2: "San Fernando"


El amanecer aún no comenzaba, la perfecta sincronía de una noche pronta a concluir se dejaba vislumbrar por los destellos celestinos que el cielo emanaba. Parado a una esquina del camino él se encontraba a esa hora de la madrugada. Pronto llegaría el bus proveniente de la ciudad trayendo consigo una presencia necesitada.

Ocultando sus manos dentro del bolsillo e intentando abrigarse con su de por si ya roído abrigo, soportaba el súbito cambio climático de la mañana. Tardes calurosas y amaneceres helados se mostraban cada día en una letal agonía para su cuerpo, aquella región poseía un raro microclima al que ya se había acostumbrado.

Pronto el rugir de un motor cercano con débiles ecos se avecinaba, el antiguo transporte no tardó en aparecer. El desvencijado colectivo, con sus ventanas polvorientas y su carrocería sucia se paró a un lado suyo, abriendo las puertas acompañando dicha acción con una seguidilla de ruidos mecánicos.

De su interior, la gran bestia metálica comenzó a regurgitar un ser. Con aspecto cansado y cargando dos valijas un hombre descendía. Cabello rubio y aire juvenil en su piel resaltaban en su apariencia, tardó en reconocerlo, pero allí estaba. El doctor Augusto Santana había pisado por primera vez el pueblo de San Fernando.

Estático lo miró unos momentos para luego sonreír aliviado. —¿Tomás Valencia?—

Una estela fresca había aparecido con su presencia, el recién llegado doctor al observar su hábito extendió su mano a él con energía. Tomás tardó un poco en reaccionar ante tal acto apresurado, dándole un fuerte apretón y notando una considerable diferencia de estatura, sintió un poco de confianza. —Si, ese mismo. ¿Doctor Santana?—

—Ese era mi padre, dime Augusto por favor— Parándose a su lado, el muchacho de manera feliz sonreía divisando el paisaje. Notando las quebradas de las montañas y el manto verde que a estas cubría. —No mintieron cuando me dijeron que era un lugar hermoso—

—Lo es, tendrías que verlo en invierno, cuando todo se cubre de nieve— Se lo veía entusiasmado y de por demás sorprendido. A simple vista aquel doctor no era el niño estirado a los que estaba acostumbrado a ver en la capital.

—Espero tener ese placer— Levantó con cuidado sus maletas y lentamente comenzó a caminar por sobre la vereda de tierra donde ambos estaban parados. —¿Me mostrarías el pueblo?—

—Claro, por mí no hay problema. Pero debo advertírtelo, no hay mucho que ver— Intentó seguir al pie de la letra los consejos de Cristina, comenzó a socializar. —Deja que te ayude con esas maletas— arrebatándole una de las manos, sintió el peso de su equipaje. Augusto caminaba a su lado, quedando a la altura de su hombro.

—Bueno, por lo menos si me quedo a tu lado no creo que nadie quiera molestarme— Entre risas, Augusto había logrado romper el hielo, haciendo que aquellas primeras palabras sean el inicio de una larga charla.

Tomás sonreía ante la curiosidad del nuevo habitante, respondiendo cada uno de sus cuestionamientos, sintiéndose todo un guía turístico. El doctor reía ante la agradable forma de las montañas y se persignaba en las cruces camineras. Pronto la plaza principal apareció delante de ellos, con una humilde estatua del padre fundador y una diminuta fuente.

—Me arrepiento al no haber traído mi bicicleta—

—Tranquilo, de seguro alguien de aquí encantado te prestará la suya.— Con la iglesia en primer plano y los locales aledaños a su alrededor, empezó a enumerar. —Allí es el restaurante, los locales comerciales y ese en especial también vende insumos médicos. — Señalando la capilla no tardó en especificar la nueva residencia del doctor. —Allí estarás por unos días, espero que esa idea no te moleste—

Augusto contempló la estructura antigua con tintes barrocos del templo para luego negar con la cabeza. —Soy un hombre de fe, solo espero que esas campanas sean de adorno.—

—Lamento decírtelo, pero deben tocarse cada 3 horas—

—Oh... Bueno, creo que será el despertador más grande que he tenido.—

—Hablando de eso, tengo algo que decirte— La timidez resurgía ante la imagen de una respuesta negativa por parte de su acompañante. Tragando saliva y bajando de manera considerable su tono de voz, Tomás volvió a hablar. —Aquí no hay muchas comodidades, tendrás que compartir habitación conmigo.—

Augusto rio para luego empezar a caminar direccionado a la iglesia, ensuciando sus zapatos con el polvo del camino. —No hay problema, soy el menor de tres hermanos. No creo causarte muchos inconvenientes—

—Yo... Yo soy el mayor de mis hermanos—

—¿Ves? Nos llevaremos bien— Riendo continuó observando con cuidado cada minúsculo detalle para que de su mirada nada se escapara. —Noche de chicos—

Su alma se había serenado ante la posibilidad de tener algo de compañía, a pesar de ser joven, sin duda alguna Augusto sería un excelente responsable a la hora de impartir su profesión. —Ven, te mostraré la iglesia y tu consultorio—

Abriendo la puerta de la nave central la pequeña sala donde se realizaban las ceremonias religiosas, se presentaba. No era nada a comparación de su antigua iglesia en el internado del buen pastor, todo lo contrario. Sus antiguos banquillos donados de otras parroquias estaban descascarados mientras que algunas manchas de humedad bordaban la cúpula con sus ligeras acuarelas. Era humilde, pero era su hogar.

Observó a Augusto persignarse con respeto ante la figura de cristo crucificado para luego contemplar la imagen de María con el niño Jesús en sus brazos. Curioso, se acercó a la segunda estatuilla que se mostraba erguida. —¿Quién es?—

Tomás con calma se aproximó ante la figura y con cuidado quitó un poco de polvo que había sobre su ropaje cuidadosamente adornado. —San Fernando, patrón del pueblo.—

Augusto tocó el yeso y luego humildemente sonrió ante la presencia eclesiástica. —Encantado de conocerlo, señor—

Luego de perseguir a Tomás por las instalaciones y estrechos pasillos, ambos llegaron al cuarto que compartirían. Una amplia galería repletas de libros con una mesa central se mostraba delante de sus ojos, inundando el recinto por la clara luz que se colaba por los ventanales. En los extremos de la habitación dos camas individuales prudentemente separadas se encontraban. —Esa será la tuya—

Augusto llevó su valija sobre el lecho que pronto ocuparía y sin preocuparse empezó a desempacar.

Tomás lo observaba con algo de temor, esperando en cualquier momento una queja de su parte. —¿Qué opinas? ¿Estarás cómodo?—

—No te lo negaré, estoy un poco decepcionado, Tomás. Puedo decirte Tomás ¿No?—

—Si, claro. Pe...Pero... Disculpa, no debes estar acostumbrado a esta clase de vida—

—No, no es por eso. Pensé que dormiríamos en literas y yo pediría la cama de arriba— Entre risas, Augusto se acercó a él cargando un ligero paquete en sus manos. —Es perfecto, por cierto, traje un presente para ti. Mi chica fue la de la idea, dice que llevar un regalo siempre es una buena manera de empezar una charla—

Tomás sorprendido agradeció ante el gesto desconsiderado, palpando la forma del objeto detrás del papel dedujo que aquella ofrenda sin duda era una botella de vino. —La abriremos para la cena, si quieres—

—Por mí no hay problema, aunque bebo muy poco.—

—Yo... Yo también—

... ... ...

El día transcurrió con una anormal alegría. Augusto había resultado ser un joven de por más entusiasta, sorprendiéndose por todo aquello que ante sus ojos se revelaba. Extrovertido y con una ligereza extraordinaria, lanzaba comentarios graciosos antes diversas bromas inocentes que el mismo formulaba.

Le mostró su consultorio, el cual estaba ubicado al lado del aula donde Tomás se disponía a dar clases de catecismo a los niños del pueblo, justo detrás de su cuarto. El doctor con ayuda del sacerdote comenzó a rellenar la sala que ocuparía con una importante cantidad de insumos médicos que él mismo había traído. Medicamentos gratuitos y herramientas de metal brillante, poco a poco aquella habitación se convirtió en un lugar listo para ejercer su vocación.

Comprometiéndose a arreglar algunos interruptores de luz y luego de haber asistido a las dos misas diarias que Tomás había celebrado, ambos dedicaron un poco de tiempo a conocerse. Cuestionándose continuamente sobre su pasado y su formación.

Un amigo dentro de su soledad no le vendría mal, la última compañía verdadera que había tenido en todo el transcurso de su vida había sido ella, aquella joven con la que a veces seguía soñando. Augusto reía contándole a Tomás como su padre lo había arrastrado hasta la universidad y lo obligó a ejercer la profesión familiar, mientras que picaba ajo para la cena. Luego de haber insistido una innumerable cantidad de veces, el se dispuso a cocinar en señal de agradecimiento ante tan cálido recibimiento.

Triturando los tomates y colocando a hervir la pasta, Augusto seguía animado exclamando a los aires lo importante que era una buena sazón.

—Oye, Tomás. ¿Puedo preguntarte algo?—

—Si, claro.— Sentado en la mesa de la cocina, intentaba mantenerse animado, siguiendo cada palabra que Augusto pronunciaba, con un gran interés.

—¿Qué es ese estuche negro que tienes en el cuarto?—

—Ah... Eso— Lo recordó, aquel cadáver incorrupto que aún susurraba el nombre de su verduga. —Un chelo—

Revolviendo la vaporosa olla y volteando a mirarlo en fugaces movimientos, Augusto sonrió. —¿Se lo cuidas a alguien o es tuyo?—

—Es mío, a veces toco durante los bautizos y algunas ceremonias especiales—

Sirviendo los alimentos listos para consumir en los tazones de cerámica, se acercó a la mesa cargando la cena, bastante interesado en la charla que llevaba a cabo con ese sacerdote. —Nunca escuché sonar uno, esperaré ansioso a que aparezca un bautismo— Colocando el plato delante de su anfitrión, se sentó enfrentándolo, listo para degustar lo que el mismo había preparado. —¿Hace mucho que tocas?—

—Antes lo hacía con más frecuencia, casi todos los días, ahora solo me limito a las ceremonias— Disfrutando la suave textura de la pasta y sonriendo ante la presencia de comida casera, se sintió animado a proseguir aquel dialogo. —¿Tu tocas algo?—

—Solo el timbre de la casa de mi chica por ahora— Augusto era un ser natural, bendecido por la cualidad de caer simpático a quien lo conociera. Por algún motivo el fantasma de Amelia vino a su mente.

—Hablando de tu chica, traeré el vino— Limpiando su boca, buscó dentro de la nevera la botella que el doctor le había regalado. Con algo de dificultad tardó en abrirla para luego retornar a su mesa. —Leí en tus papeles que estás comprometido. ¿Hace mucho salen?—

Recibiendo la botella de manos de Tomás comenzó a llenar las copas de ambos. —Hace un poco más de un año, no estaba muy feliz de que viniera a un lugar tan alejado—

—¿No te dio algo de miedo... Ya sabes, dejarla sola? Me he enterado de que en la capital la delincuencia ha aumentado—

Augusto rio recordando el simpático carácter de la mujer que amaba. —Créeme, Tomás. Esa chica puede patearnos a ambos si la molestamos— Levantando su copa, propuso un brindis. —¡Salud! ¡Por las nuevas amistades!—

—Sa...Salud—

Chocando sus copas, las charlas continuaban tiñendo el ambiente con una pronta cercanía entre aquellos dos seres masculinos. Augusto relucía su sonrisa cada vez que Tomás perdía su evidente carácter introvertido para comunicarle algo que a su criterio sea interesante. La conversación se dividía en diversas ramas que a ambos les interesara; Noticas sobre el clima y como los cambios políticos habían afectado la economía de la provincia, entre varias interrogantes que ambos se disparaban.

La cena ya había acabado al igual que la botella, aún sentados continuaban cruzando palabras. Pronto revisando por el rabillo de su ojo, Tomás comprendió que la medianoche había caído. Debería dar por finalizado todo para poder tomar sus horas de descanso y poder estar en pie durante la mañana para cumplir sus obligaciones. Levantó su plato y lo condujo al lavadero, anunciando su retirada.

—Oye ¿Ya te marchas?—

—Si, mañana ambos debemos madrugar—

—No seas aguafiestas, Tomás. Hay muchas cosas que quisiera preguntarte, además nuestras madres no están aquí para regañarnos—

—No lo sé, luego me cuesta un poco levantarme—

—Tranquilo, yo te despertaré a campanazos si es necesario. — Augusto, aún con infinidades de propuestas en su mente, empezó a disparar una serie de sugerencias que seguramente a ambos ayudaría a quitar el estigma de la rutina. —Quiero salir a correr mañana. ¿Vendrías conmigo?—

Una risa nerviosa brotó de Tomás ante tan abrupta interrogante. —¿Correr? Es imposible, hace años que no practico ningún ejercicio—

—¡Vamos! Te vendrá bien, además creo que las señoras de la primera fila te lo agradecerán—

—Sería solo un estorbo para ti, además no creo poder seguirte el ritmo—

—Tranquilo, iremos despacio. ¿Qué opinas?—

Respirando hondo e imaginándose la cara de Cristina al enterarse de que tendría alguna actividad extra además de sacarle brillo a la sacristía, aceptó. —Está bien, pero solo lo hago para que no te pierdas entre la montaña. Es un lugar un poco engañoso—

—¡Ese es el espíritu! Verás que con el tiempo tu solo me pedirás salir—

—No cantes victoria tan rápido, Augusto— Era sorprendente, aquel joven en un solo día de su llegaba ya había logrado hacer que su hábito casi ermitaño de vida se rompiera.

—Ya la canto, si me dejas serte sincero, tenía temor que seas uno de esos curas amargados. Suerte que no fue así, me hiciste ganar dinero. Aposté con mi chica a que no eras tan ogro como ella decía que lo serías—

—¿No le caen bien los religiosos?—

—No lo tomes a mal, es joven aún. Piensa que todos los curas son gente de poco fiar—

—Entiendo— Algunos prejuicios siempre estarían presentes en relación con su vocación. Se propuso a sí mismo a mostrarle a Augusto que el no era como el resto del clero de la capital. —Por cierto ¿Ya han puesto fecha con tu prometida?—

—No, aún no— El joven denotaba un halo de esperanza en su mirada al hablar del gran día que pronto celebraría. —Pero me dijo que si todo resultaba bien aquí vendría, será interesante, nunca vivimos juntos—

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Buenas, aquí Ann cumpliendo. Son tan lindos estos dos, me hacen recordar a aquellas amistades sanas que uno alguna vez tuvo.

Quiero aclarar algo, nadie comience con el shipeo aquí XD

Sé que su corazón lo grita, pero resistan.

Capítulo dedicado a:

cecilialiezag

Preciosa, espero que te guste. Gracias por seguirme en este nuevo proyecto.

Sin más y sin menos, gracias por leerme, chicas, nos estamos nuevamente encontrando en otra misa dentro de unos días.


Quien las quiere:


Angie

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