25: "Pedazos"
Sin mucho en que pensar para mitigar el gruñido de su estómago, miraba por la ventana intentando encontrar una solución salvadora. Esa noche, el salón parecía mucho más melancólico de lo que era costumbre, los bastidores tenían su pintura seca, desquebrajada y aún el lienzo permanecía en blanco. El hambre y la inspiración no van de la mano, al igual que la necesidad con su debilitamiento continuo mata al talento aún en crecimiento.
Sumergida en sus males y con la promesa de encontrar alguna respuesta a sus demonios, intentó levantar un pincel. El ligero trazo negro que había realizado contrastaba de manera sublime con el alba de tela, lo miró unos momentos y se identificó. La vida no era aquella elegante estampa de artista renombrada que soñaba, la vida era cruda en cuanto emociones, el dinero escaseaba y la tristeza abundaba.
—Mari, ¿Necesitas ayuda?—
Escuchar aquella voz era uno de los pocos motivos que la alentaban a seguir. Mario, con su rostro lleno de salpicaduras azules y su sonrisa deslumbrante, era el único ser capaz de notar su existencia. Sonrojada ante su presencia y nerviosa a causa del martilleo de su corazón, María volteó. —No me vendría mal una mano...—
Observando como ese hombre se acercaba a ella, intentó guardar la compostura. Todo su simulacro de niña relajada murió en el preciso instante en el que él tomó su mano aún sujeta al pincel y poco a poco empezó a dibujar encima del caballete. —¿Ves? Así, deja que sean las cerdas las que trabajen, solo debes tener la cabeza despejada y dejar que tus manos hablen. —Soltándola con cuidado de no mover su pulso, notó la incomodidad en los ojos de esa joven. —Oye... Sé que nadie está pasando un buen momento, pero intenta relajarte. La mayoría viene aquí para liberar sus demonios a través del papel, déjame conocer tus males, plásmalos.—
Curiosa ante sus males y codiciando una respuesta, María se atrevió a hablar. —¿Qué demonios tiene usted?—
Rodeando con su visión las demás obras ahora expuestas en el salón, una sencilla frase esperanzadora salió de su boca. —Bueno, yo acabo de divorciarme—
Intentó aguantar las ganas de gritar y romper el aire con una exclamación de alegría, pero en su rostro se filtró una sonrisa. —Oh... Que lastima. Bueno, por lo menos tienes un lienzo listo para volcar en el todo tu dolor—
—Sí, aunque se me da mejor la escultura. Pero intento seguir adelante, el mundo puede ser cruel si se lo ve desde la perspectiva incorrecta... Es un deber del artista aprender a mirar y apreciar las cosas por su magnificencia—
Grabando sus palabras en su memoria y tomando aquello como una mística revelación, hundió su pincel en la acuarela. Los colores volvían a gritar libertad mientras que ella pintaría cualquier cielo solo para ver brillar a su estrella.
—Muy bien, cuando termines por favor avísame—
—Si... Por supuesto, profesor—
Observando cómo se marchaba de su lado, se agasajó con un sutil destello de su piel aceitunada. No era hermoso, pero si bello en cuanto pensamiento y profundo en relación a su complejo modo de actuar. Él había sido el único ser que despertó en ella esa chispa olvidada del talento y la vocación inclinada al amor por lo trascendente, Mario había hecho que de ella la pasión surgiera.
Con la visión clara en cuanto a su obra y su corazón cargado con la inspiración del romance, los trazos empezaron a brotar. El lienzo se tensaba y clamaba mancha, en espera pronta de la acuarela, anunciaba quizás tormentos o la inclemencia del alba, necesitaba lumbre dentro de todo lo blanquecino que arrastra. Quería ser tinta, quizás óleo, fusionarse con la hoja y morir en ella en cada trazo, muriendo en un movimiento adiestrado o quizás sucumbiendo por la torpeza de su mano. Intentaba ser viento, se fusionaba con la tormenta, lograba volverse silencio en medio de todos los horrores de su cabeza. La composición estaba lista, el cuadro tomó forma, en ese cielo antes gris que habitaba la tela ahora un par de ojos se ganaban la principal escena. No eran hermosos, mucho menos de colores europeos, eran tierra, eran viento... Podían ser sencillos y hasta corrientes, pero esa mirada de tutor escondía una fuerte descarga de corriente, él era arte, era pintura.
... ... ...
Cansada debido al ajetreo del transporte público y la soledad de su morada, bajó en la calle aún no pavimentada y comenzó su corta caminata. La zona no era poblada pero su libertad inundaba las veredas, a pesar de las desventuras hoy se sentía renovaba y la pasión de volver a sentir el sol naciendo de sus manos la llamaba.
Llegó a su humilde casa, notando como las plantas ahora parecían descuidadas. Se prometió a sí misma recuperar el verde de su patio, buscando el sonido de las llaves en su bolsillo y agarrándolas, caminó hasta el portal siendo detenida casi al instante por una dulce voz.
—Mary... —
No debía voltear para reconocerla, sabía quien era la dueña de ese tono aniñado. Notando su presencia y como sus enrojecidos ojos brillaban sin importar la tiniebla, María respondió. —¿Caro? ¿Qué haces aquí?—
—Yo... Yo traje algo para comer, necesito hablar..—
—Pero ¿Qué pasa?—
Poniéndose de pie, se levantó de la herrumbrada silla de metal que soportaba las inclemencias climáticas. —Me separé de Nati... No la encuentro—
Asustada ante esas palabras, María no tardó en abrir la puerta. —Vamos, pasa. Seguro no es nada para preocuparse—
Carolina, quien sostenía un ligero paquete en sus manos, la obedeció. Con la frente baja y la mirada marchita se adentró en la pequeña vivienda. Las luces se prendieron y ante sus ojos se reveló el desastre; hojas arrancadas y envases plásticos de galletas decoraban el piso, mientras que un ambiente casi taciturno llenaba el lugar con una silenciosa tristeza. —Te hace falta un poco de limpieza aquí. —
—Sí, lo sé. No me juzgues, vamos a la cocina—
Sin pronunciar palabra, siguió a su amiga por el corto recorrido hasta la única sala lo suficientemente ordenada como para ampararlas. Tomando lugar delante de la mesa, observó cómo María encendía la llama de la hornilla y colocaba agua a hervir. —¿Té o café?—
—Té, por favor—
Volteando a sonreírle, María caminó hasta su lado, solo para sentarse a su diestra. —Qué suerte, no tenía café.—
—¿Entonces para qué lo ofreces?—
—Para quedar bien, supongo— Prestándole toda la atención posible, María nuevamente habló. —Ahora sí, cuéntamelo todo—
Abriendo el paquete que ella misma había traído, reveló las galletas que esa mañana, con esmero, había horneado. —Todo empezó por una idiotez, un comentario tonto... Estaba cansada de que nos apunten con el dedo y le sugerí que se dejara largo el cabello— Notando como su amiga empezaba a devorar las galletas con inclemencia, la miró extrañada. —Tenías hambre ¿No?—
—Solo un poco, continúa—
—Bueno, yo... Solo quiero que dejen de mirarnos como bichos raros, nada más. No me importa si tenemos que escondernos, solo quiero paz ¿Me entiendes?—
Tomando un nuevo manojo de galletas, María habló con la boca llena. —Claro que te entiendo, pero también entiendo a Nati... ¿Te das una idea de lo duro que debe ser que nuevamente le pidan ocultarse?—
—Si... Lo entendí tarde, por eso estoy aquí. Quería saber si por casualidad tú la habías visto— Notando como su amiga parecía no prestarle atención producto al extraño hipnotismo que los resecos pedazos de bizcochos provocaban en ella, cuestionó. —¿Qué acaso no comiste hoy?—
Mostrando una ligera incomodidad en su rostro, María guardó recato, dejando de tragar el dulce manjar unos momentos. —No, yo no vi a Nati... Pero eso es bueno, porque si no está aquí tu sabes dónde está entonces—
—No me contestaste lo que te pregunté—
El fastidio crecía, no quería provocar lástima en ella o en nadie, su situación no era algo que la deleitase. —No, no comí, no tuve tiempo a cocinar algo ¿Feliz?—
—Entonces te cocinaré algo, no puedo creer que seas tan floja— Poniéndose de pie, se dirigió a la nevera, solo para notar que ésta estaba vacía.
—No hace falta, Caro. De verdad...—
—¿Qué acaso no fuiste al mercado?— Cerrando el refrigerador, empezó a revisar los estantes. Los mismos estaban igualmente vacíos, sorprendida por ello, comprendió el mal momento que su amiga pasaba. —Mary... Me hubieras dicho—
—¿Para qué? No sé sinceramente como eso cambiaría las cosas— Dando su secreto ante la luz, María solamente se limitó a mirar sus propios viejos zapatos por debajo de la mesa de cristal. No quería provocar pena.
—Sí, algo hubiéramos hecho. Seguramente Amelia podría haber solucionado esto—
Saliendo de su propia miseria, María la miró unos momentos para negar aquella tonta idea. —¿Amelia? No podemos explotarla siempre, todas nosotras sacamos un provecho de ella. Además, seamos sinceras... Sin ella Mateo pasaría necesidad, sin ella ustedes no tendrían trabajo—
—Y con ella tu tampoco pasarías hambre... ¿Tus padres?—
Con una dolorosa sonrisa en su rostro, María negó. —Ellos me lo dejaron bien en claro cuando me marché, si quería lograr algo con aquella "disparatada idea de ser artista" Lo lograría sola... Ya debo dos meses de cuota en la universidad...—
—María... Esto no puede quedar así— Sentándose a su lado, Carolina retornó a la mesa apoyando su mano en el hombro de su amiga.
—Eso no importa ahora. ¿Cuándo se fue Nati?—
Recordando su propia oscura historia, Carolina nuevamente cayó en su tristeza. —Hace unos días... No recibí ni una mísera llamada de su parte. Creo que está mejor sin mí...—
María sonrió recordando un viejo detalle del hipotético paradero de su amiga. —Si Natalia está con Ami y Moni seguramente no tiene señal, genia—
—¿Tu... Tú crees que esté con ellas?—
—¿Dónde más estaría? Somos lo único que ella tiene...—
Empezando a confabular diversos planes en su cabeza, Carolina pensó unos momentos sobre su incierto futuro. Una esperanza brillaba en su mente mientras diversas teorías relacionadas con su amiga parecían ser una salvación. —¿Quieres acompañarme a buscarla?—
—No puedo, Caro... Tengo uni—
—¡Vamos! Le pedimos a Augusto un certificado de enfermedad, de paso a todas nos hará bien estar juntas. ¿Qué dices?—
—No lo sé, no estoy de humor... Además, odiaría que le contaras a alguna de lo que tú ahora sabes—
Apretando la mano de su amiga con suavidad, intentó brindarle la calma que tanto le faltaba. —Solo será un día, puedo asegurarte que algo podríamos sacar de este momento oscuro—
Notando su propio reflejo en los ojos marrones de su compañera, dejó que una sonrisa se filtrase en su rostro. —Está bien, pero no quiero que le digas ni una sola palabra a Amelia...—
—Prometido—
Poniéndose de pie, María nuevamente caminó hasta la hornilla, apagándola y disponiendo del agua caliente para servir las infusiones. —Toma tu té y luego me ayudarás a limpiar. Tú eliges si quieres el sofá o dormir conmigo—
Carolina plagó su rostro de alegría, tenía una idea grabada en su mente y una estrategia en su corazón, solo necesitaba la ayuda necesaria de Dios para lograr que todos sus planes se colocaran en acción. —Entonces, manos a la obra—
... ... ...
—¿Segura que no necesitará ayuda?—
—Sí, linda. Márchate tranquila, yo me quedaré en buena compañía aquí— Respondió Mónica mirando por el rabillo del ojo a su amiga, la cual con una débil sonrisa correspondió aquel dulce halago.
—Está bien, mañana nos vemos. Que pasen buenas noches señoritas— Despidiéndose de aquellas dos jóvenes. Adriana se dirigió a la puerta para comenzar así su corto destino.
Abrigando su pecho con el pequeño suéter que su empleadora le había regalado, comenzó a caminar por las desoladas calles de San Fernando. El camino era corto, pero ansiaba que fuera eterno, uno de los pocos momentos que tenía de felicidad en su día era el encuentro con aquellas citadinas.
Pasando de vereda en vereda, notaba el martirio de la zona rural. Algunas casas antiguas construidas a base de ladrillos de arcillas parecían estar sujetas gracias a alguna gloria celestial, mientras que la ausencia de luces solo hacía evidente la carencia de energía eléctrica en aquellas viviendas. La brisa soplaba y ella quería elevarse en conjunto con su viento, su destino no era aquello que ella soñaba, pero era su condena por haber nacido en tan triste lugar. Admiraba a esas mujeres, las cuales no tenían miedo a cumplir sus metas y parecían perfectas en cada una de sus facetas. Su empleadora joven, con una gran belleza y con una personalidad arrolladora le había mostrado que no hacía falta nacer varón para llevar la dirección de cualquier situación. La sensata mujer que cargaba un niño le demostraba lo perfecto que podía ser su destino si se alejaba de los personajes nocivos, cargando a su propio hijo en soledad, sin importar lo que dijera la gente. Por último, la mujer que había conocido hoy con su vestimenta y apariencia peculiar le había dado el empujón necesario para entender que tan triste y retorcida podía ser la sociedad.
Ninguna de ellas cargaba con el martirio del sufrimiento de la convivencia por arreglo, nadie había arreglado sus matrimonios y las habían intercambiado por una pequeña porción de tierra. Renegando ante la vida por su cruel destino, se dirigió a él gran portal de aquella vieja instalación construida a base de láminas de grafito.
—¿Lautaro?—
Uno de los jóvenes que se encontraban en el abasto, volteó a mirarla con desdén para luego, acompañando sus palabras con una pésima pronunciación, gritar. —¡LAUTARO! Se te acabó la suerte, ya vieron a buscarte—
Entre risas, lo vio salir acompañado por otro sujeto. Siempre desalineado y con un potente rostro amargo, apareció. Chocando sus manos con sus compañeros de trabajos, lo vio sonreír por primera y última vez en la noche. — Nos vemos mañana, ustedes pórtense como yo lo haría—
—Claro, lacra, cuídate— Entre palmeadas en su espalda y palabras obscenas susurradas, su marido se despidió de los demás. Caminando a su dirección cargando una bolsa, él se acercó.
Sin esperar un dulce gesto de su parte o quizás un saludo cortes, bajó la cabeza cuando se encontró en su presencia. —Hola, ¿Cómo te fue?—
—¿Cómo quieres que me vaya? Si todos los días hago el mismo puto trabajo— Pasándole la bolsa a su esposa, Lautaro empezó a caminar saliendo a la calle. —Allí tienes para que cocines hoy—
Apresurada, empezó a recorrer el camino a su lado. Le aterraba caminar aquellos senderos sola, pero más pavura la daba que la cólera se repitiera y la violencia apareciera bajo la apariencia de cansancio. —¿Qué quieres que cocine?—
—Mientras no lo quemes, lo que sea— Sin molestarse en mirarla, Lautaro continuó. —¿Cómo te fue a ti con las putas?—
—Bi... Bien, hoy llegó una compañera de su escuela. No hubo mucho movimiento...—
—Esa gente de mierda de la ciudad está arruinando el pueblo, luego verás maricones caminando por las calles y seguramente más putas agrandadas caminando como si tuvieran el culo limpio—
Intentando que sus palabras no la dañaran, cambió de conversación. —¿Cómo sigue tu espalda?—
—Cargo bolsa tras bolsa de papas y zanahorias. ¿Cómo crees?— Riendo, nuevamente destiló su mal. —Si tu padre me hubiera dicho que eras tan tonta ni muerto hubiera aceptado la oferta—
Se guardó en el silencio, ocultando sus lágrimas en el fragor de la noche. La vida femenina sucumbía una vez más bajo el yugo de la crueldad. Renegada a ser una simple víctima más, aceptó su castigo, de su boca palabras no saldrían y quizás así, su cuerpo ya no sufriría.
—¿Hiciste lo que te pedí?—
—No...—
—¿CÓMO QUE NO?— Parando su marcha, Lautaro furioso se detuvo delante suyo.
—Yo... Yo no quiero hacerlo, son buenas personas—
—¿A mí me importa eso? ¡No! Ninguna madre soltera, seguramente llenada por cualquiera o una puta de clase alta, son buenas personas. ¿Acaso te están contagiando?— con su tono de voz amenazante, nuevamente la obligaba a bajar la cabeza.
—No...No, para nada. Solo trabajo con ellas para traer más dinero a casa, nada más—
—¿Quieres traer más dinero? ¡Entonces has lo que te dije! — Agarrándola de sus muñecas, una fuerte sacudida hizo que de la bolsa que cargaba un pequeño tomate cayera. —Demasiadas burlas me tengo que aguantar por el hecho de que trabajes, más con esas putas. Así que has lo que te digo si no quieres tener problemas.—
Entristecida y asustada, se resignó ante su martirio. Esa era su vida y nada, jamás, cambiaría su destino. —Sí... Discúlpame—
—Ahora levanta eso y sigue caminando, no empieces a llorar de nuevo—
Agachándose a recoger el rojo fruto, pudo ver su frustración reflejada en el charco de agua que cerca de sus pies yacía. Nada de eso había soñado cuando era pequeña, al final de cuenta, los cuentos felices no existían. Ella no era una noble princesa y sin duda alguna, él no era su caballero.
... ... ...
Lavándose sus manos, dio su tarea por finalizada. El día había sido largo en cuanto a labor, las vacunas antigripales estaban en su auge, haciendo que su jornada estuviera atestada por largas filas de lugareños esperando su correspondiente dosis. En cierta parte, disfrutaba la serenidad del campo y el respeto que su profesión le daba. Muestras incontables de cariño y aprecio eran depositadas diariamente en su consultorio, a veces una dulce mermelada, en otras ocasiones barras de pan casero; Se sentía orgulloso. Cuando el último niño lloroso recibió su medicación, supo que era ahora de concluir el día, regalándose a sí mismo un instante de paz.
Con sus manos goteantes, caminó hasta la puerta principal de la iglesia, observando como la noche ya cubría el cielo de la región. Algunos saludos fueron recibidos al igual que las despedidas, nuevamente había dado su mayor esfuerzo y eso la gente agradecía.
Volteando, la anciana mujer lo miró unos momentos, mientras que acompañada de su hija ambas esperaban el inicio de la misa propia del sábado. —Buenas noches doctor, tiene cara de cansado— Mencionó Cristina, notando como el profesional ensoñado miraba las montañas en penumbras.
—Cansado pero feliz, hoy pude terminar con todos los niños de la escuela. Hablando de eso ¿Cuándo te vacunarás tú, Cristina?—
—¿Vacunarme? No hizo falta antes ni lo hará ahora, doctor.— Con una sonrisa tan amplia como el techo de ese templo, la anciana respondió para luego ser interrumpida por el carraspeo en la garganta de su hija mayor. —Ella es Lucía, la más grande de mis niñas—
Augusto sonrió al notar como aquella joven se ruborizaba ante su presencia, teniendo un gesto de cordialidad sumida en los buenos modales, no tardó en saludarla. —Buenas noches, Lucía. ¿Cómo está tu pequeño sobrino?—
—Llo... Llora demasiado, pero creo que está bien—
Con una leve nostalgia por algo anhelado que no sucedió, el doctor respondió. —Es normal eso, los bebés son así, hermosamente catastróficos—
—Hablando de eso, doctor— Cristina interrumpió, dejando de lado el tejido que bordaba con grandes agujas. —¿Cuándo tendrá un angelito? Usted y su señora están en la edad perfecta para tener un regalo de la vida—
Las palabras retumbaron debido al impacto que provocaban. Aquello era una herida sangrante que no cicatrizaría hasta que supurara todo el veneno que tenía, nadie podía saberlo, de conocer su secreto el respeto se perdería y las habladurías comenzarían. —Ya lo estamos intentando, espero que pronto tengamos otro lugar ocupado en la mesa—
Levantando una ceja, Lucía interrumpió. —Pero ustedes no están casados aún—
Cristina, intentando disimular el leve codazo que le había propinado a su hija, negó. —Eso es lo de menos, el amor nace dentro o fuera del matrimonio—
Sonriendo ante tan arisco sentimiento, solo pudo mantener su falsa máscara de tranquilidad. —De igual manera, ella es mi prometida—
—¿Ya fijaron fecha, doctor?—
—No, aún no. Con el tema precipitado de mudarnos aquí no hemos tenido tiempo para sentarnos a pensar eso, pero espero que sea pronto—
—Eso espero, doctor. Deseo que esa gallina le dé muchos huevos—
Sin entender lo que dijo, Augusto torció su rostro en señal de ignorancia. —¿Disculpe? —
Lucía, fue la que se encargó de explicar las palabras de su madre. —Quiere decir que su mujer le de muchos hijos, doctor.—
—Ah... Entiendo— Sonriendo, nuevamente se dejó cubrir por su propia farsa. —Lo mismo espero—
Renegado al silencio de su falso bienestar, Augusto se entregó al silencio, dispuesto a concluir aquella incomoda charla. Notó como los ojos de la hija de aquella mujer se iluminaban en dirección a la puerta, asombrado por la lumbre que parecía cubrir su mirada se vio obligado a voltear a ver aquello que tanto la deslumbraba.
Los sentimientos nuevamente se mezclaron, el afecto y el rencor ahora tomados de la mano se abalanzaban a su pecho. Con ese hombre venía la esperanza y el tormento, aun así, no podía negarse a sí mismo sentir el cariño que arrastraba consigo luego de tantas cosas vividas. —Tomás...—
Lo notó, como siempre, tímido sumergido en su propio nerviosismo. Aquello era normal en su persona. Acercándose a saludarlo, le dio un ligero apretón de mano y golpeó su hombro con su extremidad libre. —¿Saliste a caminar sin mí? Me dueles, Tomás— Al tenerlo cerca, sintió su perfume, una extraña mezcla cítrica que por momentos mutaba a un dejo de café. —Me gusta tu colonia—
—Si... Yo, Yo necesitaba un poco de aire fresco.— Bajando la mirada al suelo, nuevamente Tomás habló. —¿Te gusta? Si quieres tengo una botella sin abrir, puedo dártela—
—En otra ocasión puedo aceptarla— Destinado a partir y retornar a su hogar, Augusto sonrió con una pregunta entre sus labios. —¿Saldremos a correr mañana?—
—Pe... Pensé que ya no lo haríamos—
—Bueno, pensaste mal— Golpeando por segunda vez su brazo, concluyó. —Mañana a las siete vendré a buscarte, estate preparado, al menos que quieras que te traiga el desayuno a la cama— Las mujeres rieron y Augusto supo que su encanto aún seguía intacto, una ligera seguridad cubrió su razón. —Te dejo en buenas manos, Tomás. Que todos tengan buenas noches—
—Sí, tú también... Qué descanses...—
—Que pase una buena noche, doctor— Mencionó la anciana mujer. Ya había comenzado a alejarse, no quería retroceder y nuevamente caer en una devastadora charla.
El camino de retorno era corto, pero sumamente especial. Atravesando la plaza, ahora en oscuras, algunas flores silvestres dentro de sus canteros le regalaban su esencia. La luz de su morada le mostraba que dentro suyo su compañera de vida ya estaba recluida entre sus paredes, podría descansar y seguramente, contar con la fragante calma de su dama.
Ansioso por comer algo y luego recostarse, buscó las llaves dentro de su uniforme. Las introdujo en la cerradura y dejó que el pestillo metálico hiciera su sonido característico, el mismo que anunciaba su ingreso. La casa se encontraba limpia y las ventanas a medio abrir, buscando a su pareja recorrió la sala, dejando su maletín tendido sobre el sillón. —¿Vonnie?—
—Aquí, en la cocina—
Dirigiéndose a donde su voz lo guiaba, se encontró con ella. Sentada a un costado de la mesa, Amelia sostenía una taza caliente en sus manos. —¿Cómo estás?—
La observó unos momentos y notó su arreglo; Sus manos estaban adornadas con un delicado barniz mientras que su estridente maquillaje marcaba a la perfección sus facciones, se sentía afortunado. —Por suerte, bien. ¿Tú? ¿Cómo has pasado tu sábado, gatita?— Cuando terminó de pronunciar aquella frase algo en el rostro de su prometida pareció mutar en disgusto. Sin entender que era lo que había dicho que la perturbase, tomó lugar a su lado.
—El mío... Normal, ya sabes. Lo mismo de siempre. ¿Quieres té?—
—Sí, me vendría bien una taza—
La observó levantarse y dirigirse hasta la tetera eléctrica, notando su cuerpo y como éste naturalmente se contoneaba en cada paso, el instinto brotó. Poniéndose de pie, caminó hasta ella y la abrazó, apoyando su pecho en la pequeña espalda de su prometida, besando su cuello y saboreando la dulzura de su piel, pero algo había cambiado. Amelia rápidamente se liberó de aquel abrazo sonriendo, pasándole a sus manos el delicado receptáculo de porcelana. —Aquí tienes, ya tiene azúcar, como te gusta—
—Muchas gracias...— Dejando la taza en la mesada, buscó de manera consecutiva el calor de sus labios.
Fue un beso corto, quizás frio, el que recibió. Asombrado por la falta de fuego que antes brotaba de su vientre, miró a su mujer algo extrañado, notando en su mirada un dejo de cansancio. —¿Estás bien?—
—Sí, solo muerta de sueño— Ella pasó su mano por una de sus mejillas dándole un gentil tacto humano, disipando las dudas. —Toma tu té, yo iré a darme una ducha energizante y hablamos de la reunión de navidad ¿Quieres? ¿tu madre dijo donde pasaríamos éste año?—
—Seguramente quieran venir para aquí, ya sabes... Para conocer—
—Me parece una buena idea, pero te lo digo desde ya, yo no cocino. Podríamos comprar algo en el pueblo, de seguro un poco de comida lugareña les encantará—
—Sí, eso es seguro— Notando como ella se alejaba en cortos pasos, sentenció con una sonrisa en sus labios. —Dame un abrazo y luego ve a por esa ducha— Sonriendo, Augusto supo que el desinterés que había sembrado en Amelia ahora daba sus frutos, ella ya no tenía esa sonrisa ensoñada de sus primeras salidas, algo en ella había cambiado de manera súbita.
Se sintió culpable y hasta quizás apenado. La soledad la había arruinado, el amor en conjunto a él cariño poco a poco eran dejados de lado, si pensaba construir su vida al lado de esa mujer, deberían cambiar ambos. Abrió sus brazos para recibirla, ella con cautela caminó hasta él y dejó que sus pequeñas manos se enredasen en su cuerpo, Augusto sonrió al sentirla cerca. —Vonnie... Discúlpame si te dejo sola mucho tiempo—
—No, no te preocupes, sé arreglármelas—
Dejando un beso en su frente, dejó que su cabeza descansara en el hueco de su cuello, inundándose del perfume de su cabello. Aquello era brutalmente familiar, en su melena ya no abundaban las flores ni los dulces aromas frutales. Cada hebra de su pelo supuraba un aroma cítrico, emanando a café en cada uno de sus rizos. Reconoció la fragancia, era la misma que su compañero de labor también usaba, comprendiendo lo que eso significaba, solo suspiró al aire. Era un hecho que aquello continuaría, pero algo bueno de esa mentira saldría, después de todo contaba con ello. —Ahora pégate una ducha, luego ven a la cama conmigo, veremos alguna película.—
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Antes de que me puteen, lo sé, hace una semana que no subo.
En mi defensa diré que el trabajo me sacó de mi zona de comodidad.
Además empezó el mundial, estoy perdonada.
¿Cómo están, gente bella? ¿Cómo los trata la vida?
Gracias por leerme y ayudarme a construir ésta historia.
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Sé que no ganaremos pero no perdemos nada con intentar.
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Así nos hinchamos mutuamente las bolas.
¿Quieres reunirte con el resto de las pecadoras?
Tenemos una iglesia virtual donde todos los días pasamos la palabra del señor 7w7
Mi predicción: éste mundial lo gana México, se lo merece.
Quien sigue caliente porque cierto pelotudo erró un penal:
Angie
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