23: "Paraíso"


Sin abrir los ojos, estiró su mano buscando un hueco en el cual colar sus dedos, quizás la hendidura de su cintura, o quizás hondear su mano en su suave cabello. Pero no, ella no estaba allí, con ella se habían quedado las mañanas de dulces pasteles y el aroma a limón desde el jardín. La extrañaba y ese fue el sentimiento que la despertó, la ausencia de la tierra reclamando a su única flor lloraba en su piel y gritaba su nombre, no podría ser así.

Aflojando su espalda, sintiendo el duro sillón dejando huecos en su espina, se levantó. Buscó en aquella casa ajena su mochila, intentando que ésta cargase un poco de aquello que ahora tanto su alma merecía. Agarró su celular y revisó desesperada, no había recibido ni un mísero mensaje de Carolina.

El corazón cubría y el dolor dejaba su huella, anidando en sus pasiones juveniles y trayendo a ella una depresión eterna. Ella ya no la amaba, ni siquiera se había molestado en saber de su paradero. Ausente y con la mirada perdida en el recién pintado cielo raso, dejo que el día continuara.

El desespero era el peor sentimiento que un alma golpeada podía padecer, la añoranza del amor perdido y la tristeza del olvido empezaban en su pecho a florecer. Sintió la puerta abrirse y con ella diversos pasos a circular a sus cercanías, temió que el dolor se reflejara en su mirada y que con él su pena tomara forma tangible. Olvidando los recuerdos y colocándose una máscara, secó sus lágrimas.

—Oye, culo plano ¿Quieres desayunar?— Mónica se encontraba de pie a su lado, por momentos sacudiéndola, a veces brindando una caricia generosa, sin duda alguna el mal era compartido y el dolor sosegado.

—Sí, ahora mismo me levanto—

Cubriendo su aspecto con apariencias de aún poseer la frescura de una conciencia adormecida, se colocó sus botas. Aún estaban sucias con la tierra del camino, ya no poseían el brillo de la pomada o la caricia de la cera que con tanto empeño repartía Carolina, nuevamente los sentimientos taladraban y el pesar aumentaba.

—¿Cómo dormiste?—

—Bien... ¿Nadie llamó?—

Con el rostro marchito e intentando que la información suministrada no sea una granada, Mónica respondió. —No, Nati... Nadie llamó, pero lo hará, ella llamará, tenlo por seguro—

Mirando al suelo unos momentos, la incertidumbre nuevamente bailaba con la inseguridad, haciendo que su mente se desviase ante el objetivo principal de amar. —No sé si quiero que llame... La extraño, pero ella está mejor sin mí—

—¿Por qué dices eso, tonta?—

—Piénsalo unos momentos... Ella no debe avergonzarse por mí o andar ocultándose, por primera vez en su vida es libre. Libre de los dogmas aburridos, de la rutina, de su madre... Libre de mí—

Sentándose a su lado, Mónica se arrimó a su hombro. Lo que parecía ser un gesto de cariño fraternal pronto mutó a un golpe en su cabeza, haciendo que todas sus ideas bailasen con una sola sacudida. —¡No digas eso! ¡Son tal para cual! ¡Ambas idiotas!—

—¡OYE! NO ME GOLPEES—

De repente, de unos de los cuartos el llanto desesperado de un niño comenzó a sonar. Mónica dirigiéndose a consolarlo, murmuró. —Ya despertaste a Mateo, tonta—

—¡Tú me golpeaste! Pobre niño, lo que le espera con su madre—

Lanzando una mirada plagadas de cuchillas, Mónica rio con ironía. —Ja ja ja ¡Qué graciosa! De seguro Amelia se sentiría orgullosa de ti—

Ya de pie y con sus pensamientos más dispersos, Natalia intentaba comenzar su día acomodando su corto cabello frente a uno de los espejos. — Hablando de nuestra pura y virginal amiga... ¿A qué hora viene?—

Cargando a su bebé en brazos y meciéndolo con cariño, Mónica respondió. —¿Santa Amelia? Hoy tiene el día libre, pero de seguro viene a molestar a la tarde. No tiene otra cosa que hacer...—

—Oh sí, claro que tiene otra cosa que hacer, Moni— Con una sonrisa algo picaresca hizo que sus dolores se esfumaran, Natalia había dejado a su amiga con la boca abierta producto de la impresión.

—¿Ella te contó?—

—Algo así—

Dejando a su pequeño niño dentro de su elevada silla, Mónica empezó a calentar la leche que éste ingeriría para luego colocar el agua a hervir. —¡No te muevas! ¡Ni te laves los dientes! Quiero hablar de Amelia con otra persona que no sea ella misma— Anunciando el pronto desayuno, desde la pequeña cocina la invitó a la mesa. —¡Ven, siéntate!—

Obedeciendo sus palabras, Natalia se dirigió a tomar lugar a un costado de la mesada. Viendo como Mónica hacía malabares con diversas tazas aún vacías y un biberón tallado con dibujos infantiles. Sonriendo ante la estampa, dejó que su adolescencia retorne una vez más.

—Sé sincera... ¿Tomás? ¿De nuevo?— Cuestionó la joven madre mientras que vertía la leche tibia en el receptáculo del infante.

—¿Qué quieres que te diga? En el fondo creo que todas sabríamos que esto ocurriría cuando vimos a Valencia de nuevo. Lo de ellos es raro... — Suspirando, Natalia se encomendó al romance. —Dos almas separadas por el credo, pero unidas en la necesidad, encontrando consuelo quizás en sus cuerpos y regocijándose en el lamento de lo prohibido—

—¿Y Barcelona?—

—Augusto es un imbécil, desde que me lo presentaron solo me da escalofríos—

—Pero, lo mismo, no se merece eso.— Respondiendo, Mónica puso delante suyo una colmada taza turbia rellena en té.

—Lo sé... No lo merece, pero Amelia es así.— Bebiendo de su infusión, Natalia continuó hablando. —Después de todo... ¿Qué mejor que dos almas atormentadas para hacerse compañía? Un niño bueno y una niña perdida. La sangre a ambos les tira, su piel los llama, Amelia nunca pudo olvidar a Tomás y dudo que el pudiera sacarse de la mente a nuestra diablilla—

—¿Sabes qué es lo peor? Creo que aún hay sentimientos mezclados en todo esto, no es solo carnal lo de ellos—

Haciendo que la charla girara en otra dirección, Natalia cuestionó aquella incertidumbre que aún hacía ruido en su memoria. —Ami me contó que te estás hablando con alguien. ¿Quién es el afortunado?—

El nerviosismo aumentaba y la presión la envolvía, sintiéndose invadida, Mónica respondió. —¿Te contó? Puta Amelia chismosa—

Entre risas, Natalia identificó la incomodidad de su amiga y comenzó a hacer alarde de ello. —Oye, no te pongas nerviosa—

—¿YO? YO NO ESTOY NERVIOSA—

—Sí, claro, ajá.—

—De... De verdad, no estoy nerviosa—

Natalia, acercándose a su amiga, tomó su mano temblorosa. Brindándole un poco de ansiada calma, retomó la palabra. —Moni... Creo que hablo por todo el grupo, inclusive por Caro, cuando digo que te mereces ser feliz. Todas sabemos lo mucho que penaste con Mateo y como tu vida cambió... Si Dios existe de seguro a ti te premiará con algo grande.—

—Si... Eso espero—

... ... ...

Intentando calmar sus agitados pensamientos, Natalia dejó de ver el celular. Ningún mensaje había llegado al igual que alguna llamada salvadora que la quite de su desdén. La tarde aún no comenzaba y el canto de las cigarras parecía aturdirle, mitigando su ansiedad comenzó a doblar un poco de ropa.

—Señorita Natalia, deje eso ahí, es mi trabajo— Mencionó Adriana notando como esa joven peculiar empezaba a realizar sus labores.

—¿Señorita? Dime solo Nati, yo te llamaré Adri ¿Trato?— Con un gesto dulce, volteó a ver a Mónica la cual escondía su sonrisa detrás de un mechón de cabello.

—Oye, Nati— Ganándose su atención, mencionó la madre. —¿Recuerdas cuando María fue a visitar a Amelia a la clínica y la muy idiota quiso robarse un bastidor de pintura?—

Las risas resonaron y el dolor comenzó a mermar su intensidad. —Estaba toda llorosa al lado del policía, debimos haber dejado que se la llevaran—

La profunda carcajada llenó el local comercial, mientras que cada habitante de ese cuarto comenzaba a unirse al jolgorio. —"Señor oficial, fue un error, prometo no volverlo a hacer"—

La alegría comenzaba a devastar su corazón, llenando de emoción donde antes solo existía el dolor. Cuando la campanilla de la puerta sonó anunciando un nuevo intruso, las tres mujeres voltearon.

—Te dije que vendría a molestar. ¿Qué haces aquí, Amelia?—

—Hola musaraña, hola cabeza de pene... Hola, Adriana— Revolviendo entre los productos de una caja recién abierta, Amelia hablaba. —Solo vengo de pasada, necesito algo—

—Señorita Amelia, dígame en qué la ayudo— Mencionó Adriana mientras que las demás mujeres reían al notar como su compañera mezclaba la ropa y lanzaba varias prendas al aire sin sacarse su mochila.

—Necesito unos pantalones, apretados, quiero que combinen con los tenis—

Mónica, acercándose a su amiga, habló. —Tranquila, no creo que con tanto maquillaje alguien se fije en tus zapatos. ¿Volviste a usar ese rosario?—

—Si ¿Algún problema con este jodido rosario?—

Interrumpiendo, Natalia se sumó a la charla. —De hecho, sí. Yo sé tus oscuras intenciones, Von Brooke—

—Nati... Si entiendes mis oscuras intenciones es porque tienes la cabeza igual de sombría que yo.—

Mónica riendo, mencionó. —Quién esté libre de pecados, que tire la primera piedra—

Ganándose la atención de su empleadora, Adriana se dirigió a su jefa con dos pantalones de apretado algodón en sus manos. —Mire ¿Le gustan?—

—¡Adriana! ¿Dónde estuviste toda mi vida?— Agarrando ambas prendas, Amelia cuestionó. —¿Cuál es mejor?—

—No lo sé, ambos son azules, son iguales—

Mónica, mirando las telas, concluyó. —El marino tiene mejor calce que el Francia, usa ese—

Natalia sorprendida, preguntó. —¿Tu les notas diferencia, Moni? ¡Son jodidamente iguales!—

—Son diferentes, parece que las lesbianas no tienen incorporado en su cerebro la escala cromática— Entre risas, respondió Amelia, mientras esquivaba el bollo de papel que le habían lanzado. —Iré a medírmelo—

Mientras que Amelia corría al probador, aquellas dos amigas quedaron contemplándose la una a la otra, intentando resolver sus dudas sobre el apurado comportamiento de su compañera. Luego de levantar sus hombros en señal de ignorancia, Mónica se atrevió a cuestionar. —Oye, cara de culo. ¿Dónde te vas?—

—A caminar—

Natalia torció una ceja haciendo que la mentira obvia sea un hecho para ambas. —¿A caminar? ¿Con esa facha?—

—Si... A caminar con estas fachas—

Espiando por la cortina del probador y aguantándose la carcajada, Mónica volvió a hablar. —¿Y es necesario que para caminar uses bragas de colección puta?—

—¡QUITATE MÓNICA!—

Las risas aumentaban y poco a como el aire jovial volvía a aparecer, saliendo de la pequeña casilla, Amelia comenzó a contemplarse de diversas formas enfrente del gran espejo. —Sean sinceras ¿Me hace el trasero grande?—

—¿Tener trasero grande es malo?— Cuestionó Natalia, notando como la hereda continuaba contoneándose delante del cristal.

—En este caso no, pero ¿Me queda bien?—

—Sí, tonta, te queda bien—

—Lo... Lo mismo digo, señorita Amelia—

Acomodándose una última vez y seduciendo a su reflejo, Amelia se despidió. —Bueno, me voy a hacer ejercicio. Nos vemos en la noche—

—¡Suerte y ten cuidado con las lecciones "deportivas"!—

—Sí, señorita Amelia, tenga cuidado—

Natalia se levantó de su asiento y caminó hasta su amiga. —Vamos... Iré contigo—

—¿Ir conmigo? Quédate aquí y no jodas, Nati.—

Adriana interrumpió, poniendo un halo de respeto a la conversación. —De hecho, señorita. No es recomendable andar sola por las zonas aledañas a la montaña—

—Augusto iba siempre a correr y nunca le pasó nada—

—Sí, Amelia, nunca le pasó nada porque tiene pene. Vamos, cuidaré tu gigante trasero.—

... ... ...

Caminando por las diversas sendas de tierra, ambas mujeres buscaban la conexión del sendero de vegetación con la unión del rio. Charlas vagas sobre la cantidad de animales que anidaban en esos páramos eran llevadas a cabo mientras que el ritmo era mermado debido al denso follaje.

—No me mientas, sé a qué vienes aquí—

—A ver, dime Sherlock...—

Agachando la cabeza al pasar por una rama baja, Natalia respondió. —Tengo tres teorías: La primera es que vienes a hacer algún ritual satánico, la segunda es que encontraste algún animal herido y vienes a darle de comer y la tercera... Te estás por encontrar con alguien—

Amelia cayó, sabiendo que su amiga la conocía mucho más de lo que ella pensaba. Teniendo el silencio como única respuesta, el misterio de aquel mágico encuentro fue revelado, entre sonrisas Natalia dedujo sus verdaderas intenciones.

—¿Por qué tan lejos?—

—Porque aquí Augusto no puede encontrarme...—

—Pero ¿No sientes culpa?—

—¿Culpa de qué? ¿De acostarme con otro o de buscar aquello que él no me da?— Sincerándose, Amelia poco a poco dejaba ver su realidad.

—No lo sé... Pero yo no podría hacer eso.—

—¿Qué cosa?— Respondió la ansiosa heredera mientras continuaba su destino.

—Tener que vivir una doble vida...—

Con algo de resignación, Amelia recordó su completa vida. —Toda mi vida se limitó a dos existencias ¿Lo sabes? Desde las clases de piano con olor a cigarrillo hasta las reuniones sociales donde me desmallaba de hambre... Tomás es solo otra vida, una en la que soy feliz, una donde él es libre y yo puedo corresponderlo—

Comprendiendo la profundidad de aquella oración, Natalia se atrevió a preguntar. —¿Aún lo amas?—

Dudando unos momentos, Amelia respondió. —No podría decirte la verdad por más que me tortures, ni yo misma lo sé. Lo único que comprendo en éste preciso instante es que lo necesito... El siempre tendrá la calma de una partitura litúrgica, anidando en mis manos y muriendo en el teclado. Necesito su paz para poder seguir siendo su caos—

El silencio recorrió a ambas, su romance profanado por las leyes morales las tomaba por sorpresa. Diferentes pero iguales ante la condena publica, se unían en el silencio de la tarde, mientras que ningún ojo curioso las juzgaba.

—Caro no me escribió...—

—Qué raro...— Pensando unos momentos, Amelia tuvo un súbito destello de gloria. —Oye, ¿Qué agencia tienes en el celular?—

—Naranja ¿Por qué lo preguntas?— Curiosa, respondió Natalia.

Sonriendo, Amelia iluminó su vida. —Porque esa porquería no llega aquí, nunca recibirás un mensaje de ella sin señal. ¿Por qué piensas que siempre las llamo a su teléfono fijo?—

Un gran halo de regocijo cubrió su mirada, sus pensamientos mal fundados se disipaban en conjunto con el sol. La esperanza nuevamente aparecía en conjunto con la ternura, escabulléndose con una inocente sonrisa.

—¿Qué? ¿Pensaste que ella se había olvidado de ti?—

—Si...—

—Cuando vuelvas pídele el teléfono a Moni y llámala... Debe estar igual de histérica que tu—

Evitando que la vergüenza trepara por sus mejillas, Natalia abrazó a su amiga por los hombros haciendo que la unión que ambas compartían se afianzara. —Eres una estúpida—

—Y tu una cabeza de pene—

Siguieron caminando cuando en medio de la senda una silueta apareció, resaltando en su entorno, un hombre permanecía de pie contemplando el río.

Natalia fue la primera en notarlo, deteniendo su marcha y guiando a su amiga con sus ojos hasta el yacimiento de aquel consagrado ser. —Hasta aquí llegó mi camino, la entrego a su caballero, joven dama—

—¿Te guiarás para volver?—

—Claro, tonta. Pásala bien—

Con un tierno beso en su mejilla, Amelia se despidió de su hermana ajena de sangre, dejando un rastro de carmín a su paso. —Gracias por acompañarme, ahora anda, ve y llama a Carrie—

—Eso haré y tu ten cuidado—

Sonriendo, Amelia comenzó a caminar, separando sus caminos. —El que se debe cuidar es él... Cuando regrese prometo darte detalles—

—No, por favor. Moriré de asco—

Una última risa fue lanzada al aire mientras se distanciaban. Amelia sentía aquella ligera euforia volver a su cuerpo, apoderándose de sus pasos y guiándola a donde solo su corazón se escuchaba.

Notándolo de espaldas, se acercó a él haciendo que sus pisadas se conectaran con el dulce murmuro del agua. Sabiendo que su presencia estaba oculta, habló cercana a él. —Y con promesas de deseo cubriendo tu corazón en las llamas yo vengo a reclamar tu alma, por siempre mía—

Tomás sorprendido, no tardó en voltear, notando detrás suyo la más hermosa sonrisa que sus ojos podrían observar. Cubierto por el nerviosismo de un amante, se llenó de pena al notar como la más dulce sirena de mar lo agasajaba con su presencia anidando en un sencillo río. —Ami...—

—¿Te asusté?—

—No, no... Para nada ¿Por qué debería asustarme?—

Acomodando su mochila sobre sus hombros, Amelia sonrió haciendo un clásico gesto conocido para brindar su lumbre a su pecador favorito. —Bueno... Se suponía que era el diablo—

Quitándole con cuidado su pequeña carga, Tomás puso la diminuta mochila sobre su espalda. —Si el diablo fuera como tu... Créeme Ami, no habría necesidad de otra religión—

Evitando que aquellas palabras acelerasen su pulso, Amelia volvió a hablar. —¿Te hice esperar mucho? ¿De verdad conoces éste lugar?—

Guiando sus pasos río arriba, sonrió cubierto por las dulces alas que lo seguían. —Podría esperarte lo suficiente... conozco bien el lugar, tranquila, de hecho, hice este recorrido tres veces hoy—

—¿Eso por qué?—

—Bueno... Quiero darte una sorpresa—

... ... ...

Trepada sobre su espalda y envolviéndolo con sus piernas, Amelia observaba como poco a poco la tarde perdía su claridad. Respirando su perfume y dejando a su mente divagar, cuestionó. —¿Falta mucho?—

—No, ya casi llegamos. So... Solo espero no decepcionarte—

—No lo harás, te lo puedo asegurar—

La luna poco a poco se empezaba a notar en la escasa luz del cielo. —Es hermosa...—

—¿Qué cosa?—

—La luna... Imperturbable y mutable, anclada a los cielos por designo propio y libre en el espacio.—

Subiéndola aún más y pegándola a su piel, Tomás sentía nuevamente su mundo cobrar vida. —Lo es, perfecta... Quizás incomprensible para muchos, pero sumamente hermosa para quien sabe contemplarla— Deteniendo su marcha, con cuidado la depositó en el piso. —Llegamos... Espérame unos momentos, por favor—

—Sí, claro. Aquí estaré—

Tomás algo inseguro con la idea de dejar sola a la única persona que amaba en medio de tanta desolación se alejó unos escasos metros a la vieja casilla que escondida entre la vegetación se encontraba.

Amelia divisó su forma en la oscuridad y notó su vieja madera y como ésta parecía en cualquier momento sucumbir ante el viento. Antiguas películas de terror bañadas en tiempo de antaño vinieron a su mente, la cabaña tétrica aparecía y las adolescentes promiscuas morían. Por un momento temió a que Tomás salga con una máscara y la persiguiera con una motosierra por todo el campo, acabando con su desenlace, de manera brutal.

Cuando observó su retorno, algo dentro suyo descansó.

—¿Está todo bien, ángel?—

Bromeando, Amelia respondió. —Solo dime que allí dentro no tienes un hacha o muchos cuchillos—

Sonriendo ante tanta frescura depositada en una sola persona, negó. —No... Nada de eso, ven... Quiero que me acompañes—

Agarrando su mano y conduciéndola a la pequeña entrada de aquella ancestral diminuta casa, Tomás paró. Dejando que ella por sí sola abriera la puerta.

—Hace un tiempo los pescadores utilizaban estos lugares cuando la noche los pillaba, se les llama casas de campaña. Ahora no es temporada de pesca, pero hace unos años venía aquí a pensar... Espero que no te sientas muy incómoda—

Curiosa, abrió la puerta con algo de calma, solo para maravillarse por lo que sus ojos le mostraban. Su interior, pequeño y corroído por el tiempo, se encontraba iluminado por una lámpara de queroseno y en la rústica mesa, diversas flores silvestres bailaban dentro de un ya conocido florero.

De los muros de la cabaña de una sola habitación, una gruesa cuerda atravesaba toda la residencia, teniendo en su centro una gigantesca manta. A manera de tienda ella se alzaba, imponente, albergando en su interior diversas almohadas y sabanas limpias. Conmovida por tal dulce gesto, tan sencillo y a la vez bohemio, Amelia suspiró.

—Si hubiera podido, traía tu piano... Espero que no te moleste estar aquí conmigo, Ami. Solo quiero un instante de paz para combatir una eternidad de tan ruidoso silencio—

Amelia no contestó, introduciéndose al interior de la vivienda y dejando que la tamizada luz amarillenta del candor la cubriera, sonrió.

—Sé que es poco para ti... Lamento defraudarte—

Volteó para sonreírle, no sin antes arrebatarle su mochila. —¿Bromeas? ¡Esto es genial! ¡Vamos, ven conmigo! Nunca en mi vida he estado dentro de una tienda tan bonita... Gracias por preocuparte por mí...—

Sintiendo la dicha más grande que esos años de soledad le habían arrebatado, cerró la puerta detrás de sí, observando como Amelia se quitaba sus zapatos y acariciaba el suelo protegido con suaves telas con sus calcetines de seda. —¿Qué quieres hacer, Ami?—

—¿Trajiste lo que te pedí?—

—Si...— Deteniendo su vida en la encrucijada de la batalla eterna de los demonios que Amelia tan generosamente le regalaba, cuestionó. —¿Para qué quieres mi estola?—

—Eso es una sorpresa, ¿Trajiste la roja?—

—Si, como me lo dijiste—

—Entonces sácala...—

Al escucharla, Tomás obedeció, de un rincón de la pequeña vivienda extrajo su propio morral. Allí se encontraba aquella delgada tela que rodeaba su cuello en las celebraciones religiosas, con cuidado se la pasó, obteniendo como agradecimiento una fugaz caricia en su mano.

—Bien, ahora por favor... Quítate tú camisa—Sonriendo, notó como nuevamente el nerviosismo en su antiguo amante comenzaba surgir.

—¿Pa... Para qué, Ami?—

—No pensarás que vine a aquí para hablar ¿Verdad?— Abriendo su propia mochila, empezó a revolver entre los diversos instrumentos que anteriormente había escogido. —¿Cómo me llamas a mí, Tomy?—

—Mi... Mi ángel— Despojándose de todo aquello que cubría su pecho, Tomó lugar dentro de la precaria tienda, ansioso por lo que estaba por vivir. Al observarla en detalle gracias al candor de la lámpara, notó como su pequeña aún poseía aquel reconocible rosario que alguna vez el mismo le había regalado. Una parte suya resucitó ante tal majestuosa estampa...

—Bueno, querido mío... Quiero que también seas mí ángel, así que he decidido hacerte un par de alas. Dolerán un poco, pero te lo aseguro Tomás, te encantarán en cada una de sus majestuosas plumas de metal—

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Gente, yo ya debería estar durmiendo, así que ustedes nunca me vieron...

No quería dejarlos sin capítulo.

Espero que sea de su agrado.

Ustedes ya saben la pregunta y yo les doy la respuesta:

Si 7w7


Por favor, si tienen frases mías, fan arts, o lo que sea. Cuelguenlos en instagram utilizando las etiquetas: #Perdónameamelia #Perdónamepadre #wattys2018 

Eso me ayudaría muchísimo

Los adoro.

Quien va a intentar dormir:


Angie

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