30: "Pimienta"


Con la elasticidad del mármol, encendió la luz, el ambiente taciturno poco a poco la recibió. La pintura estaba descascarada y el amarillento foco solo parecía enfriar todo con su lumbre. Aquello no le sorprendía a pesar de ser su primera vez allí, no podía pedir más debido a la situación. Después de todo, un motel de carretera siempre le haría honor a su mala reputación.

Intentando que sus pies se mantuvieran en el suelo, se encontró con aquellos demonios que tanto coreaban su nombre en descargas de adrenalina. Después de tanto tiempo, nuevamente se encontraría de manera íntima con el único hombre que la conocía. El nerviosismo aumentaba y la mirada baja era necesaria, la vergüenza aparecía y los miedos debajo de las sabanas se escondían.

Insegura, se sentó en el borde de la cama, esperando que el fuera el primero en actuar. Como un felino al asecho lo vio venir a su encuentro, listo para depredarla, pero había algo que debería mencionar. Aclarándose la garganta y haciendo que su miedo no se reflejara en sus palabras, Mónica habló.

—Oye... No puedo quedarme embarazada de nuevo, necesito cuidarme—

—Tranquila, princesa— Había tenido el descaro de tocar su mejilla, acariciándola como hace mucho tiempo nadie lo hacía. Languideció ante su tacto, el hueco de la soledad era grande y la tristeza ahora mutaba en necesidad. —Lo haré—

Lucas se separó de ella mientras que se quitaba su chaqueta y la lanzaba contra una de las empolvadas sillas de la habitación de alquiler. Cada movimiento de él era exacto, quizás hasta pensado con anterioridad, eso hacía que el encuentro tenga una simple felicidad efímera. Con una postura majestuosa y con la ilusión de un placer carnal, él empezó a revolver los cajones, pronto encontró lo que buscaba y orgulloso levantó el metálico paquete en su mano.

Él sabía perfectamente que eso estaría allí, no le sorprendía, después de todo era inexperta en todas esas clases de oscuras residencias. Se dejaría nuevamente guiar por su madurez y perderse en su experiencia intentando agarrar su mano en las tinieblas.

—Acuéstate— Lucas, tan seguro como siempre, había dado una orden explicita que ella debería obedecer. Era bueno dejarse en manos de un profesional y quitarse la responsabilidad de sus hombros a la hora de amar, necesitaba eso.

—Sí, claro...— Los huesos temblaban y las respiraciones entrecortadas aparecían. Él había sido el único masculino que irrumpió en su cuerpo y en su vida.

Con aún su mirada nublada propia de la ceguera de su romance, se recostó. Pronto lo sintió invasivo, tomando lugar arriba de ella y regalando un sutil tacto helado a su cuello. Por un momento el aire se condensó en sus pulmones y su corazón había empezado un baile en cámara lenta. El internado volvía y su primer amor renacía de entre las cenizas.

—Para mi gusto, tienes mucha ropa. Espero que no te importe que la quite por ti, muñeca— Con sus ojos quemando como el acero fundido su piel, Lucas poco a poco empezó a desabrochar su camisa.

La invasión de su mano en su pecho no se hizo esperar, a veces suave y a veces salvaje, nuevamente se encontraba ante las viejas sensaciones que el silencio de sus lamentos deseaba.

Tenía vergüenza, allí no existía un cuerpo de revista. Sus senos habían sido golpeados por la lactancia y su abdomen abultado no ayudaba, todo eso sin contar la cicatriz que cargaba en su vientre bajo producto a la cesaría. Acomplejada y víctima de sus inseguridades, intentó cerrar su camisa, pero él no se lo permitió. Oponiendo resistencia y luciendo una mirada nociva, Lucas habló. —¿Qué sucede?—

—Yo... Yo... Me da un poco de vergüenza, nada más—

Con una sonrisa destinada a derretir hasta el más gélido glaciar, Lucas murmuró. —¿Vergüenza? ¿De qué?—

—De mi cuerpo...—

La risa resonó y poco a poco la distancia se acortó. Besando de su cuello y quedando tumbado arriba de ella, susurró cerca de su oído. —Créeme, no estaría contigo si no te considerara linda—

—Lo sé... Lo sé, pero yo ya no soy la misma—

Bajando su mano por el vientre de la temblante niña, se detuvo a palpar la cicatriz por donde había alumbrado. —¿Lo dices por esto?—

—Si...—

—Pero casi no se nota, es antigua ya. ¿Hace cuánto tiempo te la hiciste?— Sin dejar de mandar morfina a sus sentidos, lamió su cuello, haciendo que pequeños desmayos se generaran en su piel ante tal acto.

—Hace dos años...—

—Oh...— Elevando su rostro, la obligó a mirarlo a los ojos. —Veo que no perdiste el tiempo luego de que me marché—

Una leve sensación de cólera brotó de sus venas al oírlo hablar así. El único hombre al que se había entregado en su vida ahora dudaba de su moralidad, aquello era algo que no podría permitir. —Lo mismo puedo decir de ti, con lo que hiciste con Amelia...—

—Espera, espera— Sin previo aviso, él se levantó, permitiéndole cerrar su camisa y resguardar su pudor. —No sé lo que te habrán dicho de esa noche, pero creo que es hora de que escuches mi versión—

Aquello era algo que la sorprendió, por un momento la curiosidad la invadió. Amelia no había mencionado mucho de aquel fatídico hecho, ella se merecía saber lo que en realidad pasó. —Te escucho—

Poniéndose de espaldas en el lado contrario de la cama, Lucas habló con su voz desgarrada, se notaba que aquello era algo que aún le causaba dolor. —Cuando tu amiga llegó empezó a cuestionarme sobre María y porqué la había tocado—

—¿E... Eso también fue verdad?—

—Mónica, tú me conoces. Llegó con una cortada en la pierna, debía pedirle que se quite el pantalón para poder suturarla como era debido. Ella malentendió todo...—

Con su boca abierta debido a la impresión, Mónica nuevamente cuestionó. —¿Luego qué pasó?—

—Amelia llegó gritando, insultándome por tocar a una chica... Luego cambió— Un suspiro audible salió de su boca, se notaba la tristeza que arrastraba con cada una de sus palabras. —Amelia me increpó por jamás haberme fijado en ella. Por no haberla buscado o intentar algo, ella quería que yo te faltara al respeto fornicándomela. Tú la conociste mejor que yo... Ya sabes cómo era, "La más bonita", "La con más dinero", "La talentosa". No podía creer que había preferido meterme con alguien como tú que con ella... Creo que lastimó su ego.—

Sin poder creer todo lo escuchaba, las dudas siguieron apareciendo. —Pe... Pero ¿Por qué la golpeaste? ¡Yo la vi lastimada, debieron hospitalizarla por la paliza que le diste!—

—Intentó manosearme ¿Qué querías que hiciera? Yo no podía dejar que se saliera con la suya... No, Mónica, yo no soy así—

Aquello la hacía dudar. Su amiga, madrina de su hijo y compañera de vida ¿Sería capaz de semejante mentira? ¿Amelia habría querido engañarlas a todas basándose en una mala interpretación de María?— ¿Qué pasó después?—

—Ella empezó a gritar... Parecía que nunca nadie le hubiera dado una lección en su vida, para su suerte, llegó su ángel vengador a salvarla. ¿Cómo se llamaba el cura?—

—Tomás...—

—Ese mismo... Me desfiguró a golpes, fue salvaje, hasta me dejó inconsciente... Todo por decirle que no a la princesa del universo.— Al terminar aquella oración, Lucas volteó a mirarla. —Luego me inventaron una causa, casi pierdo mi matrícula ¡Me querían quitar mi vida, prácticamente! ¿Puedes imaginar cómo me sentía?—

—No... No puedo imaginarlo—

—Ahora que ya sabes la verdad, me gustaría que seas sincera conmigo. ¿Aún quieres estar aquí? Puedo llevarte a tu auto y nunca más volver a verte, pero necesito que me creas...—

Tanta información era una puñalada al corazón, no sabía en que creer. Pero, comprendiendo que el tiempo pasaría y que la oportunidad no volvería, dejó que sus necesidades la guiasen. —Ven aquí y apaga la luz—

... ... ...

Agitado producto de lo rápido que corría, sentía el piso como si estuviera construido de algodón. No le importaba lastimarse en aquel veloz recorrido ni mucho menos de dañarse de manera inimaginable en ese fatídico evento, solo quería protegerla.

Al llegar, notó los cristales rotos y el interior de aquel local comercial totalmente desbaratado. Sin cautela, entró por el gran hueco que se había formado entre los vidrios. Los escaparates estaban colapsados y todos los productos textiles alfombraban el piso, aquello solo sembraba en su mente incertidumbres. En silencio, recorrió la pequeña galería, intentando descubrir si alguien más estaba albergado dentro de esos muros. Al notar que solamente él estaba allí, buscó en las paredes el interruptor de la luz, en un instante el lugar quedó iluminado.

Prestó una meticulosa atención a cada uno de los detalles; Había estantes vacíos que seguramente antes estaban ocupados por productos, la caja registradora estaba abierta y completamente despojada de su dinero. Pero lo que más le llamó la atención fue la gran mancha de sangre que marcaba las blanquecinas cerámicas del piso, quien había entrado allí, sin duda alguna, se había lastimado con uno de los pedazos sueltos de cristal.

Del criminal no había rastro alguno, una parte suya volvió a la vida cuando supo que no debería prestarse a la batalla. Tomando un necesitado respiro, calmó su corazón atormentado por el corto tramo que había corrido. Con su mente ya aclarada, un ruido llamó su atención, un débil llanto se oía. Allí lo recordó, debía encontrarla y protegerla, velar por su bienestar y por la del niño que la acompañaba.

Notando las escaleras, empezó a ascender uno a uno los peldaños con sigilo. Notó en las escalinatas minúsculas manchas carmesíes posicionadas, alguien también había pasado por allí. Cuando llegó a la puerta que le permitía el paso a el interior de la residencia, respiró profundo encomendándose a todos los santos. Podría haber una catástrofe allí dentro, aquello lo aterrorizaba.

En silencio, abrió el portal, para luego respirar aliviado. Seguramente el vándalo, preso de miedo, había decidido no irrumpir en la vivienda al no notar a sencilla vista algo valioso. Arrastrando los pies para no hacer ningún ruido, comenzó a revisar una a una las habitaciones del pequeño piso. Notó la cuna vacía a un lado de la cama, Amelia al igual que él pequeño niño seguía ausentes en el cuadro.

Recordando sus palabras, comprendió que debería estar encerrada en el cuarto de baño. No quería asustarla haciendo algún fuerte ruido que incomodara a su seguramente quebrado espíritu o perturbara al bebé.

El llanto continuaba y lo direccionaba a su origen, esperando no encontrar una estampa desgarradora, empezó a rezar en su cabeza porque todo solamente fuera un desafortunado susto. Enfrentado a el portal, suspiró una última vez para luego abrirlo.

Aquello lo cegó completamente, el doloroso ardor comenzaba a atacarlo, sin saber que había sucedido por reflejo llevó sus manos a su propio rostro. Lo sintió empapado de aquella sustancia viscosa que ahora lo torturaba.

—¡Tomás! ¡Por Dios, discúlpame! — Dentro de todo su sufrimiento sintió su voz, poco a poco la calma retornaba. Escuchó un objeto metálico caer al piso mientras que ella lo guiaba con su mano. No veía a pesar de luchar por mantener sus ojos abiertos, el escozor continuaba y por momentos parecía incrementar.

—Ven, agáchate— Amelia hablaba en un tono nervioso mientras que tocaba su espalda. Pronto sintió el sonido del agua del lavamanos caer. Su rostro fue mojado y sus ojos refregados con esmero. —No los abras, ya pasará. Discúlpame, discúlpame—

Sin entender lo que había sucedido, cuestionó. —¿Qué pasó?—

El bebé aumentaba su llanto mientras que Amelia intentaba continuamente calmar el dolor que atacaba a sus ojos. —Yo no sabía que eras tú, te rocié con gas pimienta. Discúlpame, por favor—

—Lo im... Importante es que tú estás bien— sintiendo nuevamente la aflicción atacarlo, intentó abrir los ojos en vano. —Dios, como arde—

—Lo sé, lo sé. Discúlpame— Sentía el arrepentimiento en su voz mientras que ella suavemente lo empujaba a bajar aún más su cabeza. —Acércate más, por favor— Sus manos continuamente intentaban enjugar su rostro, pero aquello no lograba que la sensación se detuviera.

Aún ciego, cuestionó. —¿El bebé está bien?—

—Sí, solamente muy asustado... Igual que yo—

—Tranquila, yo... Yo ya estoy aquí—

Desde la calle, el sonido de las sirenas aproximándose se hacía escuchar. Amelia al notarlo volvió a hablar. —Tomás, yo llamé a la policía...—

—Hi... Hiciste bien, llévate al bebé y habla con ellos, yo saldré en unos momentos—

—Sí, eso haré—Tocando su espalda por última vez, Amelia emprendió su retirada cargando al bebé, quien envuelto en una gran toalla había sido dejado dentro de la bañera vacía. —Gracias por todo, de verdad...—

Cuando la puerta anuncio que ella se había marchado supo que ya debía dejar de fingir, apretó su frente y ahora no ocultaba su mueca de dolor. Aún la pimienta le escocía mientras que poco a poco recuperaba su visión, las siluetas estaban borrosas y el ardor continuaba, aquello era una de las peores sensaciones que había padecido en su vida.

Las voces empezaron a sonar detrás de la puerta, pudo intuir por los diferentes timbres que dos cadetes habían llegado. Amelia gritaba y se alzaba en agudos furiosa, exclamaba a los aires la falta de seguridad de la zona y como ésta misma parecía estar liberada de la ley. Los nombres en conjunto con los datos fueron dichos, la heredera solamente pedía continuamente que se haga la investigación correspondiente.

Entre los furibundos alaridos de la mujer que amaba podía escuchar continuamente el nombre que ella mencionaba "Augusto Santana". Quizás su presencia ya había cumplido su objetivo, él ya la había salvado, ahora lo que realmente Amelia necesitaba era a su prometido. Por un momento se sintió devastado, ardido ante la pimienta y con el corazón ennegrecido ante esa ofensa a sus sentimientos.

Con la visión aún nublada y con la dura realidad quemándole la cara, salió del cuarto de baño. Los uniformados sonrieron entre borrosos destellos al notarlo.

—Así que usted es el héroe— Pronunció uno de los hombres que sostenía un acta y continuamente escribía en ella con ayuda de un bolígrafo.

—Solo hice lo que era necesario, oficial—

—Necesitaré sus datos y que me relate todo lo que usted observó—

El tiempo pasó y los policías hicieron su trabajo, tomando fotos a todo el embrollo que el malhechor había dejado, cerraron el acontecimiento, caratulándolo como un intento de robo. Uno de los uniformados se marchó unos momentos mientras que su compañero seguía cuestionando continuamente a la heredera. Poco a poco su vista se aclaraba y podía notar como Amelia realmente se mostraba, aún temblante y con su vista enrojecida, ella intentaba dar lo mejor de sí misma.

Pronto el cadete ausente regresó, no le hizo falta notarlo en detalle para saber a quién traía consigo, su tono de voz reveló la identidad de su acompañante. —¡Vonnie! ¿Estás bien? ¿Qué sucedió?—

—Luego hablaré contigo, Augusto. Te llamé porque necesito que me ayudes con Tomás—

—¿Qué le sucedió?— Podía sentirse observado, a pesar de que por completo su visión no haya retornado, presentía que el peso de los ojos de aquel doctor estaba encima suyo.

—Luego te diré...—

—Muy bien, señorita.— Uno de los oficiales había hablado mientras que llenaba los últimos renglones de su acta. —Ahora que ya está acompañada, podrá descansar. Nosotros volveremos en la mañana para concluir los peritajes, le sugerimos que no toque nada.—

Volteando la cabeza para observar a aquellos uniformados, Augusto cuestionó. —Pero ¿Podemos tapar el hueco del cristal?—

—Solo intenten no mover demasiado las cosas, eso sería un poco contraproducente—

Amelia, en un ligero arranque de cólera propio de su estado nervioso, juntó coraje en sus venas haciendo que su propio corazón ardiera, no podía creer lo que escuchaba. —¿Contraproducente? A usted, oficial altamente calificado del área rural, ¿No le parece peor dejar libre a un criminal hasta mañana?— Con ponzoña en sus labios y rabia albergada en su boca, ella concluyó.

—Señora Von Brooke, usted debería entenderlo, no hay mucho que se pueda hacer.—

—¡Pero esto es un pueblo de doscientos habitantes! ¡Debe haber algo que se pueda hacer!—

Acercándose a ella, Augusto tocó su hombro. —Vonnie, deja que la policía haga su trabajo, tranquilízate—

Suspirando audiblemente, Amelia solo se alejó unos prudentes pasos de aquella invasión a su espacio. —En ese caso, parece que ellos ya terminaron con su labor. ¿Podrías acompañarlos a la puerta?—

—Si... No hay problema—

Ambos uniformados hicieron una leve despedida con un frío movimiento de cabeza antes de marcharse. Lo podía notar en su voz, Amelia no estaba bien y aquello se resaltaba en cada agudo que producía su garganta. El dolor continuaba y la ceguera prevalecía entre pálidos reflejos nublosos que podía llegar a distinguir, guiado por las siluetas, corrió una de las sillas que se encontraban a un costado de la mesa y se sentó en ella.

—Tomás... Yo...—

—No fue tu culpa, Ami... Solo te defendiste, pero te pido por favor que te calmes— Elevando al cielo su rostro ardido y pestañeando continuas veces, Tomás habló.

—Es que quizás tu no le entiendas, pero estas clases de cosas me asustan muchísimo. No tienes idea de lo que provoca en la gente la avaricia...—

—Pe... Pero mira el lado bueno, Ami. Cumpliste con tu palabra.—

—¿Con qué cumplí?—

Elevando su mano al aire, intentando que ella la agarrase, Tomás respondió. —Prometiste que si me volvía a acercar a ti me rociarías con gas pimienta—

Una débil risa salió de ella, nuevamente su ánimo regresaba y eso daba al ambiente una suave lumbre de esperanza. Tomó su mano y con cariño la apretó. —Tonto...—

—Muy bien, ya se marcharon— Augusto había retornado, por unos momentos se quedó contemplando la estampa de su prometida agarrando la mano de aquel antiguo amor que con sinceridad le había confesado. Mirándola unos momentos, ella volteó su cabeza, quitándole el brillo de sus ojos y redirigiéndolos ante ese sacerdote. —Ahora ¿Qué le pasó?—

—Yo.. Yo te responderé— Soltando con delicadeza la mano de su ángel, Tomás habló. —Amelia me llamó asustada, vine en cuanto pude, pero... Yo fui el que obró mal, no me anuncié como era debido, ella se defendió usando el gas pimienta.—

Augusto con el ceño fruncido se acercó a él, colocando toda su atención en el rostro enrojecido de su amigo y en sus ojos que ahora permanecían cerrados. Con calma, tocó sus mejillas, las cuales tenían la temperatura elevada debido al escozor. —Del uno al diez. ¿Cuánto duele?—

—Diez...—

—En ese caso, debemos actuar rápido— Soltando el rostro de su compañero, Augusto miró a su prometida. —Vonnie, necesitaré leche y unas toallas limpias—

—Si, por supuesto— Ella apurada salió direccionada al cuarto de baño, notando su ausencia, Augusto continuó examinando a Tomás. —Sé que te duele, pero necesito que abras los ojos—

Como pudo, Tomás realizó aquello que le pedían, arrugando su frente debido al fuerte ardor que atacaba su mirada.

—Bien, dime ¿Cuántos dedos ves?—

—Yo... Veo todo nubloso, apenas puedo distinguirte—

—Maldición— murmuró Augusto nuevamente examinando sus mejillas. —Ciérralos—

Al hacerlo, Tomás solo sentía nuevamente los tactos del doctor obligándolo a voltear continuamente su cara en diferentes ángulos. —Gracias por haber venido...—

—No tienes que agradecérmelo, solo hice lo que consideré correcto—

Golpeando su hombro, aquella sensata muestra de cariño fue suficiente para quitar alguna duda absurda de posesividad.

Apurada, Amelia llegó cargando consigo todo lo que había solicitado. —Aquí tengo las toallas y la leche, pero es para bebé. ¿Eso importa?—

—No, para nada, pero necesitaré que me ayudes, Vonnie—

—Sí, solo dime lo que tengo que hacer—

Interrumpiendo, Tomás se hizo notar. —No hace falta, de verdad—

—Cállate Tomás, claro que hace falta— Con una ligera reprimenda, Augusto nuevamente comandaba la situación. —Necesito que empapes las toallas en leche y que las sostengas sobre su rostro—

Escuchándolo, Amelia hizo aquello que le ordenaba con gran apuro. No le molestó ensuciar el piso en aquel acto, aun sintiéndose culpable por lo que había provocado corrió hasta Tomás a ponerle aquella improvisada compresa.

El frescor lo sorprendió y en conjunto con ello un poco de calma retornó a su piel. Amelia sostenía la toalla pegada a su rostro mientras que se cercioraba continuamente que ésta no le impidiese la respiración. Suspirando ante el alivio, Tomás habló. —Muchas gracias—

—No agradezcas tanto, Tomás. Ahora viene lo peor— Mencionó Augusto desde la cocina, rellenando una plástica botella con agua y una pequeña porción de detergente para luego retornar a su lado. — Haremos lo siguiente, yo le echaré un poco y tú lo frotarás ¿Si?—

—Si...—

Sintiéndose acorralado por ambos lados, Tomás tragó saliva, aquello parecía aún no acabar. —No... No deberían preocuparse—

Por un acto instintivo, Augusto le lanzó un pequeño golpe a su cabeza, continuando con sus indicaciones. —Deberemos cambiar las toallas si queremos quitarle toda la pimienta—

—Muy bien, cuando tú quieras—

La labor comenzó en conjunto, la sustancia era derramada sobre su rostro y limpiada a los pocos segundos. Con esmero aquella pareja intentaba aliviarlo, poco a poco su esfuerzo surtía efecto mientras que entre ellos dos una ligera charla se formaba.

—Vonnie ¿Y Mateo?—

—Durmiendo en su cuna—

—Debe haber sido una situación espantosa— Derramando un poco más de aquella mezcla en el rostro de su amigo, Augusto continuó hablando. —¿Por qué no me llamaste?—

—Te llamé primero a ti dos veces, idiota. Es una suerte que Mónica tenga anotado todos los teléfonos de la zona—

—¿De verdad me llamaste? Yo no lo escuché, pero ahora todo está bien, tranquila—

—¿Quieres qué esté tranquila? Pudieron secuestrarme, pudieron lastimarme. ¿CÓMO MIERDA QUIERES QUE ESTÉ TRANQUILA?—

—Amelia, esto no es la ciudad, aquí nadie secuestra a las personas—

—SEGURAMENTE YO SOY ADIVINA COMO PARA SABER ESO, JÓDETE BARCELONA—

—OH, ENTONCES ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA? ¿QUÉ TE PONGA SEGURIDAD PRIVADA Y CUSTODIA?—

—NO IDIOTA, PODRÍAS HABER VENIDO, HABERME CUIDADO. CLARO, PARA ESO YA NO SOY TU PROMETIDA, PERO PARA AYUDAR A LA BRUJA DE TU MADRE CON LAS FIESTAS SI LO SOY—

—¡OYE, NO TE METAS CON MAMÁ!—

Amelia quien ahora frotaba con fuerza su rostro, no tardó en responder. —OH... ¿QUÉ NO ME META CON ESA ARPÍA? SI TU SABES BIEN QUE ELLA NO ME SOPORTA—

Sintiendo una gran incomodidad por aquella situación que se desplegaba a su lado, Tomás intentó poner paños fríos al asunto. —Po... Por favor no peleen, Amelia... No deberías hablar así de su madre—

—VES, TOMÁS ESTÁ DE MI LADO—

—ENTONCES PÍDELE A TOMÁS QUE SEA TU PROMETIDA, HOMBRE DE PLÁSTICO—

—¿QUÉ MÁS QUIERES RECRIMINARME, AMELIA? ¡DISCULPAME POR NO HABERTE VENIDO A SALVAR DE LOS GRANDES DRAGONES, PRINCESA!—

Cansado de aquello y ya con su estado mejorado, Tomás se levantó de la silla dejando a aquella pareja sorprendida. —¿Podrían parar? No es momento de ofenderse entre ustedes ni mucho menos de alzar la voz— Ante sus palabras, ambos enmudecieron. —Amelia, deberías pedirle disculpas por lo que le dijiste y tú también Augusto, entiéndela, está nerviosa...—

—¿Qué te piensas que eres mi padre para darme ordenes, Valencia?—

—¡Si! Alguna vez fui como un padre para ti, Amelia... Deberías calmarte, ya todo lo malo pasó—

—Es verdad, Vonnie. Debes tranquilizarte, hasta Tomás se da cuenta de que estás histérica—

Entendiendo que aquella batalla podría durar cien años si era necesario, Tomás no tardó en reprimir también al joven doctor. —¡Y tú también, Augusto! Te estás comportando como un niño, ambos son niños, no puedo entender como hacen para no arrancarse los ojos entre sí—

Apenados, ambos bajaron la cabeza. Un golpe de dura madurez había venido hacia ellos a causa de ese hombre que aún luchaba por parpadear.

Amelia, ahora suspirando y entendiendo que el pánico no deberías mutar en odio, fue la primera en hablar. —¿Ya te sientes mejor?—

—Si... Ya pasó lo peor, gracias por preguntar—

—Necesitará ropa nueva, ¿tienes algo de su talla, Vonnie?— Interrumpiendo, cuestionó Augusto.

—En el deposito tengo algunas cosas que podrían quedarle, iré por ellas—

Tomás no quería causar otra molestia, intentó que ese acto no fuera requerido. —No hace falta, estoy bien.—

—Tonterías, tienes toda la ropa llena de pimienta, será lo mejor que te cambies y luego tires ese pijama a la basura— Augusto había hablado, obligándolo a mirar su propia ropa la cual tenía una significativa mancha de color amarillento. —Si quieres, me vendría bien una mano para limpiar esto y tapiar la vidriera—

—No hay problema...—

Amelia se había empezado a alejar en búsqueda de las prendas, no sin antes hablar. —Pueden taparlo con el escaparate, luego revisaré todo lo que se llevaron—

Sorprendido ante las palabras de su prometida, alzó la voz para que ella lo escuchara desde el deposito. —Puedes hacerlo mañana a eso, Vonnie—

—No, quiero hacerlo ahora, de paso necesito tranquilizarme...—

... ... ...

Con aquella ropa nueva aún pegada a su cuerpo, se movía continuamente en la cama, le costaba trabajo pensar en todo aquello que había acontecido. Con la mirada perdida en el cielo raso y con su mano acariciando continuamente a su gata, Tomás tenía miedo.

Las diversas incógnitas de lo que podía estar pensando Amelia aparecían. ¿ella tendría miedo? ¿Su valentía se habría marchado en esa fatídica noche? Los temores aparecían y la duda sembrada en su cabeza comenzaba a florecer.

Pensó en ella, una y otra vez, mientras que giraba continuamente en su cama. Buscaba respuestas entre las penumbras y clamaba a dios por serenidad. Amelia no podría estar bien en soledad, o mucho menos en la compañía de aquellos demonios que continuamente intentaban corromperla. Sintiendo un gran impulso por cambiar el curso de aquella noche, hizo crecer una semilla de coraje en su pecho.

Sin preocuparse mucho por su aspecto, se levantó a colocarse sus zapatos, su gata lo miró curiosa mientras que intentaba descifrar los actos de su dueño. Mientras que terminaba de abrochar cada uno de los ojales de su pantalón pensaba con la agitación de una mariposa. ¿Qué le diría? ¿Qué excusa tendría? ¿Seguiría molesta? Las inseguridades nuevamente lo corrompieron e intentaron hacerlo doblegar, Ángela se refregó en su pierna continuamente intentando brindarle seguridad.

No podía caer con las manos vacías solo cargando consigo palabras de dulces deseos. Pensó unos momentos en la intranquila mente de su amante y empezó a formular hipótesis de todo aquello que a veces, con una calidad de somnífero, la entumía. De repente, lo recordó, apurado abrió su propia mesa de luz y revolvió en ella solo para encontrar el objeto de su búsqueda.

Allí se encontraba una cajetilla de cigarros con apenas dos cilindros ausentes, eso sería una buena ofrenda de paz que ella sabría apreciar. Guardándolo dentro del bolsillo de su nueva sudadera, subió el cierre de la misma, para luego empezar su partida. De su pie, algo jaló, Ángela lo mordisqueaba suavemente y allí fue cuando la lástima apareció. La había dejado sola mucho tiempo y sabía que aquello no era bueno, levantó a la pequeña gata unos momentos y en su pecho la acobijó.

—¿Qué dices si te llevo con Amelia? ¿Me ayudarías a levantarle el ánimo?— Seguía acariciándola mientras que continuamente rascaba su cabeza. —Sé que ella te cae bien, es como tu mamá, hasta podría darte algo delicioso de comer. ¿Qué dices?— Tomás por un momento se sintió apenado de su propia estupidez, a veces se sorprendía a sí mismo hablándole a algo que jamás le respondería. Entendiendo que no tenía otra opción, metió a su mascota dentro de su sudadera y con ayuda de sus manos sostuvo su casi nulo peso.

Salió de la iglesia, teniendo la precaución de echarle llave. Observó la noche y comprendió que solo su alma habitaba aquellas calles, con cautela comenzó a caminar atravesando la plaza principal y notando el perfume del viejo rosedal. Angela no se movía y supuso que se había quedado dormida nuevamente, la serenidad debía ser compartida con su ángel de alas partidas.

Cuando llegó a estar enfrentado ante el local, se quedó unos momentos notando la precaria reparación que Augusto y él habían hecho. La parte trasera del gran armazón de madera ahora era el encargado de rellenar aquel hueco, caminó hasta la puerta y suspiró repetidas veces repasando su repertorio. "Hola, Amelia. Solo quería hacerte compañía, no estás sola"

Cuando tomó el coraje necesario para golpear la puerta, algo tocó su hombro. Asustado, volteó rápidamente a enfrentar al responsable de aquel tacto, pero ese ser anónimo parecía petrificado.

—¿Augusto?—

—Tomás, gracias a Dios eres tu— Suspirando, el doctor intentaba calmar su atolondrado corazón. — Por unos momentos pensaba que eras el ladrón— Sosegando su nerviosismo y logrando que la sangre de nuevo circulara, Augusto cuestionó. —¿Tú también te sentiste mal?—

—¿Mal? ¿Por qué?—

—Por haberla dejado sola... No sé tú, pero yo quiero disculparme—

—Ah... Si, solo quería saber cómo estaba— Sintiéndose un invasivo y ocultando la punzada que la culpa le brindaba, suspiró. —Pero veo que tú ya estás aquí, seguramente tienes mucho que hablar con ella en privado. Que tengas buenas noches, Augusto.— Intentando voltear para emprender su retirada con el alma destrozada, Tomás sentía el crujido de los cristales de su corazón.

—Espera, no seas idiota, mira lo que traje.— El doctor elevó sus manos revelando los dos atado de latas metálicas que cargaba en ambos brazos. —Ven, tomemos unas cervezas—

—No... No creo que Amelia le agrade—

—¡Tonterías! Mira, sigue con la luz encendida. Además, Vonnie ama la cerveza—

—De verdad, no lo creo correcto—

—¿Me harás que te ruegue, Tomás? Amelia ama la cerveza... Vamos, la pasaremos bien—

-.-.-.-.-.-.-.-.- 

Buenaaaaas

¿Cómo están, hermosas pecadoras?

¿Todo tranquilo?

Nuevamente aquí les traigo el capítulo, me he prometido a mí misma actualizar 3 veces a la semana como es debido.

Ya saben lo que siempre les digo, utilicen las etiquetas, por favor.

En otras noticias: Con ayuda de Nel2223 (Mi amado esposo) Estoy haciendo el comics de las partes más graciosas del capítulo, ahora mismo iré a subirlo.

Pueden encontrarlo en mí FB:  "Ann con teclado"

Sin otra cosa más que decir, los amo.


A quien ya le chupa un huevo los Wattys:

Angie

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