32: "Santa Teresa"


Con la mirada perdida en el roído techo descascarado, supo que su momento había terminado. Suspiró audiblemente haciendo que los ecos de sus lamentos resonaran por todo el motel, su compañera, aquella joven que estaba recostada a su lado, volteó para interrogarlo.

—¿sucede algo?—

Sin prisa volteó a mirarla, podría jurar ante sus demonios que ahora realmente veía cada detalle de esa niña al que él había convertido en mujer. Cejas mal recortadas y piel descuidada eran sus características predominantes. La vainilla de su mirada había desaparecido solo para mutar en un ausente marrón mohoso, se sentía engañado. Aún sin saber porque había hecho tan inescrupuloso acto, intentó emprender retirada moviendo una de las fichas de su tablero. —Nada, princesa... Solamente estoy un poco cansado, hoy me tocó hacer guardia todo el día—

Creyéndose sus mentiras, Mónica sonrió presa de la falsedad de aquellas palabras que sonaban tan íntimas. —Si quieres puedes descansar unos momentos, yo te despertaré—

—De verdad me encantaría hacer eso, pero en mi casa hay fichas que llenar. Desde que pasó lo de aquella fatídica noche con tu amiga he tenido problemas para conseguir trabajo... No puedo perder este.— Como un camaleón, mutaba continuamente acorde al escenario. Sus grandes ojos platas brillaban con lástima mientras que su rostro sereno intentaba reflejar un sintético pesar. —Si no fuera por ello me quedaría toda la noche contigo—

Una risa típica de colegiala frígida salió de su boca, acompañada por las palabras melosas que solo una idiota pronunciaría. —No hay problema, mi príncipe, ya tendremos otra ocasión—

Intentaba contener el gusto que le daba saberse ganador en aquel sencillo juego, una vez más había triunfado. El pasado estaba bajo la alfombra, esperando que su tiempo de retornar llegara, se prometió a sí mismo desde que la había contactado en cobrarse cada desgracia que había vivido en una fría y lenta venganza. Sin descaro, sonrió con aquella mirada viperina aun reluciendo como joya principal en la corona que era su cara, para luego pronunciar. —Claro que lo haremos, princesa—

Empezó a vestirse buscando sus pantalones del suelo, pronto la hebilla metálica de su cinturón, en conjunto con la cremallera al ser subida, sonaron. La corbata fue anudada pero el sabor a comida en mal estado aún permanecía en sus labios, asqueado por lo que había hecho y sin ánimos de repetir con aquella chica tan cruenta velada, nuevamente habló. —Te llevaré a tu auto, vístete así nos marchamos—

Y allí estaba la oveja sumisa alejada de su manada, no había una buena pastora que la guiara, solo el lobo la asechaba para depredarla. Con una pizca de estupor en su mirada, la observó vestirse rápido y arreglar su cabello, pronto Mónica estaba lista para partir.

El tiempo voló y eso lo agradeció, la muchacha sentada a su lado no hablaba y por momentos podía olvidarse de su existencia. Conducía con torpeza, intentando llegar rápido a su destino y de una vez por todas sepultar a esa noche en el olvido. Las carreteras se iluminaban con una sublime calma mientras que ingresaban al casco céntrico, cuando un único semáforo apareció se sentía protegido por el halo de civilización que ahora rodeaba a su coche. Pronto amanecería y debía apurarse si quería que todo saliera tal y como lo había planeado, no había tiempo para fallas. El desolado restaurante donde ambos habían estado se hizo presente en la estampa, en su frente un solo auto estacionado se encontraba. Sonrió en su mente haciendo que sus neuronas bailasen, pronto todo eso acabaría y con ello dejaría de fingir sus males.

Estacionó con relativa calma, no quería parecer evidente ante el apuro de que ella se marchara. Cuando el auto estuvo estático, comenzó a pronunciar ese vacío discurso anteriormente ensayado. —Oye, Moni... La pasé muy bien, me hacía falta algo de calor, espero que lo quieras repetir—

—Po... Por mí encanta, solo te pediré algo—

—Lo que tú quieras, princesa—

—Por favor, nunca le digas a nadie lo nuestro... Si alguien se enterase no creo que se sentiría feliz mi entorno—

¡Aleluya! Después de todo ella no era tan tonta como lo pensaba, sintiéndose ahora alzado en gloria, Lucas contestó. —Si... Por mí no habría problema, pero quiero volver a contactarte—

La sonrisa de doncella encantada apareció en conjunto a una sutil timidez virginal. —Tú sabes mi número—

—Y tú sabes el mío...—

Cuando ella abrió la puerta dispuesta a marcharse notó como las piernas de la joven temblaban, orgulloso lo supo, no había perdido su toque. Ya ausente del automotor la observó una vez más ahora alumbrada por la claridad del alba, seguía siendo aquella niña poco agraciada con la que alguna vez se había entretenido. Cansado de mantener una sonrisa, sacudió la mano en señal de despedida.

—Por cierto... Vivo en San Fernando—

Aquello le sorprendió, ella misma había revelado su ubicación haciendo que el juego perdiera su gracia. El último gesto cortés fue realizado, intentando disimular su prisa, el motor del auto fue arrancado.

Las ruedas giraban y los caminos se disolvían en siluetas pasajeras, arboles apresurados desaparecían mientras que con una macabra mirada sonreía solo para el camino. No podía creer lo fácil que aquello había sido, entre suaves letanías del alba ahora se acercaba a su último destino.

La zona residencial se abrió paso entre el paisaje, casas de posiciones acomodadas se mostraban soberbias en ambos extremos, sintiéndose calmado detuvo la marcha. Con el auto aún encendido buscó algo en el costado de su butaca, estirando la mano lo tomó. La lata de desodorante fue agitada y pronto bañó con infinitas gotas su persona, borrando cualquier perfume femenino que pudiera haber quedado sobre su ropa. Se contempló en el espejo retrovisor y buscó en su rostro y cuello la evidencia de su encuentro, el auto volvió a circular.

A dos calles de su repentina parada se detuvo, apagando el motor y buscando en el asiento trasero su maletín acompañado por su blanco uniforme cuidadosamente doblado, tomando a ambos, descendió del auto. Haciendo que el pitido de la alarma sonara, guardó las llaves del vehículo en su bolsillo y soltó un poco el nudo de su corbata para luego despeinar con la palma de su mano su negro cabello. Frente suyo una vivienda de dos pisos se hallaba, pinturas frescas de verde menta y césped recién cortado le dieron la bienvenida. Pronto de su chaqueta sacó una única llave y la introdujo en el portal de cedro, limpiándose los pies en el tapete del recibidor, entró a la vivienda.

—¿Princesa? ¿Estás despierta?— Con una sonrisa galante y un simulado cansancio, cuestionó al aire.

—¡Aquí, en la cocina!—

Dejando su maletín en uno de los sillones, diversas fotos donde él estaba retratado lo vieron desde una vitrina. Caminó hasta la moderna cocina solo para encontrarse con la dueña de aquellas palabras, embelesada a causa de una materna felicidad, ella prendía las hornillas.

—Mira preciosa, llegó papá— Pronunció la mujer que aún en pijamas acariciaba su vientre abultado mientras que abría las alacenas en búsqueda de algo.

—Teresa, dijimos que no veríamos el sexo hasta que naciera—

—Lo sé, amor. Pero lo presiento, tendremos una hermosa niña— Con su cabello caoba trenzado y su rostro infestado de pecas, aquella joven en cinta se acercó al lado del doctor y besó su mejilla con infinita ternura. —Te extrañé—

—Y yo a ti, mi princesa—

—En unos momentos estará tu desayuno.— Retornando a la estufa, la mujer continuó hablando. —¿Cómo te fue en el trabajo? ¿Alguien me ha mandado sus saludos?—

Sentándose a un costado de la mesa, Lucas sonrió. —Todos extrañan a la enfermera más linda del sanatorio.— Simulando cansancio, pronunció una nueva mentira. —Detesto hacer guardias nocturnas, me quitan el tiempo contigo—

—Lo sé, amor. Pero mira el lado bueno, cuando la niña nazca tendrás demasiado tiempo libre para gozarla—

—Si... Eso espero—

Caminando hasta su lado cargando una taza de negro café en sus manos, Teresa acarició con ternura su mejilla. —Antes de que lo olvide, llamaron para avisarte que las vacunas ya están listas para ser entregadas—

Bebiendo un sorbo de la oscura bebida, los deberes aparecían nuevamente. —Espero que aquellos medicuchos nuevos puedan mantener la cadena de frio como se debe, la última vez se perdieron treinta dosis—

—Lo mismo espero, mi cielo, esa gente las necesita. Además, debes estar orgulloso, tres nuevos niños empezaran a trabajar con los fármacos del sanatorio—

—Espero que no sean aquellos pueblerinos que con suerte costearon su carrera a base de vender ovejas—

—No, claro que no, por suerte todos son hijos de nuestros colegas. Es un honor ahora trabajar con la sangre fresca de una nueva generación—

—Quiero mantener la fe en ellos, pero lamentablemente cada vez se gradúan siendo más incompetentes— Nuevamente tragando la cafeína, Lucas continuó. —¿Hijos de quiénes son?—

Teresa se sentó a su lado guardando especial cuidado a su vientre, levantando una ceja haciendo evidente su falta de memoria, sentenció. —Son los hijos de los doctores Padilla, Santana y Olivera—

... ... ...

Escuchando viejas canciones románticas desde la radio, sonreía mientras que el sol brillaba sobre el techo del auto. Su corazón palpitaba con fuerza al recordar todo lo sucedido en aquella velada, las piernas de manera misteriosa le comenzaron a temblar cuando recordó cada lugar que él había besado.

Conducía con las ventanas bajas, haciendo que su cabello se sacudiera con las rápidas brisas que se colaban por el hueco de la puerta, definitivamente se sentía como la primera vez, con la misma euforia de lo prohibido y las insinuaciones perdidas entre gemidos. Quería gritar de alegría y correr a contárselo a alguien, pero ¿Quién la escucharía sin juzgarla? Aquello era un secreto que necesariamente debería esconder bajo su almohada.

Sonriente y con un implacable buen ánimo poco a poco su viejo auto se fue acercando al desvencijado cartel que rezaba "San Fernando". Extrañaba a su hijo, pero se sentía alzada a los cielos por aquel instante libre, agradecía a la vida por aquella amiga que había velado por el bienestar de su retoño.

De manera súbita, recordó todo lo que Lucas le había mencionado y la duda apareció. ¿Amelia habría sido capaz de inventar semejante farsa arrancándole al amor de su vida? Intentaba continuamente negarse ante aquella idea tan infortuna, pero ya era tarde, ahora su mente estaba corrompida por la semilla de la incertidumbre.

Entró al pueblo y notó como éste ya estaba en movimiento. Los paisanos la miraban, a veces con rostros amables, cuando circulaba cerca suyo. El sol brillaba y la mañana era gloriosa, nada podía salir mal ese día.

Sorprendida, notó al acercarse a el local comercial como diversas personas se quedaban mirando los escaparates. Por un momento pensó que los milagros habían aparecido, logrando así que su mercadería llamara la atención del pueblo, pero con velocidad su rostro cambió a la de un total estupor. La vidriera se encontraba rota, con fragmentos despedazados regados por toda la vereda. Con el corazón palpitando en su garganta, comenzó a formular diversas hipótesis sobre aquello. ¿Su niño estaría bien? ¿Qué habría provocado tan funesto hecho vandálico? Apurada bajó del coche, sin preocuparse en subir las ventanillas, corrió hasta la puerta de entrada.

Sacó su llave y la introdujo en la cerradura provocando que las clavijas giraran y se le permitiera el paso, al entrar su sangre se heló en un funesto destello de dolor. La ropa se encontraba alfombrando el suelo mientras que el desorden rodeaba cada parte que ella anteriormente se había esforzado en acomodar. Con los nervios destrozados y la cabeza acalambrada a causa de tanta sugestión, trepó por las escaleras, haciendo que cada paso sea una gran zancada propia de la desesperación.

Entró a su departamento y allí no había daño alguno, algunos vasos sucios se encontraban en el fregadero, mientras que el tablero de un infantil juego aún seguía sobre la mesa. ¿Amelia había organizado una fiesta en su ausencia? Pronto lo supo, todo ese caos había sido causado por ella y seguramente una de sus borracheras. Encolerizada y envuelta en la rabia de sentirse estafada, buscó a su amiga entre los cuartos, encontrándola acostada en la pieza principal, usando su ropa y con su bebé al lado.

Ambos dormían de manera pesada, algo en ella descansó al ver a su hijo en perfecto estado, de manera rápida lo cargó en sus brazos.

Con un tono de voz prepotente e intentando contener el coraje que sentía, habló para la dormida chica. —Amelia, despierta—

Al no obtener respuesta por parte de la heredera, se acercó a ella y comenzó a sacudirla sin ningún tipo de sutileza. —¡Amelia!—

Su amiga de manera veloz abrió los ojos, asustándose por un momento para luego serenarse a sí misma llevando una mano a su pecho. —Moni...—

—¿Me puedes explicar qué pasó aquí?—

Tomándose un tiempo más que necesario para contestar, Amelia respondió con sus ojos aún adormecidos. —Anoche pasó algo terrible—

—Sí, ya me di cuenta por el desorden de abajo y por el olor a alcohol que llevas. ¿Por qué, Amelia? ¡Solo una noche necesitaba! ¡Solo una!—

—¿Qué?— Sin creer lo que su amiga pronunciaba, Amelia terminó de despertarse. —¡Oye idiota, anoche entraron a robar y estaba con Mateo aquí arriba!—

No podía creer que su amiga tuviera el descaro de mentirle a pesar de que toda la evidencia apuntara en su contra. —Amelia... ¿De verdad piensas qué me comeré eso? Vi los vasos y tú tienes una cara digna de una gran resaca— Suspirando, Mónica concluyó.

—¿Piensas qué te estoy mintiendo?—

—Yo no sé qué creer de ti, Amelia. Pero no me sorprendería que intentaras escudar tu falta de responsabilidad—

Enfadada, Amelia se levantó con prisa de esa cama ajena, solo para salir disparada al comedor. —Te lo diré una sola puta vez, así que presta atención— Anudando de manera torpe su cabello, Amelia empezó a relatar todos los hechos de la fatídica noche. —Tu hijo no quería dormir en mí casa porque no tenía sus juguetes, vinimos aquí por eso. Durante la noche alguien rompió el vidrio y entró, ambos nos escondimos en el baño rezando para que no nos encontraran—

Sin creer aquella historia, Mónica solo miró al suelo. —¿ Y los vasos? ¿Cómo me explicas eso?—

Sintiéndose timada, Amelia no podía creer la desconfianza que su amiga destilaba. —Asustada, llamé a Valencia, hasta lo rocié con gas pimienta... Barcelona no me contestaba— Recordando aquella fatídica noche, un halo de ternura llegó a su memoria al traer al presente a Tomás rescatándola una vez más. —Él vino y me cuidó, llamamos a la policía... Estaba en una crisis nerviosa así que mandaron a llamar a Barcelona... Luego de que todo pasó, nos sentamos a calmar los ánimos—

Sin saber qué pensar, Mónica exigió más información. —Pero ¿Cómo sé yo que eso es verdad?—

—¿ES EN SERIO? ¡MÓNICA! YO JAMÁS TE MENTIRÍA CON ALGO TAN GRAVE—

—No lo sé, Amelia.... No sé si eres capaz de mentir con un tema tan delicado como este o algún otro—

Aquello era la gota faltante para desbordar su cordura, sin importarle salir desarreglada a la calle, Amelia quiso emprender retirada no sin antes hablar. —¡Llama a la policía y compruébalo! O mejor aún, mira en el cesto de la basura mi ropa y la de Valencia llena de gas pimienta. ¡Pregúntale a él o a Barcelona! ¡Grandísima pedazo de idiota! — Bajando las escaleras, cada vez que hablaba entre gritos parecía lastimar su garganta.

—¡Vuelve aquí, Amelia! No huyas ante tus responsabilidades—

—¿huir? ¡JÓDETE, MÓNICA! YO POR LO MENOS NO TENGO UN CHUPÓN EN EL CUELLO QUE DIGA LO QUE ESTUVE HACIENDO EN LUGAR DE CUIDAR A MÍ HIJO— Dejando el sonido de la puerta azotarse como broche final, Amelia se había marchado.

... ... ...

Con sus pensamientos atormentando cada fibra de sus músculos, intentaba conciliar nuevamente el sueño. Al igual que su prometido, había pasado todo el día en la cama tratando de descansar, a diferencia de Amelia, Augusto si había logrado caer rendido ante un clamado viaje onírico.

Sin saber qué hacer o como despachar todo el coraje que sentía, suavemente intentó despertar al doctor que reposaba a su diestra. —Gus... Gus... Despierta—

Sin abrir los ojos él respondió. —¿Qué sucede, gatita?—

Entendía que el sueño le borrase la memoria y que las palabras que le había pronunciado durante el alba se le hubieran olvidado. —Discutí con Moni...—

—Bueno, Vonnie. Déjame dormir unas horas más y luego me cuentas, no creo que sea tan grave—

—lo fue, fue bastante grave— En su voz se reflejaba sus demonios, movidos constantemente por sus inseguridades. —Ella piensa que me inventé lo del robo... No puedo creer que ella desconfíe tanto de mí—

—Debe estar... Debe estar con sueño—

Sintiéndose ignorada, aquello solo incrementaba el fuego que brotaba en su pecho. —Augusto, ¿Me estás escuchando?—

—Disculpa, Vonnie... Solo dame una hora más, no estoy tan acostumbrado como tú al alcohol—

—¿Una hora más? ¡Son las siete de la tarde!—

Dándose vuelta, Augusto solo recitó una última oración. —Solo déjame descansar, por favor... No puede ser tan grave—

Fracasada en sus relaciones, Amelia se dio por vencida. La vida ahora le entregaba lo que antes eran rosas en crueles espinas , su amiga y su pareja... Ambos despreciando sus palabras la habían ignorado, eso era algo que surcaba su alma y dañaba de manera irreparable su autoestima.

Lastimada, con un ala herida, caminó hasta el baño con los pies descalzos aplaudiendo contra el pulido piso. Pronto la ropa cayó al suelo en conjunto con el agua que empezaba a fluir llenando la tina.

En el vapor intentó encontrar su calma mientras que contemplaba los azulejos blanquecinos. Su espíritu le dolía y buscaba consuelo abrazando sus propias rodillas, hacía mucho tiempo que no se sentía tan sola aún en compañía.

Dudo unos momentos sobre su accionar, ¿Qué había hecho de malo para que Mónica la despreciara de la noche a la mañana? Buscaba en su conciencia algún pecado, pero lamentablemente su mente seguía en blanco.

Desde la otra habitación los ronquidos resonaban, aquello no calmaba su alma. ¿Habría alguien a quien realmente le importarse? Siguió sumergida en su pena, hasta que un destello de sensatez llegó a su mirada, había alguien que velaba por su sueño... Alguien al que debía agradecer por haberse convertido en su noble caballero.

Apresurada, comenzó a tallar su cuerpo, mientras pensaba fugazmente en la ropa más inocente que poseía y en el conjunto de ropa interior más salvaje que dentro de su cajón existía. Él no la ignoraría ni menospreciaría, taparía su vacío con un poco de su cálida compañía.

Ardida ante la necesidad de tacto y palabras dulces susurradas como en el pasado, supo que en su cuerpo encontraría calma a sus males.

Los hábitos funestos una vez más aparecían, la superficial búsqueda de placer volvía. Emociones ya no necesitaba, pero si añoraba un gemido que salga despedido de su garganta ahogada.

Augusto podría ignorarla, Mónica podría odiarla, pero en la cama de Tomás Valencia encontraría algo de calma.

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06:53 A.M en la república Argentina. Ann ésta semana ha pasado unos días muy agitados y a causa de ello no había podido escribir, pero aprovechó una noche de insomnio para escribir.

¿Cómo están, pecadoras?

Realmente quería escribir pero los tiempos no me lo permitían, se siente bien volver a saludarlas.

Díganme la verdad, todos conocemos a alguien tan conchudo (maligno) como Lucas. ¿Quién fue la persona más hdp que han conocido? ¿Qué les hizo?


En otras noticias, cambié las portadas, seguro ya muchas se dieron cuenta. Les dejo una imagen para que las visualicen con más detalle.

Sin más nada que decir, me despido, mi hermosa gente.

Consejo del día de hoy: Cuando sientas que tu vida está mal, sonríe, porque hay alguien que está mucho peor. (Por ejemplo, yo que intento dormir con 5 chihuahuas ladrándome a un costado)

Quién los quiere:


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