19: "Ira"


Desencajado y con el alma marchita, sentía como su perfecta vida se desmoronaba ante sus ojos. Con el corazón taladrando por escapar de su celda de carne y su cerebro al punto del colapso, llevó sus manos temblorosas a su propia frente y apretó, intentando que el fuerte pitido que sentía en sus oídos se detuviera.

—¿Por qué?— Era lo único que quería saber. ¿Qué habría sido tan importante como para arruinar su porvenir?

—Escúchame Augusto... No te voy a dar una excusa ni nada por el estilo. Te daré la verdad, pero esa duele.— Amelia se colocó a su lado y con su voz susurrante narraba las penas que la habían conducido a tomar tan fatídica decisión. —Esa noche yo... Yo me sentía lastimada por ti. Me gritaste ¿Lo recuerdas? Me sentía sola y extremadamente necesitada de todos los cuidados que antes me dabas. Y Apareció él... —

El aire se escurría de su cuerpo haciendo que su estado carente de vida sea venidero, quería podrirse en ese mismo lugar con Amelia como testigo mudo de su desventura. Aquello no podía estar ocurriendo, primero la imposibilidad de tener a su heredero, su príncipe y ahora le arrebataban a su reina.

Él lo sabía, ningún reinado estaba integrado y erguido en la gloria sin una reina adornando la casilla negra. El mañana se veía oscuro y las esperanzas se evaporaban.

—Tomás fue mi primer amor, la primera persona que me hizo sentir realmente especial. Estábamos solos y una cosa llevó a la otra... Pasó, de manera casi inevitable.—

Necesitaba pararse y sentir el suelo firme debajo de sus pies, por más que su cabeza diera vuelta. Con sus pisadas tambaleantes se irguió, haciendo que por un momento el piso parezca de algodón la debilidad prevalecía. Con su mirada enardecida en una leve ceguera sentimental producto de las lágrimas, se fijó a una pared con ayuda de sus manos. —¿Qué harás, Amelia?—

—Me iré, no quiero estar aquí. Tardé en darme cuenta que éste no es lugar para mí... Puedes venir conmigo o puedo marcharme sola.—

¿Marcharse y perder todo el orgullo que había causado en su familia debido a su buen corazón? O ¿Ver marchar a la única mujer capaz de ensombrecer a una pintura con su belleza rompiendo la promesa del casamiento y quedando en ridículo ante la sociedad? Preso de su ira y sin sentirse ganador en ninguna de las opciones que ella daba, golpeó la pared con su puño. El impacto retumbó por los muros de la pequeña casa que compartían haciendo que el frágil cuerpo de la mujer se estremeciera.

—Ustedes... No puedo creer que hayan tenido el descaro de mentirme así, directamente en mi cara—

—Nadie te mintió, Augusto. Yo te estoy diciendo las cosas, justamente, porque no quiero mentirte. Y Tomás... — Suspirando y borrando una lágrima de su mejilla, Amelia continuó hablando. —Él valora tu amistad... Lo conozco demasiado como para saber que nunca ha tenido un amigo y apareciste tú—

Arremetido ante su ira, Augusto sintió su sangre hervir ante la tempestad de emociones que giraban en violentos torbellinos sobre su cabeza. —¿Lo conoces? ¿Ahora lo conoces? ¿ACASO TAMBIÉN ME CONOCES A MÍ, AMELIA?—

Sorprendida ante tal indicio de rabia, Amelia solo se separó unos pasos, consagrando su identidad física poniéndose de pie. —No... a ti no te conozco. Cambias constantemente para tu bien— Notando como la mirada de su prometido la quemaba, se quedó quieta. —¿Qué harás? ¿Golpearme?—

—No... A ti no. ¡PERO DEBERÍA IR A BUSCAR A ESE DESAGRADECIDO! Podrás haber sido de él hace mucho tiempo, pero debes entenderlo ahora... Tú eres mi prometida.— Acercándose peligrosamente a ella, Augusto caminaba en su dirección.

Amelia por inercia comenzó a alejarse, no quería que aquella locura saliera luego manchando los titulares con el sombrío verso de crimen pasional.

—Vonnie... ¿Qué sucede? ¿Piensas que voy a golpearte? Sabes que soy incapaz de eso— Notando la incomodidad de su pareja, Augusto retrocedió levantando sus manos en el aire, en una acción sumisa. Nunca le faltaría el respeto a ella ni a su educación de una manera tan retrograda. Aún sorprendido por la reacción de ella, una duda tiñó su mente. —¿Alguna vez él te pegó?—

—¿Quién? ¿TOMÁS?— Dándose cuenta de que sus propias acciones estaban relatando su pasado, Amelia rio intentando ocultar su nerviosismo. —El sería incapaz...—

Por un momento nuevamente el odio volvía, ahora podía descifrar ese tono casi ensoñado en la voz de su prometida. —Hablas de él con amor...—

—Si, a él lo quise bastante, al igual que a ti—

—¿Aún lo amas, Amelia?—

Ella lo miró a los ojos haciendo que el destello de su mirada hiciera estragos en su mente atormentada. —A Tomás lo quiero mucho, es una excelente persona... Pero con él nunca pude o podría lograr nada—

—¿Por qué es cura?—

—No... Porque yo estoy, o mejor dicho estaba, contigo— Acercándose a él tomó su mano, acariciándola unos momentos para luego continuar hablando. —Sé que dejé que el cuerpo me guiara, fueron muchos meses sin algo de calor... Pero créeme algo, nunca quise que esto pasara—Soltándolo, Amelia tocó sus propios dedos, sacándose el anillo que llevaba en uno de ellos. —Toma, dáselo a alguien que realmente lo merezca—

Agarró la joya y comenzó a recordar el preciso instante en que se la había entregado. ¿Cómo olvidarlo? Si con el apruebo de su familia la había llevado a la pequeña casa en la playa que poseía. Con el alma temblante y la voz agónica, pronunció las palabras consagradas, ella no lloró o se quebró en felicidad... Amelia solo rio y con su temple de acero dijo, de manera firme "si".

Al enterarse de su unión todos festejaron, sus hermanos orgullosos lo elevaron en el aire y le dieron una cálida bienvenida a su selecto club privado de los hombres ya atados con un lazo. Todos con esposas preciosas, con pieles de porcelana y ojos de caricaturas, con ostentosos apellidos acarreados detrás de sus nombres, Amelia era perfecta.

Su padre y su madre estaban gratamente sorprendidos, Amelia los había impresionado con su talento musical y con su descomunal belleza. Si fue su misma progenitora la que le ayudó a elegir el brillante de su sortija... Sostener el anillo le dolía, el fuego de la humillación de retornar a su casa con las manos vacías ya lo estaba quemando, él no soportaría eso, no podía perderla.

Con cuidado de no asustarla, agarró su mano, haciendo que nuevamente aquella pieza de metal brillante se deslizara en sus dedos, retornando a su lugar.

—¿Qué haces?—

—Ese anillo es tuyo... No te lo quites— Notando el rostro desorientado de su prometida, supo que debían serenar su mente con un poco de espacio. —Saldré a caminar...—

—Augusto espero que no seas tan idiota de querer...—

—¿Ir a golpear a Tomás? No, Vonnie... Yo no soy así— Caminando hasta la puerta, Augusto se despidió de su mujer con un leve movimiento de cabeza.

—Haré mis maletas...—

—Espera... ¿Por qué? Vonnie, solo déjame pensar unos momentos—

—No hay mucho que pensar Augusto... No entiendo cómo puedes estar tan calmado—

—¡Por el amor de Dios, Amelia! ¿Cómo quieres que esté? ¿Quieres que vaya y lo mate? ¿Qué pretendes?— Procurando que su cólera no devastara su de por sí ya arruinado corazón, comenzó a sincerarse. —Solo dime una cosa, ¿Por qué mierda no me dijiste esto cuando lo viste por primera vez?—

—¿Estás loco? ¿qué querías que te dijera? —

—¡LA VERDAD, AMELIA, LA VERDAD!—

—¿Quieres la puta verdad? ¡Te la diré! Necesitaba sexo, alguien que me comprenda en algo más que no sea en el estúpido color de las cortinas, eso necesitaba.—

El crujido de su corazón fue devastador. —El sexo no lo es todo...—

—¡No, no lo es! Pero si el deseo, Augusto. ¿Sabes hace cuánto tiempo nadie me decía que enloquecía por mí? Esto me parte el alma, pero te lo diré, una parte mía murió cuando tu no podías darme la locura que teníamos los primeros días en que nos conocíamos.—

—¿CÓMO PIENSAS QUE PUEDO PENSAR EN SEXO DESPUÉS DE LO QUE PASÓ?—

—Lo que pasó lo podíamos arreglar juntos, podíamos adoptar, tener una familia. Esa era una ley Augusto, arreglarnos siempre juntos. —Suspirando, Amelia solo se alejó. —Pero siempre te importó más el mundo entero que nosotros dos—

—¿Ahora me llamarás egoísta?—

—No, te llamaré idiota. Podríamos haber construido un mundo solo para nosotros dos, pero tu elegiste hacer de cuenta que tus problemas no existen y taparte de trabajo, hasta taparme a mí...—

—¡DISCULPA, LO SIENTO! ¡PERDÓNAME POR NO LLAMARTE ÁNGEL Y BESAR EL SUELO POR DONDE CAMINAS, AMELIA!—

—¿Sabes qué? Ahora que lo pienso, al final de cuentas no debería sentirme tan culpable por lo que pasó, tú me obligaste a esto—

—¡CLARO! ¡YO TE DIJE QUE TE METIERAS EN LA CAMA DE UN EXTRAÑO!—

—¡NO, IDIOTA! Tú me obligaste a ser algo que no soy y querer cambiarme... El ridículo color de mi cabello, la maldita forma de vestirme ¡Todo!—

—Me iré, tu solo quédate aquí y espérame—

—No soy tu puto perro para que me des ordenes, Augusto.—

—Lo sé, pero te lo pido bien, Amelia. Necesito calmarme... Volveré en unos momentos—

Suspirando, Amelia supo que su verdad había liberado la cólera, pero ahora su mente estaba tranquila y alejada de la culpa. —Haz lo que quieras—

... ... ...

Ese pueblo no era lo suficientemente grande como para contener la ira de sus pasos, había caminado por cuanto sendero recordara y por cada oscuro callejón que lo amparase. En ninguna de las polvorientas calles de tierra de San Fernando encontraría consuelo.

Enaltecido en el coraje de una infidelidad el clima parecía no afectarle, el frio no traspasaba su piel al igual que no sentía el rocío del alba bañando su cabello. Sentado en el banquillo de la plaza, solo debía esperar a que el sol saliera.

Su mente era inclemente en cuando a pensamientos; Él había fallado. Descuidó su lecho y dejó que un extraño se colara a ocupar su lugar, permitiéndole así atolondrar su vida. Había sido frio y gracias a eso dejó por sentado que Amelia era feliz, no se había molestado en preguntar su estado.

Ella era una mujer fuerte y de gran coraje, pero eso no quitaba que tenga sus necesidades, las cuales él había desatendido. ¿Qué debería hacer ahora? Marcharse del pueblo era una opción sensata, pero ¿Qué diría su padre? Santiago Santana se regocijaba en su júbilo ante los otros miembros del circulo médico glorificando a su hijo en el estatus de un santo, el cual llevaba sus conocimientos a un lugar tan desdichado. Quitarle su orgullo lo mataría o peor aún, haría que jamás lo perdonara

Dejar a su prometida era la otra opción, pero la figura de su madre en conjunto de sus hermanos apareció. Ellos siempre lo decían "La familia es primero" y con el visto bueno ya puesto sobre Amelia ellos esperaban que la heredera Von Brooke adorne las mesas durante la navidad. Aún no había podido decirles que era estéril. ¿Qué pasaría si lo descubren? ¿Le hallarían la razón a Amelia por haberlo engañado? Seguramente lo harían y por culpa de su genética defectuosa lo borrarían del árbol familiar por siempre.

Dante tenía a su esposa Gloria, ya con un pequeño en brazos y otro en camino mientras que Luis aún disfrutaba su luna de miel con Helena. ¿Cómo tomarían ellos el vacío de Amelia en las fiestas de fin de año? Sería sinónimo de vergüenza, había dejado que la única mujer de alta sociedad que valía la pena se escapase.

Pateaba el suelo y masticaba su odio, mientras despeinaba su cabello en violentos jalones de sus manos. Solo debería esperar una hora más para que la iglesia abriera y allí enfrentarlo, seguramente él tendría otra versión que contar.

¿Qué le diría? ¿Cómo le plantearía todo el dolor que tenía en su alma sin dejar que el odio lo cegase en un instante de rabia? Augusto sabía que Tomás no era mala persona, pero aquello que ambos habían hecho a sus espaldas era algo que cambiaba totalmente la visión hacia su amigo.

Ahora entendía su súbito nerviosismo en presencia de Amelia y como varias veces lo había pillado divagando con su boca abierta cerca de ella. Pensaba que era un delirio o una mala jugada de su cabeza, pero ahora tenía sentido, ambos codiciaban a la misma mujer. Él como su princesa de cuento de hadas y Tomás como un imaginario ángel salvador. Esto debía terminar.

Se paró por tercera vez y esta vez tuvo un rumbo claro marcado en su destino, por más que aún sus puertas no estuvieran abiertas, se dirigió a la iglesia, levantando el polvo con la fuerza de sus pisadas.

Al llegar a su portal solo supo que debía esperar, protegiendo sus manos dentro de la seguridad de sus bolsillos se tomó el tiempo de planear un largo discurso mental que seguramente pronto pronunciaría en presencia del hombre que intentaba arrebatarle lo que tenía.

... ... ...

Con una bolsa lo suficientemente grande en sus manos, se disponía a rellenarla con todos los residuos que la noche del bingo había dejado. Los lugareños lo habían ayudado a organizar nuevamente las banquillas y a mover los santos de macizo yeso a los lugares que correspondían, la iglesia ya estaba en orden y podría abrir sus puertas.

Listo para sacar la basura, corrió el seguro del antiguo portal de madera, permitiéndose a sí mismo contemplar los primeros rayos de la mañana.

—Hola, Tomás—

Sorprendido, volteó a un costado, notando de dónde provenía aquella voz. Sentado en el piso, abrazando sus rodillas Augusto se encontraba mirando a la nada. Apresurado caminó a su lado, extendiéndole su mano para que se levantara. —¿Estás bien?—

—Si... Solo discutí con Vonnie— No se agarró de él para levantarse, decidió reincorporarse a su mundo utilizando sus propios medios, no podía mirarlo.

A pesar de que lo disimulara, Augusto temblaba, las heladas de San Fernando no eran buenas para alguien que no respetara sus inclemencias. El clima cálido era engañoso, podría jugarte una mala pasada nocturna si lo subestimabas. —Ven, vamos a dentro— Anudó la bolsa y la dejó en un costado, apoyándola contra la pared, aquello era más importante.

Cuando abrió el portal para permitirle el paso pudo apostar que el aire frío no provenía de una brisa propia de la madrugada, era el doctor quien la provocaba. Caminó aún con la mirada gacha por los murales santificados del templo, haciendo que el silencio tenga un aire devastador.

Debía decir algo, la situación lo ameritaba. —¿Qué... Qué pasó con Amelia?—

—Nada fuera de lo común, ella es a veces un poco complicada, pero eso no quita que sea especial... Ya sabes, como un ángel—

Aquella frase había tenido una dosis necesaria de cizaña que logró que en su sereno corazón Tomás sintiera su culpa nacer. —Vamos a la cocina, preparé café—

—Tu siempre ayudando al necesitado Tomás, todo un santo—

Sin comprender la lejanía de su persona, Tomás solo siguió a Augusto por los pasillos de la iglesia. Pronto ambos se encontraban sentados, enfrentándose uno al otro con vaporosas tazas de café a su diestra.

Notando como su amigo miraba la turbia sustancia, debió preguntar. —¿Pu... Puedes contarme lo que te sucede?—

—¿Lo qué me sucede?— Riendo, el doctor bebió un poco de su café. —Dime, Tomás. ¿Qué harías tu si te enteras que toda tu vida se está desmoronando por culpa de la gente que querías?—

Comprendiendo que algo malo sucedía, Tomás se sinceró. —Eso me pasó... No te he dicho nunca esto pero mi madre, ella... Hizo algo malo en vida que casi me obliga a no respetar su muerte.—

—¿Y qué hiciste?—

—So... Solo continuar viviendo, mejor dicho, sobreviviendo— Las sonrisas sarcásticas de su amigo eran ahora mucho más evidentes, necesitaba saber que le sucedía. —¿Qué te pasa?—

—Amelia me mintió—

Amelia podía ser muchas cosas, pero la mentira no era algo que se le diera bien si estaba en presencia de alguien que realmente sabía el brillo de su mirada. —Anoche cuando se marcharon supe que algo andaba mal, pero no comprendía que podía ser tan grave—

—Yo tampoco lo suponía, pero bueno... A veces la vida te da sorpresas, creo que eso es lo malo de tener a las personas que amas en una estima alta— Cuando por fin Augusto se animó a mirarlo, pudo jurar que en el reflejo de su mirada se escondía odio, aquello no podría significar nada bueno. —¿Recuerdas lo que se siente amar a alguien?—

—Si... De hecho, lo recuerdo—

—¿Qué sentías?—

—Culpa y hasta desesperación...—

—¡Oh! Pobre Tomás. ¿La vida fue cruel contigo?—

Aquello cada vez se hacía más tedioso, por momentos juraba que el aire se convertía en lejía envenenando su alma. —Lo que sea que quieras decirme, dímelo— Sorprendido ante su actitud, Tomás solo hablaba mientras comenzaba a rascar encima de su vendaje la herida que la propia Amelia había cocido en un acto propio del nerviosismo.

Notándolo, Augusto tomó su mano. —Déjame echarte un vistazo— Quitando las blancas vendas, comenzó a revelar su herida, la cual estaba aún cicatrizándose. —Parece que Amelia hizo un buen trabajo contigo—

—Si... Ella se esforzó—

Apretando levemente su herida, intentando que ésta supurara alguna posible infección, Augusto continuó hablando. —Siempre noté entre ustedes dos una tensión particular ¿Sabes?— La presión aumentaba, haciendo que poco a poco el dolor naciera. — Los dos en cierta parte son similares... Músicos, dos almas atormentadas por su pasado. Las dos caras de una moneda—

—Augusto, me haces daño— Apartando su mano ante el pesar físico, Tomás comenzaba a presentir lo que le sucedía a su amigo.

—¿Cuándo pensabas decírmelo, Tomás?—

—¿Decirte qué?—

—¡Qué tú y Amelia se conocían! ¡Qué tu ángel es mi prometida!— Haciendo que su voz adquiriera un tono grave, Augusto rugió sus sentimientos con la dura inclemencia de la verdad.

Tomás solo arrugó su ceño, sabía que esto tarde o temprano pasaría, condenado por sus acciones, dijo su verdad. —No... No quería decírtelo... Supongo que Amelia tampoco, es algo demasiado confuso como para que lo comprendieras—

—¿COMPRENDER QUÉ? ¿QUÉ MI PROMETIDA ERA LA CHICA POR LA QUE REZABAS POR LAS NOCHES O POR LA QUÉ TENÍAS SUEÑOS HÚMEDOS?—

Tenía razón en todo, tenía todo su derecho a estar furioso, ahora comprendía la incomodidad de Amelia durante la velada. —Yo no te conocía, Augusto... Nunca me imaginé que salieras con ella. Si lo hubiera sabido anteriormente te lo hubiera dicho, pero tú nunca la trataste por su nombre —

—¿Cómo piensas qué me siento ahora?— Mirándolo en detalle, Augusto notaba su cabello castaño y como los ojos de Tomás a veces transmitían ese pesar que ahora le carcomía las entrañas. Sus orbes azules tristes, quizás hasta similares a sus propios destellos celestes. —Hasta te podría considerar mi hermano, Tomás—

La tristeza se había apoderado de su mente y el pesar de sus crímenes ahora venían a pasarle factura. Aquello lo merecía con toda la furia del cielo puesta encima suyo, debía ser realista, culpa de su egoísmo había lastimado a el único amigo que poseía. —Lo siento...—

—Si tú lo sientes, imagínate como estoy yo...—

Debía hacer lo más sensato, la ausencia de Amelia hasta podía significar que ella ya había tomado esa decisión por él. —No quiero, no puedo, arruinarte la vida, Augusto—

Una brutal idea ahora atravesaba su cabeza, causando un brillo peculiar como única salvación para todos sus males. Sin quererlo, Tomás le había dado respuesta a todas sus plegarias con una sola mirada. —Dime algo...—

—Te diré lo que quieras—

Aún con ese pensamiento grabado entre las conexiones mentales que poseía, Augusto veía una clara salida a todos sus problemas. —¿De qué murió tu madre?—

—De... Del corazón, ya era una persona mayor— Sin comprenderlo, Tomás respondió. —Pero ¿Qué relación tiene?—

—¿Y tu padre? ¿De qué murió?— Augusto solo sentía como poco a poco su ira disminuía y una lejana esperanza nacía de su pecho.

—Nunca lo conocí... Ni siquiera sé su nombre—

—Pero tú eres sano ¿Verdad? No tienes ningún mal congénito o algo así—

—Si... Pero, Augusto, no entiendo tu punto—

—¡SOLO CONTESTA, TOMÁS!—

Cansado del estado de su compañero, necesitó la serenidad del silencio. —No, estoy sano...—

—Bien...— Apurado, augusto se levantó en un sencillo movimiento con la clara intención de retornar a su hogar.

Tomás no entendía todo aquello que sucedía. —Espera ¿Por qué lo preguntas?—

Desde la lejanía de uno de los pasillos, la voz del doctor le contestó. —Por nada Tomás, por nada. Me tomaré el día—

¿Lo había perdonado? Augusto ya no tenía aquel tono iracundo, parecía que hasta su odio se había desvanecido en un sencillo cruce de palabras. —Pe... Pero ¿Volverás?—

—Claro que volveré. Después de todo eres mi amigo ¿No?—

-.-.-.-.-.-.-.-

Chicas, lamento no poder hablar mucho, debo irme volando.

Las amo, ustedes lo saben, por eso me doy un momentito para subir esto.

Ahora continúo trabajando.

¡Manden sus fotos! ¡Espero que les haya gustado el cap! ¡Viva el culo!

Quién necesita vacaciones:

Angie

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