31: "Alcohol"
Ausente y aun sosteniendo a su gata bajo el resguardo de su sudadera, Tomás clamaba a los cielos porque la tierra se abriera y con sus grandes fauces lo comiera. ¿Qué podría salir mal de ese encuentro? Infinitas patrañas etílicas aparecían en su mente, tomando la forma de alguna tonta excusa para acariciar de manera casi fantasmal a su amada tocando su rodilla desnuda.
El doctor golpeó la puerta con tres estocadas de sus nudillos, al poco tiempo de la ventana del primer piso una cabellera oscura se vislumbró.
—¿Qué?— Su voz no era, por decirlo de alguna manera, la más armónica. Había aprendido a leer las grietas de sus labios y a decodificar cada surco de sus palabras rotas. Amelia estaba triste.
El doctor viró la cabeza unos momentos hacia arriba, para luego volver la vista a su compañero. —Aquí Valencia y Barcelona, venimos a visitar a una pobre chica que quizás no puede dormir— ¿Podía Augusto hablar con la ignorancia de una pareja engañada? ¿O caso disfrutaba de la incomodidad del amante de su prometida? Por reflejo del destino, o quizás, resultado de sus deseos atormentados, Tomás también debió mirar para arriba. Ella, con sus cabellos negros como el lomo de una pantera, tenía ese místico aire angelical del cielo de una iglesia. Embelesado por aquel hechizo celestial, sonrió en una mueca que el mismo reconocía como tonta, Amelia seguramente reiría de su poder ante su único pecador.
—¿Se puede saber qué les hace pensar que quiero compañía?— Y nuevamente allí estaba la insolencia de una adolescencia marchita, Amelia engañaba y mentía al mundo entero, a sus amores y a ella misma. Pero, Tomás no caería en esa mentira, cada pluma de sus asustadas alas debía nuevamente ser cocida.
—No lo sé. ¿Quizás esos ojos rojos?— Pronunció el doctor.
Sin meditarlo, Amelia salió de su visión y se encomendó a la ausencia. Pronto sus pisadas cayeron de manera pesada por la escalera, Amelia había bajado a abrir la puerta. Cuando la notó por el cristal aún sano del portal, sintió algo dentro suyo morir. Amelia vestía una conocida camisa blanca.
Tres tallas más grandes de lo que debería, corroída en sus mangas y con un dejo amarillento en los costados de su pecho, aparecía nuevamente la camisa reglamentaria del instituto "el buen pastor". El corazón se envenenó de tantos recuerdos que sentía a su sangre hervir y recorrer su cuerpo en cada entrecortada respiración. Amelia, el pánico de los docentes y el temor de las monjas, Ami, su Ami, ahora lo veía desde el cristal.
La puerta se abrió y Augusto fue el primero en hablar antes de adentrarse, levantando su preciada carga de lúpulo y cebada, pronunció. — Traje cerveza, disculpa por no haber encontrado nada con qué cortarla—
Amelia miró las latas plateadas y luego sonrió. —No te preocupes, algo quedó de la última vez que festejamos con las chicas—
—¿Y esa camisa?—
Suspirando, Amelia por un minuto le regaló el candor de sus ojos, los cuales con su fuerza electrizante paralizaron su de por sí ya onírico cuerpo. —El pijama quedó con un poco de pimienta, es de Mónica y el pantaloncillo lo estoy estrenando—
Augusto pasó y empezó a ascender por las escaleras con su preciada carga a cuestas, su niña de marfil lo miró unos momentos para luego incriminarlo con la fuerza de un rayo ocular celestino. —¿Y tú, Valencia? ¿Tampoco podías dormir?—
El fantasma era temible, la camisa se sacudía y por momentos mostraba bajo su tela la majestuosidad de unos hombros demasiado pequeños. La nostalgia era cianuro y el recuerdo era arsénico, el único antídoto siempre se encontraría en sus labios. —Yo... Yo... Solo venía a ver cómo te sentías. Me crucé con Augusto en la puerta—
Levantando una ceja y recobrando el aire de un súcubo alado, Amelia cuestionó. —¿Tienes para pagar el boleto de entrada?—
Claro que tenía con que pagar, aunque su alma ya le pertenecía sabía que traía algo que ella no podía rechazar. Abriendo su sudadera, sacó a el pequeño animal de su letargo. Amelia no tardó en agarrarlo y brindarle infinitas caricias sobre su blanco pelaje para luego hacerla dormir nuevamente en sus brazos. Dos iguales, vagabundas de la vida y callejeras del destino, aquel par que siempre preferiría una iglesia antes de cualquier lugar. Amelia y Ángela no tardaron en permitirle el paso.
El camino por la escalera fue callado, Amelia llevaba la delantera mientras que gorgojaba para la pequeña gata. La piel delicada de azúcar se arrimaba por la antigua camisa, dejando un pálido dibujo de sus omoplatos mientras que sus piernas de sal se contoneaban y sugerían a las miradas perdidas a centrarse en ellas.
El apartamento nuevamente se reveló ante sus ojos, Augusto había encendido la luz mostrando el improvisado altar que la misma Amelia se había erguido para sí misma. En la mesa que enfrentaba el sillón donde seguramente había estado reposando, diversos artículos estaban desparramados; Esmaltes de uñas oscuros y golosinas de infinitos matices, revistas viejas y el control del televisor que aún encendido murmuraba voces aniñadas de una caricatura.
Sentándose en el hueco del sofá, Amelia habló con claridad ahora alumbrada de perfecta manera gracias a las luces sintéticas. —Ponte cómodo—
La luz reveló mucho más de lo que ella quería, ojos hinchados y enrojecidos contaban la historia de un fatídico llanto. El cabello desatendido y por momentos enmarañado, una mano aún ausente de barniz, allí estaba un ser frágil. Aún asustado por aquella estampa de pájaro bajado de los cielos por obra de un cazador, se sentó a su diestra, guardando una sutil distancia de recato.
—Oye, Vonnie. ¿Con qué la cortaremos?— cuestionó Augusto mientras que metía las latas al refrigerador y dejaba algunas sobre la mesada.
—Ya lo estaba olvidando— Amelia se puso de pie para luego dejar a la pequeña gata en la comodidad de su lugar. —Duerme tranquila, hermosa— Mientras que sus pies acariciaban el piso, ella armaba el desastre de un huracán. Abriendo las alacenas y revolviendo todo lo que encontrara, sonriente alzó a los aires el objeto de su búsqueda. La dura botella de grueso cristal con su sustancia amarillenta, asquerosamente etílica, apareció para luego ser traída a la mesa.
—Muy bien, perfecto— Mencionó Augusto viniendo al encuentro de ambos y lanzándole una lata a cada uno. El sonido del aluminio abrirse de parte de Amelia fue el primero en resonar, mientras que el doctor copiaba su movimiento. Ambos quedaron mirándolo, esperando la tercera nota faltante.
Con recato, y sintiéndose observado, Tomás metió su dedo en la argolla metálica de la lata y tiró de ella, haciendo que el violento espasmo haga el último sonido restante de aquella triada.
—Brindemos— Augusto elevó su cerveza al aire mientras que Amelia se sentaba a su lado, dispuesta a seguir acariciando a el dulce animal que había traído para su disfrute. —Por una noche mejor—
Correspondiendo a las palabras de su prometido, ella también alzó su bebida y la chocó. —Por una noche mejor—
Entendiendo que de él también se esperaba respuesta, con la pausa de un reloj acercó su cerveza. —Po... Por una noche mejor— El metal en cruces sonó y pronto todos engulleron la ambarina sustancia.
El trago era amargo y casi desconocido para su garganta, la última vez que lo había probado también estaba en compañía de su niña de grandes pestañas, aquello tuvo el poder de la morfina. Bebiendo el pequeño sorbo, quiso dejar la lata en la mesa ratonera pero la mano de su amigo lo obligó a tragar un poco más. —Vamos, no te hará daño, Tomás—
Amelia rio ante el gesto de sus ojos abrirse sorprendidos mientras que la lata era mantenida a la fuerza unida a sus labios, pronto lo entendió, Augusto había hecho eso solo para escucharla reír.
—¿Listo?—
—Sí, listo, Vonnie—
Amelia abrió la botella de wisky y rellenó en cada lata lo que su ocupante había bebido. Tapándola, ella nuevamente agarró su cerveza y la agitó ligeramente para luego beber de ella. Augusto copió su movimiento, pero no ingirió trago alguno. Queriendo también formar parte de ese ritual, Tomás los imitó.
—Ahora, haré de cuenta que la situación no es incomoda. De verdad necesitaba un trago ¿Quieren hacer algo?— Amelia miraba al piso, se notaba a la distancia que su nerviosismo no había disminuido, seguía tan temblante como una hoja de otoño azotada por la brisa.
Ganándole de mano al doctor, Tomás respondió. —Haremos lo que tu... Tú quieras, solamente quiero que te sientas bien—
Amelia lentamente volteó su cabeza para mirarlo y con una sonrisa rota por la tristeza de la deshonra de su pena, respondió. —Ese es el problema, no sé qué hacer aquí, todo es aburrido en estos lados—
—Pero Vonnie, vamos... Piensa. ¿Qué harías si estuvieras en la ciudad?—
Ensoñando su mirada, Amelia respondió a su prometido. —Seguramente llamaría a Facundo, me vendría a buscar en su auto e iríamos a bailar hasta que amanezca—
—¿Facundo? ¿El gordito?— Cuestionó el doctor.
—Sí, ese mismo. Pero ya sabes... Desde que se casó el muy idiota parece que se tomó muy en serio su "madurez"—Haciendo hincapié en aquella última palabra, Amelia bebió un buen trago de su bebida adulterada para luego arrugar el ceño debido al fuerte sabor.
No podía creer lo que había escuchado, sin percatarse de la repercusión de sus palabras, Tomás cuestionó. —¿Facundo se casó? ¿Con quién?—
Augusto volteó hacia el con una mueca de desconcierto bastante graciosa, haciendo que sus ojos claros brillaran con cierto encanto. —¿Conoces a Facundo?—
Amelia fue quien se encargó de responder por él al notar su rostro desencajado. —Claro que lo conoce... Por cierto, Tomás, se casó con la chica Saint Claire, ¿La recuerdas? Jennifer—
—Oh... Me alegro que por lo menos se juntara con alguien que lo conociera. Sa... Salúdalo de mi parte—
—Esperen, esperen, esperen. ¿Conoce a los Parisi y a los Saint Claire? ¿En qué mafia anduviste, Tomás?—
—No... No es eso...— Nervioso ante tan inoportuna pregunta, Tomás buscó la claridad mental en su bebida. Ahora el sabor era una hiel amarga que corroía su garganta y liberaba las palabras. —Cuando Amelia.— Tomándose el tupé de corregirse a sí mismo, limpió la espuma que había quedado en su bigote. —Cuando Ami iba al internado en el cual yo residía sus amigos venían a visitarla, de allí conocí a su círculo y a sus padres—
Riendo, Amelia encomendó su mente al pasado. Facundo Parisi arrancaba su motor en las estampas amarillentas de su memoria, los contrabandos aparecían y se recobraba la emoción que se creía perdida. —Sobretodo Facu...—
Intentando no recordar algunas cosas referidas a la sexualidad de ambos, Tomás sentenció. —Espero que no siga siendo tan... Tan "peculiar"—
—Créeme, está peor que antes, solo que ahora debe ocultarse. Ya sabes...—Haciendo una letal pausa en su oración para beber, Amelia continuó. —Hombre ejemplar de día y demonio de noche—
Tomando aquello como un disparo al corazón causado por un proyectil de timidez, sus mejillas se colorearon con el fulgor de la sangre. —E... En ese caso yo, yo solo espero que ... Que tenga una buena vida.—
Tomás no sabía dónde esconderse y poder mascullar todo aquello que a su mente le venía. Los vampiros de su pasado lo atacaban y los recuerdos lo mordían. Intentando disimular un leve interés por aquella anfitriona amable, ocultó sus pensamientos con cierto recato etílico. Allí estaba ella, libre y casi inalcanzable... Revestida en un uniforme de colegio demasiado familiar y bebiendo sus males en cada trago adulterado, la reina de la noche poco a poco resurgía de un bien concebido disfraz y así, su corazón empezaba a palpitar. El mortal presente entre ambos jamás entendería, nadie más que él podría levantarle un templo con osadía, solamente suya, un ángel de metanfetamina.
—No lo entiendo, sencillamente no lo entiendo— entre risas, Augusto nuevamente tomaba la palabra. —Aquí todos somos personas mayores, podemos hablar como gente civilizada, pero sigo sin entenderlo.—
Mirando el rostro algo torcido de Augusto, Tomás cuestionó. —¿Qué no entiendes?—
Elevando un poco la vista hacia ese par de amantes secretos, el doctor pronunció. —¿Ustedes dos? ¿Cómo pudo ser posible? ¿En qué clase de cabeza sería concebida aquella idea? Son los opuestos más contrastantes que vi en mi vida.—
—¿Eres idiota o solo finges, Barcelona?—
—No, no soy idiota. Es solo que no entiendo, roza lo demencial—
Buscando un manuscrito en la cerveza, Tomás supo que era momento de hablar. —Yo... Yo te responderé eso— Sus manos poco a poco dejaron de temblar y el dulce entumecimiento hizo que de sus labios las palabras brotaran. —Antes de conocer a Amelia... Mi vida era una rutina, ella llegó devastando todo y abrió un mundo nuevo para mí, un mundo de luces y oscuridades que jamás vi—
Con la mirada atenta a los movimientos del pequeño felino que tenía a su diestra, Amelia ensombreció su voz. —Hasta que todo se derrumbó...—
Por gritos de atención por parte del destino, ambos la miraron. Allí estaban dos hombres que encarnaban perfectamente el pasado y el futuro observando a la mujer que podría ser el presente de ambos. Sumergida en una azulina pena, ella bebía entregando a los dioses del antiguo mundo una lagrima escondida como sacrificio. Cuando Tomás notó que debajo de aquella camisa que tantas veces había desprendido solo había una niña triste, quiso llorar, nuevamente allí estaba el cadáver de la pasión que el mismo acababa de matar.
Cuando la letanía del silencio cubrió a ese inusual trío, el sacerdote sintió un golpe en su rodilla. Augusto abría los ojos y movía las cejas intentando mandarle algún extraño mensaje. No podía comprenderlo, aquello era algo que no entendía, lo único que realmente deseaba era encontrar una sonrisa perdida.
—Pero Vonnie, podemos bailar aquí, es más. ¿Quieres fiesta? ¡Yo te la puedo dar! ¡Te la mereces más que nadie! — Augusto levantó el control de la televisión y cambió de canales hasta llegar al único programa que emitía música. —¿Quieres bailar?— Esperando una respuesta de parte de su amada, el doctor extendió su mano.
—Creo que declinaré su oferta, señor Santana, mi cuerpo aún está resentido por lo que sucedió—
—Pero... ¿Sigues enojada conmigo, Vonnie?—
—No, Augusto... Ya no—
—¡Entonces, arriba ese ánimo! Vonnie... Tu eres mi princesa, me mata verte triste, no me dejes esperando un baile—
Amelia volteó unos momentos, solo para regalarle el brillo de su mirada al único hombre que realmente había estado a su lado cuando lo necesitaba. —Saca a bailar a Tomás, él tiene mejor ritmo que yo.—
Riendo ante aquella sugerencia, Augusto se acercó a su amigo aún con su mano extendida. —¿Tomás... Me harías el honor de acompañarme en ésta pieza?—
—¿QUÉ?— sin saber cómo gesticular su rostro ante tan peculiar proposición, Tomás se sentía pasmado. —Augusto creo que el alcohol se te subió a la cabeza—
—No... Él está bien, cuando lo conocí era así, divertido. Claro hasta que se convirtió en el doctor Santana y dejó que su trabajo le amargara la existencia—
—¡Vonnie, no hables así! Te encantó cuando me presentaste con tu padre y dije que estaba próximo a graduarme. Tu padre me amó desde ese instante—
Intentando que aquella charla incomoda se disipara y nuevamente su mirada se posicionara sobre él, Tomás interrumpió. —A... Amelia ¿Cuándo vendrá tu padre?—
Y allí fue cuando la vio, aquello que Carolina anteriormente le había comentado ahora se presentaba delante suyo. Con un drástico cambio de cara, digno de una máscara, Amelia mutó su tristeza en una sintética sonrisa. Evadía los problemas mostrando sus dientes blancos como perlas, se escondía, solo él podría hallarla si se lo proponía. —Vendrá en la fecha pactada, seguramente cuando Mónica vuelva me traerá el plan ceremonial...—
—E... Entonces, en ese caso ¿Puedo contar con tu ayuda?— Aquello más que un pedido, era una disculpa. Tomás se arrepentía de lo antes dicho y esperaba que su rabieta fuera llevada por el olvido.
—Si... Puedes contar con mi ayuda— La sonrisa sínica nuevamente apareció, Amelia moría y renacía Lia, Ami quería ser enterrada... No podía ayudar a cimentar tan triste tumba.
—¿Y si jugamos a algo?—
—¿Qué quieres jugar, Barcelona?—
—No lo sé... ¿Qué haces cuando las chicas vienen de visita?—
Con un destello en su mirada a causa de la fantasía de sus amistades entregadas al camino, Amelia sonrió. —Hablamos de chicos—
—No creo que Tomás y yo seamos buenos hablando de chicos, vamos gatita, algo debes tener para jugar—
Torciendo la boca en un gesto pensativo, Amelia respondió. —¿Serpientes y escaleras?—
—¡Genial, pero no me dejaré ganar!—
Poniéndose de pie, Amelia giró para mirarlo, allí estaba una joven herida esperando que la hora de su muerte llegara. —¿Tu qué dices, Tomás?—
—Por... Por mí está bien, pero sí me dejaré ganar—
Entre tanto falseo y antifaces de gracias, Tomás notó en ella una sonrisa de sinceridad que evocaba el dulce perfume a romance que antes despedía. —Que tierno...— Levantando su lata y caminando a uno de los cuartos, sentenció. —Iré por el tablero—
... ... ...
Las burbujas habían desaparecido, las latas vacías yacían a un costado de la mesa donde un tablero central con infinitos colores e imágenes gráciles era su broche de oro. La cerveza se había acabado y eso conllevo a que el whisky sea consumido de manera diluida en sintéticos jugos, para luego ser bebido sin corte alguno. La cabeza le giraba en continuas olas de mareo, mientras que sus pies parecían tener el peso de una hojuela de avena. Se sentía bien a pesar de todo, las risas resonaban y la diversión atestaba esa pequeña fiesta de tres personas.
Moviendo la ficha de color magenta sobre el tablero, Amelia rio. —Yo gano—
—Claro que ganarías haciendo trampa—
Como siseando palabras en un idioma bípedo, Amelia solo se limitó a responder llevando nuevamente el vaso de plástico a sus labios. —Querido, la trampa siempre es la mejor estrategia para la victoria— Carcajeando ante su triunfo, ella se limpió sus labios mojados con la ambrosía usando la manga de su camisa. —Mataría por un cigarro—
Al escucharla, recordó la carga de sus bolsillos. La timidez ya no existía y ahora el verdadero juego aparecía delante de él, nadie podría merecer la atención de aquella dulce ninfa de venas de absenta más que su más devoto servidor. —No hace falta que mates a nadie— Revelando la cajetilla de cigarros, se los extendió. —Son tuyos—
Al verlos, sus ojos se iluminaron como los de un niño delante del escaparate de una juguetería. Apresurada los tomó, sacando un de los cilindros de tabaco y alzando vuelo de manera temblante hasta la cocina en búsqueda de un mechero.
—Vonnie, no deberías fumar, ya hablamos sobre eso—
Y nuevamente allí estaba esa interrupción molesta en su sonata. ¿Qué empeño tenía Augusto en cambiarla? Si solo el supiera que moriría por el roce de sus labios entabacados valoraría un poco más el fulgor de humo en las palabras de su prometida. Perdiendo la decencia en un brutal impulso de valentía, Tomás respondió con una omisiva. —¿Por qué te empeñas tanto en querer cambiarla? Si ella quiere fumar está en su derecho—
—Yo solo quiero lo mejor para su salud, nada más.— Con su cabeza tambaleante y sus palabras entrecortadas el doctor parecía estar perdido en un mar de alcohol en el que él mismo se había sumergido.
—¿Quieres lo mejor para ella? ¡Entonces déjala ser ella misma! ¡No la cambies! ¡No la destruyas!—
—¿Yo, destruirla? Vamos, Tomás...— Intentando acercar su mano a el vaso casi vacío de bebida, Augusto respondió. —Según lo que sé, fuiste tú mismo el que la destruyó una vez, yo solo levanté mi castillo en el desastre que tu provocaste—
Por más que doliera, el doctor tenía razón, pero aquello no aminoraba el violento cruce de emociones que ahora circulaba por su cabeza. Cuando supo las palabras correctas para responder aquella dolorosa memoria, Amelia lo interrumpió. Borracha y con una sonrisa digna de una postal veraniega, retornó a la mesa buscando la última gota ambarina en la botella vacía. —Chicos ya basta, creo que ya nos quedamos sin gasolina—
—Además ya está por amanecer, deberíamos dormir— Como si un funesto rayo de olvido hubiera caído sobre él, el doctor hablaba balbuceando sus palabras.
Nuevamente la carcajada femenina resonó. —No... No pueden quedarse aquí, Mónica volverá y no creo que le guste entrar y ver semejante estampa, además la cama es pequeña, no entraríamos —
—No, Vonnie, no me refería a eso. Cada cerdo deberá irse a su chiquero ¿Estás segura que quieres quedarte aquí?—
—Si— Acompañando sus palabras por espasmos de un dulce hipo, Amelia respondió. —Debo cuidar a Mateo—
Augusto, con movimientos casi involucionados y un ritmo de por demás pausado, se puso de pie para luego hacer una reverencia. —Entonces en ese caso, señorita, ha sido un placer emborracharme nuevamente con usted— Cuando terminó con su jugarreta, el doctor golpeó el hombro de su amigo. —Vámonos, Tomás—
Al entender que era hora de las despedidas, Tomás solamente miró desde la comodidad de su silla a la dulce anfitriona —Muchas gracias por la noche, Amelia... No, Muchas gracias por la noche, Ami— Al terminar su oración intentó pararse, pero al apoyar todo su peso en sus pies el piso tembló y casi se desplomó debido al nocivo efecto de la gravedad en su cuerpo entumido.
Fue una suerte que Augusto lo agarrara y pusiera su brazo alrededor de sus propios hombros, ayudándolo a no caerse. —Tranquilo, soldado, vendrán más guerras—
Las carcajadas resonaron y Amelia como podía intentaba mantener la cordura entre sus funestas risas. Siendo ayudado a caminar, Tomás bajó la escalera, firmemente sujeto a los hombros de su compañero. Tomando infinitas pausas, pronto el suelo llano le daba la bienvenida.
—Lo llevaré a la iglesia, Vonnie, no creo que pueda llegar solo—
—En ese caso, tengan cuidado, se cae encima tuyo y te mueres sepultado debajo de él—
—¡Oigan!— Al escuchar esas palabras de la boca de su amada, Tomás quiso defender su propio porte. —¡No estoy gordo!—
—No es eso, tonto— Acercándose a él, Amelia intentaba cerrar su sudadera y acomodar la ropa de ambos con sus curiosas manos. —Pero mides ¿Cuánto? ¿Dos jodidos metros? Augusto es un clavo, pero tú eres el martillo— Cuando subió el cierre hasta su cuello, en punta de pies, Amelia acaricio su mejilla. —Gracias por haberme venido a rescatar de los dragones—
—¿Qué... Qué sería de un caballero sin una noble princesa a la cual rescatar?— El alcohol hablaba por él, haciendo que cada palabra que pronunciara borrara completamente del plano a cualquier mal tercio allí parado. Al terminar de pronunciar tan melosa pregunta, Amelia le sonrió albergando todas las estrellas del cielo en su boca, la vida nuevamente brillaba.
—Muy bien, nos iremos— Interrumpiendo desde debajo de su brazo, Augusto intentaba volver a existir. —Dame un beso y por favor, no le digas a mí padre que no iré a trabajar mañana—
Con una risa serena, Amelia se acercó a él. Aquello era algo que no quería ver, sus labios no le pertenecían, pero tampoco disfrutaba de observar a otro hombre degustando su única manzana prohibida. —Tranquilo, no le diré nada a tu padre— Ella besó la mejilla del doctor, para luego con un singular recato apartarse.
—Y tú, Tomás, no creo que tengas problemas con tu jefe. Después de todo él ya está demasiado jodido, lo clavaron a una cruz—
Visualizándola con su uniforme de escuela y con sus zapatos acharolados sin lustrar, el paraíso de una iglesia la empezó a rodear. Con una mueca similar a una sonrisa, Tomás respondió. —No seas profana—
—Cállate, antes eso te gustaba— Poniéndose de puntillas ella busco su rostro para darle un beso de despedida, aquello era necesario para concluir con la ceremonia de un encuentro. —Mañana te devolveré a tu gatita— Tomás en un acto inconsciente brindó su mejilla para que ella la besara, pero su sorpresa fue grande cuando el sabor de su boca, en un rápido arranque casi imperceptible, se posicionó un segundo en sus labios. —Gracias, de verdad— Separándose, ella había logrado una vez más hacer desaparecer el aire.
Con el rostro pasmado en un rojo encanto y entendiendo que el otro hombre no se había percatado de tan vándalo acto, el sacerdote respondió. —Que tengas un merecido descanso, Ami...—
Entre sonrisas ahora sinceras cargadas de esperanza, Amelia abrió la puerta, permitiéndole a ese extraño dúo temblante salir a la calle. Para luego cerrarla y perderse en la oscuridad que solo un borracho podría notar.
El brillo azulino propio del amanecer había comenzado. Su compañero lo cargaba desde su brazo y pronto el sol brillaría encima de ellos anunciando el comienzo de un nuevo día. Los suspiros eran necesarios ante tantas emociones que ahora su pecho despedía. En su subconsciencia lo sabía, hoy había ganado de manera definitiva un perdón válido.
—Esa chica es genial, me cuesta creerlo, se casará conmigo—
—Sí, Augusto... A mí también me cuesta creerlo—
—¡Deberíamos repetir esto todas las semanas! Hace mucho tiempo no me divertía—
—Es raro... Amelia es una chica divertida, quizás solo no te has tomado el tiempo necesario para recordarlo—
—¡Lo sé, lo sé! Pero a partir de mañana todo será diferente, le prepararé el desayuno y buscaré las flores más hermosas solo para ella.— Caminando en pasos disparejos, aquella singular pareja intentaba llegar a la iglesia. —¿Qué flores me recomiendas?—
—Cualquiera, menos rosas, las detesta—
—Lo anotaré— Intentando subir las escalinatas de la plaza principal, Augusto parecía no querer parar de hablar. —Oye... Tomás ¿Qué es lo que más quieres en ésta vida?—
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Buenas y santas, aquí el nuevo capítulo ya disponible.
¡Vamos! ¡Quiero sinceridad aquí! ¿Cuántas de ustedes, pecadoras, han estado en esa reunión? (Con el ganado reunido)
Ann no tirará ninguna piedra, porque no está libre de pecados. Yo me junté con mi ex (Aún era su novia) y mi marido a beber una vez, fue incómodamente exquisito.
Si alguien tiene una experiencia, déjela aquí:
¿Noticias? ¡Bastantes!
1ra. "Perdóname, Padre" ha ganado el primer lugar en el concurso de #AwardSpring de la editorial Editorialmoondark ¡Muchas gracias! Es un honor para mí contar con su galardón. ¡Visiten su perfil! Realmente hacen cosas muy bellas.
2da. Mi gran amiga y lectora xAdara Ha escrito un oneshot sobre "Perdóname, Amelia" realmente bonito, las invito a leerlo. (Aclaro que con mi total consentimiento y con pacto de sangre de por medio)
3ra: Adivinen quien está estrenando algo 7w7. Más abajo se darán cuenta.
Sin nada más que decir, mis pecadoras
Nos vemos en unos días más para continuar nuestra historia.
Quien las quiere:
.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top