; Alta, con una piel suave, delgada, pero con carne en los lugares correctos... Cara de ángel y personalidad de demonio. Cuando nos comprometimos supe que me había sacado el premio mayor— Por un momento, la ensoñación fue derrumbada por la realidad, él había perdido su trofeo a manos de un jugador inexperto. Abrumado por su fracaso, suspiró, para luego percatarse como su compañero lo miraba. Rápidamente se disculpó. —Lo siento, me dejé llevar—
Haciendo que su rostro se torne serio, Lucas respondió. —No tienes que disculparte. Sí me permites el atrevimiento, creo saber porque no puedes enterrársela a tu chica—
Sintiéndose agraviado por la torpeza de sus palabras, Augusto intentó no sentirse atacado. —¿Disculpa?—
—No te sulfures, Augusto, no eres el primero al que esto le sucede.— Bebiendo nuevamente de su botella, Lucas continuó. —¿Sabes cuál es tu problema? Pones a esa chica por encima de ti, tienes miedo a decepcionarla o fallarle. Sí es como la describes, seguramente ahora pensarás que vendrá cualquier idiota a quitártela, esos pensamientos son veneno para tu libido. No la pongas en un pedestal, no es una diosa o algún ser celestial, solo es una mujer. Ese es tu problema—
Intentando comprender lo que su ahora amigo le decía, Augusto buscó su consejo. —Tú eres mayor... Sabes más de éstas cosas que yo, disculpa que pida tu consejo, pero no puedo hablar con nadie más de esto. ¿Qué me recomiendas?—
Sintiéndose victorioso al haber ganado la confianza del joven doctor, Lucas nuevamente habló. —Tu chica debe estar acostumbrada a que solo respires para ella, ¿Verdad? A mí punto de vista deberías dejar de idolatrarla, debes verla como lo que realmente es. Consíguete otra mujer para tenerla escondida, una lo bastante fea como para hacerte sentir un rey. Seguro que en el campo hay muchas chicas poco agraciadas que morirán por ser tus esclavas, siéntete deseado también, reúne valor. Pero, por sobre todas las cosas, aprende esto, con la autoestima de mierda que tienes jamás lograrás hacer que una mujer "decente" sienta algo por ti más que lastima.—
Aquellas palabras habían creado un hueco en su conciencia, la idea le parecía descabellada. ¿Engañar a Amelia? Eso no entraba en sus planes y mucho menos en la moral familiar impuesta por su sangre, pero, por otro lado, algo de razón tenía su compañero para confabular semejante plan. —No, no sé si podría...—
—De poder, puedes. Además, seamos sinceros Augusto. Sí no satisfaces a tu gata te la quitará alguien que sí pueda hacerlo— Intentando dar lo mejor de sí en sus consejos, Lucas continuó. —Búscate una mujer que no te haga poner nervioso, una que pueda hacerte sentir un Dios y que muera por el toque de tu verga. Al poco tiempo verás cómo todo vuelve a funcionar y dejarás de tenerle miedo a tu señorita, es por el bien de ambos—
Pensativo, intentó buscar algún fallo en su trama, pero no lo había. Quizás Lucas tuviera razón y todos sus problemas se solucionarían con una suma de autoestima. Divagó entre el pasado y se encaminó al futuro y su venidero éxito, debía ser un hombre íntegro si deseaba ser el solvente de una familia. Sí su masculinidad retornaría en otras piernas que no fueran las de Amelia, entonces estaba dispuesto a pagar ese precio para recuperar su gracia. Después de todo ella no tendría que enterarse y de hacerlo, no podría recriminar. El marcador estaría igualado y podrían empezar de cero, teniendo la unión del perdón al lado de ambos.
... ... ...
Ensoñada, apretaba las invisibles teclas sobre la pantalla, formulando un mensaje lleno de amor y de añoranza. Hoy, él le había escrito, y luego de haber pasado un pequeño cuadro nervioso gracias a su algarabía cardiaca producto del romance, horas después pudo contestar.
El mensaje era corto, pero resumía sus ansias y deseos. Una vez que terminó de formularlo, apretó en la sintética plataforma la flecha que simbolizaba el envío.
Mi príncipe, yo también te extraño. Aquí todo está muy aburrido y no tengo mucho que hacer. Espero que podamos vernos antes de que acabe el mes.
Miró una y otra vez el mensaje, sintiendo como su pecho se inflamaba de emoción al saberse nuevamente correspondida y quizás deseada. Surcando un imaginario mañana al lado de ese hombre, pensó en lo agradable que sería pasar una tarde juntos en su compañía, los tres, como una familia.
Los gorjeos a su lado la hicieron reaccionar, Mateo se movía contestemente en su cuna mientras que, con sus extremidades inquietas, golpeaba de manera continua el colchón adornado con anclas y barcos pesqueros. Sonrió saliendo de su letargo, dejó el celular a un lado y cargó a su niño en brazos. —¿Quieres ayudar a mamá, cielo?— Poniéndolo en su regazo sintió la culpa, en todo el día no había jugado con él a causa de sus obligaciones. Manejar la tienda de manera individual era una tarea difícil de realizar, extrañaba a Amelia por más que le pesase.
—Señorita ¿Usted me habló?—
Casi lo había olvidado por completo, Adriana se encontraba a un lado, casi de manera imperceptible, doblando ropa y en repetidas ocasiones pasando la escoba por el lustroso piso. Sin prisa, respondió. —Disculpa, Adri, hablaba con el bebé—
La mujer volvió a su tarea, sintiéndose libre para proseguir con la suya, Mónica agarró el cuaderno en el que anteriormente había estado escribiendo. El dinero salía, pero no entraba, era un hecho que el negocio estaba vislumbrando la bancarrota desde un fingido rosa que Amelia mantenía, no le cabía duda que ella misma había metido su dinero en la caja. Las deudas estaban saldadas, pero aquello dejaba los fondos casi nulos, el gasto de un nuevo vidrio para la vitrina no ayudo a su de por sí ya temblante inestabilidad económica.
Pensó en el futuro y como Mateo en unos años comenzaría el jardín de niños, el miedo era grande. ¿Qué pasaría si no contaba con los recursos suficientes para darle a su pequeño una educación de calidad? ¿De dónde sacaría el dinero para la abultada lista de materiales? Por más que ella trabajara sin cesar, sabía que sin la correspondiente ayuda sanguínea no podría darle a su hijo todo aquello que soñaba. Pero ¿Qué podía esperar? Sus padres le dieron vuelta la cara y la desterraron de su hogar al enterarse de su embarazo y no contaba con más ayuda que la de sus leales amigas, no podía vivir de sus costillas. Una idea atravesó su mente con la velocidad de una bala, ese bebé no se había engendrado solo, había un padre al cual recurrir. Lucas quizás la ayudaría, sí se tomaba el tiempo necesario para comunicarle tan sorpresiva noticia seguramente el aceptaría encantado proveer de alguna ayuda económica sin la necesidad de recurrir a un pesado juicio de manutención.
Con aquella idea bailando entre sus tristezas, supo que necesitaba otro punto de vista. Primero pensó en su más grande amiga, pero rápidamente borró esa opción, por más que se disculpara Amelia no aceptaría darle el perdón fácilmente. Con otro nombre en mente, levantó la voz dirigiéndose a su empleada. —Adri, eso es todo por hoy, puedes marcharte—
—¿Segura, señorita? Aún no terminé de doblar las nuevas prendas—
—Sí, Adri, puedes marcharte. Descansa un poco y nos vemos mañana—
Mónica notó en el rostro de la joven una débil acongoja, esa mujer seguramente no quería retornar a su hogar por algún motivo. Afligida por algún oculto daño, Adriana respondió. —Señorita si usted quiere, puedo limpiar su departamento o cocinar para el bebé... Lo que usted me pida—
—Adri— Poniéndose de pie, Mónica se acercó a ella, haciendo que su cercanía le brindase a la mujer un halo de calidez. —Creo que la mejor decisión que tomamos al llegar a este pueblo fue contratarte. Ve y descansa, te lo mereces—
La mujer solo bajó la cabeza y dejó las prendas que tenía en su mano sobre uno de los estantes, su rostro anunciaba una venidera tormenta de devastaciones en su vida. Resignada, se despidió. —Qué pase una buena noche— Direccionada a la puerta, Adriana no tardó en salir.
Esperando que la muchacha se alejara de su visión, Mónica se apresuró en tomar el teléfono de línea y discar en sus teclas de goma un largo número. Mientras que el tono de llamada se hacía escuchar, nerviosa comenzó a jugar con los nudos del cable.
—¿Hola?—
—María, soy yo—
—¡Moni! Carajo— La voz de su amiga no tenía el timbre de alegría normal, algo estaba sucediendo. —Intenté llamarte a ti y a Amelia todo el día, necesito hablar con ustedes de manera urgente. Pon el teléfono en altavoz, necesito que me escuchen ambas—
—Amelia no está aquí...— Suspirando, Mónica dijo la verdad. —Discutimos y ella no ha venido desde que pasó ese incidente—
—¿Eres idiota? ¡Trae a Amelia! Esto es realmente grave, Mónica—
—De verdad... Créeme, no está aquí, hace días que no la veo—
María se escuchó sumida en la pena, pero a pesar de ello, mostró su interés en la situación. —¿Qué sucedió?—
—Bueno... Yo...— Asumiendo la culpa, se hizo responsable. —La acusé injustamente de algo... Pero ahora dime. ¿Qué sucede?—
—Tengo una buena y una mala noticia, tú eliges cual quieres primero—
—La buena...—
—No sé cómo sucedió, pero conseguí trabajo restaurando una iglesia, me llamaron desde la universidad diciendo que andaban buscándome por mis grandes cualidades. Te podrás imaginar mi alegría, con el primer sueldo prometo invitarles algo—
Sintiendo la felicidad compartida, Mónica se entusiasmó. —Me alegro por ti, de verdad te lo mereces... Ahora dime la mala—
—Es mejor que estén ambas para escucharla, mueve el culo a la casa de Amelia, pídele perdón y esperaré al lado del teléfono para que me llamen... El grupo necesita estar reunido, es grave—
—PERO DIME QUE SUCEDIÓ—
—No me grites, no pasé unos buenos días... Por favor, habla con Amelia... Natalia está en el hospital, pasó una tragedia—
—¿Qué?— Sin poder imaginarse la cantidad exorbitante de posibles teorías que provocaba esa frase, Mónica se puso de pie. —Cerraré todo y me iré con Mateo a buscar a Amelia, por favor, quédate cerca del teléfono... Por Dios, espero que todo esté bien—
Suspirando, María supo que Mónica ahora entendía la gravedad del asunto. —Está bien... Las espero...—
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Pecadoras, si están leyendo esto es que, por fin, tengo nuevamente internet. Debido a un problema climático (Oh, horrible Catamarca que me atacas con tus vientos olor a pedo) Uno de los cables del teléfono se desconectó, estoy esperando al técnico. Lrmqlrp
A causa de haber tenido libre y mi ausencia en la historia, estoy escribiendo sin parar. Mi intención es subir un capítulo por día, no sé cuántos pueda escribir, pero sé que haré lo posible para mantenerlas animadas.
Pd: Me cree un portal para preguntas, allí pueden joderme o sencillamente hacer hablar boludeces.
https://curiouscat.me/AnnStein
Sin más nada que decir, las quiero.
Quien las extraña:
(La reina de espinas. Sí, ajá, me quedé con el apodo, me gustó. Júzguenme si quieren)
( agustinabr_ Vos no tenés la culpa de nada, la puta sociedad es la que está mal #NoTeCulpo)
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