24: "Alas"



N/A: No se recomienda ésta práctica sexual debido al gran riesgo en la salud que la misma implica.

Ansiosa por todo aquello que estaba por realizar, rebuscó en su bolso lo que anteriormente había preparado para dicho encuentro. Respiró hondo y suspiró, su cuerpo temblaba debido a la emoción que poco a poco era vertida sobre su ser. Encontrando la forma de las pequeñas cajas y sintiendo el plástico quirúrgico de los empaques, los sacó, dejándolos predispuestas sobre la ancestral mesa desvencijada.

Observando al hombre que la había marcado en su alma desvestirse, pronunció. —Tomy... Por un momento el mundo será nuestro, no existe nada más allá de esa puerta. Solo tú y yo... El pasado nunca ocurrió y las palabras nunca fueron pronunciadas... Nadie me espera y a ti nada te aguarda, por hoy el mundo es nuestro.—

—Si... Si... Comprendo. ¿Qué debo hacer?— Con su piel latiendo de la impaciencia, espero con un silencio magistral cualquier directiva que su ángel pudiera exclamar.

Acercándose a él y acariciando con ternura la piel desnuda de su pecho, Amelia se agasajó con ese cuerpo que solamente gritaba su nombre en cada escalofrío. Las respiraciones con la inclemencia de un huracán solo avecinaban la venidera pasión que pronto los azotaría. —¿Qué soy yo?—

—Mi ángel...—

—Entonces ya sabes lo que tienes que hacer—

Comprendiendo la profundidad de sus palabras, se colocó en la posición que le correspondía. Arrodillado en la suave tela que protegía el suelo, se dispuso a adorar al único ser lo suficientemente divino como para elevarlo a la gloria. Con letanías de azules caléndulas y rojas rosas, se resignó a recibir todo aquello que merecía; Quizás la inclemencia del tiempo, o podría ser la dureza de sus palabras, eran las que lo obligaban a ansiar su condena. Deseoso de dolor y enardecido en pena, deseaba su castigo.

Ella con calma, caminó a su alrededor, parándose delante de él unos momentos, tocando su barbilla y elevando levemente su rostro, quería que la mirara. —¿Aún te sigue gustando lo que antes tanto me pedías?—

—Si...—

—Muy bien, entonces haremos eso que a ambos nos atrae. Pero quiero que recuerdes lo más importante, podemos parar cuando tú lo quieras...—

Encomendándose a la magnificencia de sus ojos, la miró como lo que realmente era, una mártir consagrada en llantos y erguida ante su pena. —Solo quiero que me devuelvas un poco del dolor que alguna vez te causé—

—Haré más que eso, te lo aseguro...—

Alejándose de su mirada, la escuchó nuevamente recorrer ese viejo lugar, llenando el ambiente con su perfume a calvario. El sonido de la ropa cayendo fue el que logró destruir su moralidad y sucumbir ante el acto curioso de mirar. Manteniéndose en su misma pose sumisa, espió a través de sus pestañas. Ella revestida en encaje ahora maravillaba al mundo con el despliegue de sus alas, lista para devolver luz a su existencia y bañar con gotas carmesíes el sendero de su humanidad. Cuando volvió a acercarse, ella tomó sus manos y las llevó a su espalda, anudándolas fuertemente con la estola sacerdotal que antes adornaba su cuello en cada celebración. El nudo era fuerte y el listón majestuoso, la presión en sus muñecas solo hacía que aquel acto sea un pleno uso de su conciencia ante todos los males que antes él había vertido en ella.

—¿Está apretado?—

—Si...—

—Entonces está bien... ¿Listo para comenzar?—

Con su voz temblante y su mirada perdida en la cúspide de su deseo, Tomás respondió. —Desde que te fuiste estoy listo...—

Ella se alejó unos cuantos pasos para luego regresar y sentarse detrás de él, haciendo que la euforia del misterio aumentara en su silencio. Sonidos de plásticos siendo apretados, resonaron a sus espaldas, curioso, empezó a cuestionar sobre el nuevo juego que su ángel ahora traía para su deleite. —¿Cómo me ganaré tu perdón? ¿Qué clase de penitencia has preparado para mí?—

Agasajándolo con su risa, Amelia respondió, mientras que violaba la integridad del paquete con la inclemencia de sus manos. —Mi pequeño Tomy... Yo no vine a castigarte o remover el pasado con todo el dolor que nos causó— Tocando la piel de su espalda con infinita calma, dejó que sus dedos bailasen sobre él, recorriendo cada parte de su superficie con múltiples caricias profanadas por el tiempo. —Yo soy tu ángel... ¿Verdad?—

—Si...—

—Yo también quiero un ángel... A veces el infierno puede ser un lugar muy desolado si no tienes a tu lado al demonio indicado. Necesito que vueles conmigo y me sostengas cuando caiga en picada, necesito que tú también tengas alas... ¿Sabes de qué están construidas las mías?—

—No...No lo sé—

—Mis alas están bordadas en lamentos, cocidas con llantos y pegadas a mi piel por las desgracias, fusionadas en la carne... Tuve que juntar todas aquellas plumas que alguna vez tú mismo me arrancaste, pensaba que volvería a volar. Pero me costó entenderlo, yo no podía estar suspendida en al aire sin un cielo el cual surcar... Ese cielo eres tú. Olvidé la divinidad y nuevamente me disfracé de mortal, intentando olvidar la gloria pasada de una iglesia. Pero cuando te vi, recordé la calma del viento y las inclemencias de las tormentas... Ahora yo te ofrezco ser tu cielo, que vueles en mí y encuentres tu camino.—

—Yo... Yo quiero estar a tu lado, por siempre.—

—Entonces pensé... ¿Cómo deberían ser tus alas?— Besando su piel y causando estragos en sus sensaciones atormentadas por la morfina de sus labios, Amelia volvió a hablar. —Me las imaginé fuertes... Dolorosas, diferentes a las mías. Capaz de asustar a cualquiera que las vea en todo su esplendor. Gigantes y ajenas a la naturaleza de la compresión de los hombres— Tomás sintió una extraña sensación fría en su espalda, para luego percibir como su piel era perforada con gracia.

Un lamento salió de su boca al entender lo que ella estaba haciendo, un quejido estaba permitido si su ascenso a la gloria estaba construido a base de sufrimiento.

—Me las imaginé de metal... Construidas a base de...—

—Agujas...— Agasajándose con aquellas sensaciones fraternales que ahora acogían su piel, Tomás terminó la oración.

—Tengo treinta y dos plumas listas para ayudarte a alcanzar la gloria... ¿Qué dices?—

Asumiendo su nueva identidad y comenzando su cambio, respondió. —Estoy listo...—

Amelia sonrió al escucharlo, ella sabía que ninguna idea sería descartada para alguien que ya perdió la cordura. Enardecida en la locura de su amor consagrado, comenzó nuevamente a ser la costurera de un ser de las alturas aun nonato. Abriendo un nuevo empaque con ayuda de sus dientes, sacó otra aguja, todas ellas fueron sustraídas de los suministros médicos que tanto polvo juntaban, archivadas en su armario, Augusto jamás se daría cuenta de su ausencia. Con el pulso firme y su voluntad constante, la acercó a la piel de su amante, clavándola por completo, dejando que esta traspasara su carne y la atravesara. El metal relucía en su entrada y salida, dibujando senderos granates ante su pasión corrupta.

La sangre fluía y la pasión inundaba, sollozos de amor eterno y promesas fundadas en calamidades eran pronunciadas. Entregada a su deber, continuó con una nueva pluma, enalteciéndola en la espalda de su amante para un pronto vuelo. Pronto el dolor mutó en placer y la satisfacción de corresponder cada sensación con una sacudida violenta de sufrimiento ardiendo en su pecho. —Te prometo que las amarás...— Continuando con su labor, seguía cosiendo con esmero la parte izquierda de su espalda con hilos de gloria plateada. Las agujas bailaban y las alas tomaban forma, una a una ellas lo moldeaban y lo despojaban de las perturbaciones humanas.

El dolor ya no existía, la mirada se perdía y el misticismo de una relación basado en lo angelical volvía. La sangre recorría su espalda y con su cálido camino llegaba hasta sus manos aún atadas, haciendo que la húmeda sensación brindara el broche necesario para concluir tan dulce celestial acto.

Rodeando sus omoplatos, las agujas relucían, las alas ya estaban forjadas y el cielo a ambos los esperaba. Cuando el trabajo había finalizado, la delicada sabana antes blanca ahora mutaba en girones de óleo, siempre rojas e imperdurables, listas para aclamar a un nuevo ángel.

Desató sus manos con una sonrisa grabada en sus labios. Su sangre también la había teñido y aquello unía sus presencias al cielo, buscando alguna nube donde acobijarse antes de empezar su descenso. —Listo... Puedes pararte...—

Sintiendo la libertad de sus manos, las movió de regreso al frente de su pecho, al hacerlo sus nuevas alas clamaron vuelo de manera dolorosa. Cerrando los ojos ante tan placentera sensación, se puso de pie, maravillándose por la pasión roja derramada y deseando levantarse por primera vez hacia el aire. Ya con su parada firme, el placer renacía en cada sutil movimiento que podía realizar. Veneraba el trabajo de Amelia y consagraba su labor, ahora uniéndolos en la eternidad.

Parado en frente de ella, notando como lo miraba aún desde el piso, sonrió y se atrevió a tocar con la punta de sus dedos aquellos dulces labios.

—Dime... ¿Cómo se sienten?—

—Maravillosas...—

—Entonces ¿Volarás conmigo?—

Notando como el rostro de su pequeña se encendía y como todo poco a poco era olvidado, Tomás respondió. —Surcaría cualquier cielo sin importar su inmensidad solo para encontrarte—

Teniendo como una única respuesta una fugaz sonrisa de su ángel, Tomás notó como ella se erguía sobre sus propias rodillas y como con sutiles movimientos comenzaba a acariciar su vientre.

Las caricias eran Sacrílegas y colmadas en lujuria. Cada roce mostraba las verdaderas intenciones de aquel ángel que ahora lo adiestraba en los placeres divinos alejados de los vicios mundanos. Convirtiendo la lentitud en tormento, Amelia comenzó a descender a su pantalón y con infinita calma bajó el cierre metálico y desprendió su botón.

Con actitud temeraria ahora ella hacía sus dedos danzar sobre la zona que solo gritaba su nombre. Acariciando su miembro y sonriendo cada vez que este comenzaba a moverse producto de la súbita tensión. Endureciéndose ante cada tacto, clamando liberación por las suaves ráfagas de placeres carnales que ella tan dulcemente brindaba. Sin pedir permiso, ella lo sacó por completo de sus vestiduras de tela. Agasajándose con el paisaje y contemplándolo como una majestuosa pintura antigua que solo para ella era revelada. Se acercó más a él aún con su peso distribuido sobre sus rodillas y con remota paciencia abrió su boca.

—E... Espera, no me gusta verte en esa pose—

—¿Por qué? No me digas que aún sientes culpa, Tomy...— En un acto que rosaba la demencia, Amelia pasó una de sus mejillas sobre su miembro, haciendo que el frio letargo de su piel pálida causara en él un necesario escalofrío.

—No... Yo no siento culpa por amarte, tú eres mi destino. Pero un ángel jamás debe arrodillarse—

Con su risa sarcástica, Amelia pronunció la última oración necesaria para abrir el receptáculo de Pandora. — Yo prefiero un instante de pie antes de una eternidad de rodillas... Pero, por ti, podría olvidar mi rebeldía y rendirte tributo como te lo mereces. Ahora cállate y permíteme adorarte, después de todo aquí solo hay divinidades—

Prediciendo los desastres de amor en preciosos tormentos de lujuria, Amelia besó la punta de su miembro con lentitud, haciendo que un libertino gemido se escabullera de sus labios. El tacto era cálido y la humedad hacía que poco a poco la saliva brillara en su piel como si fuera un baño de plata. El movimiento se repitió, ahora con mayor profundidad, sintiendo el golpe de su propia carne contra sus dientes la pasión ahora volvía a su antes alma desecha, ahora bendecida.

Las oleadas de placer nacían cada vez que ella lo lamía como a una gran paleta y como su mirada atenta lo seguía en cada suspiro que lanzaba al aire. Su corazón martillaba en su pecho clamando liberación, la carne la reconocía y la amaba en todo su esplendor, nuevamente la bendición venía de sus labios mientras que la sangre fluía direccionada a donde su boca mandara.

Moviendo su lengua y haciendo que sus labios lo envolviesen, ya nada importaba. No recordaba su propio nombre ni cuál era su designio, no sabía cuándo había muerto o ni siquiera cuando había nacido. El cielo era un lugar demasiado solitario, ahora comprendía porque Amelia se había empeñado a tenerlo a su lado.

En un acto alejado de lo humano, se atrevió a llevar su mano ante el pequeño rostro de su ángel, sentir como su mandíbula se abría y como sus mejillas se acoplaban a su carne. Acariciaba su piel y podía percibir cada movimiento en que ella lo devoraba. Olvidando la existencia de sus alas, Tomás notó como su propio fluido vital descendía por su brazo y moría en sus dedos, tiñendo el rostro de su amada con pequeñas gotas escarlatas. Cuando ella lamió su falange y probó una vez más su sangre, usándola de pintalabios, quiso gritar a los cielos cuestionando el porqué de su súbita muerte y su aún más temeraria resurrección. Había estado muerto toda su vida, hasta que Amelia lo despertó.

Sus rizos acariciaban sus piernas y bailaban en cada movimiento que ella realizaba mientras que disfrutaba del festín de su piel, el calor aumentaba en conjunto con cada sacudida de sus nuevas alas. Envolviéndolo, besándolo, lamiéndolo y devorándolo... Lo prohibido lo arrastraba hasta el placer de la ruptura de su cordura, mientras que sus alas lo elevaban de lo mundano.

Con el color del cielo grabado entre sus pupilas y el calor del infierno adormeciendo su carne, temblaba. Siempre sería un títere del cual Amelia tenía los hilos, mostrándole que tan oscuras eran sus perversiones y que tan claras eran sus glorias pasadas.

Por momentos tosiendo y por otros continuando su frenética danza, Amelia nunca había dejado de mirarlo. Sus hermosos ojos llorosos, sumergidos en un leve rosa haciendo juego con sus mejillas ahora sonrojadas, eran el aliciente necesario para encender nuevamente su pasión hereje. Paró, mostrando sus labios hinchados mientras que delicados hilos transparentes de su propia saliva colgaban de su boca, guiándolo a su miembro brillante y mojado. Demasiado duro clamando por alivio.

Ella había detenido su dulce tortura, poniéndose de pie, buscando algo entre sus pertenencias. Tomás respiró aliviado, tendría un momento para calmar sus propios males. La sangre goteaba y el cuerpo reclamaba todo aquello que le pertenecía, añorando el calor de su fría piel divina. Al poco tiempo ella volvió a su encuentro, cargando consigo un paquete blanco que cabía perfectamente en la palma de su mano. Asumiendo nuevamente la postura de su peso erguido en sus rodillas, sonrió.

—Te lo enseñaré una sola vez, de allí tu tendrás que practicar solo... ¿De acuerdo?—

—No... No entiendo de qué hablas—

—Tu solo mírame—

Sonriendo, ella tocó su miembro y comenzó a moverlo con dulces caricias que nuevamente hacían a su corazón emocionar. Cuando elevó la vista para contemplarlo, notó su sudor descender y como las nuevas alas de su amante clamaban volar con prontitud, dibujando los senderos de su vuelo con infinitas gotas. Sin prisa, abrió el paquete con su boca, revelando el pequeño círculo de látex. Sorprendido ante aquello, se dejó guiar por sus experimentadas manos, las cuales siempre lo habían conducido a los placeres más profanos.

La piel se revistió en un sintético poliuretano, atento, notaba su técnica y grababa en su memoria cada una de sus acciones, ella siempre le daría una magistral clase la cual luego debería llevar a la práctica.

—Desde que me internaron, empecé a despreciar las pastillas... Espero que no te moleste, pero sinceramente no me gustaría que nuestra pasión tomara una forma tangible más allá de una suave caricia—

Sintiéndose atrapado por aquella rara pieza, la necesidad sucumbía ante la plegaria de un último quejido. Adentrándose a la rudimentaria tienda, Amelia le indicó que viniera a su lado, sin dudarlo lo hizo, ahora podría volar con ella.

—Quiero que vengas arriba mío, necesito sentir tu calor...—

Así lo hizo, lanzándose arriba de su pequeño cuerpo con suavidad, se dispuso a observarla. Aquella vieja expresión ansiosa volvía a aparecer en su rostro mientras que la expectativa de consumar el romance nacía en cada una de sus facciones. Ella desprendió su brassier y lo dejó a un lado, mostrando su cuerpo creado para el disfrute. Ahora podía contemplarla como tantas veces había querido hacerlo. Su calor ya no se limitaba a los recuerdos ni a los vívidos sueños que antes infestaban su almohada, ahora estaba allí... Listo para perderse en la sinfonía de sus labios y nuevamente armar entre ambos la más bella canción sacra.

Sintió su mano perderse entre su carne, su ropa interior había sido corrida y pronto era dirigido a su pequeño edén. Temeroso aún por aquel acto, la euforia de sus latidos le marcaron el tiempo exacto para tocar tan compleja partitura. Atravesando su carne y reencontrándose con la gloria, la penetró con calma, la succión empezaba en conjunto a la calidez sobrehumana que solamente ella podía generar.

Cerrando los ojos y suspirando ante tanto deleite sensorial, empezó a moverse de manera ligera, no quería despegarse ni un instante de ella. Amelia lo observaba, conteniendo la propia furia que habitaba en su vientre, recordando cada expresión que en su rostro ahora se marcaba al unirse en el punto exacto donde ambos se fusionaban. Buscando su boca y clamando mayor profundidad en sus embestidas, lo obligó a recostarse sobre ella, Tomás estaba perdido, él lo sabía, el perfume de su cuerpo sumado a la sal marina de su piel eran la mezcla suficiente para matarlo con un insípido cianuro.

—Esto te encantará...— Llevando sus manos a la espalda de su amante, Amelia comenzó a tocar sus alas. Con las plumas marcando aquella grotesca textura en su piel, con calma apretó las agujas, un violento suplicio salió de su boca cuando Tomás gruñía desde el cielo.

—Ha... Hazlo de nuevo—

Sus manos ahora se enredaban y arañaban sobre la piel perforada, mientras que su nuevo ser angelical aumentaba su velocidad. Ya no podía contenerse sus gritos ni mucho menos la emoción de nuevamente vivir aquel acto divino, ansiosa por otra reacción beata tomó el coraje suficiente como para sacarle una de sus plumas y dejar que de su piel la pasión roja desbordara.

Violentos gritos acompañados por furiosos movimientos eran efectuados, los torbellinos aparecían muriendo en sangrantes ocasos. Las agujas eran sacadas y depositadas a un extremo, pronto ambos quedaron bañados en los fluidos de su pasión, eternos. La fricción era demasiada y quizás la pena conjunta, tanto tiempo clamando liberación no ayudaba a tan desdichadas almas que ahora se consagraban.

—Espera, no te muevas, deja que se tranquilicen nuestros cuerpos... No quiero que todo acabe tan rápido—

Obedeciendo sus palabras, se detuvo. Su mente pedía continuar el acto al igual que su cuerpo, pero los dulces ojos de su ángel que ahora lo envolvían con sus llamas azulinas provocaron que su sometimiento sea inmediato. Buscando sus labios, se entregó a su voluntad, mostrando que quizás él sea el único mortal dispuesto a amar a un ser más allá de su raciocinio. Acariciando sus rizos y haciendo que su respiración se normalizara, supo que estaba listo nuevamente para alzarse al aire.

—¿Po... Podemos continuar?—

—Eso te lo tendría que preguntar yo a ti, Tomy... Pero, espera, levántate.—

Siguiendo sus directivas, la dejó libre del peso de su cuerpo. Ella en lugar de buscar una pose más cómoda se dejó morir en el acolchonado suelo, boca abajo. —Ahora sí, ven encima de mí—

Entendiendo aquello como una orden, besó su blanca espalda, para nuevamente buscar el camino de su placer. Con la ayuda de su mano se abrió paso entre sus carnes, sintiendo sensaciones diferentes darle la bienvenida. Comprobando que el disfrute era distinto pero su pasión seguía siendo la misma, abrazó su cuerpo, rodeándola por completo por sus brazos y aprisionándola debajo suya por siempre. Las alas se mezclaban y los cielos se abrían, el paraíso siempre sería suyo si tenía un ángel de compañía.

Las descargas eléctricas comenzaron y el punto culmine de su encuentro se anunciaba, prendido a la piel de su cuello y cocido a ella a base de besos, dejó que la canción sea cantada. Ella gritaba presa de su propio romance, haciendo que su corazón muriera y que la eternidad se levante.

Entre los gemidos delirantes y el temblor de su garganta, ella pudo expresar sencillas palabras. —Te extrañé...—

Muriendo ante aquella exclamación, la vida danzó en conjunto con la muerte, vertiendo todos sus males en su pequeño interior. Agradeciendo a los cielos, entre alaridos, por haberla retornado a su vida, bañada en pena, pero renacida ante la alegría de nuevamente a su lado estar unida.

... ... ...

—Necesito que te quedes quieto, sino me tirarás—

Amelia sentada en su cintura baja, con diversos algodones empapados en etílico alcohol, curaba cada centímetro de piel donde sus alas habían crecido.

—No quiero que pienses mal, Ami... No me duele, pero me incomoda un poco la pose en la que estás—

—No tiene nada de malo que esté sentada sobre tu trasero, al menos que eso te dé ideas... De ser así podría preparar algo nuevo para la próxima vez que nos veamos— Una malévola sonrisa salió disparada con aquella última frase.

—¿QUÉ?— Obligado a moverse ante la impresión de aquellas palabras, casi logra que su pequeña niña caiga de arriba suyo. —Di... Disculpa, solo que a veces tienes ideas un poco peculiares— Teniendo como única respuesta un ligero golpe en su cabeza, Tomás calló.

Pasando nuevamente el algodón por su piel, Amelia comenzó a hablar, haciendo que la naturalidad naciera entre ambos, aquella que nunca se había perdido. —Oye... ¿Dónde quedó tu valor de aquella noche en la iglesia? ¿No me dirás, tú también, gatita?—

—Ami... Yo solo quería que despertaras... Que veas algunas cosas que te privan de tu verdadera naturaleza. Nunca he tenido valor ante ti...—

Amelia suspirando, dio su trabajo por finalizado. Su cuerpo ya estaba sanado y los rastros de sangre en ambos ya habían sido limpiados. Poniéndose de pie aún desnuda, caminó nuevamente hasta su mochila.

—¿Sucede algo, ángel?—

—No... Nada...—

Entendiendo cada gesto de ella como un poema, pudo leer lo que su silencio rezaba. —Te conozco, habla conmigo—

—¿Qué quieres que te diga, Tomás? Solamente me duele tener que retornar a la vida aburrida, nada más—

Elevando la vista, Tomás cuestionó. —¿Qué piensas hacer?—

—Primero, dejar a Augusto y volver a la capital después de las fiestas... De allí no sé nada más—

Asustado ante el futuro, una única incógnita se grabó en su mente. —Pe... Pero ¿Qué pasará con nosotros?—

—Tomás...— suspirando, Amelia volteó a mirarlo. —Alguna vez ambos soñamos con dejar todo atrás y encontrar una nueva vida juntos, pero eso nunca funcionó. Aquí nos ves... Tres años después aun escondiéndonos... Yo prometida con un buen hombre al que engaño y tú... Bueno, ya sabes, igual que la otra vez.—

Sucumbiendo ante la tristeza de sus verdades, Tomás se resignó. —Tienes razón...—

—Pero de algo si estoy segura, el puto mundo siempre me obligará a terminar a tu lado... Podrás visitarme las veces que quieras, quizás encontremos una vieja iglesia o alguna nueva cabaña escondida en el bosque. Por algo los moteles son anónimos... Tu seguirás tu vida y yo seguiré la mía, pero siempre tendremos esto... La calma de un lugar donde nadie nos puede juzgar...—

—¿Tu buscarías a alguien más a quién amar?—

—¿Amar? Mis relaciones nunca se basaron en amor, Tomy. A Facundo lo quiero, él es mi amigo... Barcelona es buena persona, me brinda su cuidado... Una sola vez en mi vida me enamoré y terminó bastante mal.—

—¿Cómo terminó?—

—Con mi corazón destrozado... Por eso, solo limitemos nuestro tiempo juntos a la carne, no quiero nuevamente tener que juntar mis pedazos del piso.—

—Ami... No tiene que terminar igual que la última vez, no tiene que terminar...—

Caminando de nuevo a su encuentro, Amelia sentenció. —Lo sé, pero tengo miedo de tener el mismo resultado... No, no estoy lista para semejante paliza una vez más— Sentándose en su espalda, concluyó. —¿Qué prefieres? Traje banditas de animales y de corazones—

—Prometo no volver a lastimarte, Ami... Me merezco una segunda oportunidad—

—El tiempo lo dirá, Tomás. Solo el tiempo lo dirá—

Tomando aquello como un reto, sabía que aún su amor no estaba perdido. Las cenizas volverían a calentarse y quizás un futuro libre los aguardaba. Empezando a planear todo aquello que los liberaría a ambos, Tomás respondió. —Corazones... Por favor— Al pronunciar aquellas palabras, un súbito recuerdo lo atacó. —Permiso, Ami, en un momento vuelvo— Cuando ella sin entender sus motivos se quitó de encima, revistió su desnudez con la sencillez de sus interiores y caminó hasta su morral solo para empezar a revolverlo.

Al encontrarlo, la apretó fuerte, allí habitaba su última esperanza. —Esto es tuyo, quizás tu tengas la fuerza necesaria para alimentarlo. Lo he cargado tres años conmigo, pero nunca me perteneció— Caminando con pausa hasta su lado, ganando la atención de sus ojos, se lo extendió. Dejando que el brillante colgara de su cadena, concluyó. —Es solo tuyo... Late por ti... Brilla por ti—

Amelia no pudo ocultar su sorpresa al verlo. El mismo corazón que ella había arrojado al piso en medio de un profundo llanto, ahora volvía a su cuello. Una lágrima quiso escabullirse y perderse en la seguridad de su piel, pero no era momento de llorar. Dándose vuelta, le dio la espalda en un respetuoso silencio.

—¿No... No lo quieres?— Tomando aquel gesto como un desamor, Tomás se resignó a devolver esa joya a la seguridad de su privacidad.

—No, tonto. Quiero que me lo pongas, que lo prendas a mi cuello... Es mío, puede estar un poco viejo y quizás hasta oxidado, pero ese corazón es mío.—

Sonriendo ante un halo de esperanza, supo que aún su historia no terminaba y que ahora solo era cuestión de escribir su destino.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

¡Ufffssss! ¡Ahhggss! Listo, me calmo.

Espero que el capítulo le gustara, pecadores (Sí, pecadores, porque tenemos varones en nuestras filas. PD: No los violen)

Tengo tres cosas que decir:

1). POR FAVOR: Si alguien saca frases de aquí para subirlas a sus redes sociales, utilicen las etiquetas: #Perdónamepadre #Perdónameamelia #wattys2018. Así logramos que nuestro trabajo sea más visible, de paso, síganme, hablo muchas idioteces que de seguro te sacan una sonrisa.

Instagram: nel_ann2223

Facebook: "Ann con teclado" (si, lo sé, soy una genia con los nombres)

2). Si desean que hagamos un libro de spam para sus novelas, necesito que alguien me dé una mano con una portada. No quiero molestar a Ty, ella ya demasiado hizo por nosotras. Recuerden que es algo por y para ustedes y resaltar sus talentos. (Es más que claro que daré los créditos correspondientes)

3).  Cambiando el tono alegre del capítulo, quiero solidarizarme con nuestros hermanos de Guatemala. Sé que tengo varias chicas allí, espero que estén bien. Sépanlo: Aquí, alguien siempre se preocupa, por más que no los conozca, amo a cada uno de ustedes. 

Sin otros motivos, les mando mis cariños.

¡Nos leemos en unos días!

Quien tiene ganas de llevar la ficción a la realidad (Si, tené miedo Nel):



Angie

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