34: "Edén"



Enardecido por el fulgor que ahora titilaba en su pecho, ansioso realizaba cada metódico procedimiento en su momento de ducha. Le costaba creerlo, el tiempo se había detenido, y por esa tarde, volvía al pasado. Fuera de esa habitación estaba ella, esperándolo, lista para ungirlo con todos esos males divinos que ambos compartían.

El agua caía y las porciones de su piel pegajosas poco a poco recuperaban la tersura natural y arrebataban la esencia al jabón. Se sentía de nuevo joven, con la ilusión del romance arriba suyo, anhelando en secreto, una vez más, ser corrompido y con un sutil antojo por también corromper.

Fuera del baño se escuchaban pasos y por momentos ligeros tarareos, Amelia siempre que estaba feliz cantaba palabras inentendibles ante el oído humano, el lenguaje de la felicidad de una persona desdichada solo podía ser comprendida por un alma atormentada. De momentos, aparecía el silencio y las aves nocturnas seguían su canto sin el coro de un ser alado. El agua se cerró, pero aún la llave goteaba... Eso no importaba.

Con Amelia a su lado podía amar el sonido de la solitaria gota caer continuamente, con Amelia las manchas de humedad en las paredes tomaban formas surrealistas para su deleite. Con Amelia no importaban los vinilos rayados o como éstos hacían saltar a la aguja... Ella aparecía en su vida, siendo la actriz principal de la obra y las luces se encendían, todo tenía sentido.

Peinó su cabello y revisó sus facciones ante el reflejo del espejo como hacía mucho no lo hacía, volvía la autoestima. Cuando se sintió lo suficientemente seguro como para retornar a su lado, envolvió la blanca toalla alrededor de su cintura y abrió el portal que lo devolvía a su edén personal.

Allí no había nadie, sonrió sabiendo que su inquieta amante había alzado vuelo seguramente a algún desolado pasillo de la iglesia, ella no se marcharía. Caminó hasta su cama con los pies mojados y observó sobre la misma como diversas prendas seleccionadas descansaban sobre el edredón. Amelia había hurgado entre sus cajones y había tomado aquello que ella consideraba cómodo a su gusto, se sintió cuidado y hasta mimado, la espera había sido dura, pero la recompensa suprema, todo lo valía si el premio era ella.

Vistiéndose de manera apresurada, desordenó su cabello con la palma de su mano mientras que tapizaba su pecho con la blanca playera de algodón. El pantalón se subió arriba de la negra ropa interior y los zapatos se anudaron, ya estaba todo ensamblado, ahora solo debía encontrarla.

Con una sonrisa grabada en su rostro salió de su habitación y comenzó a seguir el rastro de plumas imaginarias que por el piso estaban regadas. Cuestionaba continuamente su nombre al aire, sin escuchar más respuesta que una débil risa cayada, su sonido lo guiaba y en silencio la buscaba.

La luz de la cocina estaba encendida, al notarlo mermó sus pasos y contempló desde el marco de la misma como una extrovertida intrusa murmuraba viejas canciones melancólicas de amores perdidos. Ella estaba parada frente la hornilla de la cocina, observando su llama y esperando que el agua de la tetera hirviera, una fuerte punzada de estaño y sepia atacó su mente. ¿Así hubiera sido su vida si no se alejaba? ¿Ella cantaría todas las tardes al hervor del té?

Intentando no insultarse a sí mismo por su cruel pasado, como una sombra, entró a la cocina haciendo que sus pisadas no retumbaran y el viejo suelo no anunciara su presencia. Se colocó detrás de ella y sin previo aviso abrazó su espalda, Amelia por un momento se sobresaltó al sentir su espacio invadido, pero rápidamente reconoció su tacto, dejando que sus brazos envolvieran su pequeño cuerpo.

—Hueles bien...—

Besando su cabeza infestada de rizos igualmente histriónicos que ella, sonrió sin liberarla del dulce tacto. —No me he puesto colonia—

—Tu colonia, a pesar de oler a repelente, es deliciosa. Pero tú, naturalmente, tienes un perfume propio... Alguna vez lo extrañé—

—¿Solo alguna vez?— Apretándola aún más, sonreía como un bobo. Se sentía como un niño contento que sostenía un globo, el cielo se abría y los querubines retornaban con su canto. —Yo te he añorado mucho más antes de conocerte, solo no conocía tu nombre—

Sonriendo ante aquella dulce promulgación, Amelia solo se limitó a dejar reposar aún más su cabeza en el pecho del único hombre que la hacía sentir algo más que una sencilla cara bonita. —¿Dónde están las tazas?—

Estirando su mano, aún sin soltarla, elevó su extremidad hasta la alacena que estaba a su altura. Abriéndola sacó los pocillos y los extendió a su chica. —¿Quieres tomar el té en el patio?—

—Por mí encantada. ¿Debo llevar algo?—

—Nada, solo encuentra un lugar que te agrade y yo llevaré todo lo que te haga falta.—

Amelia sonriendo se despegó lentamente de él, elevándose a los aires en puntillas, besó la comisura de sus labios. Su aliento era cálido y embriagante, podría beberla toda su vida, sin temor a la resaca. Ella se alejó, contoneando sus caderas hasta que la oscuridad la tomó. Extrañaba el sonido de sus pasos y aquella constante letanía suspirada a los aires, plegarias que solo aparecían en su presencia.

Las tazas de cerámica fueron llenadas y la infusión preparada. En el centro de mesa floreado colocó los pequeños panes que tenía separados para esa noche, acompañándolos con la casera mermelada de fresa y un cuchillo lo suficientemente pequeño como para untar con él. Sin problemas logró cargar todo en sus manos y con paso sereno nuevamente encontrar el sonido del aleteo de algún ángel.

Los pasillos desaparecían y las paredes se rompían, no existían barreras que en ese momento su felicidad no pudiera derrumbar. Abriendo el pesado portal con ayuda de su cadera, el cielo nocturno le dio la bienvenida con el fulgor de la luna, mientras que las luciérnagas empezaban sus cortejos. Hipnotizando a la oscuridad con su belleza, la encontró en un rincón cercano al rosedal, sentada en el viejo banquillo de cemento, quizás más antiguo que la iglesia misma.

Las expresiones de dudosos traumas y la tristeza latente desaparecieron de su rostro al notar que solo para él era aquella sonrisa. Iluminando el universo entero, hundiendo su humanidad y elevándolo al cielo, ella estaba allí... Nuevamente a su lado, ésta vez no la dejaría escapar a otro firmamento.

—Tienes un jardín verdaderamente hermoso—

Sentándose a su lado y pasándole una de las vaporosas tazas, Tomás sentía una furibunda calma apoderarse de todo su cuerpo. —He tenido mucho tiempo libre aquí, debía ocuparme de algo sí no quería que la pena me comiera... Ami—

Sorbiendo su bebida, Amelia se sentía curiosa. —¿Pena? ¿De qué? ¿Qué clase de pesar puede tener un cura?—

—Ojalá no tuviera pesares, pero al igual que tú, tengo sangre corriéndome por las venas. A todos algo nos lastima, solo que muchos se esmeran en que aquello no se note... Algunos se entregan a sus pasiones, otros dejan que la rutina les quite la posibilidad de pensar.... Los especímenes raros sonríen, pensando que nadie se dará cuenta de su dolor. Pero, yo, bueno yo solo planté rosas.—

Tiñendo su rostro de una abismal seriedad, Amelia murió renaciendo en Ami, aquella niña que a veces corría a sus brazos cuando la humanidad le despojaba su divinidad. —Hijo de Dios, padre de la iglesia y devastador de mi mente... ¿Qué te agobia?—

Una tímida sonrisa trajo a su mente aquella frase, Amelia podía burlarse de su profesión a su antojo, siempre su carisma haría que las ofensas sean sencillas bromas tintadas de rosa. —Creo que tienes muchos problemas como para pensar en los míos, Ami...—

—Vamos, pecador. Te estoy dando la oportunidad de limpiarte de todas esas impurezas que tu alma genera... Te escucho—

Aclarando su garganta con algo de té, un suicidio en forma de sinceridad empezó a brotar de sus labios. —Antes... Antes yo pensaba que moriría de tristeza... Pensé en repetidas veces en dejar de comer y consumirme por completo, apagarme como una candela que es soplada por el viento—

Su mirada por un momento se surcó por la incertidumbre, Amelia no creía aquello que escuchaba. —¿Pensaste en matarte, Tomás? ¿Por qué?—

—Sabes que no tengo el coraje suficiente para hacer algo así, Ami... solo pensaba mucho en dejar de existir. Sé que tú también te has sentido así—

—Pero... ¿Por qué?—

Suspirando ante su propia tristeza empañada, intentó que el brillo acuoso de sus ojos no se notara. —Sé que no te gustan las mariposas, pero para mí son hermosas. ¿Lastimarías a algo bello?—

—No... Jamás...—

—Ahora quiero que te imagines en esta situación; Mataste a lo más bello que has visto y tienes que vivir con eso... ¿Cómo te sentirías?—

Como una cruel broma, Amelia sonrió acariciando las cicatrices de sus muñecas por debajo de su pequeño abrigo de hilo. —Me sentiría con una gran necesidad de dejar este mundo... ¿Qué mataste?—

Ya no podía ocultarlo, las lágrimas descendían en picadas y la noche era testigo de su dolor, escondiendo sus cristalinos pesares con su cálida oscuridad confidente. —Yo... Yo maté a un ángel... El mismo que prometí cuidar... Le... Le arranqué las alas y sus plumas quedaron clavadas en mi piel... Infectando las heridas, matándome...— su voz se quebraba en cada silaba, hacía mucho tiempo que quería librarse de aquella pesada carga emocional.

Amelia lo entendió, no era la única que lo había pasado mal. Intentando que la tristeza a ella no la arrastrara, sonrió. —Tu ángel no murió... Solo ancló en el cielo equivocado. La vistieron de mortal y la obligaron a olvidar a su pecador, pero tú lo sabes mejor que cualquiera, el designio de Dios es bastante cómico, sino no estaría aquí buscando de nuevo un par de alas—

Inundando el pueblo entero con la sal de su mirada, las lágrimas seguían cayendo. Apretó su mano e intento que su tacto fuera el consuelo necesario. —Perdóname por todo, Ami... No... No entiendo porque volviste, no lo merezco. Sé lo que te hice— Por reflejo de su propio instinto masoquista, levantó la manga de su pequeña mano y palpó la cicatriz de su muñeca, haciendo que el dolor aumentara. —No... No deberías estar conmigo... Soy malo para ti...— Entre sollozos se sinceraba, perdía la cordura en cada aspereza de aquella vieja herida. Sintiéndose diminuto entre las estrellas y devastado hasta la altura de la luna, se desahogó.

Cerró los ojos y apoyó la pequeña mano de su rosa marchita en sus labios, besándola con desesperación buscando el perdón en su piel.

Ella le quitó su extremidad y se puso de pie delante suyo. —¿Quieres bailar conmigo, Tomy?— Acarició su rostro con la ternura necesaria como para borrar cualquier lágrima, arrastrando el agua de su mirada en una sutil caricia. —Vamos, deja de llorar, éste será nuestro nuevo Edén personal... No existen las lágrimas aquí—

Elevó su visión y los ojos más perfectos de la creación lo bañaron con su lumbre, ella tenía razón, ya no existía la tristeza si ambos estaban juntos. Tomó su mano, poniéndose de pie, conduciéndola a la llanura de aquel patio alfombrado por el verde césped. Cuando supo que el lugar era el adecuado, la tomó de su cintura y la apretó levemente, ella no tardó en alzar sus brazos e intentar llegar a su cuello. —¿Así que éste será nuestro nuevo Edén, Ami?—

—Sí, lo será... Aquí todo será perfecto— Iniciando una danza silenciosa con la orquesta de la noche, Amelia se movía con la gracia de una ventisca. —Yo seré Eva y tú serás el abuelo de Adán—

Las risas no tardaron en aparecer, la pena se hundía y ambos escalaban el cielo, ascendiendo en cada estrella al compás de sus corazones. —Ya te dije mi crimen, ángel. ¿No me darás mi penitencia?— Obligándola a dar una vuelta, la danza continuaba.

—Déjame pensar...— Haciendo un gesto pensativo, Amelia volvió a hablar. —Quiero que beses a Augusto, yo quiero mirar—

Y allí nuevamente estaba el humor que tanto le faltaba, su sangre circulaba y la endorfina era liberada. —Dime que es una broma, por favor—

—Sí, idiota... Claro que es una broma, moriría si besas a alguien más. Pero tengo algo que de seguro te ayudará a purgar tus males—

Pegándola más a su pecho, podía sentir su respiración quemándole el cuello. —Te escucho, ángel—

Susurrando palabras adictivas, Amelia reveló su plan. —Cuando pasen las fiestas, dejaré a Augusto... Volveré a mí piso, buscaré algo que hacer y tendré de nuevo a Nina conmigo. Quiero que vayas a visitarme todos los meses...—

Deteniéndose unos momentos, buscó su mirada. —Puedes dejar a Augusto, pero no debes marcharte. ¿Qué pasará con Mónica y el bebé?—

Suspirando ante la idea de su rota amistad, Amelia sentenció. —La tienda está a nombre de Mónica al igual que el antiguo local de la ciudad, a Mateo no le faltará nada...—

En movimientos taciturnos ambos continuaron su baile, haciendo que el débil vaivén de sus cuerpos ayudara a conciliar la calma. —¿Qué pasó con Mónica?—

—Ella piensa que me inventé todo lo del robo, no la culpo, cualquiera en su lugar no me creería—

—¿Por qué dices eso, Ami?—

—Ya sabes...— Los resoplidos de pena salían despedidos de su boca, mientras que continuaba su monologo. — No es fácil creerle a una persona como yo, después de todo ¿Qué soy? Solo otra tonta chica fácil con dinero y un serio problema con los excesos—

Deteniéndose nuevamente, Tomás hizo que ella fijara toda su atención en él. —Oye... No eres eso, eres muchas cosas, Ami... Eres talentosa y demasiado sincera. No puedes vivir con la sombra del pasado encima de ti—

—¿Pasado? Tomy... Yo sigo siendo lo que tu conociste, sigo teniendo los mismos demonios que tu temiste... Cuando llegue a la capital volveré a tener mí vida y dejaré de fingir ser algo que no soy—

—¿A qué te refieres?—

Sujetada aún a su cuello, Amelia logró formar tormentas en su mente. —Volveré a la noche, a sus maravillas y males, donde verdaderamente pertenezco... No tendré pareja fija, creo que lo único realmente serio que podría tener en mi vida eres tu... Por eso quiero que vayas a verme— Acariciándolo, ella concluyó. —Solo con un día me conformo... Un día en que tú me abraces y juguemos a que mañana también estarás. Ya sabes, como alguna vez soñamos y jamás se logró—

Asustado ante la respuesta que podía escuchar, Tomás tomó el coraje suficiente para formular aquella pregunta que se anudaba a su cuello. —Ami... ¿Tu querrías aún intentarlo conmigo?—

—Aquí me tienes ¿Verdad? En nuestro Edén... solo no vuelvas a morder la manzana como la última vez—

—No, no me refiero a eso— Quitando sus manos de su cuello, Tomás entrelazó sus dedos en los de ella. — Si tuviéramos la oportunidad de ambos poder estar juntos, libres... Como lo que realmente somos y presentarnos a la sociedad como tales. ¿Tu aceptarías? ¿Saldrías con un ex sacerdote con la edad de tu padre?—

Ante la idea, Amelia rio con tristeza. —Ya tuvimos esta charla antes ¿Lo recuerdas? Quizás ahora la vida con sus golpes me dé la sensatez que antes no tenía, pero quiero que lo sepas... Sé que lo nuestro es algo clandestino y siempre será así, tú ya tienes tu vida hecha, Tomás... Yo debo encontrar la mía propia. Tu siempre serás cura y yo seguiré siendo un caos sin remedio, tu caos... Siempre tendremos una iglesia—

—Amelia, quiero que me escuches— Sin dudarlo unos momentos, llevó sus manos hasta las mejillas de su amada y con una leve inclinación en su rostro, se perdió en su mirada. —Si tú te marchas de aquí, yo me iré contigo, no perderé de nuevo la oportunidad... Claro, si tú me aceptas, Ami—

—Tomás... No juegues conmigo, por favor—

—Te lo digo de verdad, ésta vez te daré lo que tú te mereces— Con infinita ternura grabada en sus pupilas, besó la frente de su niña. —Solo tú y yo, nadie más...—

—¿Y tú Dios?—

—Dios hizo que me enamore de ti, ahora te ha devuelto a mí vida... Sus planes para nosotros ya están revelados—

—Tomy... Por favor, no de nuevo... No me importa vivir de ésta manera nuestro amor, pero no hay nada más cruel que la esperanza.— Recostando su cabeza en el pecho del hombre al que temía pero a la vez añoraba, Amelia susurraba. —Disfrutemos de nuestro Edén...—

Amelia era un ser de costumbre que convertía las catástrofes en hechos cotidianos. Sí quería enterrar, de una vez y por todas, su pasado, debía plagar el presente de seguridades y planear un futuro alejado de los males del olvido. —Está bien, Ami... Te demostraré que lo nuestro es posible más allá de una iglesia— Agarrando su mano, la guio hasta la puerta que los retornaba a las instalaciones del templo.

—Espera, espera. ¿Qué haremos con las cosas de té?—

—Se quedarán allí, tu tranquila, solo quiero que me sigas— Abriendo el portal, le permitió primero el paso a su amada, para luego continuar su anda. —¿Ya tienes el planeamiento de tu padre?—

—Hablé con él, pero los escritos ceremoniales supongo que llegarán mañana y el utilitario el viernes— Sintiendo como nuevamente Tomás tomaba su mano y casi la llevaba a rastras, se sorprendió. —¿Qué haces?—

—Algo que debí hacer hace mucho tiempo, por favor, ven conmigo—

Los pasillos fueron rápidamente atravesados por sus pasos, mientras que el destino incierto poco a poco se revelaba. Tomás la había conducido hasta la seguridad de la cocina, donde corriendo una silla, la invitó a sentarse. Sin entender lo que sucedía, se sentó en ella y esperó a que el hombre que ahora tomaba el teléfono de línea, dijera algo.

—Tomás ¿Qué te sucede?—

Discando los números y apretando la bocina sobre su oreja, Tomás solo la miró con una sonrisa algo melancólica acompañando sus palabras. —Solo quiero que escuches algo—

Esperó a que levantaran la llamada, ansioso ante el tono sintético que brindaba el teléfono. Cuando del otro lado una voz resonó, sus palabras salieron sin necesidad de cohibirse ante una inexistente vergüenza. —Buenas noches, soy el padre Tomás Valencia del poblado de San Fernando. Necesito hablar con el obispo Rodrigo—

La voz desde el otro lado volvió a retumbar en su oído solicitándole que esperase en línea. Continuamente volteaba a ver a su niña, la cual con una ceja levantada anunciaba al mundo su desconcierto.

Cuando la llamada fue transferida, tomó aire y a su vez coraje para anunciar y proclamar su verdad. —Buenas noches, Obispo. Disculpe la hora de mi llamada, pero necesito hablar con usted. ¿Cuánto tiempo será necesario para conseguir un remplazo mío en el pueblo de San Fernando?—

—No, no quiero un remplazo. Quiero dejar los hábitos... Han sucedido hechos maravillosos en mí vida que me demandan retornar como un civil a las calles—

Al escuchar aquello que Tomás murmuraba, Amelia casi pierde por completo la cordura. Haciendo señales confusas, no tardó en elevar su voz sin importarle que del otro lado del teléfono la oyeran. —¿Estás loco? ¿Qué harás sin la iglesia?—

Tomás sonrió al sentirla tan sorprendida, tapó el diminuto parlante de la bocina y habló. —Amarte... —

—Mierda...— Amelia aún no caía en lo que su realidad ahora mutaba, aquello era un terrible sueño o una dulce pesadilla que la había tomado demasiado desprevenida.

Tomás continuó hablando sin prisa ante el teléfono. —No, no necesito un retiro espiritual ni tiempo de claustro. De verdad, Rodrigo... Quiero desligarme de los hábitos, he amado ésta profesión durante años, pero ya es hora de velar por mi propio bienestar—

—¿Finales de Enero? Sí, no hay problema, seguiré ejerciendo hasta esa fecha—

—No, de verdad... Estoy bien, no estoy pasando por ninguna crisis de fe, mi amor por Dios sigue firme—

—Rodrigo, por favor, no necesito tampoco ayuda de otro párroco, es una decisión personal que he pospuesto demasiado tiempo—

—Sí, te llamaré a la mañana, pero créeme, no cambiaré de opinión. Que Dios te acompañe mi hermano— Colgando la bocina, Tomás dio por finalizada aquella charla.

Con el cuerpo temblante, supo que había hecho lo correcto. Por fin lo había dicho, el primer paso para vivir en libertad su romance ya estaba dado. Dudoso, volteó a mirar a la mujer que en completo silencio se hallaba, Amelia, inexpresiva y con la boca abierta no pronunciaba ninguna palabra. Suspiró una última vez, antes de pronunciar su oración. —Ya está hecho, Ami... Nada evitará que tú y yo tengamos nuestra vida juntos—

—Pe... Pero ¿Qué harás?—

Sonriendo ante su futuro incierto, Tomás se sentía ilusionado delante de la sorpresa que a él también lo tomaba ciego. —Deberé encontrar algún lugar donde estar hasta que consiga trabajo, de seguro mi hermano menor me brindará un cuarto en su casa—

Intentando pararse sin que sus piernas le fallaran y se desplomara al suelo, Amelia volvió a hablar. —¡¿Estás loco?!—

—¿Por qué debería estarlo? — Acercándose a ella, metió sus manos en sus propios bolsillos y la contempló unos momentos hasta bajar la mirada nuevamente al piso. —Tu misma lo dijiste alguna vez ... Ya es hora que me ponga los pantalones de niño grande—

—No, idiota, no me refería a eso— Obligándolo a sacar sus manos de la seguridad de la tela, Amelia tomó sus falanges y los entrelazó con los suyos. —¿Cómo piensas que te dejaré ir con tu hermano? Si todo esto no es un sueño... Tu vendrás conmigo— Sonriendo ante la idea, una nueva fantasía se abría delante suyo, evaporando cualquier derramamiento de lágrimas anterior.

Complacido por la sonrisa sincera que observaba y como el brillo desbordaba en su mirada, Tomás no tenía miedo. Por primera vez en su vida no tenía miedo a un cambio, Abrió sus brazos, con la clara intención de albergarla a ella pegada a su corazón por siempre. —Ven aquí, Ami—

La felicidad de su sonrisa podía ser el único alimento, Amelia ahora relucía como hacía mucho tiempo no lo hacía. Lo sabía, ella contenía las lágrimas simulando mirar a un costado, sin dudarlo, salto en el acto, ella terminó en sus brazos, dejándole el paso libre a sus labios.

Besos infestados en ternura aparecieron, bañando de oro y plata la estampa de una idea próxima a convertirse en un hecho. Entre sus labios pegados, las sonrisas y las bromas aparecían entre susurros inentendibles. Ella lo envolvía a sus piernas intentando que no la soltase, aquello era gracioso, por más que sus músculos estuvieran desgarrados y sus huesos quebrados jamás la soltaría de nuevo.

Con el sabor de su boca aun infestando el carmín, Amelia sonreía como hacía mucho tiempo no se la veía. —Todos los días dejaré un desastre para ti, sé que amas mis desastres... Tiraré la ropa al piso y no lavaré los platos, nunca haré mi cama—

—¿Tú cama? Señorita, será nuestra cama— Entre festines de saliva y fantasías idílicas de poemas corruptos por la realidad, dos almas se fusionaban olvidando su humanidad. —Claro... Si tú quieres compartirla conmigo—

—Prometo quitarte la frazada todas las noches de mi vida— Sus pequeños brazos se anudaban a su cuello y su rostro cosquilleaba cada vez que sentía la barba de ese hombre pegarse a su carne. —Tomy... Quiero que hagas algo—

—¿Qué cosa?—

La ternura pronto mutó a pasión, los besos inocentes de margarita cambiaron a pasiones desatadas con aroma de rosas en brote. Su lengua lo penetraba y su respiración nuevamente lo quemaba, ella una vez más en medio de la noche danzaba. —Quiero que digas una grosería—

—¿Qué? ¿Por qué quieres eso, Ami?— Dejando que ella palpara todo lo que quisiera, su cuerpo se emocionaba cada vez que Amelia besaba su cuello y lamía con una clara intención marcada en cada una de sus acciones.

—Porque nunca te escuché decir una, es otro paso que debes dar... Vamos, por mí— la sensualidad de sus palabras era morfina que se inyectaba en sus venas y hacían encender su cerebro con la inclemencia de la anfetamina. Apretándolo aún más, sentía su calor traspasar la tela de su pantalón. El tenerla agarrada de los muslos no colaboraba a que su cordura se mantuviera intacta.

—No... No me parece correcto para tan bella situación— Los pasos fueron dados y el destino final era la mesa de la cocina, dejándola allí como una muñeca con sus piernas colgantes, no tardó en acariciar su cabello y perderse en el aroma del mismo.

—Vamos, una sola, una pequeña—

Levantando su playera, Amelia besó la piel de su pecho, por momentos dejando sutiles mordidas envenenadas. La ponzoña atravesaba sus venas y se inyectaban en el corazón, no oponía resistencia, el arsénico era potente y la voluntad débil. —¿Qué dirá el mundo de nosotros?—

Ensordecido por el sonido de sus labios impactando con la piel que revestía a sus huesos, Tomás se entregó una vez más a la noche, esperando también que ésta algún día se convirtiera en alba. —Que... Que se joda el mundo—

Lo había logrado, una vez más ella ganaba. Ansiosa por reclamar su premio, levantó la falda de su vestido, rebelando sus piernas y la roja ropa interior que llevaba puesta. —¿Podrás aguantar un segundo round, Tomás?—

—Puedo aguantar los que tú quieras, Amelia— Agasajándose con el blanco de sus piernas, no tardó en acariciar la piel que se erizaba en cada tacto. Subiéndola más aún sobre la mesada, Tomó su tobillo y lo llevó hasta su hombro, dedicándole incontables besos dignos de una devoción sobrehumana. —Claro, yo sé que ya no estás acostumbrada...—

—Espera, espera. ¿Mí Tomás está haciendo alarde de la falta de sexo que cargo encima? ¿Quién eres? Ahora dices groserías y no te importa que engañe a mí ex futuro marido. Ojalá Dios te esté viendo—

Riendo ante sus ocurrencias, el instinto brotó y ello lo obligó a aferrarse aún más a sus caderas, haciendo que todo ese acto carnal estuviera localizado justo en la punta de la mesa. —Yo seré tu futuro marido—

—¿Ah sí?— Amelia ya no atemorizaba con su mirada, el dejo de broma que cargaba en sus ojos solo era un condimento extra a tan exquisita situación, la confianza aumentaba. —Qué raro, porque éste anillo me lo dio Augusto— Mostrando la sortija que tenía en sus dedos, la risa aumentaba.

Al ver la joya, Tomás agarró su mano. —Dame eso, yo te daré una mucho más bella... Con teclas de piano y bendecida— Intentó sacar el anillo, pero de su dedo no salía, frustrado, aplicó aún más fuerza, pero el resultado era el mismo, la sortija seguía estática. —No quiere salirse—

—Desde hace unos días estoy intentando sacármela, parece que se quedó trabada—

—No importa, luego te pondré aceite o mantequilla, yo haré que salga y pondré una mucho más hermosa— Dejando de castigar la mano de su amada, buscó su boca una vez más, haciendo que la pasión de sus labios volviera a brotar.

—Hablando de poner cosas hermosas... ¿Por qué no vas a buscar los condones?—

—Sí... Sí, Ahora mismo voy, no te muevas de aquí— Soltando suavemente su pierna, la devolvió a su lugar en la seguridad de la mesa. Apartándose de ella, se encaminó a la puerta. —Por favor, no te marches—

—¿Marcharme? Vamos, apúrate, que te toca misa más tarde— Con una sonrisa, Amelia habló, haciendo que la alegría se compartiera hasta que Tomás salió de la escena.

Al notar su ausencia, desabotonó su vestido y acomodó cada pliegue que se formaba sobre su ropa interior. Intentó que su cabello se calmara en vano, cada hebra, al igual que ella, estaba emocionada. Deseaba con todas sus fuerzas tener un espejo para comprobar su maquillaje, cuando quiso levantarse ya era tarde, él había retornado con abismal prisa.

Notando la blanca envoltura en sus manos, Amelia cuestionó. —¿Cuántos nos quedan?—

—Este era el último de la caja que abrimos en la cabaña del bosque— Regresando frente a ella, no tardó en buscar su boca, susurrando entre sus labios cada dulce poema que se le viniera a la cabeza.

—¿No nos debería quedar uno extra?—

—Me... Me dijiste que practicara ¿Lo recuerdas?—

Levantando una ceja, Amelia nuevamente intentaba depredarlo con la impaciencia de una fiera mientras que retornaba su tobillo a la seguridad de su hombro. —Oh... ¿No me digas que mí buen Tomás hizo la tarea? ¿Cómo resultó eso?—

Aún pegado a sus labios, acarició con su mano el contorno de su vientre hasta llegar a la aspereza del encaje. —Fue extremadamente doloroso, pero ya aprendí— Levantándose de encima de ella, con calma desabrochó su propio pantalón.

—A ver, muéstrame que aprendiste— Elevando su mirada, Amelia esperaba que la función comenzara.

—Por favor, no mires, me pondrás nervioso—

—¿Nervioso? Entonces cuando te toque comprarlos a ti te dará un infarto, vamos Tomás, conozco perfectamente eso que escondes dentro de los pantalones, yo te enseñé a usarlo—

—Lo mismo... Por favor, es incómodo que me veas—

—¡Está bien, está bien!— Retornando su cabeza a la planicie de la madera, Amelia miró el techo. —Aún tengo muchas cosas que enseñarte sobre el sexo, Tomy—

Los sonidos plásticos acompañados por la tensión del látex resonaron en la cocina, supo que Tomás había logrado su cometido cuando volvió a hablar. —Yo también tengo muchas cosas que enseñarte, Amelia. Tú eres nueva en esto, hasta puedo llegar a creer que fui tu primera vez—

—¿Enseñarme? ¿Tú?— Entre risas, la situación se teñía de una dulce tonalidad azulina propia de la confianza, por fin ambos se sentían completos, ensamblados a su manera y correspondidos ante sus plegarias.

—Sí... Tu puedes saber muchas cosas sobre sexo, Ami. Pero no conoces nada sobre el amor... Eso lo aprendiste conmigo y hoy te daré otra lección—

Cerrando los ojos, Amelia se entregó al silencio, por más que le doliera admitirlo él tenía razón. Cuando sintió una mano invasora correr su ropa interior suspiró, aquello era algo ansiado tanto por el cuerpo como por el corazón.

Los músculos se tensaron cuando la dureza la invadió. Con infinita calma y sonidos guturales callados por la vergüenza, con ternura la penetro, haciendo que cada avance sea un agasajo para los sentidos y un deleite para su alma. Aquello era una muestra carnal tangible del amor que ambos se tenían, desfalleciendo en un gemido y naciendo en la unión de su compañía.

—¿Es... Estás bien?— La intromisión había acabado, su carne fusionada ahora unía sus cuerpos. En ambos la pasión marcaba el ritmo de su respiración.

—Estoy mejor que nunca—

—Bi... bien, entonces ven conmigo— Extendiendo su mano para que ella se sujetase, la atrajo adelante suyo, aún con su miembro clavado en su interior. Cuando tuvo su rostro lo suficientemente cerca, buscó sus labios y se aferró a sus caderas. —Quiero que me beses, Ami... Bésame como lo estuve deseando durante todo éste tiempo... Ámame tiernamente, lo necesito—

—Siempre te amé, nunca dejé de hacerlo...— Envolviendo sus brazos alrededor de su cuello, buscó su boca plagándolo de besos infestados en saliva, amándolo tal y como era, esperando que a partir de ese momento cambiara su vida.

El amor danzaba, las caricias suaves en compañía de los movimientos taciturno brindaban a ambos el reconforte de su alma. Promesas de desvelos musicales y amaneceres inundados en azúcar aparecían en cada sutil envestida.

—Te... Te haré el amor cada mañana, al final me pedirás que pare—

—¿Yo, pedirte que te detengas?— Murmurando cada palabra en labios ajenos, Amelia seguía fantaseando con aquel escenario que Tomás le presentaba.

—Pond... Pondré los vinilos más hermosos solo para ti todos los días... Bach por las tardes y Sinatra por las noches—

—¿Y... Y a las mañanas?—

—Tocaremos juntos, te sentaré frente a un piano que yo mismo compre. Te haré el amor mientras tocas para mí todas las canciones que conoces—

Aquello era hermoso, digno de cualquier fantasía que haya atestado su mente. Amelia suspiraba anhelando aquello, imaginándose a sí misma con un propósito y alguien que velara su sueño. Cuando una sonrisa se grababa en su rostro, lo recordó, eso era algo repetitivo que alguna vez oyó.

Recordó las mismas promesas que quedaron en el olvido, el dolor de las heridas que en su piel quedaron grabadas culpa del cruel destino. No podría resistir dos veces la misma bala, su corazón revestido en hierro era blandito cuando bajaba la guardia. La melancolía apareció cuando a su mente vino las paredes infestadas de blanco, las lavadas de estómago y las suturas arrancadas de una muerte pospuesta, sin quererlo las lágrimas retornaron a ella. —Tomás...—

—¿Qué sucede mí ángel?—

Con el corazón destrozado y el espíritu descolorido, se mostró indefensa, tal cual como era con su espíritu partido. —Por favor... No me vuelvas a lastimar—

Abrió los ojos al sentir la voz de su pequeña quebrada, teniéndola a escasos centímetros de su cara visualizó la tristeza encarnada. Ella bañaba su boca con la sal de su mirada, empañada en llanto y nuevamente con las alas arrancadas. —No, Ami... Por favor no llores...— Deteniéndose por completo, intentó ensamblar los pedazos rotos de la mujer que amaba. Ella había mutado nuevamente a ser un alma atormentada a causa de sus traumas. —Es todo verdad lo que te digo... Por favor, no llores... Perdóname, nunca más te haré daño—

Y allí la tenía, frágil y despedazada. El llanto aumento con la potencia de funestos alaridos, estaba destrozada. Dejó de penetrarla cuando entendió que su armadura había caído, la niña que alguna vez el mismo había matado ahora retornaba a reclamarle por su abandono. Acomodándola nuevamente sobre la mesa, guardó su parte púdica y a ella la tapó con su vestido. Limpió sus lágrimas y la aferró con fuerza a su pecho. Como una muñeca de porcelana partida, ella extendió sus brazos demandando más tacto, el dolor se compartía y el pasado se resistía a abandonarlo. La levantó de nuevo, abrazándola con toda la calidez de su alma.

—Por favor, no me hagas de nuevo lo mismo...—

—No, Ami... Todo lo que soñamos se hará realidad—

—No lo soportaría, moriré si todo se destruye de nuevo—

Besando su frente y permitiendo que su cabeza descansara sobre su hombro, Tomás volvió a hablar. —Entonces serás inmortal... Nunca más estarás sola—

—¿Lo prometes?—

—Lo prometo—

Limpiándose sus propias lágrimas, Amelia intentó recomponerse. —Disculpa, yo... Yo no sé qué me sucedió. Continuemos por favor—

—¿Continuar con qué?—

—Con lo que estábamos haciendo, vuelve a hacerme el amor—

Sonriendo ante su forma de ser tan sincera, Tomás dijo su verdad. —Ami... en ningún momento dejé de hacértelo, no es algo solamente carnal. Ahora mismo te estoy haciendo el amor a mí manera... Siéntete segura, siempre tendrás paz entre mis brazos—

Aferrándose aún más a él y sintiendo sus mejillas infestarse de vergüenza, Amelia rio con sus ojos aún llorosos. —Idiota—

—Yo seré un idiota, pero peor estás tú, que te enamoraste de uno—

—Tomás...—

—¿Sí, ángel?—

—Te amo...—

Ante tan muestra pura de cariño, Tomás suspiró, sosteniendo el cielo en sus brazos. —Y yo a ti, Ami—

—ahora bájame, te ayudaré a ponerte tu vestido—

Depositándola con ternura de nuevo en el piso, le ayudó a abotonarse su ropa. —No es un vestido—

—Si lo es...— Ya con su ropa correctamente ensamblada, Amelia limpió su rostro y besó una última vez al hombre que despertaba en ella toda clase de emociones. —¿Extrañarás tu vestido cuando vivas conmigo?—

—Ni un solo instante—

Sonriendo ante aquello que Tomás pronunciaba, Amelia ya estaba recompuesta. —Puedes usar los míos si te agarra nostalgia—

—Y tú puedes vestirme de doctor si el recuerdo te ataca— Al pronunciar eso, diversos pequeños golpes fueron depositados en su pecho. Riendo, nuevamente el mundo volvió a girar. —¡Oye! Era una broma—

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

¡Ay, ay ... Tomás!

Puto hombre que me hace tener ganas de todo menos de comer.

Bueno, pecadoras, aquí les dejo el capítulo de hoy.

La vida anda pesada, casi no tengo tiempo para escribir. Pero, acá me tienen siendo fiel a ustedes. Ningún momento del día le gana a plasmar la historia y sentirse realizada al leer sus comentarios.

Disculpen si las hice esperar, también disculpen por no responder los comentarios. Ahora me pondré ansiosa a responder.

Quería pedirles un favor grande:

Tanto PP como PA están cayendo en vistas, todo a causa de que no tengo tiempo para promocionar. Esto de trabajar tanto tiempo, sumado a una madre enferma y ser independiente a nivel vivienda no es un buen conjunto para wattpad.

Sí ven algún post donde se solicite novelas o alguien quiere uno de los factores que puede brindar PP y PA  ¿Podrían recomendarlo? Me ayudarían bastante.

Sí lo hacen, por favor, etiquétenme.

En fb: "Ann con teclado"

En instagram: "nel_ann223"

Se los agradeceré de corazón y les dedicaré capítulos. 

Sin otro motivo más, mis bellas pecadoras, les agradezco nuevamente estar aquí. Espero que nos estemos viendo el lunes.

Quien las quiere:

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