26: "Propuesta"
Atravesando los senderos y elevando sus pies ante la repentina aparición de algún charco, ambos se prestaban a dejar que sus respiraciones se agitaran. El recorrido era el habitual al que antes ambos se habían acostumbrado, pero la tensión que las situaciones vividas anteriormente habían creado ahora atestaban sus cabezas.
Corriendo y esquivando aquellas ramas bajas que podían chocar contra su cabeza, Tomás sentía como su corazón explotaría en un festín de cansancio, sintiéndose viejo y quizás hasta ya oxidado, se detuvo. —Continua sin mí—
Augusto se detuvo al ver a su compañero de marcha quedarse estático, también dándose un merecido tiempo para recobrar el aire, caminó a su lado. —¡Vamos! No me digas que la edad te está pasando factura—
—No... No es eso, es solo que...— con la voz entrecortada y elevando su pecho producto de sus respiraciones agitadas, tomó conciencia. —Bueno, puede ser que los años no hayan venido solos—
Abriendo su mochila, Augusto se sentó en una de las grandes piedras que bordeaban el camino, sacando de su interior una botella de agua se dispuso a beber diminutos tragos para luego pasársela a su amigo.
Tomás no tardó en consumir gran parte del contenido cristalino, para luego volcarlo en su cabeza, aquella mañana calurosa le estaba cobrando factura al igual que los golpes de su infancia que de manera sagaz comenzaba a escocer con sus molestias.
—Pensaba no decírtelo, pero te veo más delgado. ¿Algo te sucede?—
Sintiéndose observado, analizó su propio cuerpo, en el no veía cambios. Pero, aceptando sus repentinas mudas de dietas, Tomás le dio la razón. —Me he saltado algunas comidas, puede ser por eso—
—¿Debido a qué? Si no te conociera diría que has pasado por un cuadro nervioso o algo similar...— Levantando una ceja con suspicacia, Augusto sembró un poco del rencor que a veces lo atacaba.
—Digamos que estos días han sido un poco agitados...— Sin haber leído entre líneas sus oraciones, Tomás continuó hablando, sentía la culpa de haber corrompido su amistad con los deseos carnales. Luchaba contra sus demonios, priorizando el disfrute del momento. —Creo que ya es hora de que regresemos—
Entendiendo aquello como una directiva, Augusto se puso de pie, levantándose de la roca. Apuntando con sus ojos al camino de retorno, esperó que su compañero se dispusiera a acompañarlo. Pronto ambos estaban caminando, uno al lado del otro, sintiendo como el sol empezaba a cobrar fuerzas y a penetrar por las nubes rotas de una tormenta venidera.
Intentando cortar con el denso silencio, Tomás habló. —Oye... ¿Tú cómo estás?—
—Yo... Excelente— Mintiendo, Augusto necesitó sacar un poco del veneno que llevaba a dentro. Fantaseando empezó a formular mentiras, las cuales eran atentamente oídas por su compañero. —Sé que no es correcto que te diga esto, pero todo ha vuelto a funcionar. No tengo nadie para hablar esto, espero que no te moleste.—
Curioso, Tomás pensó en donde aquellas palabras podían conducirlo. Cuestionando, respondió. —No, claro que no me molesta. ¿Qué sucedió?—
Con una sonrisa en los labios, Augusto nuevamente hablaba mientras que el sol se reflejaba en su cabello rubio. —Anoche, cuando volví del trabajo, Vonnie estaba dentro de la bañera. Ya sabes, hermosa como siempre, con sus largas piernas y ese par de pechos perfectos. Me sonrió desde el agua y bueno... Todo volvió a su normalidad. Hicimos el amor cuatro veces, antes de venir a aquí nuevamente se repitió.—
La imagen mental era desagradable y un repentino caso de celos ahora trepaba por sus venas e incubaba en su cerebro. Imaginarla a ella, susurrando palabras de amor a su oído y disponiendo su cuerpo para el disfrute de los sentidos era un cancerígeno potente. ¿Amelia sería capaz de acostarse con dos hombres distintos un mismo día? Dudo unos momentos en aquella interrogante. Quizás el cadáver corrupto de su adolescencia si fuera capaz de tan vil acto, pero la mujer que ahora se mostraba altiva y elegante era capaz de engañar al corazón y la razón si se lo proponía en uno de sus caprichos. Suspirando, entendió que debería responder si no quería levantar sospechas. —Oh... Me alegro por ti—
—No te puedes imaginar lo bien que se siente, tu prometida, tu casa, su calor... Y luego contárselo a tu amigo. Hoy es un día perfecto—
—Sí, demasiado perfecto diría yo— La cólera emanaba y una infantil sensación de posesividad brotaba. No quería continuar aquella charla.
—Además, hizo algo que me encanta. Se puso crema batida encima, no te das una idea de cómo eso me hace perder la cordura...— Sonriendo, Augusto echaba sal en cualquier herida que estuviese abierta, a pesar de que sus sentimientos sean buenos una pisca de crueldad se colaba por su cerebro. —Sé que no debería preguntarle esto a un cura, pero la duda me gana. ¿Cuál es tu fantasía, Tomás?—
—Yo... Yo de verdad no creo tener ninguna, tampoco veo correcto a el hecho de decírtelo— Mirando el suelo y evitando que sus ojos se prendieran fuego, Tomás respondió.
—¡Oh, vamos! ¡Todos tenemos alguna! Somos prácticamente familia, puedes confiar en mí—
—De verdad, Augusto. No me siento cómodo hablando sobre ese tema—
Sonriendo con un gesto algo gamberro, Augusto supo cómo liberar la mente de su compañero sembrando en él un poco de malicia. —No me digas que fantaseas estar con otro hombre, ya sabes... Noche de chicos— Concluyendo con su plan, vio en el rostro pasmado de su amigo la respuesta.—
—¡No! ¿Yo? ¿De verdad piensas eso de mí?— Tomando aquella frase como un ataque, Tomás recordó algunas actitudes temerarias de su pasado. Por primera vez en años, dejó que el viejo fantasma de la cizaña que Amelia le había enseñado a usar, renaciera. —Pero ya que insistes, te lo diré... Mi mayor fantasía es encontrar una ama de casa, de esas que se casaron muy jóvenes, olvidadas por sus maridos y solas. Hacerle el amor tiernamente, susurrándole todas esas cosas que su esposo ya no le dice, hacerlo mientras que él está trabajando— Sintiéndose por unos instantes mejor y próximamente devastado, notó como la cara de su amigo se ensombrecía ante una mueca de dolor, se había pasado de la raya.
Guardando silencio y comprendiendo su mal obrar, siguió caminando. Los minutos corrieron con anormal calma, mientras que el recorrido parecía ser eterno. Incomodado por la ausencia de palabras y con su verdad oprimiéndole el pecho, Augusto habló— Quiero decirte algo...—
—Te escucho—
Suspirando al viento y dejando que la brisa se llevara sus intenciones dañinas, habló con la verdad. —Amelia me contó todo, lo suyo, sus momentos... Me habló de ti y el pasado que ambos comparten—
Cerrando los ojos y apretando los parpados, quiso despertar de aquella pesadilla, pero Tomás lo sabía, aquello era un hecho real que debía enfrentar. Colocando sus manos en los bolsillos y sin despegar la mirada del piso, cuestionó. —¿Qué... Qué opinas de eso?—
—Es gracioso, antes de conocerte ya sabía de ti...— Notando la incomodidad del sacerdote, Augusto dejó que un poco de su historia con la heredera saliera a la luz. —Cuando conocí a Vonnie, ella no quería ni nombrarte, parecía superada y hasta quizás con la calidad irrompible de un diamante. Hasta que un día, sin previo aviso, se quebró. Me contó todo lo que sentía hacia ti... Ese odio mezclado con anhelo, la necesidad que tenía de buscarte para atropellarte y luego besar tus restos... Ya sabes cómo es, la conoces... —
Entregándose a su sinceridad, Tomás trajo a su mente todo el pasado que aquella mujer traía al presente. —Si... La conozco...—
—Nunca me dijo tu nombre, o como eras... Ni mucho menos cual era tu oficio. Pero, entre lágrimas me confesó lo duro que había sido intentar vivir después de ti. Si no fuera por tu existencia, Tomás... Yo no la hubiera conocido—
—E... Entiendo—
—Solo quiero que sepas algo, Amelia... Mi Vonnie, ya no es lo mismo que alguna vez fue. Intenté en el poco tiempo que la conozco en darle la vida que una mujer como ella se merece. No pienses que estoy marcando mi territorio o algo así, pero tienes que entenderlo, mi gatita no es tu ángel—
Aquello era ponzoña, entumiendo sus labios y dejando que su sangre hablase. —¿Qué pasaría si aún lo fuera?—
Entre palabras con poco hilo y suspiros arrebatados, Augusto tomó una necesaria bocanada de aire. —Si llegara a ser así, pediría que por favor no lo dijeras. Eres mi amigo, mi colega, antes de que ella apareciera yo ya te quería. No la menciones, ella ya no es una niña de colegio de la cual aprovecharse... Amelia es más peligrosa que tú y yo juntos, no quiero que la historia se repita... Espero que entiendas eso—
—¿Qué la historia se repita? No entiendo—
Deteniéndose unos momentos, Augusto lo obligó a mirarlo, interponiéndose en el camino. —Ella se abrió las venas con un pedazo de espejo en el baño de un antro, Tomás... Creo que no quieres que eso vuelva a suceder—
Entristeciéndose ante tan desgarrador cuadro, sintió su piel colapsar en los lugares milimétricos donde Amelia antes había besado. —No... Claro que no sucederá.—
—Y en cuanto a su pasado, el pasado es solo eso... Pasado, no quiero que te sientas incomodo en su presencia. Yo no tengo nada que reclamarte— Golpeando su hombro, Augusto dio por finalizado su discurso, volviendo a mover sus pies encaminándose al pueblo.
... ... ...
—Bueno, aquí nos separamos. Te veré en la iglesia luego, gracias por la caminata— Tomás, aún cohibido por la información suministrada, sentía su pecho arder a causa de la nostalgia y el miedo al mañana.
—Espera, ven a casa. Quiero darte algo— Respondió Augusto, comenzando a dirigirse a su vivienda.
—No... No lo creo, mejor en otro momento— Tomás sintió la culpa, no quería verla en presencia de ese hombre que tantas sensaciones ambiguas le causaba.
—Vamos, será solo unos momentos. Insisto—
Comprendiendo que el doctor no aceptaría un no como respuesta, tuvo que ceder ante la presión. —Está bien, pero solo unos momentos—
Dirigidos a el hogar de aquella pareja, ambos atravesaron la acera, haciendo que su llegada sea inmediata. Metiendo la llave en la cerradura, Augusto volteó unos momentos para hablarle a su compañero. —Tranquilo, Amelia no está. Ya debe estar en el local— Permitiéndole el acceso a la vivienda, abrió el portal.
En el instante en que entró, lo supo, Amelia estaba allí sin la necesidad de habitar su cuerpo. La canilla mal cerrada y los cojines apelmazados en un solo lado del sofá, anunciaban el bello desastre que ella causaba. El aroma a flores lo llenaba, lirios en grandes jarrones de agua ahora la mostraban sublime entre sus sentidos, podía suspirar y a la vez gritar su nombre al viento, reclamándola a su lado, pero no lo hizo.
Augusto se adelantó, empezando a revolver entre los cajones de un esquinero con esmero, al no encontrar lo que con tanto empeño buscaba, sentenció. —Saca lo que quieras del refrigerador, ahora mismo vuelvo—
—Si... Claro— Intentando que la culpa no le ganara, respondió con escasas palabras.
Conociendo a la perfección aquella morada que el mismo había ayudado a ensamblar, se dirigió a la sala de estar donde normalmente debería estar alguien en su calidad de visita. Con algo de timidez se sentó delante de la mesa de madera y con sus modelas cohibidos por su nerviosismo observó las sintéticas flores blancas que adornaban como joya central la lisa superficie de la mesada.
Entre el silencio de sus pensamientos y el grito de sus lamentos, escuchó a alguien acercarse. Recomponiendo su postura e irguiendo su espalda, esperó a que Augusto retornara a su lado para, de una vez por todas, poder alejarse de esa casa.
Para su desgracia, Augusto no fue el que apareció. Vistiendo un pequeño vestido blanco de seda que simulaba ser un pijama, ella se mostró. Sin percibir su presencia, caminaba despreocupaba con sus pies descalzos, la melena revuelta y una súbita expresión de cansancio que él conocía bien. Ella estaba satisfecha y con una sonrisa de pasión consumada que era visible a leguas, grabada en su cara. Quizás Augusto tenía razón, por fin había logrado con ella lo que hacía tanto tiempo no hacía. Nuevamente las emociones danzaron, no podía enojarse, pero su raciocinio era humano y las melancolías mortales, su ángel ahora también iluminaba a otro pecador.
Dándose el tiempo necesario para verla a contra luz con el amarillento brillo del sol traspasando su ropa, carraspeó su garganta, haciendo que su presencia sea descubierta. —Hola...—
Presa de una breve sorpresa, ella volteó con su rostro desencajado. Tranquilizando su respiración producto de la impresión de verlo allí, habló haciendo que sus palabras tengan la potencia de un susurro. —¿Qué haces aquí?—
—Augusto me invitó... Tienes cara de cansada, ¿Estás bien?— Intentando conocer la verdad de aquello que antes el doctor relataba, dejó que un poco de su duda bailara con la inclemencia de sus celos.
—Sí, estoy bien. Fue una larga noche... En fin. ¿Tu cómo te sientes?—
Notando como ella se acercaba, dejó que un poco de su posesión saliera a flote. Las hormonas se alteraron y el calor aumento, cuando tuvo a Amelia a su lado no aguantó el deseo de besar su mano y dejar que su perfume aún fresco se tatuara en sus mejillas. — Me duele la espalda, pero lo valió...—
Apresurada, ella le arrancó su mano en una sola sacudida. Liberándose de su agarre y abriendo los ojos con la magnificencia de una caricatura, susurró. —¿Estás loco? Augusto está aquí—
—¿Desde cuándo eso te importa?— No podía controlarlo, el ver su rostro solo causaba calamidades. La imaginaba a ella, embelesada ante sus pasiones entregando todo lo que era suyo por derecho a un completo extraño. Poniéndose de pie, quiso buscar su boca, pero el sonido de otros pasos acercándose provocó que Amelia se alejara.
—Listo, las encontré.— Lanzándole a sus manos una diminuta caja, Augusto habló. —Son vitaminas, toma una por día antes de desayunar y pronto estarás teniendo veinte años de nuevo—
Amelia al ver la estampa de aquellos hombres juntos, murmuró. —Es una mierda tener veinte...—
—¡Amor! No sabía que seguías aquí. ¿Qué sucedió?— Mirándola, Augusto caminó hasta su lado y besó su mejilla, para luego tomarla de su cintura.
—Me dormí, estaba cansada.—
Los miró, no podía controlarlo. Aquella necesidad de explotar el mundo y que murieran a su lado nació cuando ese beso fue dado. Tomás solo la contemplaba a ella y podía notar su incomodidad, después de todo sus labios eran suyo por decreto divino, ella era un ángel que debía aún enseñarle a volar.
Las miradas se cruzaron y las palabras sobraron. El silencio cubrió a ese trio al sentirse ser movido desde sus cimientos. Cada uno de ellos supieron que en aquella ecuación alguien sobraba.
—Oigan... No quiero que ustedes dos se miren con tanta incomodidad. Si es por mí, ustedes pueden hablar con tranquilidad. Después de todo nadie aquí es un niño— mencionó Augusto suspirando, la presión crecía y las miradas se cruzaban en continuos vaivenes de ánimos conjugados. —¿Quieren tomar algo?—
—Por mi parte no, muchas gracias—
—Para mí tampoco, Barcelona.—Alejándose, Amelia se apartó de aquel dúo, mostrando una clara inclinación a marcharse.
Notando como su prometida se adentraba a uno de los cuartos, Augusto se sentó unos momentos. Lo notaba en su rosto, Tomás estaba exaltado por alguna extraña razón, seguramente la expresión de desapruebo de su parte se debía a las súbitas carencias de modales que ahora Amelia lucía.
Lo invitó a tomar lugar a su lado, golpeando la silla a su diestra. Pronto su amigo llegó, arrastrando los pies y suspirando durante su recorrido, rompiendo la tensión, Tomás habló de manera pausada. —Gra... Gracias por las pastillas—
—No es nada, debes mantenerte fuerte. Supongo que aquí los inviernos no son para nada agradables y sería una verdadera catástrofe que te pillaran con las defensas bajas—
—Si... Eso creo.—
Mirando por momentos a el sacerdote, Augusto tenía una interrogante que demandaba a salir de su pecho. —¿Qué te dijo, Vonnie?—
—Me preguntó que hacía aquí, creo que no le agrada mi presencia en ésta casa—
—Tonterías, puedes venir cuando tú quieras— Concluyó el doctor.
—Para serte sincero, yo también me siento incomodo— Respondió Tomás, aún con la mirada baja.
Cambiando de asunto, Augusto cuestionó un tema totalmente ajeno a aquella situación. —¿Qué harás en navidad?—
—Su... Supongo que lo mismo de siempre. Armar el nacimiento con los niños del pueblo y luego celebrar los oficios correspondientes—
—No, eso no. Yo me refería a qué haces para festejar—
—Ah... Eso— Avergonzado de su soledad, Tomás respondió la insípida verdad— Solo me quedo en la iglesia—
—Como lo sospechaba— Acercándose más a él, Augusto lanzó un resoplido al aire. —¿Te gustaría pasarla con nosotros? Vendrá mi familia y seguramente algún amigo—
—No... No creo que a Amelia eso le guste—
—¿Por qué no se lo preguntamos?— Con una sonrisa, Augusto nuevamente se puso de pie para elevar el tono de su voz a ligeros decibeles. —¡Vonnie, ven aquí!—
Asomando su cabeza por el marco de la puerta de su dormitorio, Amelia apareció. —¿Qué?—
—¿Qué opinas de qué Tomás pase la navidad con nosotros?—
Amelia miró a ambos unos momentos, para luego centrarse en su antiguo amante. Con el rostro perplejo, dejó que su sinceridad le ganara terreno a su garganta. —¿Es broma?—
—¿Por qué? No le veo nada de malo, además tu no aguantas mucho a mi familia... No lo niegues. El podrá hacerles compañía a ti y a Moni mientras que yo preparo la barbacoa—
Amelia no podía creer lo que escuchaba, cuando supo que su mente estallaría ante tan bizarra estampa, el teléfono de cable sonó, anunciando con sus sintéticas campanadas una salvadora llamada. Fue ella misma quien se apresuró en agarrarlo, escapando así de esa idiota propuesta.
—¿Hola?— Sonriendo ante la bocina, continuó hablando. —¡Papá! Pensaba que ya te habías olvidado de mi.—
—¿Para cuándo? ¿Qué necesitarás? No, no te preocupes. Yo me encargaré de eso, solo necesitaré que me consigas los proyectos de ceremonia—
—Bueno, adiós. Sí, sí, yo también te quiero— Colgando, Amelia dio por finalizada aquella charla con una gran alegría tatuando su rostro.
—¿Quién era?— Cuestionó Augusto.
—Mi padre, vendrá aquí para ganar más votantes. Nos queda poco para terminar con la planilla electoral—
Tomás, curioso ante aquella información, dio riendas sueltas a su duda. —¿Cuándo vendrá?—
—Dentro de dos semanas, según él... Oye, Tomy... Tomás, ¿Te molestaría que él de un discurso en las escalinatas de tu iglesia?—
Pensando unos momentos, algunas súbitas ideas se colaron en su mente. Organizar una feria de productos regionales para la exhibición y maximizar la venta de minorías parecía una excelente propuesta. —Claro, no hay problema—
—Muy bien, entonces necesitaré tu ayuda con algunas cosas—
—Si... Por supuesto, Ami—
Augusto sonrió ante aquel apodo. —¿Ami?—
—Aunque no lo creas, Barcelona... Así me decían en épocas de colegio. Para Tomás siempre seré Ami— Con aquella frase certera como un puñal, Amelia se alejó nuevamente encaminada a su cuarto.
Una súbita alegría se grabó en su pecho, Amelia lo defendía procurando mantener la integridad de su pasado. Ella no había olvidado su alejado romance, ella no quería solamente verter en él Todos los placeres no consumados. Había esperanza.
... ... ...
Princesa, si tan aburrida estás y tan aburrido estoy, podríamos vernos. ¿Qué dices?
No lo sé, no tengo el dinero necesario para el combustible que se requiere para llegar a la ciudad. Eso y, además, tengo responsabilidades.
Mónica, si tú misma te quejas de tu aburrida vida. Tomar otro café conmigo no te matará. Yo te pago el combustible, atrévete un poco a romper con la rutina
Lo pensaré...
¿Qué tienes que pensar? La respuesta es fácil... Un sí o un no. Disfruto demasiado escribiéndome contigo
Con sus pensamientos alborotados, dejo que la razón sea segada por la soledad. Tecleando en la dura superficie, respondió. —Está bien, acepto—
-.-.-.-.-.-.-.-.-
Bueno gente, ustedes se lo merecían por mi ausencia, nuevo capítulo.
Espero que a todos les gustara, tiene un poco de sudor derramado.
Este capítulo fue escrito durante la ausencia laboral, bendito Manuel Belgrano que nos regala un día de descanso.
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Pecadores, por favor:
Si alguien sacará imágenes del capítulo, usen las etiquetas:
#Perdónamepadre
#Perdónameamelia
#Wattys2018
#Annstein
¡Se los agradecería! Si la obra llega a ganar algo, juro que le hago un pack a Tomás. 7w7
Quien las ama, pecadoras:
Angie
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