18: "Pereza"


—Vamos, Vonnie. No te salvarás de ésta—

Tirada en su cama, Amelia simulaba dormir con el firme propósito de tener que escapar a sus obligaciones. Su secreto le corroía las entrañas mientras que la agonía de tener que mantener un necesitado silencio con Augusto cada día se hacía más insoportable.

—Vonnie, arriba—

Mantenía los ojos cerrados, debía escapar a ese destino nocturno. Hoy se realizaría el bingo nocturno que Tomás había anunciado y Augusto, con su corazón siempre tan solidario, debía colaborar en la organización del mismo.

No quería verlo y tener que revivir el fresco cadáver de su pasión, la culpa aún recalcitraba su alma mientras que diversas teorías de escape eran confabuladas. Ella lo sabía, lo que ambos compartían no era una sencilla atracción, todo lo contrario, aquel lazo invisible que la unía a Tomás Valencia cada día la jalaba en una actitud más demandante, obligándola a correr a sus brazos.

¿Mentir y disfrutar de su propio amor prohibido? ¿Escapar olvidando una vez más la única persona que realmente había amado? Las dudas tejían sus telarañas en cada conexión nerviosa de su cerebro mientras que las emociones intentaban anestesiarla con su morfina. Debía tomar la decisión más sensata por más que ella doliera.

—¡Vamos, Vonnie! Se lo prometí a Tomás—

Cansada de batallar y con el único propósito de quedarse tumbada, si era necesario una eternidad, en su cama, contestó haciendo que su voz sonara falsamente cansada. —No me siento bien, ve con Moni y el bebé. Te estaré esperando para ver alguna película—

Preocupado, Augusto tocó su frente notando su temperatura la cual aún se mantenía en los límites de la normalidad. Comprendiendo el sencillo plan que ella realizaba, sentenció. —Gatita, no seas perezosa, ambos nos comprometimos a ir... No podemos quedar mal con Tomás—

—¿Crees qué me importa quedar mal con Tomás? ¿En serio?— La condena era grande y el castigo sumamente doloroso. Amelia escuchando la ligereza con que su prometido se dirigía al hombre con que le había sido infiel comprendió que Dios existía y que seguramente disfrutaba torturándola.

—Pero a mí sí me importa, anda, métete a la tina y colócate tu vestido rojo. ¿Me quitarás el privilegio de mostrarme al lado de la mujer más linda del mundo?—

Sabía que Augusto con sus palabras melosas y su desquiciante buen humor ganaría. Sin ánimo de alzarse en armas y concluir aquella velada en alguna esporádica pelea, se levantó caminando al paso de sus pies arrastrados hasta el baño.

—Esa es la actitud, vamos Vonnie, enseña de qué están hechas las mujeres de la capital—

Comenzando a lanzar su ropa al cesto aún con la puerta abierta, se despojaba de su pudor sintiendo la libertad de su desnudez acobijarla. Siempre había podido infundir en cualquier corazón la dulzura de la lujuria con exhibir un poco de su piel, pero aquello en Augusto parecía no tener efecto, quizás Tomás tenía razón. Después de todo, a pesar de tener sus alas marchitas y su aureola quemada a base de tristezas, ella siempre sería su ángel y podría provocar en él cualquier clase de gloria o martirio celestial que quisiera. Augusto solo era un sencillo hombre que no podía cumplir con sus exigencias más básicas; No podía caer en la demencia de arrebatar suspiros de sus labios en violentos frenesíes de gemidos o sencillamente no yacía rendido a sus pies víctima de alguna carcajada espontanea. Santana era un hombre incorruptible, con su prometida enaltecida en la sencilla coronación de un modelo, pero jamás un ángel.

—Iré solo porque quiero bailar con el hombre más guapo del mundo—

Sonriendo, él posó su rostro a un costado del marco de la puerta, notando como Amelia metía los pies dentro de la bañera, comprobando que el agua estuviera a la temperatura correcta. —¿Yo soy el hombre más guapo del mundo?—

—No, quiero bailar con Mateo— Sonriendo ante su chiste, se dejó cubrir por el caliente liquido transparente.

—A veces le tengo envidia a Mateo, él puede manosearte libremente el escote en la calle y no queda como un pervertido a los ojos del mundo—

—Tú también podrías, solo eres un vergonzoso al que no le gusta correr riesgos— Empapando su cabello, Amelia decía una gran verdad.

Augusto a pesar de haber sido su acompañante durante largas expediciones nocturnas, nunca había acepto jugar con los demonios de la noche. ¿Cómo olvidar su primera cena familiar en compañía de su madre? Si solo se la pasó enorgulleciendo a su progenitora con todos los deberes humanísticos que realizaba, recitándolos con gran memoria, ignorando como ella acariciaba su pierna por debajo de la mesa.

Su mente era tóxica y la comparación necesaria. Se divirtió imaginando a Tomás en aquella situación, con su madre en frente suyo y la mano del objeto de sus deseos posada encima de ese punto que ella tan bien conocía que le hacía perder la cordura. Pudo dibujarlo entre sus divagaciones con las mejillas sonrojadas y la voz temblante mientras que tartamudeaba alguna palabra. Eso necesitaba, corromper, arrebatarle a alguien toda la luz de su mañana y extenderle su mano hasta la noche. Bailando con las sombras y seduciendo a la penumbra, seguramente Valencia también extrañaba eso.

—Apúrate ¿Si? Dejaré tu vestido sobre la cama. Quiero que te pongas bella, que deslumbres y por favor, colócate el collar que te regalé— Con su rostro animoso, Augusto nuevamente relucía aquella sonrisa que había tenido cuando le informó de su traslado a San Fernando.

Moviendo la cabeza en una señal afirmativa, dio aquella charla por finalizada. Amelia sabía la función que cumplía en su vida y como debía actuar acorde a sus expectativas, era su trofeo. Así como su madre lo había sido para su padre, ella debía ser para Augusto una joya exótica la cual lucir. No le molestaba aquello, en cierta parte le parecía correcto, disfrutaba causando una sana envidia al igual que su prometido. Lo que realmente ya no aguantaba era saber que su mano estaría ensamblada a la de él, mientras que sus pensamientos correrían histéricos a ese hombre casi invisible que se ocultaba entre la figura de una cruz. Ese tipo al que no le hacía falta trajes costosos ni autos importados para haberla conquistado. Si ella era un trofeo, Tomás era el ganador... Por más que le doliera admitirlo.

... ... ...

—¿Lista?—

Mónica apresurada, abrió la puerta sin dificultad por más que cargara a su bebé en brazos. —Espera, Agarra a Mateo unos minutos— Pasándole a los brazos de su amiga su hijo, volvió al interior de la vivienda, solo para retornar al instante con una pequeña carriola y un gran bolso donde seguramente cargaba los artículos necesarios para el cuidado del infante.

—Ponlo en el cochecito—

—Deja a Matute con su tía, él sabe que está más cómodo aquí— Amelia cargaba al niño, fijándolo a su piel y dejando que éste se acobijase con el calor propio de su cuerpo.

Entendiendo que su amiga no soltaría a su niño, dejó que su bolso ocupase gran parte del carrito para luego empezar a caminar. Los tacones dificultaban su camino y la camisa de algodón que la mismísima Amelia le había regalado no parecía abrigarla de la inclemencia climática de ese pueblo.

—Por cierto, estás muy bonita hoy—

Intentando contener su alegría, Mónica sonrió al saber que su amiga había notado su precoz arreglo. —Gracias, te diría lo mismo Ami, pero tú ya lo sabes. Lo que no entiendo es como no sientes frío—

—Créeme que lo siento, pero Augusto se empeñó en que usara esto. ¿Por qué tanto maquillaje? No me digas que estás intentando buscarle un papi a Mateo— Riendo, Amelia evitaba que el pequeño niño que llevaba en sus brazos arrancase el collar de su cuello, estaba animado, mucho más que ellas dos juntas.

—No... No es eso, una quiere sentirse bonita. Por cierto ¿Hablaste con las chicas?—

—No, aún no tengo valor... No quiero imaginarme el alboroto que causará María cuando le diga lo que pasó. Hablando de eso... — Amelia se detuvo, Mónica supo que su amiga estaba por pronunciar algo serio debido a que su rostro se había tensado de una manera anormalmente madura en ella. —Disculpa por no haberte acompañado hoy en la tienda, quería hacerme la enferma para no venir, como verás no funcionó. Creo que te abandonaré pronto... Moni—

—¡Estás loca! ¿Por qué quieres irte?—

—Ya sabes... Estoy grande ya para andar teniendo una doble vida, no quiero ser de nuevo una amante ni tampoco quiero ser una mentirosa. Es lo mejor—

—¿Todo esto por el estúpido de Tomás?—

—Oye... No le digas así, hablamos poco, pero él me aclaró cosas que pensaba erróneamente. Ambos la pasamos mal— Suspirando, Amelia continuó hablando. —Pero si, es por él. No creo que lo entiendas...—

Mónica se acercó a ella y enredó su brazo con el de su amiga, como tantas veces lo había hecho, invitándola nuevamente a seguir su camino. —Yo también tengo algo que decirte... Pero empieza tu—

Siguiendo el rumbo hasta la iglesia, intentando no caer a causa de un súbito tropezón en el precario piso de tierra, aquella charla continuó. —Tomás... Él es ...—

—¿Tu amor?—

—No, es un puto imán. No puedo estar cerca de el sin dejar que me envenene mi mente con su presencia, aun cuando no lo veo termino nuevamente con la nostalgia de nuestro romance. Si continuo aquí vamos a terminar todos lastimados, él, yo y Augusto... Tomás y yo estamos acostumbrados a los golpes, pero Barcelona no, no se lo merece—

Entendiendo su dolor, Mónica solo dijo aquello que consideraba correcto. —¿Pensaste en decirle algo a Barcelona?—

—Quiero hacerlo, pero soy una puta cobarde. Aún no encuentro el valor, creo que primero deberé hablar con Tomás y explicarle que nuestro tiempo ya pasó... Por más que me duela—

Mónica se sentía orgullosa por su amiga, en aquellos cuatro años que la conocía podía haberse dado el gusto de verla mutar. Ya no era aquella joven que rosaba lo desagradable, se había cimentado como mujer a pesar de estar erguida en sus dolores. —Me parece lo mejor, Ami. Creo que deberás aclarar tu cabeza y luego saber exactamente lo que quieres con tu vida—

El silencio se hizo presente, dándole a ambas un instante necesario para pensar en los males que las atacaban. —Ami-nia— El bebé había levantado la voz intentando pronunciar su nombre. Aquello fue la gota de dulzura que su alma clamaba, elevándolo a la altura de su rostro, Amelia comenzó a besarlo dejando impresiones de su carmín en las regordetas mejillas del niño. —Dilo de nuevo, vamos Matute— El niño a pesar de sonreír y disfrutar de los cariños no parecía tener intención en volver a hablar. En lugar de aquello, agarró el colgante de su cuello y empezó a forcejear para arrancarlo. La mariposa de plata, colmada en incrustaciones brillantes, resistía a ser despojada del cuerpo de su dueña. —No, deja eso. Tírame del cabello mejor—

La ternura era grande y la estampa sublime. Si no fuera por esa mujer y el séquito del aquelarre ella no habría podido darle a Mateo una buena vida. —Es un hermoso collar. ¿Te lo dio Augusto?—

—¿Te parece hermoso un insecto? Para serte sincera lo uso solo porque Augusto casi me rompe un ovario molestándome porque me lo pusiera.—

—Ami, las mariposas son lindas—

—No lo son, son cucarachas con alas. Un culo sería más lindo que una mariposa—

Apresurada, Mónica golpeó su brazo. —¡No hables así delante del niño!—

Esquivando el golpe, Amelia comenzó a reír mientras que alzaba aún más al bebé, pegando su mejilla a su mentón y sintiendo la suavidad de su piel. —Vamos, ahora te toca a ti hablar—

Como si el aire escapara de sus pulmones y la duda se tatuara en el caudal de sus venas, Mónica respiró hondo, sabiendo que las palabras que estaba por pronunciar serían una pronta condena. —Ayer a la tarde, por milagro, hubo por momento un poco de internet—

—Qué bueno, me hubieras dicho—

—Si... Revisé los encargos textiles y los números de seguimientos de nuestros paquetes... Por curiosa entré a mí viejo facebook, quería guardar las primeras fotos de Mateo y las de su bautismo—

Amelia se detuvo lentamente, conociendo aquella expresión perpleja en el rostro de su amiga, cuestionó. —¿Qué pasó?—

—¿Te suena el nombre de Lucas Grimmaldi?—

Como si un balde de agua helada hubiera caído arriba de ella, Amelia abrió la boca en un acto de estupor. Trayendo a su memoria a ese sujeto sintió como a poco diversas especulaciones comenzaban a plagar su mente con incógnitas. —No... ¿No me digas qué...?

—Sí, me mandó una solicitud—

—¡NO ME DIGAS QUE FUISTE TAN IDIOTA EN ACEPTARLO!— Intentando serenarse a sí misma, la heredera Von Brooke bajó unos cuantos decibeles a su voz, evitando romper los tímpanos del niño que cargaba. —¿Cómo es posible?—

—¿Qué cómo es posible?— Una sonrisa algo lastimosa comenzó a tomar forma en el rostro de la madre. —Tonta... ¿Te piensas qué en éste país alguien se tomará en serio una denuncia por acoso? Vi sus fotos, sigue ejerciendo tranquilamente—

Trayendo a su memoria cada hueco mental donde Lucas había habitado, Amelia suspiró. —Si solo hubiera levantado un acta con mi nombre nada de esto ocurriría... Pero eres idiota, allí tienes fotos con Mateo, no me importa que vea las nuestra. ¡PERO VERÁ A MATEO!—

—No se dará cuenta, además la mandó hace mucho tiempo ya, recién la veo, seguramente hasta está inactivo—

—¿Qué no se dará cuenta? ¡Piensa, mujer! ¡Son dos gotas de agua!— Abrazando al niño, Amelia empezó a afligirse imaginando como ese sujeto regresaba a su vida. —Piensa en Matute...—

—Justamente en él pienso, tarde o temprano preguntará por su padre—

—Pero ¿Qué te hace creer qué Lucas querrá conocerlo? Si pudieras hablar con él ¿Qué piensas decirle? "Hola, Soy Mónica. ¿Te acuerdas de mí? Mis amigas y yo te denunciamos cuando intentaste violar a una de nosotras y casi la matas a golpes. Ah... Por cierto, tuvimos un hijo"— Apurando el paso, un profundo temor olvidado resurgía. Aquella memoria solo ocasionaba en ella una sensación de impotencia, no quería recordar su debilidad física y como casi sucumbió ante una funesta paliza. Si no fuera por Tomás quizás hoy no contaría con tanta ligereza su vida, debía hablar con él... Seguramente él daría un punto de vista más claro sobre todo lo acontecido.

—Mateo crecerá y querrá saberlo... No pienses que lo hago por mí, es por él—

—Sí, te entendería si fuera un hombre común. ¡Pero es un puto violador!—

—¡Amelia! Por favor, no quiero que aprenda tus palabras—

—Y yo no quiero que absorba la idiotez de su madre, espera que las chicas se enteren de esto, ni Caro se pondrá de tu lado—

—No les digas, es algo que no pasará hasta dentro de muchos años... Por favor—

Amelia suspiró, en cierta parte tenía razón. Pero la necesidad de profundizar aquel tema escuchando las opiniones de sus hermanas ajenas a su sangre le imploraba a salir de allí corriendo, direccionada a su teléfono.

... ... ...

Juntando animo en sus pulmones e implorando fuerza en sus pisadas, Amelia firmemente sujeta del brazo de su amiga y cargando al niño, entró a la iglesia. Se sorprendió de manera grata al notar que realmente el preparativo de la nave central era deslumbrante; Gallardetes colgaban desde el techo mientras que una decena de mesas ocupaban el espacio antes designado para los banquillos de los feligreses. Música típica sonaba desde los antiguos altavoces mientras que el aroma a comida invitaba a su estómago a abrirse.

Los paisanos voltearon al percatarse de su presencia, el plan de Augusto se había ejecutado a la perfección, su persona ahora se convertía en la sencilla diadema de la velada. Arrancaba suspiros y comentarios a su paso mientras que aún con su amiga cerca caminaban en busca de una mesa libre. Al llegar y sentarse, se sintió fuera de lugar, Mónica podía ser una gran compañera, pero la fatiga y seguramente la gran carga mental que poseía habían hecho que de su boca las palabras ya no salieran.

Atenta, buscó con la mirada a algún conocido. Reconoció la azul camisa que ella misma había comprado al pasar delante de sus ojos, levantó la mano ganándose la atención de su prometido. El sonriendo le dejó en claro que pronto retornaría a su lado.

—Oye ¿Tienes hambre?—

—Un poco...— Mónica de su bolso sacaba un biberón y de manera casi rogante imploraba a su niño con dulces palabras que lo consumiera. —¿Quieres comer algo?—

—No lo sé, veré que hay— De manera algo ingenua, levantó su mano nuevamente, intentando ganar la atención de la joven que se encontraba en un extremo de la iglesia repartiendo diversos platos de comida entre los presentes.

—Ami, no es un bar, debes pararte tu—

—Oh... Tienes razón. Pediré algo sencillo, tu quédate aquí—

Acomodando su vestido, se puso de pie, intentando no rozar a algún desconocido con su amplia falda comenzó a atravesar la gran galería religiosa. Se sentía observada ante tantos ojos increpantes, aquel no era lugar para una mujer de su estilo.

Llegando a su destino, se paró delante de la mesada donde repartían los productos alimenticios. No tardó en reconocer el rostro que se escondía detrás de la vaporosa olla, la misma mujer que antes le había vendido de manera amable los productos en la despensa ahora llenaba los platos en abundantes menjurjes de caldo y potajes de verduras.

Ambas se reconocieron y dibujaron una sonrisa en su rostro al percatarse de que la otra la miraba.

—Señorita Amelia, que bueno que nos acompañe ésta noche—

—Si... Parece que será una buena velada. ¿Qué tiene de platillo principal?—

—Justamente Augusto ya me dejó pagada la consumición de su mesa.— Apresurada, la anciana mujer sacó de un estuche plástico porciones de pastel, el delicioso postre invitaba a ser digerido con velocidad. Abundante en glaseado y con la crema del relleno sobresaliendo de su esponjosa masa, fue pasado a sus manos acompañado con los utensilios descartables, listo para ser degustado.

—Muchas gracias, se ve delicioso—

—Claro que está delicioso, yo misma lo hice— Ganándose una sonrisa por parte de la menor, la anciana continuó hablando. —¿Qué quiere tomar?—

—¿Qué tiene para ofrecer?—

—Bueno— Abriendo una de las neveras que se encontraban apoyadas contra la pared, Cristina empezó a anunciar los productos. —Tenemos refrescos, jugos, agua, cerveza, vino... Lo que tu quieras—

Pensó unos momentos para luego decidirse. —Una botella de tinto—

—Muy bien— Notando como aquella joven ya tenía sus manos cargadas, concluyó la anciana. — Le pediré a mi nieto que se los lleve a su mesa, espero que disfrute la noche, señorita Santana—

—Si...— Por un momento Amelia se sintió incomoda, no se encontraba mentalmente preparada para cargar con el apellido de su prometido, menos bajo el techo de una iglesia. —Por cierto. ¿Usted luego podría calentarme un biberón?—

—Solo tráelo y encantada lo haré—

Despidiéndose con un sereno movimiento de cabeza, Amelia retornó a su mesa, cargando en sus manos la suculenta comida, implorando a los cielos que no se le cayera en su camino. Al llegar le extendió el plato correspondiente a su amiga y ambas comenzaron a ingerirlo notando como el movimiento alrededor suyo aumentaba.

Rostros anónimos y unos cuantos conocidos aparecían delante de ellas y se marchaban con la misma prisa con que habían llegado.

—Qué raro que nuestra amiga no esté aquí— Intentando darle un poco de crema al niño con ayuda de la cuchara plástica, Mónica susurró cerca del hombro de su amiga.

—¿Qué amiga? ¿Lucía?—

—Sí, tonta, pensaba que vendría a sentarse con nosotras y a explicarnos en qué círculo del infierno nos quemaríamos—

—Es una lástima, la pobre parece haberse asustado la última vez que hablé con ella—

Ambas recordaron la escena que antes Amelia tan bien había relatado con lujos de detalles, el encuentro con esa mujer seguramente había hecho un hueco en su de por sí ya baja autoestima. Mientras que una súbita risa ahogada era llevada a cabo, como un rayo, un tercer habitante llegó a su mesa, sentándose a su lado.

Augusto, saludó con un beso en la mejilla a la amiga de su prometida mientras acariciaba la cabeza del bebé, no tardó en envolver con su brazo la cintura de la mujer con la que había elegido compartir su vida. —¿Cómo la están pasando?—

—Y... Me arrastraron de la cama para venir aquí, pero de allí bien, el pastel está excelente— Sirviendo una cucharada de la tarta, Amelia la condujo a la boca de su pareja, haciendo que el también disfrutara ese postre ahora compartido.

—Ya empezará— Hablando con la boca llena, Augusto sacó del bolsillo de su pantalón, tres papeles acompañados por su correspondiente bolígrafo, repartiéndolo entre las presentes de esa mesa. —Tomen—

Amelia observó la hoja y comenzó a notar que dentro de la cuadrilla que tenía dibujada una gran cantidad de números eran cifrados. —¿Cómo se juega esto?—

—Yo te explico, esto lo jugaba con mamá— Mónica intervino, señalando uno de los dígitos. —Si nombran un número que tú tienes, lo marcas con una cruz. Llegas a completar toda la hoja y ganaste, el premio es tuyo—

—Oh, no es mucha ciencia—

—Para nada, tu solo presta atención, Vonnie—

Mientras que una superflua charla era llevada a cabo sobre los premios que esa noche se entregarían, un niño se acercó a su mesa, cargando en sus manos una botella de contenido etílico y diversos vasos blancos. —¡Doctor!—

Augusto volteó maravillado, su compañero de caminatas en conjunto con Tomás había aparecido. Recibiendo la botella de sus manos, no tardó en tocar el hombro de Francisco y darle unas sinceras palmadas. —¿Cómo estás, Panchito?—

—bien, bueno... Lo que se pueda decir bien. Me obligaron a venir—

Amelia sonrió al notar la sinceridad del niño, ganándose su atención, rápidamente este la notó y no tardó en mejorar su postura y acomodarse la playera que llevaba puesta en compañía de su abrigo. —Señorita—

—Oh, qué niño más bien portado. No te sientas mal, yo tampoco quería venir—

Francisco, sintiéndose en libertad, comenzó a exclamar sus verdades. —Ahora podría estar en mi casa, jugando a algo, pero no, la abuela me obligó a venir—

—No te sientas mal— Amelia, guiñándole un ojo al niño concluyó. —Tu amigo también me obligó—

—¡Oye! Eso no es cierto—

—Si lo es, Barcelona, cállate—

Francisco sonrió y rápidamente desvió su mirada a la parte principal de la iglesia donde antes había habitado el altar. —Debo irme, tengo que ayudar al padre con los números— Apresurado, salió corriendo, llevándose a más de uno por delante durante su recorrido.

Amelia lo quedó mirando, para luego sentenciar a su amiga. —Me encantaría que Matute sea así de grande, suelto y gracioso—

—Seguramente lo será.— Respondiendo Augusto, comenzó a notar como todo el mundo tomaba lugar en sus mesas. —Parece que Tomás me escuchó y el no agitará las bolillas—

Amelia y Mónica se miraron para luego comenzar a reír, Augusto se contagió de su ánimo también extendiendo una carcajada. —Carajo, Barcelona, vinimos solo por eso.— Respondió la amiga de la pareja, notando como la tensión poco a poco iba disminuyendo.

Pronto, la música empezó a callar, mientras que una de por sí ya conocida voz empezaba a invitar a todos a él orden. —Buenas noches a todos, pronto comenzaremos así que los invito a tomar lugar—

Como si de una obligación se tratara, Amelia lo miró, penetrando su alma con los funestos demonios que el mismo le causaba. Siempre de negro, enlutado, a veces tan sencillo como persona, pero tan complejo como una antigua pintura barroca, Tomás se mostraba. Sus ojos se cruzaron y por un momento el mundo dejó de existir, el ambiente se había agrandado amparando su amor escondido entre los muros ya conocidos del silencio. Amelia tenía tantas cosas que decirle que por un momento sus pies empezaron a tamborilear ansiosos por despegarse del piso, Mónica se percató de aquello y se dio a la tarea de retornar a su amiga al mundo de los mortales. Con un ligero codazo, la sacó del embrujo que ella misma se había lanzado.

Augusto parecía no notar el estado de su prometida, o quizás no quería saber el porqué de que Tomás se hubiera quedado estático con el micrófono aún en la mano. Bebiendo un gran trago de vino, sentenció. —llega a cantar los números y juro que moriré de la risa—

—Lo mismo digo— Replicó Amelia, intentando pasar sus penas con la añeja sustancia.

—Concuerdo—

La gente empezó a acomodarse, llamando al silencio y prestando atención al hecho principal de la velada. Cuando el silencio reinó y las respiraciones empezaron a ser notadas, una gigantesca jaula redonda con una manivela apareció siendo cargada por dos hombres. En su interior habitaban las pelotas cifradas, las cuales Francisco revolvía con ayuda de la palanca, haciendo que aquellas esferas bailaran.

La primera bola fue seleccionada al azar por manos del niño, el cual no tardó en extendérsela a el sacerdote que esperaba ansioso a su lado.

Ganándose la atención de todo el mundo, Tomás con su voz temblante transmitió la primera cifra por el altavoz. —22...—

Amelia casi escupe todo el contenido de su boca al escucharlo, intentó no reírse, pero la situación lo demandaba. Pronto la carcajada ahogada fue compartida por los habitantes de la mesa, los cuales bastante sorprendidos por el tono con que ese hombre rezaba los números compartieron la gracia.

Tapaban su sonrisa con ayuda de sus manos, pero la situación era cómica, pronto Tomás comprendió de qué se reían y comenzó a sentir como el calor subía a sus mejillas demandante. —19—

Cada vez era peor resistir tal acto, totalmente desconcentrada del juego mismo, Amelia resistía el jolgorio de hacer alguna extraña broma, pero Mónica sucumbió ante la estampa. —Dios, es el niño cantor más grande que he visto—

Como si fuera una punzante aguja, la pareja sintió sus ojos explotar a causa de tanto aguantar la comedia. Desviando su cara de los ojos del nervioso hombre que pronunciaba números, la alegría aumentaba cada vez que éste hablaba.

—33—

Amelia no podía contenerlo, debía hacerlo. —¿43? Exclamó en voz alta, ganándose la atención de su amante.

—N... No, 33—

Mónica ya no pudo contenerlo, la carcajada fue grande y rápidamente se convirtió en viral. Desplomándose sobre la mesa, Augusto sentía que su estómago iba a reventar a causa de tanta risa. Después de todo, no la estaba pasando mal.

... ... ...

—Suerte para la próxima, chicas— Notando que nadie en la mesa había ganado algún premio, Augusto comenzó a rellenar las copas con la tercera botella que consumía.

Mónica fue la primera en beber, para luego hablar. —Es una lástima, me gustaba ese peluche—

—¿Tu, Vonnie? ¿Segura que no ganaste nada?—

—No lo sé— Respondió ella dando un sorbo a su copa.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿Qué estuviste haciendo?—

Ella, bastante risueña y preparándose para la pronta risa, mostró su obra de arte. En la hoja blanca donde habitaban los números un pequeño dibujo resaltaba. Ella misma, con un cuerpo bastante mal hecho a base de trazos casi desordenados, se mostraba ahorcada, con una leyenda a sus pies que decía: "Mátenme"

Augusto al notar la ilustración, rio con fuerza, conocía a la perfección el humor de su prometida. —Toda una artista—

La música sintética volvía a sonar, el poblado disfrutaba de la ocasión bebiendo y degustando los platillos. Mesa por mesa, Tomás venía saludando y ofreciendo sus buenos deseos y agradecimientos a los comensales. Cuando Amelia lo vio venir bajó la mirada a sus propios pies.

Por favor, no vengas aquí.

—E...Espero que estén disfrutando la velada— Había aparecido, logrando que solo la incomodidad nuevamente surgiera.

—Claro que la estamos disfrutando, es más, no nos perderemos el próximo— Augusto fue el primero en hablar invitándolo a sentarse a la mesa.

—Debo continuar saludando—

—Tonterías, Tomás. Ven, bebe un poco, te ayudará a relajar la garganta—

Mónica, levemente ebria por el alcohol, fue la primera en reír ante aquel chiste, ganando la atención de ambos hombres.

—Oh, lo olvidaba Tomás, ella es Mónica, compañera de trabajo y amiga de Vonnie. Y ese lindo gordito, es Mateo— Pasándole una copa a su amigo. Augusto presentó a aquel par de conocidos—

Intentando que sus modales nuevamente le ganaran a su nerviosismo, Tomás saludó a las féminas de manera cortes. Amelia intentaba no suspirar ante su presencia, él tendría siempre la cualidad de despertar en ella el viejo recuerdo de una caricia eterna. Levantando su mirada, lo hipnotizó como tantas veces lo había hecho con sus ojos. Logrando una vez más que ambos se perdieran en un delirio compartido. —Bue... Buenas noches, Amelia—

—Buenas noches, Tomás—

—¿Tocarás ésta noche?—

—Si... De hecho, dentro de unos momentos lo haré. ¿Me acompañarás con tu piano?—

Amelia recordó ese pequeño detalle, si ambos compartían nuevamente una partitura estaría perdida, lo sabía. —No lo creo, no me siento muy bien—

—No... No hay problema, yo... Yo podré solo—

Augusto, desde un extremo de la mesa le guiñó un ojo a la mujer que sostenía a su niño, para luego hablar. —Oye, Tomás. ¿Podrías decirme la hora?—

—Claro— Corriendo la manga de su camisa, Tomás observó su reloj de muñeca —Son las 12—

Nuevamente las risas volvieron a nacer, avisándole a Tomás que cada vez que pronunciara un número las carcajadas aparecerían. —Muy gracioso, Augusto—

—¿Qué quieres que haga? ¡Tú mismo te lo buscaste!—

Amelia quería ser invisible por ese momento, o que la tierra la devorase por completo sin dejar rastro de ella. Si había algo peor que haber engañado a su prometido, era saber que él y su amante eran amigos.

Tomás notó su incomodidad e intentó darle su espacio, no había tenido la oportunidad de hablar con ella, pero comprendía sus silencios. Pronto una retirada respetuosa fue llevada a cabo. Estrechando la mano del doctor y despidiéndose con un beso de Mónica, tomó confianza y acarició la cabeza del bebé, cuando Amelia vio aquel gesto sintió que su corazón se estrujaba a causa de la dulce postal que visualizaba. Cuando se acercó a ella, nuevamente una mirada cómplice nació, haciendo que el denso aire se tornara irrespirable. —Yo... Yo iré a preparar las partituras—

—Sí, suerte Tomás— Manteniendo la distancia, Amelia respondió intentando que su voz no temblara.

—Vamos, te acompañaré, vuelves a hablar en el micrófono y juro por San Fernando aquí presente que me desmayaré de la risa— Augusto se había parado, el alcohol parecía no afectarle.

Pronto ambos hombres se retiraron, dejando atrás a esas dos mujeres las cuales buscaron consuelo en los ojos de la otra.

—Eso fue incómodo— Murmuró Mónica rellenando nuevamente sus vasos con la turbia sustancia.

—¿Ahora me entiendes por qué quiero marcharme?—

—¡Claro qué te entiendo! ¡Hasta yo sentía vergüenza!—

Amelia bebió, intentando buscar la serenidad perdida en el vino. —Odio que sean tan cercanos, un día de estos dejaré que esos dos vivan tranquilo su romance y yo desaparece sin dejar rastro alguno—

—Yo creo que será lo mejor, solo veo tragedia aquí—

—Lo mismo sentí cuando me hablaste de Lucas hoy...—

Mónica volvió a beber, ahora con su rostro un tanto entregado a la melancolía. —No quiero hablar de eso...—

—Lo sé, pero debes entender que es una locura—

El precursor era distinto, pero la pena era compartida. Levantando su vaso al aire e intentando que su bebé nuevamente se durmiera, exclamó un brindis. —Por los hombres de nuestro pasado—

—Amén por eso— Respondió Amelia brindando, después de todo el mal masculino siempre interferiría en sus corazones.

... ... ...

—Muy bien, señores y señoras, ahora tenemos un poco de música en vivo. Evitando que Tomás vuelva a agarrar el micrófono, me toca a mí presentarlo— augusto reía, trasmitiendo su voz por el parlante. Todos parecían animados ante la situación que ahora se desenvolvía en la parte central de la iglesia.

Con los santos apartados a un costado y con la única figura central de una silla, Tomás apareció. Aún poseía el instrumento que ella misma le había regalado, se mostraba casi nuevo, parecía no haber tenido uso. Amelia lo observó en detalle, viendo cómo se sentaba con su clásica perfecta postura y estiraba el pie del chelo. Notó su prisa y quizás su nerviosismo, a pesar de los años él siempre tendría un leve pánico cuando alguien lo escuchase tocar.

—Te puedo asegurar que la canción va dedicada para ti en partida doble—

—Cállate, Mónica—

Como si realizara un viejo ritual, Amelia se dispuso a escucharlo como hacía tanto tiempo no la hacía. Cuando de manera casi magistral, el colocó el arco encima de las cuerdas, la nostalgia la atrapó. No quería desviar los ojos de él, entregándose por completo a su canción Tomás tocaba moviendo suavemente el largo mechón de cabello que cubría parte de sus ojos. Ocultando su mirada y haciendo que el mundo desapareciera nuevamente estaban juntos, alejados de todos, quizás en la soledad de una partitura. Movimientos meticulosos y estilizados eran llevados a cabo con una magistral ejecución.

Había tecnicismo, pero también pasión. Podía notar su corazón ser atravesado y a su vez sentenciado por la cruda sinfonía a veces rasposa que un viejo beso ejecutaba. Recuerdos de pasiones ancestrales vividas en agitados meses de romance renacían de las cuerdas mientras que por momentos sabía que la miraba. No podía negarlo, su talento era impresionante, a pesar de los años, Tomás siempre tendría la cualidad de cautivarla sin pronunciar alguna palabra.

Casi olvidando parpadear, lo contemplaba. Notando como poco a poco la canción ganaba intensidad y se deslizaba por sus tímpanos como miel fresca. A veces como un lamento y en otras ocasiones como un orgasmo, Tomás se dejaba poseer en las tristes melodías que el mismo tocaba. Congeniando los altos y los bajos, surcando las metálicas cuerdas y haciendo que su arco bailase sobre ellas, Tomás volvía...

Como si fuera una agonía, poco a poco sus latidos se paralizaban y su sangre se helaba mientras que la canción continuaba. Podría observarlo horas si era posible, él siempre tendría algo en su repertorio para impresionarla, como lo estaba haciendo ahora.

No necesitaba tener el elitismo de un músico magistral para quitarle el habla, él había encontrado el punto exacto en la sinfonía para nuevamente conquistarla. Llamándola a su lado, como si de un antiguo cortejo se tratara, ahora la mosca se había convertido en araña.

Con una última nota profunda y extremadamente pronunciada, con un Do rasposo, casi igual de oxidado que sus sentimientos, la canción había terminado.

Los aplausos no se hicieron esperar, Amelia tardó unos momentos en reaccionar, porque por un instante las miradas se cruzaron y entre las hebras de sus pestañas infinitas palabras quedaron, siendo entendidas sin pronunciar. Cuando ella también palmeó sus manos dejó en claro algo, siempre sería suya, al igual que la tinta era de las partituras y las canciones del viento.

—Muy bien, esa no me la esperaba, excelente canción, Tomás— Augusto y su voz casi snob resonaba otra vez, quitándole la magia a la velada. Si tan solo Dios comprendiera su pesar ahora mismo ese par de amigos acabaría fulminado por un necesitado rayo celestial.

Jugando al locutor, Santana cuestionaba a Tomás sobre sus estudios y cuanto tiempo de formación le tomó llegar al altísimo nivel de ejecución que tenía. Invitando a los niños presentes a ser constantes en sus metas, tomando a su amigo como un ejemplo a seguir para la juventud.

—Te puedo asegurar que si yo me marcho esos dos se consolarían el uno al otro— Murmurando, Amelia se acercó al hombro de su amiga, haciendo que aquel mensaje solo llegara a sus oídos.

—Ahora que lo dices, hasta hacen buena pareja—

—Sí, deberían hacer una parrillada e invitar a todos mis ex. Se llevarían bien y al acabar la noche todos terminarían cantando canciones alrededor de una fogata—

—¿Cómo un grupo de autoayuda?—

—No, como un escuadrón anti-Amelia. Recuerda esto Moni— Nuevamente sorbía su vino, intentando que su amargo sabor borrara la costra dulce que el mismísimo Tomás había generado. —Nunca te metas con artistas, son peligrosos. Pueden seducirte sin pronunciar una palabra—

—Ahora quiero presentarles a alguien que me enorgullece, desde que la conozco ha logrado cautivarme con su encanto y sus teclas. Con ustedes, la señorita Amelia Von Brooke, próximamente Santana—

Al escuchar la voz de Augusto pronunciar su nombre, deseo lanzarle lo primero que tenga a su alcance. Con sus ojos iluminados en centellantes ilusiones, su prometido la invitaba a llenar con su presencia el improvisado escenario.

No tardó en levantar su mano y agitar su dedo en una seña negativa, pero Augusto había logrado hacer que el público sienta expectativa por su actuación. —¡Vamos Amelia! ¡No dejarás a todos esperando!—

Mónica comprendiendo el sufrimiento de su amiga, susurró a su oído. —Debes ir, el idiota no parará de molestarte hasta que vayas—

Su amiga tenía razón, debía terminar aquello rápido para concluir de una vez por todas su calvario. Levantándose de su asiento y caminando con sus tacones afilados hasta el lugar donde antes existía el altar escuchó los aplausos nuevamente cubrir la capilla.

Algunos silbidos se escucharon acompañados por besos arrojados al viento, Tomás fue el único en mostrarse molesto ante ellos, haciendo que los anónimos pretendientes callaran con una sola mirada.

Augusto, enardecido en su gloria y exhibiendo a su prometida como si fuera una valiosa pintura de museo, se acercó a ella cargando el micrófono a sus manos. —¿Algún consejo para los jóvenes músicos que aún no han encontrado su talento?—

—Sí, que nunca se consigan una pareja a la que le gusta hablar por micrófono...—

Las risas resonaron y la gracia acompañaba su incomodidad, aquello debía terminar rápido.

—¿Algo que quieras decir, Vonnie?—

—Ehmm... Yo— Pensando alguna manera de suavizar su pena, Amelia fue atacada por una idea. —sí, Tomás... ¿Cómo se llama la canción que tocaste?—

Nervioso, comprendiendo que pronto una violenta carcajada aparecería a causa de su respuesta, Tomás contestó siendo oído gracias a la magnífica acústica del templo. —Suite para violonchelo de Bach... Número 1—

Otra vez él pronunciaba una cifra y con ella retornaban las risas. Si Amelia no disfrutaba tocando esa pieza, nadie lo haría. Cuando notó como la vergüenza teñía su rostro, lentamente se acercó a él, murmurando algo solamente audible para su viejo amante.

—Solo sígueme... Quiero terminar esto rápido, luego tengo que hablar contigo—

—Si... Sí, claro, Ami—

Apresurada caminó hasta el piano, sentándose delante de él, pudo notar que su madera había sido pulida y seguramente ahora sus tensadas cuerdas internas estaban afinadas. Tomás quería aquello, deseaba compartir una última canción quizás, de lo contrario no se hubiera molestado en poner tan complejo instrumento en condiciones.

Ya con su postura correcta y sus pies firmemente enaltecidos en los pedales, volteó a ver a Augusto, sentenciando con un movimiento de cabeza que ya estaba lista para ejecutar su canción.

—El escenario es suyo, muchachos—

Con infinita pena, comenzó a hacer bailar sus manos por arriba de la monocromática pista que eran sus teclas. Tocó la canción más triste que recordó, trayendo a su memoria el calvario antes vivido. No quería pensar en el hombre que se encontraba detrás suyo esperando el momento adecuado para unirse a sus arpegios, quería que doliera.

Pronto las memorias aparecieron, la sinfonía la llevaba a su lugar más oscuro. Se encontraba en la sala de aquel hospital aún con sus muñecas cosidas, llorando ante el viejo piano de la clínica, enfundada en un blanco quirúrgico. Debía pensar en todo lo que había sufrido a causa de sus malas acciones encaminadas por la persona que ahora tanto se esforzaba por volver a su vida.

El piano lloraba y transmitía su agonía a todo aquel que lo oyera, tiñendo el ambiente en un necesitado canto mortuorio. Aquella canción de entierro dejaba en claro sus pensamientos y como estos necesitaban retornar al negro del olvido.

Por más que lo intentara, cuando sintió sus cuerdas siendo acariciadas con el arco, la amargura de su alma mutó en el silencio de la calma que solo Tomás podía brindarle. El mismo, triste como aquella balada, la sostenía y apoyaba con la nostalgia de una pasión compartida. Enalteciendo sus recuerdos y uniéndose en una triste sinfonía se podía resumir su amor.

Quizás nocivo, quizás profano, pero real. Dolorosamente vivido y majestuoso ante los ojos de algún curioso que se atreviera a leer más allá de las líneas. Ambos conocían los movimientos del otro y como anteponerse al profesionalismo de su pena, complementados en los silencios y unidos ante el recuerdo de lo que alguna vez fue, pero jamás volverá.

Lo intentaba en vano, sus manos ya no la obedecían y su mirada se perdía en el lienzo imaginario donde ambos se dibujaban. Amándose, llorando y quizás hasta riendo ensangrentados ante su retrato.

Entregada, dejó que, a la vista de todos, una vez más su cuerpo fuera poseído por el único hombre al que no le hacía falta tocarla para estremecerla. Fue liberador en cierta parte, aquella oportunidad, sería la última en la que ambos harían el amor, necesitaba esa despedida.

Con una última nota compartida, la canción acabó. Los aplausos resonaron y con la sencillez del mármol ella se paró. Evitando mirar al hombre que perturbaba su mente, caminó hasta su prometido, recibiendo los halagos del público sonrió de manera sintética, para luego sentenciar a Augusto un claro mensaje. —Vámonos de aquí—

... ... ...

—¡Oye! ¿Qué te sucede? La estábamos pasando bien—

Abriendo el portal de su vivienda, Augusto comenzaba a cuestionar a su mujer, la cual venía a paso lento a su lado. Ingresando a la sala, ella fue la primera en sentarse en el mullido sillón para luego sentenciar. —Tenemos que hablar—

Posicionándose a su lado, supo por su rostro serio que nada bueno podría estar ocurriendo. —¿Qué sucede, Vonnie?—

Como si aquel nombre fuera un cáncer que despedazaba su cuerpo, lo pronunció. —Tomás...—

—¿Qué con él? Para serte sincero amé verlos tocar juntos, deberían aprovechar el tiempo que tienen libre y armar un dúo o algo así— sonreía, intentando mejorar la situación con su ánimo, pero aquello solo hizo que la verdad fuera aún más dolorosa.

—No, para... De verdad necesito que me escuches, es importante.— Sujetando su mano, Amelia ganó su atención solo para sincerarse. —Tomás y yo ya nos conocíamos...—

—¿Y qué con eso?—

—Él... él fue algo importante para mí, compartimos muchas cosas que luego se convirtieron en una pena para ambos—

—Espera, ¿Qué?— Con la boca abierta, Augusto empezaba a comprender aquello que con un nudo en la garganta su prometida intentaba hacerle saber.

—Sí, lo que escuchas... No éramos nada, pero éramos todo... ¿Te acuerdas que te conté que fui a un internado? Allí lo conocí, el daba clases de música— Sintiendo como su pasado cobraba vida las palabras se resistían a salir, con una verdad liberadora en su boca y un pesar en su alma, ella continuó hablando. No podía guardar más tiempo su secreto. —Fuimos amantes...—

Augusto quedó desencajado, haciendo que su rostro se tornara en una mueca estupefacta. Las palabras que escuchaba, los silencios de Amelia y las antiguas historias relatadas por Tomás ahora cobraban sentido. —¿Tú eras su ángel?—

Sorprendida, no pudo darle una explicación lógica a aquello que su prometido pronunciaba. —¿Cómo sabes eso?—

—Él me contó su historia, como se habían amado y como ambos se separaron a causa de una palabra...— Intentando que su corazón se serenase, Augusto miraba al piso, aquella situación delirante no podía estar ocurriendo. —Nunca pensé que serías tú—

—Gus... Necesito que me escuches— Acercándose más a su lado, las lágrimas no tardaron en aparecer. —Yo no quise volver a cruzármelo jamás en mí vida, te tenía a ti. Cuando llegué aquí pensaba que ambos seríamos enteramente felices... Hasta que lo ví—

Notando como su mujer regaba el piso con infinitas gotas que brotaban de sus ojos, intentó abrazarla, calentándola con su propio cuerpo. —Yo... Yo sé lo que pasaste a causa del amor. ¿Tomás fue el que te ocasionó que te internaran?—

—Si...—

—Bueno, eso ya es una historia pasada. Confío en ambos y tú no me conocías cuando andabas con él, no tengo nada que reclamarte. Solo necesitan sentarse ambos a tomar un café y aclarar ciertas cosas... Jamás dudaría de ti—

Amelia sonrió dentro de su dolor, sabiendo que el cadáver de su presente pronto yacería bajo sus pies, se quitó del pecho aquello que le impedía respirar. —Tu no entiendes Augusto... ¿Qué pensarías si te digo que en un puto momento de debilidad me acosté con él?—

—Pe... Pero eso fue hace mucho tiempo, Vonnie—

—¡No, idiota! ¡No lo fue! ¿Recuerdas cuando te fuiste en la ambulancia después del accidente? Fui débil... demasiado estúpida...—

—¿QUÉ?—

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

¡Qué bien se siente!

Después de 18 caps falta uno más y ¡Pum! Empieza la trama del libro.

Pensar que por un momento dudaba en hacer esto, pero se siente taaan bien jajajaja

¿Cómo están, gente? Aquí todo tranquilo, una hermosa mañana nublada en la República Argentina.

No se olviden de lo siguiente:

Pueden formar parte de nuestra iglesia, donde una buena cantidad de hermanas se reúne a orar y rendir tributo a nuestro Dios cof cof nopor cof cof. Pero saliendo de la broma, es un lindo grupo, aquí encontrarás amistades de todos los países de habla hispana.

Además de ello, la hermana Agustinabr_ Creo el insta de Amelia, pueden buscarlo: amelia_vonbrooke

Hermosa aprovecho de agradecerte el gran sacrificio que haces manteniendo viva mi historia, te adoro.

El álbum de las pecadoras queda pospuesto por éste cap debido a que solo me enviaron dos imágenes, para el próximo si la vida quiere cuando tenga más acumuladas, continuaré.

Recuerden que pueden mandarme sus fotos a mi FB "Ann con teclado" o al de tomás "Tomás Valencia"

La canción de Amelia y Tomás:

https://youtu.be/AzWDs26YL9Y

Sin otra cosa que decir, las quiero.

Quien sabe que viene lo chido:


Angie

.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top