15: "Lujuria"
Esa mujer que se mostraba fría antes, la que de manera sutil expresaba su desprecio de manera constante a los infortunios del tiempo. Ahora recorría el pasado, trayendo la pasión olvidada con la fuerza de sus besos.
Perfecta, con cada una de sus cicatrices, enaltecida en cantos de lamentos, resurgiendo entre sus cenizas y prendiéndose fuego. Amelia siempre sería suya, al igual que él le pertenecía. Las culpas no pesaban y por fin las ausencias ya no dolían.
La cargaba en sus brazos, como tantas veces lo había hecho, devorando su boca y muriendo gracias al veneno de su saliva. No importaba lo que sucediera, ambos lo necesitaban, un alma atormentada y una mujer despechada esa noche nuevamente se juntaban.
Sentía el calor emanando de su pequeño cuerpo, atrapándolo, quemándolo en su hoguera propia de infinitas vanidades. La amaba, con la fuerza de un deseo frustrado, Amelia volvía nuevamente a su cuerpo con su furia para dejarlo devastado.
No quería soltarla, tres años habían pasado desde la última vez que ella lo renacía, no tenía tiempo para negarla, tampoco podía. Sintiendo como ella lo pegaba aún más a su frágil cuerpo la cargó por el camino hacia la mesa consagrada, el sendero era eterno, estaba desesperado.
Cuando por fin sintió el duro tacto de la mesada donde tantas veces había bendito y santiguado, sonrió, ahora su alma nuevamente se unía con los pedazos marchitos que florecían gracias al roce de un ángel.
Con calma, la sentó como una muñeca, de aquellas que te sonríen desde una repisa. Notando como su vestido lo llamaba a destrozarlo y como ella con sus encendidos ojos nuevamente cobraba vida en una expresión, que suponía, hace mucho tiempo no hacía.
Quería observarla y grabarla en su memoria, justamente así, con su pequeño pecho agitado y sus ojos entrecerrados. El cabello húmedo y sus labios casi pálidos suplicando por un poco de color.
Eso haría por ella, le devolvería la fuerza del viento, le daría todo el color que antes le había arrebatado. Tiñéndola con los fulgores de pasiones lejanas, bañándola en las estelas de besos aún presentes, amándola como debió haber sido siempre.
Amelia besaba su piel y a veces mordía su cuello, necesitaba el dolor de su pasión martirizándolo, suspiraba cada vez que ella pronunciaba su nombre mientras que la succión de sus labios podía escucharse por todo el recinto sagrado.
Se había quedado quieto, disfrutando el momento, sintiendo como ella forcejeaba con su camisa y lo envolvía en la locura de su deseo.
—Vamos, Tommy. Te necesito...—
Sonríe al escucharla, por más que cualquiera de los dos lo disimulara, esa química casi inexplicable siempre estaría presente. Consagrándolos en incienso y trayendo a su memoria festividades con indicios de droga. —Toda mi vida te necesité, no solamente para esto—
Amelia se había detenido y abría sus piernas sentada en borde del altar, atrayéndolo a posarse en el medio de ambas, quemándolo con la lujuria de su sexo, clamando por libertad. —Cállate, claro que me necesitas para esto— Sin sentir alguna pena, ella acaricia su pecho y desciende con sus delicados dedos hasta el cierre de su pantalón, tocando todo aquello que ahora se endurecía solo por su presencia. Al notar su firmeza ella se relame los labios, advirtiendo que próximamente el infierno se desataría a su paso. —¿Aún te tocas pensando en mí?—
—Ca... Cada miércoles— Debía cerrar los ojos ante aquel tacto ajeno, su corazón se aceleraba y la cordura se perdía ante ese ser celestial dueño de sus deseos. —¿Tu... Tú me extrañas?—
—No, de hecho, cuando partí del convento con Facundo terminé follándomelo en el asiento trasero de su auto. Ni siquiera recordaba tu nombre—
Debía sonreír, sabía que ella no era capaz de lo que pronunciaba. Amelia por más que lo disimulara estaba igualmente nerviosa, quizás hasta aún más que su primera vez juntos. —Mientes... Ami—
—¿Cómo lo sabes?—
Se despegó de su piel unos momentos, notando como ella lo miraba ansiosa, solo para acariciar su brazo y ascender hasta su hombro, ella se erizaba y suspiraba arrugando el ceño. —Porque tu cuerpo me reconoce... Me recuerda—
—Dime que no te has acostado con nadie más, dime que aún tiemblas...—
—Jamás podría, lo sabes, Ami... Cuando un ángel te toca ya no puedes desear a los mortales— Amelia sonrió al escucharlo, desprendiendo su camisa desde abajo, dejando los primeros botones prendidos y besando su piel, mordiendo por momentos, nuevamente marcándolo. —Por... Por favor, no pares—
Sin darse cuenta, llevó su mano a su pequeña cabeza, obligándola a pegarse aún más a su carne. Pudo sentir como sus dientes se clavaban y como el dolor se arremolinaba con sus pasiones, suspirando ante su calvario, deseando morir en su boca. —Más... Más fuerte, por favor—
Mientras ella seguía proclamándolo como suyo con la violencia de sus besos, lo acariciaba con torpeza, grabando infinitos senderos con sus uñas, desgarrando su piel. Ella siempre sabría lo que le gustaba.
—Sigues siendo un puto masoquista—
Sus manos, ahora mutadas como garras seguían grabando caminos olvidados ahora bajando por su vientre. Cerraba los ojos y casi deliraba cuando sabía que pronto ambos derramarían en el otro toda la pasión de sus desgracias. —Y ... Tu, siempre me darás lo que me gusta—
—Ya lo sabes Tomás, soy la respuesta a tus plegarias— Subiendo su mirada, conectando sus ojos con los suyos, Amelia se deleitaba con cada gemido agónico que producía su antiguo amante.
Podría haber cambiado en los mínimos detalles, su cabello podría haber mutado de un sobrio negro a un chirriante amarillo, podría sonar hasta quizás madura... Pero siempre esa mirada escondería el fulgor de una niña malcriada al que él siempre tendría el descaro de mimar.
No pudo resistirlo, la quería suya. No dudo un instante en llevar una mano a su espalda y agarrarla de su cintura, obligándola a acercarse aún más, para luego tumbarla sobre el altar. Recostada allí podía apreciarla como lo que realmente era, su propio ángel personal que sobre su cuerpo dejaba caminos de plumas en sutiles estelas. Notó como sus pechos turgentes respondían a las caricias que ahora les brindaba a sus piernas, acariciando su silueta y ascendiendo hasta sus senos, entre gemidos agradecía a Dios por aquel milagro tan obsceno.
Subió su vestido, notando como su pequeña ropa interior le brindaba una clásica bienvenida. Prenda de tonos pasteles con pequeños apliques lilas que ahora ella empapaba. Su corazón empezaba a doler y su pecho estallaba, nuevamente le haría el amor a un ser celestial.
Quería tocarla, acariciarla y hasta quizás tomarla a la fuerza. Tocó los pliegues de la tela que con su cálida humedad le recibían con la misma ponzoñosa majestuosidad que el mármol. Debía hacerla suya... Apretó sus pechos y los movió preso del hipnotismo que causaban. Bajó los breteles de su vestido y notó cada sutil detalle que recordaba de su piel.
—Desnúdame—
No quería hacerla esperar, como si fuera una ligera figurilla de porcelana la volvió a levantar mientras que ella enredaba su cadera con el fuerte nudo de sus piernas. Quitándole su vestido y arrojándolo al suelo, para luego arrancarle su brassier y liberarla de las ataduras del pudor, dejándola como descendió a la tierra para ser codiciada por su humilde pecador.
Su piel seguía fresca, blanca e imperturbable, con su arete en el ombligo y en su cadera aquella pequeña estrella que adornaba sus movimientos con la prudencia de un tatuaje. Cayó rendido ante el deseo, quería alimentarse de ella, descendió hasta sus pechos y comenzó a devorarlos, reconociendo su perfume a lirios y la suavidad de las rosas al tacto de su lengua.
Ella gritaba su pasión, con la misma libertad de antes, sacando de su piel todo lo mundano y elevándose a la gloria. —Tomy... Hazme el amor—
—Espera... Espera, por favor. Quiero disfrutarte— Descansando su frente contra sus pezones y cerrando los ojos, sentía sus oídos zumbar mientras que nuevamente los temblores cobraban vida.
—También quiero disfrutarte ¿O aún te doy miedo?—
Tomando sus palabras como una orden sagrada, se dejó llevar por la algarabía de una cercana plegaria. Volvió a castigar sus pechos con el yugo de su lengua, para luego descender su mano lastimada por su vientre, perdiéndose entre medio de sus piernas.
Corrió la delicada tela y se encontró con su gloria. La sinfonía comenzaba y el ya conocía cada parte de esa partitura que tantas veces había tocado. Introdujo sus dedos y apretó las cuerdas, su cuerpo se emocionaba cuando el primer gemido de su orquesta privada empezaba a sonar.
Continuó con su canción, bailando con su mano en el cálido interior que inundaba sus dedos. Aumentaba la velocidad y mantenía el ritmo, extrañaba sus canciones y necesitaba sus sonidos. Tan suave como un pétalo y tan ardiente como el propio averno, seguía masturbándola.
Su herida reciente dolía, eso no le importaba, todo lo contrario. La emoción de su flagelo danzaba con la celestial mirada de un ser supremo que estaba lista para calmar su pesar. Cuando ella lo detuvo, con cuidado sacó los dedos de su interior, notando como su extremidad estaba bañada en barniz. No pudo negarse a sí mismo la hambruna de sus sentidos, colapsado ante su propio éxtasis lamió sus falanges. Cerrando los ojos al sentir estallar sus sentidos con ese acido manjar que pensaba nunca más volver a probar. Ansioso de más, quiso nuevamente degustarla, inclinando su cabeza sobre el sexo de su ángel, queriendo devorarla el tiempo necesario, quedando saciado del vacío que había experimentado esos tortuosos tres años.
Amelia lo detuvo, y lo empujó levemente, obligándolo a ponerse de pie, de manera recta. Sin esperar alguna respuesta o permiso, ella llevó las manos directamente al botón de su negro pantalón enlutado. El sonido del cinturón siendo abierto y su cierre siendo bajado fueron el condimento necesario para olvidar todo lo que lo rodeaba, ya no existía el pueblo ni tampoco existía Augusto. Solo estaban ellos dos en medios del edén, listos para verter sobre la tierra los fluidos de sus pasiones.
Sintió su pequeña mano adentrarse y acariciarlo por encima de sus interiores. Pronto en un movimiento brusco de su parte sus pantalones cayeron, enredándose en sus tobillos, al igual que su ropa interior.
Ella sonrió al notar su estado, duro y preparado, listo para corresponderla como hacía mucho tiempo nadie lo hacía. Con su mano embravecida comenzó a tocarlo, subiendo y bajando mientras que su piel se colaba por la comisura de sus dedos y el líquido propio de su cuerpo empezaba a resplandecer en la punta de su miembro.
Sintiendo el venidero orgasmo, suplicó. —Es... Espera, no—
—¿Sigues tan tiernamente precoz, mi pequeño Tomás?—
—No... No... bueno, sí. Pe...ro entiéndeme todos estos años te estuve deseando—
Ella continuaba tocándolo, haciendo que los suspiros y los sonidos guturales nacieran de su garganta. Enaltecida ante su erección, una sonrisa atemorizante de un ángel defenestrado, nació. —¿Qué deseabas?—
—Lle... Llevarte a nuestra iglesia y hacerte el amor sobre el altar, sentir tus rosas... Dejar tu cuerpo consagrado a la gloria—
—Entonces... ¿Qué esperas?—
Recostándose levemente sobre la mesa de aquella iglesia, con cuidado, Amelia corrió su propia ropa interior, dejándole marcado el camino de sus intenciones.
Con una necesidad casi bestial se posicionó delante suyo y con la ayuda de su mano guio su miembro al punto exacto donde ambos se habían unido hace tanto tiempo, apurado y con un instinto animal, se enterró en ella.
Un grito fue lanzado al viento por parte de ambos, siseos y gimoteos agónicos comenzaron al preciso instante en que ambos encontraban su calma en una locura carnal. Ya dentro suyo, Tomás agarró las rodillas de su dulce ángel, arrastrándola aún más cerca suyo, trayendo el mantel del altar también a su paso. La biblia cayó al suelo y retumbó al impactar, ninguno pareció notar que eso había sucedido.
Con sus pies firmes, aferrados al piso, se recostó encima de ella, acariciando su cuello y rozando sus labios con la punta de sus dedos, para luego comenzar a moverse como ella tiempo atrás le había enseñado. El mantra empezó, clamaba su nombre y susurraba sus demonios cada vez que entraba y salía de su pequeño cuerpo.
Parecía delirar cuando sus celestiales ojos mutaban a blanco y gemía con la locura propia de un acto deseado. Acariciaba su piel y por momentos apretaba todo lo que pudiera, los placeres de esa conexión carnal mezclada con los destellos de su mano lastimada hacían que el placer sea infinito y el dolor sublime.
Necesitaba estar más dentro suyo y elevar su alma a la santidad del pecado, la fuerza aumentaba mientras que besaba su frente y se entregaba a la gracia. Su mano dominante la tomaba, acariciando sus mejillas y a la vez sofocándola.
Pronto, en un súbito ataque de razón, notó como la venda que ella misma había colocado, antes blanca ahora se alzaba en un rojo escarlata. La sangre había bajado por sobre su brazo y en el vientre de Amelia había sido derramada, dejando huellas por donde la había tocado.
Un poco perplejo porque ella viera ese acto con un halo de asco, se detuvo. Amelia abrió los ojos extrañada y quizás algo molesta. —¿Qué sucede?—
—Yo... Yo te ensucié, por favor no te enojes—
Ella bajó su mirada a su propio vientre y notó como diversas manchas rojas marcaban su piel. Los senderos carmesíes murmuraban viejos caminos que él ya había conocido. Notando de dónde provenía esa sangre, Amelia buscó su mano y la llevó a su rostro, mirándolo como tantas veces lo había hecho, desafiante y hasta quizás altiva, lamió su piel lastimada. Tiñendo la comisura de sus labios y dejando en su boca el dulce sabor del hombre que había amado.
Sorprendido, comprendió que Amelia siempre devoraría su dolor y lo ayudaría a alcanzar su calma. Notando su rostro surcado por estelas rojas, entendió que los ángeles pertenecían al firmamento y que su propio dolor sería la escalera perfecta para ascenderla a los cielos. Su corazón se agitó y sus pupilas se dilataron, correspondiendo el brutal impulso que ella dictaba, no dudo un momento de levantarla sin romper su unión. Haciendo que todo su peso quedara reducido a sus brazos.
Ella ya enaltecida al cielo, se sostenía de él aferrada a sus hombros mientras sus caderas continuaban su movimiento. Despeinándolo y besándolo con voracidad, haciendo que el sabor de su propio fluido mortal sea un manjar compartido. Preso de su locura caminó con ella aún cocida a su cuerpo, para luego apresarla con fuerza contra uno de los muros del templo.
La sangre goteaba y manchaba el viejo piso, sus manos se mezclaban y su carne se unía en un festín blasfemo en que ambos tenían experiencia. Notando como su cuerpo comenzaba a temblar con la potencia de un sismo, supo que pronto alcanzaría la divinidad.
—¿Él... Él te hace sentir esto?—
Conteniendo sus ganas de gritar, Amelia sonrió. —No...—
—¿Sabes por... Por qué?—
—Dímelo—
—Porque un... un ser común nunca podría co...comprender a un ángel. Tú necesitas alguien que te haya estudiado toda su vida y te vea constantemente en los techos de las iglesias—
Enaltecida en sus palabras, sintió todo su cuerpo morir en un festín de sensaciones —Te... Te necesito a ti—
Ella fue la primera en desfallecer en un violento orgasmo, elevándose al cielo y remontando vuelo sobre el cadáver renacido de su primer amor, no le importara quien la oyera o que tan desafinados fueran sus gemidos, necesitaba gritar lo que hacía tanto tiempo no clamaba.
Escuchándola y muriendo encima suyo, comenzó a sentir como una fuerte corriente eléctrica nacía de su espina y se perdía en el punto exacto donde ambos se unían, acompañándola en su agonía, descargó en su cuerpo toda la pasión acumulada durante esa madrugada.
El impacto fue atroz y la caída celestial, ambos yacían en completo silencio intentando normalizar su respiración. La sangre aún brotaba y la calma abundaba.
Aún en sus brazos Amelia recostó su cabeza en su hombro, de su boca escuchó un tímido sollozo.
Preocupado, Tomás la obligó a mirarlo, notando como de sus luceros eléctricos pequeñas lágrimas brotaban. —¿Qué... Qué sucede, ángel?—
Ella quitó la tristeza de sus mejillas, aun sosteniéndose de él para no caer. —Acabo de engañar a Agusto...—
Cayendo en la dura realidad de la verdad de sus palabras, Tomás se deprimió unos momentos para luego salir de aquel oscuro rincón de su alma. Un instante con Amelia valía una condena eterna en el infierno que el cumpliría maravillado. —No... No llores, no pienses en eso—
Aún sujetada en él, ella solo le limitó al silencio. Sabiendo que nuevamente tendría que hacerla abrir sus alas, Tomás hizo lo que su corazón le dictaba. —¿Qué opinas si te limpio y luego te preparo algo de comer?—
—No lo sé... Si tú quieres, aún tenemos a el muerto aquí—
—Te hará bien, Ami... No quiero que llores, hoy es un día sumamente bello—
Nuevamente deleitándolo con su mirada, Amelia torció una ceja. —¿Por qué es bello?—
La franqueza salió a la luz mientras los coros celestiales nacían. —Porque de nuevo estoy a tu lado...—
Amelia sonrió, intentando sepultar sus penas, pidiendo nuevamente ser retornada al suelo. Tomás no lo permitió, quería sostenerla por siempre, hasta que su carne se fusionara y su latido se compartiera. —¿Puedo jugar con la gatita?—
—¿Con Angela? Claro, es tuya...— Empezando a caminar con ella en brazos, Tomás trajo a su memoria los brillos de su pasado. —¿Qué paso con tu gata? Se llamaba Nina ¿Verdad?—
—Ella... Ella, yo la atropellé aprendiendo a manejar—
Sabiendo que había cometido un error al preguntar aquello, sintió como la vergüenza se apoderaba de su rostro y teñía sus mejillas. Con recelo, empujó la puerta con su pie permitiéndole el paso a su cuarto. —Lo siento, de verdad lo siento mucho...—
Amelia rio, notando como el tiempo había pasado, pero él seguía con su estampa sonrojada. —Es broma, la tiene María, en el piso donde vivía no me permitían gatos.—
—¿Te mudaste?—
—Si—
—Creo que tenemos mucho de qué hablar—
—Lo mismo pienso señor Valencia.—
Por fin la había retornado al suelo, ahora en la seguridad de su baño, mientras que abría el grifo de la bañera, Tomás sonrió. —No te imaginas cuanto te he extrañado...—
-.-.-.-.-.-.-.-
La canción perfecta para este momento:
https://youtu.be/b1FeO_D-kSY
Siempre después de escribir mis puercadas no sé que poner acá, es como si me sacaran una foto cuando recién me despierto. Pero obviemos eso, espero que el cap haya sido de su agrado mis hermosas chicas.
El álbum de las pecadoras ya ha empezado:
Con todo el orgullo del mundo, les muestro a las primeras tres chicas que formarán parte de mi collage blasfemo <3
La hermosa ECBA314
La pequeña Shyross18 (Amo tu carita)
Y por último, pero no menos importante, una de las primeras pecadoras EstherDgzJ
¿Quieren aparecer un cap, formar parte del collage, de mi álbum y mi corazón? Pueden mandarme sus fotos a mi Fb "Ann con teclado" o a mí instagram: "Nel_ann2223"
Sin otro motivo chicas, muchas gracias por estar y comprenderme. A veces el trabajo me mata y el tiempo me falta, pero sus mensajes siempre me animan a continuar.
Pez que nada contra la corriente, muere electrocutado. XD
Quien está orgullosa de su propio infierno y sus diablillas:
Angie
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