21: "Farsa"
—¡Qué tengan buenas noches, chicas! ¡Hasta mañana!— Un poco fatigada, la anciana mujer encargada de las tablas contables de la cosecha, sacudía su mano mientras que aquellas dos mujeres lentamente se alejaban.
—¡Descansa, Teresa!— Respondió de manera efusiva Carolina, acompañada a su diestra por su pareja.
El camino serpenteante de tierra iba permitiendo que poco a poco la necesitada intimidad se apareciera. Entre los claros y oscuros que la noche brindaba, el brillo de la luna era suficiente lumbre como para revelar ese acto. Con algo de pena, necesitada por las horas de soledad, Carolina tomó la mano de su pareja, permitiendo que aquel momento cerrase la larga jornada laboral.
—¿Cómo te fue en la oficina?— Natalia entrelazaba los dedos con ella, entre suspiros nuevamente podrían ser ellas mismas.
Sonriendo ante sus palabras, Carolina se acercó aún más ella, casi pegando sus caderas en aquella corta caminata de regreso a su casa. —Por suerte todo en orden, nada fuera de lo común. ¿Tú en el campo?—
—Todo igual, pero hoy sucedió algo interesante; Entre los arándanos encontramos una liebre, la pobre estaba demasiado asustada—
—¡Oh!, ¡qué lindo! No la mataron ¿Verdad?—
Volteando para sonreírle a su compañera de vida, Natalia replicó. —¿Me crees capaz de matar un animal así? Bien nos vio salió saltando—
Las miradas cómplices nacían al igual que la necesidad de pronto retornar a la pequeña vivienda que ambas compartían. Seguramente una merecida charla se llevaría a cabo en compañía de colmadas tazas de té mientras que la cama, siempre tendida, las invitaba a descansar luego de tanto ajetreo cotidiano.
Las pequeñas casas aparecían bordeando el camino mientras que la desolación de un área alejada de la urbe brindaba su intimidad. Su vida no era perfecta, pero al fin de cuentas, era real.
Con algo de fastidio, Natalia notó como de una de las precarias viviendas la música retumbaba. Canciones denigrantes con insultos entre sus letras eran pronunciadas por los grandes altoparlantes que tenían como único fin perturbar la paz.
Acostumbradas a esa clase de situaciones y sumisas ante la presencia de los habitantes de dicho hogar, poco a poco fueron separándose. Soltaron sus manos y guardaron distancia, haciendo que su noviazgo nuevamente quedara oculto.
De la vereda de la casilla se podía observar sentados al molesto grupo del pueblo. Jóvenes sin sus piezas dentales, tirados en el piso rodeados por diversas botellas de alcohol disfrutando del bochinche que ellos mismos causaban. Al notarlos, aumentaron el ritmo de sus pasos intentando pasar desapercibidas en vano.
—¡Carolina!— Desde el suelo uno de los ebrios muchachos habló, haciendo que Natalia refunfuñara.
Comprometida por la diferencia de número y asustada, no tuvo más que hacer, debía responder. —Ah... Hola, Carlos—
El hombre sonriente continuó hablando desde el suelo, haciendo que todos sus amigos rieran ante su falta de experiencia en el cortejo. —Oye, ¿Cuándo me dejarás que yo te acompañe? Ya estás grande como para que tu hermana te lleve y traiga de tu trabajo—
Entendiendo que aquello solo traería problemas, Carolina empezó a tartamudear. —Yo...Yo...—
Abrumada por la cólera que trepaba por sus venas y enardecida en su propio odio, Natalia intentó tranquilizarse, pero ver a su chica en aquella incómoda estampa hizo que su imagen fraternal se perdiera. —¿Por qué no dejas de molestar? ¿No tienes otra cosa que hacer, Carlos?—
Los muchachos rieron ante su expresión y aún con su aliento etílico percudiendo el aire los coreos empezaron, alentando a Carlos a responder. —¿Qué pasa? ¿Te pone celosa que tu hermana merezca tener un pene entre sus piernas?—
Cuando Natalia quiso responder, Carolina tomó su mano y la jaló, obligándola a seguir caminando. —Ya.... Tranquila, no les hagas caso. Vámonos de aquí— Poco a poco volvieron a su rumbo, intentando alejarse de esa parvada de idiotas.
—¡Eso! ¡Camina, lesbiana de mierda!— Los hombres continuaban gritando. —¿Sabes por qué eres así? ¡Porque nunca te cogieron bien!— Las risas aumentaban en conjunto con los alardes. —¡Vamos, voltéate marimacho!—
Presa de su odio, Natalia debió retroceder solo para observar como esos seres demenciales se burlaban de ella. Cuando los miró, notó como el idiota que le pronunciaba sus blasfemias ya estaba de pie, tocando su entrepierna y gritando a los cuatro vientos. —¡Te gustaría tener uno de estos! ¡Ten cuidado cuando camines sola porque te puedo hacer volver al lado correcto! ¡Maldita enferma!—
Intentando que su pareja continuara moviéndose, Carolina quiso arrastrarla con débil fuerza de su mano. —Vamos... No valen la pena—
Cuando Natalia escuchó sus palabras solo continuó el sendero, mientras que las risas y los insultos quedaban a sus espaldas. Podía sentir su sangre estar caliente, casi tan tóxica como el ácido de una batería, recorrer su cuerpo. En silencio continuaba, intentando que su furia no se desatara en un último acto violento. No podía reaccionar mal si quería mantener la integridad de Carolina.
Su casa apareció luego de minutos de abrumadores silencios, sacando la llave del bolsillo de su camisa, Carolina le permitió el paso a su pareja. Aún muda, ella se adentró a su hogar sentándose de manera pesada en el sillón de la sala.
—Tranquila... Tú ya sabes como son, deberías estar acostumbrada a esos estúpidos—
Levantando su mirada hacia los ojos de su novia, Natalia contestó con algo de molestia. —¿Acostumbrada a que me maltraten?—
—No... Amor, a eso no. Acostumbrada a que los idiotas griten cualquier cosa, yo ya ni me molesto en escucharlos—
Fastidiada, Natalia volvió a mirar sus pies mientras que masticaba todo el resentimiento que sentía. —¿Sabes lo que me molesta? Tener que fingir que eres mi hermana... Nos mudamos aquí para no tener que soportar a tu madre ni a mí familia, pero aún no podemos ser libres.—
Sentándose a su lado, Carolina solo pronunció la única verdad que sabía. —Yo... Yo soy libre, puedo estar con la persona que amo—
—Sí, pero viviendo en una constante mentira—
Notando como el ánimo de su pareja no tenía intenciones de mejorar, Carolina volvió a hablar, entendiendo que aquello hacía que su vida fuera un martirio. —¿Y qué esperabas? ¿Qué te vean como algo normal?—
—¿NORMAL? ¡Yo soy normal! ¿Acaso tengo tres piernas o algo?—
Aquello no había sido un comentario afortunado, debía hacerla entrar en razón si quería mantener la paz en su hogar. —Amor... Eres normal, solo que, si te dejaras un poco más largo el cabello o algo, la gente no hablaría tanto de ti—
—Espera... ¿Quieres que cambie para que la gente no nos moleste? ¡Caro, por amor de Dios! ¿Qué te sucede?—
—No...No me sucede nada, pero si nos esforzáramos más en ocultar algunas cosas podríamos vivir tranquilas—
—¡No! ¡Así no se puede, Carolina!— Enardecida, Natalia se levantó, dirigiéndose a su dormitorio. —¡Me pasé toda mi vida escondiéndome y no pienso volverlo a hacer! Por primera vez en mi vida puedo ser y verme como yo quiero y ahora tú me sales con esto... Tu sabías a lo que nos enfrentábamos viniendo a aquí— Cansada por tal amargo trago, se alejó, encerrándose en el dormitorio que ambas compartían, aún con aquellas palabras haciendo eco entre sus pesares.
—No... No lo sabía, Natalia...—
—¡Entonces, sigue viviendo tu propia farsa! ¡Yo no voy a mentir nunca más respecto a quien soy!—
... ... ...
Nervioso, esperaba que la hora pactada llegara. Realmente se había esforzado en impresionarla, aseándose de manera incansable, recortando su barba y cubriéndose en ese perfume que ella misma hace años había exclamado su gusto. Estaba ansioso, seguramente Amelia vendría y pondría su mundo dado vuelta, como siempre lo hizo, glorificando cada espacio de su cuarto con sus desastres y colmando su cuerpo en una ansiada pasión.
El tiempo pasaba casi con la velocidad de un cuenta gotas, ya todo estaba preparado. El café ya estaba en la tetera y diversas frutas frescas yacían para su agasajo. Solo era cuestión de esperar la llegada divina de un ser celestial.
Se la imaginó entrando con su lujuria y arrastrándolo nuevamente al averno de su misericordia, llenándolo de sutiles acuarelas violáceas, dolorosas, que atesoraría por siempre. El mismo había construido ese cielo solo para el disfrute del único ser tan puro como para surcar la profundidad del mar y elevarse al viento sin mutar. Amelia estaba grabada en cada rincón desolado de su soledad... Teñida en versos de amores profanos y tatuada con agujas de plata de incontables rosas con sus correspondientes ramos. Solo por hoy, ella volvería a ser suya.
Cuando sintió la puerta principal de la iglesia abrirse su corazón casi estalla en un agasajo de sensaciones. Ahora solo debía caminar hasta su encuentro. ¿Qué hallaría cuando la viera? Seguramente la última fruta prohibida del edén lo estaría esperando revestida en encaje, mientras que con caricias al viento brindadas por la lujuria nuevamente podría quemarse con sus perpetuas llamas.
La vio, pero a la misma vez no la notó, ella no era aquello que observaba. Frágil y pequeña se encontraba con un ala partida. Sin dudarlo un instante se apresuró al encuentro solo para reconocerla por el brillo de sus ojos, el cual era eterno.
Débil, con una sudadera cuatro tallas más grandes de lo que debería y un pantalón igual de holgado, ella se protegía del frío metiendo las manos en sus propios bolsillos. Estaba descolorida por completo, algo en ella no andaba bien.
Como pudo acaricio su cabello, las manos le temblaban al reconocer cada rizo al tacto, debió detenerse cuando ella de manera sumisa, bajó su mirada al suelo. —Ami...—
—¿Cómo estás, Tomás?— Ausente y casi sin espíritu, estaba parado enfrente del fantasma de lo que el mismo había matado años atrás.
—Yo... Yo... Bien. Pero, ¿A ti que te sucede? ¿Estás enferma?— Intentó acercarse aún más a ella y abrigarla con el calor de su pecho, pero Amelia retrocedió, su fantasía se rompía delante suyo.
—Debemos hablar...—
Asustado por aquellas palabras, Tomás respondió. —Si... Claro. ¿Quieres venir a mi cuarto? Pre... Preparé café—
Una débil sonrisa se dibujó en su rostro de marfil, haciendo que la esperanza floreciera. —Me vendría bien una taza—
Le permitió el paso a ella primero, notando como sus movimientos taciturnos mostraban un leve indicio de sus males. ¿Estaría nuevamente siendo atacada por sus vicios? Debería averiguar todo aquello que la convertía en una mortal y borrarlo de su existencia, solo así la ayudaría a retornar al cielo.
Guiándola con sutiles palabras, ambos entraron a su cuarto, Amelia no tardó en sentarse a un lado de la mesa. Observando todo con sus curiosos ojos, Amelia habló. —Así que aquí dormías con Augusto...—
Sirviéndole una taza de café y pasándola a sus manos, se sentó a su lado cargando la suya propia. —Si... Es una buena persona—
—Demasiado buena, diría yo— Mientras Amelia sorbía un poco de su bebida podía notar como sus manos temblaban. —Por eso le conté lo nuestro...—
—Espera ¿Qué?—
—Debía hacerlo... No creo que tú lo entiendas—Esquivando su mirada, ella continuó hablando. —Le conté lo del internado y como nos conocimos... Toda nuestra historia. También le dije lo que sucedió el otro día—
Asustado ante la idea que ahora plagaba su mente, comprendía el rígido trato que ahora Augusto le daba. —¿Qué... Qué dijo él?—
—Primero quería partirte la cara, por más que lo niegue, él quería hacerlo. Pero comprendió que aquello no era lo más sensato... Así que, lo entendió, supo que me había descuidado y que a veces no es la persona más cariñosa del mundo, por así decirlo. Solo pidió que no se repitiera.—
Con metáforas en su mente e imágenes mentales demasiado devastadoras, Tomás se atrevió a contar su parte de la historia. —Él estaba aquí cuando abrí la iglesia el otro día, al principio no entendí su mirada... Ahora todo tiene sentido.—
—¿Qué te dijo?—
—No me dijo nada sobre ese asunto, pero me preguntó por mi salud. ¿Qué crees que quiera?—
—De seguro envenenarte o algo... Ya sabes cómo son los médicos— Amelia solo lanzó al aire uno de sus típicos comentarios, haciendo que el ambiente nuevamente se relajara.
La observó pararse y recorrer toda la habitación con lentos pasos, notando los detalles e intentando encontrar calma en la cotidianidad de un cuarto. Sonrió cuando notó como su pequeña gata salía debajo del edredón de su cama, levantando las orejas y comenzando a morder las sábanas.
Amelia se acercó a su lado y sentándose en su lecho tomó al pequeño animal, acariciándolo, para luego recostarse y dejarlo descansar encima de su pecho. Sonreía y el color retornaba.
—¿Qué te pasa, Ami?—
—Nada... ¿Por qué lo dices?— Aún con el animal recostado encima suyo, Amelia hacía que éste jugara con uno de sus mechones, moviéndolo constantemente. —¡Auch! No muerdas, pequeña—
Debía acercarse a ella para brindarle toda la calma posible, con cuidado la acompañó en su reposo, lanzándose a su lado y dejando que el dulce aroma de sus rizos invadiese sus sentidos. —Te conozco, algo te sucede... ¿Tu... Tu volviste a...?—
—Quisiera, pero en éste pueblo no consigo y de la capital no me quieren traer nada...—
—Pero ¿Por qué? Tienes una buena vida... Tienes salud. No entiendo porque te empeñas tanto en destruirte tú misma— La sinceridad brotaba de sus labios, mientras que poco a poco en sutiles movimientos ella se había recostado en su pecho.
—¿Te parece que tengo una buena vida, Tomás? ¿De verdad?—
Abrazándola, dejando que su propio calor la acobijase, Tomás le habló con el interés que solo él podría darle. —Cuéntame... Sé más de ti que tú de ti misma—
Suspirando, el pesar empezaba a ser compartido por parte de su boca. —Estoy cansada, demasiado diría yo. ¿Sabes qué difícil es aparentar algo que no eres? Cansada de los vestidos largos y de sonreír ante la gente. Llegar a casa y encontrarme con un horrible silencio con aroma a sándalo... Esto no es vida Tomás. Quizás sea la vida de alguien, pero no la mía—
—¿Y... Y qué quieres hacer?—
—Marcharme, volver a mi mundo, donde realmente pertenezco. No nací para ser un ama de casa, Tomás... Fue un gran error venir aquí y simular una vida perfecta, yo no soy esto.—
—Pero... ¿Por qué viniste? Si sabías que esto seguramente podría no gustarte—
Amelia se levantó, apoyando su cabeza directamente sobre su atolondrado corazón. Verla así, tan cercana y casi como un hechizo hizo que el tiempo retrocediera, retornando a ambos a él buen pastor. —¿Tu por qué viniste a aquí, Tomás?—
—Yo... Yo quería ayudar a los que realmente la necesitaban, en la capital ya casi nadie quiere ser guiado—
—No me mientas, Tomás. Tu quería otra cosa...—
—Si— Permitiéndose a sí mismo corresponderle la cercanía, dejó que su cuerpo sea autómata y nuevamente su mano buscara el concilio en una de sus mejillas. —Yo quería olvidar...—
—Allí tienes la respuesta ganadora— Apretando su mano contra su propio hombro, Amelia se perdía en una caricia sincera, logrando así calmar todo aquello que antes gritaba en su cabeza. —Yo también vine a aquí para olvidarte...—
El silencio era la respuesta necesaria, ambos sabían que las palabras sobraban cuando el destino los unía nuevamente. Amelia, en ligeros tactos sobre su piel ahora acariciaba su cuello, dijo lo que los dos ya sabían. —Somos pésimos olvidando...—
La intriga era demasiado y el futuro incierto, quería morir allí mismo. Tirando la llave de ese cuarto y condenando a ambos en una eternidad sumergidos en el olvido. Solo ellos, por siempre, atados en el silencio de un romance prohibido y callando cualquier sentimiento que la sociedad no pudiera comprender. —¿Qué haremos?—
Elevando su mirada plagaba de destellos hasta sus tranquilos ojos azules, Amelia respondió. —¿Por qué no dejas de mirarme los labios y me besas?—
Temblante y con su corazón inundando cualquier otro sonido existente, acarició su delicado rostro. Acercándose a ella y muriendo ante el calor de su propia respiración, tímido y como si nunca hubiera vivido aquella acción, la besó con ternura. Sus labios rozaron un momento mientras que mantenía los ojos cerrados, disfrutando de cada instante se separó de ella a los pocos segundos, dejando una perpetua felicidad marcada en su propio rostro.
Ella sonrió, ante tal acto inocente. —Besas como niña virgen ¿Lo sabías?—
El calor nuevamente teñía sus mejillas con una dulce estela roja, Amelia siempre tendría esa tediosa capacidad para avergonzarlo. Cuando pensó que ese acto se repetiría, ella se levantó de la cama quedándose estática a un lado de la pared, seguramente viendo al vacío.
También debía imitar su compostura, no quería faltarle el respeto a su presencia. Con lentitud se puso a su lado, notando como poco a poco ella volvía a desaparecer diluyéndose en el aire. —¿Qué sucede?—
—¿No estás cansado?—
Sin comprenderla, solo siguió escuchándola. Después de todo eso era lo que realmente necesitaba, alguien dispuesto a descifrarla... Amelia siempre sería una partitura demasiado compleja como para ser leída por cualquier principiante, su canción debía volver a sonar.
—Yo estoy cansada... Estoy harta de esta vida, de Augusto, de ti... De verme como una idiota cada vez que alguien me habla de lo buenas personas que son el cura y el doctor. Creo que lo mejor que ambos podríamos hacer es ponernos una dinamita en la boca y fumar un cigarrillo—
En ese momento lo supo con certeza, Amelia estaba olvidando a Ami... Ya no tenía su seguridad casi temeraria y la desfachatez de sus actos. Ella estaba empezando a perder todo el brillo de su irreverencia y tiñéndose en el aburrido gris de la moralidad. No podía, ni quería, contemplar eso. No podría ver a la niña de la cual se enamoró convertirse en otra aburrida mujer que se escondía para disfrutar aquello que proclamaba a los cuatro vientos en las noches de su juventud. Quería llorar... Salir con lágrimas en los ojos a la calle y pegar en cada esquina un cartel lleno de descripciones y arpegios, describiéndola en cuatro sencillas frases; Rezando la búsqueda de una niña llamada Ami, demasiado joven para haberse corrompido y demasiado valiente como para corromper.
No, no lo permitiría. Amelia debía olvidar todo aquello que la alejaba de su esencia y traerla de nuevo a la santidad del techo de una iglesia. Tenía que enseñarle nuevamente a volar, así como ella lo había hecho en el pasado con él. No dejaría que su ángel se transformase en un mortal.
—Entiendo...—
—¿Qué entiendes, Tomás?—
Temiendo por el resultado de su suma, Tomás debía hacer que ella nuevamente naciera de las cenizas de una adolescencia problemática y que atacara por sí misma su adultez aburrida. —Te asusta tener un romance... Que la gente te juzgue y que no puedas mantener tu figura de mujer perfecta. Después de todo, eso hubiera querido tu madre... Que seas un lindo trofeo que siempre ande de la mano con un doctor. Te asusta volver a lo prohibido, te asusta volver a profanarme... Te asusto yo.—
Tomando aquello como un insulto, Amelia no tardó en enfadarse, mostrando como nuevamente el color volvía a sus ojos y como el rojo teñía su boca. —¿Tú? ¿Asustarme? Estás loco, apenas debes saber cómo me siento, idiota—
—Si... Si lo sé, te sientes como una linda señora, de esas que hornean pasteles. ¿Verdad? Espera.. ¿Cómo te dice él? Gatita... Una linda gatita de raza, de esas que les ponen una campanilla en el cuello—
—Tomás... Estás haciendo que me enoje, deja de actuar como un estúpido—
Intentando que toda su farsa no se desmoronase, caminó a uno de los extremos del cuarto, apoyando sus manos contra la mesa, sabía que si la miraba y ella leía sus verdaderos sentimientos todo estaría perdido. —Antes tu actuabas así, cuando eras libre, cuando no te importaba nada más que disfrutar la vida. Ahora te importan otras cosas, como tu imagen, por ejemplo.—
—¡Yo me voy! No vine a aquí para que un tarado me insulte— Dirigiéndose hasta la puerta, Amelia intentó retirarse, pero una última oración la detuvo.
—Sí, será lo mejor... No te gustaría que alguien supiera que te metes a una iglesia de noche, la gente podría hablar... Podrían decir que andas por malos pasos. ¿Verdad, señora Santana?—
Eso había sido demasiado, Amelia no lo resistió. Soltó el pomo de la puerta solo para dirigirse a él, cuando estuvo lo suficientemente cerca suyo lo obligó a voltearse con un fuerte sacudón, solo para depositar en su mejilla el más fuerte bofetón que había dado en toda su vida.
Su rostro había quedado adolorido, pero la sensación de verla nuevamente renacida entre las llamas lo valía. Agarrando su cintura y evitando que ella escapase dijo lo único que sabía que haría a su sangre arder. —No me tengas miedo, Amelia... Yo no te haré nada malo.—
Observó esa mueca tan particular, era la calma antes de la tempestad. Cuando sintió un violento empujón obligándolo a apoyarse contra la mesa nuevamente, supo que se le había pasado la mano con sus palabras. Había abierto la caja de Pandora y no sabía si tendría el valor para cerrarla.
Ella lo empujaba a recostarse contra la mesada mientras que en puntas de pies parecía devorarlo con la inclemencia de su boca. Aquello no era un beso, eso que ahora su calmado ángel hacía era un acto diabólico bañado en saliva. Mordiéndolo y chupando, por momentos penetrándolo con torpeza con su lengua, saboreándolo. —¿Yo? ¿Tenerte miedo a ti? Iluso, si yo te enseñé todo lo que sabes—
La pasión seguía y el piso comenzaba a desaparecer, Ami volvía y su sola presencia ocasionaba temblores en todo su cuerpo. Empujándolo repetidas veces, logró que quedara tumbado encima de aquel mueble, para luego hambrienta treparse arriba suyo y seguir devorando su boca. Quitándose de manera rápida su abrigo y lanzándolo al suelo, Amelia brillaba y dejaba que toda falta de modales resplandeciera.
—¿Qué... Qué pasará con Augusto?—
—¡QUÉ SE JODA AUGUSTO!—
La ropa seguía cayendo al suelo y cuando menos lo esperó, su dulce ángel ya estaba arriba suyo de manera dominante revestida solamente por el diminuto algodón que cubría su pudor. Su piel siempre bella, lo invitaba continuamente a tocarla y perderse en la inmensidad de la lujuria que ella despertaba. Quiso, de manera temblante, llevar su mano hasta las caderas que ahora lo apretaban, haciendo presión justo en los lugares exactos, pero ella se lo impidió. Agarrando su mano de manera salvaje y sujetando la otra, elevó a ambas arriba de su cabeza, apretándolas contra la madera de la mesa, dejándolo inmóvil.
—Puedes ser grande, Tomás... Pero para mí siempre serás un pequeño ratón de iglesia. Te enseñaré a no volverme a hablar así...—Moviéndose lentamente en una oscura danza, comenzó a rozarlo continuas veces con su pelvis, haciendo que el tacto sea mayor y la pasión apareciera.
Aún con sus extremidades sujetas, Tomás sentía como aquel baile serpenteante que Amelia realizaba encima suyo le estaba quitando la cordura. El calor, malditamente satisfactorio, aparecía de nuevo, no podía dominar su propio cuerpo y solo se limitaba en su personalidad sumisa a dejarse doblegar por la inclemencia de una voluntad divina. Su cuerpo echaba raíces y se petrificaba al tacto, Amelia siempre podría hacer con él lo que quisiera.
Miró el techo unos momentos, intentando no lanzar otro molesto gemido a causa de sus movimientos. Pero ella, enardecida por su propia rabia, lo obligó a seguirla con sus ojos. —¡Mírame Tomás! ¿O acaso te sigo dando miedo?— Contemplando cada parte de su cuerpo, ella comenzó a sacarse su sostén, solo para aventarlo en conjunto con toda su ropa al suelo.
Sus pechos se movían en un frenesí violento causado por su propio baile, hipnótica, ella seguía mirándolo mientras que el fuego de sus ojos le quemaba la piel peor que cualquier hoguera que antes haya visto.
La humedad traspasaba la tela y la dulce fragancia a lirios nuevamente colmaba toda la escena, volvió a agarrarlo de las muñecas, apretándolo contra la dureza de la mesa. El martirio continuaba envuelto en sus piernas y totalmente doblegado, ella solamente sonreía y seguía moviéndose arriba de aquella parte en la que Amelia tenía dominio pleno. Su cuerpo siempre sería de Dios al igual que de su Diosa, su ángel abría las alas nuevamente y el mundo desaparecía en la insipiencia de un gemido.
El diablo ardía bajo su piel ocasionando que la sangre corriera mucho más rápido de lo que era debido, su miembro estaba endurecido y necesitado. Amelia lo sabía, nuevamente cantaba victoria gracias a su debilidad carnal. Miradas maliciosas y risas burlonas sellaban con broche de oro la estampa.
Lo sentía, su cuerpo se contraía de una manera involuntaria al volver a sentir tan dulce gesto de parte de su ninfa. El placer olvidado retornaba y ese codicioso aire a prohibido llenaba nuevamente sus pulmones de manera peligrosa, Amelia volvía a ser su vicio. Allí tenía arriba suyo a su propio ángel, ahora convertido en demonio, susurrando a su oído el color de las llamas del infierno y como están lo reconocían, dándole una húmeda bienvenida a su verdadero hogar.
Amelia solo lo miraba, cuando la presión era inminente y la demencia audible entre sus gemidos. Ella se levantó de un solo salto, retornando al piso, dejándolo solo en aquella mesa. Observando cómo era poseído por violentas ráfagas de placer, apretando los ojos entre lamentos y gruñendo con la boca abierta, desesperado.
Humillado totalmente y con sus pantalones húmedos, intentó recomponerse entre bocanadas de aire. —¿Po... Por qué hiciste eso?—
Ella había comenzado a vestirse, cubriendo nuevamente su piel bajo la estela de tela que como un disfraz escondía sus dones. —Así aprenderás a no hablarme así, siempre recuérdalo... Yo puedo hacer que te mojes los pantalones cuando se me dé la regalada gana—
Lo había logrado, Ami aparecía delante suyo con su irreverencia y lo sentenciaba a una placentera condena. La alegría retornaba altiva, ahora ella nuevamente podría velar por él desde los cielos. Como pudo se levantó, intentando contener la alegría que sentía.
—¿Cuándo podemos volver a repetir esto?—
—Cu... Cuando tú quieras, Ami...—
Amelia pensó unos momentos, para luego pronunciar. —Yo sé que Augusto en las tardes de los sábados está muy ocupado. ¿Qué te parece?—
—Cla... Claro, cancelaré las misas de esa hora. Pero ¿A dónde? Aquí está él—
Arrimándose a su lado y envolviéndolo en sus pequeños brazos, ella susurró. —Debes conocer algún lugar para que nosotros dos podamos jugar tranquilos... Tomy—
Pensó unos momentos, recorriendo mentalmente todo San Fernando, para luego recordar un viejo lugar donde él había encontrado paz en sus primeros tiempos por aquellas tierras —Sé de un lugar...—
—¿Dónde queda?—
—Cerca del río... Pero debo advertirlo, Ami... no es lujoso, ni mucho menos elegante, pero sí sumamente bello para mis ojos—
—No será una iglesia, pero con estar una hora contigo me conformo.—
Intentando planear aquel momento, Tomás empezó a confabular su esquema. —Te espero en el camino que conecta al río... yo te llevaré, puedes perderte—
Besando su mejilla, Amelia sentenció. —Es una cita entonces—
Apretándola con cuidado y dejando que su perfume se transfiriera a su ropa, disfrutó cada momento en el que ella estaba. —Nunca dejes de ser tú, Ami... Prefiero morir antes de verte convertida en otra persona—
—Entonces, mi pequeño Tomás, solamente por ti prometo seguir convirtiendo tu vida en una dulce condena—
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Amores de mi vida ¿Cómo los trata el mundo? ¿Algo nuevo? ¿Interesante? ¿Pecador?
Yo, no tengo mucho que contar, pero sí tengo unas hermosas noticias.... Bueno, una es hermosa, la otra es chotera, pero se entiende.
Primero:
La genial editora TylerEvelynRood me ha hecho la nueva portada definitiva para PP, es un honor para mí tener nuevamente uno de tus diseños Ty. Gracias por haber estado conmigo todo este tiempo.
Es hermosa ¿Verdad?
Si tu necesitas una portada corre a hablar con Ty, es la mejor editora de todo Wattpad.
En otras noticias...
Ann debió restablecer de fábrica su celular y perdió las fotos de las pecadoras.
Sé que soy una boluda, lo admito... Pero por favor, en el prox cap seguiré con el álbum. Todas aquellas que no aparecieron y me mandaron su foto por favor vuelvan a pasármela. Disculpas... Disculpas...
¡Nos vemos en unos días, ángeles!
Quien se va a comprar puchos:
Angie
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