20: "Avaricia"


—¿Estás segura qué quieres ir sola?—

—Sí, Ami. No me comerá el lobo—

—El lobo no me preocupa, es más, creo que si se te aparece uno tu misma te acuestas sobre un plato y te pones sal en el culo. Lo que realmente no me gusta es la idea de que manejes sola, más si te llega a agarrar la noche—

Entre risas, Mónica continuaba adentrando en su pequeño auto azul los diversos papeles que debía cargar durante su viaje. Mientras tanto, Amelia continuaba a su lado, con el pequeño niño en brazos el cual no despegaba los ojos de su madre. —Tu tranquila, volveré antes de que te des cuenta de mi ausencia. Por cierto, gracias por cuidar a Mateo, no me gusta viajar sola con él—

—¡Pero claro que lo cuidaría! ¿Quién más lo haría? Además, es un peligro tremendo que viajes con él, déjalo aquí tranquilo y ya verás que cuando vuelva no sabrá quién eres—

Subiendo a su coche, Mónica tomó asiento en la posición del conductor para luego cerrar la puerta y encender el vehículo, no sin antes despedirse de aquellos dos seres que la ayudaban cotidianamente a mantener la calma. —Mateo, cuida a Amelia y no dejes que pervierta a la pequeña Adriana—

Amelia sonriendo solo se alejó unos prudentes pasos del automóvil para que éste empezara su marcha, así lo hizo. Pronto las ruedas comenzaron a girar tomando una clara dirección a la ruta conectora con la capital. Observando a su amiga partir gritó un último mensaje mientras que sacudía su mano, invitando al pequeño niño que tenía en brazos a realizar la misma acción. —¡Salúdame a María y acaricia a Nina!—

La bocina fue la única respuesta ante aquel mensaje, Mónica seguramente pasaría una buena tarde lejos de las responsabilidades maternales.

Los encargos de la capital y el traslado de mercadería podía ser un proceso tedioso para quien lo realizaba con regularidad, pero a veces, solo cuando la soledad de un pueblo olvidado en el tiempo atacaba su corazón, aquella sencilla tarea podía ser un respiro tecnológico para la austeridad que despedía San Fernando.

—Bueno, cachetón... Tu madre ya nos dejó libres. ¿Quieres una cerveza?— Bromeando, Amelia se adentró al lugar cargando a su pequeño sobrino ajeno a su sangre.

Besando su mejilla y acariciando su nariz con la punta de la suya, se adentró a su local comercial. En el interior del mismo una sencilla mujer con su piel curtida y sus ojeras centellantes la esperaba pasando reiteradas veces la escoba en el pulido suelo.

—¿Ya se fue la señorita Mónica?— Cuestionó Adriana, notando como su joven jefa dejaba al pequeño niño dentro del corral escondido detrás del recibidor.

—Sí, ya por suerte somos libres— Sentándose a un costado de la cuna, Amelia comenzó a sociabilizar con la joven. —¿Cómo sigue tu vida?—

—Bien... Por suerte bien...— Bajando la cabeza apenada, Adriana continuó barriendo el suelo, intentando que su mentira no sea visible.

—¿Qué haces para divertirte?—

—Yo vengo a aquí, ustedes son divertidas—

Amelia rio, notando como la joven aún seguía cohibida por su timidez. —Puedo creerte que yo sea un canto a la vida, colmada de diversión y que tiro purpurina. Pero, ¿Moni?—Entre risas, concluyó. —Necesitamos, todas, algo divertido que hacer—

Adriana paró unos momentos su labor para reflexionar unos momentos, notando como aquella joven de la capital le prestaba toda su atención. —Bueno... Yo... En el centro vecinal los sábados dan clases de aeróbicos para chicas... Siempre quise ir, pero nunca tuve con quién—

—¡Eso es genial! Averigua los horarios mañana, yo convenceré a la madre a bajar ese culo. Además, creo que a todas nos hace falta salir un poco—

—¿De verdad vendrían conmigo?— Apenada, Adriana sintió una extraña sensación cálida brotar en su interior a causa de la cercana relación que Amelia proponía.

—Claro, llevamos a Mateo en su carrito y que él nos vigile—

—Me encantaría, señorita Von Brooke— Adriana se acercó a su lado y corrió la delgada línea de sudor que recorría su frente. —Nunca pensé que ustedes serían tan amables conmigo—

—La señora Von Brooke era la idiota de mi madre, dime Amelia— Pasándole un vaso cargado de jugo, sonrió. —Luego te enseñaré a maquillarte, allí si me agradecerás—

... ... ...

Con los pedidos colmando la parte trasera de su auto, Mónica se daba un sencillo descanso. La jornada había sido dura, los preventistas dejaban sus productos en cerradas cajas mientras que se desobligaban por completo la tarea de clasificación. Ya estaba acostumbrada a ello, los labores que su nueva vida disponía debía ejecutarlos a la perfección si quería mantener el orden.

Si deseaba seguir manteniendo su economía firme, debía cumplir sus obligaciones al pie de la letra. Amelia era su amiga, no podría pedirle dinero cada vez que la soga apretase su cuello. Necesitaba la seguridad de un piso monetario constante para, el día de mañana, poderle dar a Mateo la correcta educación que él merecía.

Los papeles ya estaban firmados y los pedidos entregados. Con el dinero ya depositado en las cuentas de los mayoristas, supo que era el momento adecuado para buscar la ansiada calma de una adolescencia perdida en una conocida amiga.

—¿Y qué sabes de tus padres?—

—Por lo menos ya me hablan, aunque siguen preguntándome por el padre de Mateo—

María, riendo, rellenó nuevamente la taza de su amiga con el azucarado té mientras que seguía ofreciendo sin cese a que deguste uno de los tantos pastelillos que había cocinado solo por su venida. —Ese convento fue la peste misma para todas—

—Ni que lo digas, todas en cierta parte nos jodimos allí— Negando con una carcajada contenida en su boca, aceptó uno de sus bocadillos, mientras que observaba como la manguera del patio externo de su amiga llenaba los canteros de las plantas de limón.

—Tu saliste con Mateo, Caro y Nati le dijeron adiós a su familia y tiraron todo a la mierda por vivir juntas... Yo me animé a estudiar lo que quería por más que el perro de mi padre quisiera que siga arquitectura y Ami... Bueno, descubrimos que tenía un corazón el cual romper—

Recordando aquellos tiempos dorados, Mónica se entregó a la nostalgia. —¿Quién diría que en un internado católico tantas cosas podían ocurrir?—

Levantando su taza, María propuso un brindis —¡Por el buen pastor y su corrupción a nuestras almas!—

No tardó en corresponder aquella acción chocando el receptáculo de su bebida con su amiga, una leve carcajada surgió. —Por el buen pastor—

—¿Cómo van las cosas allí?—

—Bien... Dentro de todo...— Intentando no dar más detalles, se paró de la silla, solo para caminar hasta una de las tantas plantas que su amiga tenía y sentir el suave perfume de las flores lilas que María tanto cuidaba.

—Vamos, me estás ocultando algo—

—Prometí no decir nada, no me presiones—

María caminó hasta su lado, cambiando de lugar la manguera hacia el gran árbol de naranjas. —Dímelo, anda... Prometo no hacer alarde ni decirles a las lesbianas—

Cerrando los ojos y preparándose para el enorme bochinche que haría su amiga, habló. —Amelia se acostó con Tomás—

—¿QUÉ? ¡No! ¡No te lo puedo creer! ¿Cómo fue? ¡Cuenta, cuenta!—

—¿Qué quieres que te cuente? ¿Piensas que estaba allí presente cuando eso sucedió?—

Entre risas, María retornó a la mesa de su jardín —Ya te imagino a ti allí, en plan de alentar a Ami— Las carcajadas no se hicieron esperar mientras que María tomaba uno de sus propios pasteles y hablaba con la boca llena. —¡Vamos, Amelia! ¡Móntatelo! ¡Qué te bendiga las entrañas!—

Mónica no pudo soportar la gracia y también explotó en una violenta carcajada. —Y eso no es todo, le dio un ataque de sinceridad y le dijo todo a Barcelona—

—¿Qué dijo él? Nunca pensé que Ami fuera tan idiota como para confesarse—

—Dijo que la perdonaba, que él había tenido la culpa por haberla descuidado— Retornando a la mesa, acompañó a su amiga con una última taza de té. —¿Qué quieres que te diga? Son raros todos ellos, hace mucho tiempo dejé de entender las relaciones humanas—

María se acercó a ella, tragando su porción azucarada, solo para cuestionar. —Hablando de eso ¿Cómo anda tu corazón?—

—Solitario.... Algo preocupado...—

—¿Por qué, tonta?—

Bebiendo de su taza, Mónica comenzó a hablar. —No sé qué hacer de mi vida en este momento. Quiero darle lo mejor a Mateo y eso me preocupa... Se merece millones de cosas que temo no poder brindarle.—

María tomó su mano, haciendo que sus conciliadores ojos regocijaran a la joven madre. —De eso no tienes que preocuparte, nos tienes a nosotras, somos las tías de Matute. Nunca le faltará nada—

—Lo menos que quiero hacer es molestarlas, créeme—

—¿Pero el negocio anda mal?—

Mirando un momento sus pies, Mónica continuó. —Amelia no quiere aceptarlo o quizás no le importa, pero casi nada se vende. No es lugar para los productos—

María, comprendiéndola, prosiguió. —No sé qué pensaba esa idiota de tetas pálidas para ir a ese lugar—

—Quería jugar a ser Heidi, ya sabes... Quizás pensaba comprarse un caballito y que su noviecito salga a cortar leña— Intentando cubrir todo con un halo de humor, Mónica hablaba. —Pero nunca pensó en volver a cruzarse con Tomás y allí todo se jodió—

—Ya verás que poco a poco todo mejorará, además según las veo a ninguna les falta nada—

Entristecida ante su situación, Mónica respondió—Claro que me hace falta algo—

—¿Qué?—

—Compañía...—

María se la quedó mirando unos momentos, sin comprender aquello que su amiga transmitía. Al notar su rostro confuso, Mónica retornó sus palabras. —No me malentiendas... Ustedes son mis hermanas, pero, necesito otra clase de compañía—

—¿Una pareja?—

—Si.... Alguien que me pregunte como me fue y quiera ver una película conmigo a las tres de la mañana. Alguien con quien compartir algo más que una amistad.... Alguien que me haga sentir especial—

—Eres especial, tonta. Ya verás que encontrarás a alguien que te quiera como tú te lo mereces...—

—¿Tu? ¿Cómo andas en ese sentido?— Mónica, intentando que la próxima tristeza que se avecinaba no bañara la mesa en la que estaba, intentó cambiar de tema.

—Bueno... En la universidad hay un chico que me mira con ojos cariñosos, un escultor, pero aún no me atrevo a hablarle—

—¿Quieres que vaya y te empuje de una patada hacia él?—

—¡No! ¡Mierda! ¡Claro que no, Moni! Tanto andar con Amelia te está jodiendo la cabeza—

Entregándose nuevamente a una ansiada risa, Mónica contestó. —Solo quiero ayudarte—

María, aún perpleja ante la idea de ser arrojada a los brazos de ese hombre que provocaba en ella suspiros, preguntó. —¿No hay nadie lindo en el pueblo?—

—Para nada, todos tienen cara de haber salido de un libro sobre agricultura. Además, los únicos hombres que se pueden considerar "vistosos" tienen algo que ver con Amelia—

—Tienen que volver a la ciudad, aquí por lo menos tienes algo interesante que ver debes en cuando—

—Si... Eso sería lo mejor— Por reflejo de su memoria, observó su celular, comprobando que la hora tan esperada pronto aparecería. —Oye ¿Tienes baño?—

—No, meo en el jardín por eso las plantas están tan lindas. ¡Claro que tengo baño! ¿Qué pregunta es esa?— Entre risas y rostros afligidos por las violentas carcajadas, María respondió. —La segunda puerta a la derecha—

Mónica apresurada se levantó de su asiento, cargando su bolso, adentrándose a la pequeña casa que su amiga poseía.

Al encontrar el cuarto de baño, no tardó en mirarse al espejo comprobando que su aspecto merecía un retoque. Tal y como Amelia le había enseñado, cubrió con polvo compacto su nariz para luego darle color a sus labios con un poco de carmín durazno. Mojó su cabello e intento modelarlo con sus manos, poco a poco de su bolso empezaron a aparecer diversos productos cosméticos que ameritaban su presencia en la ocasión. Luego de rociarse con incontables gotas de perfume, retornó todos los insumos de belleza a su cartera, para apresurada salir a despedirse de su amiga.

La tarde comenzaba y el sol ya despidiéndose regalaba una adorable tonalidad naranja que solo traía consigo el canto de las cigarras. —La pasé bien, Mari—

—Y creo que la pasarás mejor, esa producción me dice que te verás con alguien—

—¡No, tonta! Solo quiero verme bien—

—Sí, ajá, Mónica— Abrazándola, dio por terminada aquella sencilla juntada que ambas de manera esporádica necesitaban. Acompañándola a su vehículo, atravesando su jardín, María se despidió. —Cuídate y mándale un beso grande a Amelia de mi parte, las quiero demasiado—

—Tú también, ven a visitarnos—

—Es una promesa, en dos semanas tengo unos días libres, iré— Abriéndole la puerta del auto, permitió que su amiga se introdujera en él.

—¿Promesa de aquelarre?—

—Promesa de aquelarre—

... ... ...

Sentada en una de las mesas de aquella alejada gasolinera, esperaba sin prisa. A pesar de ya tener un tiempo de demora sabía que tarde o temprano llegaría. Su corazón palpitaba con fuerza, taladrando sus venas e intentando dejar un profundo surco en su pecho, pronto todo eso pasaría.

Ansiosa, por quinta vez miró la hora en su teléfono. La botella de agua que había ordenado ya se había acabado y las pocas personas que se encontraban cerca suyo notaban como otra joven mujer había sido plantada.

La pena aumentaba en conjunto del nerviosismo, sabía que estaba haciendo mal y que quizás todo esto luego le ocasionaría problemas, pero debía dar por concluido una etapa de su vida. Cuando sintió su teléfono vibrar en sus manos, casi muere de un repentino susto.

Apresurada, notó como un nombre rezaba en la pantalla de su dispositivo. Pronto su susto mutó en gracia al saber que era Amelia, con el apodo que ella misma le había puesto, intentando comunicarse.

"ChupaCirios": Espero que te llegue esto, casi no hay señal en todo el pueblo. ¿Mateo tiene más formula?

Sonriendo, empezó a revisar mentalmente toda su nevera y los aparadores de su vivienda, para luego responder:

No, ya se la acabó, prepárale algo rápido que cuando yo llegue le compraré más leche.

"ChupaCirios": No te preocupes, ahora mismo voy yo. El pobre necesita su leche para ser alto y fuerte y no quedarse enano como la madre.

Las ocurrencias de su amiga siempre serían su dosis habitual para olvidar su nerviosismo, pronto se había olvidado donde estaba gracias a sus bromas. Con una sonrisa en sus labios y los dedos sobre la fría pantalla nuevamente se disponía a escribir:

Mejor ser enana antes de tener cara de muñeca inflable.

Cuando estaba por enviar el mensaje, sintió como una figura se interponía entre la amarillenta luz artificial del techo y ella. Apresurada elevó su vista, notando como el tiempo no había pasado y nuevamente ese ser hacía su sangre volver a correr apresurada en el sentido contrario, rozando lo antinatural. —Hola...—

Con una sonrisa galante y un abismal resplandor en sus ojos que recordaba a la perfección, él habló. —Tanto tiempo sin verte, cuando leí un mensaje de tu parte casi muero en ese preciso instante. ¿Puedo sentarme?—

—Si... Por supuesto, Lucas....—

Notando cada detalle de su persona, Mónica se dejaba agasajar con todo aquello que ese hombre cargaba, tanto en su aspecto como en su físico. Aquel cabello negro resplandeciente seguía teniendo la misma intensidad que una nociva noche de alcoholemia mientras que sus ojos, condenados como un hechizo, continuaban quitándole el aire. Su ropa estaba arreglada, su camisa planchada y sus formales pantalones con un perfecto calce a su cuerpo, sin duda alguna seguía siendo el hombre más atractivo que había visto.

Un mínimo detalle llamó su atención, en el bolsillo de su camisa celeste, un gafete colgaba el cual rezaba la leyenda de la labor que desempeñaba en su área. "Dr. Lucas Grimmaldi Área clínica"

Notando aquello y ya con la silla ocupada por su singular presencia, Mónica habló. —Veo que sigues trabajando...—

Afligido, suspiró, bajando por un momento su mirada plateada a la pequeña mesa de madera en la que ambos se reunían. —Sí, sigo trabajando... Sé lo que pensarás, sé también lo qué opinas de mí. Pero el tiempo ya pasó, princesa. He venido aquí sin malas intenciones y a hablar con una persona que ocupó un espacio importante de mi vida—

Sorprendida, Mónica arqueó su ceja, notando como aquel hombre ahora la miraba con toda su atención depositada en ella. —¿Qué crees que pienso de ti?—

—Que soy un bastardo quizás... Pero lo merezco, pero si de algo sirve, cambié bastante y lamento mis acciones del pasado—

Ahora lo entendía, el fuego cuando era demasiado intenso mutaba su amarillo en llamas azulinas, las mismas que ahora se encendían en la mirada de ese hombre. Quemándola con una singular calidez demasiado familiar como para olvidarlas. —No... No me importa si has cambiado o no, no me interesa—

—¿Entonces para qué querías que nos veamos?—

—Yo... Yo solo quiero hablar—

—Entonces, señorita. ¿Me permitiría invitarle algo?—

—Si... Claro—

Él sonrió mientras que se levantaba de la mesa, sin bajar su mirada de ella, hipnotizándola con la plata de sus ojos. Para luego, con su postura erguida y su porte casi aristócrata, alejarse de la mesa y caminar hasta el mostrador.

Al poco tiempo Lucas retornó cargando consigo dos tazas de café negro y un diminuto chocolate que no tardó en extendérselo a ella. Un poco sonrojada por aquel gesto, solo se limitó a seguir el plan mental que tenía y había ensayado en todo el camino. —¿Cómo está tu vida?—

—Bien, por suerte... Trabajando, intentando solo volcarme en mi profesión. ¿La tuya?—

—Igual, un poco aburrida—

Lucas continuaba su cacería furtiva, no necesitaba pronunciar palabra alguna para conducirla al lugar exacto que él mismo quería. —¿Una joven tan linda como tú aburrida? Tu novio debe ser un verdadero tonto como para dejar que te aburras—

—Yo... Yo no tengo pareja, tengo otras cosas más importantes que hacer con mi vida.—

Lucas sonrió en una expresión varonil mientras que sorbía su taza y la dejaba elevada en su mano. Todo su frágil cuerpo femenino tembló al escucharlo hablar. —No lo creo, te conocí de niña y ahora te veo como mujer... Una mujer demasiado bella como para andar sola—

—Ah... Gracias...—

Llevando un codo sobre la mesa y su mano a su barbilla, Lucas sonrió. —Querías hablar conmigo, entonces aquí estoy... Te escucho—

Aclarando su garganta e ignorando completamente la vibración de su teléfono, Mónica cuestionó entre sus propios nervios. —¿Dónde trabajas?—

—En un nuevo sanatorio privado que abrieron en la zona sur de la ciudad. Se especializan más que nada en quimioterapias y tratamientos de rehabilitación. ¿Y tú?—

Sabía que debía mentir y no revelar información alguna sobre su verdad, dijo lo primero que se le vino en mente. —Mis padres... Ellos se mudaron al interior y yo los acompaño en el negocio familiar, atiendo su restaurante—

Manteniendo su estampa ensoñada, Lucas cuestionó con ese centellante misterio que tanto lo caracterizaba. —El interior de la provincia debe ser bastante tranquilo, aunque seguramente de allí viene tu aburrimiento—

—Si... Un poco— Intentando no desviarse de su objetivo, Mónica cuestionó lo que verdaderamente la unía en aquella conversación. —¿Ganas bien?—

Lucas hizo un leve gesto de sorpresa para luego retornar a su sonrisa habitual, aquella que intentaba desde el preciso momento en que la vio quitarle el aire. —Si, por suerte sí. Puedo darme algunos lujos— Sorbiendo su vaporosa bebida, volvió a hablar. —Si quieres, puedo darte el dinero que necesitas... Es lo mínimo que te debo—

Apresurada, ella negó con una fuerte vergüenza cargada en sus mejillas. —No, no te lo preguntaba por eso. Yo solo te hablé porque...—

—Estabas aburrida ¿Verdad?— Con un ligero guiño el concluyó su frase.

—Si...—

—Entonces, haremos algo, Mónica.— Sacando del bolsillo de su pantalón su teléfono se lo extendió a ella, Mónica solo mostraba en su rostro una leve perplejidad. —¿Por qué no me das tu número y me escribes cuando estés aburrida?—

En aquel instante, su mente se puso en blanco y diversas teorías se habían comenzado a formar en su cabeza. Él ya no era un mal hombre, su cortesía en conjunto a sus buenos modales lo mostraban. Con infinita calma tomó el dispositivo y comenzó a teclear en su superficie. —Allí lo tienes...—

Lucas sonrió al recibir nuevamente su celular, haciendo que la plata liquida de su mirada lograra derretir por completo el temple de aquella niña que jugaba a ser mujer. —Tú ya tienes el mío... Un mensaje tuyo siempre será bien recibido—

... ... ...

Amelia se quedó mirando su teléfono, notando como su amiga ya no respondía sus mensajes. —Parece que nuevamente me quedé sin señal—

—No te preocupes, Amelia. Seguramente vuelve en unos minutos— Respondió Adriana, mientras que cambiaba la ropa de uno de los maniquíes que había en exposición.

Dejando su dispositivo a un lado, Amelia se paró de su silla, para luego cargar a su sobrino en brazos con delicadeza y encaminarse a la puerta. —Iré a comprar leche, quedas a cargo ¿Si?—

—Espera— Deteniendo a su jefa, Adriana empezó a apresurar sus palabras. —¿Qué haré si alguien viene?

—Primero, les das un beso en la boca y les suplicas que no se vayan— Entre risas, Amelia respondió. —Nadie vendrá, de igual manera solo demoraré unos minutos—

—E... Está bien, ten cuidado—

Despidiéndose con un leve movimiento de cabeza, Amelia salió. Pronto, la tranquila noche de San Fernando le daba la bienvenida con su desolación. El bebé reía ante la nada mientras que ella caminaba con ligereza, intentando no hacer ningún movimiento brusco que perdiera la paz del niño.

Las calles de tierras no presentaban vida alguna mientras que el leve polvo que cubría el viento le obligaba a en reiteradas veces correr un rebelde mechón de cabello que se interponía en sus ojos.

La despensa estaba abierta, lo notó por la débil luz que ésta despedía. Apresurándose un poco para cambiar de vereda, sintió una voz demasiado conocida llamarla.

—Ami...—

Por reflejo volteó ante tan dulce palabra. Sabía exactamente quién era, su corazón lo reconocería sin importar que tan oscuro estuviera su camino. Reprendiéndose a sí misma por aquellas emociones que ya no debía sentir, guardó la compostura. —Hola, Tomás... ¿Qué haces tan tarde en la calle?—

—Yo... Yo solo esperaba la oportunidad para hablar contigo—

Notando en su rostro aquellos dejos de vergüenza que siempre lograrían descongelar su alma, no pudo resistirse ante una idea que seguramente luego le pesaría. —Aquí no... ¿Qué te parece si hablamos mañana? Tengo mucho que decirte...—

—Si, por supuesto, a la hora que tú quieras y donde quieras—

Intentando sosegar la calidez de su romance, ella respondió para luego marcharse. —A las tres de la mañana, esperaré a que Augusto duerma... Deja abierta la puerta de la iglesia, es importante.—

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

¡Buenaaas!

¿Qué cuenta la muchachada?

Acá Ann, como buena mujer de Dios, cumpliendo con un nuevo capítulo.

No tengo mucho que decir, estoy esperando que los wattys comiencen para anotar a PP. No creo ganar nada, pero no pierdo nada tampoco.

Sobre el álbum:

Algunas dirán. "Ann de mierda, le mandé mi foto y no la sube" 

La respuesta es la siguiente: Estoy esperando que se acumulen 10 fotos para subirlas a todas con su correspondiente dedicatoria, no me peguen.


En otras noticias, volvió Lucas... Muchas ya saben lo que opino de él. Por si las dudas, yo siempre me imagino al mismo hombre interpretándolo. El señor Jason Isaacs

https://youtu.be/WAVXP_OMBb8

Cada una le pone su cara a gusto y deja que la mente le vuele, después de todo esa es la función de la literatura; Dejar que nuestra cabeza recorra el aire.

Esto hice ayer, con muchísima ayuda, para ustedes. Es un señalador de páginas, espero que les guste. Ya tiene el tamaño justo para imprimirlo. 

Aprovecho para agradecerle a Nel y su infinita paciencia conmigo. 

Les mando un beso grande a todas y si la novela llega a ser leída por todas las lectoras habituales continuaré el domingo.

¡Hasta eso, que Santo Tomás las acompañe!

Quien necesita aprender a sentarse porque se le parte de dolor la espalda:


Angie

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